Explorando en moto el río Mekong, y paseando en barca por los alrededores del Triángulo de Oro, con desembarco en un mercado de Laos
El Mekong es uno de esos ríos míticos que todo viajero sueña con navegar una vez en la vida. Igual que ocurre con otros como el Nilo o el Amazonas. Nace en la meseta del Tibet, y durante 4.350km recorre varios países del Sudeste Asiático formando fronteras naturales, hasta desembocar en Vietnam. Lo ideal hubiera sido subirme a una embarcación y surcar sus aguas durante varios días. Pero ni tenía tiempo, ni estaba en el lugar adecuado. Así que me conformé con un recorrido en moto siguiendo su orilla, contemplando el paisaje desde diferentes miradores. Y una breve excursión en barca en el Triángulo de Oro.
PREPARATIVOS DE LA JORNADA
Cuando mi alarma me despertó a las 8h estaba destrozado, tras una noche horrible en la Gin’s Guest House de Chiang Saen, durante la que dormí con cuentagotas. Tanto que decidí cambiar de hotel nada más acabar de desayunar. Pero una vez en pie le estuve dando vueltas al asunto. El cambio implicaría perder tiempo. Y tenía unas ganas enormes de ponerme a explorar nuevos lugares. Así que opté por quedarme, y ya veríamos qué pasaba. A lo mejor la actividad frenética de los karaokes durante la noche anterior fue algo excepcional (una boda, o algún tipo de celebración).
Para venirme arriba, decidí pegarme un buen desayuno en la propia guesthouse. Y cayó un banana pancake, acompañado de un café. Todo muy bien, servido por la simpática cría encargada. Aunque el desayuno que elegí incluía un zumo de naranja que nunca llegué a recibir.
Otra cosa por la que se salvó el hotel es que ofrecía alquiler de motos. Y necesitaba una para moverme por la zona. Así que hablé con la niña, y en cuestión de minutos ya estaba otra vez conduciendo, en busca de aventuras. Sin acordarme para nada de la nefasta noche de insomnio… Hay que intentar ser positivo.
RECORRIENDO EL RÍO MEKONG
Mis planes para el día consistían en conducir por una carretera secundaria que durante 65km serpentea junto al río Mekong en dirección este, hasta llegar a Chiang Khong. Y la verdad es que me lo pasé en grande. Mi moto era casi idéntica a la que alquilé en Mae Salong, así que no me tuve que preocupar de la conducción, desenvolviéndome como si hubiera ido en moto toda mi vida.
Al principio, me desvié de la ruta principal para visitar el Wat Pha Ngao, ubicado en la cima de una colina, en las afueras de Chiang Saen. Poco que destacar del templo, con una stupa de mármol de color blanco impoluto. En cambio, las vistas del río Mekong y los alrededores eran impresionantes. Lástima de una ligera bruma que no ayudaba nada a sacar buenas fotos.
El resto del trayecto, conduje a ritmo tranquilo, atravesando lugares realmente bonitos. Campos de cultivo de color amarillo o verde, con lugareños trabajando (los cuales me saludaban al verme); pequeñas poblaciones con casas de madera; miradores con alucinantes panorámicas del Mekong… Y yo parando a mi antojo para sacar fotos y admirar cada detalle. Según me acercaba a Chiang Khong, el paisaje cada vez era más agreste, con enormes rocas obstaculizando el curso del río, espesa vegetación en las orillas, y barquitas tradicionales. Todo rodeado de una atmósfera de paz y soledad total, sin turistas en los alrededores.
BREVE PARADA EN CHIANG KHONG
Esta remota población tiene una actividad importante. A diferencia de Chiang Saen, aquí cualquier ciudadano pude tomar un ferry y cruzar el Mekong hasta el pueblo de Huay Xai, ubicado en territorio de Laos. Donde es relativamente sencillo obtener un visado para continuar visitando el país. Gracias a su cercanía con Laos, Chiang Khong es un ajetreado centro comercial, al que también acuden las Hill Tribes de los alrededores.
Pero como no tenía intención de cruzar a Laos, ni quedan restos arqueológicos de interés en el pueblo, me dirigí al restaurante de la Rim Nam Guest House, y me senté a comer en una mesa de su bonita terraza exterior, ubicada junto al río, con unas vistas perfectas. Allí me pedí un Garlic Pork, acompañado de arroz y una Pepsi. El servicio, amable y eficiente. Aunque por enésima vez tenía todo el lugar para mí solo, y no hubiera estado mal comer junto a alguna familia de lugareños con los que intercambiar experiencias.
