Explorando un archipiélago de islas con playas de arena dorada, extensos palmerales y chiringuitos para disfrutar de deliciosas caipirinhas
Morro de Sao Paulo es uno de los principales destinos turísticos de sol y playa en el estado de Bahía. Se trata de una pequeña población situada al sur de Salvador, en la Isla de Tinharé, que junto a otras (como Boipeba) forma parte del Archipiélago de Cairu. Cuenta con una variada oferta de hoteles y restaurantes, varios edificios históricos y animadas playas donde sentarse a tomar una Caipirinha. Además es una buena base para explorar los alrededores, realizando una caminata hasta Gamboa, o la Volta à Ilha, una excursión en barca que rodea la Isla de Tinharé, parando en los principales lugares de interés.
VIAJE: SALVADOR – MORRO DE SAO PAULO
Este trayecto comenzó a primera hora de la mañana en la Rodoviaria de Salvador, tras un viaje nocturno en autobús desde Lençois. Allí cogí un taxi hasta la Terminal Marítimo Turística, justo detrás del Mercado Modelo (40R, con taxímetro). Y me dirigí al mostrador de la compañía Biotur, que ofrece varias salidas diarias en catamarán para llegar a Morro de Sao Paulo. Como era 12 de octubre (día festivo) se preveía una gran demanda, así que yo compré mi billete en una agencia de viajes antes de visitar la Chapada Diamantina (210R ida y vuelta). Pagué una pequeña comisión, pero a cambio me evité problemas.
Una vez confirmado mi billete me senté a esperar en la sala de embarque, mientras no dejaban de pasar auténticas hordas de brasileños cargados con neveras, bolsas de hielo, latas de cerveza, instrumentos musicales… Por suerte en el Puerto había un montón de barcos y viajaban a otros destinos. A las 8.45h me dejaron subir al catamarán y me ubiqué en la parte trasera, con asientos en la cubierta que me permitirían hacer fotos del paisaje y respirar aire fresco. Y a las 9h pasadas nos pusimos en marcha.
Al principio el barco navegó paralelo a la costa, ofreciendo buenas vistas de Salvador, con la costa de Barra (el Forte de Santo Antonio, el Faro…); el distrito financiero (lleno de rascacielos); alguna favela de coloridas viviendas… Pero cuando nos adentramos en las aguas del Océano Atlántico un fuerte oleaje empezó a zarandear el catamarán, causando estragos entre los pasajeros (casi todos brasileños). Por todas partes había gente vomitando en bolsas de plástico; o haciendo cola para entrar en el lavabo; o asomada por la borda. Hasta yo, que nunca me mareo en los barcos, al final contaba los minutos que faltaban para llegar a Morro. Y es que el trayecto de hora y media se acabó alargando hasta las tres horas (¡el doble!).
Dentro de la situación delicada me hizo mucha gracia ver las dos caras de la moneda. Por un lado un lugareño alto y musculoso que no paraba de entrar en el lavabo con la cara desencajada, mientras era reconfortado por su pareja. Por otro un borrachín que durante el trayecto se bebió 8 latas de cerveza mientras permanecía de pie, riendo y bromeando con su familia, y fumándose algún que otro cigarro (estaba prohibido). Todo un personaje.
En fin, a eso de las 12h alcanzamos el puerto de Morro de Sao Paulo; bajé del barco; pagué la tasa turística por visitar la isla (15R); y subí por una durísima rampa hasta el centro del pueblo.
ALOJAMIENTO: POUSADA DOS PÁSSAROS – 65R/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble muy cómoda; lavabo privado con ducha perfecta; limpieza impecable; ubicación genial, rodeada de selva y tranquilidad, alejada de la zona de fiesta (y era el único huésped); wifi rápido; ventilador; nevera; porche privado, con mesa, sillas y una hamaca; encargada de la recepción muy amable; precio; desayuno incluido.
*Puntos en contra: no se me ocurre ninguno.
