Las ruinas de la antigua capital del Imperio Elamita y un gigantesco zigurat de ladrillo que permaneció enterrado durante siglos hasta su descubrimiento
La moderna población de Shush se encuentra pegada a las ruinas de Susa, una de las ciudades más antiguas de la Tierra, habitada hace más de 6mil años. Fue la capital del Imperio Elamita, una civilización que se extendió por el suroeste de Irán y rivalizó en grandeza con los vecinos Imperios Sumerio y Babilonio. Más tarde se convirtió en una de las cuatro capitales del Imperio Aqueménida, y Darío el Grande ordenó construir aquí un espectacular palacio al mismo tiempo que se levantaba Persepolis. Tras la conquista de la zona por Alejandro Magno, Susa continuó siendo un destacado centro comercial, pero poco a poco fue perdiendo importancia. Hasta que los Mongoles arrasaron la ciudad en el siglo XIII y quedó abandonada para siempre.
Además del recinto arqueológico de Susa, Shush cuenta con otros lugares de interés como la Tumba de Daniel. Y constituye una base ideal para realizar excursiones de un día a diferentes atracciones como el impresionante zigurat de Choqa Zanbil o el Cañón de Khazineh.
VIAJE: KERMANSHAH – SHUSH
Para este desplazamiento de más de 400km decidí evitar sorpresas y el día antes me acerqué a la Terminal de Kermanshah a comprar el billete. Se encuentra al norte de la ciudad, a 7km de la plaza Azadi, y para llegar utilicé un taxi compartido que solo me costó 2milT. Una vez allí entré en las instalaciones de una compañía al azar y un chaval que hablaba inglés me envió a unas oficinas donde se compran los billetes de forma centralizada.
El sistema me pareció genial, pero no contaba con que el encargado de la ventanilla que elegí iba a ser un tipo borde y malencarado que al ver que no hablaba farsi poco menos que me envió a paseo y continuó chateando con su móvil. Yo comprendo que no tenía por qué entenderme a la primera, pero ante esa situación podía haber llamado a algún compañero, utilizado Google Translator, o simplemente ser más comprensivo. Así que me enfadé muchísimo y me marché de las oficinas cagándome en todo y dando un portazo. Como nunca me doy por vencido pedí ayuda de nuevo al chaval que hablaba inglés y éste me salvó la vida: llamó por teléfono a una chica de las ventanillas; le explicó lo que necesitaba; y cuando regresé ya me estaba esperando y me vendió el billete sin problema. Precio: 77milT.
Mi plan inicial era viajar hasta Shustar (no Shush), pero no había un autobús directo, con lo cual tenía dos opciones:
*Viajar a Andimeshk y allí coger otro autobús o un taxi compartido a Shustar.
*Comprar un billete a Ahvaz y bajarme antes en Shustar, pagando el trayecto completo. Yo elegí esta alternativa, porque aun así el precio era de risa (apenas 6€).
Menos mal que dejé todo atado el día anterior, porque solo hay un autobús al día que viaja a Ahvaz (gestionado por la compañía Pars Payma) y parte a las 9.30h. Tras desayunar en el Hotel Azadi desalojé la habitación; me desplacé en taxi privado a la Terminal (10milT); y localicé las instalaciones de la compañía. Allí me senté un rato a esperar, y a la hora prevista dejé mi mochila grande en el maletero inferior del autobús y ocupé mi asiento en la fila individual. Aunque al final nos pusimos en marcha con media hora de retraso.
El trayecto duró algo más de 6 horas y estuvo entretenido. Yo viajé muy cómodo, con espacio más que suficiente y una enorme ventana para disfrutar de las vistas. El autobús cruzó el sur de la provincia del Lorestan, con un paisaje dominado por los Montes Zagros, que crean todo tipo de formaciones geológicas: onduladas colinas cubiertas de relieves; pináculos de roca; profundos barrancos de color naranja… Una zona ideal para la práctica del senderismo. De vez en cuando aparecían aldeas con viviendas medio en ruinas; pastores caminando junto a sus rebaños de ovejas; o ríos caudalosos de aguas marrones. En todo momento lució un sol impecable, con un cielo cubierto de pequeñas nubes tremendamente fotogénicas.
