Una playa paradisíaca poco visitada, buceo de calidad, y una excursión en barca en busca de ballenas azules y delfines
Trincomalee está ubicada en la costa este, y tiene bastantes similitudes con Jaffna. En el pasado fue una ciudad de gran importancia (contaba con el principal puerto comercial de la isla). La cultura Tamil prevalece por encima del resto. Y hay muchísimos menos turistas que en otras zonas de Sri Lanka. En la actualidad, Trincomalee es la capital de la Eastern Province, y cuenta con algunos lugares de interés. Aunque por lo general, casi todo el mundo evita la ciudad y se establece más al norte, donde se encuentran las playas de Uppuveli y Nilaveli, con una buena oferta de hoteles, restaurantes y actividades acuáticas.
VIAJE: JAFFNA – TRINCOMALEE
Entre estas dos ciudades hay algo más de 230km por carretera. Y cubrir el trayecto requirió de una serie de pasos:
1. Llegar a la terminal de autobuses, ubicada en el centro de Jaffna. Mi idea inicial era coger un tuk-tuk, pero el dueño de mi alojamiento me propuso que su hijo me llevara en coche por un precio similar (200 R). Así que acepté, y me planté en un momento, recorriendo calles llenas de charcos (durante la noche había llovido bastante).
2. Una vez en la terminal me encontré con una desagradable sorpresa: el autobús directo a Trincomalee hacía unos minutos que se había marchado. Y el siguiente no salía hasta dentro de 4 horas. Menuda pérdida de tiempo… Pero por suerte estuve ágil, y decidí coger un autobús hasta Vavuniya, desde donde parten vehículos de forma regular hacia Trincomalee. Menos mal que se me ocurrió, porque el empleado de la terminal no me ofrecía ninguna alternativa. La buena noticia: que el bus salía en cuestión de minutos. Así que tuve el tiempo justo para comprarme unas bolas de masa de donut frita a modo de desayuno, y subir al vehículo. Dejé mi mochila grande junto al conductor. Y ocupé un asiento junto a la ventana.
El trayecto duró 3 horas, pero se me hizo eterno. Al principio fui charlando con un chaval que iba al trabajo y estuve entretenido. Pero al rato las molestias se hicieron evidentes: asiento incomodísimo, pegado a mi compañero de fila; mi ventana no se podía abrir y el calor era sofocante; y durante todo el viaje sonó una música atronadora. El paisaje tampoco mató mucho: vistas del mar, tramos de bosque, casas en ruinas… Aunque lo importante fue que llegué a mi destino según lo previsto. Precio: 220 R.
3. Vavuniya es un importante nudo de transporte, pero su interés turístico es nulo. Así que en la terminal rápidamente me puse a buscar un autobús hacia Trincomalee. De nuevo tuve suerte, y encontré uno que partía en 20 minutos. Así que aproveché para comprar víveres (un bollo relleno de verduras con salsa, algo picante; un bollo azucarado; y una Fanta) (precio: 170 R). Y ocupé mi asiento junto a la ventana. Esta vez el trayecto fue mucho más llevadero. Pude abrir la ventana y viajar sin pasar calor. Y comprobé que iba a llegar a mi destino mucho antes de lo que pensaba. Así que las dos horas y media pasaron volando, muy contento con mi decisión. Precio: 200 R.
4. En la terminal de Trincomalee, cogí un tuk-tuk, que por 350 R me llevó hasta mi alojamiento elegido, a 6km de la ciudad. El precio me pareció razonable, y ni siquiera regateé. Aunque en días posteriores me di cuenta que pagué bastante más del precio estándar (que está alrededor de los 200 R).
En Trincomalee y alrededores la oferta de alojamiento es infinita. Y tras darle muchas vueltas, al final decidí buscar hotel en la zona de Uppuveli Beach. Motivos: tiene varios centros de buceo; y cuenta con una buena ubicación, situada entre Trincomalee ciudad y Nilaveli Beach (lugares que quería visitar).