Para regresar a Chiang Saen, utilicé la carretera principal, menos panorámica, pero más directa (me ahorré 13km). Y el trayecto fue toda una aventura. Como quería aprovechar la jornada y visitar más lugares, puse la moto a máxima velocidad. Y me tuve que enfrentar a numerosos obstáculos. Un sol cegador justo frente a mí (y yo sin gafas de sol); un fuerte viento en contra; insectos y pequeñas piedras golpeando mi cara (los inconvenientes de no llevar casco con visera); un asfalto irregular y lleno de baches peligrosos…
Y por si fuera poco, una larguísima columna de camiones que transportaban arena, a los que tuve que ir adelantando uno a uno. Levantaban espesas nubes de polvo que creaban una atmósfera infernal. Y aun así, me las arreglé para mantener un ritmo alto. Eso sí, en una ocasión estuve a punto de irme al suelo, y la suerte me salvó de una situación de consecuencias imprevisibles…
De camino paré un rato para visitar una aldea tradicional y tomarme un respiro. Los lugareños vestían ropa negra, con coloridos bordados azules y rosas en mangas y cuello. Y estuve entretenido viendo un colegio (con graciosos niños en los alrededores), casas tradicionales, algún puesto de comida… Como siempre, la gente muy amable conmigo, permitiéndome sacar fotos sin poner mala cara… Una vez en Chiang Saen, continué conduciendo hacia el norte, hasta el siguiente punto de interés del día.
EL TRIÁNGULO DE ORO
Sop Ruak se trata de una pequeña población ubicada 9km al norte de Chiang Saen, que ha sido designada por la industria turística como el centro oficial del Triángulo de Oro. La gracia es que está situada en el punto exacto donde confluyen los ríos Ruak (el que pasa por Mae Sai) y Mekong. Y desde diferentes miradores se pueden sacar fotos donde aparecen los territorios de tres países diferentes: Tailandia, Laos y Myanmar.
Pero el término Triángulo de Oro hace referencia a una zona mucho más extensa, que abarca unos 200mil km2 de los tres países. Se llama así porque es uno de los puntos calientes del planeta en cuanto al comercio de opio y heroína. Tuvo su apogeo durante la Guerra de Vietnam. Y aunque en la actualidad la producción ha caído notablemente en Tailandia, gracias a la presión del gobierno, no es menos cierto que la vecina Myanmar continúa a pleno rendimiento. Y es el segundo productor de Asia por detrás de Afganistán.
En cuanto a Tailandia, no tienen cultivos a gran escala. Pero colaboran activamente en el comercio, acogiendo refinerías; y dando salida al producto desde Bangkok a los mercados internacionales. Con esta situación, la zona goza de una relativa tranquilidad durante el día. Pero no es nada aconsejable deambular en solitario por la noche, pues se corre el riesgo de topar con personajes indeseables.
El caso es que tras admirar las vistas, no me quedaba mucho más que hacer en Sop Ruak. Pero en estas apareció un barquero local que me ofreció un paseo por el río Mekong, para recorrer en lancha los alrededores hasta la puesta de sol. La verdad es que no lo había previsto, pero hubo dos aspectos que me hicieron aceptar la oferta. El precio era realmente barato (400 Baths por una hora de excursión, mucho más económico de lo que pensaba). Y eran los mejores momentos del día para sacar fotos, con una luz dorada envolviéndolo todo. Así que subí a la lancha, y en cuestión de minutos ya estaba surcando las aguas del mítico río.
La excursión estuvo genial. Todo un cúmulo de sensaciones. La lancha pasó por delante de un enorme casino construido en tierras de Myanmar (muy conveniente, ya que en Tailandia está prohibido el juego). Dio la vuelta a una isla ubicada en el centro del río. Y siguió a lo largo de la orilla situada en tierras de Laos, donde disfruté contemplando bosques espesos; niños pescando; un grupo de jóvenes monjes budistas jugando en el agua; exóticas barcazas surcando el río (vi una con bandera de Laos y un habitáculo construido con precarios tablones que ni se cómo flotaba).
CAMINANDO POR LAOS
Pero el barquero me tenía reservada una sorpresa. De repente, paró en un punto de la orilla, y me invitó a bajar de la lancha y pisar suelo laosiano. Por lo visto, para una visita de un día no hacía falta tramitar un visado. Con pagar una tasa de 20 Baths era suficiente. Así que le pagué a un funcionario ubicado junto al punto de desembarco; subimos por unas escaleras, pasando bajo una enorme bandera de Laos; y llegamos hasta un mercadillo, formado por varios puestos que vendían souvenirs.
