Un recorrido de 3 días en pick up, descubriendo por libre poblados Bumi y Karo situados junto al Río Omo, en condiciones realmente básicas
El Río Omo tiene una longitud de 760km, y discurre exclusivamente por territorio etíope, cruzando el Mago National Park, hasta desembocar en el Lago Turkana, cerca de la frontera con Kenia. La South Omo Zone abarca el curso bajo del río (de ahí su nombre), en cuyas orillas hay numerosas poblaciones donde habitan grupos étnicos sorprendentes. Aunque la zona está designada como Patrimonio de la Humanidad por unos yacimientos arqueológicos en los que durante los años 70 se encontraron fósiles pertenecientes a los primeros homínidos.
Tras explorar Jinka y sus alrededores, me lancé a recorrer el sector central de South Omo, visitando aldeas de las etnias Bumi y Karo. Esta es una de las zonas más remotas de Etiopía, y requiere ser autosuficiente. Lo cual implica alquilar un vehículo; llevar toda la comida necesaria; y dormir en tienda de campaña, en lugares carentes de servicios básicos.
ORGANIZANDO EL RECORRIDO
Por la mañana mi alarma sonó a buena hora. Y a las 7h ya había desalojado mi habitación del Goh Hotel de Jinka, y estaba preparado en la terraza. Si realizar una excursión de un día desde Jinka fue tarea imposible, organizar una ruta de varias jornadas para atravesar South Omo fue toda una odisea. Necesitaba varias cosas:
1. Alquilar un vehículo: por segunda vez me puse en manos del chaval que me arruinó la visita al Mago National Park. Pero me dio su palabra de que esta vez no me fallaría. Y la verdad es que no tenía muchas más alternativas. Así que el día anterior le expliqué el itinerario que quería hacer (2,5 días); acordamos el tipo de vehículo (una pick up era suficiente, y me saldría mucho más barata que un 4×4); y negociamos el precio (3.600B con gasolina incluida). Un fuerte desembolso, pero la ocasión lo merecía.
Aunque pronto me dí cuenta que no sería una operación sencilla. Quedé con el chaval en que pasaría por mi hotel para enseñarme el vehículo y confirmarme que todo estaba correcto. Pero cuando me vino a ver (mucho más tarde de lo previsto) su relato era un despropósito: solo había un 4×4 disponible, y tendría que pagar un precio mayor; no había gasolina a la venta en todo el pueblo, y estaba buscando a quien comprar… No me lo podía creer. Y cuando ya me resignaba a un nuevo fiasco, apareció por la noche con la pick up acordada (una Toyota), y me dijo que no había problema. Todo un misterio. Pero bueno, le pagué 600B de paga y señal, y nos despedimos hasta la mañana siguiente a las 7h.
2. Guía: desestimé esta opción. Todos los turistas que viajaban con guía local se quejaban de que eran excesivamente manipuladores, y se hacía lo que ellos decían. Con lo cual, preferí apostar por una libertad total, y de paso ahorrarme un dinero. La única pega: que el conductor de la pick up no tenía ni idea de inglés, y no me podría aportar explicaciones.
3. Permisos: se gestionan de forma individual con los guías locales de cada poblado. Así que no fue necesario ninguno.
4. Comida: sabía que la zona que iba a recorrer era bastante remota. Pero pasaríamos por algún poblado (raro sería no encontrar alimentos básicos); y la primera noche iba a acampar en un hotel (que normalmente tienen restaurante propio). Así que no compré muchos víveres. Aproveché el mercado de Jinka para adquirir algunos productos: plátanos, tomates, cacahuetes… Y en un comercio compré panecillos y agua. Muy poca cosa (como quedaría demostrado más adelante).
Reconozco que cuando a las 7.20h seguía sin aparecer el chaval con la pick up, comencé a temerme lo peor. No podía estar pasando otra vez. La tensión iba en aumento… Pero por suerte solo fue un pequeño retraso, y el chaval llegó acompañado del conductor. De hecho, la pick up había estado aparcada todo el tiempo junto a mi hotel. Antes de partir, redactamos un contrato básico en un papel en blanco (que redacté yo y firmamos los dos); y le pagué el resto del importe (algo que no me hizo ni pizca de gracia).
