Explorando bajo la lluvia una espesa selva al encuentro de los primeros lemures, insectos curiosos… ¡y sanguijuelas!
El Parc National de Ranomafana abarca una superficie de 420 km2, y hasta 1986 era una zona de selva tropical que todavía no estaba protegida, con un futuro muy incierto. Pero ese año se descubrió una nueva especie de lemur: el Golden Bamboo Lemur. Y en 1991 se inauguró el parque, para conservar a este raro animal y el resto de fauna exótica que habita el lugar.
La mejor época para visitar Ranomafana es la temporada seca (de julio a noviembre). Aunque es una zona de clima tropical, y habrá que estar preparado para la lluvia en cualquier época del año. Mi visita al parque tuvo lugar a primeros de octubre, y la lluvia hizo acto de presencia. El mejor punto de partida para explorar el parque es la población de Ranomafana.
PREPARATIVOS PARA VISITAR EL PARQUE
La jornada comenzó a buena hora en el Hotel Ihary de Ranomafana, para aprovechar el tiempo al máximo. Eso sí, no perdoné el desayuno. Me senté en una mesa del restaurante, y pedí un Continental. Que consistió en un croissant con mermelada y mantequilla, y un café au lait. Algo escaso para mi gusto, pero muy rico. Precio: 5.000 Ar.
A las 7h en punto me reuní con mi guía en la recepción del hotel. Se llamaba Eddy, y era un conocido del conductor del coche privado que me había transportado desde Antananarivo. El día anterior, cuando llegamos a Ranomafana, le llamó por teléfono. El chaval apareció al momento, y estuvimos charlando un rato, acordando el plan de actividades para los próximos días. Todo me pareció correcto: era guía oficial del parque; y trajo consigo una hoja donde estaban detalladas todas las tarifas. En mi caso:
1. Guía oficial: 90.000 Ar por día. Es obligatorio para visitar el parque. Y totalmente imprescindible, ya que en los senderos las indicaciones son muy escasas.
2. Entrada al parque: 40.000 Ar por un ticket de 3 días.
Eddy y yo caminamos juntos hasta el centro de Ranomafana. Y esperamos un Taxi Brousse para llegar a la entrada del parque, ubicada a 7km. Pero como al cabo de un buen rato no aparecía ningún vehículo, y había un montón de gente esperando, Eddy me propuso alquilar un taxi privado. Y por 10.000 Ar nos plantamos en la entrada, ubicada junto a la población de Ambodiamontana. Una vez allí, cruzamos un puente que sorteaba el río Namorona; y nos adentramos en la selva.
PRIMER DÍA EXPLORANDO RANOMAFANA
Para la jornada inicial, Eddy decidió que camináramos por los senderos del Circuito Vatoharanana. La parte positiva: es la zona del parque donde se observan lemures con mayor facilidad. La parte negativa: son los senderos más cercanos a la entrada del parque, y por tanto donde se concentran más turistas; y se trata de bosque secundario, menos espectacular.
El objetivo principal de la visita era encontrar lemures. Y para ello había un equipo de rastreadores dispersos por la selva, a quienes los guías llamaban por teléfono de vez en cuando para saber si habían encontrado algo interesante. No se si fue gracias a ellos, pero las primeras horas fueron espectaculares. Primero, un encuentro con unos Golden Bamboo Lemurs (la especie descubierta en 1986, que se deja ver de forma habitual); y después unos Red-Fronted Brown Lemurs, aunque demasiado lejanos.
Para rematar el festival, vimos un nutrido grupo de espectaculares Milne-Edwards Sifakas, una de las especies de lemur más grande que existe. No parecían muy tímidos, y se movían por la parte baja de los troncos. Y eso que coincidí con un montón de turistas que deslucieron bastante la experiencia, y se acercaban a escasa distancia del grupo. Unos animales preciosos, de pelaje oscuro, excepto el torso que era de color blanco; y dedos alargados. Incluso había alguna madre con su cría a la espalda. Por suerte más tarde encontramos otro grupo, más lejano, pero para mí solo. Y estuve un rato observando cómo saltaban entre los árboles, emitiendo gruñidos.
A parte de los lemures, durante el recorrido también encontramos un pequeño Uroplatus (una especie de gecko); una curiosa rana; y dos especies distintas de milpiés. No se podía pedir más.
