Explorando antiguos hoteles abandonados, entre salas llenas de esculturas y columnas, pasillos oscuros, y refugiados de guerra
Nada hace pensar actualmente que la tranquila población de Tskaltubo fue durante muchos años uno de los destinos turísticos más populares de la antigua Unión Soviética. En la zona hay numerosos manantiales de aguas ricas en minerales, y en los años 50 se construyeron montones de lujosos hoteles para alojar a las miles de personas que acudían en busca de tratamientos para todo tipo de enfermedades. Incluido el propio Stalin, que visitaba Tskaltubo de forma regular. Pero la independencia de Georgia en 1991 y la posterior Guerra de Abkhazia dejaron los hoteles sin clientes, y estos magníficos edificios quedaron abandonados a su suerte.
En los alrededores de Tskaltubo también se pueden visitar cuevas kársticas, como la de Prometeo; o la que hay en la Sataplia Nature Reserve, donde además se conservan huellas de dinosaurio y tramos de espesos bosques.
RUMBO A TSKALTUBO
Para visitar Tskaltubo utilicé como base Kutaisi. El primer día quería aprovechar el tiempo al máximo, así que negocié previamente con un taxista, y a las 9.30h me pasó a recoger a la puerta de Giorgi’s Homestay. El trayecto duró apenas 20 minutos para recorrer los 14km que separan Tskaltubo de mi alojamiento. Y cuando reconocí uno de los hoteles abandonados en la distancia pedí al taxista que me dejara allí. Precio: 10L (poco más de 3€). La jornada había amanecido gris y lluviosa, así que me tocó ponerme el chubasquero. Aunque casi lo agradecí, porque este clima creó una atmósfera todavía más inquietante.
La mayoría de hoteles de Tskaltubo datan de los años 50, y están distribuidos alrededor de un enorme parque ubicado al sur de la población. Actualmente muchas de estas construcciones continúan abandonadas y se pueden explorar sin problema. Aunque las indicaciones brillan por su ausencia, y la ruta implica caminar por el borde del parque e ir probando suerte en los diferentes desvíos. Algunos hoteles son perfectamente visibles; otros están más escondidos y tuve que preguntar para localizarlos.
EL CONFLICTO DE ABKHAZIA
Abkhazia es una región situada en el noroeste de Georgia que desde tiempos de la Unión Soviética había reclamado la independencia. Estas protestas se intensificaron en 1991 tras la desintegración de la URSS, pero el gobierno de Georgia no aceptó negociar, y un año más tarde la situación desembocó en un conflicto armado. Al principio pareció que las tropas georgianas lograban controlar la revuelta. Pero el apoyo militar de Rusia a los separatistas decantó la balanza, y en 1993 se proclamó la República de Abkhazia.
Los efectos de la guerra fueron devastadores para ambas partes: miles de muertos; más de 200mil georgianos expulsados de Abkhazia, donde se puso en marcha una limpieza étnica perfectamente organizada; y numerosas atrocidades. Y total para que la República de Abkhazia haya acabado convertida en una marioneta de Rusia, con una dependencia económica total.
Para visitar Abkhazia es necesario solicitar un permiso especial a su Ministerio de Asuntos Exteriores. El trámite se realiza de forma electrónica y tarda 7 días laborables. Me hubiera encantado explorar esta región, llena de arte soviético y edificios abandonados. Pero durante mi estancia en Georgia una serie de manifestaciones ciudadanas en contra de las continuas injerencias de Rusia provocó que se cerrara la frontera, y de forma excepcional todas las solicitudes eran denegadas.
Si hago mención a este conflicto es porque en 1993 unos 9mil refugiados procedentes de Abkhazia fueron acogidos en algunos de los hoteles abandonados de Tskaltubo, aprovechando el espacio disponible. Pero lo que en teoría iba a ser un alojamiento provisional se acabó convirtiendo en su hogar definitivo. Y hoy día, 25 años más tarde, la mayoría todavía viven allí, en unas precarias condiciones.
