Una excursión en 4×4 por un desierto de dunas naranjas y escarpadas montañas, pasando la noche en un campamento Bereber
El Wadi Rum es uno de los desiertos más espectaculares del mundo. Los árabes también lo llaman Wadi Al-Qamar (literalmente «Valle de la Luna»), y tiene una superficie de 720km2. Contiene paisajes únicos, con dunas enormes de un color naranja intenso, y montañas de paredes pulidas por la acción del viento. El paraíso de cualquier aventurero y amante de la fotografía, que ha sido escenario de innumerables películas, entre las que destaca por encima del resto «Lawrence de Arabia«.
Actualmente, el Wadi Rum está habitado por unos cientos de Beduinos, que viven en sus campamentos de Haimas (tiendas típicas de piel de cabra). Y organizan excursiones por los alrededores. Las hay para todos los gustos: a pie, en camello o en 4×4. Y los amantes de la escalada encontrarán diferentes paredes para poner a prueba sus habilidades.
VIAJE WADI MUSA – RUM
La jornada comenzó en Wadi Musa a horas intempestivas, con mi alarma sonando a las 5.30h. Y es que a las 6.15h salía el único autobús que viajaba hacia el sur del país. Un vehículo turístico para el que había realizado una reserva el día anterior a través de mi hotel. Y que era una alternativa mucho mejor que las emociones fuertes del autoestop. Por suerte, el bus apareció en la puerta de mi hotel con puntualidad británica. Y pasó por diferentes alojamientos para recoger a otros turistas occidentales, hasta que no quedó ni un asiento libre, y nos pusimos en marcha.
La verdad es que el día se presentaba como una auténtica incógnita. Me dirigía hacia el pueblecito de Rum, puerta de entrada al desierto del Wadi Rum. Y aunque mi intención era visitar la zona y dormir en pleno desierto, la verdad es que no había contactado con ningún guía o agencia. Y según había leído, aparecer en el lugar sin reserva previa implicaba jugármela a pagar un precio mucho mayor por un servicio inferior. O directamente quedarme tirado en el pueblo, sin alojamiento ni plazas disponibles en las diferentes excursiones organizadas, pues era temporada alta. La cosa no pintaba nada bien.
Así que cuando el ayudante del conductor se acercó y me ofreció unirme a otros turistas para una excursión por el desierto, no lo dudé ni un segundo y acepté. El itinerario era bastante completo; y el precio parecía correcto (era similar al que pagaron las chicas francesas que conocí en Dana). Por 45D tenía excursión en 4×4, cena, alojamiento en un campamento Beduino en medio del desierto, desayuno y regreso a Rum. Menudo peso me quité de encima…
Tras un trayecto de 1 hora, con alguna bonita panorámica, llegamos al Centro de Visitantes de Wadi Rum, donde nos recibió Zidane, guía y dueño del campamento donde íbamos a dormir. Allí pagamos la entrada al Área Protegida. Y continuamos el camino durante 7km más hasta la casa de Zidane, en la población de Rum. Ya en tierra, dejamos nuestras mochilas grandes en una habitación. Y esperamos otra hora larga hasta el comienzo del circuito, previsto para las 10h. Por suerte estuvimos a la sombra, en una terraza exterior con té y galletas de cortesía (que engullí con avidez, pues no había desayunado).
A la hora convenida, llegaron dos 4×4 y ocupamos los asientos. Yo viajé en la parte trasera descubierta de uno de ellos, en plan safari, disfrutando al máximo del paisaje. Antes de abandonar el pueblo, paramos en una tienda de comestibles, donde compramos víveres para el almuerzo (no incluido en el precio). Y nos adentramos en el desierto.
EN 4X4 POR EL WADI RUM
El desierto del Wadi Rum es conocido por la mayoría de la gente porque aquí ubicó su base el célebre T. E. Lawrence, un coronel del ejército británico apodado Lawrence de Arabia. Que durante la Primera Guerra Mundial ayudó a coordinar la revuelta de las Tribus Árabes de la zona contra el Imperio Otomano. A simple vista, un personaje heroico, de imagen impoluta, ayudado por el papel de Peter O’Toole en el famoso film de David Lean. Pero la realidad fue muy diferente…
Por lo visto, los ingleses habían prometido a las Tribus Árabes su propio estado independiente en la zona, una vez los Turcos fueran derrotados. Pero en secreto ya habían firmado con los franceses el Acuerdo Sykes-Picot, en el que se repartían Oriente Medio: Siria y Líbano para Francia; Iraq y Palestina (actualmente Israel y Jordania) para Gran Bretaña. Así que cuando acabó la guerra, la indignación de los Árabes fue importante. Y las cosas aún empeorarían más cuando los ingleses decidieron destinar parte de sus territorios a la creación de un estado judío, en la Declaración de Balfour. Así se las gastaban los ingleses… Aunque no queda claro si Lawrence de Arabia era conocedor de estas maniobras o actuó de buena fe.
