Un enorme baobab sagrado rodeado de restos de sacrificios, y un bonito lago habitado por grupos de hipopótamos
Cerca de Banfora, continuando hacia el oeste de Burkina durante 18km, se llega a Toumousseni. Una población rural donde se puede visitar un baobab sagrado en cuyas inmediaciones se respira una atmósfera cargada de magia. De camino está el Lago Tengrela, donde con algo de suerte será posible ver hipopótamos nadando en sus aguas.
VIAJE RUMBO A TOUMOUSSENI
El día comenzó con un desayuno escueto, en el que me limité a picar unas galletas. Y al poco ya estaba subido en mi moto, en busca de nuevas aventuras. En cuestión de minutos me vi rodeado de un paisaje espectacular, lleno de verdor. Nada que ver con la imagen que uno tiene de Burkina Faso. Pasé por una zona pantanosa, donde pastaban tranquilamente grupos de cebús, rodeados de garzas blancas, luciendo enormes cuernos y jorobas. Y crucé poblados tradicionales, con casas de adobe y pintorescos conjuntos de graneros, muy estrechos y con tejados de paja.
También tuve que hacer frente a mi primer control policial, no sin cierto recelo. Pero tras comprobar los papeles del vehículo y el recibo del alquiler, los gendarmes me dejaron continuar sin problemas. Buena parte del trayecto discurrió por una carretera asfaltada en dirección a Sindou. Hasta que, en un punto concreto, me tuve que desviar a la izquierda, y continuar por una pista de tierra. Pero como las indicaciones brillaban por su ausencia, me pasé de largo. Y tuve que preguntar a la gente en un par de ocasiones hasta dar con el camino correcto hasta Toumousseni.
El caso es que la pista se fue estrechando, y acabé en una zona boscosa y solitaria, sin saber si seguía en la dirección adecuada. Por todas partes había palmeras Ronier, que los lugareños utilizan para preparar Banji (vino de palma) a partir de su sabia fermentada. En una de estas palmeras pude ver revoloteando un magnífico Abyssinian Roller, y obtuve buenas fotos. De vez en cuando, me cruzaba con algún lugareño, que se quedaba mirándome con ojos como platos. Porque no están nada acostumbrados a encontrarse cara a cara con turistas.
Pero como iba totalmente perdido, al pasar por una vivienda y ver a un grupo de chavales sentados en la entrada, me acerqué a ellos y les pedí que me ayudaran a llegar al baobab sagrado. No lo veían muy claro, pues desconfiaban de mis intenciones (algo perfectamente lógico). Pero al final uno se decidió; cogió su moto; y le seguí durante unos kilómetros, por una pista cada vez peor, con bancos de arena que me obligaron a hacer equilibrios para no caerme. Por fin, tras unos minutos conduciendo, llegamos al baobab. Le di al chaval 1.000f (más que generosos); y nos despedimos.
EL BAOBAB SAGRADO
Me encontraba junto a un enorme baobab, al que las gentes del lugar adoran y otorgan poderes mágicos. Los habitantes de Toumousseni pertenecen a la etnia Turka (no confundir con la Turkana, del norte de Kenia), de religión animista. Y en el pasado designaron a uno de sus miembros como guardián del baobab, cargo que se transfiere de padres a hijos. Actualmente ya van por el décimo guardián: un sonriente abuelete de aspecto bonachón que durante mi visita permaneció sentado junto al árbol.
De mí se encargó su hijo. Un joven de rostro serio que me estuvo enseñando los lugares más interesantes.
1. Para empezar, nos metimos en el interior del baobab, a través de un estrecho agujero que puso mi flexibilidad al límite. Según el hijo del guardián, el baobab puede abrir y cerrar aquel agujero a su antojo, decidiendo quién entra y quién no. Dentro había unos pequeños bancos de madera, donde la gente se sienta a presenciar las oscuras ceremonias que allí tienen lugar. Un pliegue del tronco donde se acumula agua de lluvia, considerada sagrada. E incluso más tarde descubrí en una foto una enorme araña que se ocultaba en un rincón. El hijo del guardián me animaba a sacar fotos. Y me iba explicando historias.
