Un recorrido de 5 días por el Valle de los Asesinos, cruzando montañas solitarias, haciendo autoestop y alojándome en casas particulares
El Valle de Alamut es famoso por los Nizaríes, una secta religiosa que se estableció en la zona a finales del siglo XI, y creó una red de castillos inexpugnables desde los que plantó cara al Imperio Selyúcida. Esta secta contaba con un grupo de expertos guerreros llamados Fidaiyyin, que eran enviados en misiones especiales para acabar con la vida de sus enemigos. Aunque fruto de los relatos de Marco Polo y algunos Cruzados (con muchos toques de ficción) en Occidente son conocidos popularmente como los Asesinos. Actualmente el Valle de Alamut es una de las regiones más remotas de Irán, y adentrarse en ella es garantía de aventuras.
Yo decidí improvisar una ruta de 5 jornadas, combinando caminatas de montaña con tramos en coche (taxi privado o autoestop). Comencé en Qazvin y me fui adentrando en el valle, visitando los castillos de Lamiasar y Alamut, hasta llegar a la aldea de Maran. En total, más de 300km de recorrido que me proporcionaron momentos inolvidables.
VIAJE: QAZVIN – RAZMIYAN
Para llegar a Razmiyan tienes 3 opciones:
1. Autobús: hay uno diario, pero con salida a media mañana y un ritmo muy lento, lo cual provoca perder buena parte de la jornada.
2. Taxi compartido (Savari): todo depende de lo pronto que encuentres 3 compañeros de viaje, con una espera que puede durar unos minutos o varias horas.
3. Taxi privado (Dar Baste): el medio más rápido, pero también el más caro. Yo al final elegí esta opción, porque en la ruta que iba a realizar ya preveía suficientes emociones como para encima complicarme la vida desde el principio. Además en Irán cualquier precio equivale a unos pocos euros y es perfectamente asumible.
Conseguí el taxi a través del Taleghani Inn de Qazvin. En principio solo quería saber el precio aproximado del trayecto, pero el abuelete encargado de la recepción llamó por teléfono a un conocido (Yusef), negociamos y acabé contratando sus servicios, incluyendo un destino adicional. Por varios motivos: hablaba inglés; tenía buenas referencias; y aceptó una importante rebaja sobre su precio inicial (pagué 200milT). No pudimos cerrar el trato por teléfono porque se quedó sin batería, pero el hombre vino al hotel y acabamos de aclarar los detalles.
Quedamos al día siguiente a las 8h. Como siempre en estas excursiones, la hora previa estuve muy liado repartiendo mis cosas entre la mochila grande (que me llevaba) y la pequeña con diversas bolsas anexas (que dejé en el hotel hasta mi regreso). A continuación desayuné un plátano; bajé a la recepción, donde ya me esperaba Yusef; y nos pusimos en marcha.
De Qazvin a Razmiyan hay 54km de distancia. En la ciudad el cielo estaba algo nublado, aunque la previsión del tiempo no era mala. Pero al cabo de un rato conduciendo la niebla lo envolvió todo y de vez en cuando llovía con cierta intensidad. Yo reconozco que me temí lo peor: me había gastado el dinero en un taxi privado para nada. Menos mal que poco a poco la niebla comenzó a desaparecer, y al final todo quedó en un susto. Antes de llegar a Razmiyan me bajé del coche unos minutos para fotografiar un pueblo tradicional con casas de adobe.
LA SECTA DE LOS NIZARÍES
En el año 1088 apareció en el Valle de Alamut huyendo de sus enemigos Hassan Sabbah, conocido como el Viejo de la Montaña. Hassan era el líder espiritual de la secta de los Nizaríes, y buscaba un lugar seguro para establecer su cuartel general. Cuando vio el Castillo de Alamut decidió que este era el sitio ideal. Y dos años más tarde, tras una elaborada estrategia, logró hacerse con él. A partir de ese momento la secta comenzó a crecer, gracias a fieles que creían en la filosofía de los Nizaríes, y simpatizantes descontentos con el Imperio Selyúcida. Y tejieron una red de castillos en ubicaciones imposibles que se extendió por Siria y Persia.
A pesar de su clara inferioridad militar, los Nizaríes consiguieron ser independientes durante más de 150 años. En buena parte gracias a sus Fidaiyyin: un cuerpo de soldados que obedecían con fe ciega las órdenes de su maestro, y eran capaces de infiltrarse en territorio enemigo. Por este motivo los Selyúcidas les llamaban despectivamente Hashishins (se atribuía esa valentía al efecto del hachís), que derivó en la palabra Asesinos, por la que los Nizaríes han pasado a la posteridad.
La invasión de Persia por los Mongoles supuso el final de los Nizaríes. Y todo fue mucho menos épico de lo esperado: capturaron a su líder en 1256, y la mayoría de castillos se rindieron y fueron demolidos. En Siria aguantaron hasta 1273, cuando les derrotaron los Mamelucos.
EL CASTILLO DE LAMIASAR
Razmiyan es una moderna población de nulo interés turístico. Pero a 3km de allí se encuentran las ruinas del Castillo de Lamiasar, uno de los más importantes en tiempos de los Nizaríes. Esta fortaleza fue de las pocas que resistió hasta el final el empuje de las tropas mongolas; y solo una epidemia de cólera obligó a rendirse a sus habitantes tras un año de asedio.
