Una visita pasada por agua a la costa occidental de Madagascar, limitada a un pequeño museo local y un jardín botánico
Al final de la RN7, tras recorrer 936km desde Antananarivo, se encuentra Toliara (antiguamente conocida como Tulear). Una moderna ciudad en constante crecimiento, que cuenta con escasas atracciones turísticas, a parte de un curioso museo y un interesante jardín botánico situado a poca distancia. La gente viaja a Toliara para explorar sus alrededores, que ofrecen playas idílicas, buenos lugares para hacer buceo o snorkel, apacibles aldeas de pescadores, y paisajes únicos.
Aunque quien pase un tiempo en Toliara también descubrirá que se ha convertido en un importante centro de prostitución. En mi caso, al ser un chico viajando en solitario, no paré de recibir propuestas. Desde el conductor del cyclo-pousse, que tenía amigas; hasta las propias jóvenes, que paseaban por la ciudad en parejas, mirando sonrientes. Y la verdad es que costaba resistirse, porque había auténticas bellezas. Pero no entraba en mis planes volar miles de kilómetros para acabar formando parte del turismo sexual de la zona…
CAOS EN EL TAXI BROUSSE
Para continuar mi ruta hacia el sur desde Ranohira, mis guías de viaje avisaban que no lo tendría fácil. Porque esta población no tiene estación de Taxi Brousse. Y los que pasan por allí procedentes de otros lugares más al norte, normalmente ya van completos. Así que cuando, nada más regresar de mi visita al Parc National de l’Isalo, unos chavales me dijeron que acababa de llegar un Taxi Brousse con plazas disponibles, no me lo pensé dos veces. Y sin apenas respirar, cogí mis cosas y me subí al vehículo.
Pero entonces surgieron dos problemas:
1. No tenía efectivo para pagar el billete. Y el conductor no aceptaba mi alternativa de pagarle cuando llegáramos al destino, tras sacar dinero en un cajero automático.
2. Aunque hubiera tenido efectivo, los chavales me pedían 30.000 Ar, en busca de una jugosa comisión. Un precio que a esas alturas ya sabía que era desorbitado, y me negué en redondo.
Con esta situación, no sabía que hacer: me bajaba del Taxi Brousse; continuaba insistiendo al conductor (ignorando a los chavales)… Hasta que un lugareño salió en mi ayuda. Me dijo que él me prestaba el importe del billete (el precio correcto era de 15.000 Ar, aunque no le vi pagar). Y cuando los chavales se enfadaron con él por estropearles el negocio y le insultaron, el tío (una auténtica mole) bajó del vehículo y se lió a tortazos con ellos. Así que asunto resuelto. Más tarde el hombre me explicó que era militar. Pero no me quedó muy claro si intervino por ayudarme, o para tener la excusa perfecta para soltar unos guantazos.
VIAJE RANOHIRA – TOLIARA
Por fin en marcha, pronto comprobé que el trayecto iba a ser realmente plácido. El Taxi Brousse realizaba el recorrido directo Antananarivo-Toliara, sin paradas constantes para subidas y bajadas de otros pasajeros. Además, el vehículo estaba en perfecto estado, y avanzaba a toda pastilla por una RN7 bien asfaltada. Con esta situación, tardamos poco más de 4 horas en recorrer los 243km de distancia. Totalmente inesperado.
Tan solo nos detuvimos un rato en Ilakaka, una población ubicada a 24km de Ranohira. Hasta 1998 se trataba de un asentamiento rural intrascendente. Pero ese año se descubrió en la zona uno de los mayores depósitos de zafiros a nivel mundial. Y los malgaches comenzaron a llegar desde todos los rincones del país, para trabajar en las minas en condiciones totalmente precarias. Según cuentan, Ilakaka es lo más parecido que hay al salvaje Oeste. Abundan los bares y burdeles, y los delitos violentos son habituales. Pero bueno, todavía era de día; y yo solo vi la avenida principal, con tiendas de gemas por todas partes.
