Una aldea en el desierto habitada por mujeres vestidas con chador blanco, entre dunas de arena, lagos salados y antiguas construcciones olvidadas
Varzaneh es una tranquila población situada en pleno desierto Dasht-e Kavir. Un lugar encantador donde se conservan viejas tradiciones ya desaparecidas en la mayor parte del país. Constituye una buena base desde la que explorar diferentes atracciones turísticas, como las ruinas de un antiguo caravanserai, montañas de origen volcánico, dunas de arena o un lago salado. Con diferentes casas de huéspedes gestionadas por familias locales para alojarte y probar platos típicos de la gastronomía iraní. Además, Varzaneh es una buena oportunidad para tomarse un respiro entre las visitas a las ciudades históricas de Isfahan y Yazd, cargadas de monumentos.
VIAJE ISFAHAN – VARZANEH
Tras un buen desayuno en el Orchid Hotel, me puse en marcha hacia mi siguiente destino. En primer lugar, pedí un taxi en la recepción para viajar hasta la estación de minibuses de Jey, ubicada unos kilómetros al este de Isfahan. Aunque una chica muy amable me consiguió algo mejor: un coche que formaba parte de una especie de Uber local, y me salió mucho más barato (solo 5milT). Una vez en la estación, el minibús que tenía que coger ya se estaba marchando. Pero un simpático empleado corrió a detenerlo para que pudiera subir, y así no perdí ni un segundo. Dos muestras más de la increíble hospitalidad iraní.
El trayecto duró alrededor de 2 horas. Fui sentado en un asiento individual, con poco espacio para las piernas. Y a través de mi ventana contemplé llanuras interminables con montañas de fondo, y alguna pequeña población. Mientras, el vehículo iba parando para que subieran y bajaran pasajeros. Al llegar a Varzaneh, el conductor me indicó el camino hasta mi alojamiento, y lo encontré sin problemas.
ALOJAMIENTO: NEGAAR VARZANEH TRADITIONAL GUESTHOUSE – 50milT/Noche
*Puntos a favor: habitación enorme, para 4 personas; cama doble muy cómoda; baño privado impecable; ubicación en una calle tranquila, pero a escasos metros del centro; limpieza extrema (mi habitación estaba en un anexo de la casa recién construido); dueño (Mohammad) simpático y parlanchín; patio interior con divanes para sentarse a descansar y conocer gente; precio.
*Puntos en contra: ninguno.
Por lo visto había una enorme competencia entre las guesthouses de Varzaneh. Algo que pude comprobar en dos ocasiones:
1. Durante el trayecto en minibús el conductor me pasó su móvil, y escuché la voz de un hombre que en un inglés rudimentario me preguntaba si ya tenía reserva en el pueblo. Yo no sabía si era de mi guesthouse o no, y dudé unos segundos, pero al final le di largas. Buen sistema para conseguir clientes…
2. Al bajar del minibús, un grupo de críos bien entrenados se acercaron y me ofrecieron llevarme a una guesthouse.
El caso es que ya había realizado una reserva en Negaar Varzaneh desde España, a través de la página web de la guesthouse, así que no hubo margen de maniobra.
DESCUBRIENDO VARZANEH
Una vez instalado en mi habitación, salí a dar un paseo por el casco antiguo del pueblo. Las casas tenían un estilo muy peculiar, construidas de ladrillo, con tejados ondulados, chimeneas estrechas y alargadas, y puertas de madera. También pasé junto a una zona en ruinas, con montañas de escombros de las que emergían arcos y torres en precario equilibrio. Y por todas partes, gatos callejeros campando a sus anchas.
Y qué decir de los habitantes de Varzaneh… Los ancianos me saludaban al pasar, y alguno incluso se acercó para darme la mano e intercambiar unas palabras en un inglés muy básico. Y los chavales posaban ante mi cámara y se morían de risa cuando les enseñaba las fotos. De vez en cuando pasaba una moto con 3 y hasta 4 miembros de una misma familia. O alguna señora en chador, caminando en silencio. Me lo pasé genial, a pesar del calor que hacía.
A continuación dejé atrás el casco antiguo y me dirigí hacia los alrededores del río Zayandeh, que a su paso por Varzaneh sí tenía agua (no como en Isfahan). Aquí la principal atracción es el Puente Antiguo, construido durante la Dinastía Selyúcida, hace cientos de años. Sus arcos se reflejaban en las aguas del río, que parecía un espejo, creando imágenes muy fotogénicas. Y junto a la orilla pude ver barcas a pedales con forma de cisne, a la espera de algún cliente. Eso sí, también había unos mosquitos muy raros que me picaron un par de veces y hacían bastante daño.
