Una espectacular puesta de sol y una piscina de aguas termales en los alrededores de la que quizás sea la población más horrible de Etiopía
Shashemene es una población sencillamente espantosa. Un cruce de caminos gris y polvoriento del que parten las carreteras hacia Addis Ababa (norte), Bale Mountains National Park (este), y Arba Minch o Moyale (sur). Por desgracia me tocó pasar una noche aquí, en una habitación plagada de cucarachas. Y pude comprobar la hostilidad con la que sus habitantes tratan a los turistas occidentales.
La parte positiva es que en los alrededores de Shashemene hay dos lugares que merecen mucho la pena: Awassa, una agradable ciudad a orillas de un lago muy fotogénico; y Wondo Genet, una zona de bosques y aguas termales con un fantástico hotel.
VIAJE: LAGO LANGANO – SHASHEMENE
La jornada comenzó a las 7h tras una noche de sueño reparador. Una vez en pie, desalojé la habitación de mi hotel junto al Lago Langano, y recorrí por última vez los 3km de pista hasta la carretera principal. Mi plan para continuar viajando hacia el sur consistía en parar cualquier vehículo que pasara. Pero no contaba con que era domingo, y la carretera estaba desierta. Por suerte, tras 20 minutos de espera apareció una furgoneta, y me pude apretujar entre un montón de lugareños.
La distancia a recorrer era de tan solo 40km. Y no tardé mucho en plantarme en Shashemene. De camino, aldeas solitarias, ganado, lugareños en todas direcciones… Y algún frenazo en seco para evitar atropellar a animales que cruzaban sin cuidado. Como en días anteriores, el tiempo era perfecto, con un sol radiante.
LOS RASTAFARIS DE SHASHEMENE
El único lugar de cierto interés que hay en Shashemene es una comunidad de Rastafaris conocida popularmente como Jamaica. En 1930 Ras Tafari asumió el poder en Etiopía, y se coronó emperador bajo el nombre de Haile Selassie I. A partir de ese momento, se desarrolló en Jamaica un movimiento religioso que identificaba al emperador como el nuevo Mesías. Y que veía en Etiopía un país independiente ubicado en el África profunda que representaba un retorno a sus raíces. Así que muchos jamaicanos se vinieron a vivir aquí. Los rasgos más característicos de los Rastafaris: pelo rasta; consumo abundante de marihuana; y devoción por la música de Bob Marley (incluso se habló de enterrar al famoso cantante en esta población).
Según mis guías de viaje, Jamaica era una zona a la que los viajeros independientes debían acercarse con mucho cuidado. Así que como tampoco me llamaba mucho la atención, no la visité. Y fui directamente a la primera de las atracciones turísticas en los alrededores de Shashemene.
VIAJE: SHASHEMENE – AWASSA
Al poco de bajar de la furgoneta, encontré otra que se dirigía hacia mi destino final del día. Y al momento ya estaba en marcha. De nuevo fue un trayecto breve, y tardé media hora escasa en recorrer los 25km. Una vez en la terminal de autobuses de Awassa, sabía que estaba a bastante distancia del hotel que había elegido para pasar la noche. Pero aun así me empeñé en llegar caminando, en lugar de coger un Gari (los había por todas partes). Resultado: caminata terrible por calles polvorientas, con mi mochila a cuestas, bajo un sol de justicia. Y al final tuve que acabar cogiendo un Gari. A veces hago cosas que ni yo mismo entiendo…
Eso sí, impagable la situación en la que entré en un bar local a tomarme una Coke. Nadie entendía mi inglés, y me senté rodeado de lugareños que me miraban como si fuera un extraterrestre. Fue hilarante…
Tras bajar del Gari, aún tuve que caminar un poco más hasta que di con el alojamiento elegido, porque la entrada estaba realmente escondida, sin señalización alguna.
ALOJAMIENTO: UNIQUE PARC HOTEL – 45B/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble; ubicación, a escasos metros de la orilla del lago; precio.
*Puntos en contra: mobiliario muy destartalado, con suelo de hule; lavabo con un olor muy fuerte; TV comunal retransmitiendo a toda pastilla partidos de fútbol de la Premier League y vídeos musicales.
Una vez instalado, salí a la calle en busca de algún bar para tomar algo, pues me moría de sed. Pero otra vez me encontré con los inconvenientes de hacer cosas en domingo: casi todos los comercios estaban cerrados. Por suerte al final encontré un centro comercial abierto, y en la segunda planta estaba el Bezatel Café. Allí me senté en una terraza exterior, y cayeron una Pepsi y un zumo Espris. La verdad es que se estaba genial, y me quedé un rato leyendo a la sombra, con una suave brisa, y la TV etíope de fondo.
