Un opulento palacio desde el que gobernaban los monarcas Wadeyar, y un animado mercado de productos tradicionales
Mysore (nombre que los lugareños pronuncian «maisur») es la segunda ciudad más grande del estado de Karnataka, con casi un millón de habitantes. Su nombre procede de Mahisuru, el lugar de la mitología hindú donde la diosa Chamundeshwari mató al demonio búfalo Mahishasura (vaya tela los nombres hindúes…). Este hecho se celebra en el famosísimo Festival de Dussehra (septiembre/octubre), donde durante 10 días tienen lugar en la ciudad desfiles con elefantes, fuegos artificiales, conciertos, enfrentamientos de lucha…
Esta ciudad, como muchas otras de la India, tiene un pasado sugerente. Era nada menos que la capital del reino de los Wadeyar. Pero lo cierto es que la modernidad ha arrasado con todo, y a parte del palacio no hay otros edificios de interés.
VIAJE HOSPET – MYSORE
Tras una gran jornada visitando las ruinas de Hampi, me tuve que preparar para mi enésimo desplazamiento nocturno por la India. Por segunda vez consecutiva en autobús. Así que recuperé la mochila grande en mi hotel de Hospet, y caminé hasta la terminal, donde me senté a esperar, completamente agotado. Al poco apareció el autobús, ocupé mi sitio, y a las 20h partimos puntuales hacia mi siguiente destino. Cuando compré el billete, me avisaron que este bus era normalito (ni Deluxe ni nada), y por tanto no sería tan cómodo. Pero la verdad es que no tuve ninguna queja, y tenía espacio suficiente para estirar las piernas. Eso sí, el trayecto no fue ni mucho menos una balsa de aceite. Por varios motivos:
1. Primero, y más importante, la conducción. El viaje fue una sucesión interminable de frenazos, acelerones, giros bruscos y saltos, recorriendo carreteras inhóspitas. Y los adelantamientos eran suicidas. Cortaban la respiración. En especial uno a una larguísima fila de camiones, sin posibilidad de regresar a nuestro carril. Y otro en que el conductor tuvo que lanzarse a la cuneta, porque si no chocábamos de frente con otro bus. Eso sin contar que casi arrollamos a una moto. En fin, que las probabilidades de tener un accidente eran enormes…
2. Segundo, y relacionado con el primer punto, me equivoqué con la elección de mi asiento. Opté por uno en primera fila, y allí era testigo directo de las peligrosas maniobras. Además, si había un accidente, sería el primero en salir disparado. Y encima, los vehículos que venían en dirección contraria llevaban puestas las luces largas, y me deslumbraban todo el rato. Hubiera agradecido más un asiento ubicado en la parte media del vehículo…
3. Tercero, mis sucesivos compañeros de viaje, que al principio no ayudaron mucho. Los dos primeros estaban entrados en carnes, y sin cortarse un pelo se espachurraron en su asiento invadiendo el mío, dejándome casi sin espacio. Así que cuando se marchó el segundo, ocupé los dos asientos para dormir, y no tuve más problemas.
Durante el primer tercio del viaje, fui escuchando música con mi Ipod. Y en la parada de rigor para descansar, me compré galletas y un Maaza. Los pasajeros muy amables, charlando conmigo. Y el conductor, atento y sonriente. De esta forma transcurrió la noche. Rumbo a Mysore, ciudad ubicada 400km al sur de Hospet. Y cuando menos lo esperaba, se detuvo el bus, y el conductor me dijo que ya habíamos llegado. Todavía eran las 5.30h, noche cerrada, y no había pensado en un hotel al que dirigirme. Así que, abusando de la paciencia del conductor, saqué mi guía de viajes, y en unos segundos elegí un alojamiento de gama media.
El resto fue fácil. Nada más bajar del autobús, se lanzó sobre mí un conductor de auto rickshaw, y en un momento me llevó hasta el hotel. Acabé pagándole un precio excesivo, porque no tenía cambio. Pero mejor quitarme de encima rápido a los conductores, que permitir su compañía al llegar al hotel y que intenten conseguir alguna comisión a mi costa.
