Una ruta de montaña de 5 días siguiendo el Transcaucasian Trail, acampando entre coloridos volcanes, petroglifos y lagos solitarios
Los Montes Geghama están al oeste del Lago Sevan, y se trata de una cadena montañosa de origen volcánico que se extiende a lo largo de 70km. Cuenta con varios volcanes inactivos, entre ellos su cima más alta, el Azhdahak (3.597m). El paisaje es espectacular, con montañas de tonos ocre, avalanchas de roca negra y lagos cristalinos. Y sus rincones esconden petroglifos milenarios y misteriosas piedras Vishapakar.
Geghama es uno de los territorios más remotos y salvajes que se pueden recorrer en Armenia, y la infraestructura turística es nula. Sus únicos habitantes son grupos de nómadas Yazidis, que pasan el verano en campamentos itinerantes cuidando de su ganado. Con lo cual, adentrarse en estos montes es garantía de aventuras.
EL TRANSCAUCASIAN TRAIL
Este sendero de larga distancia todavía en construcción, conocido como TCT, es un ambicioso proyecto iniciado en 2015 que pretende crear dos espectaculares rutas de trekking, con 1500km de longitud cada una:
*Una que conecte el Mar Negro con el Mar Caspio, cruzando las montañas del Gran Cáucaso por los territorios de Georgia y Azerbaiyán. Esta ruta se enfrenta a numerosos problemas, ya que debería atravesar las repúblicas de Abkhazia y Osetia del Sur, y la zona fronteriza entre Azerbaiyán y Rusia. Por eso cuando visité la región (2019) solo existía el tramo de Svaneti.
*Otra que recorra el Cáucaso Menor, pasando por el sur de Georgia y Armenia, conectando el Mar Negro con la frontera de Irán. Esta ruta es mucho más factible, y cuando visité Armenia (2019) ya había varios tramos creados en el Dilijan National Park, los Montes Geghama y Vayots Dzor.
El tramo que discurre por los Montes Geghama tiene 114km, con un desnivel acumulado de 5.600m, y se recomienda realizarlo en 6-7 días. No hay ningún tipo de señalización, y en muchas partes ni siquiera hay un sendero visible. Así que será imprescindible que cuentes con algún tipo de dispositivo con GPS para orientarte. Yo utilicé la app para móvil maps.me, y me bajé la ruta de esta página web. Y reconozco que me salvó la vida, porque las dudas fueron constantes.
Durante el TCT no hay opciones de alojamiento, con lo cual necesitarás acampar. Tampoco hay lugares donde comprar víveres, y tendrás que llevar encima toda la comida que necesites. A lo largo del camino es muy probable que pases junto a algún campamento de nómadas, y te ofrecerán un montón de comida (queso, pan, leche, yogurt, café…). Pero se trata de gente muy humilde y no conviene abusar.
En cuanto al agua, yo comencé la ruta con 2 litros y confié en la ruta que me bajé, donde se indican los diferentes manantiales y fuentes de agua potable que hay sobre la marcha. Pero a la que me falló uno de esos puntos de abastecimiento (realicé la ruta a finales de verano y algunos se secan) me quedé sin agua en el tramo más complicado. Así que te recomiendo algún sistema para purificar el agua de ríos y lagos, donde bebe el ganado de los nómadas.
Este tramo del TCT está lleno de peligros que deberás tener en cuenta. Entre otros la presencia de animales salvajes (serpientes, lobos y osos); perros pastores tremendamente agresivos vigilando los campamentos nómadas; y tormentas eléctricas. Eso sin contar que en caso de cualquier percance estás en medio de la nada. No se trata de ir con miedo, pero sí ser prudente y saber cómo actuar en cada situación.
Yo decidí no hacer el tramo completo, y cubrí 67km, desde el Selim Caravanserai hasta el punto donde comienza el ascenso al Monte Azhdahak. Aunque le añadí un tramo adicional de 26km para llegar a Goght, pasando por una zona llena de petroglifos y el Lago Vank. Así que en total fueron 93km en 4,5 días.
VIAJE: YEGHEGIS – SELIM CARAVANSERAI
La jornada comenzó en The River House Yeghegis con un sol radiante y un delicioso desayuno servido en el comedor. Huevo duro, pastas de manzana y canela, pan con mermelada de mora, queso, fruta y té. Además, la señora de la guesthouse tuvo un nuevo detalle conmigo y me regaló una bolsa con fruta y pastas para llevar. Me quedé sin palabras. A continuación preparé la mochila, desalojé el bungalow, y me despedí de la mujer con un cariñoso abrazo.