Eso sí, me sorprendió que en el autobús no ofrecieran nada a los pasajeros (lo normal es agua y galletas). Al final estaba hambriento, y no paramos a comer algo en un restaurante hasta las 14h pasadas. Yo me senté en una mesa y pedí un kebab de pollo con arroz, yogur, pan y una Coke. Un plato delicioso y abundante por el que solo pagué 25milT. Tras llenar el estómago continué el viaje escuchando música con mi iPod y echando un par de cabezadas. No me esperaba lo que estaba a punto de suceder…
Cuando dejamos atrás Andimeshk me dio por mirar el mapa y comprobé con horror que el autobús avanzaba por una carretera distinta a la que lleva a Shustar. Rápidamente fui a pedir explicaciones al conductor y su ayudante, y aluciné con la respuesta: pensaban que iba a la población de Shush. Eso a pesar de que en varias ocasiones indiqué claramente que iba a Shushtar: cuando compré el billete; cuando llegué a las instalaciones de la compañía; y cuando entregué mi mochila grande al ayudante.
Aun no sé si todo fue una confusión rocambolesca o si el conductor decidió tirar por la ruta más directa a Ahvaz pasando de mí. El caso es que no variaron sus planes y me dejaron en Shush. Y menos mal que llegamos poco después, porque yo estaba indignadísimo y les hubiera dicho de todo. Aunque también tiene narices que haya dos poblaciones tan cercanas con nombres casi idénticos…
Una vez en tierra paré un taxi privado y fui al centro, situado a 2,5km de la carretera principal (5milT); y me puse a buscar un lugar para pasar la noche. Mi plan inicial era visitar Shush después de Shustar, pero ya que estaba allí y comenzaba a oscurecer opté por adaptarme al nuevo escenario y hacerlo a la inversa.
ALOJAMIENTO: DURUNTASH HOTEL – 133milT/Noche
*Puntos a favor: habitación enorme; cama doble muy cómoda; baño privado con ducha perfecta; ubicación céntrica, a escasa distancia a pie de las principales atracciones; tranquilidad total por la noche; nevera; wifi rápido; lavadora gratis (me vino genial); familia propietaria y encargado de la recepción realmente amables; desayuno incluido.
*Puntos en contra: el baño no está completamente cubierto (en invierno hace frío), con limpieza muy mejorable y mal olor; demasiados mosquitos (tardé días en acabar con todos); mobiliario destartalado; solo unas mantas para taparme (utilicé mi saco de dormir).
Mi primera opción fue el Apadana Hotel, pero me pedían 150milT (sin mucha voluntad de negociar) y encima no tenía wifi. Por suerte un cliente me envió al Duruntash Hotel, situado a tan solo 5 minutos. El precio inicial también era de 150milT por noche, aunque tras apretar al chaval encargado conseguí un descuento.
Una vez instalado en mi habitación ya era de noche, así que decidí pasar el resto de la tarde escribiendo y conectado a Internet. Hasta que al cabo de un par de horas el chaval de la recepción llamó a la puerta para invitarme a tomar un té en el comedor y presentarme a dos lugareños. El primero era un taxista que tras dar mil rodeos me intentó vender (sin éxito) una excursión por los alrededores.
El segundo era Najaf, el dueño del hotel, que me vistió con ropa tradicional iraní y me hizo un montón de fotos. Pero en plan serio, indicándome poses y buscando diferentes ángulos: yo solo, con él y algún conocido (que también se disfrazaron)… La verdad es que me sentí ridículo y participé en el show con resignación. Por lo visto el dueño era fan de la película “Gladiator”, y como su protagonista era de Hispania alucinaba conmigo… En fin… A la que pude regresé a la habitación y ya no volví a salir.
