Tres días acampado junto a un lago de aguas cristalinas, coronando la cumbre más alta de la zona y disfrutando de paisajes épicos
Creado en 1935, Retezat es el parque nacional más antiguo de Rumanía. Ocupa una superficie de 380km2 de los Montes Retezat, situados en los Cárpatos Meridionales. Y en su interior hay docenas de lagos de origen glaciar, como el Lago Bucura; una vegetación única con montones de plantas endémicas; y 20 cumbres que superan los 2mil metros de altura, entre las que destacan los montes Peleaga y Retezat. A este parque todavía no han llegado las carreteras ni los telecabinas, así que durante la mayor parte del año está a salvo de las hordas de turistas que invaden los Montes Bucegi; y las posibilidades de ver fauna son teóricamente mayores.
La mejor época para visitar Retezat son los meses de verano, entre junio y septiembre, cuando la nieve desaparece de los senderos y las temperaturas son más agradables. Yo visité el parque a principios de septiembre y disfruté de un tiempo genial, con cielos despejados y un sol de justicia. Si cuentas con vehículo propio el principal punto de acceso a Retezat es Poiana Pelegii. Como no era mi caso opté por la población de Hateg, desde donde se puede viajar en taxi hasta Rausor o Carnic y enlazar con diferentes senderos que se adentran en el parque.
VIAJE: HUNEDOARA – HATEG
Afortunadamente el día anterior me acerqué a la Terminal de Autobuses de Hunedoara para informarme sobre este desplazamiento, porque tiene truco. Para empezar, el maxi taxi a Hateg no sale de la Terminal, sino que lo hace desde una parada situada a un par de calles de Casa Ina (mi alojamiento en la ciudad). Y después hay que tener en cuenta la escasa frecuencia de los vehículos: yo decidí coger el de las 10.30h, porque el siguiente ya era a las 13.30h. En fin, con los deberes hechos, desalojé mi habitación; caminé hasta la parada; y unos minutos antes de la hora prevista apareció el maxi taxi (15L).
Como de costumbre viajé en un asiento de la fila individual, junto a un puñado de lugareños. El trayecto duró casi una hora, porque en vez de seguir la ruta más directa, el maxi taxi dio un rodeo para dar servicio a otras poblaciones, pasando por Calan. Y la furgoneta finalizó su recorrido en las afueras de Hateg, desde donde me dirigí al lugar donde había previsto pasar la noche.
ALOJAMIENTO: CASA MARY – 77L/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble (aunque con dos colchones individuales); limpieza impecable; ubicación perfecta, a 10 minutos a pie del centro; tranquilidad total por la noche; balcón privado con una mesa; wifi rápido; nevera compartida; familia propietaria muy acogedora; precio.
*Puntos en contra: lavabo compartido; colchones incómodos.
Reservé esta guesthouse a través de Booking y la verdad es que superó mis expectativas. La dueña (Diana) apenas hablaba inglés, pero me hizo sentir muy a gusto. Una vez instalado en la habitación comencé a organizar la excursión de los próximos días al Parque Nacional de Retezat.
PREPARATIVOS
Mi plan era pasar 4 jornadas en el parque, entrando por Rausor y saliendo desde Carnic. Estos fueron los aspectos a tener en cuenta:
1. Alojamiento: en el interior de Retezat no hay muchas opciones. Yo opté por acampar en la zona del Lago Bucura, en pleno corazón del parque, y metí en mi mochila tienda y saco de dormir. Otra área de acampada muy popular es Poiana Pelegii, más al sur, accesible en vehículo. También hay refugios de montaña, como Bucura o Cabana Gentiana, pero durante mi recorrido por los Montes Bucegi comprobé que algunos estaban cerrados o no tenían camas disponibles al ser temporada alta, y preferí no contar con ellos.
2. Equipo: además del material de acampada, para esta excursión me llevé lo estrictamente necesario, teniendo en cuenta que era verano y la previsión del tiempo para los próximos días no podía ser mejor, con sol y temperaturas suaves. Entre mi equipo habitual nunca faltan: linterna frontal con pilas de repuesto; power bank recién cargada para no quedarme sin móvil; bastones de montaña; cantimplora; y chubasquero. El resto de mi equipaje se quedó en Casa Mary hasta mi regreso (la mujer no puso ninguna pega).
3. Comida: en Retezat solo es posible comer en algún refugio de montaña (si están abiertos). Así que yo visité el supermercado Lidl de Hateg y realicé una compra para 4 días, incluyendo productos que se conservan bien, como pan, latas de atún y paté, barritas energéticas, frutos secos, galletas… En Retezat hay varios manantiales, así que decidí comenzar la ruta con 3 litros de agua. La compra me costó 75L (unos 15€).