Yusef detuvo el coche junto al sendero que conduce al castillo y se quedó esperándome. Yo venía prevenido y sabía lo que me iba a encontrar, pero si visitas Lamiasar esperando ver una espectacular construcción la decepción será mayúscula. Se trata de una montaña con algunas ruinas esparcidas y poco más, aunque el paisaje compensa con creces. El sendero pasa junto a un profundo barranco; y desde lo alto de la montaña (a la que se accede por varios tramos de escaleras metálicas) contemplé una gran panorámica de Razmiyan, rodeada de colinas onduladas de color rojizo. Además tuve el lugar para mí solo, disfrutando de una gran atmósfera. Eso sí, de vez en cuando salían de entre la maleza grupos de pájaros que me pegaban unos sustos tremendos.
De nuevo en el taxi, continuamos hasta el siguiente destino del día: la aldea de Andej, situada a 58km de distancia. De camino paramos en un mirador con unas vistas geniales del río Shahrud rodeado de verdes arrozales y viviendas. Y cruzamos Mo’allem Kalayeh, la principal población del Valle de Alamut, con hoteles y numerosos comercios, pero sin interés. Aquí aproveché para comprar víveres en una pequeña tienda, y pan lavash en una panadería (42milT), porque había salido de Qazvin sin nada. La carretera fue un festival de curvas, subidas y bajadas, con agujeros y pedruscos sueltos. Y en un par de ocasiones pasamos junto a rebaños de cabras.
En cuanto a Yusef, su comportamiento dejó mucho que desear y no recomiendo sus servicios. Era evidente que estaba enfadado por tener que realizar el trayecto a un precio ajustado (¡como si yo le hubiera obligado!). Durante el viaje casi no abrió la boca, y mis comentarios para llenar el silencio eran respondidos con monosílabos hasta que yo también dejé de hablar.
Pero lo peor ocurrió al final: para llegar a Andej tomó una ruta diferente a la que yo había previsto, y tardé unos minutos en ubicarme. Durante ese tiempo Yusef intentó que me bajara en un sitio diferente al acordado para ahorrarse kilómetros. Y como me mantuve firme y le hice continuar, iba indignadísimo. Una situación muy incómoda. Así que me despedí de él dándole el dinero acordado (ni un Rial de más); y hasta nunca.
ENTRE CAÑONES DE PIEDRA ROJA
El segundo lugar de interés de la jornada eran una serie de cañones ubicados en las afueras de Andej, a lo largo del Valle de Rood. Para explorarlos Yusef me dejó en el último y volví caminando hasta el pueblo (¡él quería dejarme en el primero!). En este cañón pude adentrarme bastante, siguiendo el cauce seco de un río y pasando junto a enormes paredes erosionadas por la acción del agua y el viento. En el cielo planeaba una pareja de águilas; y revoloteaban unos ruidosos pájaros negros que al posarse en el acantilado hacían caer piedras (parecía premeditado).
De regreso en la carretera contemplé el resto de cañones desde la distancia, con montañas afiladas; un río de aguas cristalinas; y árboles con hojas de color naranja al ser otoño. Mi cámara de fotos echaba humo. Durante el camino me crucé con varios perros de aspecto amenazante, pero logré continuar sin problemas. Unos acompañaban a un rebaño de ovejas con su dueño, y tras observarme decidieron dejarme en paz; un par aullaban desde la distancia (no sé si estaban atados); y un perro negro enorme se acercó a olisquearme, dando lugar a momentos de tensión, pero se marchó. Muchos tienen las orejas recortadas, para que cuando pelean ofrezcan menos puntos débiles, y dan auténtico miedo.
La caminata acabó en Andej, final de mi primera etapa. Ya eran las 15.30h y en menos de dos horas sería de noche, con lo cual tenía que moverme rápido.
UN IMPROVISADO COUCHSURFING
En el centro del pueblo había un montón de vecinos charlando. Yo pregunté dónde podía comer algo, pero por sus miradas deduje que no había ningún sitio disponible, hasta que una mujer (Masumeh) me dijo que la acompañara a su casa. Antes hice una foto de la reunión de vecinos. Pensé que me mandarían a paseo y para mi sorpresa posaron todos, incluida una graciosa abuelita que asomaba la cabeza por detrás.
En casa de Masumeh me descalcé, subimos al primer piso y nos sentamos en el suelo del comedor, junto a su madre y su prima. Allí comí dos platos de Ash (una sopa estilo cocido); pan lavash con queso; y té. Todo muy rico. Lo malo fue que las mujeres no hablaban inglés y no había cobertura para ayudarme con Internet, así que las confusiones eran constantes.
Tras llenar el estómago pregunté dónde podía plantar la tienda de campaña para pasar la noche. Como no entendía su respuesta, la prima llamó a un familiar de Teheran. Este me explicó que no era seguro dormir fuera por la presencia de animales salvajes y tenía dos opciones: la mezquita del pueblo (donde estaría a mi aire); o una habitación en casa de Masumeh (con posibilidades de más comida caliente). La verdad es que no sabía qué hacer. Quizás me ofrecía la habitación por compromiso (el dichoso Taarof) y en realidad era un marrón para ella, pero al final me quedé.