ALOJAMIENTO: COCONUT BEACH LODGE – 4.000 R/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble enorme; lavabo privado; aire acondicionado; ubicación, a escasos metros de la playa de Uppuveli; personal muy amable (me recibieron con un paño húmedo y un zumo para refrescarme); tranquilidad total por la noche; precio (desayuno incluido).
*Puntos en contra: mobiliario destartalado y paredes sucias; en vez de un colchón doble había dos individuales, algo incómodos; ducha ubicada en un rincón del lavabo, con escasa potencia; habitación plagada de mosquitos, al encontrarme la ventana abierta (me tiré dos días matando, y todavía quedaba alguno).
Lo cierto es que este hotel recibía muy buenas críticas de mis guías de viaje. Pero tras hablar con el dueño y ver otras habitaciones, no acabé de encontrar esa «decoración con gusto» de la que hablaban. En fin, una vez instalado, cogí un tuk-tuk y regresé a Trincomalee por otros 350 R.
EL PASADO DE TRINCOMALEE
Trincomalee cuenta con uno de los mejores puertos naturales del mundo. Y eso hizo que desde el siglo VI a.C. la población, conocida como Gokarna, desarrollara una importante actividad comercial con otras zonas del continente asiático. Mientras Sri Lanka estuvo dominada por los reinos cingaleses de Anuradhapura y Polonnaruwa, Gokarna fue el principal puerto comercial de la isla. Y por si fuera poco, la construcción del mítico templo Koneswaram Kovil, en la cima de la Swami Rock, convirtió a la ciudad en uno de los lugares más sagrados de la religión Hindú. Durante el siglo XIV, Gokarna pasó a formar parte del floreciente Reino de Jaffna. Y continuó creciendo gracias a las exportaciones (principalmente perlas y elefantes), hasta la llegada de los portugueses.
La derrota del rey Cankili II en Jaffna selló el destino de Gokarna. Solo 3 años más tarde, en 1622, tropas portuguesas desembarcaron en el puerto; acabaron con la vida de muchos de sus habitantes; y destruyeron por completo el Koneswaram Kovil, que consideraron un nido de infieles. Obra de los portugueses es también el nombre actual de la ciudad: una derivación de Tiru Kona Malai (así llamaban los lugareños a la península donde se ubicaba Trincomalee).
Durante el dominio holandés y británico la situación se relajó bastante. Pero la actividad comercial de Trincomalee se desvió a otros puertos más convenientes para los europeos, como Colombo o Galle. Y la ciudad inició un lento declive, agravado por sucesos como los bombardeos japoneses sufridos durante la Segunda Guerra Mundial; o la Guerra Civil (Trincomalee estaba dentro de los territorios controlados por el LTTE).
EL INNER HARBOUR WALK
Para comenzar a conocer la ciudad, decidí realizar este paseo de unos 5km, que comienza en la Orr’s Hill Península, y bordea la costa continuando por Inner Harbour hasta llegar al centro de Trincomalee. Una de mis guías recomendaba empezar la ruta en el Welcombe Hotel, y allí me dejó el tuk-tuk. Pero desde ese punto elevado me costó muchísimo bajar hasta la costa. Primero me cortaba el paso un cuartel militar, donde un soldado armado salió a mi encuentro al trote, y con gesto serio me invitó a largarme de allí (con lo amables que eran en Jaffna). Y después me bloqueaba un cuartel de la Policía. Un auténtico coñazo… Hasta que al final pude bajar por una calle con una pendiente brutal.