Mientras el conductor del Taxi Brousse se sentaba a comer algo, yo me tomé una Fanta de piña fresquita, y estuve charlando un rato con el militar, y un abuelo francés de aspecto repulsivo. Estaba casado con una malgache, y alardeaba de ser un conocedor de los mejores locales de Toliara para conseguir jovencitas. Como me dijo: «yo antes hacía fotos de paisajes como tú; ahora solo hago fotos de chicas». Menudo personaje…
De nuevo en ruta, ocurrió algo inesperado: el militar se bajó en la siguiente población, Sakaraha (también llena de tiendas de gemas). Me indicó un hotel para pasar la noche en Toliara. Y me dijo que al día siguiente se pasaría por allí para cobrar el dinero que le debía. Y nos iríamos de cacería con el abuelo francés. Uff… Vaya marrón.
En fin, el resto del trayecto estuve entretenido contemplando el paisaje. A la altura de Sakaraha aparecieron los bosques del Parc National Zombitse-Vohibasia. Se supone que es un buen lugar para ver aves, y hasta el último momento estuve dudando si hacía un alto para explorarlo. Pero decidí continuar mi ruta. Al final, una hora antes de llegar a Toliara, el paisaje se hizo mucho más árido. Y aparecieron los primeros baobabs, de formas impresionantes.
También pude ver de forma fugaz las Tumbas de Andranovory, pertenecientes a la etnia de los Masikoro. Eran grandes, de forma rectangular, y con pinturas representando escenas de todo tipo, aunque de temática más bien moderna. Y por fin llegamos a Toliara, todavía de día. En la Gare Routière, cogí un cyclo-pousse y me llevó al hotel elegido (distinto al que me recomendó el militar) por 2.000 Ar, tras un pequeño regateo.
ALOJAMIENTO: HOTEL LE RECIF – 45.000 Ar/Noche
*Puntos a favor: habitación amplia; cama doble muy cómoda; limpieza impecable; baño privado, con agua caliente perfecta; balcón; ubicación en primera linea de mar, con vistas espectaculares; restaurante anexo; piscina (aunque no la pude utilizar); precio.
*Puntos en contra: encargada de la recepción bastante borde; lugar lleno de mosquitos talla XL, y la cama estaba equipada con una mosquitera demasiado pequeña; paredes de papel de fumar, que dejaban pasar los «sonidos» de una fogosa pareja alojada en la habitación de al lado.
Una vez instalado en mi habitación, me senté en una mesa de la terraza exterior del restaurante, y contemplé el atardecer, acompañado de una cerveza THB. Se estaba genial, tras las aventuras vividas. Ante mí, una perfecta panorámica del mar, con barcas tradicionales Vezo, carretas tiradas por cebús descargando mercancías, lugareñas paseando (con una especie de pasta marrón en la cara para protegerse del sol), y atmósfera tranquila. Después pasé al comedor interior para cenar. Un menú realmente francés: gratin de gambas, filete de cebú a la pimienta, y crêpe de chocolate. Todo delicioso. Precio: 27.000 Ar.
PASEANDO POR TOLIARA
Al día siguiente me levanté a buena hora. Y tras picar unas galletas sentado en mi balcón, con el agradable frescor de la mañana, salí al exterior dispuesto a explorar la ciudad.
En el pasado, Toliara era un pequeña aldea pesquera, que a finales del siglo XIX fue ampliada por los franceses para actuar como capital administrativa de la región. De ahí sus anchas avenidas, flanqueadas de tamarindos. En Toliara no hay playa de arena. En su lugar, la costa está formada por zonas nada apetecibles de manglares y lodo oscuro. Así que la ciudad vive de espaldas al mar, sin contar con el típico paseo marítimo que tienen otras poblaciones para sacar partido de su privilegiada ubicación. En esta zona habitan los Vezo, unas gentes semi nómadas dedicadas a la pesca, utilizando sus embarcaciones tradicionales, de apariencia realmente frágil. Los Vezo son a su vez un subclan de la etnia Sakalava, predominante en toda la mitad oeste de Madagascar.