4. Mapas: mi idea era conseguir uno con todas las rutas del parque, y para ello visité la Oficina de Información de Hateg. Pero fue una pérdida de tiempo (la encargada no hablaba inglés y no tenían mapas). Con lo cual la alternativa era viajar en taxi hasta Nucsoara, una población a 18km de Hateg, donde se encuentra el Centro de Visitantes de Retezat. Estuve a punto, pero al final lo dejé correr. Los senderos del parque están bien señalizados; y a las malas tenía en mi móvil la app maps.me, que había utilizado sin problema en zonas muchísimo más remotas.
En el Lidl aproveché para tomarme un café con leche acompañado de dos Gogosi (bollos rellenos) (5L). Y regresé a mi habitación, donde estuve descansando buena parte de la tarde.
CENA: RED GARDEN
A eso de las 18h salí de nuevo para dar un paseo por Hateg y cenar algo. El pueblo está rodeado de bosques y tiene todos los servicios que necesita un viajero: bancos, tiendas, restaurantes, taxis… Pero carece de atracciones turísticas reseñables. Así que no tardé mucho en ponerme a buscar un lugar para llenar el estómago, y encontré Red Garden gracias a Google Maps. La primera impresión fue excelente: una terraza junto al río Galbena; y varias familias de lugareños cenando (otros restaurantes que vi estaban desiertos). Yo ocupé la última mesa que quedaba libre, alejada del resto; y me atendió una amable señora.
El menú estaba en rumano, pero a estas alturas ya controlaba la mayoría de platos y no tuve problema. Pedí Ciorba Taraneasca (con trozos de carne de cerdo, patatas y verduras); Snitel de Pui cu Cascaval (pechuga de pollo empanado rellena de queso); patatas fritas; y una cerveza Tuborg. La comida estuvo muy rica, con raciones más que generosas (al final no podía con el pollo y un gato me ayudó a acabármelo). Y todo me costó solo 35L. Un lugar muy recomendable.
A continuación regresé a la guesthouse, aunque de camino me esperaba una sorpresa: para cruzar el río Galbena tuve que utilizar un puente colgante de madera que crujía y se balanceaba de forma peligrosa. Además, desde allí pude contemplar un paisaje precioso, con las aguas del río, un caballo pastando junto a la orilla, las montañas de fondo, y un cielo cubierto de nubes de color rosado, minutos después de la puesta de sol. Incluso la población más intrascendente tiene su rincón especial, y el de Hateg es este sin duda.
RUMBO A RAUSOR
Al día siguiente me desperté a las 7h tras una noche impecable. No tenía mucho tiempo que perder, así que me vestí; desayuné galletas, zumo de naranja y un yogur; y acabé de organizar mis mochilas. La idea era acceder al Parque Nacional de Retezat en Rausor, una aldea situada 30km al sur de Hateg. Para llegar no hay transporte público, con lo cual necesitaba un taxi. El día anterior se lo comenté por casualidad a Diana y resultó que su hijo es taxista. El chaval me pidió 90L, un precio que me pareció correcto (es lo mismo que pagué para viajar a Biertan, con una distancia similar), y acepté sin dudarlo.
Para aprovechar la jornada quedé con el hijo a las 8h. En estas situaciones nunca espero que la gente sea puntual, pero el chaval me sorprendió y apareció a la hora prevista. Tras despedirme de Diana subí al taxi y nos pusimos en marcha. El trayecto duró 45 minutos, recorriendo carreteras estrechas y solitarias con tramos en mal estado. El hijo no hablaba inglés así que fuimos casi todo el rato en silencio. Yo apuré una botella de zumo de naranja para comenzar la ruta bien hidratado.
En el exterior se confirmaron las previsiones y lucía un sol radiante, aunque a esas horas todavía hacía frío y me tuve que poner el abrigo. El taxi cruzó Rausor y avanzó todo lo que pudo, pero tuvo que parar a 1km del inicio de la ruta, cuando la carretera se convirtió en una pista sin asfaltar llena de piedras. Allí me despedí del chaval y comencé a caminar.