Antes de que oscureciera salí a la calle a dar una vuelta y hacer unas fotos. Andej es una aldea diminuta, de callejuelas embarradas y viviendas tradicionales con balcones de madera. Al verme, sus habitantes me saludaban sonrientes. Y hasta los perros se acercaban moviendo la cola en vez de ladrarme. Un lugar muy agradable. Pero pronto se hizo de noche y regresé a la casa. Al cabo de un rato apareció Mohsen, el marido de Masumeh, y me llamaron para que les acompañara a una cena familiar en otra vivienda.
De nuevo me senté en el suelo de un comedor con cojines y una alfombra, y empezó a aparecer gente. En total éramos 12 personas: 7 hombres y 5 mujeres (ellas lucían coloridos pañuelos en la cabeza). La gran suerte fue que un miembro de la familia (Alí) hablaba inglés bastante bien y pudo hacer de interprete, con lo cual la cena estuvo muy entretenida. El menú consistió en un plato de Kadu Galieh (una especialidad local) acompañado de arroz, yogurt, queso y pan lavash. Delicioso. De postre un cuenco con granadas (ya peladas) y otras frutas rarísimas. Y para rematar unos cuantos vasos de té. Durante la cena me llamaron por teléfono el familiar de Teherán y su mujer, invitándome a su casa en un futuro. Una familia encantadora.
El único que desentonaba un poco era Mohsen, que corregía todo el rato lo que hacía (cómo pelar fruta, cómo beber té…); pasaba de mis historias; e insistía en hablarme en farsi cuando no entendía nada.
Eso sí, entre lo despistado que soy y que no tenía ni idea de cómo actuar en una casa iraní, seguro que infringí decenas de normas sociales. De algunas me di cuenta, por ejemplo sentarme en la alfombra con los pantalones manchados de barro (no tenía otros); o preguntar a Alí por un tema que le puso en un compromiso (trabaja para el gobierno). En otras ya estaba Mohsen para hacérmelo ver, como llamar antes de entrar en una habitación. Pero seguro que hubo muchas más. En fin, imagino que no me lo tuvieron en cuenta… Tras la cena me despedí de todo el mundo con reverencias, alabando a la cocinera, y me fui con Masumeh y Mohsen.
Dormí en el suelo de la habitación, sobre una alfombra y unas sábanas. Masumeh me ofrecía una estufa de gas para calentarme, pero me supo mal y la rechacé. Así que me metí en mi saco de dormir, poniendo punto final a una intensa jornada.
DESPEDIDA DE ANDEJ
Al día siguiente me desperté tras una noche de sueño impecable. El silencio era total y dormí como un tronco. Tras vestirme y preparar la mochila, Mohsen me llamó al comedor y desayunamos junto a Masumeh. Allí comí pan lavash con mermelada y mantequilla; queso con pasta de nueces; huevos fritos; y té. Justo lo que necesitaba. Ya me empezaba a sentir mal con tantas atenciones, pero es que encima Masumeh me preparó una bolsa con pan, queso y fruta para el camino. No sabía qué decir… A continuación tocó despedirme. Ofrecer dinero me pareció de mal gusto; y no tenía nada para dar como regalo. Así que improvisé una nota en inglés con mis datos, agradeciéndoles su amabilidad e invitándoles a mi casa cuando quisieran. Al verla ellos también me dieron un papel con sus datos y nos dijimos adiós.
El plan del día era llegar hasta Gazor Khan, un pueblo conocido por estar a escasa distancia del Castillo de Alamut. Pero a diferencia de la práctica totalidad de turistas que lo visitan, yo decidí llegar cruzando a pie las montañas, siguiendo una ruta que encontré en maps.me. Los lugareños me dijeron durante la cena que era bastante dura y muy fácil perderse, aunque eso me animó todavía más. Sobre el papel eran 9,2km y 4,5 horas de caminata, así que tenía tiempo suficiente para solventar posibles problemas.
Mohsen salió conmigo de la casa y fuimos juntos hasta la salida de Andej. Yo pensaba que nuestros caminos coincidían, pero al final descubrí que el hombre me quería acompañar un tramo para que no me perdiera. La verdad es que me vino bien e incluso atajamos unos metros. Y no paraba de darme frutos que cogía de los arbustos. Aunque avanzaba a un ritmo tremendo y a los pocos minutos yo iba con el corazón a mil. Así que cuando llegamos a un mirador con una gran panorámica de Andej le dije que no hacía falta que continuara y nos despedimos al estilo iraní, con 3 besos en las mejillas.
Antes de marcharse Mohsen me hizo el último favor: cortó una rama y me fabricó un bastón para protegerme de dos peligros que me acechaban en las montañas: osos; y fuertes desniveles. Yo tenía mis bastones, pero el de Mohsen me ofreció más seguridad.
UNA RUTA ENDIABLADA
No tardé mucho en comprobar que Mohsen estaba en lo cierto:
*Osos: el sendero por el que avanzaba estaba embarrado y pude ver un montón de huellas, con su forma inconfundible. Además, según los expertos, en otoño es más fácil ver osos, porque se dedican a comer sin parar preparándose para hibernar. Y allí estaba yo, en otoño, y cruzando zonas de arbustos llenos de frutos (su comida favorita). Mohsen me dijo que si veía uno golpeara el palo contra una piedra y el ruido le asustaría. Pero vista mi experiencia con los perros… Reconozco que iba bastante cagado y emitía sonidos de vez en cuando para avisar de mi presencia y evitar encuentros sorpresa.