Como había comido bien, solventé la cena picando unas galletas de chocolate. Y me preparé para un descanso más que necesario.
RECORRIENDO LA ANTIGUA SUSA
Al día siguiente me levanté tras una noche muy movida: dos mosquitos que no pararon de molestar hasta que los maté; la llamada a la oración de una mezquita cercana; gente hablando a gritos a primera hora de la mañana… Por suerte no tenía una agenda muy apretada, así que me tomé las cosas con calma. A las 9h bajé al comedor del hotel, me senté en un diván, y el chaval encargado me trajo una bandeja con el desayuno: tortilla francesa, pan abundante con mermelada y dos tazas de té. No estuvo mal.
Una vez con el estómago lleno preparé la mochila pequeña y salí a explorar Shush. Hacía un tiempo perfecto, con cielo despejado y un sol agradable. Tanto que por primera vez en muchas semanas pude caminar en manga corta. Para empezar me dirigí a la principal atracción turística de Shush: las ruinas de Susa.
Susa es una de esas ciudades legendarias que evocan todo tipo de imágenes. Cuesta pensar que hace 6mil años, cuando Europa estaba aun habitada por tribus nómadas, aquí se levantaba una enorme plataforma de adobe coronada por un templo. Los Elamitas eligieron este lugar como capital de su imperio en el año 2.100 AC, y llamaron a la ciudad Susa en homenaje a su dios Inshushinak. Las guerras con sus vecinos Sumerios y Babilonios fueron constantes. Hasta que un poco más al norte emergió un poderoso imperio que se convirtió en un rival invencible: los Asirios. Y en el año 647 AC el rey Ashurbanipal invadió Susa y redujo la ciudad a escombros. Apenas un siglo más tarde el Imperio Aqueménida dominaba la región, y Darío el Grande devolvió a Susa todo su esplendor.
Tras leer estos relatos es fácil caer en la tentación y llegar a Susa esperando ver unas ruinas similares a Persepolis. Pero durante más de 50 años, entre 1885 y 1940, los franceses realizaron numerosas excavaciones en la zona y se llevaron casi todos los objetos de valor, muchos de los cuales ahora están expuestos en el Museo del Louvre: estatuas; relieves; coloridos frisos con leones, guerreros y seres mitológicos… Así que la clave es visitar Susa con las expectativas muy bajas y bastante imaginación. La entrada al recinto está justo en frente del Duruntash Hotel, con lo cual caminé unos metros; pagué el billete (50milT); y comencé el recorrido. Las ruinas de Susa se extienden sobre tres enormes montículos:
1. Apadana: llamado así porque aquí se encuentran los restos del Palacio de Darío el Grande, construido en el siglo VI AC. Tuvo que ser un edificio monumental, con 36 gigantescas columnas de más de 20m de altura rematadas por capiteles con forma de toro. Hoy día solo quedan las bases de esas columnas, un capitel y un puñado de fragmentos bajo un techo metálico esperando a ser unidos de nuevo. Además están los cimientos de las diferentes estancias que rodeaban el palacio, reconstruidos hasta una altura de 1m con ladrillo y adobe. El lugar está acordonado, creando una ruta salpicada de paneles con explicaciones en inglés. Y si te sales de ella hay un vigilante con un silbato que te llamará la atención.
2. Royal City: básicamente consiste en más cimientos reconstruidos, algunos situados al pie de paredes de roca de color naranja, creando imágenes muy fotogénicas.
3. Acropolis: cómo sería el botín que encontraron los franceses durante sus excavaciones que en 1897, para protegerlo, decidieron construir sobre este montículo el Chateau de Morgan. Un enorme castillo con torres, almenas y muros defensivos. Se puede visitar el interior (el acceso está incluido en el precio de la entrada). A parte hay una zona con cimientos y una torre de vigilancia muy erosionada.
