Conociendo a los habitantes de una aldea tradicional Bédik ubicada en la cima de una meseta, entre baobabs y plantas exóticas
Los Bédik son un grupo étnico minoritario que vive en el distrito de Bandafassi, dentro de la región de Kédougou, junto a la frontera de Guinea Conakry. Llegaron a la zona procedentes de Mali y sus poblados se ubican en las montañas de Fouta Djalon, aislados del mundo exterior y con un acceso complicado. Los Bédik hablan su propio idioma (el Ménik) y su religión es animista, aunque ligeramente influenciada por el Cristianismo. Al igual que los vecinos Bassari, esta etnia es famosa por sus espectaculares ceremonias, como el Manindam (iniciación); o el Eyamb, que gira en torno a las jóvenes que todavía no han contraído matrimonio. Durante estos rituales tienen lugar bailes de máscaras llenos de colorido y misteriosas ofrendas con siglos de tradición.
Para explorar el País Bédik utilicé como base Ibel, un pequeño asentamiento bien comunicado por pistas de tierra. Y desde allí accedí a la aldea de Iwol acompañado de un guía local. Aunque en los alrededores hay otros poblados Bédik interesantes, como Éthiwar o Ethiés.
VIAJE DINDEFELO – IBEL
Para realizar este trayecto necesitaba conseguir algún tipo de vehículo, porque el transporte público en Dindefelo es casi inexistente. Yo hablé con Lama (el encargado del campamento donde me había alojado) para ver si conocía a alguien interesado en hacerme de taxista. Y tras una llamada de teléfono apareció un lugareño en moto. La negociación fue dura. El chaval (que hablaba un español excelente) me pedía 15milF y me negué en redondo. Pero bueno, poco a poco, a base de risas y bromas, logré bajar el precio hasta los 7.500F. Yo seguí apretando, pero el chaval se plantó y acabó marchándose a hacer un par de cosas mientras me acababa de decidir.
Para llegar a Dindefelo había pagado 4milF por un trayecto similar en moto, pero el simpático abuelete encargado del comedor del campamento me explicó que era porque el conductor regresaba al pueblo y conmigo se ganó un dinero extra. En cambio ahora estaba contratando un transporte privado y el precio era más que correcto. Entre este comentario y la reacción del chaval me di por vencido y pedí a Lama que le volviera a llamar. Mientras esperaba, Lama me invitó a un delicioso té de Bissap.
Cuando llegó el chaval me despedí de la gente (menos de Lama, que en ese momento rezaba en un estado de concentración total) y subí al vehículo. La moto era potente y avanzaba a toda velocidad por las pistas de tierra. Eso sí, yo sin casco y todavía en bañador tras mi visita a la Cascada de Dindefelo. Un accidente en esas condiciones hubiera tenido resultados fatales. Además acabé cubierto de polvo, con la cara y ropa de color naranja. En total tardamos 45 minutos en llegar a Ibel, atravesando un paisaje boscoso salpicado de enormes termiteros y alguna que otra pequeña aldea.
En Ibel vimos junto a la pista a un lugareño. Como el conductor de la moto no tenía claro dónde estaba el lugar donde había decidido pasar la noche, llamó por teléfono desde Dindefelo. Y aquel tipo era Souleymane, el dueño del alojamiento, que me estaba esperando. Así que me despedí del motorista y caminé junto a Souleymane.
ALOJAMIENTO: CASA DE SOULEYMANE – 7.500F/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble; tranquilidad total por la noche; propietario muy agradable, con un castellano casi perfecto; inmersión en el día a día de una familia local, rodeado de niños y ganado; cena y desayuno incluido.
*Puntos en contra: colchón muy incómodo; lavabo compartido exterior; la ducha es un barreño de agua fría con un cazo; ubicación alejada del pueblo; sin ventilador (hacía calor); sin mosquitera; precio.