Qué alegría cuando por fin pude subirme a la pick up y dejar atrás Jinka, rumbo a nuevas aventuras. Yo decidí viajar en la parte delantera, junto al conductor, para tener buenas vistas de los alrededores.
VIAJE: JINKA – MURELLE
Buena parte del primer día de la ruta estuvo dedicado a desplazarme entre estas dos poblaciones. Pero mis guías de viaje hablaban de oportunidades de ver fauna y bellos paisajes, así que en teoría iba a estar entretenido. El trayecto constó de 4 etapas:
1. Hasta Key Afer: esta pista ya la recorrí el día que visité el mercado semanal, así que no tuvo más historia. Y cubrimos kilómetros a buen ritmo.
2. El siguiente tramo de pista, que conectaba Key Afer con Dimeka, estaba en unas condiciones horribles, llena de agujeros y piedras enormes. Por suerte el conductor tenía experiencia, y maniobraba a la perfección. Pero aun así, los saltos y sacudidas fueron constantes. La nota negativa se produjo cuando nos encontramos un Isuzu averiado. Junto a él había un montón de pasajeros que esperaban estirados en un plástico ubicado en medio de la pista (entre ellos varias mujeres y niños). Es difícil saber cuanto tiempo llevaban allí. Y sus posibilidades de que pasara otro vehículo eran escasas, pues estábamos en una de las zonas más olvidadas del país. Así que el conductor, con buen criterio, dejó que una mujer y varios niños subieran en la parte trasera de la pick up, y les dejó en Dimeka. Por lo menos mi vehículo ayudó a esa gente.
3. Dimeka es una población de escaso interés (a no ser que toque mercado semanal). Con lo cual el conductor siguió avanzando hacia Turmi, por una pista en mucho mejor estado, que recorrimos a buen ritmo. Conociendo cómo se las gastan en Etiopía, yo pensaba que en Turmi el conductor haría un alto para compartir una Injera. Pero antes de llegar al pueblo, tomó el desvío hacia Murelle, y continuó sin parar.
4. El último tramo hasta llegar a Murelle era en teoría el más pintoresco. Pero por lo visto el lugar había sido azotado recientemente por un gran incendio, porque había muchas zonas con árboles carbonizados y hierba quemada. Así que el mini safari previsto quedó reducido a un par de grupos de Babuinos; y algún pájaro de colores. Poco después, el paisaje se hizo cada vez más desértico, y atravesamos una llanura de tierra rojiza salpicada de acacias y arbustos. Hasta que llegamos al lugar donde pasaríamos la primera noche. En total fueron 6 horas de trayecto que cubrimos casi del tirón.
ALOJAMIENTO: MURELLE CAMPSITE – 65B/Noche
*Puntos a favor: lavabos; ubicación espectacular, a escasos metros del Río Omo.
*Puntos en contra: zona de acampada en un terreno duro y árido; duchas con agua marrón que venía directa del río; sin tomas de electricidad; vecinos ruidosos; precio.
Pero lo peor estaba por llegar. Este camping era parte del Murelle Lodge: un hotel donde en teoría me esperaba una terraza para tomar una cerveza bien fría; y un restaurante donde podría cenar y desayunar. Así que me quedé sin palabras cuando unos chavales me dijeron que… ¡el Lodge llevaba tiempo cerrado! Y yo que me moría de sed. No me quedaba otra que sobrevivir con la escasa comida que había comprado. Si lo llego a saber, paramos a comer en Turmi…
En fin, con este panorama planté mi tienda de campaña rodeado de lugareños con rostros de curiosidad. El calor era realmente asfixiante, por lo que decidí evitar la parte central del día, y me senté en un banco a la sombra a leer hasta una hora más prudencial.