2. En el exterior del baobab, junto al tronco, había un pequeño fétiche donde se realizaban sacrificios, con una vasija, restos de plumas y sangre, y una antigua flecha de metal.
3. A continuación, nos acercamos a la cabaña donde vive el guardián. Junto a la entrada había otro fétiche. En la pared, colgada de un clavo, una ristra de huesos de perro, que por lo visto tampoco se escapan de los sacrificios. Y en un muro cercano, diez plumas sagradas en fila, una por cada guardián que ha habido hasta la fecha (por supuesto, también cubiertas de sangre).
La visita del baobab no tiene una tarifa fija. Así que el precio dependerá de cada uno. Yo le dí al hijo del guardián 1.900f (todo el cambio que me quedaba) y no recibí queja alguna por su parte.
EN LA CABAÑA DE UNA MEDIUM
El chaval también me presentó a las dos mujeres del guardián del baobab, que descansaban a la sombra de un árbol. Y es que entre los Turka la poligamia está más que aceptada, siempre y cuando el hombre tenga recursos suficientes para mantener a todas las mujeres que decida esposar. La más joven tenía un aspecto que producía escalofríos. Su rostro era solemne e inexpresivo. Y lucía unas escarificaciones en forma de bigotes de gato. Para mi sorpresa, me pidió que le sacara alguna foto. Y después me hizo acompañarla al interior de su cabaña, donde (según el hijo del guardián) era capaz de contactar con los espíritus.
La verdad es que no entré de muy buena gana, pero por suerte el chaval me acompañó. Allí había un altar de sacrificios; todo tipo de amuletos; varias pilas de vasijas; y, lo más inquietante, las figuras de dos niñas gemelas observándonos. Nos sentamos en el suelo, y la mujer comenzó a respirar profundamente, mientras murmuraba palabras inteligibles, y sacudía dos amuletos que sostenía con sus manos. Yo a esas alturas ya tenía los pelos de punta. Y no es que sea especialmente creyente en este tipo de rituales. Pero la situación era inquietante…
El caso es que nunca sabré cómo acababa aquel ritual. Para continuar con la sesión, la mujer esperaba de mí algún tipo de ofrenda (económica o de cualquier otro tipo). Y como ya no tenía cambio (se lo había dado todo al chaval), lo dejamos ahí. Podía haber buscado la forma de seguir adelante con el ritual, pero ya había tenido suficiente. Hay cosas con las que es mejor no jugar…
Tras este momentazo, saqué alguna foto panorámica del baobab y los alrededores. Y me despedí del hijo del guardián. Con más tiempo, no hubiera estado mal pasar allí una noche, y ser testigo de alguna de las ceremonias que tienen lugar alrededor del baobab (generalmente a primera hora del día o por la noche). Otra vez será…
EL LAGO TENGRELA
Para visitar el siguiente lugar de interés, tuve que deshacer parte del camino recorrido. Primero, la pista de tierra, atravesando bosques y palmerales. Y después, un tramo de carretera asfaltada en dirección Banfora. Como una vez más no había señales, pregunté a una amable Burkinabe en moto, que me hizo seguirla, y me mostró el desvío correcto. A partir de ahí, continué por una pista; crucé el pueblo de Tengrela (con casas de adobe y niños gritándome «cadeau, cadeau!»); y llegué hasta la orilla del lago, previo pago de los 1.000f de rigor, en una garita vigilada por un grupo de chavales. Viniendo desde Banfora, el lago está a tan solo 7km de distancia.
