Recorrido de 2 días en moto por los alrededores de la antigua capital del opio, conociendo a las Hill Tribes
Hablar de Mae Salong en Tailandia evocará imágenes de un turbio pasado. En el que esta población, ubicada en las montañas, a más de 1.100m de altura, era el epicentro del comercio de opio que tenía lugar en esta zona fronteriza, conocida como Triángulo de Oro. Y estaba controlada por un grupo de guerrilleros chinos al margen de la ley, que campaban a sus anchas. Con este panorama, no es de extrañar que el turismo brillara por su ausencia hasta hace relativamente poco.
Actualmente, Mae Salong se trata de un sitio totalmente seguro, que constituye una muy buena base para explorar las aldeas donde habitan los diferentes grupos étnicos locales, conocidos de forma genérica como Hill Tribes.
VIAJE THA TON – MAE SALONG
Desde mi llegada a Tailandia, cada mañana me había costado horrores salir de la cama y comenzar la jornada. Pero cuando sonó mi alarma a las 7h en mi lúgubre habitación del hotel de Tha Ton, en cuestión de minutos ya estaba saliendo por la puerta, en busca de aire limpio y nuevas aventuras.
A esas alturas ya había decidido qué hacer: quería visitar más aldeas tradicionales, pero desde una población diferente, a la que llegaría por carretera en transporte público. Así que me dirigí a la terminal de autobuses. Al cruzar el puente sobre el Mae Nam Kok, me encontré con una fila de monjes budistas (con togas naranjas y descalzos), que como cada mañana, paseaban por el pueblo pidiendo limosna. Cada uno con un recipiente, donde los lugareños depositaban alimentos. Curiosa imagen…
En la estación, subí al sawngthaew que iba a mi destino. Y a la hora prevista partimos a buen ritmo. El trayecto duró hora y media, recorriendo 40km hacia el noreste, por una carretera que discurría paralela a la frontera con Myanmar. Desde mi ventana, el paisaje estaba formado por una continua sucesión de escarpadas montañas y espesos bosques de un verde intenso. Muy entretenido. Curiosamente, a mitad de camino tuve que cambiar de vehículo, pero no perdí mucho tiempo, así que no me disgustó. Incluso me vino bien, pues aproveché para desayunar, comprando en una tienda unas magdalenas chinas y un zumo de melón.
ALOJAMIENTO: SHIN SAE GUEST HOUSE – 200 Baths/Noche
*Puntos a favor: bonito bungalow, espacioso y con un pequeño balcón exterior; cama doble muy cómoda, equipada con nórdicos para combatir el frío; limpieza impecable; ubicación céntrica; encargado amable y eficiente; precio (con servicio de lavandería gratuito).
*Puntos en contra: lavabo algo destartalado.
Tras la espina de la jornada anterior, esta vez no tenía ganas de jugármela, y elegí la mejor opción disponible del hotel que recomendaba mi guía. Porque había habitaciones a 50 Baths la noche. Increíble. En cuestión de minutos ya estaba instalado en mi bungalow, y listo para visitar lugares de interés.
EL PASADO DE MAE SALONG
La historia de esta población, ubicada en la provincia de Chiang Rai, no tiene desperdicio. Fue fundada en 1962 por una facción del Kuomintang (KMT), el ejército nacionalista chino, que fue derrotado por las tropas comunistas de Mao Zedong durante la Guerra Civil China. En lugar de rendirse como la mayoría de sus compañeros, estos soldados se instalaron en las montañas fronterizas, y desde allí lanzaban ataques a la vecina provincia de Yunnan, con el beneplácito del gobierno Tailandés (y por supuesto, la CIA), contrarios a que el comunismo se extendiera por el norte del país.
El KMT no tardó en hacerse con el control del lucrativo comercio local de opio para financiar sus actividades. Y hasta los años 80 el área en torno a Mae Salong fue una zona especialmente anárquica y peligrosa, aislada del resto del país por su terreno agreste y ausencia de carreteras.