Durante mi visita apenas me crucé con gente. Tan solo alguna pareja iraní y un turista chino que viajaba con su guía privado. A pesar de estar a finales de diciembre hacía calor, así que este lugar en verano debe ser infernal y deberás tomar medidas (gorra, gafas de sol, crema protectora…).
A continuación me dirigí al cercano Museo Arqueológico. Consta de varias salas en las que se exponen objetos encontrados en Susa y los alrededores. Me gustó un capitel con forma de toro; una estatua de Hércules; unas máscaras Elamitas de expresión siniestra; y un par de relieves Sasánidas. Merece la pena, aunque eché en falta algunos carteles donde se explicara la historia de Susa. Precio: 30milT.
A esas alturas ya llevaba varias horas caminando sin parar, así que regresé al centro de Shush y en una tienda compré unas galletas y un zumo de naranja para reponer fuerzas (3milT).
MAS LUGARES DE INTERÉS EN SHUSH
La segunda gran atracción de Shush es la Tumba de Daniel. Según cuenta la leyenda, cuando Jerusalén fue conquistada por el Imperio Babilonio en el siglo VI AC, un grupo de nobles judíos fueron llevados a la corte del rey Nabucodonosor II para trabajar como asesores. Uno de ellos era Daniel, que con el tiempo se convirtió en un profeta reconocido por cristianos, musulmanes y judíos. Sus visiones (algunas de ellas apocalípticas) están recogidas en el Libro de Daniel, que forma parte del Antiguo Testamento. No está documentado cómo y dónde murió, y varias ciudades se disputan la verdadera ubicación de su tumba (Kirkuk, Mosul, Samarkanda…). Pero la más aceptada entre las diferentes comunidades religiosas es Shush, que recibe un constante flujo de peregrinos.
El edificio actual data del siglo XIX y el exterior es espectacular. Tiene una entrada con arcos y columnas cubiertas de azulejos decorados; y está rematada por una cúpula alargada con forma de corona. Aunque el interior decepciona bastante y es como un Imamzadeh cualquiera de los muchos que hay en Irán, con las paredes forradas de espejos y la tumba protegida por una estructura metálica (llamada zarih) que los fieles besan con devoción. A pesar de haber varios carteles que prohíben la fotografía la gente no paraba de hacerse selfies, así que yo también saqué mi cámara. Pero encontré mejores imágenes en el patio, transitado por mujeres en chador negro y lugareños con turbante.
Como era de esperar todo el mundo me miraba con curiosidad; y un abuelete de Rasht se acercó a explicarme la historia de la Tumba. Por suerte me marché justo cuando llegaba un colegio de niños.
Después di un paseo por el centro de Shush, entre puestos callejeros que venden todo tipo de objetos; y contemplé el exterior de la Masjed-e Jameh, la mezquita principal del pueblo, que tiene una cúpula plateada con forma de bulbo. Desde allí caminé hasta la orilla del río Shavur. Hay basura por todas partes, pero también familias de picnic y bonitas panorámicas, con la Tumba de Daniel y alguna vivienda tradicional de fondo.
Para acabar la jornada subí al montículo de la Acrópolis y disfruté de unas vistas geniales completamente solo: a mi izquierda las cúpulas de la mezquita y la tumba; frente a mí, el Chateau de Morgan, con sus muros de color naranja; y a mi derecha, una torre de vigilancia milenaria. Todo iluminado con los últimos rayos de sol, rodeado de llanuras infinitas extendiéndose hasta el horizonte. Por si fuera poco, mientras subía al montículo me encontré con un magnífico zorro que al verme salió disparado (aunque tuve tiempo de hacerle alguna foto). Fue un gran momento. En la zona de la Acrópolis no hay que pagar entrada y permite ver el resto de ruinas de Susa desde la distancia. Con lo cual, si tu presupuesto es muy ajustado me parece una buena opción.