La zona del río está ubicada en la parte moderna del pueblo, junto a una carretera de 4 carriles, y rodeada de edificios sin gracia. De camino pasé por una Torre de Palomas cuyo interior se podía visitar. Pero la puerta estaba cerrada y me pareció excesivamente restaurada, así que continué mi camino.
UNA MEZQUITA RODEADA DE ESPECTROS
Sin duda la visita estrella de Varzaneh es su mezquita, Masjed-e Jameh. Construida en ladrillo hace 600 años, tiene un minarete de forma cilíndrica y una cúpula, que se ven desde cualquier rincón del pueblo. Y una entrada principal cubierta de azulejos, con motivos geométricos e inscripciones caligráficas. A nivel arquitectónico no está mal, pero queda lejos de las maravillas que puedes visitar en Isfahan. Lo que hace especial a esta mezquita es ver acudir a los habitantes del pueblo a alguna de las tres oraciones diarias que se celebran. Y a ser posible, a la que tiene lugar los viernes a mediodía (la más importante de la semana). Casualidades de la vida, mi primer día en Varzaneh coincidió con un viernes.
Media hora antes de las 12h, ya estaba preparado junto a la entrada. Y poco a poco aparecieron en la distancia figuras humanas cubiertas con sábanas blancas. Porque en Varzaneh es costumbre que las mujeres vistan chador blanco en lugar del habitual de color negro. El efecto era increíble. Parecían fantasmas, desplazándose lentamente hacia la mezquita, en contraste con los muros de piedra naranja. También se podía ver algún chador negro, y niñas con pañuelos de colores en el pelo. Por respeto no saqué todas las fotos que hubiera querido, pero fue una gran experiencia. Cuando estaba a punto de comenzar la oración, la atmósfera era frenética, y llegaban motos sin parar con más gente.
Durante la oración, pude entrar en la mezquita sin problema. Y fotografiar a los hombres del pueblo, sentados en el patio exterior (la sala era minúscula), mientras el Imán recitaba sus plegarias. Una nueva muestra de la tolerancia extrema del islamismo chiíta. Por allí había un grupo de chavales vestidos con uniforme militar, con los que estuve bromeando un rato. Y fueron incontables los saludos que recibí.
Cuando acabó la misa, toda la gente salió de golpe de la mezquita. Yo me situé cerca de una puerta secundaria por donde entraban y salían las mujeres, y pude sacar buenas fotos. Un auténtico ejército de sábanas blancas en movimiento, que en cuestión de segundos se dispersó por el pueblo camino de sus casas, creando imágenes para el recuerdo. Durante mi estancia en Varzaneh me acerqué a ver otras misas, pero ninguna fue como la del viernes.
TARDE DE RELAX
Tras el gran momento vivido, busqué un sitio para picar algo. Era día festivo, pero por suerte encontré una tienda abierta. Compré una bolsa de Cheetos y una lata de Mirinda (2,5milT). Y me senté en un portal a la sombra, mientras veía a la gente pasar.
A continuación, seguí paseando por el casco antiguo, aprovechando que el sol perdía fuerza y la luz era cada vez más suave. Pero iba tan despistado que acabé perdido, y me costó encontrar el camino de regreso a la guesthouse. Surrealista, porque Varzaneh no destaca por sus grandes dimensiones. Ya en la guesthouse, subí a la terraza, y disfruté de una magnífica puesta de sol, con las siluetas de la cúpula y el minarete de la mezquita, y un cielo que parecía estar en llamas.
Mientras esperaba que sirvieran la cena, estuve un rato sentado en el patio interior. Allí charlé con un ayudante de la guesthouse, estudiante de ingeniería, con un inglés muy correcto. El chaval fue realmente atento, y me trajo un par de tazas de chai que sentaron genial, porque cada vez hacía más frío. A mi alrededor la tranquilidad era total, con muy pocos huéspedes… ¡y sin grupos de chinos!
CENA TRADICIONAL
Para cenar en la guesthouse era necesario avisar con antelación. La encargada de cocinar era la madre de Mohammad. Y cada noche preparaba un plato tradicional distinto, sin posibilidad de elegir (lo cual para mí ya estaba bien). El lugar: una sala interior, donde todo el mundo se sentaba en el suelo, sobre una alfombra, alrededor de la comida. Gran idea, porque permitía socializar y conocer gente.
