Un emocionante recorrido por una animada favela y una subida en teleférico hasta la cima del Pan de Azúcar para contemplar las vistas de Río
Río de Janeiro es la segunda ciudad más poblada de Brasil, situada en una bonita bahía rodeada de selva y montañas de formas curiosas. Fue fundada por los portugueses en el año 1565, aunque su época dorada comenzó en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando se descubrió oro en Minas Gerais y el puerto de Río se hizo con buena parte del comercio de minerales y esclavos, en detrimento de Salvador. En 1763 fue designada capital de Brasil; y en 1808 albergó a la familia real, que se trasladó a la ciudad huyendo de las tropas de Napoleón, y durante unos años convirtió a Río en la nueva capital del Imperio de Portugal (algo inaudito en el resto de colonias europeas).
Durante el siglo XX Río de Janeiro comenzó a perder importancia. La capital de Brasil se trasladó a Brasilia; Sao Paulo emergió como el nuevo motor económico y cultural del país; y la ciudad se llenó de favelas que dispararon los índices de delincuencia. Pero a pesar de todo, Río se ha mantenido como el principal destino turístico de Brasil, con lugares tan icónicos como las playas de Copacabana e Ipanema, el Cristo Redentor o el Pan de Azúcar.
ALOJAMIENTO: WALK ON THE BEACH HOSTEL – 75R/Noche
*Puntos a favor: buena limpieza; ubicación céntrica, a 3 calles de la Playa de Copacabana; personal muy amable; wifi impecable; toallas; una Caipirinha de cortesía al llegar; abundante desayuno incluido.
*Puntos en contra: dormitorio de 12 plazas casi lleno; excesivo ruido por la noche (era fin de semana); ducha con agua bastante fría.
El taxi del aeropuerto me dejó en la puerta de este hostel recomendado por mi guía de viajes. Allí me recibió Agnes, una simpática uruguaya que en un mes tenía previsto marcharse a vivir a Barcelona. Me explicó el funcionamiento del hostel, y una vez instalado fui al bar a tomarme la Caipirinha. Es la bebida nacional de Brasil, elaborada con Cachaça (licor de caña de azúcar), lima y azúcar. Estaba muy rica.
A continuación ya eran las 21.30h y no me apetecía salir (era noche cerrada y estaba lloviendo). Además me caía de sueño tras un montón de horas de vuelo. Así que decidí marcharme a dormir. La noche no fue ni mucho menos plácida, ya que era sábado y en la habitación había un montón de chavales con ganas de fiesta. Así que tuve que soportar a gente hablando en voz alta; o entrando en la habitación de madrugada haciendo ruido. Menos mal que estaba muy cansado y conseguí dormir lo justo.
LAS PLAYAS DE RIO
Al día siguiente me desperté a las 7h con el ruido de la gente entrando y saliendo del dormitorio sin ningún cuidado, y los gritos de la encargada de la cocina de fondo. Yo ya sabía que el desayuno no se servía hasta las 9h (un poco tarde), pero como no podía dormir decidí ponerme en marcha. Me duché, vestí y me senté a leer en el bar.
A las 8.30h la encargada me dijo que ya estaba listo el desayuno, y no lo dudé ni un segundo. Me moría de hambre, porque el día anterior no cené nada. El menú consistía en un buffet libre muy completo y lo aproveché al máximo: dos bollos de pan con mermelada; queso; mortadela; dos trozos de bizcocho; zumo de naranja; y un café con leche. Acabé como nuevo. Ya con el estómago lleno cogí mi cámara de fotos y salí a explorar la ciudad.
La mañana había amanecido muy nublada, y la predicción del tiempo era de lluvia durante buena parte del día. Con lo cual esto limitó muchísimo mis movimientos, porque en Río de Janeiro la mayoría de atracciones turísticas son miradores, playas y paseos por barrios históricos o naturaleza. No hay museos que realmente merezcan la pena y sirvan de plan B para este tipo de días, así que no sabía qué hacer. Por suerte el chaval de la recepción me sugirió una visita que ni se me había pasado por la cabeza, y decidí hacerle caso.