SUBIDA AL MONTE RETEZAT
Mi primer día en Retezat era un auténtico reto. El plan consistía en coronar el Monte Retezat, una de las cimas más emblemáticas de la zona (da nombre al parque nacional); y después dirigirme al Lago Bucura. Por delante tenía un desnivel positivo de más de 1.200m; y encima con todo el equipo y comida para 4 días. Más tarde me enteré que nadie hace esto: la gente realiza excursiones de un día desde Rausor con una mochila pequeña; o viaja en su coche hasta Poiana Pelegii, camina hasta el lago (menos de 2 horas), acampa y hace excursiones con lo mínimo encima. De hecho no vi a nadie cargado como yo. Aunque Poiana Pelegii está a 62km de Hateg y el taxi me habría costado el doble. En fin, estas fueron las etapas de la jornada:
1. Para empezar seguí el sendero marcado con una raya roja. Pronto se adentró en un espeso bosque realmente atmosférico, con enormes árboles cubiertos de afiladas ramas y zonas sombrías. Las piedras estaban cubiertas de musgo, y de vez en cuando veía setas de formas curiosas; o algún pájaro levantando el vuelo. El camino subió sin parar, ganando altura rápidamente. Yo decidí no entretenerme y avancé a buen ritmo, completamente solo. La ruta está bien señalizada, con marcas de pintura en los árboles, a excepción de un par de lugares donde tuve dudas para continuar.
2. Al cabo de una hora larga el bosque dio paso a una zona de arbustos, y el sendero continuó en paralelo al río Stevia, con un desnivel más suave. En un pequeño claro paré unos minutos a descansar y apareció bastante gente: delante un grupo de 20 personas; y detrás una pareja y dos familias. Pero al poco nos volvimos a separar, y me vinieron bien para saber por dónde continuaba la ruta sin tener que fijarme en las señales. El camino atravesó zonas cubiertas de pinos enanos, y me detuve de nuevo en un mirador para contemplar las vistas, con montañas y bosques extendiéndose hasta el infinito. También aproveché para comer una barrita y recuperar fuerzas. A continuación pasé junto a un desvío que lleva hasta el Lago Stevia, aunque yo permanecí en el sendero principal, porque durante los próximos días tenía previsto visitar numerosos lagos.
3. Tras el desvío el camino se complicó. Primero tuve que cruzar un mar de enormes pedruscos, saltando por encima de ellos. Algunos se movían y no me podía descuidar, ya que el riesgo de lesionarme era importante. Y después tuve que afrontar una durísima subida, ayudándome con las manos, con una caída de muchos metros a mi espalda. La verdad es que lo pasé fatal: me costaba respirar y la mochila era una auténtica losa. Mientras avanzaba conocí a una pareja (él rumano, ella polaca) y cubrí la recta final junto a ellos, intercambiando unas palabras. Al final llegamos a un collado donde nos despedimos. Yo me quedé recuperando el aliento y en cuestión de minutos estaba charlando de nuevo con 3 lugareños: dos chicos y una chica que había vivido en Valencia y hablaba algo de español.
4. En el collado estaba convencido de que ya había pasado lo peor, y a partir de allí el sendero subiría suavemente hasta la cima del Monte Retezat. Pero sucedió todo lo contrario. Me tocó encarar unas pendientes escalofriantes, combinando tramos de escalada por zonas de pedruscos inestables y grava resbaladiza. No quería ni mirar hacia atrás, porque un paso en falso me mandaba montaña abajo. Hubo un punto especialmente delicado en el que tuve que saltar de una roca a otra, justo al borde del barranco, con el corazón en un puño, luchando contra mi miedo a las alturas. Pero al final lo conseguí. Durante parte de la subida fui acompañado de los 3 chavales, que me hicieron la situación algo más llevadera.
5. Mi llegada a la cima del Monte Retezat coincidió con la de un numeroso grupo de Boy Scouts locales, así que me senté a beber agua y comer unos frutos secos hasta que se marcharon. A continuación me acerqué al cartel oficial de la cumbre que indica la altura (2.482m) y me hice las fotos de rigor. Desde allí las vistas de los alrededores son épicas, con escarpadas montañas, profundos valles y bosques en la distancia. Estaba bastante cansado pero muy contento. Y no había tardado demasiado: algo más de 4 horas, en lugar de las 3,5 que marca el cartel en Rausor. En la cima me tomé las cosas con calma, saboreando el momento. Y decidí continuar la ruta, despidiéndome de los 3 amigos, que regresaban a Rausor.
HACIA EL LAGO BUCURA
Reconozco que empecé a caminar hecho un manojo de nervios, porque temía encontrarme de bajada unas pendientes similares a las del ascenso (lo hubiera pasado realmente mal). Pero el sendero, señalizado con una raya amarilla, fue más suave de lo esperado y avancé poco a poco, cruzando algunos tramos de pedruscos, hasta llegar a un collado situado entre los Montes Retezat y Bucura I. Desde allí parte una ruta que baja hasta el Lago Stanisoara y pude contemplar una bonita panorámica. En la zona había un perro pidiendo comida a los montañeros. Y me crucé con dos guardas del parque con los que hablé unos minutos. Eso sí, uno de ellos casi me tira al suelo intentando colocarme bien la mochila.