Mi primera cena consistió en Abgoosht (también conocido como Dizi). Se trata de un plato muy popular cuyos ingredientes se cocinan a la vez, pero se sirven en dos partes. Por un lado el caldo, en el que se ponen trozos de pan crujiente. Y por otro una pasta de carne de cordero, mezclada con patata, cebolla, judías, y otros ingredientes, y acompañada con pan normal. Estaba delicioso, aunque la ración me supo a poco y de buena gana hubiera repetido. Para beber, una soda de frambuesa. No me puedo quejar, teniendo en cuenta el precio (solo 15milT).
Mohammad hizo de maestro de ceremonias, y llevó en todo momento el ritmo de la conversación, explicando historias y anécdotas. ¡Incluso nos cantó algún tema! Junto a mí había una pareja iraní, otra belga/alemana, una chica de Sydney, y Alex (un chaval alemán que trabajaba en la guesthouse como ayudante a cambio de alojamiento y comida). Un ambiente muy cosmopolita, como a mí me gusta.
Tras un buen rato de charla, me fui a mi habitación, donde disfruté de una noche de calma total. Algo que agradecí después del ruido de Isfahan.
MORNING TOUR
Al día siguiente, la jornada comenzó con un madrugón tremendo. Mi alarma sonó a las 4.30h, y a las 5h ya estaba preparado en el patio. Con chaqueta y camiseta de manga larga, porque hacía un frío importante. La idea era realizar una excursión organizada por la guesthouse, y visitar algunos de los lugares de interés que hay en los alrededores de Varzaneh. La excursión incluía coche con conductor; guía (Alex); y desayuno. Precio: 150milT por vehículo. Por suerte, también se apuntó la pareja belga/alemana, y me salió por tan solo 50milT.
El recorrido duró unas 5 horas, y estas fueron las paradas:
1. Amanecer en el desierto: el sitio elegido fue un antiguo Caravanserai ubicado a 60km de Varzaneh. Tardamos casi una hora en llegar, siguiendo una rama de la Ruta de la Seda, mientras charlábamos animadamente. El problema fue que apuramos demasiado, y poco antes de llegar al Caravanserai tuvimos que bajar del coche a toda prisa, porque el sol ya comenzaba a aparecer en el horizonte. Por suerte pude sacar buenas fotos, con el sol perfectamente definido en un cielo de color naranja, junto a la silueta oscura del Caravanserai. Y eso que era bastante escéptico (en general me gustan mucho más las puestas de sol).
Más tarde, subimos al tejado del Caravanserai, y entre Alex y el conductor prepararon el desayuno, sobre una alfombra extendida en el suelo. Había ensalada de pepino y tomate; pan con mermelada (de zanahoria, deliciosa) y queso; y té. La verdad es que sentó de maravilla. A pesar del tremendo frío que hacía. Tras llenar el estómago, exploramos el Caravanserai, que todavía conserva arcos y cúpulas en buen estado, bañadas por los primeros rayos de sol. A nuestro alrededor se extendían llanuras solitarias con pequeñas montañas de fondo. El Caravanserai es conocido como Rabbit Castle, porque hubo una época en la que estuvo completamente abandonado, y los conejos se adueñaron de cada rincón.
2. Manantial de agua: un pequeño estanque de forma circular, situado junto a la carretera, sin más historia.
3. Black Mountain: se trata de un volcán cubierto de rocas de color negro. Subimos hasta su cima, por un sendero que no entrañaba ninguna dificultad. Y desde allí contemplamos el paisaje: el humedal de Gavkhouni, que estaba muy seco y por tanto no había flamencos (suelen visitar el lugar en otra época del año); y el cráter del volcán.
4. Río Zayandeh: nos detuvimos unos minutos en un punto donde el río formaba una pequeña cascada, muy fotogénica.
5. Ox-well: un pozo de agua tradicional, operado por un buey. El animal era enorme, de una raza conocida como Zaboli, casi tan alto como yo. Caminaba arriba y abajo por un recinto, tirando de una cuerda amarrada a su chepa, mientras sacaba cubos de agua destinada a regar los campos de cultivo de los alrededores. La gracia era que solo caminaba si su dueño (un abuelete) cantaba una canción. Cualquier otra persona que tratara de moverle (cantando o no), se encontraba con una férrea oposición. No aceptaba ni siquiera la voz grabada de su dueño (ya lo habían probado y no funcionó). La visita costó 50milT por persona (no incluida), y me invitaron a un par de tazas de chai.
El abuelete me permitió acariciar al buey y fotografiarme junto a él. Por lo menos un respiro para el pobre, condenado a trabajar sin parar durante interminables jornadas.
