Un alojamiento espectacular al pie de un valle perdido, lleno de fauna sorprendente, y con todo lujo de atenciones
La Reserva de Vohimana es un proyecto de ecoturismo creado en el año 2001 por la ONG malgache L’Homme et l’Environnement. Con la intención de conservar el entorno, y al mismo tiempo generar ingresos para la comunidad local. La reserva cubre 21km2 de zona selvática con una biodiversidad espectacular, que hubiera desaparecido hace años de no ser por los esfuerzos de esta gente. Y se visita desde la población de Ambavaniasy.
En Vohimana viven varios tipos de lemur, entre ellos el Indri. Pero son difíciles de ver (excepto las especies nocturnas). A cambio, esta reserva es un paraíso para los amantes de los camaleones, las ranas, y los insectos curiosos. Aquí pude encontrar dos de las especies de camaleón que más ganas tenía de ver. Y disfruté de paisajes de postal, alojado en medio de la selva, mientras me trataban a cuerpo de rey.
VIAJE ANDASIBE – AMBAVANIASY
Después de visitar los parques de Andasibe y Mitsinjo, tocaba continuar la ruta hacia el este de Madagascar. Desde el cruce con la carretera a Andasibe, tan solo hay 10km hasta la población de Ambavaniasy. Pero es complicado encontrar un Taxi Brousse con asientos disponibles, ya que casi todos pasan llenos, cubriendo el trayecto Antananaribo-Toamasina. Por suerte, cuando llegué había varios vehículos que habían parado a comer. Así que fui preguntando a la gente. Y tras esperar un rato y vivir momentos de incertidumbre, al final me aceptaron en uno. Eso sí, tuve que pagarle 5.000 Ar al conductor por el «favor» (algo más de la cuenta).
El Taxi Brousse avanzó a muy buen ritmo, mientras yo acababa de decidir si visitaba Vohimana o continuaba hacia el este. No lo tenía claro. Y cuando descubrí que ya estábamos dejando atrás Ambavaniasy, estuve a punto de no decir nada, y seguir el trayecto. Pero al final decidí avisar al conductor, bajé del vehículo, y caminé hasta el centro del pueblo. Menos mal, porque me hubiera perdido una experiencia única…
Ambavaniasy es una población de escaso interés, habitada por la etnia Betsimisaraka, donde se encuentran las oficinas de L’Homme et L’Environnement. Y la verdad es que me planté allí un poco a las bravas. Mis guías de viaje recomendaban contactar con la ONG con antelación, para poder organizar el alojamiento y las comidas, ya que es un lugar muy poco visitado. Y yo en cambio me limité a enviar un correo electrónico el día anterior, sin saber si había llegado a su destino, o si me habían contestado. Así que cuando localicé la casa de madera que hacía las veces de oficinas y Centro de Visitantes, entré esperándome cualquier cosa.
Allí me recibió Gagah, un chaval que trabajaba como guía local, y se encargaría de mí durante mi estancia. Pagué la entrada a la reserva (10.000 Ar). Y nos pusimos en marcha, porque el alojamiento (a falta de vehículo) está ubicado a unos 45 minutos a pie desde Ambavaniasy.
El trayecto fue exigente, caminando bajo un sol de justicia, casi siempre cuesta arriba, y cargado con mis mochilas. Durante un tramo seguimos la vía del tren, por donde transitaba algún que otro lugareño. También me tuve que descalzar para atravesar un par de ríos (se me da fatal, y siempre me hago daño con las piedras del fondo). E incluso encontramos una serpiente amarilla de dimensiones más que correctas. Nada más llegar, Gagah me indicó el lugar donde pasaría la noche.
ALOJAMIENTO: LE RELAIS DU NATURALISTE – 11.000 Ar/Noche
*Puntos a favor: bungalow de madera muy espacioso, con capacidad para 4 personas; cama doble con mosquitera; mesita para escribir; ubicación espectacular, junto al frondoso valle de Vohimana, con una panorámica alucinante de la selva; tranquilidad total por la noche, con el sonido relajante del río y los insectos; precio (una auténtica ganga); personal atento y servicial.
*Puntos en contra: sin corriente eléctrica (aunque a cambio me dejaron en la habitación una vela y un encendedor); lavabo exterior.
Una vez instalado en mi bungalow, Gagah me llevó a dar un pequeño paseo por los alrededores, antes de que oscureciera. Bajamos al río, y caminamos hasta un punto donde había una especie de tobogán natural por donde corría el agua. Aunque no había suficiente para lanzarse a utilizarlo. A nuestro alrededor, selva por todas partes, y vegetación exótica, como alguna planta epífita creciendo sobre el tronco de los árboles, o piñas salvajes.
