Continúan las aventuras en South Omo, explorando el hogar de los Hamer, y atrapado en una calurosa población cerca de la frontera con Kenia
Turmi es una diminuta población que se encuentra en territorio de los Hamer, uno de los grupos étnicos más apasionantes del sur de Etiopía. Aquí se pueden visitar varias aldeas y un espectacular mercado semanal. Y con algo de suerte presenciar alguna de sus impactantes celebraciones, como el Bull Jumping, que pondrá a prueba la sensibilidad de más de un viajero.
Además, Turmi constituye una buena base desde la que explorar el sector sur de South Omo, ya que no está a mucha distancia de otros lugares recomendables, como Omorate (donde viven los Dasanech); o Dimeka y su mercado semanal.
LLEGADA A TURMI
Tras finalizar mi recorrido de 3 días siguiendo el curso del Río Omo, mi conductor me dejó en la puerta del hotel más recomendable de Turmi para un faranji (lo cual no era decir mucho). Y nada más entrar me encontré con caras conocidas, Primero Álvaro, al que pensé que no volvería a ver más. Y después la pareja de la República Checa con la que visité Nechisar National Park. Al poco de llegar se puso a llover de forma torrencial, así que me refugié en la terraza del restaurante del hotel (que por suerte estaba cubierta), y charlamos un rato. A Álvaro las cosas le habían salido según lo previsto, y buscaba transporte para regresar a la capital y visitar el norte. A los checos les conté lo sucedido con Muna, y me pidieron disculpas por no haberse quedado a dar la cara. Ellos también se marchaban ya.
Como estaba muerto de hambre (llevaba 3 días comiendo como un pájaro), aproveché que estaba en el restaurante para pedir un plato de Spaghetti Carbonara con una Highland. El plato me dejó como nuevo. Tras comer, me hice con una habitación en el hotel.
ALOJAMIENTO: TOURIST HOTEL – 40B/Noche
*Puntos a favor: encargado muy simpático; precio; atmósfera animada y cosmopolita.
*Puntos en contra: habitación con mobiliario destartalado; lavabo compartido (es un agujero en el suelo, rodeado por un biombo hecho con cañas, sin puerta de acceso).
La verdad es que las instalaciones del hotel eran realmente básicas. Pero después de un par de noches acampando en el bosque, poder dormir en una cama y tener un plato de comida caliente en la mesa fue todo un lujo. Una vez instalado, me despedí de Álvaro y los checos, y salí al exterior a explorar.
EL MERCADO DE TURMI
El lugar de interés más evidente era el mercado semanal del pueblo, que estaba teniendo lugar en ese preciso momento. Así que caminé hasta el centro, y al poco ya pude contemplar imágenes impactantes. El mercado era un descampado, con los diferentes productos a la venta colocados en el suelo: leña, cereales, objetos decorativos expuestos sobre trozos de tela… Pero el foco de interés estaba en la gente. Por todas partes había mujeres Hamer, sentadas junto a sus productos; paseando; charlando… Y su aspecto físico llamaba mucho la atención.
Llevaban el pelo teñido de un pigmento de color rojizo, y peinado en forma de rastas de longitud uniforme (como si llevaran un mocho de fregona en la cabeza). Su ropa eran pieles de cabra: una a modo de falda, y otra para cubrir los pechos (aunque algunas no utilizaban la segunda e iban con los pechos al aire). Y sandalias de piel. En cuanto a los adornos, montones de collares, hechos con cuentas de colores o conchas de cowrie (una especie de molusco); y los brazos llenos de pulseras y brazaletes de cobre. Todo un espectáculo.
Una cosa que me llamó la atención de las mujeres Hamer fue que todas tenían la espalda cubierta de terribles cicatrices. Esto es fruto del Bull Jumping, uno de los rituales más importantes de esta etnia. Cuando los jóvenes alcanzan la edad de contraer matrimonio, tienen que demostrar que están preparados. Para ello se les pide que pasen caminando 4 veces por encima de una fila de vacas, lo cual requiere cierta técnica. Durante la prueba están completamente desnudos y llevan el pelo afro. Y la ceremonia finaliza de una forma alucinante: los jóvenes fustigan a las mujeres con ramas, que les provocan heridas sangrantes. Y lo sorprendente es que son ellas las que piden más, luciendo después con orgullo sus cicatrices. Algunas espaldas ponían los pelos de punta.