Pronto me di cuenta que había muchas viviendas medio en ruinas situadas en primera linea de mar. Así que aproveché que un vecino se puso a hablar conmigo para preguntarle por el motivo. Y su respuesta me dejó de piedra. Eran los efectos del terrible tsunami que en el año 2004 arrasó las costas de muchos países del Océano Índico. Entre ellos Sri Lanka, donde fallecieron unas 35mil personas (segundo país en víctimas mortales, solo por detrás de Indonesia). En Trincomalee murieron alrededor de 800 personas. Triste, pero lejos de las cifras de Kalmunai, una ciudad ubicada más al sur, donde perdieron la vida 10mil personas, con aldeas enteras borradas del mapa. Realmente estremecedor…
Para evitar nuevas catástrofes pude ver carteles que avisaban del peligro, recomendando correr hacia zonas elevadas en caso de que sonara la alarma. Como siempre, no se toman medidas hasta que ocurre alguna tragedia…
El paseo estuvo entretenido. Caminé junto a las aguas del famoso puerto natural de Trincomalee, viendo barcas tradicionales (algunas faenando en la distancia); perros y vacas deambulando por la orilla… También había cuervos por todas partes. En una ocasión, un par de monos Toque Macaque se acercaron a un árbol que estaba lleno (imagino que un lugar donde anidaban) y los cuervos se les lanzaban en picado, hasta que huyeron a toda pastilla. Lo bueno es que, tras un inicio de día bastante nublado, por la tarde despejó, y quedó un cielo muy fotogénico, con pequeñas nubes que le daban una profundidad increíble. Los turistas se concentran en los hoteles de la playa, así que no paré de recibir saludos y miradas curiosas de los muchos lugareños que me crucé en mi camino.
Aunque también hubo aspectos negativos: el camino discurrió todo el tiempo a escasos centímetros de la carretera, y no paraban de pasar ruidosos vehículos (igual que ocurre en el lago de Kandy). Además, la orilla estaba llena de todo tipo de basura, con algún punto especialmente maloliente. La cosa solo mejoró hacia el final del recorrido. En fin… Tras la caminata, entré en el Dutch Bank Café, ubicado en un antiguo edificio del siglo XIX. Allí me senté en un comedor interior completamente desierto, y me tomé un batido de mango, atendido por una amable camarera. Eso sí: 450 R.
A continuación, cogí un tuk-tuk de regreso a mi alojamiento (300 R).
CENA: COCONUT BEACH RESTAURANT
El restaurante de mi hotel era uno de los mejores de la zona. Y había leído maravillas de su Rice & Curry. Así que, aún sabiendo que no iba a ser barato, tras instalarme en mi habitación pasé por allí y encargué uno para las 20h. Tenía ganas de pegarme un homenaje. Por la noche, elegí una mesa en la terraza cubierta, donde había una atmósfera genial: luz tenue, música, suave brisa, el sonido de las olas de fondo… En la playa, a cierta distancia, también había mesas con velitas, ocupadas por varias parejas (la definí como la «romantic zone» y el camarero se partía de risa).
El Rice & Curry estuvo espectacular. ¡Delicioso! Un camarero muy simpático me trajo un plato grande de arroz blanco; 5 más pequeños con diferentes verduras al curry (calabaza, berenjena, judías verdes…); y uno con gambas (el complemento que elegí). Además, una cesta de pan fino y crujiente, con sabor a cortezas (Papadum). Y para acompañar, una cerveza Lion (que se calentó en dos segundos). Acabé a reventar. Y es que los ingredientes dieron para tres platos generosos. Para rematar la cena, un batido de mango. En general, acabé muy satisfecho. Aunque al pasar por caja me tocó pagar 3.000 R (propina incluida). En fin, un día es un día…
Después de cenar, regresé a mi habitación para disfrutar de una noche de paz absoluta (¡gracias a la mosquitera!).
SUBIDA A SWAMI ROCK
Al día siguiente, me levanté a buena hora y me dirigí al restaurante del hotel para desayunar. Estuvo correcto, aunque menos abundante de lo que hubiera querido: piña natural; una tortilla francesa con verduras, bastante picante; 3 tostadas con mermelada y mantequilla; y café con leche. El camarero fue rapidísimo. Y se respiraba un gran ambiente: tranquilidad, luz suave, cielo despejado, el sonido de las olas… Una buena forma de comenzar el día.