Al final ya comenzaba a oscurecer y mis pies echaban humo, así que compré algo de fruta (plátanos y mandarinas) (5milT) y me fui a la habitación a descansar un rato.
CENA: ANARGOL RESTAURANT
A la hora de cenar pregunté al chaval encargado del hotel por algún lugar que estuviera bien, porque era 31 de Diciembre, y su recomendación fue todo un acierto. Este restaurante tradicional se encuentra a un cuarto de hora del Duruntash Hotel y no abre hasta las 18.30h, pero mereció la pena la espera. Cuando llegué me encontré con un local decorado de forma exquisita: arcos, columnas, azulejos, alfombras, plantas… Parecía un museo. No había mucha gente, aunque al poco comenzaron a aparecer familias iraníes.
Yo me senté en un diván y me atendió un camarero muy amable que por suerte hablaba algo de inglés, porque el menú estaba en farsi. A continuación pedí Ghormeh Sabzi (carne de ternera en una salsa oscura elaborada con alubias y diferentes verduras); arroz; ensalada; Zeitun Parvardeh (olivas con pasta de nueces); y una Mirinda. Todo estaba realmente delicioso. Y a la hora de pagar… ¡25milT! ¡Solo 2€! Un restaurante inmejorable para mi cena de Fin de Año.
Cuando regresé al hotel me estaba esperando Najaf y me hizo sentarme con él a tomar té. Su nivel de inglés era pésimo y la conversación se hacía muy difícil, así que aproveché la aparición de uno de sus amigos para marcharme a la habitación antes de que se le ocurriera un nuevo show como el de la noche anterior (ya me estaba preguntando si sabía tocar la guitarra).
HACIA EL CAÑÓN DE KHAZINEH
La jornada comenzó después de otra noche peleando con los mosquitos, que en Shush se las saben todas y son muy complicados de matar. No me esperaba esta situación en pleno mes de diciembre. En fin, bastante cansado me tocó levantarme, preparé la mochila pequeña y bajé al comedor del hotel a desayunar. Esta vez el chaval encargado introdujo dos cambios: añadió tomate a la tortilla francesa (mucho más sabrosa); y un cuenco con trozos de pastel de dátil. Justo lo que necesitaba.
A continuación salí a la calle con una misión complicada: tenía que encontrar un mirador con unas vistas espectaculares del Cañón de Khazineh. Semanas antes había descubierto en Instagram una foto que me encantó y no me podía marchar de Irán sin contemplar ese lugar en persona. El problema (al igual que me ocurrió con el Cañón de Dore en Irak) era que desconocía su ubicación exacta. Y cuando conseguí dar con ella descubrí que estaba nada menos que a 110km de distancia, en el extremo sur de la Provincia del Lorestán. Me dio mucha rabia porque pasé justo al lado con el autobús que me llevó de Kermanshah a Shush. Hubiera sido tan sencillo como bajarme en el mirador, visitarlo y hacer autoestop para continuar la ruta.
La verdad es que estuve valorando seriamente si viajar hasta allí o no. Un problema añadido era que por la ubicación del mirador tenía que llegar muy pronto o me encontraría el sol de cara; y en transporte público o autoestop no iba a ser fácil. Pero bueno, al final decidí lanzarme a la aventura y solo tardé dos horas en llegar. Estas fueron las etapas:
1. Taxi privado a la Terminal de Shush: lo paré cerca de la puerta del hotel. Solo hay 1,5km de distancia, pero cualquier ahorro de tiempo sumaba. Precio: 1milT.
2. Taxi privado a Andimeshk: en la Terminal mi intención era coger un taxi compartido, pero tras 20 minutos esperando sin ver movimiento de pasajeros (quizás por ser viernes) pregunté el precio de uno privado y no me lo pensé dos veces (24milT, menos de 2€). Así que nos pusimos en marcha al momento y cubrimos a toda pastilla los 45km de distancia. Una vez en Andimeshk pedí al taxista que me llevara a la Terminal correcta para mi siguiente destino y eso me costó 7milT más ya que estaba en la otra punta del pueblo, a varios kilómetros.