LOS HOTELES DE TSKALTUBO
Antes de aparecer en Tskaltubo estuve buscando en internet información sobre los hoteles más interesantes, y me dediqué a rastrearlos uno a uno. Y pasé una jornada sencillamente memorable, caminando por avenidas desiertas; descubriendo espectaculares construcciones rodeadas de vegetación; explorando salas oscuras… Toda una experiencia.
Estos fueron los hoteles que visité, siguiendo el mismo orden en el que los encontré:
1. Hotel Sakartvelo: el primero que vi desde el taxi. Se trata de un edificio enorme, de forma rectangular, y coronado por un letrero con el nombre del hotel. Me acerqué a él siguiendo un estrecho sendero, y pronto me di cuenta que los niveles superiores estaban habitados por refugiados, con abueletes de mirada triste sentados en los balcones, ropa tendida, y estructuras de madera. Así que me conformé con explorar la planta baja, donde encontré una piscina llena de basura con coloridos mosaicos en muy buen estado. En los alrededores había una familia de gatos durmiendo sobre una silla y una vaca pastando. Todo muy surrealista…
No sé si ocurrió durante el sendero o en la piscina, pero cuando me alejaba del hotel comencé a sentir molestias en las piernas (iba en pantalón corto), y descubrí con horror un montón de pulgas que me estaban picando. Tardé un buen rato en quitármelas de encima, y aun así de vez en cuando aparecía alguna. Resultado: piernas llenas de molestos granos que no paré de rascarme durante días.
2. Intourist Hotel: de estructura similar al Sakartvelo. Desde lejos comprobé que estaba lleno de viviendas de refugiados, así que preferí no acercarme.
Hasta llegar al siguiente hotel probé en varios desvíos, y encontré diferentes edificios de cierto interés, aunque en su mayor parte habitados por refugiados. También descubrí un grupo de columnas en ruinas, cubiertas de arbustos. Fue realmente excitante caminar hacia lo desconocido, sin saber qué me esperaba a la vuelta de la esquina.
3. Hotel Medea: uno de los momentazos del día. Me desvié a la izquierda siguiendo una carretera asfaltada flanqueada de árboles altísimos, y de repente apareció la espectacular fachada de este hotel, de forma curvada y con un montón de elegantes columnas. Para mi sorpresa, me encontré con un grupo de turistas. Aunque se marcharon al momento y dejaron el lugar para mí solo. En la parte central del edificio no había refugiados, así que pude explorarla sin restricciones. Subí por escaleras en ruinas hasta la terraza del hotel, caminando con cuidado para evitar sustos; fotografié un bonito patio interior; y descubrí una fuente rodeada de estatuas. Solo este hotel ya justificó la visita a Tskaltubo.
4. Hotel Tbilisi: tras curiosear el exterior de un hotel enorme, pero lleno de refugiados y sin lugares de especial interés, aparecí en este edificio. La entrada ya era un aperitivo de lo que me esperaba, con una fachada de forma cóncava y las estatuas de dos grifos (un ser mitológico mezcla de león y águila). Allí me encontré a tres críos que se me acabaron acoplando. Por un lado no me gustó, porque de vez en cuando tuve que escuchar el típico “give me money”. Pero por otro me ayudaron a descubrir rincones únicos. Como el vestíbulo; un patio interior con una fuente central y columnas de color verde; o un comedor decorado con relieves.
Por si fuera poco, los chavales me condujeron a la azotea del hotel, desde la que pude disfrutar de unas magníficas vistas, con el frondoso parque, viviendas en la distancia y una iglesia. Para llegar tuve que subir 7 pisos y en cada planta me encontraba con una decoración diferente: columnas con rostros humanos; paredes pintadas de vivos colores; techos con relieves… Me lo pasé genial.