RECORRIENDO EL LAGO AWASSA
Tras refrescarme, fui hasta el Lago Awassa, y estuve paseando durante un par de horas por un sendero que seguía la orilla. Este lago es el más pequeño del Valle del Rift, pero también uno de los más bonitos, rodeado de vegetación. La verdad es que pude ver bastantes aves: algunas African Fish Eagles, imponentes, con cabeza blanca y enorme pico amarillo; decenas de Marabúes en las copas de los árboles (como en Ziway); una pareja de Hornbills, de color blanco y negro y enorme pico; grupos de patos; garzas; Ibises de cabeza negra… Y mención especial a los Martines Pescadores, con los que aluciné. Se quedaban levitando sobre el agua a unos 5 metros de altura, y de repente se zambullían como dardos y aparecían con un pez en la boca. Espectaculares.
Como era domingo, el sendero estaba plagado de lugareños, a pie o en bici. Había vendedores ambulantes; parejitas en los rincones más apartados; críos pescando con un hilo y un anzuelo… Me gustó mucho este ambiente tan animado. Eso sí, nada de poner un pie fuera del sendero, porque la zona estaba llena de excrementos (mayormente humanos) y enormes moscas de colores. En el agua también había un hombre pescando en una barca tradicional hecha con cañas.
COMIDA: WABE SHEBELE HOTEL
Siguiendo el sendero llegué a este hotel, y me senté en una mesa de la terraza exterior de su restaurante, dispuesto a llenar el estómago. El sitio era ideal, rodeado de plantas frondosas; con buenas vistas del lago; y un grupo de graciosos Grivet Monkeys jugando a escasos metros de distancia. Buena opción para alojarse, pero las habitaciones salían mucho más caras, a 160B.
Para comer pedí una ensalada; un plato de Siga Kutilet (finas tiras de carne rebozada, servidas con patatas y zanahoria hervida); una Highland bien fría; y un café para rematar (bastante malo). Un menú abundante, y a un precio muy razonable. Lástima que un par de escenas empañaran la comida:
1. Tres abueletes occidentales acompañados de unas jóvenes locales en actitud cariñosa. Una muestra de turismo sexual más que evidente.
2. Un pobre perro que correteaba por el jardín, y acabó recibiendo una pedrada por parte de un empleado del hotel, para que se fuera de allí. En estos países hay que ser realmente duro, si no lo acabas pasando fatal…
PUESTA DE SOL EN EL LAGO
Para acabar el día, nada mejor que disfrutar de una magnífica puesta de sol junto al lago. La escena era idílica: las aguas del lago con alguna barca; el cielo de color naranja; las montañas de fondo… Y me encantó ver cómo todos los lugareños se detenían a contemplar el momento, conscientes de su belleza. A pesar de que viven aquí y habrán visto cientos de veces la misma imagen.
Mientras sacaba fotos se me acopló un pesado ofreciéndome todo tipo de servicios. Primero comenzó con un paseo en barca. Y al final me preguntaba si me parecía ajustado a la realidad que su nombre significara «belleza negra». Vaya tela… Por suerte un par de respuestas secas hicieron que se largara…
De regreso en mi hotel, me senté en el bar a tomar una Pepsi. Y contemplé sorprendido cómo vivía un grupo de lugareños un partido de fútbol totalmente intrascendente. ¡Un West Ham-Arsenal! Gritaban, saltaban cuando algún jugador fallaba una oportunidad de gol… Realmente curioso. Al cabo de un rato me marché a mi habitación. Como había comido tarde, solventé la cena con unas galletas. Y me estiré en la cama a descansar.
EN EL MERCADO DE AWASSA
Al día siguiente la jornada comenzó a las 7.30h. Y salí a la calle sin desayunar, con ganas de conocer la ciudad. Awassa es la capital de la Southern Nations, Nationalities, and People’s Region, un territorio que ocupa buena parte del suroeste de Etiopía. Además, se trata de su núcleo urbano más importante, con unos 120mil habitantes. Y eso se nota. Tiene amplias avenidas; una enorme iglesia (la gente se santiguaba al pasar por delante); edificios de grandes dimensiones (bancos, universidad, un centro comercial…); y lugareños mucho más tolerantes con los turistas (recibí alguna mirada o comentario, pero nada que ver con el asedio de días anteriores).