Tras un rato caminando por sus calles, acabé odiando Toliara. El calor era horrible, con una humedad asfixiante; los edificios eran modernos, con un interés nulo; y el asedio de la gente no cesaba (conductores de pousse-pousse, mendigos, vendedoras ambulantes…). Así que me dirigí a toda prisa al único punto de interés del lugar.
EL MUSÉE CEDRATOM
No fue fácil llegar, pues estaba escondido en un rincón del edificio de la Universidad de Toliara. Pero al final lo encontré, gracias a las indicaciones de la gente. Cedratom son las siglas de CEntre de Documentation et de Recherche sur l’Art et les Traditions Orales à Madagascar (vaya tela). Se trata de un pequeño recinto donde hay una gran variedad de objetos y paneles explicativos sobre las diferentes culturas del Sudoeste del país. Tras pagar la entrada (5.000 Ar), esto fue lo más destacado:
1. Un par de tumbas de las etnias Sakalava o Mahafaly. Los estilos son casi idénticos: de forma rectangular, cubiertas de piedras, y decoradas con varias cornamentas de cebú (se sacrifican durante el funeral) y aloalo (unos postes de madera tallada, que suelen representar escenas de la vida del difunto, aunque los Sakalava a veces incluyen imágenes de alto contenido erótico). Antiguamente estas tumbas se podían ver por todas partes. Pero los continuos saqueos han obligado a ubicarlas en lugares ocultos.
2. Una espeluznante máscara de madera, con dientes humanos. Pertenecía a los Mikea, otro subclan de la etnia Sakalava, que subsiste en los bosques del este de Toliara gracias a la caza y la recolección de frutos, al margen de la civilización.
3. Un huevo reconstruido de Aepyornis, más conocido como pájaro elefante. Un ave gigantesca endémica de Madagascar, similar a un avestruz, que medía 3 metros de altura y pesaba unos 400kg. Tenía que ser una imagen espectacular. Pero por desgracia este animal se extinguió hace unos 1.000 años, muy probablemente a manos de los antiguos pobladores de la isla. Por lo visto, durante una excursión por el suroeste del país no es raro encontrarse fragmentos de cáscara de huevo.
4. Además, varias esculturas de madera; instrumentos musicales; fotos antiguas; etc…
Fue una visita interesante. Pero como el museo no era muy grande, en algo más de media hora ya lo había visto todo. Durante mi estancia apareció el encargado, que se puso a explicarme la historia de alguno de los objetos. Pero le llamaron por teléfono y se tuvo que marchar.
De regreso en el hotel, cogí mis cosas y me despedí para no volver (o eso pensaba…). Mientras caminaba, me invadía una tensión tremenda, ya que temía encontrarme con el militar (estaba huyendo de la ciudad sin pagarle los 15.000 Ar que le debía). Pero bueno, pronto encontré un taxi (un R4 conducido por un gracioso abuelete). Y por 20.000Ar me llegó hasta mi siguiente destino, ubicado 12km al norte de Toliara, siguiendo la RN7.
ALOJAMIENTO: AUBERGE DE LA TABLE – 60.000 Ar/Noche
*Puntos a favor: bungalow enorme; cama doble comodísima; limpieza extrema; decoración con gusto; lavabo de dimensiones generosas, con ducha de agua caliente; mosquitera; ubicación perfecta, en medio de la naturaleza; servicio amable y eficiente; restaurante anexo; precio.
*Puntos en contra: bungalow sin enchufes para cargar baterías; ubicación demasiado cercana a la RN7 (de vez en cuando se escucha el ruido de camiones pasando).
Tras pasar un tiempo en Toliara, el entorno de mi hotel me pareció un auténtico paraíso. El resto de la tarde no hice mucho. Di un paseo por los alrededores, sacando fotos de un montón de plantas exóticas (cactus de formas extrañas, flores…). Y poco más.