Regresamos a la guesthouse a las 10h. Y hasta la siguiente excursión me tomé las cosas con calma. Desayuné otra vez; me senté en el patio a charlar con la pareja belga/alemana (conectamos muy bien); me acerqué a la mezquita durante la oración del mediodía; y me eché una siesta en mi habitación.
AFTERNOON TOUR
A las 15h comenzó otra salida que organizaba la guesthouse para continuar explorando los alrededores de Varzaneh. Esta vez había más huéspedes, así que partimos en dos coches. Yo iba en uno conducido por el padre de Mohammad, con una pareja portuguesa (Joao y Ana, que tuvieron una discusión tremenda durante el trayecto inicial); y una chica búlgara que había vivido 6 años en Barcelona. Así que pagué 35milT (menos todavía que por la mañana), ya que el precio por vehículo era de 140milT. La ruta duró algo más de 4 horas, y estas fueron las visitas:
1. Atashgah (o Templo de Fuego): una construcción relacionada con el Zoroastrismo (religión anterior al Islam, que explico con más detalle en el post dedicado a Yadz). Al igual que el templo que visité en los alrededores de Isfahan, me pareció excesivamente moderno. Y pronto desvié mi atención hacia una resquebrajada Torre de Palomas ubicada junto a la orilla del río Zayandeh, con su silueta reflejada en las aguas.
2. Lago Salado: en mi opinión el plato fuerte de la tarde. Tras pagar una entrada de 50milT por persona (no incluida en la excursión), el coche nos dejó en una extensa llanura. Se trata del fondo de un lago cuyas aguas se evaporaron hace mucho tiempo. Y en su lugar ha quedado una capa de sal de unos 20cm de espesor, formando curiosos relieves por la acción del viento. Hay una parte del lago que se explota para la obtención de sal, pero la zona donde estábamos se encontraba intacta.
A continuación nos acercamos a otro punto donde había una charca con un lodo de color blanco, rodeada de pequeños montículos de sal. El paisaje era irreal, como estar en otro planeta. Y por supuesto, no pude resistir la tentación de meter los pies en el agua, y caminar por aquel terreno de textura extraña. Me encantó el lugar.
3. Dunas de Arena: rumbo al Lago Salado atravesamos un desierto lleno de enormes dunas que creaban imágenes de postal. Pero había prisa y no nos detuvimos a hacer alguna foto. Una pena, porque cuando regresamos el cielo estaba nublado y las fotos ya no quedaban tan espectaculares. Tras una intensa caminata, durante la que fui charlando con la chica búlgara, llegamos a la parte superior de una de las dunas, y nos sentamos a contemplar las vistas. Por suerte minutos después el sol apareció de entre las nubes unos instantes y se ocultó en el horizonte.
4. Observación de estrellas: de regreso en el coche, Alex, la chica búlgara y yo nos sentamos en el suelo a tomar chai y esperar que se hiciera de noche, para ver las estrellas. Pero había luna llena y la luminosidad del cielo era excesiva, así que al cabo de un rato decidimos por unanimidad regresar a la guesthouse, porque no había nada que ver. El padre de Mohammad condujo a toda pastilla, recorriendo carreteras oscuras y llenas de baches. Pero llegamos sanos y salvos.
En general las excursiones del día estuvieron bien, pero les encontré una pega. Negaar Varzaneh está teniendo bastante éxito y Mohammad va desbordado de trabajo. Así que no se puede encargar personalmente de todo, y delega las excursiones en chavales extranjeros que acuden a la guesthouse a ayudar, a cambio de comida y alojamiento (como Alex). Resultado: muchas preguntas sobre los lugares que se visitan son contestadas con una cara de póquer, porque los chavales no conocen la zona. Aunque a su favor hay que decir que los precios son ridículamente económicos y compensan la superficialidad de las explicaciones. Además Alex me cayó genial.
SEGUNDA CENA TRADICIONAL
Tras ducharme y descansar un rato en mi habitación, me reuní en el comedor con el resto de huéspedes. Esta vez la madre de Mohammad había preparado Ghormeh Sabzi, otro plato típico iraní. Se trata de trozos de carne de cordero con una salsa de judías y verduras, acompañado de arroz blanco, hojas de menta y yogurt. Estaba riquísimo. Y esta vez acabé satisfecho con la cantidad. Porque la pareja portuguesa dejó intacta su ración y la repartimos entre el resto (habían dicho que eran vegetarianos, y Mohammad se olvidó). Para beber, soda de frambuesa.