CAMINANDO BAJO LA LLUVIA
Pero a eso de las 10h comenzó a llover, y ya no paró durante buena parte del día. Con todo lo que eso conlleva: los avistamientos de fauna cayeron en picado; cuando conseguimos encontrar algún lemur, las condiciones eran pésimas (muy lejano, con poca luz, y bajo una lluvia intensa); y visitamos un mirador desde el que no se veía absolutamente nada (la niebla lo tapaba todo).
Como en el mirador había un espacio techado, me senté un rato a comerme un delicioso bocadillo de tortilla francesa que me prepararon por la mañana en el restaurante del hotel. Rematado con un plátano, y unas galletas Oreo. Pero la lluvia no aflojó.
Aunque aun me faltaba descubrir la peor consecuencia de la lluvia en Ranomafana: las sanguijuelas. Era la primera vez que me enfrentaba a estos seres repugnantes, y no lo olvidaré nunca. Son una especie de pequeño gusano de color negro, con ventosas en ambos extremos del cuerpo. Con una se agarran de una hoja o arbusto, y con la otra buscan a su presa (yo), a la que se adhieren cuando pasa. Tienen unos dientes finísimos, para que no te enteres que te están mordiendo. Y pueden engullir cantidades exageradas de sangre (hasta diez veces su peso). Por suerte en Madagascar solo existe la sanguijuela terrestre, que como máximo mide un par de centímetros. Si no…
El caso es que cuando Eddy me avisó del peligro, ya era demasiado tarde, y tenía 4 o 5 sanguijuelas pegadas en cada espinilla, poniéndose las botas. Por suerte me las pude arrancar sin problemas, y me protegí colocándome los calcetines por encima del pantalón. Pero había por todas partes, y a cada momento me tenía que sacudir unas cuantas, subidas a mis zapatillas, o trepando por el pantalón. Y en el hotel, cuando me preparaba para pegarme una ducha, me encontré un par pegadas a mi gemelo. Increíble…
Con esta situación, el resto de la tarde fue una marcha continua bajo la lluvia, mojado y protegiendo como podía mi cámara de fotos, sin ver nada de fauna. El sendero discurrió por un terreno con fuertes desniveles, pero me encontré en buena forma física y mantuve el tipo. Eddy se portó genial, sin escudarse en la lluvia para dejar de hacer su trabajo. Y no paramos hasta cerca de las 16h, ya de regreso en la entrada del parque.
En Ambodiamontana, Eddy me llevó a un Hotely muy básico, donde comimos un plato de arroz con carne por 3.000 Ar (sin palabras, al estilo malgache). Y nos quedamos un buen rato, mientras el chaval charlaba con unos lugareños, y yo contemplaba el entorno: selva envuelta de bruma, un niño jugando con dos cachorros de perro… Muy atmosférico.
CIRCUITO NOCTURNO
Esta actividad era a parte, y me costó 30.000 Ar. Cuando comenzó a oscurecer, Eddie y yo caminamos siguiendo la carretera, buscando fauna en la vegetación de los laterales. Vimos una enorme araña, de cuerpo amarillo; y un par de pequeños camaleones.
Hasta que llegamos a una zona conocida como Place de Nuit. Allí ya había concentrados varios grupos de turistas, montando el jaleo habitual. Un guía puso puré de plátano en la rama de un árbol. Y al cabo de unos minutos aparecieron algunos ejemplares de diminutos Brown Mouse Lemur, atraídos por la comida. Mientras, las cámaras de fotos echaban humo. Una práctica más que cuestionable, pero los grupos de turistas estaban encantadísimos, así que…
Tras otro paseo explorando los aledaños de la carretera, sin mucho éxito, la lluvia apretó de nuevo, y decidí regresar al hotel. La parte positiva de los turistas es que Eddy y yo nos acoplamos en uno de sus autobuses, y volvimos a Ranomafana cómodamente sentados (y gratis). Aunque en mi opinión, este Circuito Nocturno es una experiencia totalmente prescindible.
Ya en mi hotel, opté por cenar de nuevo en su restaurante. Esta vez elegí un plato de carne de cerdo acompañada de patatas fritas, y una botella de agua grande. Y de postre, un crêpe de chocolate. Todo por 17.000 Ar. Muy rico, pero una vez más los platos algo minimalistas.
