Disfrutando del ambiente de la primera capital de Brasil, con grupos de samba tocando el tambor, sonrientes mujeres bahianas y una gastronomía única
En el año 1549 el Imperio de Portugal envió a Tomé de Sousa a sus colonias de América con una misión: fundar Salvador de Bahía, la primera capital de Brasil, situada en un extremo de la Bahía de Todos los Santos; y rentabilizar los nuevos territorios. Para esto último los portugueses introdujeron el cultivo de la caña de azúcar, que gracias a la fertilidad de la región y la demanda internacional pronto se convirtió en un lucrativo negocio. La necesidad de una gran cantidad de mano de obra provocó la importación de cientos de miles de esclavos procedentes de África Occidental. Y durante 3 siglos Salvador fue el motor económico de Brasil. Hasta que el descubrimiento de oro en Minas Gerais, el desplome de los precios del azúcar y el traslado de la capital a Río de Janeiro iniciaron su declive.
La avalancha de esclavos hizo que en Salvador (capital del estado de Bahía) la influencia africana impregne cada aspecto de la vida diaria. La comida; la música (es habitual escuchar el sonido de los tambores); la religión (como el Candomblé); la ropa tradicional de las mujeres bahianas; los grupos de Capoeira… Y la antigua riqueza de la ciudad se hace evidente en una gran cantidad de edificios históricos lujosamente decorados, esparcidos por el casco antiguo (el famoso Pelourinho).
VIAJE: OURO PRETO – SALVADOR
Entre estas dos ciudades hay más de 1.300km de distancia, así que fue un desplazamiento laborioso que cubrí en varias etapas:
1. Autobús a la Terminal de Belo Horizonte: caminé desde el Rock In Hostel hasta la Rodoviaria de Ouro Preto. Para evitar sorpresas el día anterior había comprado el billete en la taquilla de la compañía Pássaro Verde (30R), y a las 13h nos pusimos en marcha. Yo ocupé un sitio junto a la ventana. El autobús era clase Executivo y los asientos se podían reclinar bastante, pero en una posición bastante incómoda (y tuve que hacerlo porque la abuela sentada delante de mí apuró su asiento al máximo). Al principio atravesamos un paisaje muy bonito, con prados y bosques. Pero cuando comenzamos a acercarnos a la ciudad perdió todo su interés.
Belo Horizonte es la capital del estado de Minas Gerais. Una urbe enorme con 2,5 millones de habitantes y escasas atracciones turísticas que justifiquen una visita (a pesar de su nombre, que hace referencia a las bonitas vistas de las montañas que la rodean). Así que ni me planteé pasar más tiempo del estrictamente necesario. La Terminal de autobuses está al norte de la ciudad, pero para llegar cruzamos todo el centro, rodeados de miles de vehículos, en vez de evitarlo por alguna carretera de circunvalación. No entendí el motivo. En total tardamos 2,5 horas.
2. Autobús hasta el Aeroporto Confins: una vez en la Terminal, pregunté en el Punto de Información y el encargado me indicó el andén correcto. El vehículo apareció al cabo de 10 minutos (compañía Unir) y llegamos al aeropuerto en una hora (12R). La anécdota del viaje fue un cartel que reservaba unos asientos concretos para ancianos o personas discapacitadas, y entre ellos se incluía a gente con sobrepeso (incluido un símbolo muy poco políticamente correcto).
3. Avión a Salvador: el trayecto en autobús desde Belo Horizonte duraba 23 horas, con lo cual en ningún momento fue una opción a valorar. Había reservado el vuelo desde casa a través de la página web de Expedia, con la compañía GOL (no pude hacerlo directamente porque el sistema no aceptaba tarjetas extranjeras). Precio: 80Usd.
Todavía faltaban 2 horas y pude realizar todas las gestiones sin prisas. Incluso me dio tiempo a sentarme a comer en Bob’s, una de las cadenas de fast food más populares de Brasil. Pedí un menú con sándwich de pollo, patatas fritas y Coke (35R). No había comido nada desde el desayuno y estaba hambriento. El avión despegó puntual y viajé rodeado de decenas de miembros de un club de Jiu-Jitsu de Minas Gerais. El vuelo duró hora y media, y me dieron agua y una bolsita de galletas (no esperaba nada).
4. Taxi hasta el centro de la ciudad: tras recuperar mi mochila grande accedí a la Terminal de Llegadas y allí me estaba esperando un taxista que había contratado a través de mi alojamiento (sabía que iba a llegar de noche y no quería complicarme la vida). Acostumbrado a la amabilidad de los mineiros me sorprendió su actitud: un tipo seco y malencarado, que no me dirigió la palabra en la media hora que duró el trayecto, y condujo a toda velocidad a pesar de que llovía con cierta intensidad. Pero bueno, me dejó en la puerta del alojamiento y nos despedimos (por supuesto, sin propina).