A pesar de mis dudas iniciales, tengo que reconocer que la excursión por el desierto estuvo muy bien. Difícilmente hubiera podido ver de otra forma tantos lugares de interés del enorme Wadi Rum (ni andando ni en camello, como había valorado en un principio). Además el guía nos dejó tiempo de sobras para ver con calma las diferentes atracciones, y pude curiosear por la zona, sacar fotos… Estuvimos completamente a nuestro aire, y no me sentí en uno de esos tours organizados en los que no te dejan ni respirar. En total fueron 5,30 horas, y esto fue lo más destacado:
1. Lawrence’s Spring, un manantial de agua ubicado en lo alto de una empinada ladera. Un par de americanos subieron hasta arriba, pero yo me quedé a media distancia, disfrutando de igualmente de muy buenas vistas del desierto.
2. Jebel Khazali: un estrecho cañón con sus paredes llenas de grabados Tamúdicos (los habitantes de la zona anteriores a los Nabateos). Eran realmente espectaculares: figuras humanas con extremidades anormalmente largas; animales; huellas de pies… Lo malo de este lugar es que nos encontramos con varios grupos de turistas que hacían complicado disfrutar de la atmósfera. El griterío era enorme, y las esperas para poder pasar por el único acceso fueron continuas.
3. Dunas Rojas: una zona de dunas increíbles, junto a la cara este del Jebel Umm Alaydya. Eran gigantescas, con unos 20 metros de altura, y de un color naranja tremendamente fotogénico. Aquí nos dejaron tiempo para subir a una y contemplar las vistas.
4. Jebel Anfishiyyeh: donde nos esperaba una pared con más grabados Tamúdicos, representando rebaños de camellos, cazadores, extraños símbolos…
5. Jebel Umm Fruth Rock Bridge. Llegamos al pie de este puente de roca, aunque nadie del grupo tuvo narices de subirse a él, pues la altura, el viento y la arena resbaladiza eran un peligro. De camino también pudimos ver a lo lejos el Jebel Burdah Rock Bridge, otro puente natural cuya visita implicaba varios kilómetros a pie.
6. Lawrence’s House: un montón de ladrillos que según dicen pertenecieron a una casa habitada por el célebre coronel. Por suerte ofrecía buenas vistas del desierto, porque lo de la casa resultaba difícil de creer…
A media tarde se empezó a levantar un fuerte viento que hacía imposible ver nada. Cubriéndolo todo de arena, y provocando que el paisaje quedara borroso y difuminado (fatal para las fotos). Por suerte ya estábamos en la recta final de la excursión. Antes de que empeorara, hicimos una parada para comer lo que habíamos comprado en la tienda de Rum. En mi caso, pan de Pita con una lata de Hummus; y dos zumos pequeños. Precio de todo: ¡solo 1 D!. De risa…
ALOJAMIENTO: CAMPAMENTO BEDUINO
A eso de las 15.30h llegamos al campamento donde íbamos a pasar la noche. Tomamos el clásico té de bienvenida en una Haima. Y nos dejaron libres hasta la hora de cenar. Durante la excursión se produjo un hecho realmente raro en mí: no conecté con ninguno de mis compañeros, y me mostré callado y solitario. Intenté charlar con dos americanos de New York, pero les costaba mucho entender mi inglés, y tampoco tenían mucho interés en relacionarse con el resto. Después había unos italianos que rápidamente hicieron piña. Una pareja de franceses a su aire. Y una abuela australiana. Así que me invadió una sensación extraña, porque habitualmente no me cuesta nada integrarme en un grupo. Quizás no tenía el día…
Con este panorama, primero decidí estirarme un rato a descansar en una mesa de piedra ubicada cerca del campamento. Y cuando se acercaba la puesta de sol, elegí una roca elevada y me senté a disfrutar del espectáculo. La ubicación del campamento era genial, frente a unas montañas impresionantes. Eso sí, la puesta de sol fue muy normalita. Por la época del año y por el fuerte viento. Pero las vistas eran geniales. En una roca cercana había reunido un grupo de Beduinos del campamento, charlando y riendo.