En el collado hay un cartel que marca 2 horas hasta el Lago Bucura y de nuevo pensé que ya estaba todo hecho. Pero otra vez me equivoqué. Al cabo de unos minutos aparecí frente al Monte Bucura I, y tenía dos opciones: seguir un sendero hasta la cima (2.433m); o rodear la cumbre por una zona de paredes casi verticales. Yo elegí lo segundo, aunque sin saber por dónde iba el camino.
Hasta que una pareja rumana confirmó mis peores presagios: habían pasado por allí y encontraron un punto especialmente peligroso. Vaya tela… Pero si quería llegar al Lago Bucura tenía que seguir adelante. La pareja regresaba a Poiana Pelegii tras un intento fallido de coronar el Monte Retezat, porque ella se encontraba fatal del estómago. Y como parecían majos, caminaban muy despacio, y la mujer hablaba inglés, me acoplé a ellos y fuimos charlando. Los momentos duros en compañía se afrontan mucho mejor.
Tras un rato caminando, el sendero comenzó a subir sin parar, con tramos muy expuestos. Y llegamos al punto clave: un estrecho paso al filo del barranco con una cuerda para agarrarme. Esto era demasiado para mi vértigo, pero me armé de valor y lo crucé a toda velocidad, sin ni siquiera utilizar la cuerda. A continuación el camino se enfiló por un terreno resbaladizo y avancé a golpe de riñón, empleando todas mis fuerzas, gritando para animarme y eliminar tensión, y agarrándome a las rocas. Pocas veces me he visto en una situación así. Pasado este punto dejé atrás a la pareja (ella seguía muy mal y creo que mi presencia no era lo más correcto) y alcancé la cresta de la cadena montañosa. Prueba superada.
Es difícil describir con palabras la sensación de felicidad que me invadía mientras seguía la cresta, contemplando una panorámica memorable de un conjunto de lagos, incluido el Bucura. Me encontraba agotado, y algunos tramos eran complicados, con pedruscos y grava resbaladiza, pero no estaban muy expuestos (menos mal, porque en una ocasión me caí). Tan animado iba que me ponía a hablar con todo el que me cruzaba, y conocí gente muy simpática (nos saludábamos con un “buna ziua” o simplemente “buna”). En un punto comencé un descenso hacia el Lago Bucura que se me hizo eterno, primero por una vertiginosa pendiente; y después por una pradera hasta alcanzar la orilla. En total tardé 3 horas desde el collado (una más que el tiempo indicado en el cartel).
Bucura es el lago de origen glaciar más grande de Rumanía y se trata de un lugar precioso, rodeado de imponentes montañas. Aunque la escena que me encontré no fue precisamente idílica. La acampada está permitida en la orilla sur, y allí había unas 80 tiendas, con montones de gente deambulando en todas direcciones (incluido el grupo de Boy Scouts). El motivo: era sábado, primeros de septiembre (los rumanos todavía estaban de vacaciones), y hacía un tiempo genial. La tormenta perfecta. Yo ya era consciente de la situación y estuve a punto de retrasar mi llegada a Retezat un día, pero al final no quise jugármela a que el tiempo empeorara.
Ahora tocaba buscar un lugar para plantar la tienda entre ese auténtico laberinto, pero la suerte me sonrió. Una pareja se marchaba y me ofreció su sitio, uno de los mejores de la zona, rodeado de piedras para protegerme del viento (habitual en Bucura). Así que sin tiempo para descansar monté la tienda. El terreno era muy duro; y como la tienda se me había mojado en Bucegi y no la sequé, la mosquitera estaba manchada de moho. Después caminé hasta un manantial cercano y llené una botella de agua. Y por último me senté a cenar pan con paté y una barrita, mientras comenzaba a caer la noche.
Cuando empecé a notar el frío me metí en la tienda. Estaba agotado, con tirones en las piernas, los hombros doloridos de cargar la mochila, la piel quemada por el sol… Pero satisfecho por haber superado la jornada con éxito. Allí me quedé unas horas descansando, mientras a mi alrededor el griterío era tremendo. Aquello parecía una romería. Además el lugar tiene una gran pega: no hay lavabos y la gente se busca la vida como puede, llenando la zona de papeles y excrementos. Yo encontré un rincón escondido no muy lejos que utilicé durante mi estancia, pero no era ni mucho menos el único usuario y daba bastante asquillo. En fin… Una chica me contó que hacía unos fines de semana se habían reunido unas 200 tiendas, con lo cual había en la zona más de 400 personas ensuciando. Un auténtico despropósito.