Pero hoy día las cosas han cambiado: las plantaciones de opio casi han desaparecido, siendo sustituidas por plantaciones de té; se construyó una carretera de acceso al pueblo; e incluso se ha modificado su nombre, que ahora es Santikhiri («colina de la paz»), para intentar hacer olvidar la nefasta fama del lugar. Lo único que recuerda a sus orígenes es el aspecto del pueblo, con casas y gentes de rasgos chinos, como si uno estuviera paseando por un rincón de la provincia de Yunnan.
ALQUILANDO UNA MOTO
Ahora solo me faltaba un vehículo para explorar la zona. Y las opciones eran mountain bike o moto. Pues al final, tras muchas dudas, al enterarme que mi guest house alquilaba motos, decidí tirarme a la piscina y hacerme con una durante dos días. A priori una auténtica locura, ya que no había conducido una moto por la calle en toda mi vida. Pero es que con una mountain bike no podría llegar a muchos sitios, y acabaría destrozado.
De todas formas, en su día estuve preparándome para obtener el permiso de conducción de motos grandes. Incluso me llegué a presentar una vez al examen, tras realizar un buen número de prácticas. Así que de algo me acordaría. Además, la moto que me dieron en la guest house era automática y muy ligera, mucho más sencilla de manejar que la que utilicé en mis prácticas. Lo gracioso fue que no me pidieron mostrar ningún tipo de permiso de conducir (español o internacional); o firmar algún documento; ni me dieron casco; ni me ofrecieron algún seguro de accidentes… Vamos, igual que en Europa. Y el precio realmente irrisorio: 200 Baths al día. ¡4 euros!
Un empleado de la guest house me explicó brevemente el manejo básico de la moto: arranque, acelerador/freno, depósito de gasolina… Me subí. Y me puse en marcha. Los inicios no fueron muy prometedores, y me costaba dominar la moto. Así que fue hilarante cuando me giré para decirle al empleado que todo iba bien, y le vi mirándome con una cara que era todo un poema. Entre sorpresa ante mi torpe conducción, y dudas sobre si dejarme marchar con su moto, ahora que aún estaba a tiempo de detenerme. Después lo recordaba y me partía de risa…
El caso es que no fue sencillo adaptarme a la conducción de la moto. Al principio iba tremendamente nervioso, muy despacito. Y al poco ya me tuve que enfrentar a unas fuertes pendientes, con el corazón en un puño. Realmente peligroso. En las subidas corría el riesgo de abrirme demasiado en las curvas y encontrarme otro vehículo de cara. Y en las bajadas los frenos echaban humo, para no coger demasiada velocidad. Menuda aventura…
DESCUBRIENDO LAS HILL TRIBES
En la guest house me dieron una copia de un mapa artesanal donde se indicaba la ubicación de muchas de las aldeas tradicionales de interés. Pero para empezar, decidí seguir una ruta que me copié de un libro durante mi estancia en Chiang Dao, y que tenía muy buena pinta.
Lo cierto es que las cosas no me salieron del todo bien. La parte positiva fue que pude visitar dos bonitas aldeas Akha, con multitud de detalles interesantes: casas tradicionales, sobre pilones de madera y con techo de paja; chiles secándose al sol; hombres cortando ramas de bambú; mujeres tendiendo la ropa… En una de las aldeas me encontré a una abuela encantadora, con la cara totalmente arrugada, y vistiendo el atuendo típico de los Akha: gorro decorado con monedas; collares; delantal de tela; y calentadores de vivos colores. Me dejó hacerle una foto sin problema, mientras estaba a punto de fumarse un cigarro artesanal.
Aunque la mejor foto de Akhas la obtuve en las afueras de Mae Salong, al poco de iniciar la ruta. Cuando pasaba al lado del mercado diario y vi a un grupo de 6 ancianas con atuendos espectaculares: gorros con tiras de enormes bolas a los lados, todo tipo de collares, vestidos negros con mangas multicolores, calentadores… Sin bajar de mi moto les pedí permiso para fotografiarlas, a lo que se prestaron amablemente, y sin pedir nada a cambio.