El atuendo de los hombres Hamer era menos pintoresco: pelo rapado hasta la mitad del craneo, con trenzas; camiseta de tirantes (generalmente de color azul); falda de tela; y también muchos collares y pulseras. Algunos lucían una especie de emplaste de barro en la parte posterior de la cabeza (lo cual en teoría indicaba que en el último año habían matado a una persona o animal peligroso). Todos los Hamer llevaban en la mano un minúsculo asiento hecho de madera y decorado con motivos geométricos, que utilizan para sentarse a charlar cuando tienen ocasión. Me hizo tanta gracia que acabé comprándome uno. Y eso que casi nunca compro recuerdos de mis viajes…
Me tiré un buen rato en el mercado, paseando entre la gente, y sacando fotos del conjunto. Y me encantó comprobar que era el único turista. Todo el lugar para mí solo. Más tarde quise fotografiar a algunas personas, pero no hablaban ni palabra de inglés. Así que contraté los servicios de un crío que se acercó a ayudar, y me hizo de intermediario. Como es habitual, estas fotos me salieron a 2B cada una. Tras sacar unas cuantas, decidí recompensar al crío de una forma original: le pregunté cuanto valía una pelota de fútbol de plástico; me dijo que 15B; y eso fue lo que le dí, subrayando que era para comprarse la pelota.
En ese momento no tenía muy claro el destino del dinero. Pero días más tarde, mientras caminaba por Turmi, me llamaron desde lejos, y era el niño, que me enseñó su pelota lleno de orgullo. Fue un momento que me tocó la fibra…
Mientras regresaba al hotel, me crucé con muchos otros Hamer. Casi todos vestidos de forma tradicional. Era como estar en otro mundo; o como si hubiera dado un salto al pasado, y me encontrara muchos siglos atrás. Sencillamente genial.
TARDE DE RELAX
En el hotel decidí descansar el resto del día, porque me encontraba bastante mal. Mi pésima alimentación me había destrozado el estómago, y tenía una diarrea importante. Hasta el punto que decidí comenzar a tomar Fortasec, algo realmente inusual en mí. Con este panorama, me tomé un shai en el restaurante, y me pegué una siesta de 3 horas.
Tras la siesta regresé a la terraza del restaurante, y cené un plato de Inkolala Tibs (huevos revueltos con trozos de cebolla, tomate y pimiento). Vamos, justo lo que necesitaba mi estómago… En la mesa estuve charlando con un grupo de guías bastante surrealista: un estrafalario Rastafari que no paraba de desvariar, acompañado de su clienta (una japonesa que no abrió la boca); un Hamer, con el que acordé un par de visitas para el día siguiente; y un chaval al que tenía visto de Jinka, y que también estaba con turistas.
Así acabó la jornada, rodeado de una atmósfera muy agradable: mesas iluminadas con velas; música tradicional de fondo; cielo lleno de estrellas; risas y bromas… Sin duda, lo mejor del hotel.
VISITA A UN POBLADO HAMER
Al día siguiente me levanté a buena hora, tras una noche desapacible durante la cual parecía que me iba a explotar el estómago. Y fui directo al lavabo compartido. Pero la ausencia de puerta hizo que una turista escocesa apartara el biombo de cañas y me pillara con las manos en la masa. Vaya tela… Por suerte me olvidé pronto, porque disfruté de un delicioso desayuno en la terraza del restaurante: un plato de Beg Tibs (trocitos de carne de cabra asada), acompañado de masa de Injera.
Tras el desayuno, me reuní con el guía Hamer de la noche anterior, y me llevó a ver una aldea tradicional ubicada en los alrededores de Turmi. Con nosotros vino una chica Hamer amiga del guía, que vestía con ropa normal. Y caminamos un rato campo a través hasta llegar al poblado. Eso sí, el trayecto le hubiera puesto los pelos de punta a cualquiera. El guía iba bromeando con la chica. Y con el rollo de que era Hamer y le gustaba que le pegaran, no paraba de darle todo tipo de golpes y puñetazos. Yo no sabía qué hacer: por un lado la chica encajaba los golpes con cara de dolor; pero por otro estaban las tradiciones ancestrales de esa gente… Vaya marrón. Menos mal que no tardamos en llegar a la aldea.
