Dos lagos con playas de arena blanca y aguas cristalinas, en un entorno de vegetación sorprendente y amables lugareños
El Canal des Pangalanes está formado por una serie de lagos naturales conectados entre sí por un canal artificial. Tiene 665km de longitud, y discurre por la costa este de Madagascar, paralelo al Océano Índico, entre las poblaciones de Toamasina y Vangaindrano. Ofrece una vía para el transporte de mercancías mucho más segura que las impredecibles aguas del Océano. Las obras de construcción de este canal fueron iniciadas durante la época del Reino Merina, y ampliadas significativamente por los franceses.
Los puntos del canal más visitados por el turismo son los lagos Ampitabe y Rasoabe. Cuentan con playas perfectas y una atmósfera tranquila. Y representan un buen lugar para descansar tras un recorrido por las reservas naturales del este de Madagascar.
VIAJE AMBAVANIASY – BRICKAVILLE
Para continuar mi recorrido por la RN2 hacia el este del país, necesité la ayuda de Gaga (mi guía en la Reserva de Vohimana). En Ambavainasy no había estación de Taxi Brousse, así que nos plantamos junto a la carretera, y el chaval fue deteniendo vehículos (de transporte público o privado) hasta que encontró uno que aceptó llevarme. Y nos despedimos amigablemente.
Mi vehículo era una flamante pick up donde viajaba un grupo de trabajadores malgaches que venían de Antananaribo. Y avanzamos a toda pastilla, aunque los obstáculos de la ruta me tuvieron con el corazón en un puño: llovió con fuerza durante un buen rato; conducción temeraria de otros vehículos (casi chocamos de frente contra un Taxi Brousse); carretera llena de curvas; frenazos bruscos… La pena es que la pick up no iba hasta mi destino final, y me dejaron en la población de Antsampanana, tras recorrer 80km. Eso sí, no tuve que pagar nada por el viaje.
Uno de los trabajadores también continuaba hacia el este, así que se quedó conmigo, y caminamos juntos hasta la estación de Taxi Brousse. Allí tuvimos que esperar un buen rato hasta que apareció algún vehículo, rodeados de un ambiente muy animado, con casetas de madera vendiendo todo tipo de productos, gente paseando, chavales jugando al billar…
Ya en el Taxi Brousse, continuaron las pérdidas de tiempo. Por supuesto, hubo que esperar hasta que se llenara de pasajeros. Y una vez en marcha, las paradas fueron constantes, para dejar y recoger personas y mercancías. La lluvia de nuevo hizo acto de presencia; y comprobé que en estos casos no es muy buena idea sentarse junto a la ventana (no cierran bien, y me entraba agua por todas partes). El caso es que para recorrer un trayecto de tan solo 30km tardamos una eternidad. Precio: 2.500 Ar.
El Taxi Brousse me dejó en Brickaville, un importante centro agrícola con una avenida principal llena de puestos de fruta (sobretodo plátanos, aunque también había exóticos durianes). Rodeado de plantaciones de azúcar de caña. Ya eran casi las 17h, y comenzaba a atardecer. Y continuaba lloviendo. Pero solo me encontraba a 18km del lugar al que quería llegar. Así que intenté conseguir un taxi privado para ahorrarme pasar la noche en un lugar sin gracia alguna. Resultado: acabé rodeado de pesados que me pedían precios elevadísimos, en busca de una jugosa comisión. Y tras un rato esperando sin saber qué hacer, a punto de perder los nervios con los chavales, me rendí, y decidí buscar un lugar para dormir. Mis guías de viaje no recomendaban ningún lugar concreto, así que tuve que improvisar.
ALOJAMIENTO: HOTEL LE CAPRICORNE – 50.000 Ar/Noche
*Puntos a favor: edificio moderno y de reciente construcción, realmente impecable; habitación enorme, decorada con gusto; cama doble comodísima; lavabo privado; restaurante.