Tras el descanso estuve un rato leyendo y escribiendo. A eso de las 23h el ambiente se tranquilizó, y a media noche salí al exterior para ir al “lavabo”. En el cielo lucía una luna llena muy brillante, por lo que no se veían demasiadas estrellas. Y me metí en el saco a dormir.
VISITANDO LAGOS GLACIARES
La jornada comenzó pasadas las 8h, cuando el sol ya tocaba mi tienda. La noche fue bastante desapacible: no encontraba la postura correcta para dormir; y en mi cabeza no paraba de imaginarme caminando al borde de profundos precipicios. Pero por lo menos no pasé nada de frío (de hecho, no hizo apenas viento); y me levanté perfectamente recuperado. Ya en el exterior me senté al sol a desayunar: galletas, un plátano y un zumo de naranja. Y me preparé para una nueva excursión.
Mi idea era pasar el día visitando una serie de lagos de origen glaciar relativamente cercanos. Para ello decidí recorrer una ruta circular señalizada con un punto rojo, que empieza y acaba en el Lago Bucura. Según los carteles su duración es de solo hora y media, pero aprovecharía para tomarme las cosas con calma, descansar tras el esfuerzo del día anterior, y hacer fotos. Esta vez opté por caminar lo más ligero posible, así que únicamente cogí mi cámara y mi GoPro. Ni agua ni comida (algo de lo que después me arrepentiría). Estos fueron los lagos que conocí:
1. Bucura: estuve un rato paseando por la orilla, saltando de piedra en piedra, con las montañas perfectamente reflejadas en sus aguas y grupos de pequeños peces nadando. Menos mal que está prohibido bañarse en los lagos del Parque Nacional de Retezat y la gente lo respeta, porque sino sería un lugar a evitar por completo.
2. Bucurelu: durante mi recorrido estaba casi seco, pero la imagen era muy bonita, con una cordillera de afiladas montañas de fondo. De camino me detuve a fotografiar la vegetación de la zona, con rododendros (algunos con flores rosas) y pinos enanos. Y descubrí un sapo entre unas plantas con frutos rojos.
3. Portii: llegué tras una suave subida, recorriendo el mismo sendero del día anterior hasta el inicio del ascenso a la cresta. Este lago es precioso. Las piedras del fondo son de color rojizo y proporcionan al agua una tonalidad realmente fotogénica. Por allí pasó algún montañero rumbo al Monte Retezat, y la verdad es que me alegré de haberlo coronado el día anterior.
4. Agatat: para acceder al lago bajé por una fuerte pendiente, crucé un mar de inestables pedruscos, y encaré una dura subida. Pero mereció la pena, porque el Agatat ofrece una imagen de postal, situado al pie de un imponente pináculo de roca. Allí me senté un rato a descansar y conocí a dos lugareños que se dirigían al cercano Monte Judele.
5. Florica: desde el Lago Agatat bajé sin parar hasta el fondo del valle. De camino pasé por un mirador desde el que se ven los 4 lagos restantes del recorrido, rodeados de montañas cubiertas de bosques. Y tuve que atravesar una zona llena de pedruscos que ralentizaron mi ritmo. También me crucé con un par de ruidosos grupos, aunque por suerte cuando llegué al Lago Florica estaba desierto. Como no tenía prisa me descalcé, metí los pies en el agua, y me dediqué a hacer fotos y contemplar el paisaje.
6. Viorica: este lago lo vi a cierta distancia, porque la ruta no pasaba cerca y a esas alturas no tenía ganas de alargarla mucho más. En sus orillas poco profundas el agua adquiere un color turquesa único. Aunque en el cielo comenzaron a aparecer molestas nubes que oscurecían el paisaje de vez en cuando.
7. Ana: también lo contemplé desde un mirador con una fantástica panorámica.
8. Lia: el sendero descendió de nuevo al fondo del valle y me llevó directo hasta el lago. Fue otro de los grandes momentos del día, caminando por un prado totalmente solo, atravesando un paisaje épico. También tuve que cruzar un río que formaba varias cascadas, rodeado de una vegetación exuberante. Y en el lago paseé por la orilla haciendo bastantes fotos.
REGRESO AL LAGO BUCURA
La vuelta a la zona de acampada se me hizo realmente dura. Porque al final me tiré más de 5 horas recorriendo los lagos bajo un sol abrasador; estaba deshidratado; y me moría de hambre. Primero tuve que afrontar una empinada subida por una zona de pedruscos; después caminé siguiendo la ladera de la montaña; y acabé encarando unas rampas importantes, ya al límite de mis fuerzas. En esta zona me crucé con un montón de gente, ya que es el sendero que conecta el Lago Bucura con Poiana Pelegii.