El día anterior pregunté a la hija de los dueños si me podía conseguir un taxi para viajar hasta el inicio del TCT, y me dijo que su padre me llevaría. El precio fue más que correcto: 5.000D por 30km. Así que subí al vehículo y nos pusimos en marcha. Primero salimos del Valle de Yeghegis, con vistas geniales del Fuerte de Smbataberd y las montañas. Y después seguimos hacia el norte por la carretera principal. El hombre conducía muy despacio, pero no me importó porque el tramo final consistió en una fuerte subida con curvas cerradas sin ninguna protección. Y llegamos al punto de partida de la ruta.
UN ANTIGUO CARAVANSERAI
El Selim Caravanserai (rebautizado como Orbelian Caravanserai para ocultar su nombre musulmán) fue construido en el año 1332 por orden del príncipe Chesar Orbelian, para alojar a los viajeros que pasaban por allí. Está hecho con bloques de basalto y tiene forma de L. Su fachada me encantó, con dos relieves representando un toro y una extraña bestia alada. En el interior, una capilla y una nave rectangular con las diferentes habitaciones envueltas en la oscuridad. Un lugar muy atmosférico, y completamente desierto.
Cuando acabé la visita apareció el dueño de la guesthouse y me dio una pequeña vela y la pusimos en un altar de la capilla a modo de ofrenda. Esto me daría buena suerte de cara a la ruta que estaba a punto de iniciar. Tras despedirme del hombre, apareció un grupo de turistas armenios que querían hablar conmigo y hacerse alguna foto; y después el propietario de una tienda de recuerdos me dejó probar un trozo de Suchush (el dulce hecho con frutos secos bañados en zumo de frutas). Pero al final ya eran las 10.30h, así que comencé a caminar rumbo a lo desconocido.
ETAPA 1: SELIM CARAVANSERAI – IGLESIA / 23km / 8 horas
La primera jornada de la ruta se dividió en 3 tramos:
1. Caminé siguiendo la carretera, y en apenas 10 minutos alcancé el Selim Pass. Un paso de montaña a 2.410m de altura que conecta las provincias de Vayots Dzor y Gegharkunik. Y que durante siglos fue un importante punto de la ruta comercial que comunicaba las ciudades de Jolfa y Tbilisi (de ahí la construcción del caravanserai). Después me desvié a la izquierda por un sendero y me alejé de la civilización. La panorámica de Vayots Dzor era insuperable, pero el sol de cara no ayudaba a sacar buenas fotos.
Al cabo de unos minutos me encontré con una serpiente en medio del camino. No era muy grande, aunque a veces las pequeñas son las mas venenosas. Poco después descubrí otra algo más grande, y alguien la había matado recientemente chafándole la cabeza. Así que los lugareños tenían razón cuando me avisaron del peligro de las serpientes… El resto del día caminé mirando al suelo constantemente, pero no vi ninguna más.
A continuación pasé momentos complicados, porque me desvié de la ruta correcta y no encontraba el sendero. Pero bueno, caminé un rato campo a través y al final di con él. En la distancia había un montón de vacas, y un lugareño se acercó a mí para saludarme. La verdad es que verle acercarse con un trozo de cuerda en la mano no me tranquilizó mucho, pero nos dimos la mano e intercambiamos un par de palabras. El hombre me invitó a tomar un café, aunque tenía una larga jornada por delante y tuve que rechazarlo.
2. Más tarde avancé por una llanura interminable, cubierta de hierba recién cortada, con las montañas onduladas de fondo. El sendero desaparecía continuamente, pero me fui orientando sin problema. Sobre mi cabeza volaban varias águilas en busca de alguna presa. También vi un rebaño de vacas y una manada de caballos. A cada paso saltaban centenares de saltamontes. El camino discurrió paralelo a un río, que formaba charcas muy fotogénicas, pero a veces me tocaba esquivar algún barrizal.
Al final el río se ensanchó en un punto donde pude ver más águilas, algún halcón y una Garza Real volando. Y tuve que cruzarlo por un puente en un estado lamentable. Era un amasijo de metal y asfalto que se caía a trozos, y tardé bastante en armarme de valor. Por si fuera poco, al otro lado había un poblado de nómadas Yazidis, el sendero pasaba justo por el medio, y pude ver un rebaño de ovejas. Los perros pastores no estarían muy lejos… Pero tuve suerte y el único que apareció no resultó muy agresivo. Mientras, caminé junto a viviendas destartaladas, con lugareños dedicados a sus tareas, grupos de pavos, gansos, montones de excrementos secándose al sol (para utilizar como combustible en invierno)… Un hombre me volvió a invitar a un café, pero iba fatal de tiempo y dije que no de nuevo.