ALOJAMIENTO: HOSTEL GALERIA 13 – 37R/Noche
*Puntos a favor: buena limpieza; ubicación céntrica, en pleno corazón del Pelourinho; tranquilidad total por la noche; personal muy amable; wifi rápido; toallas; una Caipirinha de cortesía al llegar; precio; abundante desayuno incluido.
Aquí tengo que hacer una mención especial al personal del hostel. Todo el mundo era encantador: Jonathan (el hijo del dueño), siempre dispuesto a charlar un rato, con un montón de anécdotas interesantes (cuando vivía en Marsella se hizo amigo de Michel, el ex futbolista del Real Madrid); Elisabeth (su novia), una chica de San Diego guapísima y muy simpática, que creaba un buen rollo perfecto; y otra chica de Barcelona que trabajaba a cambio de alojamiento y comida (llevaba un año viviendo en Salvador formando parte de un grupo de Capoeira).
*Puntos en contra: dormitorio de 10 plazas completamente lleno.
Una vez instalado en el dormitorio (como siempre, elegí la cama superior de una litera), me pegué una ducha y salí a la calle con ganas de tomar algo.
LA NOCHE DE SALVADOR
Para empezar me senté en la terraza del Zulu Bar, un local asociado con el Hostel Galería 13 donde hacen descuento a los huéspedes. Allí pedí una Caipirinha muy rica (10R). Hacía un calor tremendo (más viniendo de la zona montañosa de Minas Gerais), con un ambiente húmedo. Yo en previsión ya me había vestido con camiseta de manga corta y chanclas. En un bar cercano había una fiestaza increíble, con un grupo tocando el tambor, gente bailando… La atmósfera era genial. Todo lo que uno espera de Brasil. Eso sí, los camareros bastante secos.
Al cabo de un rato decidí dar un paseo por el casco antiguo de Salvador, conocido como Pelourinho. Y me sorprendieron dos cosas:
*A pesar de ser las 23h había muy poco ambiente, con calles oscuras, locales cerrados y escasez de gente (quizás porque era jueves, y el fin de semana la cosa se anima). Por lo visto toda la actividad se concentraba en el bar de la fiesta, que ya había acabado.
*El perímetro del centro del Pelourinho estaba acordonado por la Policía Turística, con los principales accesos bloqueados por pilones de cemento y agentes fuertemente armados. La verdad es que lo agradecí, porque durante mi paseo me crucé con todo tipo de personajes oscuros. Algunos me ofrecían droga, otros iban borrachos y se me acercaban balbuceantes (uno me dedicó unos pasos de Capoeira)…
Por suerte al final encontré un bar: O Cravinho do Carlinhos. Tenía una terraza con mesas que invadían la calle; y una pantalla de TV emitiendo un partido de fútbol entre Brasil y Bolivia. Así que aquello estaba lleno de lugareños engullendo cerveza y gritando de emoción con cualquier jugada. Yo ocupé una mesa y pedí una Skol helada (se mantienen gracias a que las sirven con una funda de plástico) y una ración de Bolinhos (bolas de masa rebozada rellenas de queso, bacalao o carne). Me lo pasé muy bien observando a la gente, que disfrutó de lo lindo con la victoria de Brasil por 5-0. Y cuando acabó el partido regresé al hostel.
Aún tuve tiempo para charlar un rato con Jonathan. Y a eso de la 1h me fui a la cama, cansado después de una jornada maratoniana.
EXPLORANDO LA CIDADE ALTA
Al día siguiente me desperté tras dormir como un tronco. Una gran noticia teniendo en cuenta que compartía habitación con 9 personas más. Solo eran las 8h pero ya se veía movimiento, así que me vestí y bajé a desayunar al comedor del hostel. Allí me esperaba un buffet libre espectacular: huevos revueltos con salchichas, jamón york y queso, bizcocho, pudding, sandía, piña, zumo de guayaba, café con leche… Sin duda el mejor de mi viaje por Brasil. Todo estaba delicioso y acabé a reventar.
A continuación desalojé el dormitorio; dejé mi mochila grande en la recepción del hostel; y salí a recorrer las calles de la zona conocida como Cidade Alta, en el centro de Salvador. El cielo estaba bastante despejado, pero hacía un calor agobiante y a los 5 minutos ya sudaba a mares. Estos fueron los lugares de interés que visité:
1. Largo do Cruceiro: esta plaza es el centro neurálgico de Salvador, y se llama así por la enorme cruz de piedra que la adorna. Está rodeada de tiendas y restaurantes con fachadas de vivos colores. Y es fácil ver mujeres bahianas vestidas con el traje típico, de estilo africano: falda muy ancha hasta los pies; blusa blanca bordada a mano; y un paño de tela enrollado en la cabeza a modo de turbante. Aunque la mayoría están a la caza del turista, algunas para hacerles entrar en algún local concreto; y otras para hacerse una foto a cambio de unas monedas.