*Desniveles: si tienes pánico a las alturas no te recomiendo esta ruta. Porque el sendero es muy estrecho y en su mayor parte avanza a media montaña, con un profundo valle a un lado. Además hay piedras resbaladizas (y barro si ha llovido), y es necesario sortear varios cauces secos donde un paso en falso te envía al vacío. A mí las alturas me imponen y el camino me llevó al límite.
Por si lo anterior no era suficiente se añadieron nuevos obstáculos: el día amaneció muy nublado y en la cima de las montañas había una espesa niebla que impedía ver bien; en la segunda parte de la ruta el sendero desapareció y tuve que consultar a todas horas el mapa; el GPS funcionaba muy lento, creándome dudas constantes; y no me crucé con nadie, enfrentándome en solitario a todos los problemas.
Menos mal que el espectacular paisaje compensaba todas las adversidades: montañas ondulantes que me recordaban al Outback australiano; una imponente cascada cayendo desde muchos metros de altura; vegetación exótica; un enorme águila volando sobre mí… Esto me dio ánimos para seguir avanzando.
El camino acabó bajando hasta el río, y tras cruzarlo sin problema subió por el otro lado del valle rumbo a las alturas. Pronto me vi avanzando de nuevo junto a vertiginosos desniveles. Y llegué a un punto donde no me atreví a continuar, porque la ruta me llevaba por una estrecha cresta hasta una cima; el GPS se volvía loco y no era muy de fiar; y con la niebla no se veía qué había a continuación. Me gusta la aventura, pero esto ya era demasiado peligroso. Un resbalón y no me encuentran en semanas. Aunque las alternativas tampoco me seducían. Dar media vuelta era muy complicado, así que elegí la única opción que quedaba: bajar directo al fondo del valle y continuar por otra ruta que aparecía en maps.me.
Es difícil resumir en unas lineas lo que significó ese descenso, encarando una interminable pendiente por un terreno muy resbaladizo. Fueron tantos los momentos de nervios… Poniendo cada pie en el lugar adecuado; arrastrándome para poder hacer fuerza con las manos y evitar una caída; mojándome con el agua de un torrente; soportando el peso de mi mochila, que me hacía perder el equilibrio… Y con una gran duda flotando en el ambiente: ¿y si después de todo el esfuerzo llegaba a un punto donde era imposible continuar y quedaba allí atrapado, sin poder retroceder? Por suerte no fue así y con mucha paciencia logré alcanzar el fondo. ¡No me lo podía creer! La alegría fue inmensa y lo celebré comiendo unas galletas de chocolate. Pero había perdido mucho tiempo y ya no me quedaba margen de error.
La ruta alternativa avanzó unos metros siguiendo el cauce del río, y después se enfiló sin parar por una montaña. A mi espalda el desnivel ponía los pelos de punta, pero por lo menos a los lados no había peligro. El descenso consumió buena parte de mis energías y estaba muy cansado. Aunque poco a poco, dándome gritos de ánimo, alcancé la cima, y a escasos metros encontré una pista de tierra. Ya había dejado atrás lo peor de la jornada.
FINAL TRANQUILO HASTA GAZOR KHAN
Después de vivir duros momentos, caminar por la pista fue toda una gozada. Estaba contentísimo tras haber conseguido superar el reto, y avancé a buen ritmo. Al cabo de un rato aparecí en las afueras de Tavan, donde saludé eufórico a un par de lugareños, y pasé junto a árboles con hojas de un color rojo intenso. Más adelante la niebla dio un poco de tregua, y pude ver en la distancia cumbres nevadas y pedazos de cielo azul.
Al final aparecieron las casas de Gazor Khan, y me encontré frente a una imagen inolvidable: una impresionante montaña de piedra caliza, y en lo alto las ruinas del mítico Castillo de Alamut. Hice unas fotos pero ya no había tiempo para la visita, así que la pospuse para el día siguiente. Y continué en busca de un lugar donde alojarme, porque ya eran las 16.30h. Habían pasado 7,5 horas desde que salí de Andej, y apenas había parado.
ALOJAMIENTO: HOTEL FARHANGIAN – 100milT/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; baño privado con ducha perfecta; cocina privada; buena limpieza; ubicación perfecta, a unos minutos a pie de la entrada al Castillo de Alamut; tranquilidad total por la noche; precio.
*Puntos en contra: literas con camas individuales; mobiliario destartalado; sin calefacción (al ser noviembre hacía frío); sin wifi.
Este hotel utiliza las instalaciones de un antiguo colegio y no es nada del otro mundo. Pero en Gazor Khan la oferta hotelera es escasa y el precio me convenció (incluso lo bajé 20milT). Además estaba agotado y no tenía fuerzas para dar un paso más.
A continuación me quedé un rato estirado en la cama. Y después cené una lata de atún con pan lavash, y uvas de postre. Hubiera preferido algo caliente, pero el hotel no tiene restaurante y el pueblo queda un tanto lejos. Por la noche utilicé de nuevo mi saco de dormir, y me preparé para una noche de descanso más que merecido.
EL CASTILLO DE ALAMUT
Al día siguiente me desperté a buena hora, porque la jornada se presentaba intensa. Por suerte pude recuperar fuerzas y estaba listo para nuevas aventuras. Una vez en pie desayuné unas galletas; me vestí; dejé la mochila al chaval encargado del hotel; y salí al exterior solo con mi cámara de fotos. La mañana había amanecido con cielo azul y un sol radiante. Y en un par de minutos alcancé la entrada del Castillo de Hassan Sabbah, conocido popularmente como el Castillo de Alamut.