*Puntos en contra: ubicación al lado de una discoteca, que al poco de oscurecer ya tenía la música a toda pastilla (era sábado noche); aparato eléctrico anti-mosquitos en lugar de mosquitera, una muy buena alternativa si no fuera porque esa noche me quedé sin electricidad a las 00h (desconozco si fue un hecho excepcional o suele ocurrir en Brickaville).
Una vez instalado en mi habitación, encargué la cena , y contemplé desde la ventana una espectacular puesta de sol, perfectamente definido en el cielo, rodeado de campos de cultivo. Y a la hora convenida, bajé al restaurante del hotel. La puntualidad no es otra de las cualidades de este lugar, ya que me tuvieron esperando una hora, en un comedor solitario y desangelado. Y cuando llegó mi filete de cebú con patatas fritas, me encontré con una carne de mala calidad (parecía carne picada). Para acompañar, una cerveza THB. Precio: 10.500 Ar.
De regreso en la habitación, estaba preparado para una noche difícil. Pero ni mucho menos el infierno que me tocó soportar: música atronadora hasta altas horas de la madrugada (con un DJ pegando gritos entre canción y canción); y cuando se cortó el suministro eléctrico, calor sofocante (el ventilador dejó de funcionar); y asedio constante de un montón de mosquitos, que se colaban por cualquier agujero (tuve que taparme hasta el cuello y rociarme la cara con repelente, pero ni con esas). Tras haber dormido la noche anterior en Vohimana, aquello fue un golpe de realidad en toda regla…
VIAJE BRICKAVILLE – MANAMBATO
A la mañana siguiente me levanté a las 6h muerto de sueño, tras dormir apenas 3 horas. Pero tenía muchos asuntos que resolver, así que me puse manos a la obra, y en cuestión de media hora ya estaba caminando hacia la estación de Taxi Brousse de Brickaville.
Nada más llegar, tras esquivar a los pesados de turno, encontré un vehículo que tenía previsto partir. Y por si fuera poco, dos agradables sorpresas:
1. Mi idea era recorrer en Taxi Brousse un tramo de RN2 hasta un punto concreto (11km). Y allí buscarme la vida para cubrir 7km de pista de tierra en bastante mal estado hasta la población de Manambato. Y resultó que mi Taxi Brousse viajaba directo hasta mi destino final. Un problema menos.
2. Cuando ocupé mi asiento, allí solo había una mujer y sus dos hijas. Se preveía una larga espera, y encima en domingo. Pero el conductor arrancó, y nos pusimos en marcha al momento. No entendía nada.
Mi teoría es que el conductor iba a pasar el día con su familia a Manambato, y no le importó sacarse un dinero llevando a un turista. Yo por si las moscas le pregunté cuanto me iba a cobrar, y me tranquilicé al escuchar que 2.000 Ar. De camino, pasamos por un puente de hierro que cruzaba el enorme río Rianala (me hubiera encantado poder parar a sacar alguna foto). Y al cabo de un rato llegamos al centro de Manambato. Desde allí caminé unos 500m hasta la zona de hoteles, y me dirigí al que había elegido.
ALOJAMIENTO: HOTEL LES ACACIAS – 40.000 Ar/Noche
*Puntos a favor: bungalow espacioso; cama doble muy cómoda, con mosquitera; lavabo privado; limpieza impecable; ubicación genial, a escasos metros de la playa, y alejado de cualquier ruido; personal extremadamente amable (a destacar la encargada de la recepción, una auténtica belleza de cuerpo escultural); restaurante propio; precio.
*Puntos en contra: bungalow unido a otros tres por el lavabo, con lo que era habitual escuchar ruidos de los vecinos; mobiliario algo destartalado.
La verdad es que por segunda vez en el día me sonrió la suerte. Porque conseguí el último bungalow que quedaba libre. Y es que al ser domingo, había bastante gente que había venido a pasar el fin de semana al lugar. Una vez instalado, me senté en la terraza exterior del restaurante, y disfruté de un más que merecido desayuno: un huevo frito, pan con mermelada y mantequilla, un zumo de mango, y dos tazas de café con leche. Todo por 9.500 Ar. Estaba hambriento.