A continuación, caminé hasta la carretera principal, y paré un tuk-tuk, que me llevó al centro de Trincomalee por 250 R (¡cada vez más barato!). Ahora tocaba explorar la costa este de la ciudad, donde se pueden visitar varios lugares de interés. Esto fue lo más destacado:
1. Fort Frederick: tras arrasar el Koneswaram Kovil, los portugueses aprovecharon sus ruinas para construir en las cercanías un fuerte. Más tarde, los holandeses lo reconstruyeron y bautizaron con su nombre actual. Hoy día está ocupado por el ejército de Sri Lanka, así que no hay mucho que ver: la puerta de entrada, y alguna de sus murallas. La entrada es gratuita.
2. Dutch Bay Beach: desde la entrada al fuerte pude contemplar buenas vistas de esta bonita playa, de arena blanca y aguas transparentes. Según dicen, es la única recomendable si te apetece darte un baño durante tu estancia en la ciudad.
3. Swami Rock: una elevada península formada por rocas gigantescas que, para variar, estaba ocupada casi en su totalidad por un cuartel militar. Así que solo estaba permitido avanzar por un sendero, constantemente vigilado por soldados de rostro serio. Sin poder sacar fotos ni desviarse mucho del camino. De todas formas, el paseo mereció la pena. Caminé entre árboles banianos (también conocidos como Higueras de Bengala), cuyas raíces se extendían como tentáculos. Visité un antiguo cementerio inglés, con algunas tumbas de piedra muy elaboradas. Y me encontré con grandes grupos de Ciervos Moteados, que campaban a sus anchas por la zona (incluidos algunos machos de enorme cornamenta). Y yo apurando el zoom al máximo en Wilpattu o Minneriya…
Cerca de la cima había una profunda grieta llamada Ravana Cleft, de gran significado en la mitología hindú (por lo visto la hizo la espada de Ravana, rey de los demonios).
4. Koneswaram Kovil: nada queda del que los propios portugueses denominaron «Templo de las Mil Columnas», dedicado al dios Shiva. Una pena, porque era un recinto milenario, lleno de reliquias y obras de arte, al que acudían peregrinos de todos los rincones del mundo. En su lugar, ahora hay un templo mucho más pequeño, construido durante los años 50. Que guarda alguna escultura antigua recuperada del fondo del mar, o enterrada en las inmediaciones por algunos fieles devotos. El templo moderno se acompañó de una enorme estatua de Shiva, pero ni eso pude ver, porque estaba en restauración. Así que me tuve que conformar con pequeños detalles: altares; ofrendas; la portada principal, con un pequeño gopuram cubierto de figuras mitológicas; el interior… Nada que ver con los templos hindúes que había visitado en el norte de Sri Lanka.
Mucho antes de acceder al recinto del templo, tuve que dejar mi calzado a cargo de un cuidador (20 R). En cambio, me permitieron continuar a pesar de ir en bermudas (no me dí cuenta hasta más tarde). Mi visita coincidió con la de un grupo de turistas occidentales que tocó bastante las narices, porque siempre estaban en medio de la imagen que quería fotografiar.
De bajada había numerosos puestos que vendían souvenirs, artesanía local, dulces típicos… Yo entre en uno de bebidas y engullí dos deliciosos zumos de naranja natural (150 R con regateo). Se estaba genial: sentado en una silla con unas vistas alucinantes de Back Bay y el Océano Índico; y completamente solo. Sin duda, un lugar ideal para disfrutar del atardecer. Por lo visto, Swami Rock es un magnífico mirador para avistar ballenas, pero no pude ver ninguna.
EL CENTRO DE TRINCOMALEE
Caminando hacia el centro de Trincomalee, me desvié un momento para recorrer Back Bay Beach, la playa donde se ubica el puerto pesquero de la ciudad. Una gran decisión, porque estaba llena de coloridas barcas tradicionales y casetas de pescadores. Y ofrecía unas vistas fenomenales de Swami Rock y el templo. Por si fuera poco, me encontré a escasos metros un imponente macho de Ciervo Moteado, que buscaba comida entre los arbustos. Eso sí, se respiraba un ambiente de miseria, y el lugar puso a prueba mis sentimientos: los pescadores me pedían tabaco o dinero con gesto poco amigable; los niños más de lo mismo (cambiando el tabaco por bolígrafos); y un perrito cojo me seguía a todas partes y se tumbaba a mis pies para que le adoptara… Fue duro.