El sol era cegador (había mujeres que caminaban con paraguas para protegerse). Y las escenas curiosas se sucedían: un Hornbill picoteando la cabeza de una cabra muerta; un Babuino cruzando la carretera; vacas campando a sus anchas; música a todo volumen; pequeños comercios…
Mi visita coincidió con un día de mercado (lunes y jueves), así que caminé hasta el recinto donde tiene lugar. Y la verdad es que no defraudó. El mercado era realmente simple: una explanada llena de pilas con todo tipo de productos: madera, carbón, bambú, cereales, carne (cubierta de moscas), piezas de metal, baratijas de plástico… Y la atmósfera era caótica, con gente por todas partes (algunos con carretillas para transportar la compra), Garis, cabras… Un mendigo gritaba tirado en el suelo; un burro se negaba a continuar tirando de un carro lleno de sacos… Y el cielo estaba lleno de Marabúes volando a la espera de hacerse con algún resto de comida. Por supuesto, yo era el único turista y atraje todas las miradas. Así que decidí mantener la cámara de fotos enfundada y no llamar más la atención.
Para acabar, desayuné en la terraza de una elegante cafetería, con camareros uniformados. Cayó un batido de aguacate y un dulce hecho con almendras que me dejó como nuevo.
VIAJE: AWASSA – WOSHA
De regreso en mi hotel, desalojé la habitación. Y una vez más decidí caminar hasta la estación de autobuses en lugar de coger un Gari. Tardé media hora, y llegué empapado en sudor. Una vez allí, pregunté a varios conductores de furgonetas, pero no iban hacia mi destino; después me subí a un autobús, pero ya estaba completo y me hicieron bajar… Y al final encontré una furgoneta que se dirigía a Shashemene. El trayecto duró media hora, con poco que destacar.
En Shashemene cogí un autobús para viajar hasta Wosha, un pueblecito situado a unos 20km al sur. Por suerte también fue un trayecto corto, porque si no me da algo. El vehículo era pequeño y destartalado, y se llenó de gente hasta que no cabía un alfiler. Además, el calor era sofocante, y por supuesto las ventanas estaban cerradas a cal y canto. Antes de partir subió un abuelo vestido con harapos pidiendo limosna. A mi lado, una señora agonizaba con un tremendo bulto en la frente (quiero pensar que la llevaban al hospital). Y a través de las ventanas, un paisaje desolador: chabolas, calles llenas de basura, niños de mirada triste, comercios miserables… Un auténtico viaje a los infiernos.
Y a pesar de todo, en medio de esta pobreza extrema, los pasajeros se mostraban increíblemente amables conmigo, dedicándome miradas cálidas y sonrisas. Me avisaron cuando llegamos a Wosha para que no me pasara de largo. Y cuando al bajar del autobús resbalé, la gente que esperaba fuera hizo piña para frenar mi caída, interesándose luego por mi estado.
Una vez en Wosha, el lugar que quería visitar estaba a 3km. Esta vez no hice el tonto y cogí un Gari. Suerte, porque el camino era una subida continua llena de piedras y baches, que el pobre caballo recorrió como pudo (a golpe de látigo). Hubo momentos de tensión cuando nos encontramos con un grupo de lugareños que se enfadaron con el chaval que conducía el Gari. Desconozco los motivos, pero no paraban de gritarle gesticulando, mientras me miraban con caras de odio (uno de ellos con un enorme machete en la mano). Pero bueno, la cosa no fue a más, y llegué a mi destino.
ALOJAMIENTO: WABE SHEBELLE HOTEL – 205B/Noche
*Puntos a favor: bungalow espacioso; cama doble enorme y comodísima; limpieza extrema; lavabo privado; ducha con agua caliente directa de un manantial; ubicación espectacular, rodeado de bosques; piscina de aguas termales; tranquilidad absoluta; desayuno incluido.
*Puntos en contra: cama sin mosquitera.
Mi odisea de transportes tuvo un merecido premio: este hotel situado en un marco incomparable, donde por un día podría olvidarme de la cruda realidad del país. Mientras caminaba hacia mi bungalow entre jardines de flores, se escuchaban ruidosos Hornbills volando entre las copas de los árboles; y pude ver grupos de Grivet Monkeys jugando por los tejados.
Una vez instalado, visité el restaurante del hotel para comer algo. Al igual que en días anteriores, fui a lo seguro y elegí pasta: Tagliatelle Carbonara, acompañados de agua fría, y para rematar un café.
NADANDO EN AGUAS TERMALES
Tras la comida, me lancé a sacar partido de una de las grandes ventajas de este hotel: su piscina de agua caliente. Así que en cuestión de minutos ya estaba en bañador. Fueron dos horas de relax total, nadando y buceando en aguas con una temperatura ideal. La sensación de paz era difícil de explicar. Aquello era un pequeño paraíso, rodeado de bosques, y del canto de infinidad de pájaros. El lugar no estaba nada masificado, y solo había dos turistas inglesas que charlaban en un rincón de la piscina. Eso sí, hubo un momento que nunca olvidaré en el que descubrí a dos niñas de puntillas, mirando con caras de curiosidad desde el otro lado de la valla que protegía la piscina del mundo exterior. Me dio mucha pena.