Mi intención inicial era alojarme en el Campement La Croisée des Cultures, recomendado por mi guía de viajes. Pero Souleymane me explicó que hacía casi 2 años que no recibía turistas y estaba bastante descuidado. Así que como alternativa me ofreció dormir en una habitación de su casa familiar, y no pude negarme.
LA CAIDA DEL TURISMO LOCAL
Durante mi estancia en los alrededores de Kédougou, tanto en Dindefelo como en Ibel, hablé con bastante gente que se quejaba de la falta de turistas. Y es que, a parte de las dos chicas francesas de la cascada, no vi más occidentales. A diferencia de otros lugares de la costa, como Saint Louis o Gorée, donde había por todas partes. Esta situación era fruto de dos motivos principales:
1. El terrible brote del virus Ébola, que durante los años previos a mi visita se extendió por algunos países de África Occidental. Entre ellos Guinea-Conakry, donde se registraron las primeras muertes y cuya frontera está ubicada a escasos kilómetros de Kédougou. Así que, a pesar de que en Senegal solo se detectó una víctima de Ébola (el mismo número que en España), los turistas optaron por esquivar la zona.
Y la verdad es que no me extraña porque los datos de esta epidemia eran espeluznantes. Una enfermedad con una tasa de mortalidad del 40%, sin tratamiento médico conocido, y que entre Guinea-Conakry, Sierra Leona y Liberia acabó con la vida de más de 11.000 personas y dejó otras 17.000 con secuelas permanentes. Cuando visité la zona (febrero del 2016) el Ébola todavía estaba causando víctimas. Y aunque los lugareños me aseguraban que en Senegal no había problema, de vez en cuando pasaba por poblaciones donde había carteles de «Stop Ébola» que aconsejaban a la población cómo prevenir el contagio, y no podía evitar un pequeño escalofrío.
2. La situación política de Mali, país que también está peligrosamente cerca de Kédougou. A principios del 2012 tuvo lugar una Guerra Civil entre los Tuaregs del norte, que reclamaban la independencia, y el gobierno de Bamako, en el sur. Y tras el conflicto armado el país quedó en una situación muy débil, lo cual propició la llegada de grupos terroristas islámicos como Ansar Dine (vinculado a al Qaeda), que ya están creando problemas en la vecina Burkina Faso.
Pero bueno, imagino que la situación irá mejorando con el paso del tiempo. O eso espero, por el bien de los habitantes de este bonito rincón de Senegal.
UN BREVE PASEO POR IBEL
Tras dejar mi mochila en la habitación salí a caminar un rato por el pueblo acompañado de Souleymane. Ibel es un pequeño asentamiento donde predomina la etnia Fulani, con una economía que depende de la agricultura y ganadería. No tiene lugares de interés turístico así que me dejé guiar por Souleymane. Cada pocos metros nos deteníamos porque se encontraba con algún conocido (me lo presentaba y charlábamos unos minutos). Entre ellos su hermano, que era el alcalde de Ibel. No paré de estrechar manos y decir «ça va», convirtiéndome en la gran atracción del pueblo, mientras poco a poco se iba haciendo de noche.
Durante el paseo aproveché para comprar 2 botellas de agua grandes en una tienda (1000F) porque Souleymane no tenía. Lástima que estaban calientes con el calor que hacía.
EN CASA DE SOULEYMANE
De regreso nos sentamos a hablar en unas sillas de plástico situadas en el exterior de la vivienda. El ambiente era mágico, con la oscuridad ganando terreno; una suave brisa; el olor de las fogatas encendidas para cocinar… Y la familia de Souleymane era un encanto. Su madre no paraba de sonreír y dedicarme atenciones. El padre, vestido con ropa tradicional, era más introvertido pero también quería aparecer en las fotos y conocerme.