Para cenar, regresamos a la Haima y nos sentamos en el suelo. Fue un auténtico festín, aunque mejor olvidarse de su preparación. Por la tarde aparecieron unos beduinos en un vehículo y trajeron un cordero vivo. A continuación lo sacrificaron; prepararon un horno natural (llamado Zerb) en un agujero que cavaron en la arena; y lo cocinaron con patatas, arroz y cebolla. Estaba delicioso. La carne se deshacía en la boca. Y pudimos comer todo lo que quisimos, pues había de sobras. Una pena que tras mi precaria alimentación durante los últimos días, se me había cerrado el estómago, y me llené enseguida. Así que no pude aprovechar aquella magnífica oportunidad.
Después de cenar, salí al exterior, y me senté un rato a disfrutar de la atmósfera del desierto. Bajo un cielo limpio y estrellado, con una luna muy brillante. Y me fui a dormir a una Haima comunal, donde había colchones individuales en el suelo, y edredones para taparnos (las noches en el desierto son bastante frías). Todo sorprendentemente cómodo. Así que dormí como un tronco, rodeado de una paz absoluta.
CAMINANDO SOLO POR EL DESIERTO
Al día siguiente me levanté a buena hora. Como dormí vestido, solo tuve que ponerme las botas y la gorra, y en segundos ya estaba listo en el exterior de la Haima. El sol comenzaba a despuntar en el horizonte, envuelto en brumas. Y pronto fue apareciendo el resto del grupo. El desayuno lo sirvieron en la misma Haima de la noche anterior, y fue bastante ligerito: pan Pita con mermelada, un huevo duro, y té. Y a continuación, nos subimos a los 4×4 para regresar a Rum.
Llegado a ese punto mi cabeza era un auténtico hervidero de ideas. Era viernes (día festivo en el mundo islámico), y por tanto en Rum no iba a encontrar transporte público para continuar mi ruta hacia el sur. Con lo que me plantaría en el pueblo a las 7h de la mañana, sin mucho que hacer el resto del día. Además, todavía era muy pronto para abandonar aquel maravilloso desierto. Así que aproveché una parada técnica al poco de arrancar para bajarme del vehículo. Y decidí regresar a Rum caminando. Eso sí, antes de cometer una locura, lo hablé con Zidane. El hombre me dio indicaciones precisas para llegar al pueblo; se aseguró de que tenía agua; y nos despedimos, mientras los turistas me miraban con cara de póquer.
Por cierto, a esas alturas ya no me sentía mal por no haberme relacionado con el resto del grupo. Los americanos eran dos payasos a los que les apestaban los pies (durante la cena fue vergonzoso). Y que minutos antes habían creado una situación muy tensa con Zidane al insinuar que les estaba intentando estafar. Y los demás tampoco se molestaron en charlar conmigo. Así que no fue solo culpa mía.
Nada más ponerme en marcha me di cuenta que había hecho lo correcto. De nuevo estaba en mi salsa, y me invadió una sensación de aventura total. La ruta constaba de unos 15km, y disfruté cada instante. Fue sencillamente genial. Caminando a ritmo pausado por la inmensidad del desierto, completamente solo, bajo un sol que todavía no molestaba, analizando cada detalle: huellas de animales, lagartijas, extrañas plantas con forma de bulbo de color blanco, escarabajos, sonidos de aves, dunas de arena de color naranja, inmensas formaciones rocosas, grupos de dromedarios…
También me crucé con algún 4×4 con turistas que se quedaban mirándome sin entender nada. ¿Qué hacía aquel loco caminando solo por el desierto? La situación era realmente cómica. El camino fue muy fácil de seguir, y hasta pude reconocer algunos de los lugares que había visitado el día anterior: las Dunas Rojas, Jebel Khazali, Lawrence’s Spring… Podía haber alargado la excursión repitiendo alguna visita (seguro que hubiera encontrado mucha menos gente). Pero no andaba muy sobrado de agua, y el sol ya comenzaba a picar, así que mejor no jugármela…
ALOJAMIENTO: CASA DE ZIDANE
Al llegar a Rum, a eso de las 10h, estaba contentísimo. Una vez en casa de Zidane, recuperé mi mochila grande. Y antes de marcharme le comenté que había decidido pasar la noche en el pueblo. Pero su respuesta me dejó sin palabras: me podía quedar gratis en su casa, en la habitación donde los grupos de turistas dejaban las mochilas. Que estaba equipada con una cama como las de las Haimas del desierto, con colchón individual y un edredón para taparme.