Esta fortaleza era el cuartel general de la secta de los Nizaríes, y tenía fama por su espectacular ubicación y su biblioteca llena de valiosas obras. Cuando llegaron los mongoles fue uno de los castillos que se rindió sin oponer resistencia y la biblioteca fue arrasada. Por este motivo no se conoce mucho sobre las prácticas de los Nizaríes y la secta está envuelta en un halo de misterio.
Tras visitar gratis varios castillos en Irán (era temporada baja) pensé que aquí ocurriría lo mismo. Pero no, en la taquilla había un encargado y me tocó pagar 30milT. A continuación subí hasta la cima de la montaña siguiendo diferentes tramos de escaleras y algún que otro andamio de aspecto endeble. Las ruinas de Alamut están mejor conservadas que las de Lamiasar, aunque eso no es decir mucho y lo ideal es mantener las expectativas muy bajas. El conjunto se divide en dos partes:
1. Fuerte Inferior (o “Jar Ghale): tiene una torre de vigilancia que ofrece buenas vistas del valle; y una puerta de entrada con muros de piedra.
2. Fuerte Superior (o “Jir Ghale): es la estructura principal de Alamut, con los restos de una mezquita, establos, y depósitos de agua. Aunque las ruinas están rodeadas de tubos metálicos y cubiertas por unas horribles láminas de chapa. Parece una zona de chabolas de Sao Paulo. Además no me gustaron los añadidos en curso: una cafetería, fuentes de agua, bancos de madera… Son innecesarios y le restan magia al lugar.
Menos mal que al llegar al punto más alto del castillo pude contemplar una panorámica épica, con el pueblo de Gazor Khan, montañas de color rojo, rocas de formas curiosas, y las cumbres nevadas en la distancia. Todo con una luz perfecta para la fotografía, completamente solo, mientras tres águilas sobrevolaban los alrededores. Allí me quedé un buen rato, y regresé al hotel por el mismo camino.
CAMINATA HASTA LA CARRETERA PRINCIPAL
En el hotel recuperé mi mochila y continué hasta Gazor Khan. Se trata de una pequeña población rodeada de un paisaje de postal. En la plaza central había varias abuelitas sentadas tomando el sol. Una de ellas era la dueña del Hotel Koohsaran, el otro alojamiento del pueblo, estilo guesthouse. Charlamos un rato, me presentó a su hija, y me acabó dando una bolsa de pequeños frutos naranjas para el camino. Me hubiera encantado pasar la noche allí. Según me dijo la señora, cuesta solo 50milT la noche, con desayuno incluido.
Mi plan inicial era seguir hasta las afueras de Gazor Khan y hacer autoestop para llegar a la carretera principal, a 7km de distancia. Pero las imágenes fotogénicas se sucedían: montañas, plantaciones de coloridos árboles, cajas de madera con panales de abejas… Además, la carretera es cuesta abajo y está muy poco transitada (casi no pasan coches). Así que decidí realizar el trayecto a pie. Todo un acierto, porque me permitió descubrir rincones de postal. A mi derecha había un profundo cañón, y de vez en cuando me asomaba para contemplar las paredes de roca de color naranja, con el río al fondo. En una ocasión lo crucé por un puente metálico, con vistas geniales. A mi izquierda, en el horizonte, se podía ver una cordillera cubierta de nieve.
Los últimos 2,5km fueron más normalitos y los cubrí a buen ritmo hasta llegar a Laman, un pueblo de escaso interés. Una vez en la carretera principal hice autoestop, y el primer lugareño que pasó aceptó llevarme en su coche hasta Garmarud, la población donde finalizaba la tercera etapa de mi ruta, a 18km de allí. De camino atravesamos paisajes de ensueño, con más montañas nevadas y rocas de formas surrealistas, siguiendo el Valle de Alamut. Ojalá hubiera podido detenerme a hacer alguna foto, pero me pareció un abuso de confianza. El hombre parecía simpático y me ofreció alojarme en su casa, aunque preferí seguir con el plan previsto y me dejó en la puerta del hotel elegido para pasar la noche.
ALOJAMIENTO: NAVIZAR HOTEL – 225milT/Noche
*Puntos a favor: habitación enorme; lavabo privado con ducha perfecta; limpieza extrema; balcón con una panorámica genial de Garmarud; nevera; mobiliario moderno; tranquilidad total por la noche; servicio de comidas; propietario muy amable.
*Puntos en contra: camas individuales; sin wifi; precio (a pesar de incluir el desayuno).
Este es el único hotel de Garmarud y todo el mundo lo recomienda. A llegar me recibió un simpático abuelete y estuvimos hablando un rato. La habitación me gustó mucho, pero cuando el hombre me dijo el precio… ¡Me pedía 300milT! Por suerte conseguí negociar y lo dejé en 18€. En fin, el típico lugar turístico que fija sus precios en euros/dólares y no te puedes beneficiar de la depreciación de la moneda local.
Una vez instalado salí a conocer Garmarud. Al igual que Gazor Khan su ubicación es sensacional, rodeado de enormes paredes de roca e imponentes montañas. Durante mi paseo vi unos cuantos lugareños a lomos de burros; y señoras sentadas con coloridos pañuelos en la cabeza. Eso sí, las casas son modernas y no hay mucho que ver. Además, al encontrarse en el fondo del valle, antes de las 16h el pueblo ya estaba cubierto de sombras. Desde Garmarud se pueden realizar varias excursiones por los alrededores:
*Shahroud Waterfall: un salto de agua ubicado 5km al este del pueblo, siguiendo la carretera principal. Son unas 3 horas ida y vuelta.