ALOJAMIENTO: HOTEL MAURYA PALACE – 820R/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama de buenas dimensiones; lavabo privado con ducha perfecta; limpieza extrema; precio; ubicación céntrica, aunque al mismo tiempo con ambiente tranquilo.
*Puntos en contra: el encargado de la recepción era un auténtico imbécil. Como era muy temprano y le tuve que despertar, tenía un enfado importante, y me trató fatal. Mirándome con cara de odio y contestando mis preguntas de forma brusca. Porque no era de día y no tenía otra alternativa, si no lo mando a paseo…
Ya instalado, decidí comenzar la jornada no muy temprano. Así tuve tiempo para dormir 3 horas a pierna suelta, y recuperarme del trayecto nocturno.
EL PASADO DE MYSORE
Al día siguiente, como ya había perdido bastante tiempo, me puse en marcha rápido. Y salí a la calle en ayunas, bajo un sol abrasador.
El Reino de Mysore fue fundado en 1399, y durante siglos estuvo gobernado por los Wadiyars (una figura similar a los Nizam de Hyderabad). Primero al servicio del Imperio Vijayanagar. Y tras la caída del imperio, en solitario hasta la independencia de la India. Aunque el aspecto actual de la ciudad se debe en gran parte al Sultán Tipu, conocido como el Tigre de Mysore, que gobernó el reino un par de décadas durante un periodo de debilidad de los Wadiyars, y ordenó derribar la ciudad antigua. El sultán incluso tuvo las narices de enfrentarse a los británicos, que le derrotaron en 1799 y reinstauraron a los Wadiyars, mucho más manejables.
EN EL PALACIO DE LOS WADIYARS
Para empezar mi recorrido por Mysore, nada mejor que realizar la visita estrella: el Palacio de Mysore, desde el cual gobernaban los Wadiyars. Aunque el edificio actual no es muy antiguo. Fue construido en 1912 por el arquitecto inglés Henry Irwin, en el lugar donde años antes había ardido el antiguo palacio. Antes de entrar, como no había desayunado, busqué sin suerte un lugar para tomarme un batido. Pero al final me tuve que conformar con una tienda donde compré un Maaza, y un helado de fresa.
El acceso al palacio fue todo un ejemplo de hasta donde llegaba el miedo de los indios a sufrir otro atentado terrorista como el de Mumbay. El procedimiento fue el siguiente: comprar el billete en una taquilla; escaneo de mochila pequeña por un detector de rayos X; dejar mi cámara en una consigna, porque está prohibido hacer fotos en el interior del palacio; dejar mi calzado en otra consigna diferente, ya que es obligatorio realizar toda la visita descalzo; nuevo escaneo de la mochila pequeña por otro detector; y apagar el móvil. De locos…
Aunque por suerte la visita mereció la pena. Desde el exterior, el edificio es imponente. De forma rectangular, con tres niveles, coronado por torres rematadas por cúpulas rojas y una torre central de 45 metros de altura. Está rodeado de amplios jardines, y su avenida principal pasa bajo un enorme arco. Además, en el recinto hay varios templos hindúes, alguno de ellos con bonitos gopurams.
El interior del palacio es una locura de colores y estilos, con numerosos elementos mozárabes. A destacar sobre todo sus dos Durbar Hall, o salas de audiencias: la Pública, gigantesca, con columnas decoradas con vivos colores, y enormes arcos con vistas al exterior; y la Privada, algo más pequeña, pero igual de lujosa, con una cubierta acristalada de vidrieras de Glasgow. Una pena no poder hacer fotos. El número de visitantes era considerable, con abundancia de grupos organizados. Pero se podían esquivar fácilmente y encontrar momentos de soledad para admirar con tranquilidad los detalles. Los empleados me hicieron todo tipo de ofertas, en busca de propina: uno me ofreció entrar al palacio por una puerta distinta a la oficial; otro me dejaba una audio-guía “gratis”, con la opción de llevarme al punto de partida por un atajo… Muy curioso…
Tras la visita, recuperé mi cámara y estuve un rato sacando fotos del exterior del palacio. Hasta que de repente apareció un chaval (menor de edad) que, tras un par de saludos, va y me suelta sin preámbulos: “Would you like gay sex?”. Yo no daba crédito a lo que estaba escuchando, y al principio pensé que no había entendido bien. Pero sí, sí… Y el chaval, pese a mi cara de póquer, seguía insistiendo. En fin… Ya lo que me faltaba. Así que me largué de allí a toda prisa, antes de verme involucrado en algún lío.