Primero estuve un rato curioseando entre las cabañas, todas fabricadas con ramas y paja. Y después el guía me invitó a entrar en una. Al igual que en la que visité cerca de Key Afer, no había objetos modernos. Solo utensilios de madera; recipientes elaborados a partir de calabazas; pieles de animales… En medio del recinto había un fuego, donde una mujer Hamer vestida de forma tradicional cocinaba junto a un crío. Y a pesar del lamentable estado de mi estómago, no pude rechazar los alimentos que me ofreció: un café peculiar (hecho con cáscara de cereal); un trozo de pan; y leche de vaca. Tampoco quise sacar fotos, a pesar de que el guía me dijo que no había problema. Preferí disfrutar del momento, y vivir la experiencia.
El precio de la visita: 65B para el guía; y 20B para la dueña de la cabaña. Aunque de esto último tengo serias dudas. Porque al cabo de unos días me encontré a la mujer en Turmi (en la cola de una ONG que repartía cereales) y al verme me hizo con la mano el gesto de dinero, dándome a entender que no había cobrado nada por visitar su hogar. Todo indicaba que el guía se había embolsado la pasta. Una vez más, los guías locales explotando a su propia gente (como el de Konso). En fin… Por lo menos la visita estuvo muy bien.
ETIOPÍA Y EL CHAT
De regreso a Turmi, el guía se fue a la terraza del hotel de al lado, donde se reunió con un grupo de amigos de dudoso aspecto, y se tiró buena parte de la tarde jugando a cartas y mascando Chat.
El Chat es una planta que se cultiva en toda la zona del Cuerno de África. Sus hojas contienen un alcaloide con efectos similares al de las anfetaminas: euforia inicial, y más tarde estado de sopor. En los países musulmanes, como Somalia o Eritrea, su consumo está muy extendido, porque tienen prohibido beber alcohol y de alguna forma hay que pasar en rato. Pero en Etiopía no se quedan atrás, a pesar de ser un país cristiano y poder tomar alcohol. El motivo: es mucho más barato que una cerveza.
Así que la gente se dedica a mascar hojas de Chat durante horas. Las mejores son las que están más verdes. Como su sabor es muy amargo, hay quien las acompaña con un poco de azúcar (guardada en la funda de celofán de los paquetes de tabaco). O quien tras su consumo se toma un par de cervezas para limpiar el paladar. Cualquier lugar es bueno, y es la mejor forma de socializar. Sobretodo en los transportes públicos, donde muchos lugareños llevan bolsas. Los conductores en concreto suelen ir hasta arriba de Chat (todo un peligro); y llevan fajos extras que van repartiendo durante la ruta para hacer amigos.
Al final no me costaba mucho reconocer a la gente que estaba bajo los efectos del Chat: ojos vidriosos; sustancia verde en la boca; y estado anímico extraño (o sobreexcitados o medio dormidos). Tras un par de situaciones incómodas, pronto aprendí que lo mejor era mantenerme lo más alejado posible de esas personas, porque no estaban bien, y te podías meter en un lío. Y allí estaba el guía mascando Chat sin parar…
Con este panorama, decidí salir a dar un paseo por el pueblo. Recorrí sus calles sin asfaltar; visité el interior de un colegio; y no dejé de alucinar viendo pasar a mi lado miembros de la etnia Hamer vestidos con su atuendo tradicional, a pesar de no ser día de mercado; cargando comida, agua, leña… Turmi es un lugar único.
UNA CEREMONIA FRUSTRADA
De regreso en el hotel, el guía me llevó caminando hasta otra aldea Hamer. Según él, esta vez tendría la oportunidad de contemplar una ceremonia conocida como Evangadi. En ella, los miembros del poblado bailan y cantan durante el atardecer. Pero cuando llegamos, el lugar estaba semi vacío. Y a pesar de esperar un rato sentados, allí no apareció nadie.