Por fin en mi tienda, llené una botella de agua fría en el manantial; me senté a comer pan con paté y unos frutos secos; y me metí en el saco a descansar. Se estaba genial, con el cielo ligeramente nublado y una suave brisa. Y hasta pude dormir una pequeña siesta. Después me quedé organizando fotos, leyendo y vagueando. A las 19.30h salí a llenar otra botella de agua. A escasos metros del manantial se encuentra la caseta de los guardas del parque y estuve unos minutos charlando con ellos. Me ofrecieron un chupito de Tuica (brandy casero), pero lo rechacé con educación.
Cuando regresé a la zona de acampada había cuatro enormes caballos creando un gran revuelo, hostigando a la gente e intentando meter la cabeza en las tiendas en busca de comida. Es más que probable que en el pasado la gente les haya alimentado en busca de una foto graciosa, y al final esto es lo que se consigue: distorsionar sus hábitos. Una pena.
Mientras caía la noche decidí volver a mi saco. Al comer tarde no tenía mucha hambre (ni nada apetecible), así que solventé la cena con una barrita, frutos secos y un zumo de naranja. En el exterior había solo una cuarta parte de las tiendas del día anterior, pero a pesar de todo el ambiente seguía siendo muy ruidoso. Los rumanos tienen una cualidad: hablan por los codos, y a gritos. Y a un par de metros de mí, al otro lado del muro, había una pareja con un perro (Loki) que no paraba de ladrar. La verdad es que me esperaba un ambiente mucho más salvaje. Así no es de extrañar que la fauna se mantuviera alejada, y hasta el momento no hubiera visto nada interesante: ni chamoix, ni águilas… y mucho menos osos (ni siquiera huellas).
En la tienda escribí un rato y estuve leyendo hasta tarde porque la siesta me había desvelado. Por suerte a eso de las 22h reinó la calma y me quedé dormido.
SUBIDA AL MONTE PELEAGA
Al día siguiente amanecí a las 8h pasadas tras otra noche movidita en la que me desperté varias veces. Primero el estruendo de los caballos trotando peligrosamente cerca; después el perro de los vecinos ladrando; y para rematar tuve que ir al “lavabo”, eso sí, con una luna espectacular envuelta en nubes de aspecto siniestro. Dentro de la tienda se había formado condensación de agua por la humedad de la zona y no paraban de caer gotas que me mojaban. Pero bueno, me encontraba bien físicamente, que era lo fundamental.
Fuera me senté a desayunar un plátano (casi negro), galletas y un zumo de naranja; vacié la mochila grande; metí lo imprescindible para la excursión del día (agua, frutos secos, mis cámaras de fotos y el abrigo); y me puse en marcha. En mi tercera jornada en el Parque Nacional de Retezat el plan era alcanzar su cumbre más alta: el Monte Peleaga (2.509m). Para ello caminé hasta el manantial de agua, al otro lado del lago; y seguí el sendero marcado con una cruz amarilla. Estas fueron las etapas del recorrido:
1. De entrada avancé por un tramo que combinó suaves subidas con zonas llanas, cruzando un terreno cubierto de hierba, pedruscos y pequeñas charcas de agua. Aquí caminé poco a poco, preparando las piernas para el momento decisivo. Reconozco que estaba algo nervioso, porque no me crucé con nadie y no sabía qué tipo de dificultades me esperaban. Además, después de 3 días sin un lavabo en condiciones tenía el estómago a punto de explotar, así que cuando vi que el sendero se empinaba me escondí entre unas rocas y solucioné el problema. Menos mal que no pasaba gente, aunque no descarto que desde las cumbres me vieran. En fin…
2. A continuación encaré una fuerte subida que me llevó hasta lo alto de la cordillera de montañas que rodean la orilla norte del Lago Bucura. El camino discurrió haciendo eses, con tierra y piedras muy resbaladizas, y una caída importante a mi espalda. Y en un punto muy expuesto tuve que saltar de una roca a otra, jugándome el tipo. Pero en general avancé a buen ritmo, sintiéndome en una forma física impecable.
3. La recta final hasta la cima fue mucho más sencilla de lo esperado. Consistió en cruzar un mar de pedruscos casi en linea recta, subiendo sin parar. Solo tuve que vigilar donde ponía el pie, porque alguna roca se movía. Además ya podía ver muy cerca la bandera de la cumbre, y esto me dio muchos ánimos. Tanto que acabé coronando el Monte Peleaga en menos de hora y media cuando el tiempo oficial es de dos. Estaba contentísimo tras superar un nuevo reto.