UN PASEO POR MURELLE
Cuando el sol perdió fuerza, me puse a explorar el lugar. La verdad es que en Murelle no hay mucho que ver. De hecho, ni siquiera es una población. Pero su ubicación es estratégica: junto al Río Omo; y a pocos kilómetros de dos poblados que quería visitar al día siguiente. Esto fue lo más destacado:
1. En los alrededores vi alguna vivienda tradicional, habitada por lugareños vestidos con ropas y adornos muy coloridos. Hubo un momento en el que apareció un enorme rebaño de vacas, que levantaban nubes de polvo, conducidas por hombres con rifles a la espalda.
2. A continuación caminé hasta la orilla del Río Omo. ¡Por fin lo veía de cerca! Se trata de un río enorme, y Murelle está ubicado en un bonito meandro. Cuando llegué la escena era impresionante: el río bajaba con un gran caudal de agua; rodeado de espesos bosques; y con el atronador sonido de centenares de pájaros exóticos. Parecía que estaba en algún punto de Sudamérica en vez de en el África profunda. Así que me senté en una piedra a disfrutar del ambiente, mientras sacaba alguna foto.
3. Ya con las últimas luces del día, apareció un grupo de niños que me distrajo bastante. Una de las niñas me contaba historias en un inglés sorprendentemente correcto. Y después estuvieron cantando canciones tradicionales. Sin ponerse pesados ni pedir nada a cambio. Se notaba que por aquí todavía no habían pasado muchos turistas en plan Santa Claus.
De regreso en la zona de acampada, me tuve que conformar con una triste cena: un trozo de pan, un plátano, y un puñado de cacahuetes. Vaya tela. Y como a las 18h ya era noche cerrada, y los mosquitos no me dejaban tranquilo, me tuve que meter en la tienda a descansar. El calor era insoportable, así que solo monté la parte de la mosquitera, para que corriera el aire. Una pena que un grupo de investigadores había instalado sus tiendas no muy lejos de la mía, y tuvieron un generador en marcha hasta bastante tarde, estropeando la atmósfera (no se qué investigaban, pero tenían hasta un helicóptero propio).
En cuanto al conductor, fue llegar a Murelle y desapareció. Lo cual tampoco me importó, porque así pude estar completamente a mi aire.
RUMBO A KANGATÁN
Al día siguiente me puse en marcha temprano, tras un montón de horas metido en la tienda. Hubiera agradecido un buen desayuno, pero en su lugar solo pude comer un plátano… ¡y un par de galletas que me dio el conductor! Aquello era de risa. En vez de estar alimentándose de mis provisiones, el pobre hombre acaba compartiendo su escasa comida conmigo, consciente de mi lamentable situación. En fin…
Tras desmontar la tienda y preparar la mochila, subí a la pick up y fuimos hacia el primer lugar de interés de la jornada. De camino vimos un par de avestruces solitarios; y un Dik-Dik (una especie de antílope muy pequeño). Mientras, atravesamos un paisaje semi desértico. Y en algo menos de una hora llegamos a Kangatán.
Kangatán es una pequeña población de escaso interés. Pero se encuentra a tiro de piedra de uno de los pocos asentamientos visitables de la etnia Bumi. Para alcanzar Kangatán era necesario cruzar el Río Omo, y no se veía ningún puente. En su defecto, había un servicio de barcas que transportaba a los lugareños de orilla a orilla. El conductor aparcó la pick up y se quedó esperándome. Yo caminé hasta el río, y al poco ya estaba subido en una precaria canoa tradicional, que impulsaba un chaval con la ayuda de un palo. Tenía mérito, porque la corriente del río era fuerte, y requería de una técnica precisa.
Al llegar a la orilla opuesta, como el nivel del río era bajo, nada más salir de la barca me quedé clavado en un barrizal (casi pierdo una chancla). Y después subí por una pendiente resbaladiza hasta alcanzar tierra firme. Allí salió a mi encuentro un chaval, que se presentó como guía oficial del lugar. Y le seguí, cometiendo un grave error: no negociar su tarifa con antelación.
VISITA A UN POBLADO BUMI
Para llegar a la aldea atravesamos un terreno desértico salpicado de arbustos y matorrales. El calor era sencillamente infernal (y eso que todavía era temprano). Me moría por una botella de agua fría… Aunque al poco comencé a ver los primeros miembros de la etnia Bumi, y me olvidé de todo.