3. Taxi compartido hasta el Cañón de Khazineh: para el último tramo utilicé el taxi que cubre la ruta hasta Pol Dokhtar bajándome a mitad de camino, aunque pagando la tarifa completa (20milT). Mi principal preocupación era que de momento no había más pasajeros y preveía una espera larga, pero al cabo de un minuto apareció un chaval con dos chicas envueltas en chador y completaron el taxi. Menudo golpe de suerte… El taxista condujo pisando el acelerador y llegué al cañón mucho antes de lo que imaginaba.
EXPLORANDO EL HORSESHOE BEND IRANÍ
Desde la carretera caminé hacia donde estaba el cañón cruzando un terreno solitario salpicado de rocas. El corazón me iba a mil por hora de la emoción mientras me iba acercando al borde. Y al final aparecí ante una imagen increíble, donde el río Seymare recorre el fondo de un profundo barranco formando un pronunciado meandro en forma de U entre paredes de roca estratificada. Toda una maravilla de la naturaleza. Al ser día festivo me esperaba encontrar algunas familias iraníes de picnic, pero no había absolutamente nadie. Solo se escuchaba el sonido del río y en la distancia los vehículos que circulaban por la carretera. Me sentí la persona más afortunada del mundo.
Pasado el impacto inicial seguí el borde del cañón en busca del mirador de la foto. De repente vi un campamento de pastores que se interponía en mi camino, con rebaños de ovejas y cabras, y eso significaba una cosa: había perros en los alrededores (no me equivoqué). Así que cuando un chaval del campamento me llamó fui hacia él directo. Estaba con una familia de Rusia que viajaba en autocaravana rumbo a Bandar Abbas y había parado unos minutos a contemplar las vistas. El chaval me quiso acompañar hasta el mirador y acepté encantado. En muchos países del mundo me lo hubiera quitado de encima porque acabaría pidiéndome algo a cambio, pero en Irán no. Aquí el chico solo quería evadirse un momento de su dura jornada de trabajo y conocer gente.
Tras un par de minutos llegamos a un punto donde el río quedaba algo tapado y decidí bajar hasta alcanzar una roca que sobresalía con una panorámica inmejorable. Era el mirador de la foto. Aunque para obtener una como la que incluyo en este post debes tener en cuenta 3 cosas:
*Para abarcar todo el meandro necesitarás un objetivo panorámico. Yo utilicé mi cámara GoPro con la opción Wide.
*Durante buena parte del día el sol está de frente, creando un contraluz horrible. Yo tuve la suerte de llegar con el cielo algo nublado y eso redujo bastante el efecto. Otra opción es llegar muy temprano al mirador.
*Por último, es necesario acercarse bastante al borde del barranco y si tienes pánico a las alturas vas a pasar un mal rato.
Después de hacer un montón de fotos el chaval regresó al campamento porque tenía cosas que hacer; y yo me quedé un rato más curioseando. A mi alrededor había rebaños de cabras de largo pelaje; un lugareño picando piedra con una maza; y curiosos espantapájaros. Un lugar fascinante.
CON UNA FAMILIA LURO
Antes de marcharse el chaval me hizo prometerle que me pasaría un rato por su casa. Así que fui al campamento y me invitó a entrar en una vivienda ovalada con cimientos de piedra y las paredes y techo de tela, plásticos y cuerda. El suelo estaba cubierto de alfombras, con una estufa en el centro. Al poco aparecieron el padre y una hermana con su hija; y la madre me trajo una tortilla francesa de al menos tres huevos, pan, dos tomates y un par de tazas de té. Por un lado me sentí fatal, porque sabía que aquella gente humilde no iba a aceptar de ninguna manera mi dinero. Pero por otra me moría de hambre, así que comí algo (la tortilla estaba deliciosa).