A destacar también los magníficos paisajes de la zona, con montañas, profundos valles, espesos bosques, plantaciones de té decorando las laderas…
La parte negativa fue que no pude seguir la ruta prevista, pues no había indicaciones. Y cuando intenté preguntar a algún lugareño, me encontré con que su inglés era muy limitado. Así que acabé recorriendo una carretera asfaltada hacia el norte durante 28km, hasta llegar a Ban Thoet Thai, una población moderna y sin interés, famosa durante los años 70 y 80 por ser el cuartel general de Khun Sa, el señor del opio. Apenas paré un momento para comprarme unas Yunnan Sausages y regresar a Mae Salong. Mi idea era salirme de la carretera y tomar algún desvío para visitar más aldeas. Pero fue totalmente imposible, así que aparecí de nuevo en el punto de partida.
Otra gran sorpresa fue el clima de la zona. Yo iba con mi chaqueta de manga larga, pensando que era más que suficiente. Pero no estaba preparado para hacer frente al terrible frío que hacía. En alguna ocasión atravesé zonas cubiertas de niebla, y tenía manos y cara congeladas. No me lo esperaba para nada. Aunque el hecho de que Mae Salong esté ubicada a 1.150 metros de altura, rodeada de montañas, me debería haber hecho sospechar algo…
Ya de regreso en Mae Salong, decidí tomarme un descanso y comer algo, en un restaurante chino. No me costó mucho adaptarme a la gastronomía local, pues pedí un Pork Fried Rice, acompañado de una Coke. Plato delicioso y abundante. Después de comer, estuve paseando un rato entre los puestos del Tea Market, donde grupos de coloridas lugareñas (principalmente Akha) vendían artesanía, alimentos, etc… También había tiendas que vendían infinidad de variedades de té y todo tipo de hierbas chinas. La verdad es que había bastante tráfico de furgonetas con turistas asiáticos que venían a visitar el mercado. Pero no molestaban.
EN MOTO POR PISTAS SIN ASFALTAR
Ahora tocaba una nueva sesión de moto para visitar más Hill Tribes de la zona. Así que llené el depósito (¡1,5 euros!), eligiendo entre gasolina de 91 y 95 octanos. Y me dirigí por carretera en dirección a Tha Ton, siguiendo las indicaciones de mi mapa. Lo bueno es que ya tenía experiencia conduciendo mi moto, e iba mucho menos nervioso. Suerte, porque la ruta me obligó a tomar un desvío, y continuar por un sendero sin asfaltar que puso a prueba mis habilidades. De vez en cuando atravesaba zonas de grava que en una ocasión estuvieron a punto de enviarme al suelo (ni se cómo lo evité, derrapando y ayudándome con el pie, como si fuera todo un profesional). Genial.
Antes de las aldeas previstas, llegué a lo que parecía un campamento militar (había banderas del país y escudos con curiosos símbolos). No sé si era ejército normal o algún tipo de cuerpo especial para la lucha contra el contrabando con Myanmar. Pero el caso es que yo al principio me puse bastante nervioso, pues estaba completamente solo y no sabía qué me podía encontrar allí (¿sería el asentamiento de alguna guerrilla que operaba en la zona?). Por suerte, salió a mi encuentro un tipo de rostro serio, con un uniforme que parecía de boy scout (sombrero ridículo y pañuelo anudado al cuello), y estuvimos charlando un buen rato. Bueno, charlando es un decir, porque su inglés era pésimo. Pero hubo buen rollo, le saqué una foto y continué mi camino.