Después de cenar, me quedé charlando un buen rato con Alex, Mohammad, la chica búlgara y la australiana. Me lo pasé genial. Solo hubieran faltado unas cervezas para añadir ambiente. Pero me reí mucho. Como cuando Mohammad tuvo que llamar a la puerta de la pareja portuguesa para decirles que se había cancelado su Morning Tour, después de equivocarse con su cena… Hilarante. Pero bueno, a eso de las 22h me fui a mi habitación.
UNA CIUDADELA ABANDONADA
Al día siguiente me levanté a una hora más normal, tras una noche realmente apacible. Y desayuné en el comedor, conversando con Alex y una chica de Singapur. A continuación, me preparé para la última excursión en Varzaneh: una visita a la Ciudadela de Ghoortan, con mil años de antigüedad. En este caso, la guesthouse se limitaba a conseguir un vehículo con conductor (sin guía) por 24milT. Pero como la pareja portuguesa (Joao y Ana) se había quedado sin Morning Tour, a última hora decidieron unirse a mí, y me salió por tan solo 8milT (¡ni siquiera 2 euros!).
El trayecto fue muy breve, ya que la ciudadela se encuentra 12km al oeste de Varzaneh, a orillas del río Zayandeh. Una vez allí, el conductor nos dio una hora para la visita. Así que me separé de los portugueses y comencé a explorar el recinto. La verdad es que la Ciudadela de Ghoortan es imponente. Está formada por una enorme muralla con 14 torres cilíndricas, en cuyo interior hay un conjunto de viviendas tradicionales, de techos ondulantes y puertas de madera. Muchas se encuentran en un estado de conservación ruinoso. Solo unas pocas estaban habitadas, con patios interiores donde había gallinas, o dos perros ladrando sin parar.
Para hacer fotos panorámicas busqué puntos elevados. Primero subí al tejado de una casa, con la ayuda de un lugareño. Y después conseguí acceder a la parte alta de la muralla, con vistas geniales del conjunto. Más tarde, deambulé en solitario entre paredes de adobe, subí a una torre en ruinas… Y acabé la visita en el exterior, contemplando la muralla, una Torre de Palomas cercana, y lugareños dedicados a sus tareas diarias. Una visita muy interesante, y sin otros turistas en los alrededores.
De regreso en Varzaneh, di un paseo de despedida por el pueblo en compañía de Alex (que ese día regresaba a Alemania). Y acabamos charlando en una heladería, con una tarrina de helado de azafrán (típico de la zona).
OTRAS OPCIONES
Varzaneh no es el único lugar del desierto Dasht-e Kavir donde es posible pasar unos días alejado de la ciudad. Las guías de viaje recomiendan otros, entre los que destacan:
1. Toudeshk: ubicado unos 40km al norte de Varzaneh. Es posible alojarse en la Tak-Taku Guesthouse, de ambiente familiar. Pero la población está demasiado cerca de la carretera principal. Y los lugares a visitar (los mismos que en Varzaneh) quedan más alejados.
2. Garmeh: todo el mundo habla maravillas de este lugar (Lonely Planet, los propios lugareños…). Está ubicado en un oasis cubierto de palmeras, y el alojamiento recomendado es una guesthouse llamada Ateshooni. Mi idea inicial era pasar un par de días aquí. Pero como los gasté durante mis visitas a Kashan e Isfahan, tuve que continuar la ruta. El único inconveniente de Garmeh es que está lejos de todo, y para llegar hay que invertir tiempo y dinero en un vehículo privado.
3. Farahzad: un asentamiento minúsculo situado al norte de Garmeh, aun más remoto. Solo hay un alojamiento disponible: el Barandaz Lodge, que recibe críticas muy positivas. Su gran punto fuerte es que está en una zona rodeada de dunas de arena, ofreciendo paisajes de película. Aunque a parte de eso, no hay nada más que hacer. Yo quería visitar este lugar, pero mis correos desde España fueron contestados con dos meses de retraso, diciéndome que no había habitaciones disponibles para las fechas elegidas, y tuve que cambiar de planes. Muy poco formales.
CONCLUSIÓN
Durante cualquier recorrido entre las ciudades de Isfahan y Yazd, considero muy recomendable parar un par de días en alguna de las aldeas tradicionales que salpican el desierto de Dasht-e Kavir. En ellas podrás conocer el Irán más auténtico, disfrutar del paisaje, y relacionarte con la población local. Yo solo puedo hablar de mi experiencia en Varzaneh, que a priori me parece el lugar que ofrece una oferta más variada. Pero el resto de alternativas tampoco pintan mal.
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