Para cenar acudí al restaurante del hotel, donde al igual que la noche anterior, cayó otro menú estilo francés: revuelto de patata y calamares; filete de cebú en salsa, acompañado de spaghetti; mousse de chocolate de postre (estaba deliciosa); y una botella de agua grande. Y para rematarlo todo, un chupito de ron con canela cortesía de la casa (fortísimo). La atmósfera, totalmente occidental, con música jazz, velitas y tranquilidad. No está mal algún homenaje de vez en cuando. Sobre todo cuando los ánimos comienzan a decaer. Precio: 25.000 Ar.
Antes de irme a dormir, estuve explorando con mi linterna frontal las cercanías de mi bungalow. Y encontré bastante vida: un par de especies diferentes de salamanquesa, arañas, escarabajos, hormigas gigantes… Hasta que me retiré a dormir, pues el viento comenzaba a soplar con fuerza (algo habitual en la zona).
AMANECER CON SORPRESA
Toliara es conocida como la «Ciudad del Sol». En esta zona el clima es semi-desértico, y la lluvia es algo realmente excepcional. Según las estadísticas oficiales, la media anual es de 32 días de lluvia, de los cuales tan solo uno pertenece al mes de octubre. Así que me quedé a cuadros cuando al día siguiente salí al exterior de mi bungalow, y me encontré un cielo totalmente cubierto de nubes grises, con una fina lluvia.
En fin, mientras esperaba a que despejara algo, me acerqué al restaurante del hotel, y me senté a desayunar en su terraza exterior. Pan con mermelada y mantequilla; macedonia de frutas; y dos tazas de café con leche. Delicioso. Y por tan solo 7.000 Ar (poco más de 2€). Por allí campaba a sus anchas un gracioso Lemur de Cola Anillada domesticado, que me tuvo un rato entretenido.
Pero fue acabar de desayunar, y empezó a llover a cántaros. Con lo que no me quedó otra que cobijarme en mi bungalow y esperar. Mientras, fuera cayó un tormentón del quince, con rayos y truenos. Me esperaba cualquier cosa menos eso… Al cabo de 2 horas que se hicieron interminables, aflojó la lluvia, y salí dispuesto a realizar la visita que me había traído hasta aquí.
EL ARBORETUM D’ANTSOKAY
Se trata de un jardín botánico privado, con buenas oportunidades para ver la curiosa flora del suroeste de Madagascar. Y también algunas especies de aves y reptiles (cuando el tiempo acompaña). Fue creado en los años 80 por un botánico suizo, y en sus 7 hectáreas hay decenas de plantas de todo tipo.
Yo me acerqué al Centro de Visitantes; pagué la entrada (10.000 Ar), que da derecho a una visita guiada de 2 horas; y me puse en marcha, acompañado de una chica amable y sonriente. Durante la primera media hora la lluvia nos respetó, y disfruté del paseo. Pero después empezó a arreciar, y acabé empapado, con serias dificultades para sacar fotos. Una auténtica pena. Eso sí, un diez para la guía, que a pesar de todo continuó enseñándome cosas, en vez de suspender la visita, como hubiera hecho más de uno. Esto fue lo más destacado:
1. Como era de esperar, las protagonistas del lugar fueron las plantas, casi todas endémicas de esa zona de la isla. De formas surrealistas. Daba la sensación de estar paseando por otro planeta. Había cactus enormes, árboles de semillas extrañas, pachypodiums, falsos baobabs, áloes, arbustos de hojas verdes que parecían monedas… Sin ser ni mucho menos un apasionado de la botánica, tengo que reconocer que los jardines eran impresionantes.
2. En cambio, la lluvia provocó que la fauna de la zona se mantuviera escondida en sus guaridas. Tan solo vi un par de pájaros curiosos, con el plumaje empapado (uno de ellos un Coucal de Madagascar, posado en una rama). Según mi guía, la tarde anterior habían visto varios camaleones, lagartos… Qué rabia… Porque tuve la oportunidad de unirme a esa visita, y no quise al considerar que era mejor por la mañana.