*Dinarut y Narmilat: dos aldeas tradicionales incluidas en una ruta circular de 6 horas de duración, con buenas panorámicas de las montañas.
*Monte Shah Alborz: situado al sur del pueblo, tiene 4.125m de altura y se tardan 2 días en coronar la cumbre y regresar.
Yo acabé comprando una bolsa de ganchitos y un zumo de naranja; me senté en un banco a comer; y regresé a mi habitación, donde estuve descansando en la cama hasta la hora de cenar.
CENA: HOTEL
Tras dos jornadas de esfuerzo físico necesitaba cenar en condiciones, y cuando el abuelete me dijo que en el hotel había servicio de comidas acepté sin dudarlo. A las 19h bajé al comedor y al momento ya tenía en la mesa el plato que encargué. Había 3 opciones, entre ellas Mirza Ghasemi (poco consistente); y pescado (siempre intento evitarlo). Con lo cual por descarte elegí Ghormeh Sabzi (carne en salsa con arroz), acompañado de olivas, una Fanta y un té. Todo muy rico. Precio: 45milT (de nuevo algo inflado). A mi lado había un grupo organizado de turistas eslovenos, pero estaban a lo suyo y no tardé en marcharme.
RUMBO A UN ANTIGUO CARAVANSERAI
Al día siguiente me desperté con el ruido de los eslovenos, que actuaban como si fueran los únicos huéspedes del hotel. Por suerte ya me tocaba levantarme; la noche había sido realmente plácida; y desde mi balcón las vistas eran idílicas, con sol y cielo azul. Después de vestirme y preparar la mochila bajé al comedor a la hora prevista, pero el desayuno tardó 20 minutos en llegar, porque los eslovenos tenían agobiado al pobre abuelo. El menú fue bastante sencillo teniendo en cuenta el precio de la habitación: queso, huevos fritos, tomate, pan lavash con mermelada y mantequilla, y té.
Entre el retraso del desayuno y que el abuelete no me dejaba marchar (me hizo escribir unas palabras en el libro de visitas, me daba conversación…), al final me puse en marcha a las 9.30h pasadas. Muy tarde teniendo en cuenta que en noviembre los días son muy cortos.
Para continuar desde Garmarud tenía dos opciones:
*Caminar por la carretera: me evitaba tener que buscar continuamente la ruta correcta; el tráfico es mínimo, con apenas un vehículo cada media hora; y hay muchos tramos en los que el asfalto desaparece.
*Seguir una ruta de maps.me que cruzaba las montañas y tenía una pinta similar a la de Andej, lo cual prometía emociones fuertes.
Al final decidí pedir consejo al abuelete y con rostro muy serio me dijo que ni se me ocurriera adentrarme solo en las montañas: era muy fácil perderse, había animales salvajes, y varios turistas habían tenido problemas. De no haber vivido la odisea de Andej es probable que no hubiera hecho caso al abuelo. Pero el recuerdo de esa jornada todavía estaba fresco y no quería repetir algo parecido, así que elegí la carretera. Por delante tenía un recorrido de 16km, con 1.400m de desnivel positivo, hasta el Pichebon Caravanserai.
La verdad es que la ruta fue durísima. Una subida constante que me llevó al límite, obligándome a parar en varias ocasiones para recuperar el aliento y liberar mi espalda del peso de la mochila. Tanto que en algún momento de debilidad estuve muy a punto de detener un vehículo y abandonar la caminata. Pero conseguí continuar a pie y alcancé el Caravanserai en algo menos de 6 horas, gracias a que desde la aldea de Pichebon tomé senderos que me ahorraron las curvas infinitas que traza la pista.
Quizás no ayudó mucho que el paisaje resultara mucho menos espectacular de lo que esperaba. Lo único destacable fue Shahroud Waterfall, un salto de agua que se precipita al fondo del valle; las vistas de los Montes Alborz, con sus cumbres nevadas (aunque con el sol de cara); y alguna bonita panorámica antes de llegar a Pichebon. En cambio la zona del Caravanserai, situado a 4km de la aldea, me encantó. El exterior del edificio está restaurado, pero el interior se encuentra en ruinas, con salas oscuras. Para variar estaba completamente solo, y me mantuve alerta por si de repente aparecía algún animal salvaje.
Además, las vistas desde el Caravanserai son impresionantes, con cumbres afiladas cubiertas de nieve. Eso sí, estaba a 3200m de altura y hacía un frío tremendo, por lo que pasé de manga corta a chaqueta/abrigo/guantes en cuestión de segundos. De hecho, fuera de la carretera había hielo y nieve por todas partes.
En cuanto a mi alimentación del día, la idea era parar a comer algo caliente en un café situado en las afueras de Pichebon que aparecía en mi mapa. Pero cuando llegué estaba cerrado, y por pereza pasé la jornada a base de caramelos (tenía comida en la mochila). Bueno, un par de chavales que estaban junto al café me dieron una manzana. Y unos lugareños que aparecieron en el Caravanserai dos mandarinas. Aunque con tanta subida no me quedaba agua.