En cuanto a fauna, encontramos un pequeño camaleón con apéndice nasal, como los que ya había visto (aunque son realmente graciosos y no me canso de hacerles fotos); una rana extrañísima, que dormía sobre una hoja; dos especies enormes de Mantis Religiosa; una oruga de vivos colores; un saltamontes… Buen aperitivo.
De regreso en el alojamiento, me quedé un rato en el exterior, contemplando las vistas, totalmente solo. Mientras, dos geckos correteaban persiguiéndose; un insecto palo de color verde caminaba por el suelo… Un auténtico paraíso, a no ser que se te den asco los bichos, porque hay por todas partes. A mí, mientras no sean cucarachas…
CIRCUITO NOCTURNO
Cuando se hizo de noche, me reuní con Gagah para explorar de nuevo los alrededores, esta vez equipados con linterna frontal. Era algo molesto, porque la zona estaba llena de polillas que, atraídas por la luz, no paraban de lanzarse a mi cara. Pero a cambio disfruté durante 2 horas de un auténtico festival de fauna, con seres a cual más asombroso.
Gagah me enseñó 3 especies diferentes de gigantescos Insectos Palo; grillos enormes de formas extraterrestres; una polilla como mi puño de grande, que bebía néctar de una flor, y se le iluminaban los ojos con el flash de mi cámara; una libélula rarísima… Al margen de los insectos, descubrimos dos especies distintas de ranas arborícolas, subidas en las ramas; un Uroplatus; una salamanquesa… No daba crédito a lo que veía…
Durante buena parte del paseo, nos siguió un simpático Dwarf Lemur, que no parecía asustado ante la presencia humana, y nos observaba desde las copas de los árboles. No ocurrió igual con un Mouse Lemur, que salió pitando nada más vernos. Aunque el plato fuerte de la noche fue nuestro encuentro con una especie de camaleón muy difícil de ver en cualquier otro lugar: el Calumma Gallus (Blade Chameleon en inglés), con su espectacular nariz alargada, como si fuera una espada o lanza. Eso sí, mucho más pequeño de lo que me esperaba, con apenas 10 centímetros de longitud. Pero estuvo genial poder examinar en directo uno de estos curiosos seres.
La verdad es que el tiempo pasó volando, con sorpresas constantes. No paré de alucinar. Pero tocó regresar al alojamiento.
UNA CENA GENIAL
Al no haber reservado con suficiente antelación, uno de mis temores era que no hubiera comida en el alojamiento. Porque yo no llevaba absolutamente nada comestible en mi mochila. Pero bueno, opté por dejarme llevar y encomendarme a la suerte. Y no me falló (quizás porque me debía más de una tras tantas jornadas de lluvia).
Junto a la cocina había una terraza exterior cubierta, y me senté en una de las mesas. Y de repente aparecieron un cocinero y una camarera que me atendieron de lujo. Para empezar, ensalada de lechuga y tomate, con un huevo duro y una vinagreta exquisita. De segundo, un plato de arroz con un muslo de pollo, acompañado de salsa de tomate y cebolla. De postre, dos mangos. Y para beber, una botella de agua grande. Todo delicioso. Por tan solo 13.000 Ar (¡4 euros!).
Además, antes de realizar el circuito nocturno, Gagah me preguntó si me gustaban los cangrejos. Y como mi cara de póquer debió ser importante, me llevó a la cocina y me enseñó a lo que se refería. Eran cangrejos de río, que habían pescado esa misma mañana, y todavía estaban vivos (habría una docena). Nunca había visto uno (eran como gambas, pero de gran tamaño, con pinzas y larguísimos bigotes). Según me contó Gagah, el sistema de captura es muy sencillo: untan con queso el extremo de un palo, lo meten en los espacios que hay entre las rocas, y los cangrejos agarran el palo atraídos por el olor. El caso es que decidí probarlos, y añadieron un par a mi plato de arroz con pollo (cortesía de la casa). Estaban riquísimos.
Vamos, que fue una cena memorable. Sentado en mi mesa, a la luz de las velas, con una atmósfera de tranquilidad absoluta, y rodeado de sombras entre las que se intuía la silueta de los árboles. Digno colofón a una gran jornada.
SEGUNDO DÍA EXPLORANDO VOHIMANA
A la mañana siguiente me levanté muy temprano, tras una noche apacible que, curiosamente, se vio interrumpida durante unos segundos por el estruendo de un tren circulando a escasa distancia. A continuación, me senté en la misma mesa de la cena para desayunar. Cayeron 4 trozos de pan con mermelada y mantequilla; y dos tazas de café con leche. Justo lo que necesitaba. Precio: 5.000 Ar. A mi alrededor, el día comenzaba con sol radiante, y un cielo azul impecable.