Reservé este hotel con antelación a través de Booking y la verdad es que fue todo un acierto. Una vez instalado estuve un rato charlando con la encargada (Maite, una simpática argentina). Y salí a conocer el pueblo.
UN PASEO POR MORRO DE SAO PAULO
Morro es un tranquilo asentamiento que se extiende alrededor de un peñasco cubierto de selva en el extremo norte de la Isla de Tinharé (de ahí su nombre). Aquí no hay carreteras ni vehículos motorizados, así que en el puerto se agolpan montones de chavales con carretillas para transportar mercancías y personas por las empinadas calles del pueblo. Estos fueron los lugares que visité durante mi recorrido:
1. Fortaleza do Tapirandú: fue construida en 1630, para proteger la Isla de Tinharé de los frecuentes ataques de barcos ingleses y holandeses. Aunque con el tiempo ha sufrido numerosos cambios, fruto de las tormentas y los enfrentamientos armados. Durante mi visita la fortaleza estaba cerrada por obras de restauración. Para acceder al puerto se cruza una de sus puertas, pintada de color blanco.
2. Fonte Grande: se trata de una fuente de estilo barroco que data de mediados del siglo XVIII, cuya misión era abastecer de agua dulce a la población.
3. Igreja Nossa Senhora da Luz: construida en el siglo XIX, tiene una bonita fachada pintada de azul y blanco, y un campanario.
Mientras caminaba pasé junto a una panadería y aproveché para sentarme a comer algo. Pedí un sándwich de jamón york, queso y huevo; y un zumo de Cajá (una curiosa fruta de color naranja). Todo muy rico por tan solo 15R.
4. Playas: a continuación recorrí la costa oriental en dirección al sur, pasando por las playas más famosas de Morro de Sao Paulo. La Primera Praia, de pequeñas dimensiones, con algún chaval practicando surf. La Segunda Praia, donde se concentra buena parte de la actividad turística, con terrazas de bares y restaurantes, zonas de tumbonas y sombrillas, vendedores ambulantes con carritos de helados y bebidas, embarcaciones… La Terceira Praia, más tranquila, con varios alojamientos. Y la Quarta Praia, muy fotogénica, con estilizadas palmeras y aguas de color turquesa.
En esta última playa encontré un bar que me hizo gracia, y ocupé una mesa de su terraza, situada directamente sobre la arena. Allí me tomé una Caipirinha por la que me cobraron 17R, pero es que me volvió loco. Sin duda la mejor que probé. Además se estaba genial, escuchando música brasileña de fondo (más tarde en directo) y observando a la gente pasar, con abundancia de chicas realmente espectaculares. No faltaba ninguno de los tópicos de un viaje a Brasil. Fue un gran momento.
5. Faro: cuando empezó a atardecer caminé hasta lo alto de la colina donde se ubica el Faro de Morro de Sao Paulo y me senté junto a un grupo de lugareños a contemplar la puesta de sol. Había demasiadas nubes, pero las vistas de la costa eran excelentes, con un cielo teñido de color naranja. Incluso apareció un Colibrí volando de flor en flor.
De regreso a mi hotel pasé por un supermercado, compré una cerveza y una bolsa de Bocabits, y me estiré en la hamaca a descansar. Poco a poco cayó la noche y se respiraba una atmósfera de relax total, rodeado de vegetación tropical, con el sonido de miles de insectos y una música agradable.
CENA: RESTAURANTE ALECRIM
A las 20h salí con ganas de llenar el estómago y estuve investigando por el centro de Morro. En la Praça Aureliano Lima y la Rua da Prainha (la avenida principal) hay montones de restaurantes, pero algunos estaban llenos de turistas y otros eran demasiado caros. Al final me decanté por el Alecrim y fue una gran elección. Me senté en una mesa de la terraza y pedí un Risotto de Langosta sencillamente delicioso, acompañado de una cerveza Antarctica de 0,6l. Para rematar, una Caipirinha invitación de la casa. El encargado del local era un argentino muy simpático (por lo visto hay una importante comunidad de ese país viviendo en la isla). Precio: 50R.