RELAX EN EL LAGO RASOABE
El motivo de viajar hasta Manambato era pasar el día en el precioso Lago Rasoabe, que forma parte del Canal des Pangalanes. Es un lugar ideal para desconectar de todo, con una interminable playa de arena blanca, rodeada de vegetación exótica; y aguas cristalinas. Además, a pesar de ser domingo, reinaba una atmósfera de tranquilidad total.
Tras varios días intensos, esta jornada transcurrió a cámara lenta. Y me dediqué a bañarme (el agua estaba a una temperatura perfecta); descansar a la sombra, sentado en una silla del hotel ubicada cerca de la playa; y pasear por la orilla. El tiempo era genial, soleado, con una ligera brisa, y un cielo azul salpicado de nubes blancas. Y saqué bastantes fotos: lugareños caminando, canoas tradicionales, un grupo de patos nadando en el agua, un cebú acercándose a la orilla a beber…
Por la tarde estuve un rato dando un paseo por la población de Manambato. Está formada por casas con paredes de caña y techo de paja, construidas sobre pilones de madera, y muy separadas entre sí. Había una iglesia curiosa, con un altar exterior que albergaba una escultura de la Virgen; la escuela local; grupos de niños jugando; gallinas…
Aquí habita la etnia Betsimisaraka, que se extiende por una parte importante de la costa este, y tras los Merina es el segundo grupo étnico de Madagascar, con un 15% de la población. En el pasado, su estructura era muy descentralizada, formada por diferentes clanes gobernados por jefes locales. Desde finales del siglo XVII, la zona estuvo muy frecuentada por piratas ingleses y americanos. Y eran habituales los matrimonios entre estos y las hijas de jefes locales, dando lugar a una población mestiza conocida como los zana-malata. Como el resto de la isla, a principios del siglo XIX los Betsimisaraka fueron conquistados por los Merina. Y más tarde por los franceses.
Tras contemplar la puesta de sol sentado en una silla del hotel, me senté en la terraza del restaurante para cenar. Opté por un plato de spaghetti bolognesa (enorme), acompañado de pan delicioso, y una cerveza THB helada que sentó genial. Precio: 15.500 Ar. Durante la cena, apareció un grupo de lugareñas, que interpretó una serie de bailes y canciones típicas de la zona. Cuando acabaron, dejé la propina de rigor (1.500 Ar), y me fui a mi bungalow.
RUMBO AL LAGO AMPITABE
Cuando me desperté al día siguiente, no me imaginaba que estaba a punto de vivir una jornada épica. Eso sí, todo comenzó con un desayuno relajado en el restaurante del hotel. Se hizo esperar, pero al final mereció la pena, y disfruté de pan con mermelada y mantequilla, un zumo de mango, y dos tazas de café con leche. Precio: 6.500 Ar.
A continuación, tocaba buscar transporte para adentrarme en el Canal des Pangalanes y viajar hasta el siguiente punto de interés. Pero la única opción era alquilar una barca, y si no encontraba más gente con la que compartirla, tendría que pagar yo solo los 180.000 Ar que costaba el trayecto. Menos mal que la suerte seguía de mi lado… Al preguntar en la recepción del hotel, la chica llamó al dueño, que resultó ser un viejo chalado al que estuve aguantando un rato el día anterior, por una mezcla de educación y compasión. Y mi buena acción tuvo recompensa.
Por lo visto, un grupo de 12 turistas de la isla Reunión (al este de Madagascar) había alquilado la barca del hotel para ir al mismo sitio que yo. Y el abuelo se ofreció para hablar con ellos e intentar que me aceptaran en el grupo. La pega es que tuve que esperar unas horas hasta que llegaran, sin saber si podría viajar en su barca. Pero cuando aparecieron, a eso de las 11h, el abuelo me vendió de maravilla (un fotógrafo español que está visitando Madagascar, etc…), y no hubo problema. Así que cogí mis mochilas, me despedí del personal del hotel (realmente encantador, dejé 7.500 Ar de propina), y nos pusimos en marcha.