Para empezar caminé hasta la costa. Reconozco que iba bastante asustado, porque la delincuencia en Río de Janeiro es un problema serio, y me imaginaba un atracador en cada rincón. Pero bueno, no viví ninguna situación de peligro y poco a poco me fui relajando. Probablemente influyó que durante mi visita hacía menos de 2 meses que habían finalizado los Juegos Olímpicos de Río, y el gobierno había realizado un esfuerzo importante por mejorar la seguridad en las calles. Una vez en la costa recorrí el Paseo Marítimo hacia el oeste, pasando por las playas más famosas de la ciudad:
1. Playa de Copacabana: con 4,5km de longitud, es el escenario de las celebraciones de Nochevieja, donde tienen lugar unos espectaculares fuegos artificiales. Para ser un sitio tan turístico me sorprendió la abundancia de viejos edificios y hoteles, de estética años 70. Durante mi visita también había restos de escenarios e instalaciones metálicas utilizadas durante los Juegos Olímpicos, abandonadas a su suerte.
2. Playa de Arpoador: mucho más pequeña, es un lugar ideal para ver la puesta de sol. También la frecuentan grupos de surfistas. No se puede acceder por la arena desde Copacabana, ya que en medio están el Fuerte de Copacabana y el Parque Garota de Ipanema (llamado así por la popular canción de bossa nova).
3. Playa de Ipanema: forma parte del barrio más lujoso de Río de Janeiro, situado en una estrecha franja de tierra de apenas 750m con el Océano Atlántico a un lado y la Lagoa Rodrigo de Freitas al otro. Se divide en Postos donde se reparten los diferentes grupos de la ciudad (familias, chavales, comunidad homosexual…).
4. Playa de Leblon: acaba en el Mirante do Leblon, un mirador que ofrece unas vistas geniales del Morro Dois Irmaos, con la Favela Vidigal extendiéndose por su ladera.
En general fue una ruta muy agradable, pero con un gran problema. El cielo estaba cubierto de nubes grises que difuminaban los colores y creaban un ambiente triste. El mar estaba agitado, con un fuerte oleaje (ondeaba la bandera roja). Y en la playa no había casi nadie, aparte de alguna familia suelta y un grupo de lugareños jugando a vóley. Con este panorama apenas hice fotografías. En el Paseo Marítimo, al ser domingo, sí que había bastantes cariocas (así se conoce a los habitantes de Río), con abundancia de corredores y ciclistas. Y quioscos de comida y bebida.
SUBIDA AL MORRO DOIS IRMAOS
En circunstancias normales, al llegar al Mirante do Leblon habría dado media vuelta. Pero el encargado del hostel me había recomendado cruzar la Favela Vidigal y subir a la cima del Morro Dois Irmaos. Yo no lo tenía nada claro. ¿Meterme solo en una favela? ¿Con la de historias para no dormir que había escuchado? Le di muchas vueltas, aunque el chaval insistió en que era un lugar seguro; y me pareció toda una aventura. Así que me acabé lanzando.
Desde el mirador pasé junto al horrible edificio del Hotel Sheraton, y al poco ya estaba en la Favela Vidigal. Aquello era un hervidero de gente, con viviendas apiñadas en muy mal estado y un tráfico intenso. Yo caminé con el corazón a mil, y por supuesto mantuve mi cámara de fotos enfundada en todo momento. En un punto vi un grupo de moto-taxis, me acerqué y pedí a un conductor con chaleco amarillo que me llevara hasta el inicio del sendero. El trayecto fue una auténtica locura, subiendo sin parar por una calle llena de curvas, a toda pastilla, con vehículos en sentido contrario pasando a escasos centímetros y frenazos al límite. Toda una descarga de adrenalina, y por solo 3,5R (redondeé a 4R).
Cuando el motorista se marchó yo seguía igual de nervioso. Había dejado atrás la favela, pero ahora estaba al lado de unas pistas de fútbol donde jugaban unos chavales. Y tenía que seguir un sendero solitario que se adentraba en el bosque. Menos mal que durante el recorrido me crucé con lugareños y algún que otro turista, y me fui tranquilizando.
El Morro Dois Irmaos es una de las imágenes más clásicas de Río de Janeiro, y se llama así porque es un cerro con dos picos (“dos hermanos”). El más alto tiene 535m y para alcanzarlo hay que recorrer 1,5km. Yo tardé unos 45 minutos, pero no fue ni mucho menos un paseo: las pendientes eran duras; el camino se encontraba embarrado y resbaladizo; y a pesar de estar nublado hacía un calor horrible. Pero mereció la pena por dos motivos:
*Atravesé una zona selvática donde me encontré con varios monos Titíes o Tamarinos (en inglés Marmosets). Son muy graciosos, con unas mechas de pelo en los laterales de la cara y una cola larguísima. Además no se muestran nada tímidos, porque la gente les suele dar comida (de hecho pasé junto a un puesto con un lugareño que vendía). Fue toda una sorpresa.