En la cima no había nadie y pude disfrutar del lugar un rato en total soledad. Me hice fotos junto al cartel y contemplé las vistas, con el Lago Bucura a un lado y al otro el Monte Papusa rodeado de pequeños lagos. Y me senté a descansar y comer una barrita. Al cabo de unos minutos comenzó a aparecer gente. Primero una pareja (ella hablaba español); y después un grupo de simpáticos chavales de Cluj-Napoca, con los que estuve charlando un rato de viajes y la situación actual de Rumanía y Transilvania. Todo un lujo, con sol agradable y buen ambiente.
REGRESO AL LAGO BUCURA
La mayoría de montañeros que suben al Monte Peleaga continúan la ruta hasta la siguiente cima, el Monte Papusa, de 2.508m (solo uno menos que el Peleaga). Pero cuando vi que el sendero seguía la cresta de la montaña por una zona muy expuesta decidí que ya había tenido suficientes emociones esos días y comencé el descenso hacia la zona de acampada del lago. Para ello seguí el camino señalizado con una raya roja que discurre hacia el este, por la ladera de una imponente cordillera de afiladas cumbres. Desde la distancia parecía una opción más asequible que regresar por el mismo sendero de la ida. Pero la montaña es una fuente inagotable de sorpresas…
De entrada, para alcanzar el inicio del sendero tuve que bajar por una zona de pedruscos con bastante desnivel. Y sortear un paso que ponía los pelos de punta: estrecho, con piedras resbaladizas y un barranco mortal a mi derecha. Lo pasé fatal y me moví a cámara lenta, vigilando donde ponía cada pie. Tras pasar junto a unos espectaculares pináculos de roca volvieron los problemas: descensos por un terreno resbaladizo y tramos de inestables pedruscos, donde un error me enviaba al fondo del valle. Además no había nadie a quien acoplarme para hacer más llevadera la situación. Tan solo me crucé con un tipo que me adelantó e intercambiamos unas palabras. Pero bueno, como tenía tiempo avancé poco a poco, respirando con alivio cada vez que dejaba atrás un punto complicado. Definitivamente Retezat no es para principiantes…
En un punto el sendero se bifurcó: las rayas rojas continuaban hacia la cumbre del Monte Custura Bucurei; y un camino sin señalizar bajaba directo hacia el Lago Bucura. Yo elegí la segunda opción, y aquí ya no hubo problemas. Tuve que caminar con cuidado por zonas de grava y pedruscos, pero si me caía no era un problema. Al final enlacé con el sendero marcado con una cruz amarilla y me tomé las cosas con calma, porque ahora sí que había pasado lo peor. Qué alivio… Antes de llegar al manantial me crucé con una pareja de abueletes y estuvimos hablando un rato. Después llené una botella de agua y continué hasta mi tienda.
TARDE DE RELAX
En la zona de acampada comprobé que se había marchado casi todo el mundo (incluidos mi vecinos y su perro), y apenas quedaban una docena de tiendas. Por fin podría pasar una noche tranquila. A continuación me senté a comer una lata de atún con pan y un zumo de naranja; y me estiré a descansar en mi tienda, mientras el cielo se empezaba a cubrir de nubes grises. Allí pasé unas horas leyendo, escuchando música, y de nuevo cayó una breve siesta.
A eso de las 19h salí a dar un último paseo por la zona. Los caballos estaban de nuevo merodeando entre las tiendas y les pude hacer buenas fotos, con el Lago Bucura y las montañas de fondo. También me di cuenta que habían aparecido nuevas tiendas, con familias y grupos de amigos hablando a gritos. El cielo seguía bastante tapado y las nubes ocultaban las cimas cercanas. Para cenar piqué una barrita y frutos secos. Una alimentación más que precaria, mientras a mi alrededor la gente cocinaba sopas calentitas o tomaba café. De nuevo en la tienda me quedé leyendo, escribiendo y escuchando música hasta pasada la medianoche.
RUMBO A CARNIC
Un día más me quedé en la tienda hasta que salió el sol porque hacía bastante frío. La noche no fue todo lo tranquila que esperaba, y es que a escasa distancia había un tío roncando como un búfalo (definitivamente tengo un imán para esta gente). Pero bueno, ya era mi última jornada en las montañas. En el exterior desayuné un plátano, galletas y zumo de naranja; desmonté la tienda; preparé la mochila; y me puse a caminar. El día amaneció desapacible, con un cielo gris y la cima del Monte Peleaga envuelta en la niebla. Mi idea era salir del parque por Carnic, y para ello me alejé del Lago Bucura y seguí el sendero marcado con una raya azul. Estas fueron las etapas:
1. Ascenso hasta la cresta: la subida fue intensa, pero el camino avanzó haciendo bastantes eses, sin ningún punto peligroso. Además el día nublado me benefició, creando una temperatura ideal. De todas formas caminé con calma, dejando que mis piernas entraran en calor, sin forzar demasiado. Desde la cresta pude contemplar unas vistas geniales: a un lado el Lago Bucura; y al otro el Valle de Pietrele extendiéndose hasta el infinito.