Tras la cena di un breve paseo, y comprobé que la Rua da Prainha se había llenado de puestos de comida y Caipirinhas de frutas. Había de todos los sabores imaginables, aunque ya había tenido suficiente alcohol por un día y me marché a la habitación.
LA ISLA DE TINHARÉ
Al día siguiente me desperté como nuevo después de una noche de sueño impecable. Aunque con una mala noticia: en el exterior llovía a mares, poniendo en peligro mis planes para la jornada (poca cosa se puede hacer en una isla con mal tiempo). En fin, yo seguí con el horario previsto, y a las 8h bajé a desayunar al patio del hotel, en una mesa protegida de la lluvia. La verdad es que por unos momentos me olvidé de la situación, porque el menú era excelente. Comí un bollo de pan con jamón york y queso; crêpe de dulce de leche; macedonia de frutas (con piña, plátano, sandía y mango); tarta de chocolate; pastel relleno de queso; y dos cafés con leche. Un auténtico festival.
A continuación preparé mi mochila pequeña y cuando dejó de llover caminé hasta la Terceira Praia. Mi idea era explorar en barco la Ilha de Tinharé. Para ello el día anterior visité las oficinas de la agencia local Puro Prazer y me apunté a una excursión alrededor de la isla, conocida como Volta à Ilha (65R). De camino paré en la panadería del centro y me compré un sándwich completo para llevar (10R). Mientras lo hacían estuve charlando con un abuelete que afirmaba tener orígenes vascos.
En la agencia me recibió una encargada de belleza espectacular. Allí pagué la excursión; me dieron una máscara con tubo para hacer snorkel; y esperé a que llegaran mis compañeros de viaje. En total éramos 12 personas, todos brasileños excepto yo y un chaval estadounidense que viajaba con su novia local, montando el típico show (hablando a gritos, bromeando con la gente…). A las 10h subimos a una moderna lancha y nos pusimos en marcha, rodeando la Isla de Tinharé en el sentido de las agujas del reloj, realizando varias paradas:
1. Piscinas Naturales de Garapuá: los comienzos no fueron muy agradables. Durante el trayecto me iba mojando todo el rato, porque llovía de forma esporádica, y por las olas que me salpicaban con el movimiento de la lancha. Y el problema era la mochila, donde guardaba mi cámara de fotos o el móvil. Una vez en Garapuá nos dejaron un rato para nadar y hacer snorkel. Pero el mar estaba revuelto y la visibilidad era nula, así que me limité a pegarme un chapuzón y relajarme. A mi alrededor las chicas de la lancha se quitaron la ropa y se quedaron en unos tangas minúsculos. Todas iban con sus parejas y al final ya no sabía dónde mirar… Como las condiciones para el snorkel eran pésimas no paramos en la siguiente atracción turística: las Piscinas Naturales de Moreré, incluidas habitualmente en la excursión.
2. Playa de Tassimirim: llegar hasta este lugar fue toda una odisea. De repente el cielo se oscureció y tuvimos que atravesar una cortina de agua que me dejó empapado. Reconozco que aquí me empecé a preguntar si había sido buena idea apuntarme a esta excursión con una climatología tan adversa. Pero por suerte dejó de llover, y cuando desembarcamos en la Isla de Boipeba (al sur de Tinharé) el sol asomaba entre las nubes.
La marea estaba alta, y la Playa de Tassimirim había quedado reducida a una franja de arena muy estrecha. Pero el lugar era espectacular, con aguas color turquesa y rodeado de espesos palmerales. Allí nos recibió un guía con rastas y buena parte del grupo le siguió. Su plan era comer en un caro restaurante (no incluido en el precio de la excursión) y después dar un paseo por Boipeba. Pero yo preferí hacer las cosas a mi aire, y me quedé un rato en la playa haciendo fotos (la arena estaba llena de graciosos cangrejos que se escondían en agujeros).