En las afueras del poblado me vi forzado a hacer un alto, porque la mochila se me clavaba en los hombros y me hacía mucho daño. Yo intenté viajar lo más ligero posible, pero en Areni y Yeghegis me cargaron de fruta y llevaba demasiado peso. Y no quise tirar una parte por si más tarde me arrepentía (menos mal que no lo hice). Durante la parada comí unas galletas, bebí agua y continué con energías renovadas.
3. El último tramo cruzó otra llanura infinita de hierba amarilla, con bastantes rebaños de vacas. Atravesé uno enorme conducido por tres chavales. Por suerte uno de ellos ató al enorme perro que les acompañaba (y aun así el bicho no dejaba de mirarme). Ninguno hablaba inglés y tras un intento de conversación seguí la ruta. Al poco me encontré con otro rebaño a cargo de un lugareño a caballo… y otro perro pastor. Así que me tocó dar un rodeo para esquivar la zona de peligro y saludé al hombre desde la distancia. Menudo peligro…
A continuación llegué a un asentamiento solitario donde no vi a nadie, a pesar de contar con casas en muy buenas condiciones. En cambio por la pista pasaron varios camiones cargados de heno (los conductores saludaban sonrientes) y un coche, levantando nubes de polvo. También escuché dos disparos en la distancia que no me hicieron nada de gracia.
Más tarde el sendero avanzó paralelo al río Nazarkhane, tremendamente fotogénico, con incontables meandros y aguas cristalinas rodeadas de vegetación. Al final el camino acabó bruscamente en la orilla y me tocó vadearlo. Por suerte bajaba con muy poca fuerza, y encontré un paso nada profundo. Así que me arremangué los pantalones, me puse las chanclas, y me equipé con los bastones, cruzando sin problema. El agua estaba fría, pero mis pies cansados lo agradecieron. De nuevo en ruta cubrí los últimos quilómetros a toda pastilla porque ya quedaban pocas horas de sol. Y llegué al sitio que me había marcado como objetivo para pasar la noche.
ACAMPADA JUNTO A UNA IGLESIA
El lugar era ideal, en una llanura a escasos metros del río, protegido por unas rocas, con una iglesia (muy moderna) y una mesa de picnic cubierta. También había un poste metálico con ganchos para colgar animales y una barbacoa. Yo contaba con que la iglesia estuviera abierta para dormir dentro en mi saco, ahorrándome montar la tienda de campaña. Pero la puerta estaba cerrada. Además, a no mucha distancia había un campamento de Yazidis, y cuando me di cuenta tenía un enorme perro pastor a escasos metros mirándome fijamente. Menos mal que le pude aplacar con un par de silbidos y unos trozos de pan, y se marchó.
A todo esto el sol se ocultaba tras las montañas, así que monté la tienda a toda prisa; cené salami con pan y un melocotón; me metí en la tienda; y acondicioné el interior para afrontar una noche gélida. De vez en cuando se escuchaban gritos de los lugareños, perros ladrando, o un caballo relinchando. Por un lado rompían el silencio; pero por otro me gustó saber que había gente cerca en caso de alguna situación peligrosa.
Así acabó mi primera jornada de ruta. Quedándome dormido envuelto en mi saco con el sonido del río de fondo; y un búho que se escuchaba desde las rocas cercanas. La verdad es que fue una etapa sin mucho desnivel, y me permitió avanzar bastante.
ETAPA 2: IGLESIA – BASE SOVIÉTICA / 18km / 9 horas
Al día siguiente me desperté a las 7h, cuando los primeros rayos de sol comenzaron a tocar la tienda. La noche fue horrible y me desperté en infinidad de ocasiones, por varios motivos: 12 horas de oscuridad se hicieron eternas; el suelo estaba muy duro (no tenía ningún tipo de colchoneta por no cargar más peso); y aunque al principio no hacía frío, las dos horas previas al amanecer me dejaron helado. Pero bueno, salí de la tienda; desayuné las pastas de manzana y canela que me había dado la señora de Yeghegis y unas ciruelas; recogí las cosas; y me puse en marcha, con un sol radiante.