2. Lago Pietrele: este tramo se me hizo eterno. Al principio el sendero perdió altura con rapidez, avanzando por un terreno muy resbaladizo con arena y piedras que ralentizaron mi ritmo. Después la pendiente se suavizó y atravesé un paisaje majestuoso, rodeado de cumbres y enormes rocas. Hasta que llegué al Lago Pietrele, donde me quedé unos minutos recuperando fuerzas entre pájaros revoloteando. Por cierto, en toda la etapa tan solo me crucé con un grupo de 4 chicas.
3. Cabana Gentiana: el descenso continuó en paralelo al río Pietrele, entre vegetación exuberante y bosques de pino enano. En un punto el río forma una bonita cascada y lo crucé por un puente de madera. Después me adentré en un espeso bosque de coníferas realmente atmosférico, con árboles enormes y el suelo cubierto de plantas de un color verde intenso. Parecía el escenario de una película. Al llegar a la Cabana Gentiana decidí sentarme a descansar. Allí me comí una lata de atún con pan; compré una cerveza (10L); y estuve charlando con una simpática pareja que se dirigía al Lago Bucura. Alojarse en la Cabana Gentiana solo cuesta 35L y me hubiera encantado pasar aquí mi última noche en Retezat (tras coronar el Monte Peleaga tenía toda la tarde por delante).
4. Carnic: el sendero siguió bajando por el bosque, dejando atrás rincones de postal. Hasta que al cabo de un rato aparecí en una amplia pista llena de piedras que discurre en paralelo al río Nucsoara. Aquí el paisaje perdió bastante interés, así que avancé a un ritmo frenético, cubriendo kilómetros a toda pastilla. Antes de llegar a Carnic me desvié unos metros a la derecha y bajé por unas escaleras de madera para contemplar la espectacular Cascada Lolaia, un salto de agua con una altura de 15m. Por muy cansado que te encuentres, no te la puedes perder.
REGRESO A HATEG
Tras disfrutar unos minutos de la Cascada Lolaia completamente solo, volví a la pista y aparecí en Carnic. Aquí acababa mi ruta por el Parque Nacional de Retezat. Pero ahora tocaba regresar a Hateg, a 25km de distancia, y la cosa estaba complicada. Porque Carnic es una aldea minúscula perdida en medio del bosque donde no llega el transporte público. Al pasar por la Cabana Codrin decidí entrar a preguntar si conocían a algún taxista. Y fue lo mejor que pude hacer, porque me recibió un matrimonio encantador que se portó de maravilla conmigo.
Primero intentaron llamar a un taxi, pero como no había cobertura me llevaron en su coche hasta Nucsoara, a 6km de Carnic, por una pista en muy mal estado. Allí lograron contactar con un taxista, pero en el último momento hablaron con un repartidor que pasaba con su furgoneta rumbo a Hunedoara, y le pidieron que me dejara en Hateg. El hombre aceptó y me despedí del matrimonio con efusivos abrazos. Qué gente tan maja…
El repartidor no hablaba inglés, aunque intercambiamos algunas palabras. Yo fui controlando mi ubicación en el mapa y cuando llegamos a la calle de Casa Mary me bajé. Por supuesto el hombre no me pidió dinero, así que me ahorré el importe del taxi (80L). Una forma inmejorable de acabar mis aventuras en Retezat.
CONCLUSION
Los Montes Cárpatos ocupan una parte importante de Rumanía y hay numerosas áreas naturales protegidas. Yo durante mi recorrido visité 3: Bucegi, Apuseni y Retezat. Si te gustan los paisajes de montaña te recomiendo el último, con sus magníficas cumbres y lagos de origen glaciar. Aunque la gente también me habló maravillas de Fagaras (donde está el Monte Moldoveanu, el más alto del país, con sus 2.543m) o Piatra Craiului (demasiado vertical para mi temor a las alturas).
Si te va la marcha y estás en buena forma física te aconsejo mi ruta de 4 días por Retezat, pasando la tercera noche en la Cabana Gentiana. Con vehículo propio también puedes limitar tu estancia a excursiones de un día desde Rausor, Carnic o Poiana Pelegii. En cualquier caso, en temporada alta evita los fines de semana, cuando la zona de acampada del Lago Bucura se convierte en un festival al aire libre.
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