Como no acostumbro a comprar nada en estos lugares, me dispuse a realizar una visita rápida y regresar a la lancha para continuar explorando el río. Pero lo que vi en aquel lugar me dejó con la boca abierta, y al final acabé quedándome mucho más tiempo del previsto. Primero, los recuerdos que vendían en algunos puestos. Yo me esperaba artesanía local de madera, colgantes, ropa tradicional… Pero no botellas de whiskey de diferentes tamaños… ¡con cobras y escorpiones dentro! Pobres animales. Cuesta imaginar quién puede estar interesado en este tipo de souvenir de Laos…
Y la cosa no acabó aquí. Al final del mercado, vi un rudimentario cartel que tenía escrita la palabra “Bear”, junto a una flecha. Como era difícil de creer, le pregunté a mi barquero, y sin dudarlo me condujo hasta un lugar donde había una jaula desvencijada, y en su interior… ¡un Sun Bear! Un magnífico ejemplar de oso, de pelaje negro, con la cara de color marrón claro, al igual que su característico dibujo esférico en el pecho. Según el barquero, se lo habían “encontrado” en los alrededores, y lo tenían allí guardado. Aunque estoy seguro que no funcionaba mal como reclamo para atraer turistas al mercadillo, y obtener un dinero extra.
Qué pena me dio aquel animal. El pobre no paraba de repetir una y otra vez los mismos movimientos, balanceando la cabeza arriba y abajo, y moviéndose en círculo (signo evidente de sufrimiento). Un ser que se caracteriza por su inteligencia y necesidad de amplios territorios, condenado a ver pasar el tiempo en un reducido habitáculo, recibiendo continuas visitas de hordas de turistas. A saber cuánto tiempo llevaba allí. De vez en cuando, mordía los barrotes para intentar escapar.
En una de estas le saqué una foto de pie, con las zarpas apoyadas en los barrotes, y el morro sobresaliendo entre ellos. Y tenía una cara de tristeza que me rompió el corazón. Sus ojos lo decían todo. Una imagen que me dejó bastante afectado el resto de la jornada. Ojalá pudiera haber hecho algo para salvar a ese oso de un destino más que incierto.
De regreso en la lancha, intenté recomponerme, y disfrutar en la medida de lo posible del trayecto de regreso a Sop Ruak. La verdad es que fue bonito. El sol ya se había puesto, pero todavía quedaba una leve luminosidad en el ambiente, que creaba una atmósfera especial. Las vistas eran preciosas, con las montañas de fondo, una enorme estatua dorada de Buda sentado cerca de la orilla tailandesa… Y llegamos al punto de partida. El barquero se comportó genial, siempre amable y dispuesto a ayudar. Así que le di 20 Baths de propina. Gran excursión en lancha (aunque con final agridulce).
NUEVA CENA AL ESTILO LOCAL
Ya en mi moto, regresé a Chiang Saen, y me dirigí hasta la zona del mercado nocturno de la noche anterior, dispuesto a cenar otra vez, y mejorar en lo posible la experiencia. En parte fue así: esta vez elegí un puesto de comida con unas vistas preciosas del río y los alrededores. Y estaba hambriento. Pero me equivoqué con la comida…
Decidí probar una especialidad local: el Bamboo Chicken/Fish. Consistía en asar pollo o pescado en el interior de gruesas cañas de bambú, y servirlo acompañado de arroz. El problema fue que en el puesto elegido no les quedaba pollo, y tenía que ser pescado. Y acabé accediendo, pues a las malas me haría una foto curiosa junto a la caña de bambú. Craso error: tan solo me dieron el contenido del bambú (sin la caña), servido en un plato. Y aquello era pescado puro y duro, lleno de espinas, y con un sabor bastante corriente. Vamos, que me dejé gran parte del pescado. Para acompañar, una Coke. Por suerte, en otro puesto pude quitarme el mal sabor de boca con un pancake de plátano. Delicioso…
Ya en el hotel, a eso de las 21h, comprobé que lo ocurrido la noche anterior con los karaokes no fue casualidad. Y comenzaron a escucharse de nuevo los berridos de los primeros lugareños. Qué desastre… Otra noche de ruido hasta altas horas de la mañana…
Menos mal que decidí tomarme las cosas con filosofía, y me dediqué a leer y escribir, ignorando el ruido exterior. Es más, lo suyo hubiera sido acercarme a alguno de los locales y tomarme un par de cervezas, en busca de escenas graciosas. Pero no me acabé de animar. Más tarde, como estaba tan cansado tras dos jornadas intensas y una noche de insomnio, caí rendido en mi cama. Y apenas me enteré de lo que sucedía fuera.
CONCLUSIÓN
El río Mekong es otra visita imprescindible en una ruta por el norte de Tailandia. Te aconsejo no limitarte solo al clásico paseo en barca alrededor del Triángulo de Oro. Alquila una moto y recorre su orilla hasta cansarte. Verás como el río cambia de apariencia constantemente. Y de regalo, podrás disfrutar de un gran paisaje y poblaciones rurales realmente auténticas.
Si te gustó el post, dale al like (el corazón que hay en la parte superior), deja un comentario con tu opinión, y sígueme en redes sociales