Cuando mi piel se empezó a arrugar, salí de la piscina, me sequé, y me senté en el bar del hotel a tomar una Coke y leer un rato. A mi alrededor, mayoría de huéspedes occidentales. Además de las inglesas, un grupo de franceses y una pareja de alemanas. De regreso en mi bungalow, decidí solventar la cena con una barrita energética y dedicar el tiempo a descansar. En el exterior lucía una luna llena preciosa, y se respiraba una tranquilidad total, con el sonido de los grillos de fondo. Sin duda un gran lugar
EXCURSIÓN POR EL BOSQUE
Al día siguiente la jornada comenzó a las 7h tras una noche realmente tranquila. Y me lancé al restaurante del hotel para disfrutar del desayuno incluido en el precio. La verdad es que no defraudó: tostadas con mermelada y mantequilla, zumo de mango, tortilla francesa “especial”, con carne, cebolla y pimientos (que picaban muchísimo), y café. Justo lo que necesitaba.
Tras llenar el estómago, me acerqué a la recepción del hotel para contratar los servicios de un guía, y dar un paseo por los bosques de los alrededores. Y al momento apareció un chaval. Su aspecto era realmente lamentable: sucio, descalzo, y con la ropa llena de agujeros. Pero bueno, esto es lo que se estilaba por la zona, así que no me escandalizó. El inglés del chaval era muy justito. Aunque por suerte, al poco de comenzar el paseo, se nos unieron dos críos que hablaban un inglés bastante decente. Y al final me aportaron mucha más información que el guía «oficial», que se limitó a caminar frente a nosotros.
La excursión duró hora y media, y cruzamos una zona de espesos bosques. El contraste entre el verde de la vegetación y el color rojizo de la tierra era muy llamativo. Nada que ver con el paisaje que me imaginaba antes de aterrizar en Etiopía. Al principio avanzamos a un ritmo agobiante, por estrechos senderos y empinadas laderas. Aunque por suerte más tarde el guía se relajó, y pude disfrutar del paseo.
Esto fue lo más destacado:
1. Llegamos hasta el lugar donde nacía el manantial de agua caliente (un riachuelo humeante que descendía hacia el hotel).
2. Hubo dos encuentros con espectaculares monos Black-and-White Colobus, de larguísimo pelaje blanco y negro. Lástima que estuvieran en las copas de los árboles, a gran altura, y envueltos en sombras. Casi imposible fotografiarlos con mi cámara compacta. A los críos les hacía gracia mi interés por los monos y me preguntaban: «¿es que en tu país no hay monos?». En uno de los encuentros me situé debajo de ellos, y uno casi me orina encima.
3. También vimos un águila sobre la rama de un árbol; y un curioso pájaro mediano con el pecho de color naranja (los chavales decían que era importante, pero no lo pude ver con claridad).
4. En un punto había una enorme zona de bosque recién talado, y un grupo de trabajadores apilaba los troncos. La escena era muy triste. Los críos me aseguraron que estaban talando pinos, y los iban a sustituir por árboles autóctonos que atraerían más pájaros y revitalizarían el lugar. Pero no se qué pensar…
En general el paseo estuvo muy bien. Me gustó avanzar entre vegetación exótica en busca de fauna, atento a cualquier sonido. De regreso en el hotel, le di 60B al guía oficial (tal y como me dijo el recepcionista), y 5B a cada chaval. Y se marcharon contentos. Menos mal, porque ya me temía la discusión habitual. Tras la excursión, nada mejor que un par de Sprite fresquitos en el bar del hotel. Y desalojé el bungalow para continuar la ruta.
VIAJE: WOSHA – SHASHEMENE
Como tenía tiempo de sobras y el camino era cuesta abajo, esta vez decidí recorrer caminando la pista de 3km hasta el centro de Wosha. Fue un agradable paseo, en el que vi lugareños que vendían aguacates y mangos; otro mono Colobus (perseguido por unos críos); y escuché infinidad de «you» o «hello» (aunque si los ignoraba y caminaba con paso firme se desvanecían en la distancia).