SEGUNDO DÍA EXPLORANDO RANOMAFANA
Al día siguiente la jornada comenzó de forma idéntica a la inicial: levantándome a buena hora, y desayunando un Continental en el restaurante del hotel. Después, metí todo lo necesario en mi mochila grande, y caminé hasta el centro de Ranomafana, donde me encontré con Eddy. Esta vez el plan era pasar la noche en la selva, así que hubo dos cambios:
1. Eddy venía acompañado de un porteador, para ayudarle a cargar todo el material necesario: menaje de cocina, tienda de campaña, sacos de dormir… Yo llevaba en la mochila mi propia tienda y saco.
2. Antes de ponernos en marcha, tuvimos que comprar provisiones en el mercado del pueblo: arroz (1.200 Ar); carne de cebú (5.000 Ar); pan (400 Ar)… La anécdota se produjo cuando Eddy me preguntó si quería pollo, y le dije que sí. Y al momento apareció con dos pollos vivos (de espectacular plumaje) para que eligiera uno. Mi cara era de absoluto desconcierto. Pero no me sedujo la idea de caminar con un pobre animal sentenciado a muerte, y me pasé a la carne de cebú, que vendían ya troceada…
A continuación, tocaba buscar transporte para llegar a la entrada del parque. Y hubo que esperar casi 45 minutos, porque no había vehículos disponibles (ni Taxi Brousse ni taxi privado). Al final, por suerte, apareció una pick up del Parque Nacional, conducida por un conocido de Eddy, y viajamos gratis en la parte trasera.
Para empezar, estuvimos recorriendo los senderos del Circuito Vatoharanana, en busca de más lemures. El día había amanecido bastante despejado, con el sol luciendo a ratos. Y la caminata no decepcionó. Primero vimos un Grey Bamboo Lemur, comiendo en la copa de un árbol. Después un espectacular Black-and-white Ruffed Lemur, de espeso pelaje, haciendo equilibrios sobre las ramas en busca de frutos. Y por último, un numeroso grupo de Red-Fronted Brown Lemurs. Esta vez, sin lluvia y con condiciones de luz aceptables para sacar fotos. Y sin grupos de turistas. En cuanto a otros animales, vimos un par de Uroplatus (uno asombrosamente camuflado a lo largo de una rama, con los mismos colores y apariencia de rugosidad); y una rana.
La ausencia de lluvia también hizo que desaparecieran las sanguijuelas. Pero a cambio el calor era asfixiante. Y caminaba más cargado, con la mochila enganchándose en las lianas a cada momento. Así que encarar las empinadas pendientes se hizo bastante más difícil, y no paré de sudar.
A eso de las 12h nos sentamos un rato a descansar en el mirador, donde esta vez sí que pude contemplar las vistas, con la selva extendiéndose hasta el infinito. Y me comí un bocata de tortilla con jamón que me prepararon en el restaurante del hotel; y dos plátanos.
HACIA EL INTERIOR DEL BOSQUE PRIMARIO
Más tarde, iniciamos el Circuito Valohoaka, adentrándonos en la selva, y dejando atrás la zona más trillada por los turistas. Poco a poco el entorno fue cambiando, y cada vez nos encontrábamos con árboles más grandes, cubiertos de musgo; y enormes helechos. Al final, parecía que caminaba por un escenario de Jurassic Park, rodeado de vegetación exuberante y sonidos extraños. Gran porción de bosque primario, que por lo visto se extiende durante kilómetros hacia el norte.
Eso sí, en esta zona el desnivel del terreno era durísimo, y puso a prueba mi capacidad de resistencia. Y la ausencia de fauna fue casi total, con apenas alguna mariposa y un par de milpiés. Aunque el espectacular paisaje compensó con creces.
Tras unas 2,5 horas de ruta, cruzamos el río Vato, y llegamos al Camp Vato, donde teníamos previsto pasar la noche. Precio: 5.000 Ar. La verdad es que no estaba mal. Había parcelas techadas con arena para plantar las tiendas de campaña. Y una zona común para cocinar, con agua corriente (directa del río). Además, por suerte éramos los únicos huéspedes. Mientras Eddy y su ayudante encendían el fuego y preparaban la cena, yo planté mi tienda y me dediqué a curiosear por los alrededores.