La segunda jornada de la ruta se dividió en 5 tramos:
1. Para empezar tenía que cruzar de nuevo el río Nazarkhane, pero tras examinar la zona encontré un punto poco profundo con piedras, y no tuve que descalzarme. A mi alrededor una pareja de águilas volaba haciendo acrobacias. Pero pronto me di cuenta de un detalle: el sendero cruzaba el campamento de Yazidis, donde había un montón de vacas tumbadas. Y me iba a tener que ver las caras con sus perros.
Por suerte nada más llegar me encontré con el dueño, que se encargó de aplacar a las fieras, y me condujo a un manantial donde pude llenar mis botellas de agua. También me ofreció un café, y esta vez decidí aceptar la invitación. Pronto apareció su mujer, entramos en una caravana, y estuvimos charlando con gestos y monosílabos, porque no hablaban inglés. Pero la cosa no se quedó en un simple café: la mujer empezó a sacar de todo. Queso, pan, yogurt… Yo ya estaba lleno, pero probé algo por educación. Y aun así acabé con un enorme taco de queso de vaca en la mochila. Yo a cambio puse en la mesa algo de fruta y unas nueces. Antes de marcharme nos hicimos los selfies de rigor, y me despedí. Una gente muy amable.
El hombre me contó que la noche anterior los perros detectaron un oso y lo consiguieron ahuyentar. Por lo visto en esa zona merodean bastantes porque hay varias cuevas y acuden a dormir. Justo en el punto que consideré un buen lugar para acampar… En fin…
2. Desde el valle la ruta comenzó a subir y alcanzó una meseta por la que caminé en horizontal. A mi derecha el río Nazarkhane bajaba serpenteando, creando bonitas imágenes. Tras un rato avanzando llegué a otro campamento. Antes de continuar exploré la zona con el zoom de mi cámara y no vi ningún perro. Tan solo alguna lugareña liada con sus tareas. Pero los perros estaban tapados por las tiendas, y al verme salieron disparados hacia mí.
Las mujeres los intentaron calmar, pero parece que hacen más caso de sus dueños y uno continuó, ignorando los gritos. Yo cuando lo tuve a pocos metros tiré el bastón al suelo, y me quedé inmóvil, tapándome la cara con las manos, mientras el perro me ladraba justo al lado. No quería ni mirarle. Al final vino una mujer y se lo llevó, pero el susto fue tremendo. Esto de los perros en la montaña es una auténtica pesadilla…
3. No sé si fue producto de lo mal que lo pasé, pero a continuación me hice un lío y me desvié de la ruta correcta. Además maps.me pareció volverse loco, y la flecha no paraba de moverse de un lado a otro. Esta situación me obligó a caminar muy lento, subiendo por una dura pendiente, y perdiendo mucho tiempo hasta que regresé al camino principal. Por lo menos fui capaz de encontrar otro manantial. Allí bebí todo lo que pude, llenando una botella; y me comí un Snickers. Mientras avanzaba, atravesé zonas con montones de saltamontes, y aves rapaces planeando sobre mi (águilas, pequeños halcones…).
4. La ruta siguió por un terreno complicado, caminando a media altura por varias montañas, mientras esquivaba infinidad de agujeros que amenazaban con torcerme un tobillo. Al principio pensé que se trataba de nidos de serpiente, pero en alguna ocasión pude ver una especie de ratones o topos (no lo tengo claro) ocultándose en ellos a mi paso. Mientras, era frustrante ver una pista de tierra que realizaba el mismo recorrido por el fondo del valle. Pero el TCT la evita al máximo para no pasar cerca de los campamentos Yazidis y sus peligrosos perros. El camino continuó ganando altura, tanto que al final pude contemplar las aguas azules del Lago Sevan en la distancia. También encontré el último manantial en muchos kilómetros, y me aseguré de llenar mis botellas.
5. El tramo final de la jornada fue toda una odisea. El sendero comenzó una vertiginosa subida y se enfiló hasta la cima del Monte Tsaghkavet (3.093m). Yo estaba muy cansado; la mochila se me clavaba en los hombros; y respiraba con dificultad. Pero poco a poco fui avanzando, y coroné la montaña. Por lo menos las vistas fueron espectaculares, con la Khosrov Forest State Reserve y sus enormes bosques. El día seguía soleado, pero allí arriba soplaba un viento frío que me obligó a ponerme mi camiseta térmica de manga larga. Además tuve que sentarme un rato protegido por una roca mientras cargaba el móvil con mi powerbank (se quedó sin batería).