A continuación tenía previsto subir a la Chamundi Hill, con varios objetivos:
1. Contemplar una panorámica de la ciudad.
2. Visitar el templo Sri Chamundeswari.
3. Ver una enorme estatua de Nandi (según la mitología hindú, el toro que utiliza Shiva como medio de transporte). Por lo visto es una de las más grandes de la India, y atrae a montones de peregrinos.
Pero mi estado de ánimo comenzó a venirse abajo. El calor era sencillamente asfixiante. La gente no paraba de agobiarme por la calle (vendedores de marihuana, conductores de auto rickshaws, chavales pidiendo limosna…). Y fui testigo de cómo un perro callejero era golpeado por un vehículo (sin que el conductor hiciera el más mínimo intento de reducir la velocidad), y se marchaba aullando. De nuevo la cara más horrible de una gran urbe, igual que me ocurrió en Hyderabad. Así que decidí aparcar la visita, y buscar un lugar para relajarme.
COMIDA: PIZZA CORNER
El sitio elegido fue este restaurante estilo Pizza Hut, donde aproveché para sentarme a comer algo. Es curioso como en Europa los locales de fast food se suelen asociar al bullicio, falta de higiene, mala calidad… Y en otros países a veces es todo lo contrario. El Pizza Corner tenía un menú apetitoso y variado; aire acondicionado; servicio amable y eficiente; y estaba totalmente aislado del exterior, con una paz total. Aquí cayó una pizza barbacoa, acompañada de 3 Cokes heladas, y rematada por un delicioso helado de fresa. El precio no fue económico, aunque mereció la pena. Mi guía de viajes recomendaba numerosos restaurantes de comida local, pero al no aguantar el picante me vi obligado a evitarlos. Con el calor que hacía, solo me faltaba salir a la calle echando fuego por la boca…
PASEO POR UN MERCADO TRADICIONAL
Tras la comida, ya no tenía mucho tiempo. Así que decidí acabar la jornada dando un paseo por el cercano Devaraja Market, un mercado de productos tradicionales. Al principio la visita no pintaba bien, pues me mostré tímido y huidizo, con miedo a sacar mi cámara de fotos. Así que decidí cambiar el chip, me animé, y acabé disfrutando de un agradable paseo, charlando con los vendedores, preguntándoles por sus productos, probando aceites y dulces, dando manos, aceptando tarjetas de visita y varillas de incienso de regalo, y sacando fotos con un morro tremendo. Había tiendas de frutas y verduras, aceites perfumados, especias, montones de kumkuma de vivos colores (polvos para elaborar pigmentos rituales), flores para el pelo (habituales en las mujeres indias)… Fue una gran visita, con rincones realmente pintorescos.
Tanto cambió mi estado de ánimo que durante mi paseo de regreso al hotel parecía estar atravesando una ciudad distinta, mucho más agradable. Me encantó ver a la gente dedicada a sus tareas diarias: comiendo en puestos callejeros raciones servidas en hojas de banana; redactores de documentos, sentados en la calle utilizando viejas máquinas de escribir; familias charlando en cualquier rincón…
Para acabar el día decidí sentarme en un bar, donde me tomé una soda de naranja de elaboración casera. Aunque más tarde, cuando estaba a una calle del hotel, pasé delante de una heladería, y no pude evitar acabar engullendo dos banana milkshakes. Ya en mi habitación, decidí que no me apetecía alargar mi estancia en Mysore, y al día siguiente abandonaría la ciudad.
CONCLUSIÓN
Camino hacia el sur de la India, Mysore es una ciudad donde merece la pena detenerse un día, para visitar sus atracciones turísticas (principalmente el palacio). Aunque las guías de viaje tienden a edulcorar en exceso la realidad de las ciudades Indias, y uno tiende a pensar que aparecerá en un lugar sacado de un cuento de Las Mil y Una Noches. Así que mejor no ilusionarse demasiado, y mantener los pies en el suelo.
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