Más tarde me encontré con un grupo de niños que jugaban tirándose por una pendiente deslizándose sentados en un trozo de plástico. Se lo estaban pasando en grande, y estuve unos minutos con ellos, sacándoles fotos y enseñándoselas. Eran graciosísimos. A continuación visité dos aldeas tradicionales más. No es que fueran espectaculares, pero me permitieron observar detalles del día a día de estas gentes:
1. Aldea China, con un gracioso cartel en la entrada escrito con caracteres chinos. Aquí vi ancianos con gorros de lana; mujeres cocinando en pequeñas fogatas frente a sus casas; casas escondidas entre la vegetación…
2. Aldea Lahu, con precarias viviendas con techos de paja, cerdos y gallinas por todas partes; un hombre fumando de forma muy curiosa (ponía el cigarro en un fino bambú, conectado a otro más ancho por el que aspiraba el humo); un grupo de lugareños colaborando en el asfaltado de un tramo de pista… La gente no se sentía muy cómoda frente a mi cámara, pero pedí permiso con educación y no tuve problemas para fotografiarles.
El regreso a Mae Salong fue épico. Recorriendo pistas de tierra; cruzando zonas de espesa niebla, que me mojaba y hacía muy difícil continuar por la carretera sin salirme de mi carril; a punto de hacerse de noche; y pasando un frío terrible. Estaba congelado. Pero al mismo tiempo tremendamente feliz, tras una jornada única. Este es el tipo de aventuras que busco en mis viajes, y que compensan con creces cualquier inconveniente.
Ya en mi hotel, dejé la moto aparcada, y caminé hasta el mismo restaurante chino donde comí, para rematar la jornada con una buena cena. Por segunda vez en mi viaje, decidí probar una especialidad local. Pero al igual que me pasó el día anterior con las gambas, fracasé estrepitosamente. Pedí pollo negro al vapor con hierbas chinas. Un plato de nombre realmente sugerente. Pero cuando me lo trajeron me di cuenta de mi error. Era un bol grande con una especie de sopa. Es cierto que el pollo era negro, porque allí estaba la piel para corroborarlo. Pero aparte de piel y huesos, la carne brillaba por su ausencia. En cambio, muchas verduras, incluido ginseng (que no había probado nunca). En fin, para acompañar el plato, arroz y agua. Estaba claro que no podía salirme de mi fried rice…
El retorno a mi hotel no estuvo exento de aventuras. Por lo visto, se fue la luz del pueblo, y tuve que caminar un kilómetro siguiendo la carretera en la oscuridad más absoluta, rodeado de niebla. Muy peligroso. Así que cuando pasaba algún vehículo, aprovechaba sus luces para correr y avanzar un trecho con visibilidad. Qué momentos… Ya en mi habitación, como la luz no volvió hasta altas horas de la noche, estuve un rato escuchando música con mi Ipod, y caí rendido. Tapado con mis comodísimas mantas nórdicas, y rodeado de una atmósfera de paz y tranquilidad absoluta. Una jornada de diez.
DESAYUNO EN UN MERCADO
Al día siguiente mi alarma sonó a las 5.30h, pues la idea era visitar el Mercado Matinal, que tiene lugar a corta distancia de mi hotel entre las 5h y las 7h. Pero vi que en el exterior todavía era de noche, y hacía un frío importante, así que decidí quedarme en la cama hasta las 6.30h.
Ya en la calle, pude comprobar que el mercado no tenía nada de especial: ni había lugareños con atuendos coloridos, ni se vendían objetos destacables, ni había buena luz para sacar fotos decentes… Tan solo algunos puestos de madera, y una zona cubierta con alimentos. Así que mi visita acabó bastante pronto.
La única utilidad del mercado fue disfrutar de un delicioso desayuno en un comercio callejero: 3 donuts chinos (llamados pàa thawng koh) y un vaso de leche de soja caliente. Sentado en un banco de madera, mientras a mi alrededor la gente iba y venía, con sus compras en la mano. Me encantó la experiencia. Probando comida típica como un lugareño más, alejado de los circuitos turísticos. De regreso en mi habitación, como todavía era muy temprano para salir en moto, estuve escribiendo y leyendo hasta las 9h.