La imagen del lago era espectacular. Cebús y garzas blancas cerca de la orilla; graciosas Pintades correteando por la hierba; un grupo de chicas haciendo la colada; críos chapoteando en el agua; enormes árboles rodeando la zona… Se notaba que estábamos en el final de la estación seca, y el lago se había reducido bastante. Pero aún así, el paisaje era precioso.
Tras un rato dando un paseo por la zona, conduje un par de minutos siguiendo la orilla. Y llegué al Campement Le Rankart, donde es posible pasar la noche en una cabaña. Yo me conformé con refrescarme en un chiringuito ubicado frente a la entrada, donde me tomé una Coke y una botella de agua grande. Mientras, estuve charlando con una señora francesa que se alojaba en el campamento, y que llevaba 30 años viviendo en Burkina.
En realidad, el motivo de mi visita al lago era ver hipopótamos. Según mi guía de viaje, había un grupo que vivía en sus aguas. Y los lugareños organizaban excursiones en unas precarias canoas de madera, acercándose de forma temeraria a estos seres. Por lo visto era una experiencia única. Hasta que ocurrió una desgracia… La señora francesa me explicó que unas semanas atrás una canoa volcó al emerger un hipopótamo del agua, y 3 turistas locales habían muerto ahogados. Así que el gobierno local había suspendido las excursiones y ordenado renovar la flota de canoas, para aumentar su seguridad. Y todavía estaban en ello.
La otra opción que tenía era esperarme hasta las 18h, pues a veces los hipopótamos se acercaban a la orilla y era posible verlos. Pero ya había observado a estos animales en numerosas ocasiones durante mis viajes. La gracia era el paseo en barca. Además, no tenía muchas ganas de regresar a Banfora conduciendo por carreteras oscuras. Así que tras acabar mi botella de agua, me despedí de la señora francesa, y me puse en marcha.
De camino, pude contemplar innumerables escenas de la Burkina rural. Mujeres moliendo grano con la ayuda de troncos de madera; montones de críos alrededor de la fuente de agua del pueblo, llenando recipientes; chicas sentadas en el portal de casa, trenzando el pelo de sus hijas; grupos de hombres charlando… Paré en varias ocasiones a sacar alguna foto,mostrándome siempre amable y sonriente, para evitar problemas. Y en algún caso puntual (como una chica guapísima que llevaba una palangana de agua en la cabeza y a su bebé a la espalda) intercambié unas cuantas fotos por una moneda de 100f.
Al final, ya oscureciendo, llegué a la puerta de mi hotel. Y guardé la moto en su patio interior.
CENA: LE CALYPSO
Para redondear una gran jornada, decidí cenar en uno de los mejores restaurantes de Banfora. Que además estaba situado a escasos metros de mi hotel. Primero me acerqué para encargar el plato que quería. Después, mientras hacía tiempo, me senté en una mesa de mi maquis favorito, y me tomé una Brakina helada que me supo a gloria. Y más tarde, regresé al restaurante para cenar.
Como no encontré especialidades locales que me apetecieran, acabé cenando un Yassa Poulet, en recuerdo de mis aventuras por Senegal. El plato era generoso, compuesto por medio pollo, acompañado de banana frita, y una botella de agua grande. De postre, un delicioso yogur artesano. Quién me iba a decir que iba a acabar comiendo yogur en África… Cené en la mesa de una terraza exterior bastante desierta. Y el servicio, un tanto empanado, pero eficiente. Precio: 5.000f.
CONCLUSIÓN
Tanto Toumousseni como Tengrela son visitas obligadas. Ambas se pueden realizar fácilmente en una jornada desde Banfora. Aunque si dispones de algo más de tiempo, recomiendo dedicarle un día completo a cada lugar, pasando la noche en ellos. En Tengrela te podrás sentar junto al lago, bajo un cielo estrellado, con el sonido de los hipopótamos de fondo. Y en Toumousseni podrás presenciar algún ritual curioso, mientras saboreas un vaso de Banji. Y al día siguiente, continuar el camino rumbo a Sindou.
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