El centro de Trincomalee no tiene nada de especial, así que no le dediqué mucho tiempo. Está dominado por el gopuram del Kali Kovil, otro templo hindú. Y observé detalles curiosos: varias mujeres con chador o hijab (hay una pequeña comunidad musulmana en la zona); una hamburguesería llamada Kings Burguer (buenísimo el nombre); y otro macho de Ciervo Moteado caminando por el centro de la calzada, a ritmo tranquilo, rodeado de vehículos. Una imagen surrealista. Tras un rato caminando, detuve un tuk-tuk, y regresé a mi hotel por 220 R.
UN PASEO POR UPPUVELI BEACH
Sin tiempo que perder, decidí explorar la playa de Uppuveli. Y no tardé mucho en preguntarme por qué aparece en tantas guías de viaje como un lugar indispensable. La playa es enorme, pero con una arena de color parduzco, y un agua muy normalita. Si no fuera por las palmeras no hubiera sabido que estaba en un país tropical. Había turistas occidentales bañándose o estirados en tumbonas, aunque sin agobiar. Y cada pocos metros me encontraba con un centro de submarinismo, o un chiringuito que organizaba excursiones en barca por los alrededores.
Como yo había venido a hacer submarinismo, aproveché para realizar las gestiones necesarias. Pero quien busque una playa paradisíaca, quizás acabe bastante decepcionado. A mí no me pareció nada del otro mundo, y me gustó más Dutch Bay Beach. En fin… Puse punto y final a la tarde tomándome una cerveza Lion en el restaurante de mi hotel. Esta vez elegí una mesa de la «romantic zone» (¡con velita y todo!). Y tengo que reconocer que se estaba de maravilla: con los pies descalzos en la arena; la orilla del mar a escasos metros; y las últimas luces del día. El camarero simpático se enrolló y me trajo una cesta de Papadum con una salsa agridulce, cortesía de la casa. Precio: 540 R.
CENA: MARQUEE RESTAURANT
Tras el homenaje de la noche anterior, esta vez opté por un restaurante local, ubicado junto a la carretera principal. Me senté en su comedor interior, y pedí un plato de Prawn Fried Rice, que llegó al cabo de escasos minutos. Como siempre, un valor seguro: abundante y rico. Aunque me sorprendió que las gambas no estuvieran peladas. Para acompañar, 3 Cokes (porque eran de 175ml y me las bebía de un trago). El lugar estaba casi desierto (los turistas prefieren los restaurantes de la playa). Y el camarero muy atento. Precio: 800 R.
De regreso al hotel, caminé por una pista muy oscura, rodeado de palmeras. Y satisfecho por como había transcurrido la jornada.
SESIÓN DE BUCEO
Al día siguiente, la jornada comenzó con un desayuno en el restaurante de mi hotel. Mismo menú, aunque esta vez con 5 tostadas en lugar de 3, por lo que acabé más satisfecho. La atmósfera, de nuevo inmejorable. Gran lugar.
Tras llenar el estómago, caminé unos minutos siguiendo la playa hasta el Dive Center que había elegido para hacer un par de inmersiones. Se llama Angel Diving, y tiene muy buenas recomendaciones, tanto por parte de mis guías de viaje, como de los propios lugareños de la zona. La tarde anterior visité sus instalaciones, y los inicios no fueron muy prometedores. Me recibió un tipo cuadrado con aire cansino, como si le importara un pimiento conseguir un nuevo cliente. Y los precios estaban en la banda alta: 2 inmersiones + alquiler de todo el equipo + permiso para acceder al Pigeon Island National Park, me salieron por 18.200 R (unos 100 euros). Pero bueno, en estos casos la seguridad es lo primero, y contraté las inmersiones. Al final el encargado se relajó y parecía más simpático. Y hasta chapurreó algo de español.