5. Hotel Shaxtiori: uno de los hoteles más imponentes de Tskaltubo, al cual por desgracia no se puede acceder. Fue adquirido hace unos años por un inversor, y está rodeado por una valla metálica. Así que me tuve que conformar con verlo desde fuera.
6. Sanatorium Iveria: me dio mucha rabia no poder entrar tampoco en este hotel, a escasos metros del Shaxtiori. En internet había visto fotos del interior, con un enorme agujero central que comunica varias plantas, y me moría de ganas de visitarlo. Pero por lo visto también fue comprado recientemente, y el nuevo dueño decidió rodearlo de una valla. Yo caminé alrededor buscando algún punto de acceso, y la verdad es que podría haberla saltado. Pero temía encontrarme con perros custodiando el interior, y preferí dejarlo correr.
7. Hotel Imereti: otro de mis hoteles favoritos de Tskaltubo. La verdad es que lo encontré de casualidad, cuando ya estaba a punto de abandonar la zona. Tiene partes en un estado lamentable, con agujeros en el suelo y montones de piedras caídas del techo. Pero buscando con paciencia pude disfrutar de salas espectaculares. Una tiene una escalera doble y ventanales enormes; otra es circular, rodeada de arcos y columnas, y me costó acceder; y en una tercera descubrí una escalera en espiral. En este último lugar viví momentos de tensión, subiendo los escalones llenos de grietas a cámara lenta para poder obtener una foto desde arriba.
El Hotel Imereti es muy grande, y en sus alrededores los refugiados habían plantado pequeños huertos. Durante mi recorrido me crucé con alguno, pero todo se limitó a breves saludos, sin mucha euforia por su parte.
8. Hotel Savana: fácil de ver desde la carretera que bordea el parque. Solo destaca su fachada de forma curva. El interior está completamente en ruinas, y no encontré nada interesante.
Tras esta sesión de visitas comenzó a llover de forma intensa. Yo al principio me senté en el portal del Hotel Savana y esperé a que parara. Pero tras más de media hora vi que estaba perdiendo el tiempo. Así que me puse el chubasquero, protegí la mochila, y continué explorando el lugar.
UNA COMIDA INESPERADA
Un taxista me explicó cómo llegar al siguiente hotel, algo apartado del parque. Pero me equivoqué de desvío, y al pasar por un edificio de viviendas una señora se asomó por la ventana y comenzó a charlar conmigo en un inglés bastante correcto. Al cabo de dos minutos me invitó a comer en su casa. Yo intenté escabullirme, porque no quería vivir momentos embarazosos (rodeado de una familia en situación de pobreza, sin saber cómo actuar o de qué forma compensar la invitación…). Pero la mujer insistió y no me quedó más remedio que aceptar.
Poco después estaba sentado en una pequeña mesa de la cocina, junto a la señora (Natali); su hijo (Irakli); su hija (Nini); y un vecino (Mamuka). No paré de comer: un plato de sopa con un pimiento relleno de arroz; ensalada; queso; pan con embutido y tocino… Hubo dos postres (helado con cerezas, y sandía), y hasta un café para rematar. Todo realmente delicioso, mientras charlaba con la familia, enseñaba fotos, y me contaban curiosidades. Natali vivía en Abkhazia, y fue uno de los miles de refugiados que tuvo que huir, mientras que su marido tuvo menos suerte y fue asesinado. Es curioso cómo cambian las guerras cuando pasas de verlas en las noticias a ponerles voz y rostro.
Para beber, no pararon de caer chupitos de un licor casero elaborado con vodka, cerezas y azúcar, que estaba muy rico. En Georgia los brindis son todo un arte, y en cada reunión familiar o de amigos hay una persona encargada de organizarlos, eligiendo el motivo. Se llama Tamada, y en nuestro caso era Mamuka, que de forma regular detenía la conversación y soltaba un rollo que Natali me traducía como podía. Brindamos por las personas cercanas fallecidas; el amor; la amistad… Realmente curioso.