SEGUNDO DÍA VISITANDO ALDEAS
He de reconocer que me dio una pereza tremenda salir de la habitación y ponerme a los mandos de mi moto rumbo a lo desconocido. Hacía un frío tremendo, y mi cuerpo estaba agarrotado. Pero como siempre, me armé de moral y me puse en marcha. Por suerte, dos cosas jugaron a mi favor: a estas alturas me sentía muy cómodo en la moto, sin tener que preocuparme por la conducción. Y pude orientarme perfectamente con el mapa que me dieron en la guest house, recorriendo sin problema diferentes pistas sin asfaltar. Estas fueron mis visitas:
1. Aldea Akha, escondida en medio de la selva, envuelta en la niebla, con sus casas tradicionales sobre pilones y tejados rematados con cuernos de madera. La verdad es que el lugar estaba bastante vacío, pues sus habitantes o bien habían salido a trabajar, o estaban a buen recaudo en el interior de sus viviendas protegiéndose del frío que todavía apretaba. Aun así, pude fotografiar a una mujer con su hijo en la espalda (el cual vestía el gorro típico); búfalos de enormes cuernos; una perra amamantando a sus cachorros…
2. Aldea Lahu, tras enfrentarme a una empinadísima pendiente que puso a prueba mis habilidades con la moto. De nuevo me encontré el lugar algo desierto, pero me mantuve entretenido viendo casas con paredes de bambú y techo de paja; una joven con una cara preciosa, a la que pude fotografiar… Al igual que el día anterior, la gente era muy amable conmigo, y no me sentí para nada como un intruso en sus vidas.
3. Otra aldea Lahu. Esta vez me centré en el área alrededor de una rudimentaria iglesia, donde había bastante gente, sobretodo madres con pañuelos de cuadros en la cabeza, y sus críos jugando cerca de la entrada (era domingo y no hay colegio). Me quedaron unas fotos muy buenas.
La gran sorpresa fue que, tras esta última visita, pude encontrar el camino correcto que me llevó hasta el pueblo de Ban Klang (de nuevo atravesando la selva por una pista sin asfaltar y recorriendo lugares inhóspitos). Y de allí regresé fácilmente hasta Mae Salong, por la carretera principal, parándome a fotografiar pintorescas plantaciones de té, que se extienden por los alrededores del pueblo. Mi premio: un delicioso Café Mocha en una bonita cafetería tipo Starbucks, ubicada en las afueras del pueblo. Allí me pude relajar, disfrutando de una atmósfera tranquila. Hasta que llegó un ruidoso grupo de turistas asiáticos que invadió el local, y me largué de allí a toda pastilla.
Después estuve un rato paseando por el Tea Market, fotografiando los curiosos productos que allí se venden: tazas de té decoradas con elaborados dibujos representando escenas de la mitología china; bolsas de hierbas; alimentos exóticos; artesanía Akha… La verdad es que podía haber comprado algo, pero resistí la tentación.
EXPLORANDO MÁS HILL TRIBES
A continuación, me subí de nuevo a la moto, y continué recorriendo los alrededores. Con los siguientes lugares a destacar:
1. Aldea China. Para variar, ambiente desértico. Me gustaron las casas tradicionales, con puertas flanqueadas por caracteres chinos; y unos graciosos niños que correteaban por allí.
2. Cima del Doi Mae Salong, el pico más alto de la zona, que se eleva hasta los 1.200 metros. La verdad es que una vez allí, el frío era tremendo. No paraba de temblar. Y encima había un templo muy moderno y sin interés. Pero las increíbles vistas de los alrededores compensaron el esfuerzo (eso sí, envueltas en la niebla). Tras bajar de la montaña, me dirigí a la zona donde estuve la tarde anterior, pues me habían quedado un par de aldeas sin visitar.
3. Aldea Akha: con una ubicación espectacular, rodeada de espesa selva. De nuevo vi más ejemplos de casas tradicionales; gallinas y cachorros de perro campando a sus anchas; un simpático crío con gorro típico… Un lugar precioso.