El trayecto duró hora y media. Primero atravesamos el Lago Rasoabe, bajo una fina lluvia. Y después nos internamos en el canal, donde apareció el sol y pude contemplar el paisaje en todo su esplendor. Ante mí desfilaron playas de arena blanca; lugareños pescando en canoas tradicionales; bosques frondosos; zonas de vegetación exuberante, con unas palmeras muy fotogénicas que no había visto en mi vida; precarios asentamientos… De vez en cuando, charlé con algunos de los integrantes del grupo, preguntándoles por su país, y creando un ambiente de buen rollo.
Al final, llegamos al Lago Ampitabe, el principal centro turístico del Canal des Pangalanes. Y tras surcar sus aguas unos minutos, la barca amarró en el embarcadero del lujoso Hotel Palmarium. Aquí el grupo decidió sentarse a comer, y yo me despedí de ellos. Les ofrecí dinero por el trayecto y, como era de esperar, se negaron en redondo. Así da gusto viajar en solitario, compartiendo buenos momentos con gente de todo el mundo.
VISITA A LA RESERVA PALMARIUM
No soy muy partidario de este tipo de lugares, pero ya que estaba en la entrada, decidí visitar una de las principales atracciones del Lago Ampitabe: la Reserva Palmarium. Se trata de un recinto propiedad del hotel (gratis para sus huéspedes) que alberga un buen ejemplo de bosque litoral, con diferentes tipos de palmeras y plantas curiosas. Tras pagar la entrada en la recepción (15.000 Ar), me asignaron un guía que me enseñó el lugar durante una hora, explicándome las propiedades medicinales de cada planta.
Aunque sin duda, las estrellas de la visita son los lemures. En la reserva habitan algunas especies procedentes de otras partes del país. Y el guía llevaba consigo una bolsa de plátanos para alimentarlos, ya que están totalmente acostumbrados a la presencia humana. Así que nos adentramos en el bosque para verlos. Al ser la parte central del día, la verdad es que costó bastante, y el guía se tuvo que emplear a fondo, llamándolos con un grito característico. Pero al final aparecieron algunos: un par de Crowned Lemurs; otro de preciosos Coquerel’s Sifakas, de pelaje blanco con el vientre marrón oscuro; y un raro ejemplar de Lemur Híbrido. Primera vez que veía estas especies.
Reconozco que estuvo gracioso. Los lemures se volvían locos al ver los plátanos, y me los intentaban quitar de las manos, tirándome del brazo, subiéndose en mis hombros… Incluso uno se emocionó demasiado y se me cagó encima, manchándome la camiseta blanca. El guía me hizo fotos realmente simpáticas, y pasé un rato agradable. Cerca de la entrada también vimos una Tortuga Radiada, que exigió su cuota de plátanos.
AVENTURAS EN AMPITABE
Tras la visita, me puse a caminar hasta un hotel ubicado en la orilla norte del lago, donde había decidido pasar la noche. Estaba a más de 2km de distancia y tardé una hora en llegar, a paso ligero. Pero la sensación de aventura fue total, avanzando descalzo por solitarias playas de arena blanca, bajo un sol de justicia, cargado con mis mochilas, cruzándome con algún lugareño que me miraba con ojos llenos de curiosidad…
Pero también hubo momentos de tensión. Como cuando llegué a un punto donde las aguas del lago se habían unido con las de otro más pequeño, y no podía continuar. Me quedé allí pasmado unos minutos sin saber qué hacer. Hasta que apareció un chaval, y me indicó la zona del agua por donde podía seguir avanzando. Así que me arremangué los pantalones, y me metí en el lago. A cada paso que daba me sumergía un poco más, y al final me temí lo peor, con mis mochilas encima y el agua hasta la cintura. Pero por suerte la cosa no fue a más, y logré alcanzar el otro lado y continuar la ruta. Qué nervios…
Al llegar al hotel, me encontré con un panorama desértico: un grupo de bungalows deshabitados, y absolutamente nadie a quien preguntar. ¿Y si el hotel estaba cerrado y la caminata había sido en balde? El caso es que, cuando ya me veía colándome en un bungalow en plan ocupa, apareció un encargado, y me llevó a hablar con el dueño, un francés muy simpático llamado Stéphane.