3. Cansado de mojarme, me refugié en un pequeño museo atiborrado de objetos curiosos: conchas, minerales, un huevo reconstruido de pájaro elefante, huesos de ballena…
4. Desde una ventana del museo pude ver (y fotografiar) un recinto abierto donde había varios ejemplares de Tortuga Radiada (o Estrellada), también endémica de Madagascar. Algunas caminaban a cámara lenta, otras bebían agua… Están en serio peligro de extinción, ya que la gente las caza para comer o venderlas en el extranjero como mascota. Una lástima, porque es un animal espectacular: su cuerpo es de color amarillo, y los machos pueden pesar hasta 40kg, con una esperanza de vida cercana a los 100 años.
Tras la visita, desalojé mi bungalow, y me senté un rato en un sofá de la recepción hasta que la lluvia perdió intensidad. Nada más salir al exterior, un simpático taxista me ofreció sus servicios, y pude negociar un precio más ventajoso hasta la Gare Routière de Toliara (15.000 Ar).
CAMBIO DE PLANES
De regreso en Toliara, tenía que tomar decisiones importantes. En principio la idea era coger un Taxi Brousse hasta mi siguiente destino. Pero… ¿hacia dónde? Con la lluvia no tenía sentido dirigirme hacia otras poblaciones costeras relativamente cercanas, como Ifaty o Anakao, famosas por sus playas. Y para viajar hasta Taolagnaro, en el extremo sur de Madagascar, donde se encuentra la célebre Reserva de Berenty, no había vuelos disponibles. La única opción era coger un Camion Brousse, que en el mejor de los casos tardaba 48 horas en llegar, recorriendo una pista infame (y con barro quizás mucho más). Una idea muy poco apetecible.
Así que decidí quedarme una noche más en Toliara. Si al día siguiente el tiempo mejoraba, continuaba explorando el sur del país. Si no, regresaba a Antananaribo en busca de un mejor clima y nuevos lugares de interés. Con estos pensamientos, cogí un cyclo-pousse, y regresé de mala gana al Hotel Le Recif. Si Toliara ya es de por sí un lugar poco agradable, la aparición de la lluvia lo había convertido en un campo de batalla: charcos enormes, avenidas transformadas en ríos, barrizales oscuros, tráfico caótico… Menudo marrón para el pobre ciclista, que sorteaba los obstáculos como podía.
En el hotel, mi habitación continuaba disponible. Eso sí, con algunos cambios: una gotera en el techo, que la encargada había solucionado poniendo una toalla en la zona del suelo donde caía el agua. Y de vez en cuando se cortaba la luz. El resto de la tarde la pasé leyendo sentado en el balcón, mientras fuera llovía de forma torrencial.
Por la noche, cené en el restaurante del hotel. Esta vez no estuve muy acertado con mi elección, porque me dio por pedir una Pizza Royal, con carne, queso, huevo… No me gustó nada. Estaba sosa, grasienta, y sabía muy rara. Para acompañar, una botella de agua grande. Precio: 16.000 Ar. En el comedor reinaba una atmósfera triste y desangelada, y me entretuve mirando la TV.
VIAJE TOLIARA – ANTANANARIBO
El día siguiente amaneció con un tímido sol, pero gran parte del cielo todavía estaba cubierto de nubes oscuras. Y no tenía ganas de pasar otra jornada bajo la lluvia. Con lo que decidí no correr riesgos: desalojé mi habitación; cogí un cyclo-pousse para llegar a la Gare Routière; y rápidamente localicé el Taxi Brousse que tenía previsto partir hacia Tana. Se trataba de un servicio exprés gestionado por la compañía local Kofifi. El vehículo estaba en perfecto estado, los asientos eran numerados, había dos conductores para irse turnando, y todos los pasajeros viajaban directos a Tana, por lo que no tendría que sufrir paradas constantes.
El billete me costó 45.000 Ar, y mientras esperaba la salida, me dio tiempo a picar unas galletas a modo de desayuno (600 Ar). Hasta que a las 8.30h, con media hora de retraso, nos pusimos en marcha. Por delante, nada menos que 936km de RN7.