Aunque los verdaderos protagonistas eran los niños que correteaban por el lugar, algunos familia de Souleymane y otros hijos de los vecinos. Yo jugaba con ellos a darles volteretas en el aire. A uno le estuve enseñando mi guía de viajes y me pidió que le escribiera unas palabras en su cuaderno escolar. Al igual que en otros países de África Occidental me llamaban Tubab, que significa «hombre blanco».
A la hora de cenar apareció la mujer de Souleymane con una generosa bandeja de trozos de pollo con pasta. Souleymane y yo nos sentamos en una esterilla en el suelo y comimos directamente de la bandeja. La comida estaba deliciosa pero me llené enseguida. Tras la cena nos quedamos un rato charlando, aprovechando el frescor de la noche. Souleymane no paraba de contar historias que me dejaban fascinado. Me hablaba de un lugar en el bosque donde en una época concreta del año se reúnen un montón de chimpancés; de un termitero gigante del tamaño de una casa; de un festival de culturas que se celebra en noviembre al que acuden los diferentes grupos étnicos de la zona… Tan entretenido estaba que al final acabé acostándome a la 1h de la mañana.
EXCURSION A IWOL
La jornada comenzó con un desayuno muy básico que comí sentado en el suelo. Tan solo un pequeño café con leche y un trozo de pan. Souleymane me dijo que no había encontrado nada para untar y me propuso que utilizara mayonesa, pero no me la quise jugar.
A continuación nos pusimos en marcha. El plan del día era subir hasta la cima de una meseta cercana similar a la Falaise de Dindefelo para visitar Iwol, una aldea tradicional de la etnia Bédik. El ascenso fue mucho más fácil de lo previsto y en menos de una hora ya estábamos arriba. El paisaje era excepcional, con un bosque de vegetación exótica, baobabs, y una panorámica de extensas llanuras salpicadas de poblaciones.
Tras caminar unos minutos por la meseta llegamos al pueblo de Iwol, compuesto por numerosas casas tradicionales circulares, con muros de adobe y techo de paja, muy pegadas entre sí (a diferencia de los poblados Fulani). Según Souleymane hacía más de un año que no subía a Iwol y no sabía qué nos íbamos a encontrar. Me explicó que los Bédik son muy reservados y la presencia de un guía local es imprescindible para evitar situaciones desagradables. En una ocasión un francés alojado en casa de Souleymane insistió en visitar solo el pueblo y fue recibido a pedradas, fruto de la superstición local (le confundieron con un ser que robaba niños).
Nada más llegar nos dirigimos a la casa del jefe del pueblo. En Iwol viven 4 familias y está gobernado por los Keita. Allí nos recibió su líder, Jean Baptiste, un abuelete con la cara hinchada fruto de un accidente en bicicleta (según Souleymane bajo los efectos del vino de palma). La verdad es que no tenía muy buen aspecto y el hospital más cercano estaba lejísimos. Jean Baptiste me dejó una carpeta con fotos y textos donde se explicaba el origen de los Bédik en diferentes idiomas, y estuve leyendo un rato. Y después pagué la tasa turística por visitar el pueblo (1.000F).
DESCUBRIENDO UN POBLADO BEDIK
El paseo por Iwol estuvo genial y me permitió descubrir en cada rincón escenas del día a día de sus habitantes. Fue muy auténtico. Las mujeres Bédik lucían peinados con elaboradas trenzas; orejas con los lóbulos cargados de pequeños aros metálicos; coloridos collares… Y en algún caso excepcional el tabique nasal perforado con un palo de Chupa Chups. En el pasado utilizaban una aguja de puerco espín, pero actualmente es un animal difícil de encontrar. Las mujeres estaban sentadas por el pueblo, dedicadas a todo tipo de tareas (cosiendo, deshilando algodón, cocinando…).
Lástima que, a pesar de haber pagado la tasa turística, las mujeres no querían que les hiciera fotos. Así que me tocó exprimir el zoom de mi objetivo, robar imágenes a escondidas, o compensar las molestias con algún caramelo. Pero aun así me llevé un par de gritos. A una de las mujeres le compré una calabaza hueca decorada con motivos geométricos que los hombres Bédik llenan de vino de palma y llevan consigo a todas partes. Precio (con foto de la mujer incluida): 1.500F.