RECTA FINAL HASTA MARAN
Después de explorar los alrededores del Caravanserai tenía que bajar a Salajanbar, el pueblo donde había previsto pasar la noche, situado en el fondo del valle. Pero me encontré con un gran problema: no pude utilizar un sendero de maps.me (que tenía el visto bueno del abuelete de Garmarud) porque la zona estaba llena de nieve muy resbaladiza y el desnivel era excesivo. Y la única alternativa era seguir por la pista principal, con tantas curvas que el recorrido se alargaba hasta los 10km (6km más que por el sendero). Teniendo en cuenta que ya eran las 16, y faltaba menos de hora y media para la puesta de sol, las cuentas no me salían. Y la opción de acampar quedaba descartada, tras las advertencias de varios lugareños sobre los peligros de pasar la noche solo en esas montañas.
Así que cuando apareció una pick-up en la misma dirección no lo dudé ni un segundo y le pedí que parara. En su interior viajaban Mehdi y Yaghub, dos simpáticos iraníes que se dirigían a Tonekabon, una ciudad a orillas del Mar Caspio. La parte trasera iba llena de cajas y en principio parecía que no había espacio suficiente, pero los amigos se apretaron y fuimos los tres en la parte delantera. Al enterarse que era de Barcelona no se lo podían creer, y durante el trayecto no pararon de hacerse fotos conmigo, grabarme vídeos, o hacerme hablar por teléfono con algún familiar. Pero me habían salvado de una situación comprometida y acepté todo con una sonrisa.
Un rato antes de la puesta de sol, Mehdi y Yaghub decidieron hacer un alto y comer algo, aprovechando que pasamos junto a un manantial de agua. Sacaron pan lavash y queso de untar; nos apartamos unos metros de la pista; e improvisaron un pequeño picnic, a pesar de que hacía un frío gélido (y ellos iban mucho menos abrigados que yo). A mí la parada me vino genial: llené mi cantimplora; piqué algo (me moría de hambre); y contemplé las montañas teñidas de naranja con los últimos rayos de sol. Un gran momento. Después seguimos por una pista llena de rocas sueltas, pasando junto a barrancos que ponían los pelos de punta.
Como Salajanbar es una aldea de escaso atractivo decidí continuar hasta Maran. Mehdi y Yaghub me dejaron en un cruce a 1km del pueblo; y caminé por un sendero en medio de la noche.
OTRO COUCHSURFING AL LIMITE
Mi guía de viajes hablaba de una casa en Maran que ofrecía habitaciones y comidas: Nematullah Mansukia. Por suerte también aparecía en maps.me y la localicé sin problema. Pero tras llamar al timbre un par de veces sin respuesta un lugareño me dijo que la familia ya no vivía allí, y acabé vagando por calles oscuras sin saber muy bien qué hacer. Al final me acordé de la propuesta de Andej y pregunté por la mezquita del pueblo con la intención de pasar la noche allí. Aunque en mi interior esperaba que algún lugareño me acogiera en su casa.
Costó más de lo esperado, pero al final unos chavales me echaron una mano. Uno de ellos (Rolar) hizo una llamada y me condujeron a una habitación. En un par de ocasiones mencionaron la palabra “hotel”, así que tenía claro que no se trataba de hospitalidad gratuita como en Andej. Aunque el precio tampoco sería muy elevado. El lugar estaba lleno de trastos, pero relativamente limpio, y me proporcionó todo lo que necesitaba:
*Espacio para dormir en el suelo, con un fino colchón y una almohada donde pude estirarme con mi saco.
*Un cobertizo exterior con un lavabo.
*Un grifo de agua potable (también exterior).
*Comida: al cabo de un rato Rolar apareció con pan lavash (perfecto, porque el que yo tenía me lo dieron en Andej y estaba como una piedra); un cazo con judías; mandarinas; y un termo de té. Yo añadí al menú una lata de atún y quedé satisfecho.
Rolar también me ofreció un cigarro pero lo rechacé. Para justificarme le dije que no fumaba pero sí bebía alcohol. Resultado: se marchó y apareció con una botella de Sharap, una especie de licor casero de color rojo que estaba asqueroso. Y me tuve que beber una taza entera. Yo y mis brillantes ideas… El chaval no hablaba ni una palabra de inglés, con lo cual la conversación no dio mucho de sí, y tras cenar nos despedimos.
A continuación me metí en el saco con el abrigo y un par de calcetines extra (hacía frío); y me quedé dormido en pocos minutos, rodeado de un silencio sepulcral. Menudo día…
UN PASEO POR MARAN
Al día siguiente me desperté tras una noche de sueño impecable. Poco antes de las 8h Rolar llamó a la puerta y me dio pan lavash con queso y un termo de té para desayunar. Yo imaginé que el chaval se tenía que marchar a trabajar y no le entretuve mucho: comí lo justo; recogí mis cosas; y preparé la mochila. A continuación le pregunté qué le debía y lo dejó a mi criterio, así que le di 50milT (parecieron contentarle) y nos despedimos.
Antes de marcharme de Maran estuve explorando sus calles. La verdad es que es una aldea muy auténtica, con viviendas tradicionales y simpáticos lugareños que me saludaban con una sonrisa, y estaban encantados de aparecer en mis fotos. Los hombres vestían uniformes militares y las mujeres pañuelos de colores en la cabeza. Un abuelo me dijo algo en farsi y me enseñó un billete de 50milT, por lo que deduje que era el dueño de la habitación donde dormí. También me encontré a Rolar transportando materiales con un burro.