Al final nos hicimos unas fotos de grupo; Natali me regaló un libro sobre las iglesias de Georgia; y me marché a eso de las 18.30h, tras más de 3 horas comiendo y bebiendo.
MAS HOTELES ABANDONADOS
Tras decir adiós a Irakli y Nini, Natali me acompañó unos metros y me indicó dónde estaban los dos hoteles que buscaba para redondear la jornada, no muy lejos uno del otro. Y me despedí de ella con un abrazo. Qué mujer tan encantadora… Y eso que aun quedaba una sorpresa final…
9. Hotel Metalurgi: este edificio me impactó desde el primer momento, con un vestíbulo circular rodeado de columnas; un techo decorado del que colgaba una enorme lámpara; y un ventanal gigantesco situado en el piso superior. También pude acceder a un balcón exterior desde el que contemplé las vistas. La mayor parte del hotel estaba habitado por refugiados, que aparecían de forma esporádica, sombras silenciosas desapareciendo entre pasillos oscuros. Una vez mientras hacía una foto noté una presencia y me encontré un abuelete a un metro de mí. Casi me muero del susto…
10. Hotel Gelati: cuando llegué ya eran casi las 20h y comenzaba a caer la noche. Pero aun me dio tiempo a explorar los lugares más interesantes. Un hueco rectangular que comunica diferentes plantas, con columnas y una barandilla de mármol; salas enormes con paredes de colores y grandes ventanales; y un patio interior rodeado de pilares y torres con arcos. Aquí me atreví a recorrer una zona habitada, con el corazón a mil por hora, descubriendo detalles fotogénicos en cada rincón. Era el escenario perfecto para una película de terror…
Cuando ya me marchaba me crucé con un hombre que iba pasadísimo de alcohol. Al verme se abalanzó sobre mí e insistió en que le hiciera una foto. Teniendo en cuenta la situación preferí seguirle la corriente para evitar una reacción violenta. Resultado: acabé en su vivienda fotografiándole junto a su madre; y subimos a la azotea del hotel por una puerta que no me había atrevido a abrir. No estuvo mal. Al final nos despedimos amistosamente y todos tan contentos.
Desde el Hotel Gelati caminé unos minutos hasta la parada de taxis (que ya tenía localizada). Allí comencé a negociar con los taxistas, porque me pedían 15L por llevarme de regreso a Kutaisi, y yo no quería pagar más de 12L. Hasta que escuché una voz conocida, y resultó ser Natali. Estaba en el coche de un amigo (luego me confesó que era su novio), y me dijo que ellos me llevarían a Kutaisi. Así que subí al coche y nos pusimos en marcha. Yo ya no sabía cómo agradecer a Natali todas sus atenciones. Por un momento pensé en darle los 12L del taxi, pero ella insistía en que yo era su invitado y preferí no ensuciar con dinero el momento. La pareja me dejó junto a la Fuente Colchis, ya de noche, y nos despedimos por segunda vez.
CENA: EL PASO
Después de mi mala experiencia en Our Garden, decidí acudir a este restaurante recomendado por mi guía de viajes, y acabé realmente encantado. Tras la comida en casa de Natali no es que tuviera mucha hambre, pero faltaban demasiadas horas hasta el desayuno. Aquí probé por primera vez los Khinkali, uno de los platos más típicos de Georgia. Se trata de una especie de ravioli gigante con forma de cebolla y diferentes rellenos. Yo pedí cinco variados: patata, queso, setas, y carne (2). Para acompañar, una jarra de cerveza Zedazeni. La comida estaba riquísima, y todo me costó tan solo 6L. ¡Menos de 2€! A mi alrededor, bastantes lugareños bebiendo cerveza o cenando, y unos camareros muy amables. Un gran descubrimiento.