2. Igreja e Convento Sao Francisco: situada en un extremo del Largo do Cruceiro, es una de las iglesias más ricas de Brasil. Los Franciscanos se establecieron aquí en el año 1587, aunque el templo original fue destruido durante una invasión de los holandeses, y el actual data de 1755. Para acceder pagué 5R, y recorrí en solitario las diferentes partes. Me gustó mucho el claustro del convento, con sus muros cubiertos de espectaculares azulejos fabricados en Portugal, representando todo tipo de escenas de la época. También la iglesia, con una decoración exuberante, incluido un techo lleno de frescos. Y varias salas con mobiliario antiguo.
Durante mi paseo no me crucé con nadie. Y a diferencia de las iglesias de Minas Gerais, pude hacer fotos (sin flash). Una visita muy recomendable.
3. Igreja da Ordem Terceira de Sao Francisco: está pegada al convento y destaca por su impresionante fachada de estilo Plateresco, llena de relieves y esculturas de personajes mitológicos.
4. Terreiro de Jesus: una enorme plaza rodeada de edificios históricos, frecuentada por vendedores ambulantes (fueron incontables las veces que me intentaron vender botellines de agua); y grupos de Capoeira (un arte marcial afro-brasileña que combina elementos de baile, acrobacias y música).
5. Largo do Pelourinho: esta empinada plaza de forma triangular se llama así porque aquí se castigaba públicamente a los esclavos, atados a una columna conocida como pelourinho, nombre derivado del francés pillori (en español “picota”). Es un rincón precioso de Salvador, con viviendas coloniales pintadas de colores vistosos (verde, azul, rosa…), iglesias y alguna que otra mujer bahiana.
6. Igreja N. S. do Rosario: a escasos metros de la plaza, fue construida por la comunidad negra de Salvador (la Irmandade dos Homens Pretos) durante casi un siglo (solo podían trabajar en sus ratos libres). El exterior es imponente, con la fachada de color azul y dos campanarios de estilo Rococó. Pagué 3R por entrar y pude contemplar la nave principal, con paneles representando escenas de la vida de Santo Domingo. Una vez a la semana se celebra una misa que combina la liturgia cristiana con la música utilizada en el Candomblé (una religión afro-brasileña). Me hubiera encantado presenciarla.
7. Ladeira do Carmo: una calle empinada flanqueada por bonitas casas, a cual más fotogénica. Una pena que en esos momentos no hubiera lugareños paseando para obtener mejores imágenes.
8. Igreja da Ordem Terceira do Carmo: situada al final de la Ladeira. Para entrar tuve que dejar un donativo (2R). La decoración es impresionante, aunque a esas alturas ya empezaba a estar saturado de iglesias. Y contemplé una panorámica genial del Pelourinho.
Tras la última visita me moría de sed, así que busque un bar para sentarme a tomar algo. No fue sencillo, pero al final encontré una lujosa pousada (a 190R la habitación) que tenía una terraza exterior con vistas a la bahía. Allí cayó una cerveza Skol que me supo a gloria (8R). Eso sí, los empleados eran desconcertantes: uno no me sabía responder cuando le pregunté por el bar en la entrada; otro me pedía euros porque coleccionaba monedas (¡?)… Para ser una pousada de nivel dejó mucho que desear.
MAS LUGARES DE INTERES
A continuación regresé al Terreiro de Jesus, y caminé hacia el suroeste, pasando por otras atracciones turísticas:
9. Praça da Sé: en esta plaza hay fuentes y los restos de la Catedral (llamada Sé), que fue destruida durante los años 30 para ensanchar las calles del centro.
10. Praça Tomé de Sousa: dominada por el Palacio Río Branco, de estilo Neoclásico, antigua sede de gobierno del estado de Bahía. En esta plaza también se encontraba la residencia del gobernador de Brasil (el primero fue el propio Tomé), hasta el traslado de la capital a Río de Janeiro. Ofrece buenas vistas de la bahía, y de varios edificios históricos en un estado de conservación lamentable (con los techos hundidos y las fachadas llenas de manchas de humedad).
11. Elevador Lacerda: se trata de un ascensor construido a finales del siglo XIX que conecta la Cidade Alta con la Baixa, sorteando un desnivel de 72m. Solo cuesta 15 centavos. Yo lo utilicé para bajar a la zona del Puerto.