A pesar de avanzar a muy buen ritmo, tardamos 21 horas en llegar a la capital. Toda una tortura. Durante el día estuve entretenido con el paisaje. Fue como una especie de resumen de todas las experiencias vividas hasta el momento: baobabs, praderas de hierba amarilla, formaciones rocosas, casas tradicionales… Pasé junto a Chez Bernie, el Hotel Tropik… Para comer, paramos en un hotely de Sakaraha, donde engullí un enorme plato de arroz blanco con dos trocitos de pollo (3.000 Ar).
La verdad es que el viaje hubiera sido soportable, de no ser por varios inconvenientes:
1. Elegí un mal asiento, junto a la puerta. La idea era tener más espacio para las piernas. Pero mis compañeras de fila estaban bien entradas en carnes, y me empujaban todo el tiempo hacia el hueco de la puerta, obligándome a hacer presión.
2. Música a todo volumen, que no paró ni de madrugada. Ni siquiera podía escuchar mi Ipod. Y nada de canciones tradicionales malgaches: Elton John, Celine Dion, Abba…
3. Conducción realmente brusca, con continuos frenazos, curvas, adelantamientos…
4. Entre Toliara e Isalo llovió con fuerza, y sobre mi asiento había una gotera.
Para cenar, ya de noche, paramos en una sórdida zona de hotelys en las afueras de Fianarantsoa. Por allí pululaban niños mendigando comida o unas monedas, vestidos con harapos; perros esqueléticos a punto de ser atropellados; buscavidas sin rumbo fijo… Me considero una persona bastante curtida, y reconozco que se me partía el corazón viendo esas imágenes de miseria extrema. En fin… Como no tenía mucho apetito, me conformé con unas galletas y caramelos, y continuamos el trayecto.
Por suerte, a pesar de las dificultades, logré echar alguna cabezada, y la noche pasó rápido. Y a las 5.30h llegamos a Antananaribo, tras un viaje maratoniano.
CONCLUSIÓN
Se supone que tras un recorrido por los parques nacionales del sur de Madagascar, no hay nada como relajarse unos días en las playas de Ifaty o Anakao, a escasa distancia de Toliara. Pero no puedo opinar, porque mi llegada a la ciudad coincidió con un atípico temporal de lluvia. Además de las playas, no es mala idea pasar un día entretenido en Toliara, visitando su museo y el cercano Arboretum. Por suerte, estos dos lugares y las aventuras vividas durante los trayectos de ida y vuelta, justificaron el esfuerzo.
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Comentarios
2 ComentariosMaria
Ago 27, 2022Me parece vergonzoso que te vayas a un sitio como Madagascar dónde apenas tienen ni para comer y que alguien amable te preste dinero y no lo devuelvas . Es de vergüenza que lo comentes y te sientas orgulloso de robarle a la gente . Si quieres un buen hotel , te vas a uno en la Castellana y si quieres pizza , te vas a Italia .
Ganas De Mundo
Ago 29, 2022Hola María! Creo que antes de enfadarte así deberías leer con atención, y en todo caso pedir aclaraciones. Esa persona “amable” como dices era un militar malgache, y esta gente vive completamente al márgen de la dura realidad del país. Esa persona “amable” se lió a tortas con unos críos que es verdad que me querían timar, pero de ahí a la violencia física hay un mundo. Y esa persona “amable” era cliente habitual de los prostíbulos de Tiara, donde trabajan niñas menores de edad, y llevaba a turistas. Te aseguro que no me marché de Toliara orgulloso sino cagado de miedo, porque el motivo de no querer ver al militar era que me quería enseñar varios prostíbulos junto al abuelo francés (lo comento en el post), y temía que al negarme se ofendiera y me buscara problemas. A estas alturas soy muy consciente de la situación que vive África (ahora mismo llevo 7 meses recorriendo África Occidental). Pero si tengo que elegir entre “robar“ o ayudar a fomentar la prostitución infantil elijo lo primero, en Madagascar, en la Castellana y en Italia… Un abrazo!