Por la mañana, a las 8.20h, aparecí de nuevo en el Dive Center y descubrí que iba a ser el único submarinista. Lo cual significaba que tendría un Dive Master para mí solo. Junto a mi viajaban en la barca 5 snorkelers (todos turistas jóvenes de procedencia europea). La barca estaba en la playa, así que tuvimos que empujar entre todos para meterla en el agua. Y partimos hacia unos islotes en las inmediaciones de Pigeon Island. En el pasado esta isla ofrecía un buceo de calidad. Pero su popularidad ha acabado con todo el coral, y los Dive Centers no la recomiendan (sí sus alrededores).
La verdad es que yo iba bastante nervioso. Hacía más de 3 años que no buceaba (desde mi viaje a Panamá), y en teoría cuando pasa más de un año tienes que hacer una inmersión básica a modo de recordatorio. Pero como no quería perder el tiempo, en el Dive Center dije que hacía 9 meses desde la última. El caso es que no hubo problema: el Dive Master estuvo en todo momento pendiente de mí, y se aseguró de que el equipo estuviera correcto. Otra novedad es que por primera vez llevaba conmigo una cámara GoPro. La alquilé en el Dive Center, y a pesar de pagar un precio desorbitado (4.000 R), tenía ganas de comprobar de primera mano la calidad de las fotos.
1. Angel’s Reef: la primera inmersión duró 50 minutos y me encontré bastante bien, bajando a unos 12m de profundidad. Flotabilidad perfecta, buena compensación (los oídos no se me taponaron), y consumo de oxígeno adecuado. El Dive Master iba delante de mí enseñándome lo más interesante. No vimos tiburones o tortugas, pero estuve bastante entretenido con otros seres. Una Stingray camuflada en el fondo del mar; una Morena de color negro y dientes afilados, cuya cabeza asomaba amenazante de una pequeña cueva; una tremenda concentración de peces medianos (estilo Parrot Fish) comiendo… Pero sobretodo, mucho coral de formas sorprendentes, habitado por multitud de pececitos de colores.
Como me sentí tan cómodo, pude utilizar mi GoPro sin problemas, y saqué un montón de fotos. Aunque me sorprendió que la batería de la cámara cayó a menos del 50% de carga en tan solo una inmersión. ¡Y eso que no grabé vídeos! Otra pega fue que mi máscara se empañó algo, lo cual unido a una visibilidad algo justita, me impidió disfrutar al 100% del entorno. Tiene narices… Me tiro todo el viaje cargando con mi propia máscara para evitar este tipo de situaciones, y me acaba pasando igual…
Pero bueno. En general acabé satisfecho, y regresé a la superficie muy contento por como habían ido las cosas.
SEGUNDA INMERSIÓN
En la barca estuvimos un rato descansando. Yo rompí el hielo, y estuve charlando con algunos de los snorkelers. Me sorprendió muchísimo que el Dive Center no nos ofreciera nada para picar, a diferencia de lo que sucede habitualmente. Entre inmersiones siempre te dan fruta, galletas, o algún sandwich. ¡Y aquí ni siquiera tenían agua! Una gran decepción, teniendo en cuenta el precio pagado. Y como yo no soy nada previsor, pues pasé el rato sin nada que llevarme a la boca.
2. Wall Rock: la segunda inmersión también duró 50 minutos, y bajamos un poco más, hasta los 15m de profundidad. Aquí me encontré mucho más relajado. Y el Dive Master me dejó una máscara que no se empañó. Por lo que pude centrarme en mi alrededor sin problemas.