3. Boca da Barra: a continuación caminé hasta la principal población de la Isla de Boipeba, atravesando una zona de vegetación exuberante, con palmerales, árboles de ramas retorcidas, rebaños de vacas, caballos… No tenía ni idea de cómo llegar, pero preguntando a un par de lugareños aparecí en Boca sin problema. Iba con el tiempo justo, así que di un breve paseo por la playa, con pousadas, terrazas de bares y restaurantes, y barcos de pesca. Y regresé a toda prisa a la Playa de Tassimirim.
A esas alturas ya tenía hambre, con lo cual me senté en una mesa de madera situada junto a la orilla (el agua me mojaba los pies) y me comí el sándwich que había comprado. Para complementar compré un delicioso zumo de Mango en un chiringuito cercano (4R), gestionado por una señora muy amable.
MAS LUGARES DE INTERÉS
A eso de las 14h volvió el encargado de la lancha con parte del grupo y continuamos la ruta. Aquí descubrí que había hecho el tonto, porque acto seguido paramos a recoger al resto del grupo, que esperaba en Boca da Barra (me podía haber quedado allí en vez de regresar a la playa).
4. Canavieiras: la lancha navegó por un canal entre las islas de Tinharé y Boipeba, sin apenas oleaje, pasando junto a zonas de manglares. El cielo estaba completamente despejado y hacía un sol de justicia. Al cabo de un rato nos detuvimos junto a un bar situado en una plataforma de madera sobre el agua. No era el único, y todos están especializados en un producto: las ostras. La verdad es que se veían muy frescas y no eran nada caras (una docena costaba 20R). Pero a mí no me gustan, así que preferí pegarme un baño, aprovechando que Canavieiras se encuentra en la desembocadura del Río do Inferno y el agua no está salada.
Después me senté a tomar el sol y secarme. El lugar es realmente fotogénico, con muchas palmeras de un color verde intenso, barquitas de madera y una pequeña iglesia pintada de azul. Además charlé con una pareja de brasileños recién casados que viajaban en mi lancha (eran de Sao Paulo y estaban en plena Luna de Miel).
5. Cairu: la última parada del día fue esta agradable población ubicada al norte de la Isla de Cairu. Según me contaron, es el segundo asentamiento más antiguo de Brasil, fundado por los portugueses en 1501, solo un año después de desembarcar en Porto Seguro. Apenas tenía media hora, así que paseé por la calle principal del pueblo, flanqueada por viviendas con fachadas pintadas de vivos colores y lugareños charlando. Y en la parte alta contemplé desde fuera el Convento de Santo Antonio y la Igreja de Nossa Senhora do Rosario, con muy buenas vistas de los alrededores. Para acabar, regresé a las inmediaciones del puerto, me compré una cerveza Brahma en una tienda, y me la tomé sentado junto a la entrada.
6. Galeao: una población al norte de la Isla de Tinharé donde no paramos. A lo lejos pude ver la Igreja de Sao Francisco Xavier, de color blanco, en lo alto de una colina cubierta de bosques.
De regreso en Morro de Sao Paulo, devolví la máscara y el tubo en las oficinas de la agencia, y me fui a mi habitación, donde estuve un rato descansando.
CENA: LOS POLLOS HERMANOS
Cuando el hambre empezó a apretar, me dirigí a la Terceira Praia en busca de un restaurante para cenar, pero no encontré ninguno que me convenciera. O eran demasiado caros, o el menú no me llamaba la atención. Así que al final opté por este local de comida para llevar. Me compré medio pollo asado, una ración de patatas fritas y 2 latas de cerveza Skol, todo por 25R. Y volví a toda prisa a mi hotel, donde devoré todo. Acabé como nuevo.
Después caminé hasta la Segunda Praia, donde están los bares más famosos, y me senté en la terraza del Funny. Allí cayó una Caipirinha (14R) y pasé un rato entretenido viendo a la gente pasar, con música en directo de fondo. Aunque el día había sido realmente intenso, y no tardé en regresar a la habitación.