*Llegué a un Mirador con vistas espectaculares de la Favela Rocinha, una de las más grandes de todo Brasil. Es un auténtico mar de viviendas desde el que de vez en cuando me llegaba el sonido de música. Aquí no es aconsejable adentrarse solo y hay agencias locales que organizan tours (Favela Tour, etc…). Pero esto no elimina el peligro por completo. Por ejemplo, en el año 2017 una turista española murió aquí mismo a causa de un disparo de la Policía.
Una pena que al llegar a la cima del Morro Dois Irmaos una espesa niebla lo cubría todo, porque en condiciones normales se puede contemplar toda la Zona Sur de Río. Yo me senté un rato a esperar y en un par de ocasiones despejó un poco y pude hacer alguna foto decente. Pero allí arriba hacia frío y la niebla me mojaba, así que decidí regresar.
Ya en la Favela Vidigal prescindí de los moto-taxis y bajé a pie hasta la parte inferior. Fue toda una experiencia, caminando entre lugareños (algunos me miraban con cara de sorpresa), chabolas medio en ruinas, perros callejeros, vehículos en todas direcciones… Tanto me animé que incluso hice un alto en Bar do Quequiño y me senté en una pequeña mesa exterior a tomarme una cerveza Antarctica de 0,6l (8R). Estaba helada y me sentó genial, mientras veía a la gente pasar.
MAS LUGARES DE INTERES
A continuación esperé en una parada de autobús junto a la carretera que recorre la costa; y apareció un vehículo que por 4R me dejó en el mismo punto de la Playa de Copacabana donde comencé mi ruta por la mañana. Desde allí caminé hacia el este en busca de nuevas atracciones:
4. Playa de Leme: es una continuación de Copacabana y acaba en el Morro do Leme, en cuya cima se encuentra el Fuerte Duque de Caxias. Se puede acceder por un sendero y disfrutar de buenas vistas, pero yo no lo hice.
5. Barrio de Botafogo: mi idea era encontrar un restaurante para cenar, pero se trata de una zona básicamente residencial y no lo conseguí. Lo único reseñable fue que vi en acción a los tristemente famosos “Meninos da Rua”. Son grupos de críos sin hogar que se buscan la vida como pueden en las calles de muchas ciudades brasileñas. Su técnica más utilizada es rodear a algún turista (incluso a plena luz del día) y robarle sus pertenencias. Yo pasaba junto a la entrada de un centro comercial, a escasa distancia de un grupo de Meninos, y uno le intentó robar una bolsa a una turista que salía. Aunque un agente de seguridad vio la escena y le apresó al momento.
Pero bueno, tras caminar por amplias avenidas llenas de tráfico empezó a llover, con lo cual decidí parar un taxi y regresar al hostel (21R). Allí me senté en el bar a leer un rato y descansar. Y a eso de las 19h salí de nuevo.
CENA: BRASILEIRO DE COPA
Como ya era de noche no tenía ganas de caminar sin rumbo por el centro de Río, así que pregunté al encargado de la recepción por un lugar para cenar, y me envió a este restaurante situado a un par de calles. Yo me senté en una mesa de la terraza y pedí un plato de Frango (pollo) a la Milanesa acompañado de frijoles, patatas fritas y arroz. Para acompañar, una Coke de 0,6l. La ración fue abundante, y la atmósfera muy agradable, rodeado de animados cariocas. Un sitio muy recomendable.
De vuelta en el hostel, no tardé mucho en meterme en la cama. La verdad es que para ser mi primer día en Brasil no estuvo nada mal.
EL PAN DE AZUCAR
La jornada comenzó tras una noche mucho más tranquila que la anterior. Me vestí, desalojé la habitación, dejé mi mochila grande en una sala común, y me senté a leer en el bar hasta la hora del desayuno. Por suerte me dejaron empezar otra vez a las 8.30h. El menú fue idéntico, con lo cual yo encantado. A continuación cogí mi cámara de fotos y salí a continuar explorando Río de Janeiro.