Tras la cima pensaba que la ruta bajaría al fondo del valle, pero ni mucho menos. A continuación tuve que subir otra montaña, y tras perder mucha altura me vi frente a una tercera cumbre que tenía que superar. Reconozco que me lo pensé bastante: ya eran las 17.30h y me arriesgaba a que se me hiciera de noche en las alturas. Entre las alternativas que barajé estaban acampar allí mismo (la desestimé porque era un lugar muy ventoso); o descender por mi cuenta y buscar otro sitio.
Pero odio dejar las cosas incompletas, así que opté por jugármela y continuar. Las últimas rampas fueron durísimas y no podía con mi alma, pero en la cima me esperaba una recompensa. Allí me encontré con las ruinas de una antigua base soviética, con varios edificios, y restos metálicos esparcidos por la pradera. También vi una liebre corriendo a toda pastilla. Además pude contemplar una gran panorámica de todas las cimas por las que había pasado, y la imagen era impresionante.
Valoré la posibilidad de acampar junto a las ruinas, o dormir solo con el saco dentro de algún edificio. Pero estaba a mucha altura (por la noche haría un frío tremendo); y quizás esas viejas construcciones eran ahora el hogar de algún animal peligroso. Así que continué la ruta, que descendió sin parar, mientras el sol perdía fuerza a pasos agigantados.
ACAMPADA DOMINANDO UN VALLE
Mi intención era alcanzar el fondo del valle, pero comprobé que el sendero se volvía a adentrar en las montañas y decidí buscar un lugar adecuado para acampar. Al final encontré un espacio llano al lado del camino, bastante protegido, y me puse manos a la obra sin perder tiempo. Monté la tienda; guardé las cosas dentro; cené salami con pan y una manzana (de pie y haciendo ruido, por si el olor de la comida atraía algún animal); y me metí en la tienda, porque el frío era importante y ya oscurecía. Menudo estrés…
Una etapa realmente dura en la que cubrí menos kilómetros de los que había previsto. Pero es que la ruta me pilló desprevenido. Yo pensaba que solo pasaría por collados entre diferentes valles, pero no que tendría que subir cimas cargado con mi pesada mochila.
ETAPA 3: BASE SOVIÉTICA – DUCK LAKE / 20km / 8 horas
Al día siguiente me desperté de nuevo a las 7h tras una noche perfecta. Al principio me costó dormir, porque tanta gente me había advertido del peligro de los osos que no paraba de darle vueltas a la cabeza. ¿Qué tenía que hacer si aparecía uno? ¿Asustarle o quedarme quieto? Por suerte no tuve que probarlo y dormí como un tronco, despertándome muy pocas veces. Hubo un momento de la noche en el que el viento sopló con fuerza, pero no pasé nada de frío.
Ya en el exterior, desayuné galletas de chocolate y una manzana y recogí las cosas. La sorpresa se produjo cuando levanté la tienda y me encontré el suelo lleno de tijeretas. No sé si la planté sobre un nido o durante la noche se refugiaron allí, pero había por todas partes. Y lo peor fue que se lanzaron hacia mi equipaje, y me costó un buen rato deshacerme de ellas. Tras el incidente, me pude poner en marcha, con un nuevo día de sol y cielo despejado.
La tercera jornada de la ruta se dividió en 3 tramos:
1. Para empezar, el sendero ganó altura, pasando junto al espectacular Monte Ughtasar, con enormes pináculos de roca. A continuación aparecí en una llanura dominada por el Monte Gegasar, un gigantesco cono de superficie ondulada y 3.485m de altura. Mi impresión era que el camino rodearía la montaña por la llanura. Pero en cambio me tocó subir sin parar hasta un collado desde el que, si hubiera querido, me faltaban apenas 150m de desnivel para coronar la cima. Fue un tramo realmente agotador, y tuve que parar a menudo para quitarme la mochila y recuperar fuerzas. Además el sendero desaparecía continuamente y me obligó a consultar mi móvil todo el rato.
2. Desde el collado el camino descendió hasta una meseta. Primero bordeando las montañas, de cumbres afiladas y con alguna placa de nieve que se resistía a desaparecer. Las vistas eran geniales, y aproveché para sentarme a comer un Snickers y una manzana. Ya en la meseta caminé mucho tiempo en llano, y después subiendo poco a poco. En ese momento comenzó a soplar un fuerte viento que me obligó a ponerme mi chubasquero y protegerme con la capucha. El sol seguía luciendo, pero hacía mucho frío. Y durante horas no vi ni rastro de gente, cruzando en solitario un paisaje árido, con la espalda y los pies doloridos. Todo un ejercicio de resistencia.
El camino pasó junto al Monte Great Spitakasar, tremendamente fotogénico, con paredes de roca emergiendo de su ladera. El terreno estaba lleno de madrigueras de ratones/topos, y de nuevo tenía que andar con cuidado para no torcerme un tobillo.