Siguiendo los consejos de Souleymane compré 500F de caramelos para repartir entre los niños. Es una práctica que siempre evito pero el hombre me dijo que les haría ilusión y ayudaría a relajar el ambiente así que acepté de mala gana. Eso sí, no contaba con que hoy era sábado (día no lectivo) y al calor de los caramelos comenzaron a aparecer críos por todas partes que me seguían, me intentaban dar la mano para ganarse mi favor, y me pedían regalos. A veces fue algo agobiante. Además los niños eran el reflejo de las duras condiciones de vida de Iwol: delgados, llenos de mugre, descalzos, y con camisetas que se caían a trozos. También vi niñas moliendo grano, cargando recipientes de agua, o con bebés a la espalda.
En Iwol hay un enorme baobab sagrado. Por lo visto se trata de uno de los más grandes de Senegal, con 20 metros de diámetro. Es realmente espectacular. Según me explicó Soyleymane en su interior está enterrado un antiguo jefe Bédik. No me hizo mucha gracia tener que pagar 500F extra para acercarme al árbol, pero bueno… También vimos un pozo de agua de reciente construcción donde la gente se arremolinaba para sacar agua (todo un lujo en este lugar, antes tenían que bajar a la llanura para conseguirla); un telar tradicional operado por tres chavales; una iglesia con signos evidentes de no haber sido utilizada en mucho tiempo; y la escuela local.
Para acabar el recorrido por Iwol subimos hasta el punto más alto de la meseta, formado por rocas de piedra caliza. Aquí nos sentamos un rato y contemplamos las vistas, aunque el día estaba de nuevo muy nublado, con una bruma que no permitía ver el horizonte. Después regresamos caminando tranquilamente hasta Ibel. Fue una gran excursión, pero al igual que en Dindefelo cometí el error de no negociar el precio con antelación y me tocó pagar 10milF (un importe excesivo).
En la casa de Souleymane me senté a descansar un rato acompañado de su familia. De camino compré 500F de galletas en una tienda y Souleymane se encargó de repartirlas entre los niños. No paré de recibir sonrisas y muestras de agradecimiento mientras jugaba con ellos y hacía fotos. Mi plan era acercarme por la tarde al pueblo de Bandafassi, y desde allí visitar otro asentamiento Bédik llamado Éthiwar. Pero Souleymane me lo desaconsejó porque muchos de sus habitantes habían abandonado el lugar; y ya conocía Iwol, que es mucho más espectacular. Así que le hice caso y decidí viajar a Kédougou para seguir con mi ruta.
Souleymane me consiguió un moto-taxi por 7.500F y al momento estaba sentado en la parte trasera, recorriendo pistas de tierra entre nubes de polvo. Aunque al menos a una velocidad prudente. El trayecto duró 45 minutos y el conductor me dejó en la Terminal de Kedougou para poder continuar en transporte público hacia el oeste del país.
CONCLUSION
La visita al poblado de Iwol es muy recomendable, antes de que se acabe convirtiendo en un destino turístico frecuentado por hordas de franceses. Media jornada será suficiente, a no ser que coincidas con alguna celebración especial o tengas mucho tiempo disponible. En este último caso una opción interesante consiste en realizar un trekking de 2 días por las montañas visitando 4 aldeas Bédik. Comienza en Éthiwar y acaba en Ethiés, pasando por Andyel e Iwol.
También me hubiera gustado visitar las cercanas aldeas de la etnia Bassari. Una de las más recomendables es Ethiolo, a la que se accede desde la población de Salemata. Sin duda la mejor época es el mes de mayo, cuando tienen lugar las ceremonias de iniciación conocidas como Koré, con espectaculares bailes de máscaras.
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