12. Mercado Modelo: situado junto al Puerto, es un edificio de dos plantas lleno de tiendas de artesanía y productos típicos orientados a los turistas: ropa, pinturas, instrumentos musicales… Yo solo entré en una licorería, donde me dediqué a probar diferentes tipos de Cachaça. Cayeron 4 chupitos, y porque frené al vendedor, si no acabo en el suelo. Al final me compré una botella de 0,5l de la Cachaça que más me gustó: la de Cravinho (clavo). Precio: 25R.
DESPEDIDA DEL PELOURINHO
De vuelta en el Largo do Cruceiro, me detuve en un puesto callejero regentado por dos simpáticas bahianas y compré un Acarajé (8R). Se trata de un plato de origen africano típico de Bahía que consiste en una especie de buñuelo frito hecho con pasta de frijoles, relleno de salsa picante y camarones. Me gustó bastante. Poco después me compré un vaso de zumo de limón y coco en otro puesto (5R), porque echaba fuego por la boca.
El resto de la tarde estuve paseando por el casco antiguo de Salvador, descubriendo detalles interesantes en cada rincón. En una calle había un grupo de graciosos niños tocando el tambor al ritmo de samba, dirigidos por sus profesoras. Y en otra me crucé con un grupo de jóvenes que recorrían la zona bailando y tocando el tambor (y de paso pidiendo unas monedas). La verdad es que lo hacían genial. De esta forma ensayaban para el famoso Carnaval de Bahía, una de las fiestas más multitudinarias del planeta, que me hubiera encantado vivir.
A parte de la música, el Pelourinho es un paraíso para la fotografía, con calles adoquinadas, antiguos edificios con fachadas de colores, tiendas de artesanía, artistas, lugareños de rasgos africanos (incluidas algunas mujeres de belleza espectacular)… Definitivamente me acabé de enamorar de Salvador.
CENA: ZULU BAR
Como todavía eran las 17h, primero me tomé una Caipirinha. Pero esta vez cometí un error y decidí probar la de piña (también había de fresa, mora, melón, etc…). Estaba malísima, y a partir de ese momento solo pedí Caipirinhas de Limao (lima), la original. Después cené el plato más popular de Bahía: la Moqueca de Peixe. Está elaborado con tacos de pescado blanco (de carne compacta, como bacalao, merluza, mero…), verduras y leche de coco. Para acompañar, arroz, salsas y una cerveza Eisenbahn de 0,6l. Me encantó. La porción era más que generosa, y el pescado no tenía ni una sola espina. Acabé llenísimo. Precio: 60R.
Cuando me senté en la terraza había un ambiente animado, pero poco a poco se fue marchando la gente y me quedé solo. Quizás porque se acercaba una tormenta (los relámpagos eran constantes). La única pega del Zulu Bar es que la zona está llena de enormes cucarachas rastreando el suelo en busca de comida (una incluso se me subió a la mesa). Y ya he comentado en más de una ocasión la fobia que les tengo a estos insectos.
Tras la cena regresé al hostal y me preparé para dirigirme al siguiente lugar de interés de mi recorrido por Brasil.
CONCLUSION
Salvador es otra ciudad de Brasil imprescindible. Caminar por las calles adoquinadas del Pelourinho, llenas de edificios antiguos, es una explosión para los sentidos, con vivos colores, música animada en cualquier rincón, la humedad del ambiente, el olor a comida con toques africanos… Dos días completos serán suficientes para visitar las principales atracciones turísticas. Yo solo pude pasar uno, y eso me permitió conocer los monumentos más destacados del casco histórico, como la Igreja e Convento Sao Francisco, el Largo do Pelourinho o la Ladeira do Carmo. Además pasé una noche en el que sin duda fue el mejor alojamiento de mi recorrido por Brasil: el Hostel Galería 13. Muy recomendable.
Aunque me faltaron bastantes lugares por conocer. Me hubiera encantado pasear por la Costa de Barra y ver atardecer desde el Forte de Santo Antonio; recorrer el barrio de Río Vermelho, con su Mercado do Peixe y sus bares informales; presenciar algún ritual de Candomblé o una sesión de Capoeira… Y por supuesto, unirme a la interminable fiesta del Carnaval de Bahía. Queda pendiente una futura visita.
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Comentarios
2 ComentariosAna
Mar 20, 2021Lo que he aprendido con este post…la de veces que he estado en Salvador y no tenía ni idea de algunos detalles históricos, como por ejemplo el nombre Pelourinho. Realmente Salvador es una ciudad que no deja a nadie indiferente, a veces la amo y otras la odio…
Ganas De Mundo
Mar 22, 2021Hola Ana, muchas gracias por el comentario! Ojalá hubiera podido dedicarle más tiempo a Salvador, pero es que quería visitar tantos lugares de Brasil que al final me tuve que conformar con lo básico. Sin duda está en mi lista de sitios donde regresaré algún día. Qué bien que hayas estado tantas veces allí, ya veo que es una ciudad que engancha. ¡Un abrazo!