SEGUNDO CIRCUITO NOCTURNO
Cuando se hizo de noche, Eddy me llevó a dar un paseo en busca de fauna, siguiendo el curso del río. Ambos íbamos equipados con linternas frontales. Y encontramos dos especies de camaleones: uno de tamaño razonable, colgado de una rama (si no fuera por Eddy, hubiera pasado de largo); y otro más pequeño, sobre una hoja. También vimos una rana arborícola; una pequeña serpiente; y algún milpiés. La atmósfera era increíble, con decenas de ranas croando, grillos, aves extrañas… La selva era un hervidero de vida. Tanto, que al regresar al campamento me di cuenta que tenía un par de sanguijuelas trepando por mi pantalón…
A continuación, nos sentamos a cenar. Un delicioso plato de arroz con carne de cebú, acompañado de agua de río (que según Eddy era 100% potable). Tras la cena, estuvimos un rato charlando, y me fui a dormir a mi tienda. Como era de esperar, pasé una noche genial. Alejado de los molestos ruidos de la civilización. Únicamente con el sonido de los insectos, y el río de fondo. Un descanso bien merecido.
REGRESO A RANOMAFANA
Al día siguiente, amanecí en medio de la selva a eso de las 6h, tras dormir un montón de horas. Eddy y su ayudante prepararon un desayuno que me sentó de maravilla: un plato de arroz caldoso, con carne de cebú y verduras; un vaso de té con una baguette; y un plátano. Después, desmontamos entre todos las tiendas. Y a las 8h ya estábamos caminando hacia Ranomafana. El tiempo era perfecto, con cielo azul y un sol radiante ya desde primera hora del día.
Para empezar, cruzamos un tramo de bosque primario donde no encontramos mucha fauna. Tan solo unos «pollos salvajes» (según Eddy), que caminaban a lo lejos siguiendo nuestro sendero, hasta que desaparecieron entre la maleza.
Pero pronto llegaría el plato fuerte del día. Tras abandonar el perímetro del parque nacional, pasamos por una zona de plantas donde Eddy ya sabía lo que tenía que buscar. Y lo encontró: varios ejemplares de Giraffe Weevil (en español Gorgojo Jirafa), que solo habitan en ese tipo de planta. Desde que vi fotos de ellos en España, me moría de ganas de encontrarme con alguno. Sin duda, uno de los insectos más raros que haya visto nunca.
Se llaman así por su cuello, que es desproporcionadamente largo (mucho más en los machos). Son poco más grandes que una mariquita, con el cuerpo negro azabache, y la espalda y alas de color rojo. Eddy me cogió alguno, para que lo pudiera fotografiar de cerca (no era fácil, porque estaban en las hojas más altas). El primer macho me dejó con cara de póquer: cuando lo tenía en mis dedos a punto de sacar las primeras fotos, empezó a mover las alas… ¡y se marchó volando! Suerte que encontramos otro… Eddy se partía de risa. Allí me tiré un buen rato sacando fotos.
El resto del camino hasta Ranomafana fue realmente cómodo, siguiendo un sendero en continuo descenso, que ofrecía buenas vistas de la selva, arrozales, campos de cultivo, el río Namorona (donde las lugareñas lavaban la ropa y los niños jugaban en el agua)… Así que no tardamos mucho en llegar al centro del pueblo. Allí pagué a Eddy el precio acordado por los 3 días. No le dí propina, porque me pareció que los 90.000 Ar de la última jornada eran excesivos, teniendo en cuenta que no eran ni las 12h, y le estaba pagando un día entero. Imagino que él también lo entendió, porque nos despedimos de forma muy amigable. Gran chaval.
De regreso en el Hotel Ihary, recuperé el resto de mi equipaje. Y me senté en la terraza exterior del restaurante a descansar un rato y probar una cerveza Three Horses Beer (conocida localmente como THB), de 0,65l. Precio: 5.000 Ar. Se estaba genial allí, con vistas al río y las montañas cubiertas de selva, bajo un sol agradable… Pero tocaba continuar la ruta.
CONCLUSIÓN
Las densas selvas del Parc National de Ranomafana son una parada indispensable en cualquier recorrido por el sur de Madagascar. Caminar por sus senderos despierta una sensación de aventura única. Y podrás contemplar algunas especies difíciles de ver en otros parques del país. Una visita de 3 días será suficiente para hacerse una idea del lugar, acampando una noche en la selva. Eso sí, habrá que estar preparado para hacer frente a fuertes desniveles; y la aparición de lluvias esporádicas.
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