En cuanto a fauna la cosa estuvo mejor. Vimos varias Morenas; un par de espectaculares Lion Fish; algún Stone Fish, perfectamente camuflados con el entorno (estaba a centímetros de uno y no lo veía); Purple Starfish, de color azul y espinas negras; las antenas de alguna enorme Langosta asomando entre las rocas… Lo más destacado, una nube de peces pequeños de color plateado, que apareció de la nada y me envolvió. La sensación era increíble. Y de nuevo, mucho coral de diferentes tipos, y pececitos de colores. La anécdota se produjo cuando en un par de ocasiones el Dive Master me enseñó… ¡bombas! Allí estaban en el fondo del mar, sin que nadie las haya retirado todavía. De locos…
De regreso en la barca, recogimos a los snorkelers, y regresamos a buen ritmo a la playa de Uppuveli. Una vez en el Dive Center dejé 500 R de propina, ya que el barquero y el Dive Master se portaron de maravilla. En cuanto a las fotos que había sacado con la GoPro, yo pensaba que me las darían en un cd. Pero en cambio me pidieron mi número de teléfono para enviármelas más tarde por Whatsapp. Un sistema que me generaba muchas dudas: no tenía claro que me enviaran todas las fotos; y la calidad sería bastante pobre, para acelerar el envío (de hecho, eso fue exactamente lo que acabó ocurriendo). En fin… Luces y sombras con Angel Diving, aunque en lo importante (calidad del equipo y seguridad) estuvieron de diez.
EN BUSCA DE BALLENAS
Otra actividad típica de Uppuveli es apuntarse a una excursión en barca por los alrededores, para ver delfines y ballenas. Resulta que entre los meses de abril y septiembre estas aguas son frecuentadas por Ballenas Azules. Y mi visita a Trincomalee se produjo en septiembre, así que mi imaginación volaba ante la posibilidad de encontrarme frente a uno de estos gigantescos cetáceos. Para organizar la excursión, reconozco que no me compliqué la vida, y me apunté a una salida gestionada por mi hotel. Pero la competencia es enorme, y se puede preguntar en cualquiera de los chiringuitos de la playa. Precio: 3.000 R por un recorrido de 3 horas.
La excursión requiere de un madrugón importante. Me tuve que levantar a las 5h, y a las 5.30h ya estaba preparado junto al restaurante. Conmigo viajarían dos parejas: una alemana, y otra francesa con un niño. Tras empujar en equipo para meter la barca en el agua, ocupé un asiento en la parte delantera para tener mejor visibilidad. Y la verdad es que no hubo mucha interacción con mis compañeros. El trayecto comenzó con una atmósfera insuperable: oscuridad, barcas de pescadores faenando, las primeras luces del amanecer (aunque el sol estaba tapado por las nubes)… Navegamos hacia el sur, pasamos al lado de Swami Rock, y nos dirigimos hacia alta mar, donde las aguas son más profundas.
Pronto vimos el primer grupo de delfines, nadando junto a una barca. Y a continuación, los avistamientos se sucedieron durante un rato. Aunque era muy difícil sacar buenas fotos, porque los delfines se sumergían, y no sabías en qué punto iban a salir de nuevo a la superficie. Eso sin contar con el vaivén de las olas, y mis compañeros de barca, que a veces me tapaban. Pero es que según avanzaba la excursión, aparecieron más pegas:
1. El barquero no tenía ni idea de inglés. Ni una palabra. Y por tanto no nos podía explicar nada: ni donde iba, ni por qué, ni qué estaba ocurriendo… Algo bastante parecido a lo que me ocurrió en los safaris de Minneriya o Wilpattu.
2. Siempre tenía la sensación de que cuando ocurría algo excepcional, había otras barcas mejor posicionadas. Como un par de veces en las que aparecieron delfines haciendo piruetas en el aire.
3. Al estar en alta mar, el agua estaba agitada. Y en varias ocasiones entraron olas que me dejaron empapado. A mí… ¡y a mi cámara! Entre esto y las inmersiones del día anterior, me quedó claro que para el próximo viaje ya tendría mi propia GoPro.
Aunque lo peor de todo fue que no vimos ni rastro de ballenas. No se si se trató de un mal día, y tuvimos mala suerte; si estábamos en manos de un barquero inexperto; o si resulta que ver ballenas no es tan fácil como aseguran los dueños de los chiringuitos (hay algunos que incluso se atreven a ofrecer snorkeling con ballenas, mostrando fotos espectaculares). En fin, otra vez será… Aunque si tuviera que repetir la excursión, buscaría más información, y contrataría los servicios de una agencia especializada en el tema.