Tras el paseo caminé hasta la salida del pueblo y alcancé la pista principal, justo donde me habían dejado Mehdi y Yaghub la noche anterior.
REGRESO A QAZVIN
Ahora tocaba abandonar el Valle de Alamut y para ello tenía que deshacer buena parte del recorrido de los últimos días. En total 145km y unas 4 horas de trayecto, debido a la dificultad del terreno. Como no había transporte público la única opción era hacer autoestop. Tanto el abuelete de Garmarud como Rolar me habían advertido que me costaría encontrar algún vehículo. Pero el día anterior me crucé con unos cuantos, así que me puse a esperar bastante confiado. Eran las 9.30h y tenía todo el día por delante…
Pero cuando a las 12h solo había pasado un coche con una familia (no cabía nadie más) me empecé a poner nervioso. El siguiente pueblo (Salajanbar) estaba a 4 horas a pie siguiendo la pista, con unas rampas durísimas, y por si acaso comencé a caminar para ir avanzando. Mientras, pude disfrutar de una bonita panorámica de Maran en el fondo del valle, con las cumbres nevadas de fondo. Menos mal que a las 12.30h escuché el ruido de un motor, y apareció el 4×4 blanco de Gudarz, que viajaba con su yerno Farhad (ambos bomberos) y su amigo Ahmed (profesor de instituto). Y me dieron dos buenas noticias: aceptaron que me uniera a ellos; y me dejarían en Shahrak, quitándome de encima el tramo más complicado. Me fue de un pelo…
La verdad es que fue un trayecto genial. Viajé sentado cómodamente en la parte trasera del vehículo, contemplando desde mi ventana un paisaje de postal; charlamos sin parar (aunque su inglés era bastante justo); y paramos un par de veces. La primera antes del Pichebon Caravanserai, en un prado al borde de un acantilado, con Salajanbar al fondo y unas vistas espectaculares de los Montes Alborz. Allí me invitaron a comer frutos secos, mandarinas y pipas, acompañado de cerveza sin alcohol con vodka. Estos iraníes de Alamut… Por suerte estaba más flojo que el Sharap, pero cayeron tres vasos.
La segunda parada fue al poco de pasar por Pichebon para ver un árbol antiguo. Nos hicimos fotos juntos, me enseñaron videos e imágenes familiares, intercambiamos teléfonos… Solo me inquietó que Ahmed (sentado en el asiento del copiloto) llevaba una escopeta por si veía algún pájaro y sin darse cuenta me iba apuntando mientras recorríamos pistas llenas de baches… Así dejamos atrás Garmarud, Laman… Y llegamos a Shahrak, donde me despedí de mis compañeros, que dieron media vuelta y regresaron a Tonekabon.
En Shahrak pasaban bastantes coches, pero los primeros no me hicieron mucho caso. Hasta que Gudarz me obsequió con un último favor: paró un coche y pidió que me llevaran. Se trababa de un matrimonio de Teherán que viajaba con su hijo y un amigo que les seguía en otro vehículo, y me acogieron sin dudarlo. Con ellos realicé del tirón el segundo tramo hasta Qazvin. El marido era ingeniero y tenía un inglés bastante decente, así que fuimos hablando todo el rato, mientras cruzábamos paisajes épicos y el sol se ocultaba en el horizonte.
Además, para mi sorpresa, insistieron en llevarme hasta la puerta del hotel, a pesar de que no les pillaba de paso. Y hasta pararon en un puesto y me compraron Baghla (una especie de judiones con vinagre y paprika que la gente come a modo de aperitivo). Un ejemplo más de la increíble amabilidad iraní (o del Taarof, no lo tengo claro…). En fin, de regreso en mi habitación del Taleghani Inn acabaron mis aventuras por el Valle de Alamut.
CONCLUSION
La mayoría de turistas que visitan Alamut lo hacen en una excursión de un día desde Qazvin para ver el famoso castillo. Pero si tienes algún día más disponible, te recomiendo que te adentres en el valle y descubras sus aldeas tradicionales, recorras sus paisajes y conozcas a sus gentes. Los castillos al final son lo de menos. Para mí fue una de las grandes experiencias del viaje por Irán. En general acabé bastante satisfecho de mi ruta de 5 días. Aunque si pudiera cambiar algo, realizaría a pie los 18km entre Laman y Garmarud, con un desnivel moderado y paisajes espectaculares. Y en cambio subiría hasta el Pichebon Caravanserai haciendo autoestop, parando solo un momento a ver Shahroud Waterfall.
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Comentarios
2 ComentariosFrancisco García
May 3, 2020Hola. Muy interesante todo lo que expones en el post sobre El Valle de Alamut.
Te quería preguntar si visitaste unas salinas tradicionales del Valle. Estoy tratando de localizarlas y no lo consigo. Estoy investigando sobre salinas de interior en el mundo y hay en este Valle unas en algún pueblo pero no sé ni nombre ni tengo más datos
Ganas De Mundo
May 5, 2020Hola Francisco! Gracias por el comentario. En cuanto a las salinas que comentas, yo no las vi durante mi recorrido, aunque puede que estén en alguno de los tramos que no exploré. Tampoco me habló de su existencia ninguno de los lugareños que conocí por el camino. Siento no poderte aportar más información. Espero que las acabes encontrando. Un saludo!