ALOJAMIENTO: HOTEL PANGALANES JUNGLE NOFY – 55.000 Ar/Noche
*Puntos a favor: bungalow enorme, con varias habitaciones; cama doble comodísima, con mosquitera; lavabo privado; ubicación en primera linea de playa, para dormir con el sonido de las olas; dueño extremadamente amable; restaurante propio; wifi gratis; precio (Stéphane me descontó 20.000 Ar por viajar solo, pero los hubiera pagado con gusto).
*Puntos en contra: no se me ocurre ninguno.
Ya instalado, decidí aprovechar el tiempo, y salí a dar un paseo por los alrededores. Siguiendo los consejos de Stéphane, atravesé un tramo de selva por un sendero bien marcado. Había espectaculares ejemplares de una especie de palmera conocida como Árbol del Viajero, endémica de la isla, y todo un símbolo de Madagascar (aparece en su escudo y es el logo de Air Madagascar). Se llama así porque acumula en su interior depósitos de agua, que constituyen todo un oasis para los viajeros sedientos.
Después continué descalzo, avanzando por un riachuelo, envuelto en una vegetación espectacular, de aspecto extraterrestre. Caminaba muy despacio, ante la posibilidad de encontrarme con algún bicho (más tarde Stéphane me comentó que era habitual ver algún cocodrilo por la zona…). Al final, llegué hasta un pequeño lago, donde me quedé un buen rato contemplando el paisaje. Fue un momento único, completamente solo en ese remoto rincón del mundo, frente a una playa de aguas transparentes, rodeado de plantas de formas surrealistas, con los colores realzados por las últimas luces del atardecer… Difícil describir con palabras tantas sensaciones…
De regreso en el hotel, nada mejor que acabar el día pegándome un baño en las cálidas aguas del Lago Ampitabe, mientras el cielo se teñía de naranja con la puesta de sol.
UNA CENA DE LUJO
A la hora de cenar, acudí al solitario restaurante del hotel, y me senté en una mesa. El comedor era realmente atmosférico: una gran construcción de madera, de techos altos, con paredes donde había colgadas enormes pieles de cocodrilo (el padre de Stéphane los cazaba en el pasado) y multitud de detalles.
Stéphane me propuso un menú al que no me pude negar: gratin de langosta (capturada esa misma mañana); filete de cebú a la pimienta, acompañado de arroz y patatas fritas; y de postre, plátano con caramelo. Para beber, una cerveza THB. Todo delicioso y abundante, digno del mejor restaurante de París. Y por tan solo 20.000 Ar. Acabé a punto de explotar.
Tras la cena, Stéphane me invitó a otra THB y estuvimos charlando. Hacía poco que se había hecho cargo del hotel familiar, tras la muerte de su padre, y tenía infinidad de planes en mente para reactivar el lugar. Como me vio interesado, acabó enseñándome su colección personal de objetos curiosos. Y ante mí desfilaron cajas y cajas con todo tipo de maravillas naturales: conchas de mil formas, tamaños y colores; minerales rarísimos; huevos de cocodrilo; colmillos de jabalí… Yo no salía de mi asombro. Mientras, en el exterior, soplaba un viento huracanado.
En fin… De vuelta en mi bungalow, no pude evitar pensar que quizás estaba siendo compensado por todos los malos momentos vividos durante el viaje por culpa de la lluvia…
NUEVO GOLPE DE SUERTE
Al día siguiente me levanté a buena hora con la intención de realizar otra excursión por los alrededores. Pero al abrir la puerta de mi bungalow, me encontré con un tiempo horrible: lluvia, viento y frío. Parecía que mi suerte ya se había agotado. Así que opté por desayunar en el restaurante. Un huevo frito, abundante pan tostado con mermelada y mantequilla, un zumo de plátano, y dos tazas de café con leche. Atendido por un encargado realmente amable. Precio: 7.500.