Para hacer tiempo, visitamos el interior de otra cabaña, donde una mujer preparaba cerveza casera. Primero hacía una pasta con el cereal; después le daba forma de bolas, que hervía en un recipiente; y por último las dejaba fermentar. Como no, me ofreció un bol para que pudiera probar el producto, y de nuevo no me pude negar… Qué mal rato pasé. Aquello olía a cerveza putrefacta, y el sabor era asqueroso. Además… ¡a saber de dónde había salido aquel agua! Más tarde me acordaría de ese momento…
Una vez en el exterior, el guía habló con un lugareño, y me dijo que se había cancelado la ceremonia. El motivo: que por lo visto un chaval se había caído de un árbol mientras recogía miel, y le habían tenido que llevar al hospital. Por lo que el pueblo no estaba para celebraciones. En ese momento pensé que había tenido mala suerte. Pero demasiada casualidad… Más todavía tras conocer las aficiones del guía, y cómo se embolsó el dinero de la mujer… El precio de la visita: 65B para el guía; y 50B por la ceremonia, que nunca tuvo lugar. Podía haber protestado, pero al final decidí no complicarme la vida. Se trataba de apenas 5 euros; y para compensar no le dí nada de propina.
Además, el regreso a Turmi fue memorable. Ya comenzaba a atardecer, y el cielo era espectacular, con una profundidad increíble, y lleno de matices. Mientras, pasamos por un sitio donde estaban levantando una nueva cabaña. Y un crío se me acercó con una cara mezcla de miedo y curiosidad, y me tiró del vello del brazo. Claro, los Etíopes no tienen vello corporal, y para ese crío ver un ser humano con los brazos peludos era algo asombroso. En ese momento me invadió una sensación de aventura total. Estaba en un rincón realmente remoto, a cientos de kilómetros de las rutas turísticas habituales. Esto sí que era el África profunda…
NOCHE DE CENA Y COPAS
De nuevo en Turmi, el guía regresó a jugar con sus amigos. Y yo caminé hasta las afueras del pueblo para disfrutar de una preciosa puesta de sol. Me acompañaron unos críos, entre ellos una niña Hamer vestida de forma tradicional, realmente fotogénica. Otro gran momento.
Ya en el hotel, me senté en la terraza del restaurante. Al poco se formó un grupo con el que me lo pasé genial. Estaba el conductor de un grupo de turistas; un guía con una graciosa pareja de japoneses; mi guía, acompañado de su amiga Hamer… Nos juntamos en una mesa, cenamos Injera, y comenzaron a caer las cervezas Harar. Incluso mi guía me invitó a una (no se si es que le había ido bien jugando a cartas, o los 200B que le había pagado en total por la jornada habían sido demasiado generosos).
Al final, tras un buen rato de charla y risas, regresé a mi habitación. Pero me costó mucho dormir. Estaba fatal del estómago (esa cerveza casera…), y de madrugada tuve que salir corriendo al lavabo, a punto de estallar.
EXCURSIÓN A OMORATE
Al día siguiente me levanté a las 7h. Mi estómago se había recuperado algo, así que disfruté de un buen desayuno en la terraza del hotel: un plato de Inkolala Tibs. A continuación me preparé para mi objetivo de la jornada. Mi intención era visitar Omorate, una población ubicada 72km al oeste de Turmi, regresando a dormir al hotel. Una vez más el problema era cómo llegar hasta allí, porque no había transporte público. Pero mi guía Hamer realizó gestiones, y se enteró de una pick up del Servicio de Prevención contra la Malaria que viajaba a Omorate esa misma mañana. Y el conductor me permitió acompañarle por 50B. Me pareció perfecto.
El trayecto transcurrió de forma plácida. Avanzamos a buen ritmo, por una pista de tierra en perfecto estado, charlando animadamente. Se pinchó una rueda, pero el conductor la cambió por otra en un segundo. El paisaje era semi desértico, con abundancia de enormes termiteros. Y vi bastante fauna: varios grupos de Babuinos; pájaros de colores; y algún Dik-Dik. En poco más de una hora llegamos al centro de Omorate.