El regreso al hotel fue a ritmo tranquilo. El barquero intentó compensar la ausencia de ballenas parando para que pudiéramos hacer fotos. Y contemplamos buenas vistas de Swami Rock; Ravana Cleft; Back Bay Beach, con sus coloridas barcas de pescadores, un pequeño templo hindú, y una iglesia (ambos casi a pie de playa)… No estuvo mal. En el hotel, fui directo al restaurante, donde engullí el desayuno (estaba que me moría de hambre).
UNA PLAYA PARADISÍACA
No podía abandonar Trincomalee sin visitar la que muchos consideran la playa más bonita del este de Sri Lanka: Nilaveli Beach. El día anterior, camino de Pigeon Island, pasamos junto a ella y tenía una pinta espectacular. Así que tras el desayuno, desalojé mi habitación, dejé la mochila grande en la recepción del hotel, y caminé hasta la carretera principal, donde busqué un tuk-tuk. Aquí pequé de pardillo. Pensaba que la distancia era mucho mayor, y acabé pagando 500 R por un trayecto de unos 9km, cuando lo normal hubieran sido 300 R (y eso que regateé, porque el chaval me pedía 700 R). A veces no se puede estar en todo…
Una vez en la playa, me dediqué a caminar por la orilla hacia el norte (la arena estaba ardiendo). Y en el lugar desde el que salían las barcas turísticas rumbo a Pigeon Island di media vuelta y regresé al punto de partida. En total, un par de horas a ritmo tranquilo. El sol fue apareciendo de forma intermitente, aunque cuando me marchaba el cielo estaba cubierto de nubes grises. Así que tuve suerte. Esto fue lo más destacado:
1. Lo que más me impresionó de Nilaveli Beach fue su aspecto prácticamente virgen. A diferencia de Uppuveli, aquí no había chiringuitos uno al lado del otro, ni tumbonas por todas partes, ni un montón de barcas para excursiones… Por supuesto que hay instalaciones turísticas, pero están más recogidas, dejando la zona de la playa despejada. El lugar estaba casi desierto, y durante mi paseo tan solo me crucé con una pareja, a la que aproveché para pedir que me sacaran alguna foto. La sensación de soledad era abrumadora. Toda una grata sorpresa.
2. Nilaveli es una playa preciosa. Su arena es de color dorado. Sus aguas limpísimas, en las que puedes caminar durante muchos metros hacia el interior sin hundirte. Y como telón de fondo, un bosque de palmeras, sin apenas construcciones. Además, mi paseo coincidió con la marea baja, y en la orilla habían quedado dibujadas unas bandas onduladas de color más oscuro, tremendamente fotogénicas. Estuve valorando la opción de bañarme, pero al final me dio mucha pereza y lo dejé correr.
3. Pasé por una zona donde había postes de cemento, sobre los cuales se detenían bastantes pájaros exóticos. Principalmente Kingfishers y Bee-eaters (vi a uno atrapando una a abeja enorme y tragándosela). Pude sacar buenas fotos, y fue un gran complemento al paisaje de la playa.
Tras el paseo, regresé a mi hotel (esta vez pagando solo 350 R por el tuk-tuk). Allí me dejaron una habitación para pegarme una ducha y cambiarme de ropa. Y continué mi recorrido hacia el sur de Sri Lanka.
CONCLUSIÓN
Si quieres disfrutar de unos días de playa, Trincomalee me parece una opción mucho más recomendable que otros concurridos centros turísticos de la costa este, como Batticaloa o Arugam Bay, que evité por completo. Para visitar la ciudad y alrededores, y realizar las actividades acuáticas más populares, te recomiendo un mínimo de 3 días, aunque un cuarto te permitirá incluir algunos momentos de relax (porque yo casi no paré quieto).
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