Tras el desayuno, comencé a prepararme para el viaje de regreso a Antananaribo. En circunstancias normales, me hubiera esperado una auténtica odisea: caminata, barca hasta Manambato, Taxi Brousse hasta Brickaville, etc… Pero Stéphane me descubrió una opción que lo cambiaba todo…
Primero me acercó en su barca hasta la cercana población de Andranokoditra, a 2km del hotel (¡gratis!). Las aguas estaban realmente agitadas, así que no se si hubiera sido viable regresar a Manambato… Y una vez en el pueblo, caminamos hasta la estación de tren. Porque resulta que a las 10h estaba previsto que pasara por allí el tren semanal que hacía el recorrido Toamasina – Antananaribo. ¿Se puede tener más suerte? Me ahorraba un montón de quebraderos de cabeza; y encima tenía la oportunidad de viajar en tren.
Durante la espera, caminé unos metros para ver las aguas del Océano Índico. La playa estaba llena de piraguas tradicionales. Y también había un par de ellas faenando, rodeadas de peligrosas olas. De regreso en la estación, estuve charlando un rato con Stéphane y un conocido suyo. A nuestro alrededor, casas con paredes de caña y techo de paja; una vía de tren solitaria; y grupos de lugareños sentados con su equipaje. Al final el tren apareció con media hora de retraso. Era realmente antiguo, y compuesto por tan solo 3 vagones. Me despedí de Stéphane, agradeciéndole su gran amabilidad (un tipo genial). Y subí al tren.
VIAJE ANDRANOKODITRA – ANTANANARIBO
En el interior del tren el caos era importante, con lugareños por todas partes. Pero al ser el único turista, la gente se apretó y me dejaron espacio para sentarme. Pagué el billete directamente al revisor (3.000 Ar). Y me pude relajar un rato. El trayecto duró hora y media, y discurrió por la estrecha franja de tierra que separa el Canal des Pangalanes y el Océano Índico. Así que pude contemplar bonitas vistas del mar, playas solitarias, palmeras…
A mi alrededor, el ambiente era festivo. Los pasajeros consumían sin parar botellines de ron blanco, que vaciaban en un vaso de plástico y se lo iban pasando entre ellos (me ofrecieron, pero me negué en redondo). Y en una de las paradas todo el mundo compró pescados ahumados a unas vendedoras ambulantes, y se pusieron las botas (cabeza incluida). Resultado: risas, bromas, y buen rollo. La gente se interesaba por mí, y fui charlando con algún lugareño. Aunque su francés era muy básico, y costaba bastante entendernos.
Al llegar a Brickaville, me bajé del tren. En teoría era posible continuar hasta Antananaribo. Pero no hubiera llegado a tiempo para coger mi avión de regreso a casa, debido a una serie de paradas técnicas obligatorias que duraban horas. Salir de la estación fue toda una aventura, pues solo había una pequeña puerta para que pasaran pasajeros salientes, entrantes, mercancías, vendedores ambulantes…
Una vez en el exterior, caminé hacia la estación de Taxi Brousse. Pero un lugareño me preguntó a dónde me dirigía, y al poco detuvo un flamante vehículo que iba hasta Antananaribo. Puso mi mochila grande en la parte superior. Y acabé en un asiento amplio y confortable. Gran servicio, así que se ganó 2.000 Ar de propina. El trayecto fue realmente plácido, y tardé algo más de 6 horas en recorrer los 255km que me separaban de la capital del país. Precio: 16.000 Ar. Así acababan mis aventuras por Madagascar.
CONCLUSIÓN
El Canal des Pangalanes es una zona que todavía se mantiene alejada de los circuitos turísticos. Aquí se puede encontrar todo lo que uno necesita tras varios días explorando las selvas del este: playas de postal, pueblos tradicionales, buenos hoteles a precios aceptables, gente amable… Te recomiendo dedicar un mínimo de 3 días: uno para el Lago Rasoabe, y dos para el Lago Ampitabe y sus alrededores. Por supuesto, alojándote en el Hotel Pangalanes Jungle Nofy (de las pocas veces que animo tanto a visitar un hotel concreto).
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