Los Bumi tienen varios puntos en común con sus vecinos del norte de Kenia: los Turkana. Las mujeres llevan el pelo corto, peinado en forma de rastas; un piercing justo debajo de los labios; y se arrancan el diente inferior delantero por motivos estéticos. Su atuendo: pies descalzos; una piel de cabra a modo de falda; pechos al descubierto; y cuello lleno de pesados collares de vivos colores. En cuanto a los hombres, su forma de vestir era menos llamativa: iban envueltos en una tela de cuadros (estilo Mursi); y llevaban gorra. Eso sí, su fama de violentos guerreros es legendaria, y son muy habituales los conflictos con otras tribus vecinas.
Al llegar a la aldea, me sorprendió la fragilidad de las viviendas. Estaban hechas de paja, que se mantenía unida gracias a unos finos cordeles de fibra vegetal. El motivo es que esta tribu es semi nómada, y acostumbran a trasladarse en busca de pastos para sus rebaños de cabras. Así que cuanto más ligera la cabaña, mejor. También había pequeños graneros para guardar alimentos, separados del suelo. Aunque en general no vi mucha gente, ya que todo el mundo estaba fuera, dedicado a sus tareas: conseguir agua, recoger leña, cultivar la tierra… Y la visita fue rápida.
En cuanto a la fotografía, me gustó mucho que la gente no me agobiara en busca de dinero por una foto. De hecho, fui yo el que se lo pidió a alguna señora (a través del guía). Y a pesar de pagar 2B por foto, no les hacía ni pizca de gracia (y sus caras lo reflejaban). Así que tampoco me explayé mucho.
De regreso en Kangatán, le pedí al guía que me llevara a alguna tienda para comprar víveres. Pude conseguir agua y galletas. Y ya que estaba, aproveché para sentarme en una mesa exterior y tomar una Mirinda. Caliente, pero me supo a gloria. Porque la atmósfera era opresiva y no paraba de sudar.
OTRO FINAL DESAGRADABLE
Tras la visita, caminé hasta la orilla del Río Omo acompañado del guía, dispuesto a cruzarlo de nuevo y seguir la ruta. A esas alturas ya era consciente de mi error, y me esperaba un precio superior al normal. Pero aun así me sorprendió: nada menos que 130B. El desglose era el siguiente: 50B para el guía; 50B para el poblado (algo más que cuestionable); y 30B por el trayecto de ida y vuelta en barca (ni de coña). No estaba de acuerdo, y así se lo hice saber al chaval, que no se inmutó lo más mínimo. Y mientras, a escasos metros de mí, un lugareño armado con un subfusil esperaba instrucciones para dejarme subir a la barca… Tenía todas las de perder. Al final se trataba de tan solo 13 euros, pero ese importe en la zona donde estábamos era muchísimo. Y además, era un timo evidente.
Al final, por orgullo le di solo 120B, y le dejé allí protestando airadamente por mi improvisada rebaja. En fin, así son las cosas en Etiopía… Otro ejemplo: en la barca de regreso había una señora Bumi recogiendo cáscaras de cereal del suelo; le ofrecí sacarle una foto a cambio de 1B; ella me pidió 2B; y prefirió continuar con las cáscaras perdiendo 1B que dar su brazo a torcer. Después me supo mal, porque perdí una buena oportunidad fotográfica. Pero es que a veces no es cuestión de dinero, si no de ética.
RUMBO A KOLCHO
De nuevo en la pick up, el conductor me llevó hasta la segunda visita del día. Para ello regresamos a Murelle, y unos minutos más tarde llegamos a Kolcho. De camino pude ver de forma fugaz dos enormes machos de Kudu, que desaparecieron entre la vegetación sin que les pudiera sacar una foto; un numeroso grupo de Buitres apiñados sobre el cadáver de algún animal; y unos Marabúes en la distancia, sobre las ramas de un árbol.