Con este buen sabor de boca volví a mi guesthouse. Eso sí, al poco de salir del restaurante cayó una fuerte tormenta, y tuve que refugiarme bajo unos toldos. Y subí Ukimerioni Hill saltando entre arroyos que inundaban las calles.
REGRESO A TSKALTUBO
Al día siguiente decidí que tenía que volver a Tskaltubo para acabar de explorar a fondo la población. Así que después de desayunar caminé hasta el centro de Kutaisi y busqué transporte. Esta vez opté por viajar en marshrutka, y fue todo un acierto. Los vehículos parten del Puente Rojo; solo me costó 1,2L; y nos pusimos en marcha al poco de ocupar mi asiento. Así que solo tardé algo más que si me hubiera desplazado en taxi, y con un ahorro enorme.
La marshrutka me dejó en la entrada del parque de Tskaltubo. Tras haber visitado los diferentes hoteles, ahora tocaba conocer los antiguos balnearios donde la gente se sometía a los diferentes tratamientos terapéuticos. Son 9 y se encuentran dentro del parque. Algunos están en funcionamiento, y otros continúan abandonados. De estos últimos me gustaron dos en concreto:
1. Balneario Número 5: bastante deteriorado, aunque pude ver alguna sala con bañeras cubiertas de azulejos amarillos; un patio rodeado de columnas cubiertas de vegetación; y pasillos con hiedra colgando del techo como si fueran tentáculos. La atmósfera era genial, con el sonido del agua goteando y misteriosos crujidos.
2. Balneario Número 8: sencillamente espectacular. Está compuesto por una sala colosal, con diferentes zonas de bañeras alrededor de piscinas circulares, y un techo curvado con un orificio en el centro, que hacen que el conjunto parezca una gigantesca nave espacial. Es una de las imágenes más sorprendentes de Tskaltubo, aunque fui incapaz de obtener una fotografía aceptable.
Paseando por el parque encontré otras construcciones en ruinas que no pude asociar con ningún lugar conocido. Pero no dudé en lanzarme a recorrer cada rincón, descubriendo más columnas y relieves ocultos.
SESIÓN DE HIDROMASAJE
Cuando llegué a la entrada del Balneario Número 6 me quedé con la boca abierta. Parece un hotel sacado del centro de Las Vegas. La fachada es enorme, con columnas de estilo clásico y unos relieves donde aparece Stalin recibiendo a un grupo de visitantes. Y a escasos metros hay una fuente con la estatua de un héroe luchando contra dos bestias. Tras cruzar la puerta de entrada me encontré con un vestíbulo faraónico, lleno de columnas y decoración. Un lugar surrealista…
Según cuentan, este balneario era uno de los favoritos de Stalin, y tenía una piscina privada con coloridos mosaicos. Mi idea inicial era pedir permiso para verla. Aunque una vez en la recepción, estuve mirando el listado de tratamientos disponibles y decidí utilizar los servicios del balneario. No me podía marchar de Tskaltubo sin probar esas aguas de propiedades milagrosas.
En concreto elegí una sesión de hidromasaje. Era la primera vez en mi vida, y no tenía ni idea de lo que me esperaba. Pero ahí estaba la gracia. Me encanta embarcarme hacia lo desconocido…
Esto dio de sí el tratamiento:
1. Una chica de la recepción (de belleza espectacular) me condujo hasta la zona del edificio donde se realizan las sesiones de hidromasaje, y me senté a esperar.
2. Al momento me llamó otra chica y entré en una sala individual. Allí me cambié en un pequeño vestuario; me puse el bañador que traía en la mochila por si acaso; y me metí en una bañera.
3. El tratamiento duró media hora y consistió en 10 minutos de relax (controlados con un reloj de arena); 10 minutos de masaje por todo el cuerpo con un chorro a presión (la chica fue muy simpática, y hablaba un inglés bastante correcto); y otros 10 minutos de relax. Cuando pasó el tiempo, me sequé, me vestí, y regresé a la recepción.