EXCURSION A GAMBOA
La jornada comenzó a buena hora tras otra noche tranquila. Sin perder tiempo me vestí y bajé a desayunar a la terraza del hotel, junto a una pareja de argentinos que apareció el día anterior. El menú era mucho menos variado y se limitó a pan con dulce de leche, jamón york, queso y café con leche (ni fruta, ni pasteles…). Después desalojé la habitación; guardé mi mochila grande en la recepción del hotel; y salí a continuar explorando la Isla de Tinharé.
El plan era visitar Gamboa, una pequeña población situada al suroeste de Morro de Sao Paulo. Para llegar decidí caminar siguiendo la costa, ya que solo hay 2,5km de distancia. Primero tuve que atravesar un tramo de bosque por un sendero perfectamente indicado. Y a continuación avancé por la playa. El tiempo era excelente, con sol y un cielo salpicado de nubes blancas que parecían de algodón, muy fotogénicas.
Durante mi paseo crucé las playas Porto de Cima y Ponta da Pedra, con una vegetación exuberante que llegaba hasta la misma orilla; arena dorada llena de trozos de coral y seres marinos; aguas cristalinas; embarcaciones de madera; grupos de Cormoranes Negros… También pasé junto al Paredao de Argila, una enorme pared arcillosa de color naranja que según los lugareños tiene propiedades medicinales (muchos se untan el cuerpo con el mineral mezclado con agua). La anécdota se produjo cuando dejé mis chanclas en la arena para hacer una foto; caminé unos minutos sin darme cuenta; y cuando regresé a por ellas… ¡habían desaparecido! Y eso que había muy poca gente paseando por la zona. Así que me tocó realizar descalzo el resto de la excursión.
Al final llegué al Puerto de Gamboa, donde había muchísima actividad: grupos de niños jugando en el agua; terrazas de bares y restaurantes; barcas de pesca… Todo con un aire muy tradicional en comparación con Morro. Después caminé hasta una bonita plaza donde se encuentra la Igreja Nossa Senhora Da Penha. Y me senté en una terraza a refrescarme con un zumo de Mango (3R) y ver a la gente pasar. Más tarde regresé a la zona de la playa y ocupé una mesa de un gracioso chiringuito con forma de barco. Allí me comí un Misto (sándwich de jamón york y queso) acompañado de un Sprite (9R). Y me bañé en un tramo de playa precioso, aprovechando que en un restaurante cercano había una ducha y me dejaron utilizarla.
A eso de las 13h llegó el momento de regresar a Morro de Sao Paulo. Como la marea había subido no era posible caminar por la costa; y ya iba muy justo de tiempo (el catamarán de vuelta a Salvador salía a las 15h). Por suerte hay un servicio regular de barcas que conecta Gamboa y Morro. Solo tuve que dirigirme al embarcadero; comprar un billete (4R); y a las 13.40h llegó una barca, que en 10 minutos me dejó en el Puerto de Morro. Llegar al centro del pueblo no fue sencillo, porque yo todavía iba descalzo y el asfalto me abrasaba los pies. Hasta que encontré una tienda y me compré otras chanclas.
En el hotel recuperé mi mochila grande; me despedí de Maite; y con mucha pena caminé hasta el puerto para regresar a Salvador. Así acababa mi visita al estado de Bahía.
CONCLUSION
Morro de Sao Paulo es un destino ideal para conocer el ambiente que se respira en las playas de Brasil. Por su cercanía de Salvador, su amplia oferta de alojamientos y restaurantes, y la variedad de actividades para realizar en las diferentes islas que forman el Archipiélago de Cairu. Te aconsejo dedicarle un mínimo de 2 jornadas completas: una para pasear por Morro y Gamboa; y otra para embarcarte en una Volta à Ilha. Yo me alojé en la Pousada dos Pássaros y fue uno de los mejores hoteles de mi recorrido por el país, así que lo recomiendo mucho.
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