Como era la parte central del día, y el sol apretaba, continuamos un tramo más hasta llegar al lugar donde pasaríamos la noche. No me pudo gustar más. Se trataba de un claro en medio del bosque, a la sombra de los árboles, donde soplaba una agradable brisa. Nada más llegar, unos Babuinos salieron corriendo y se escondieron entre la maleza. Realmente atmosférico. Eso sí, las instalaciones brillaban por su ausencia: ni lavabo ni duchas. Tras montar la tienda de campaña (de nuevo solo la mosquitera), piqué unas galletas, y me senté un rato a descansar. Mientras el conductor se echó una siesta tumbado en el interior de la pick up.
Pero al rato ya tenía ganas de nuevas aventuras, y decidí explorar por mi cuenta los alrededores. Primero me acerqué hasta la orilla del Río Omo. Fue un sencillo paseo de 5 minutos, siguiendo un sendero que atravesaba el bosque. Pronto se me acopló un grupo de niños, pero con una actitud similar a los de Murelle, sin pedir nada ni agobiarme. Solo compartiendo un rato conmigo ya estaban más que satisfechos. Yo iba atento por si aparecía algún animal, pero solo pude escuchar sonidos de pájaros y monos en la distancia. Y en el río busqué cocodrilos, pero tampoco hubo suerte.
De regreso en mi tienda, como ya era una hora aceptable, desperté al conductor, y nos llevó a todos a Kolcho (yo en la cabina y los niños en la parte trasera de la pick up, riendo y gritando).
VISITA A UNA ALDEA KARO
Kolcho se trata de una aldea ubicada en la parte alta de un tramo donde el valle del Río Omo se hace muy profundo. Así que para llegar la pick up tuvo que subir por una pista con una pendiente muy pronunciada. En Kolcho habitan los Karo, un grupo étnico realmente minoritario (formado por apenas mil personas), que se dedica al cultivo del maíz y otros cereales aprovechando las zonas más fértiles a lo largo del río. Los Karo son conocidos principalmente por las pinturas corporales que utilizan los hombres durante algunas celebraciones especiales, elaboradas con yeso, y representando formas geométricas.
Una vez en el poblado, el conductor se quedó en el vehículo esperándome, y me dejó visitar el lugar a mi aire. La verdad es que esta aldea me encantó. Pude caminar entre chozas de paja, aunque también había alguna cabaña con paredes de madera. Entre las viviendas, recintos para el ganado; pequeños graneros elevados… Y en un extremo de la aldea una construcción más sólida hecha con troncos, que resultó ser la escuela (con bancos, una pizarra…).
En cuanto a los Karo, el look de las mujeres era casi idéntico al de las Bumi: cuello cargado de collares; piercing; diente delantero arrancado; pechos al descubierto… La única diferencia es que algunas llevaban toda la cabeza rapada excepto un círculo central, teñido de ocre y con pequeñas trenzas, que parecía un gorro de lana. Los hombres vestían minifaldas, y todos llevaban una escopeta a la espalda. Como no se estaba celebrando nada, no pude ver hombres con pinturas corporales. Y me tuve que conformar con un lugareño que apareció de la nada y quería una foto conmigo. Tenía restos de yeso en el cuerpo; y en la cabeza un emplaste de barro rematado por una pluma. Imagino que estaba allí por alguna enfermedad, porque era increíblemente delgado.
Fue una visita genial, en un ambiente distendido, sin ser asediado por la gente. Cuando me cruzaba con alguien, todo eran sonrisas y buen rollo (no como con los Bumi). Y de vez en cuando sacaba alguna foto (eso sí, los primeros planos a 2B). Imagino que ayudó bastante el ir acompañado del grupo de niños, que se encargaban de traducir y evitar malentendidos.
A continuación, caminé hasta un mirador en el borde del acantilado y disfruté de unas vistas sensacionales de la zona. Ante mí se extendía el Río Omo, formando un amplio meandro, rodeado de espesos bosques que emitían misteriosos sonidos de animales. De fondo se podían divisar las montañas del Mago National Park, donde habitan los Mursi; las viviendas de Dus (otra aldea Karo); llanuras infinitas… Realmente espectacular. Cómo sería el lugar, que hasta los lugareños habían construido dos rudimentarios bancos de madera para contemplar el paisaje. Así que allí me senté con los niños. Y me quedé un buen rato, hasta poco antes de ponerse el sol. Una gran jornada.