La sesión me costó 30L y es una de las más económicas. En el listado que vi destacan otras opciones, como masajes clásicos, tratamientos con barro, y todo tipo de limpiezas intestinales. En el balneario hay una doctora que tiene consulta (de pago) y recomienda las terapias a seguir. La verdad es que por los pasillos me crucé con bastantes pacientes.
En cuanto a la piscina privada de Stalin, durante mi visita había un grupo de mujeres utilizándola y no me dejaron acceder. En mi recorrido por el parque también estuve buscando la antigua residencia (Datcha) del dictador, pero tampoco tuve éxito. Aunque no me puedo quejar..
Al poco de salir del Balneario Número 6 comenzó a llover con fuerza y me tuve que resguardar bajo un portal. Allí esperé un rato hasta que aflojó, y a continuación caminé hasta la carretera principal y paré un taxi que pasaba para que me llevara de regreso a Kutaisi. Al principio pensé que estaba ocupado, pero resultó ser la mujer del taxista y no hubo problema. Pagué 10L y me dejaron junto a la Fuente Colchis.
CENA: EL PASO
Durante el día recibí un WhatsApp de Stephan y Manue (la pareja de franceses que conocí en los Montes Kaçkar). Habían acabado su recorrido por Svaneti y estaban en Kutaisi, así que quedamos en vernos en mi restaurante favorito. Allí nos tomamos cada uno 3 jarras de cerveza Zedazeni mientras nos poníamos al día de nuestras aventuras. Para cenar decidí probar otra especialidad de Georgia muy popular: el Lobiani. Se trata de una pizza rellena de puré de judías ligeramente picante. La porción era enorme, así que pedí la mitad para llevar. Todo me costó solo 10L. Este local es insuperable.
Ya con el estómago lleno me despedí de la pareja y caminé de regreso a mi guesthouse por calles oscuras y encharcadas. Me acompañó un perro que se ganó un trozo de Lobiani. Y en el tramo final tuve que utilizar mi linterna, porque no se veía nada. Llegué a la guesthouse pasadas las 23h con ganas de descansar. Pero aun no se habían acabado las sorpresas…
Antes de entrar en mi habitación me encontré con Giorgi, el dueño de la casa. No le había visto hasta ese momento porque estaba de viaje acompañando a un grupo de turistas. Charlamos unos minutos y me resolvió algunas dudas. Así que cuando me invitó a una copa no pude negarme, y acabamos sentados en el sofá del comedor, viendo en la TV vídeos de bailes tradicionales de Georgia, y sin parar de beber vasos de vino blanco que el propio Giorgi elabora, acompañados de galletas. Resultado: me fui a la cama a la 1.30h, con un ligero dolor de cabeza, y escasas horas de sueño por delante. Y después la gente me pregunta cómo puedo estar tanto tiempo solo durante mis viajes…
UNA RESERVA NATURAL
El día siguiente amaneció con el cielo nublado y truenos en la distancia. Y cuando acabé de desayunar ya estaba lloviendo con fuerza. Así que me tocó esperar un par de horas en la habitación hasta que amainara. Después caminé hasta el centro de Kutaisi.
El plan era visitar Sataplia Nature Reserve, pero por lo visto no era sencillo llegar en transporte público (hacen falta como mínimo dos marshrutkas con sus consiguientes esperas). Con lo cual opté por viajar en taxi, porque ya iba justo de tiempo. El procedimiento fue muy directo: pregunté al primer taxista que vi junto al Puente Rojo, el precio me convenció (10L), y me subí al vehículo. Podría haber intentado rebajar algún lari, pero me pareció un poco ridículo. El trayecto fue de 9km, por una carretera llena de curvas y en continuo ascenso, justificando de sobras la tarifa. El taxista me dejó en la entrada, y nos despedimos.