Tras el desayuno, Gagah y yo nos pusimos en marcha para un nuevo recorrido por las selvas de Vohimana. Esta vez realizamos el Circuit La Cascade (o Ny Riana en malgache), de 6,5km y unas 4 horas de duración. El comienzo no fue muy fotogénico, pues nos limitamos a ganar altura a buen ritmo, siguiendo la pista de grava que utilizan los vehículos de la mina de níquel y cobalto de Ambatovy (ubicada cerca de Moramanga). Aunque pude contemplar buenas vistas del valle de Vohimana, con espectaculares panorámicas de bosque primario. Y en la distancia se escuchaba el característico aullido de los Indri.
Después continuamos por un prado donde Gagah encontró una boa de color oscuro, bastante grande, que tomaba el sol ajena a nuestra presencia. Y nos adentramos en la selva, para continuar el ascenso. En este tramo me tuve que emplear a fondo: el calor era sofocante, y no paré de sudar (acabé empapado); y a cada momento se me pegaban a la cara telarañas que bloqueaban el sendero.
La recompensa al esfuerzo fue alcanzar la Grande Cascade. Un salto de agua de unos 10 metros de altura, que por ser la estación seca bajaba algo escaso. Pero se agradeció parar un rato a descansar, junto al frescor del río, rodeado de palmeras y espesa vegetación. Además, la zona estaba llena de diferentes especies de ranas de gran colorido, y pude fotografiar a bastantes tomando el sol sobre las rocas. Y encontré una araña gigantesca, que descansaba en su tela a la espera de alguna presa. Más tarde, emprendimos el regreso al alojamiento. De camino, un par de insectos curiosos; vistas de alguna colina pelada víctima de la deforestación; y fotos junto al río.
Hasta que Gagah divisó sobre la rama de un árbol otra especie de camaleón que ya hacía días que me moría por ver: un imponente Camaleón de Parson macho (de momento había visto una hembra, y un ejemplar joven, pero no un adulto). Se trata de uno de los camaleones más grandes del mundo, con una longitud de medio metro, y un peso alrededor de los 700 gramos. Un auténtico mastodonte. El que vi era de color verde intenso, con los ojos naranjas. Y lucía una especie de casco, con un apéndice nasal, y una cola larguísima. No me cansé de observar y fotografiar a este ser alucinante. Sin duda, fue uno de los momentos estrella del viaje.
REGRESO A AMBAVANIASY
De vuelta en el alojamiento, me tocó preparar mis mochilas y caminar junto a Gagah hasta Ambavaniasy, siguiendo el mismo camino que a la ida. Una vez en el pueblo, me pasé un momento por la Maison des Femmes, una pequeña tienda donde había a la venta diferentes productos que fabrican las mujeres de una cooperativa local. Pude ver tarros de confitura de frutas exóticas, tejidos, collares y pulseras de cuentas… Y al final compré un frasco de aceite esencial de plantas para regalar (10.000 Ar). De paso, colaboraba con una buena causa.
En las oficinas de la reserva, Gagah me preparó la cuenta, y me sorprendió que por sus servicios de guía solo me cobró 32.000 Ar. Me quedé de piedra, teniendo en cuenta que por un solo día en Ranomafana tuve que pagar 90.000 Ar. Esto es lo que ocurre cuando uno se aleja de los circuitos turísticos. Pero bueno, como acabé más que satisfecho con el guía, le di 9.000 Ar más de propina. Y fuimos a una tienda, donde nos tomamos una Coke mientras charlábamos un rato.
La verdad es que me dio mucha pena tener que marcharme de Vohimana tan pronto, pues aun me faltaban zonas de la reserva por visitar. Y me hubiera encantado hacer otro Circuito Nocturno. Pero ya estaba en la recta final del viaje, y apenas me quedaba tiempo.
CONCLUSIÓN
La Reserva de Vohimana fue uno de los grandes hallazgos de mi ruta por Madagascar. Ofrece paisajes de postal; un alojamiento con una ubicación inmejorable; fauna exótica; y la posibilidad de colaborar con un interesante proyecto local de ecoturismo. Y todo a precios realmente económicos. Recomiendo pasar un mínimo de dos noches en la reserva. De esta forma tendrás tiempo suficiente para recorrer sus senderos, y disfrutar de la atmósfera, alejado de los grupos de turistas que invaden otras partes del país.
Si te gustó el post, dale al like (el corazón que hay en la parte superior), deja un comentario con tu opinión, y sígueme en redes sociales