Esta pequeña población, con una ubicación aun más remota que Turmi, tiene 3 puntos de interés:
1. Se encuentra a orillas del Río Omo.
2. Está cerca de algunos poblados de la etnia Dasanech.
3. Los muy aventureros tienen la frontera de Kenia a escasos kilómetros. De hecho, navegando el Río Omo hacia el sur se llega al mítico Lago Turkana. Aunque es necesario haber conseguido el visado con antelación.
Para moverme por la zona, mi guía Hamer me recomendó los servicios de dos amigos suyos: Abuta y Mulgueta. Así que pregunté por ellos; aparecieron en pocos minutos; y nos pusimos en marcha. Como venía de parte de mi guía, no negocié el precio con antelación (algo de lo que me arrepentiría más tarde).
VISITA A UNA ALDEA DASANECH
Para empezar, caminamos hasta la orilla del Río Omo, de dimensiones enormes. Había que cruzarlo, y al igual que en Kangatán, la única opción era utilizar un servicio de barcas tradicionales, que manejaba un chaval con la ayuda de un palo. Aunque estas canoas eran mucho más auténticas: se trataba de troncos de árbol de forma ondulada, que los lugareños habían vaciado. El caso es que nos subimos y llegamos a la orilla opuesta. La pericia del barquero para evitar que la corriente se llevara la frágil embarcación era asombrosa. Toda una aventura que ya se perdió, porque me consta que hoy día ya se utilizan barcas a motor.
A continuación, avanzamos a pie unos minutos, cruzando una llanura desértica. Y llegamos a un poblado de la etnia Dasanech (o Galeb). Las viviendas eran muy diferentes a todo lo que había visto hasta ahora. Eran chozas de forma semi esférica, elaboradas con todo tipo de materiales ligeros: cañas, corteza de árbol, trozos de chapa, pieles, hojas de Enset secas… Los Dasanech son una etnia nómada, y necesitan cabañas fáciles de trasladar de un sitio a otro. También había decenas de pequeños graneros, elevados sobre postes de madera (para proteger la comida de posibles inundaciones o de los animales), y rematados por tejados de paja.
En cuando a sus habitantes, tan solo había mujeres y niñas. Llevaban la cabeza rapada hasta la mitad del cráneo, y el resto del pelo en forma de trenzas, teñidas de un pigmento rojizo; pechos al descubierto; una falda de tela hasta los tobillos; pies descalzos; montones de collares de vivos colores; y pulseras de cobre. Su imagen era realmente espectacular. De nuevo parecía estar inmerso en otro mundo. La única pega fue que mi aparición en la aldea causó un gran revuelo. Todo el mundo se peleaba por llamar mi atención, pidiéndome 2B a cambio de una foto. La gente me rodeaba, y al cabo de media hora decidí salir de allí, porque me estaba agobiando.
Los hombres Dasanech pasan fuera de casa buena parte de la jornada. Dedicados a sus tareas, o sencillamente sentados a la sombra en Omorate. Pude ver a muchos, altos y delgados; con faldas de tela; gorros curiosos, o emplastes de barro en la parte posterior de la cabeza; y siempre con su pequeño asiento de madera en la mano.
Tras la visita, cruzamos el río y regresamos a Omorate. Allí nos sentamos en la terraza de un bar, y pedimos unas Cokes. El calor era horrible, algo por lo que Omorate es famoso. Y cuando llegó la hora de pagar a los guías, me encontré con una mala noticia (por enésima vez en Etiopía). El precio era de 120B, con el siguiente desglose: 50B para los guías; 30B para los jefes del pueblo; y 40B por el trayecto de ida y vuelta en barca (un despropósito). Otra clavada igual que en Kangatán. Aunque de nuevo culpa mía por no acordar el precio antes de la visita. El caso es que me quejé bastante, pero los chavales se mantuvieron firmes. Así que pagué y me largué del bar sin invitarles a sus bebidas.