Una vez en Wosha, encontré un autobús que iba hacia Shashemene y ya esperaba pasajeros. Y ocupé un asiento junto a la ventana. Tardamos un rato en arrancar, y mientras tanto me entretuve observando la actividad del pueblo. La avenida principal era irregular y polvorienta, flanqueada de casas con muros de adobe llenos de grietas y tejados de chapa. Aquello era un hervidero: hombres vestidos con harapos; mujeres con sus bebés a cuestas, o cargando pesados fardos de leña; una fuente de agua rodeada de personas con garrafas; vendedores ambulantes de caña de azúcar; carretas tiradas por burros a golpe de vara; vacas escuálidas…
Por suerte el autobús partió con mucha menos gente que a la ida, y tuve un viaje tranquilo.
ALOJAMIENTO: HOTEL LANGANO – 20B/Noche
*Puntos a favor: cama doble; ubicación (cerca de la estación de autobuses); precio (¡menos de 2 euros!).
*Puntos en contra: habitación sucia y destartalada; lavabo compartido que apestaba a cloaca; bar con música a todo volumen y gritos hasta altas horas de la madrugada.
La historia de cómo acabé en el Hotel Langano es graciosa. El trayecto hacia el siguiente lugar de interés duraba varias horas, y el autobús ya no salía hasta el día siguiente. Así que muy a mi pesar tenía que pasar la noche en Shashemene. Y como había leído sobre los peligros de ser atracado en esta población, decidí ignorar los hoteles recomendados por mis guías de viaje, y elegir el que estuviera más cerca de la estación de autobuses: el Hotel Langano.
Cuando llamé a la puerta y me vio el encargado, su cara era un poema. Le costaba creerse que un turista occidental quisiera pasar una noche allí, y no paró de ponerme pegas: las habitaciones no tenían ducha; el Bekele Mola estaba mucho mejor; que si me había alojado allí alguna vez… Hasta le daba vergüenza enseñarme una habitación. Pero yo insistí, y al final me ofreció una en el piso superior (imagino que la mejor que tenía). Tan mal me pintó las cosas, que cuando vi la habitación no me pareció tan horrible. Total, solo la iba a utilizar unas horas.
Pero por la noche las cosas cambiaron de forma radical. De repente comenzaron a salir cucarachas de cualquier rincón. No eran de las grandes, pero lo suficiente para ponerme los pelos de punta (mi fobia a estos bichos es tremenda). Primero empecé a rociar la habitación con insecticida, pero así solo conseguía que aparecieran más cucarachas. Así que maté un par con una bota, y me resigné a la situación. Por si fuera poco, el bar del hotel entró en acción. Durante una visita al lavabo me di cuenta del ambiente sórdido del lugar, y me quedó claro que aquello era una especie de prostíbulo. Así que ya no volví a salir de la habitación.
COMIDA: BEKELE MOLA HOTEL
Una vez instalado, caminé hasta este hotel, y me senté en la terraza exterior de su restaurante. Por enésima vez decidí comer pasta: un delicioso plato de Spaghetti Bolognesa, rematado por un café. Y pasé un rato agradable, aislado del bullicio del pueblo. De regreso a mi habitación, no paraba de alucinar con el ambiente de Shashemene. Parecía un lugar sacado de una película del oeste, con montones de buitres por todas partes: en los árboles, en los tejados de las viviendas… Observando a la gente con mirada lúgubre…
Y sus habitantes no se quedan atrás. Cuando entré en una tienda a comprar agua, y me quejé del precio que me estaban cobrando (claramente inflado por ser extranjero), el dependiente se me puso a gritar a la cara «¡faranji!» con muy malos modos. Y me tocó agachar la cabeza y largarme de allí para evitar males mayores. Menudos impresentables.
Por suerte la naturaleza hacía lo que podía para suavizar la situación. Y con las últimas luces del atardecer pude contemplar montones de Hornbills que volaban de regreso a sus nidos. Antes de volver al hotel, decidí comprar una piña en un puesto callejero, que me sirvió de improvisada cena (el encargado me dejó un cuchillo para cortarla).
No tardé mucho en estirarme en la cama para intentar dormir algo. Eso sí, completamente vestido. Ni siquiera me descalcé, para evitar cualquier posible contacto con las cucarachas. Qué jornadas de contrastes. En menos de 24 horas había pasado de estar en una piscina de aguas termales rodeada de bosques, a una ruidosa habitación llena de bichos… Lo mío es muy fuerte…
CONCLUSIÓN
Shashemene es un lugar a evitar por completo. Pero como lo más probable es que pases por esta población en dirección al sur del país, te recomiendo dedicar un par de días a visitar sus alrededores. El primero para recorrer Awassa y su precioso lago; y el segundo para explorar Wondo Genet y disfrutar de la fantástica piscina de aguas termales del hotel Wabe Shebelle.
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