3. Tras una subida que se hizo eterna, avanzando a buen ritmo, llegué al borde de un cráter, con una panorámica impresionante. Ante mí se extendía el Duck Lake, de aguas cristalinas, del que nacía un río que recorría la llanura serpenteando. En la orilla había un enorme rebaño de ovejas y vacas. Además, junto al lago se levantaba el Monte Nazeli, un cono volcánico cubierto por una mancha de color rojo. Y en la distancia se veía la cima del Monte Azhdahak, el más alto de los Montes Geghama. En este tramo el viento se convirtió en un auténtico huracán, y casi no me dejaba avanzar.
Durante todo el día no pude llenar mis botellas de agua ni una sola vez, al no haber fuentes o manantiales. El único que aparecía en maps.me estaba cerca del Duck Lake. Así que a pesar de ser las 17h, decidí acampar allí y buscarlo. Además, a partir del lago el sendero se enfilaba hacia las montañas, y con el viento que hacía necesitaba un lugar protegido. Antes dejé pasar al rebaño, que me permitió buenas fotografías. Y me encontré con un lugareño, intercambiando alguna palabra. Su campamento estaba a escasa distancia, pero sin peligro de encontrarme con perros.
ACAMPADA JUNTO A UN LAGO
Al bajar al Duck Lake el viento perdió algo de potencia, pero aun así fue muy complicado montar la tienda. Pasé un auténtico suplicio, y seguro que mis gritos se escuchaban en el campamento. Pero al final, con mucha paciencia, lo conseguí. A continuación fui en busca del manantial con mis dos botellas de agua, pero tras un buen rato dando vueltas no pude encontrarlo. Y el agua del lago estaba contaminada con tanto ganado. Así que volví a la tienda con una situación dramática, ya que me quedaba menos de medio litro (tras racionarme durante todo el día), y la siguiente oportunidad para conseguir agua estaba todavía muy lejos. Menos mal que no me deshice de las manzanas que me habían regalado, porque me aportaron los líquidos necesarios para no morirme de sed.
Ya en la tienda hacía un frío importante, así que preparé las cosas y me metí dentro. Y cené allí mismo: una lata de sardinas con tomate (me supo a gloria), unas galletas de chocolate y una manzana (para evitar beber agua).
Una etapa con un inicio complicado, pero que por suerte se suavizó algo al final y me permitió cubrir kilómetros a buen ritmo. Aunque con una gran incógnita: qué iba a hacer al día siguiente sin apenas agua…
ETAPA 4: DUCK LAKE – AZHDAHAK – VANK LAKE / 6km + 12km / 9,5 horas
Al día siguiente me desperté con las primeras luces del amanecer completamente muerto. Dormí fatal, no sé si por la falta de agua, o por la altura (Duck Lake está nada menos que a 3.100m). El caso es que hubo varios ratos en los que no pude pegar ojo. Y eso que el viento dejó de soplar y no fue un problema. Encima, cuando salí de la tienda hacía un frío terrible, a pesar de que el sol ya había salido de las montañas. Así que desayuné dentro de la tienda: unas galletas de chocolate y mis dos últimas manzanas. Tenía el cuerpo agarrotado y me costó mucho recoger las cosas, pero al final me puse en marcha a buena hora.
La cuarta jornada de la ruta se dividió en 5 tramos:
1. El comienzo fue un auténtico infierno. Cuando salí del lago me encontré con un viento helado que soplaba con fuerza. Yo iba con dos camisetas térmicas y el chubasquero, pero tenía las manos y la cara congeladas. Encima la ruta no paró de ganar altura; tenía las piernas tiesas; y no había sendero, con lo cual tenía que consultar el mapa a cada momento. Pero fui avanzando sin parar, y las vistas compensaron con creces todo el sufrimiento.
Ante mí estaba el Monte Nazeli, y desde arriba pude ver su cráter. También pasé junto al Red Ridge, un volcán de color rojo que me dejó sin palabras. Mientras, en la distancia se alzaban el Monte Ararat y el Pequeño Ararat, dominando el horizonte; y brillaban las aguas azules del Lago Sevan. Impresionante. Sin pausa fui sorteando rocas, caminando al lado de un par de enormes placas de nieve. Y llegué a un paso de montaña que me permitió una panorámica increíble, con montañas ondulantes de diferentes colores. Eso sí, tuve que hacer las fotos a toda pastilla, porque el viento me tiraba al suelo. No podía ni aguantar la cámara.