El día había amanecido completamente despejado, con cielo azul y un sol radiante. Así que para no perder tiempo cogí un taxi y fui al barrio de Urca, donde se encuentra una de las principales atracciones de Río: el Pao de Açúcar (19R). Se trata de una montaña de 396m de altura que ofrece unas vistas geniales de la ciudad y los alrededores. Los portugueses la bautizaron con este nombre por su forma, similar a la del azúcar, que se compactaba en bloques cónicos para transportar en los barcos con mayor facilidad. La otra opción hubiera sido subir a la estatua del Cristo Redentor, pero aquí las vistas son mejores por la tarde.
Ya en la base de la montaña, me acerqué a las taquillas del teleférico que lleva hasta la cima. La mala noticia fue el precio: nada menos que 76R por el trayecto de ida y vuelta. Aunque la buena fue que casi no había gente, y solo tuve que esperar unos minutos para comenzar el recorrido (lo habitual es encontrarse colas interminables). El teleférico fue inaugurado en el año 1912, aunque renovado por completo con posterioridad. Las cabinas tienen capacidad para 65 pasajeros, salen cada 20 minutos, y el viaje consta de dos etapas:
*Morro da Urca: primero se llega a la cima de esta montaña, donde hay un mirador con buenas vistas (sobre todo del Pao de Açúcar); y se puede entrar en una de las antiguas cabinas, expuesta al público.
*Pao de Açúcar: la estrella de la visita, con una terraza desde la que pude contemplar una panorámica asombrosa de Río de Janeiro. A mi izquierda el Morro do Leme, la playa de Copacabana y al fondo el Morro Dois Irmaos. A mi derecha la playa de Flamengo; el Aeroporto Santos Dumont (para vuelos nacionales) con algún avión maniobrando; y un larguísimo puente que cruza la Bahía de Guanabara y conecta la ciudad con la población de Niterói. Y en el centro la ensenada de Botafogo llena de embarcaciones; los rascacielos del distrito financiero; y en la distancia las montañas del Parque Nacional da Tijuca, cubiertas de selva, con el Morro do Corcovado coronado por el Cristo Redentor. Me quedé sin palabras y no paré de hacer fotos desde todos los ángulos posibles.
En los alrededores pude ver numerosos Buitres Negros Americanos, un ave muy común en el continente que recibe diferentes nombres en función del país (en Brasil se les llama Urubu). Algunos planeaban y otros tomaban el sol con las alas extendidas. De vez en cuando aparecían grupos de turistas, pero había espacio de sobras y en ningún momento me sentí agobiado. Estuve un buen rato en el mirador. Hasta que poco a poco el cielo se fue cubriendo de nubes y decidí bajar.
De regreso en el barrio de Urca, visité otros dos lugares de interés a escasa distancia:
1. Playa Vermelha: se llama así por el color rojizo de la arena. Está al pie del Morro da Urca. Como ya se había nublado no encontré mucho ambiente.
2. Trilha Cláudio Coutinho: un sendero de 2km que sigue el contorno del Morro da Urca, atravesando una zona boscosa. Yo lo comencé, pero al cabo de unos minutos me di cuenta que iba fatal de tiempo y decidí dar media vuelta. Antes de volver al hostel me senté unos minutos en una terraza llena de cariocas y probé un delicioso helado de Açaí (una fruta de color morado típica de Brasil). Precio: 8R.
Y con todo el dolor del mundo acabó mi recorrido por Río de Janeiro. La idea era dedicarle al menos otra jornada al final de mi ruta por Brasil, pero el tiempo era lluvioso y lo dejé correr.
CONCLUSION
Río de Janeiro es una de esas ciudades icónicas que no te puedes perder si aterrizas en Brasil. Te recomiendo una estancia de al menos 4 días para visitar los principales lugares de interés. Yo tan solo le pude dedicar día y medio (y encima con mal tiempo), aunque al menos contemplé las vistas desde el Pao de Açúcar, crucé la Favela Vidigal, paseé por las playas de Copacabana e Ipanema, y subí a la cima del Morro Dois Irmaos.
Pero me faltó tanto por hacer… Me hubiera encantado ver de cerca el Cristo Redentor; pasear por el barrio de Santa Teresa; apuntarme a un crucero por la bahía para contemplar la puesta de sol; ver los ensayos de una Escuela de Samba; disfrutar de un partido de fútbol en el mítico Estadio de Maracaná; salir de noche por el barrio de Lapa; explorar el Parque Nacional da Tijuca… Y como no, unirme a la interminable fiesta del Carnaval de Río. Aunque estoy seguro que volveré a esta ciudad.
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