ATRAPADO EN OMORATE
Mientras caminaba, vi un Isuzu que estaba a punto de partir en dirección a Turmi, y decidí subirme en la parte trasera, junto a un grupo de lugareños. Pero el conductor me hizo bajar. Por lo visto la Policía le había visto hacía poco transportando turistas, y le habían advertido que la próxima vez le multarían, porque los turistas tenían que viajar en transporte público o vehículos de alquiler. Un argumento ridículo, ya que la afluencia de turistas en esa remota zona de Etiopía es mínima. Pero bueno, tampoco insistí mucho, y me bajé del camión. Todavía era temprano; la distancia a Turmi no era importante; y ya encontraría otro vehículo. Cuánto me arrepentiría durante el resto del día de esa ocasión perdida. Si llego a saber lo que iba a pasar, ese Isuzu no se va sin mí…
La verdad es que resulta difícil explicar cómo ocurrió. Pero el caso es que me tiré el resto de la jornada buscando formas de salir de Omorate. Y tras 7 horas en manos de diferentes lugareños, acabé viéndome obligado a pasar la noche en el pueblo. Fue desesperante. Estos fueron los momentos más destacados:
1. Primero contacté con un joven Rastafari. Me dijo que había un Isuzu que estaba al caer, y estuvimos un buen rato charlando en el lugar por donde se suponía que iba a pasar. Se le veía muy seguro, así que confié en él. Pero en un momento en el que desapareció, escuché un motor lejano, y resultó ser mi Isuzu que se marchaba sin pasar por el punto previsto. Más tarde el Rastafari puso cara de no entender nada, pero ya era tarde. Me había hecho perder el tiempo de una forma ridícula. Y encima se puso a llover con fuerza.
2. Más tarde un lugareño me presentó a un abuelete que trabajaba como conductor de una pick up de la Cruz Roja. Me explicó que unos meses atrás las fuertes lluvias provocaron una crecida del Río Omo que arrasó muchas aldeas, acabando con la vida de 450 personas. Y un grupo de miembros de la organización estaba repartiendo comida en barca. Cuando acabaran, el plan era dormir en Turmi, y había espacio para mi en el vehículo. Así que me recomendó esperar a que llegara el grupo y hablar con su jefe. Pero tras un buen rato tomando shai en un bar con el abuelo, protegido de la lluvia, allí no aparecía nadie. Al final el grupo regresó bien entrada la noche. Pero decidieron quedarse a dormir en Omorate, y ni siquiera pude hablar con su jefe.
3. Mientras se aclaraba el tema del grupo de la Cruz Roja, salí al exterior en busca de nuevas opciones. Y conocí a Teddy, un lugareño de mediana edad que me aseguró que no tendría problema en conseguir un Isuzu de regreso a Turmi. Como empezó a llover otra vez, me propuso acompañarle a casa, y cuando apareciera el vehículo sus amigos le avisarían. También confié en este hombre. Pero tras dos horas hablando en su salón, mientras él mascaba hojas de Chat, va y me suelta tranquilamente «yo de ti reservaría habitación en algún hotel para pasar la noche». No me lo podía creer… Así que me largué de allí realmente indignado.
En el exterior ya era de noche, y la lluvia había convertido Omorate en un auténtico lodazal. Al rato apareció un Isuzu, pero el conductor se limitó a aparcar el vehículo hasta el día siguiente. Todos mis esfuerzos habían sido inútiles. Me sentí realmente frustrado. Y engañado por la gente, que solo me veía como una distracción, y no les importaba si conseguía regresar o no a Turmi. Con esta sensación amarga, me senté en un restaurante, y decidí cenar una Injera acompañada de una Coke. Y a continuación, me hice con una habitación en el único hotel decente del pueblo.
ALOJAMIENTO: TOURIST HOTEL – 30B/Noche
*Puntos a favor: precio (tan solo 2 euros, el hotel más barato de todo mi viaje por Etiopía).
*Puntos en contra: habitación con mobiliario destartalado; lavabo compartido.
Como estaba agotado mentalmente, decidí ponerme a dormir bien pronto. Con la intención de levantarme a buena hora, y subirme a toda costa al Isuzu aparcado.
Pero el día aun me tenía preparada una última sorpresa. Al poco de tumbarme en la cama llamaron a la puerta de mi habitación. Era el conductor de la Cruz Roja, acompañado de su jefe (un chaval alemán llamado Andreas). Según me contó, le había hablado de mí y me quería conocer. Así que, muy a regañadientes, abandoné la habitación y me uní a ellos en una mesa del restaurante del hotel. Allí nos tomamos dos cervezas Harar, y estuvimos charlando.