Desde allí también pude contemplar en todo su esplendor la cima del Monte Azhdahak, el más alto de los Montes Geghama, con 3.597m. Mi idea era subir hasta la cima (yo diría que me faltaban apenas 100m de desnivel). Pero muy a mi pesar tuve que dar media vuelta, por varios motivos: había un tramo demasiado expuesto, que con el viento tan fuerte era un peligro; no tenía agua; y encima iba cargado con mi mochila. Me gusta la aventura, pero esto ya era excesivo.
2. A continuación tocó un vertiginoso descenso. En este punto abandoné la ruta del TCT y me dirigí hasta el siguiente lugar de interés atajando todo lo posible. Pero me vi ralentizado una y otra vez por inmensas avalanchas de roca volcánica que tenía que cruzar. Y no era sencillo. Las piedras se tambaleaban bajo mi peso, y el riesgo de torcerme un tobillo (como mínimo) era importante. A la que podía me desviaba en busca de tramos de hierba, pero al final acababa inmerso en otro mar de roca. Fue un coñazo, aunque el paisaje era espectacular. Entre las piedras crecían coloridas plantas; y tejían sus telas arañas de gran tamaño.
3. Mi objetivo era explorar una zona donde mis mapas indicaban la existencia de petroglifos. La verdad es que me parecía demasiado bonito para ser verdad, y tras el esfuerzo de sortear tantos obstáculos no descartaba la posibilidad de no encontrar nada, porque no había ningún tipo de señalización. Por suerte pronto vi la primera roca con una cabra de larguísimos cuernos. Y solo fue el principio de un auténtico festival de petroglifos.
Hace miles de años los antiguos habitantes de la zona cubrieron las paredes de sus cuevas con todo tipo de figuras grabadas en la roca. Pero con el paso del tiempo (y algún que otro terremoto) las cuevas quedaron destruidas, y ahora son montones de piedras al aire libre. Fue una experiencia alucinante caminar entre esas rocas completamente solo, descubriendo grabados de cabras, figuras humanas, extraños animales, símbolos indescifrables… Había rocas que estaban llenas. En una distancia de unos 200 metros pude ver docenas y docenas de petroglifos. Y porque no busqué más a fondo. Me hubiera tirado horas allí, pero se hacía tarde y necesitaba encontrar agua a toda costa.
4. Desde la zona de petroglifos caminé un par de kilómetros hacia un punto donde maps.me indicaba que había agua potable. Estaba en medio de la nada, y si no encontraba agua (como ocurrió en Duck Lake el día anterior) me iba a ver en una situación complicada. A esas alturas estaba agotado, y tenía los pies destrozados tras caminar sobre tanta roca. Pero por suerte encontré un manantial y pude llenar mis dos botellas. Qué peso me quité de encima…
Sin tiempo para celebraciones, continué hasta el lugar donde había previsto pasar la noche. Se trataba de seguir una serie de senderos sin pérdida posible. Pero al poco me encontré con un obstáculo: un campamento. Parecía desierto, aunque al examinar el lugar con el zoom de mi cámara descubrí dos perros pastores. Así que tuve que dar un gran rodeo, subiendo por una loma y bajando una fuerte pendiente que me dejó muerto. Y encima uno de los perros me ladraba desde la distancia…
5. El tramo final consistió en avanzar por una pista de tierra, primero paralela a un canal de agua, y después atajando como pude. A mi paso aparecían montones de saltamontes y alzaban el vuelo grupos de pájaros (alguno me dio un buen susto) y águilas. De vez en cuando me tenía que quitar la mochila y hacer un alto porque estaba hecho polvo. Pero al final llegué a Vank Lake, situado a 2.600m de altura. Era domingo y me esperaba alguna que otra familia de picnic, aunque me encontré el lugar totalmente desierto.
En los alrededores del lago pude ver dos Vishapakar sobre una pequeña colina. Se trata de una especie de menhires con muchos siglos de antigüedad, que se ubicaban junto a lagos, estanques o manantiales, para adorar el agua. En Armenia se conservan unos 90, y también son conocidos como Dragon Stones. Su superficie estaba cubierta de misteriosos relieves, entre los que pude ver una cabeza de toro, serpientes e inscripciones. La imagen de estas piedras era impresionante, aisladas en medio de un paisaje árido, con las montañas de fondo.