4. Aldea Lisu: aquí la experiencia inicial no fue muy prometedora. Nada más verme, un grupo de chicas se abalanzó sobre mí gritando sin parar “Lisu, Lisu!” e intentando venderme todo tipo de artesanía local. Yo me las intenté quitar de encima de forma educada, pero no había manera y me seguían a todas partes. Vamos, justo lo que me temía que me iba a encontrar en cada pueblo de esta zona de Tailandia. Me sentía como un turista alemán cualquiera…
En estas, una de las chicas (guapísima, con una larguísima melena negra y un niño a la espalda) me invitó a seguirla y me llevó a un mirador desde el que se podía contemplar una magnífica panorámica de las plantaciones de té de los alrededores. Además, el resto de chicas desapareció, y ya solo tenía que lidiar con una. Así que final, zanjé el tema rápido: le compré un par de pulseras de aspecto bastante moderno, pero que solo me costaron 10 Baths. Y le pagué 5 Baths por sacarle alguna foto con su hijo.
Tras esta presión inicial, el resto de la visita al pueblo fue de lo más plácido, paseando entre sus viviendas sin recibir ni un solo comentario. Aquí las casas tradicionales eran diferentes a lo que había visto hasta ahora. No estaban elevadas sobre pilones de madera; sus paredes eran de tablones de madera o bambú entrelazado; y eran mucho más amplias y bajas, con tejados de paja. Además, lo bueno es que aquí sí que había bastantes lugareños en el exterior, dedicados a sus tareas diarias: mujeres tejiendo y bordando; o esparciendo cacahuetes en una tela para secarse al sol; familias charlando alrededor de una hoguera… Al final fue uno de los pueblos que más disfruté, y donde saqué mejores fotos. Incluso el tiempo acompañó, con un solecito realmente agradable. Con lo mal que comenzó todo…
De regreso en Mae Salong, mi idea era explorar dos aldeas Akha más. Pero tras dos intentos fallidos, en los que no pude dar con el sendero correcto, y ver que ya eran las 16h y tenía bastantes fotos de miembros de esa etnia, decidí poner punto final a las visitas del día, y volví a la cafetería de la mañana, para disfrutar de un Café Mocha grande. Tras el paso del grupo de turistas, de nuevo se respiraba la calma, y pude relajarme con las fantásticas vistas (montañas, plantaciones de té…) justo antes de la puesta de sol. Sencillamente genial. Y qué bien sienta una bebida caliente tras pasar un frío importante…
Más tarde, regresé a mi hotel, y devolví la moto. Me había proporcionado dos grandes jornadas, con una sensación de libertad total. Parando donde me daba la gana para sacar fotos, atravesando la selva, encarando peligrosas pendientes… No tardaría mucho en repetir. A continuación me senté a leer en la terraza cubierta del hotel, mientras saboreaba un par de tazas de té cortesía de la casa.
CENA: SALEMA RESTAURANT
Para cenar, decidí acercarme a este restaurante chino, similar al del día anterior. Como soy bastante cabezón, por tercera vez consecutiva opté por pedir un plato típico local, en lugar de ir a lo seguro (a pesar de los fiascos recientes). Pero por suerte esta vez acerté: Fried Chicken acompañado de verduras, setas y arroz (un plato tradicional de Yunnan), regado con té. Estaba delicioso, y por fin me pude quitar la espinita que tenía clavada. Además, el servicio realmente agradable.
De regreso en mi habitación, estuve escribiendo, leyendo mi guía. Y me preparé para una noche de sueño más que merecida.
CONCLUSIÓN
Mae Salong me parece un lugar perfecto para pasar un par de días descubriendo por libre las aldeas donde viven las Hill Tribes. Solo necesitarás alquilar una moto, y hacerte con un mapa de la zona. El resto lo pones tú. Y de paso, escaparás del calor agobiante que se sufre en algunas zonas del norte de Tailandia. No estuve en otros alojamientos, pero la Shin Sae Guest House me pareció una opción fantástica para pasar la noche, excediendo mis mejores expectativas.
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