UNA NOCHE MOVIDITA
De regreso en mi tienda, una vez se hizo de noche no había mucho que hacer. Así que cené la poca comida que me quedaba (un trozo de pan con tomate y algunas galletas). Y a eso de las 19h ya estaba estirado descansando.
La noche no fue nada plácida. Primero por el calor que hacía (encima sin haberme podido duchar). Y segundo, por la fiesta que montaron los Babuinos. Los árboles que me rodeaban estaban llenos. Y en numerosas ocasiones los machos de dos grupos se pusieron a gritarse desde diferentes puntos del bosque. Eran unos rugidos bestiales, y creaban una atmósfera increíble. Mientras, allí estaba yo solo, en mi tienda de campaña minúscula, protegido tan solo por la fina tela de la mosquitera. Hubo un momento en que parecía que los Babuinos se acercaban, y daban ganas de salir corriendo (no son seres muy amigables, como comprobaría unos días más tarde). Pero muy en mi interior disfruté como loco con estas aventuras.
VIAJE: KOLCHO – TURMI
Al día siguiente me desperté poco después del amanecer, tras una noche bastante dura. No tenía nada para desayunar, así que me vestí, desmonté la tienda, y ya estaba listo para partir. Antes vino a despedirse de mí el simpático grupo de niños. Me cayeron genial, y le di a cada uno un buen puñado de cacahuetes. Y me subí a mi pick up para cubrir el último tramo de la ruta.
Al pasar por Kolcho comprobé que había mucha más actividad que la tarde anterior, con gente por todas partes. El conductor estuvo hablando unos minutos con unos abueletes que tenían pinta de ser los jefes de la aldea. Y solo por el lenguaje corporal, sin entender ni una palabra, comprendí lo que pasó. En teoría tenía que pagar un importe por visitar el poblado y acampar en sus tierras. Pero había una mujer enferma que necesitaba viajar hasta Turmi para ser atendida en el hospital. Así que a cambio de llevarla en mi pick up, se canceló la deuda. Y nos despedimos amigablemente.
El camino de regreso a Turmi duró casi 3 horas, y fue el tramo más animado en cuanto a fauna. Vimos bastantes Dik-Dik, corriendo a gran velocidad; grupos de Babuinos; dos Avutardas (en inglés Bustards); pájaros de colores… La pista estaba en buen estado, y avanzamos a buen ritmo hasta llegar a Turmi, donde tocaba despedirme del conductor. Pero una vez más, mi excursión acabó con un sabor agridulce:
1. En la entrada de Turmi un policía nos dio el alto, y tras revisar la documentación de la pick up se llevaron al conductor. Quizás no tenía los permisos necesarios para transportar turistas. O solo era cuestión de pagar la «propina» de turno.
2. Cuando regresó el conductor, al cabo de un rato, me llevó hasta el centro del pueblo. Y cuando ya estaba bajándome del vehículo, va y me pide los 3.000B que faltaba pagar por el recorrido. Yo le intenté explicar que ya se los había pagado al chaval de Jinka, pero su inglés era nulo y continuaba insistiendo. Tanto que al final comencé a sospechar que a lo mejor había sido objeto de un timo, y el chaval se había embolsado la pasta sin informar a nadie. Me temía lo peor. Pero ignoré las protestas del conductor, y me alejé caminando. Al poco apareció de nuevo y me dijo que había sido error suyo, por lo que pude respirar aliviado. Aunque por culpa de la situación, me olvidé de darle algo de propina (y eso que acabé realmente contento con sus servicios). Una pena.
CONCLUSIÓN
El sector central de South Omo, entre Jinka y Turmi, es un territorio remoto y fascinante. Y los viajeros más aventureros disfrutarán recorriéndolo por libre. Tres días serán suficientes para visitar los principales lugares de interés. Y recuerda estos consejos: alquila el vehículo en Jinka, y te saldrá mucho más barato que si vienes en él desde Addis Ababa; compra toda la comida que vayas a necesitar (¡no como yo!); y visita las aldeas bien temprano o a última hora del día, si no te las encontrarás casi desiertas, y la cosa pierde bastante.
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