ACAMPADA JUNTO A OTRO LAGO
Mi idea inicial era acampar junto a la orilla del Vank Lake. Pero mientras contemplaba los Vishapakar vi que el terreno era llano y había hierba. Estaba muy expuesto, pero no soplaba nada de viento, así que decidí jugármela y planté la tienda. A continuación me senté a cenar en una piedra donde todavía tocaba el sol. Cayó otra lata de sardinas con tomate; queso; y galletas de chocolate. Mientras, pude disfrutar de una espectacular puesta de sol, con el cielo de color naranja y las siluetas del Monte Ararat y el Pequeño Ararat. Digno colofón de una jornada para el recuerdo.
Cuando ya se había puesto el sol apareció un 4×4 con 3 chavales que se pusieron a hacer fotos. Yo ya me temía lo peor: que fueran a acampar en el mismo lugar y montar una juerga, etc… Pero se marcharon al momento, y me quedé allí solo. Tras cenar me metí en la tienda y me preparé para mi última noche de acampada. Antes de quedarme dormido saqué la cabeza, y en el exterior contemplé un cielo lleno de estrellas, con la Vía Láctea perfectamente definida. Y a mi lado los dos Vishapakar envueltos en sombras.
Una etapa cuyo inicio puso a prueba mi nivel de resistencia, pero que al final fue la mejor de la ruta y tuvo de todo: lagos, volcanes, petroglifos, piedras Vishapakar, puesta de sol… Unos paisajes de película. Y a pesar del frío, el cielo volvió a estar despejado.
ETAPA 5: VANK LAKE – GOGHT / 14km / 3,5 horas
Al día siguiente me desperté a las 7h tras otra noche en la que me costó mucho dormir. Y eso que hizo un tiempo perfecto, sin nada de viento y apenas frío (a pesar de la altura). A mi alrededor no paré de escuchar a los ratones/topos correteando y royendo cosas, y algún que otro pájaro. En fin, desayuné unas galletas de chocolate, y cuando el sol apareció tras las montañas recogí las cosas, por si aparecía algún grupo de turistas madrugadores y me encontraba allí. No tardé mucho, y a las 8h ya estaba en marcha.
La última etapa consistió en bajar de las montañas hasta Goght, la primera población donde podría conseguir transporte público. Para ello seguí una pista de tierra, aunque había muchas partes cubiertas de piedras que me dejaron los pies destrozados. Al principio caminé a buen ritmo, con el Monte Ararat vigilándome desde la distancia. A mi alrededor pájaros revoloteando (incluido un águila enorme), mariposas, saltamontes… Y un paisaje desierto, con hierba amarilla y arbustos llenos de frutos de color rojo.
El momento estrella del día fue cuando llegué al borde del Cañón del Río Azat, con el Monasterio de Geghard al fondo y el Monte Ararat. Una espectacular escena que no me esperaba. Comencé la jornada con chubasquero y camiseta térmica, pero a medida que fui perdiendo altura me fui quitando ropa y acabé en manga corta. Y es que fueron nada menos que 1.000m de desnivel. Por suerte solo me encontré un campamento con perros, pero la pista pasó lo suficientemente lejos como para no llamar la atención. El resto de la etapa continué bajando a buen ritmo, esquivando piedras, y llegué a la carretera principal, en las afueras de Goght. Lo había conseguido…
La verdad es que estaba realmente contento y orgulloso. Había superado una ruta tremendamente exigente. Pasando largas noches solo dentro de mi minúscula tienda, en medio de la nada; soportando frío; cubriendo casi 100 kilómetros por todo tipo de terrenos y desniveles; subiendo cumbres por encima de los 3mil metros de altura; comiendo mal… Tenía los pies con ampollas, los labios abrasados por el sol, y unos kilos de menos. Pero a cambio había vivido aventuras únicas. Más tarde, cuando explicaba a los lugareños lo que había hecho, me miraban con caras de incredulidad…
CONCLUSIÓN
Mi ruta por los Montes Geghama fue sin ninguna duda lo más extremo que hice en Armenia. Es una región fascinante, alejada de la civilización, donde puedes encontrar volcanes extintos, petroglifos milenarios y campamentos de nómadas Yazidis. Y no te cruzarás con otro turista durante días. Aunque no es un lugar para principiantes, y solo te recomiendo internarte en estas montañas de forma independiente si estás habituado a realizar rutas de alta montaña en modo autosuficiente. De lo contrario, hay varias agencias locales que organizan excursiones a precios asequibles. El tramo del TCT que recorre los Montes Geghama se puede cubrir en una semana, pero mi variante de 5 días me permitió ver petroglifos y piedras Vishapakar, y finalizar a escasa distancia de Yerevan.
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