Menos mal que el chico entendía alguna palabra en inglés y nos pudimos comunicar. La familia era Luro (o Lor en farsi), un grupo étnico mayoritario en la provincia del Lorestán, de aspecto similar a los kurdos. Los hombres visten pantalones anchos y las mujeres vestidos con brillantes bordados, aunque hablan su propia lengua (el Lori). Al cabo de media hora intercambiamos un trozo de papel con nuestros datos personales y nos despedimos. Él salió de la casa, cogió su bastón y se fue a pasear por la montaña con un rebaño de ovejas. Mientras, dos críos correteaban por el campamento; y un grupo de perros dormía a escasos metros. Me hubiera gustado quedarme más tiempo allí…
Para regresar a Shush necesité dos etapas:
1. Autoestop hasta Andimeshk: me costó media hora de espera y no por falta de vehículos. Pasaron un montón pero ninguno paraba, hasta que al final una pick up de color azul se apiadó de mí y me dejó subir. El conductor era un simpático chaval que al enterarse que yo era de Barcelona se llevó una alegría tremenda y no paró de hablar y preguntarme cosas. Eso sí, al poco nos encontramos la carretera cortada porque había volcado un camión de mercancías y hubo que esperar otro rato. Una vez en marcha cruzamos un paisaje impresionante, con escarpadas montañas y pináculos de roca de color naranja. Parecía que estaba recorriendo los desiertos de Arizona.
2. Taxi privado a Shush: en Andimeshk paré un taxi para que me llevara a la Terminal, pero de camino negocié un buen precio y continuamos hasta Shush. El hombre iba escuchando música clásica iraní y se emocionaba con cada tema. Al llegar a la Terminal de Shush quise pagar los 35milT acordados, pero solo aceptó 30milT y nos despedimos. A continuación caminé hasta el hotel muy contento por cómo había transcurrido la jornada. Prueba superada.
UNA EXCURSION INESPERADA
Ya eran las 15h y mi plan era pasar el resto de la tarde en mi habitación, escribiendo y descansando. Pero una vez más Najaf me estaba esperando con una sorpresa. Tenía el día libre y quería llevarme en su coche a dar una vuelta por los alrededores de Shush junto a su mujer y su hijo. La verdad es que de entrada la idea no me hizo mucha gracia. Faltaban menos de 3 horas para que oscureciera y el día ya había sido bastante intenso. Pero al hombre le hacía ilusión y no me pude negar, así que acabé uniéndome a la familia.
Para empezar Najaf me llevó a dos lugares a pocos kilómetros de Shush:
1. Holy Resistance Memorial: la frontera entre Irán e Irak se convirtió en un gigantesco campo de batalla durante la guerra que enfrentó a ambos países en los años 80, y en Shush se libraron violentos combates. Actualmente se puede visitar un Memorial donde hay trincheras, restos de bombas, tanques iraquíes y un montón de banderas en homenaje a los mártires fallecidos. Najab y yo dimos un paseo y regresamos al coche. El lugar estaba desierto y la atmósfera impresionaba. Además la entrada es gratuita.
2. Río Karkheh: el plan de Najaf era buscar un rincón junto a la orilla y sentarnos a disfrutar del paisaje. Pero por lo visto una crecida del río había arrasado la zona hacía unos meses y aquello era un barrizal horrible, sin apenas vegetación.
Como no se le ocurrían más alternativas, Najab me propuso visitar Choqa Zanbil. Estuve a punto de decir que no, porque quería explorar el lugar con tiempo suficiente y de esta forma apenas tendría una hora. Pero el plan también contaba con sus ventajas:
*Transporte gratis: Choqa Zanbil está a 45km de Shush y un taxi ida/vuelta con espera incluida no sale barato. La alternativa es hacer autoestop, pero no resulta sencillo al tratarse de una carretera bastante solitaria.
*Visita nocturna: podría contemplar Choqa Zanbil a una hora del día inviable en el caso de elegir llegar por mi cuenta en autoestop.