La verdad es que no conectamos. Andreas se comportaba con un aire de prepotencia que no me gustó nada, y me cayó fatal. Y él escuchaba mis anécdotas de los últimos días sin inmutarse (cuando otra gente se solía partir de risa). En varias ocasiones habló de un compañero de trabajo español que por lo visto sí era gracioso. A pesar de todo, me invitó a las dos Harar; me dijo que si todavía no había encontrado transporte, me podría llevar a Turmi a las 10h; y nos despedimos de forma educada.
CONTINÚA LA BÚSQUEDA DE TRANSPORTE
Al día siguiente, la jornada comenzó bien temprano. Yo estaba hecho un manojo de nervios. Tenía que conseguir salir de Omorate lo antes posible. Ya en el exterior vi que el Isuzu todavía estaba aparcado; y que por lo menos no llovía. Desayuné un simple shai en el restaurante del hotel. Y me puse a buscar opciones de transporte. Pero la mañana fue una continuación de los despropósitos del día anterior:
1. Todo el mundo me decía que el Isuzu estaba a punto de partir hacia Turmi. Pero tras arrancar y dar varias vueltas por el pueblo, el conductor volvió a aparcar el vehículo de forma indefinida.
2. Mientras esperaba vi a Andreas y al conductor, y me confirmaron que a las 10h saldrían hacia Turmi, y me llevarían con ellos. Pero al cabo de un rato les vi pasar de nuevo en su pick up; se detuvieron; y Andreas me dijo que al final no me iban a llevar, porque no veían correcto que yo me beneficiara de su vehículo mientras otros lugareños con más necesidad se quedaban en tierra. Menudo jarro de agua fría. No entendí nada, pero no me quedó más remedio que asumir la decisión.
3. Como de vez en cuando aparecían vehículos de la Policía, caminé hasta la comisaría. Quizás encontrara a algún agente con ganas de dinero fácil. Allí estuve hablando con uno, y parecía que había dado en el clavo. Incluso acordamos el precio (500B). Pero después de un buen rato negociando, va y me dice que no había ningún vehículo disponible. Al más puro estilo etíope…
Yo a esas alturas ya estaba que me subía por las paredes. Iba camino de una situación similar a la del día anterior, y eso ya hubiera sido de risa. Hasta que vi pasar a un chaval subido en una moto; le detuve; y le propuse que me llevara a Turmi. Como la situación era desesperada, y no estaba para perder más tiempo, le ofrecí 60 Usd que llevaba en el bolsillo (al cambio unos 480B), y el chaval aceptó encantado. Así que nos pusimos en marcha. La alegría que sentí cuando comenzamos a dejar atrás las casas de Omorate fue inmensa. ¡Lo había conseguido!
Eso sí, el trayecto hasta Turmi no fue sencillo. En un punto la moto se quedó clavada, y no arrancaba. Por mucho que el chaval lo intentó, no había manera. Y allí nos tiramos más de media hora en medio de la nada, bajo un sol abrasador. Al final, tras varios intentos en los que tuve que empujar la moto a la carrera, y acabé empapado en sudor, el chaval consiguió poner en marcha la moto, y pudimos continuar sin problemas el resto del recorrido.
Cuando llegué a Turmi ya eran las 13h. Habían sido más de 24 horas buscando la forma de salir de Omorate, pero… ¡lo había conseguido! Qué auténtica odisea… Aunque ya era demasiado tarde para visitar Dimeka. Y además, la cosa no había acabado aquí ni mucho menos. Ahora tenía que emprender el camino de regreso a Addis Ababa. Nada menos que 660km de ruta, en parte por pistas de tierra en mal estado. Algún día explicaré las anécdotas de ese trayecto, que dan para una entrada completa.
CONCLUSIÓN
Turmi es un lugar imprescindible en cualquier recorrido por South Omo. Aunque aquí no llega el transporte público, y habrá que ser hábil negociando con los conductores de Isuzu, además de estar preparado para trayectos maratonianos. Te recomiendo una estancia de 3 días, para visitar sin prisas las principales atracciones: el mercado y las aldeas Hamer; Omorate; y Dimeka. Como en el resto de South Omo, las condiciones son realmente básicas, aunque la recompensa es tan grande que no te importará pasarlo mal unos días.
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