Qué hombre tan amable… Un magnífico ejemplo de la legendaria hospitalidad beduina. Así que, por supuesto, acepté. Como sería la cosa que, al día siguiente, antes de continuar mi ruta, fui a despedirme de Zidane y le ofrecí dinero en agradecimiento. Pero no lo aceptó, diciéndome: «You’re my guest!». Y nos dimos la mano amigablemente. Una situación para el recuerdo…
Pero bueno, tras solventar de un plumazo el problema del alojamiento (en Rum no abundan las opciones), salí a la calle con ganas de explorar el pueblo.
DÍA DE RELAX EN RUM
Rum es una aldea minúscula, que hace honor a su apelativo de Puerta del Desierto. Vas caminando por la calle principal, asfaltada y flanqueada por viviendas de una planta; y poco a poco el asfalto se va cubriendo de arena hasta que desaparece y comienza el desierto. Su ubicación es espectacular, al pie de unas enormes montañas, con el desierto extendiéndose hasta el infinito.
Eso sí, en el pueblo no hay mucho que ver. Y tras un breve paseo, acabé en la tienda donde el día anterior había comprado provisiones. Cuyo propietario «casualmente» resultó ser hermano de Zidane. Allí me compré una chocolatina y una Coke, para complementar el desayuno de la mañana.
A continuación, me senté a leer en la única mesa de la terraza de un local de fast food. Y continué ingiriendo líquidos (té y un Seven Up), rodeado de niños que jugaban descalzos y de vez en cuando me venían a incordiar. Pasado un rato caminé hasta las afueras del pueblo, y me senté a la sombra apoyado en una pared de roca. Desde allí, el paisaje era incomparable, con montañas, dromedarios, escenas de la vida cotidiana… De vez en cuando aparecía algún lugareño curioso, con el que intercambiaba unas palabras.
Para comer decidí regresar al local de fast food, y me senté en el interior, pues el sol apretaba con fuerza y el calor era asfixiante. El dueño me trató genial, y comí un Falafel acompañado de un Seven Up, por 1,25D. Alucinante. Mucho mejor este lugar que un popular restaurante ubicado en la entrada del pueblo, con una enorme terraza preparada para grupos organizados.
Tras llenar el estómago, volví a las afueras de Rum y subí hasta una roca elevada, desde donde podía divisar una increíble panorámica: las casas, enormes moles de piedra, el desierto de fondo… Y según iba atardeciendo, los colores se iban haciendo cada vez más intensos, creando una gran atmósfera. Mientras, me dediqué a leer, sacar fotos, y contemplar el espectáculo. Desde allí también pude ver la forma en que muchos grupos de turistas visitaban el Wadi Rum. De repente aparecía un autobús; paraba en la salida del pueblo; bajaban los turistas; sacaban cuatro fotos; y partían de regreso al hotel. Sorprendente… En fin, allí estuve hasta que el sol se ocultó tras las montañas.
Para acabar el día, acudí por última vez a la tienda de comestibles. Y me compré dos chocolatinas y dos zumos pequeños, que engullí en mi habitación a modo de improvisada cena. A continuación, me estiré a dormir, rodeado de las mochilas de otros turistas que en esos momentos pasaban la noche en el desierto. Eso sí, no faltaron ruidos de todo tipo: fuegos artificiales (desconozco qué se celebraba); viento huracanado; y gatos saltando sobre el tejado metálico de la casa. Pero como estaba cansado, volvía a quedarme dormido en cuestión de segundos.
CONCLUSIÓN
El desierto de Wadi Rum es un lugar fascinante que no te puedes perder. Para visitar con calma los diferentes lugares de interés te recomiendo una estancia mínima de 2 días, pasando al menos una noche en un campamento Bereber. Pero con tiempo disponible, las opciones son ilimitadas, y no es difícil organizar una expedición de varias jornadas. El medio de transporte ideal es el 4×4, que podrás combinar con excursiones a pie. Ya se que viajar en camello suena más romántico, pero tras unas horas balanceándote sobre la joroba de uno de estos animales, te arrepentirás de no haber contratado un paseo corto.
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Comentarios
2 ComentariosMarian
Sep 20, 2022Tu crees que es una locura ir en enero? No podemos sacar los 10-11 días más que a ppios de enero.
Ganas De Mundo
Sep 25, 2022Hola, no es la época ideal para visitar la zona del desierto, pero en los últimos años el clima es mucho menos predecible que antes. Llevad ropa de abrigo si vais a pasar alguna noche en el Wadi Rum y ya está. Os va a encantar. Un abrazo!