Además, si la visita no me dejaba satisfecho siempre tenía la opción de regresar. Con lo cual acepté la propuesta y Najab condujo a toda velocidad, consciente de la hora que era. Al final nos plantamos en la entrada a las 16.30h; pagué el ticket de acceso (50milT); y comenzamos la visita sin perder tiempo. Curiosamente la mujer de Najab se quedó en el coche y me acompañó él con su hijo (un bebé de año y pico).
EL ZIGURAT DE CHOQA ZANBIL
Choqa Zanbil es un complejo religioso dedicado al dios Inshushinak que fue construido en el año 1.250 AC, cuando el Imperio Elamita dominaba la zona desde su capital en Susa. En esa época gobernaba el rey Untash-Napirisha, y por eso el complejo se bautizó con el nombre de Dur Untash o “ciudad de Untash”. El eje central de Choqa Zanbil era un gigantesco zigurat de 53m de altura coronado por un templo. Los zigurats son estructuras de varios niveles con forma piramidal que también construyeron sumerios y babilonios. Y junto a las pirámides de Egipto y las estupas de Sri Lanka se trata de los edificios de ladrillo más grandes del mundo antiguo.
Al igual que ocurrió con Susa, en el año 647 AC el rey Ashurbanipal destruyó Choqa Zanbil. Y sus templos cayeron en el olvido, permaneciendo enterrados durante siglos. Hasta que en el año 1935, durante un reconocimiento aéreo en busca de yacimientos petrolíferos, un trabajador descubrió el zigurat. Las excavaciones arqueológicas se realizaron durante los años 50, aunque todavía quedan numerosas estructuras bajo tierra esperando ver la luz.
Como tenía poco tiempo mi visita a Choqa Zanbil fue sencilla: caminé alrededor del zigurat principal, contemplando cada detalle; y después me alejé en busca de vistas panorámicas. La verdad es que el zigurat impresiona, con unas dimensiones descomunales. Al estar tanto tiempo protegido de los elementos los ladrillos parecen nuevos, pero al acercarte se pueden observar grabados con escritura cuneiforme (inventada por los sumerios y extendida al resto de civilizaciones de la época, como los babilonios o los elamitas). El zigurat tiene 5 niveles y los dos últimos están en ruinas. A su alrededor hay restos del antiguo asfaltado, altares y columnas. En su día tuvo que ser una imagen única.
El timing de la visita me permitió disfrutar de una puesta de sol muy bonita, con el cielo salpicado de fotogénicas nubes de color naranja. Y al cabo de un rato pude ver el zigurat de noche, iluminado con unos focos. Además tan solo había un par de familias iraníes visitando el recinto, que me vinieron genial para las fotos. Por supuesto de haber tenido más tiempo hubiera explorado a fondo el lugar, donde hay otros templos menores, tumbas y restos de murallas. Pero acabé muy satisfecho.
Tras la visita, Najab conoció a unos iraníes en el aparcamiento que me invitaron a té y una naranja. Y regresamos a Shush en medio de la oscuridad. No se podía aprovechar mejor el día…
CONCLUSION
Si te gustan los rincones auténticos alejados de los circuitos turísticos, la tranquila población de Shush te encantará. Es un lugar que todavía conserva toda la esencia de Irán, con tan solo un par de hoteles para alojarte y restaurantes tradicionales a precio de risa. Además cuenta con dos atracciones muy interesantes: las ruinas de Susa y la Tumba de Daniel. Y se encuentra a escasa distancia del zigurat de Choqa Zanbil. Podrías visitar todo en un día muy intenso pero te recomiendo añadir un segundo para explorar la zona con tranquilidad, pasando la noche en el Duruntash Hotel.
En cuanto al Cañón de Khazineh, lo mejor es visitarlo durante tu viaje entre Kermanshah y Shush, porque de lo contrario requiere un desplazamiento demasiado largo (aunque factible).
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