En la taquilla de la Reserva me estaba esperando una trampa para turistas similar a la del Cañón de Okatse. Por dos motivos:
*El precio de la entrada para extranjeros también es de 17,25L (el doble que los georgianos). Un atraco a mano armada…
*Es obligatorio realizar parte de la visita unido a un grupo con guía. Y tuve que esperar más de media hora hasta el comienzo de la siguiente salida programada.
Yo me quejé, pero ya que estaba allí me tocó pasar por el aro, y me senté a esperar con resignación mientras me comía un helado (4L). Por suerte el tiempo pasó volando y pude acceder a la Reserva, cruzando una puerta metálica decorada con dinosaurios. La visita guiada fue un claro ejemplo de por qué odio esta modalidad de turismo. Un grupo numeroso, con más de 20 personas; niños gritando; la guía recitando datos con cara de agobio; y muy poco tiempo para ver las cosas.
Esto fue lo más destacado de la Reserva:
1. Huellas de dinosaurio: están en un tramo de rocas que se han protegido dentro de una construcción, y se contemplan desde una pasarela. Las huellas tienen 120 millones de años y pertenecen a dos tipos de dinosaurios: grandes herbívoros y pequeños reptiles rapaces (como los velociraptors de “Jurassik Park”). Yo me hubiera quedado un buen rato, pero el resto del grupo acabó en poco más de un minuto (no exagero), y la guía me dijo que había que continuar.
2. Cueva: con todo tipo de estalactitas y formas curiosas. La visita también fue a toda pastilla, recorriendo un sendero de 300m de longitud. Y no me gustó la iluminación, con bombillas de color verde, azul o morado que quedaban muy artificiales.
Tras la cueva acabó la visita guiada, y ya pude caminar a mi aire por Sataplia.
3. Mirador: una plataforma de cristal desde la que se ve una muy buena panorámica de los espesos bosques que forman Sataplia, y la ciudad de Kutaisi en la distancia. Lo gracioso fue que para acceder al mirador había que pasar el billete de entrada por unos tornos vigilados, como si se tratara de un lugar super exclusivo.
4. Bosque de Colchis: hay un breve recorrido circular que permite adentrarse en el bosque, y la verdad es que el lugar es tremendamente atmosférico. Con troncos y piedras cubiertos de musgo; ramas retorcidas; y una ausencia total de gente. Tardé una media hora, con numerosas paradas para hacer fotos.
De regreso en la entrada de la Reserva, el cielo estaba cubierto de nubes negras y amenazaba tormenta. Hice un amago de buscar alguna marshrutka, pero no había. Y vi que el taxista que me había traído todavía estaba allí aparcado, esperando algún cliente. Así que me acerqué para tantear el terreno, y sin yo preguntarle nada me dijo que me llevaba de vuelta a Kutaisi por solo 5L (el precio de ida y vuelta + espera es de 15L). Tardé segundos en subir al taxi, por si el hombre cambiaba de opinión. Acostumbrado a tratar con taxistas sin escrúpulos en otros países, fue toda una sorpresa.
El taxi me dejó junto al Puente Rojo, y desde allí caminé hasta la Fuente Colchis para cenar algo antes de volver a mi guesthouse.
CENA: BARAQA
No hubiera tenido problema en volver a cenar en El Paso. Pero como este restaurante también estaba recomendado por mi guía decidí cambiar de escenario, y me senté en una de las pocas mesas del comedor que quedaban libres. El menú es realmente amplio, y opté por probar una nueva especialidad de Georgia: el Badridzhani Nigvsit. Se trata de berenjenas asadas cubiertas con una pasta de nueces. El plato era pequeño, pero estaba delicioso y llenaba bastante, así que acabé satisfecho. Para acompañar, una jarra bien fría de cerveza Natakhtari. Precio: 12,4L
Cuando llegué a mi guesthouse tenía muchas cosas que hacer: escribir, organizar fotos… Y corría el riesgo de que Giorgi me volviera a atrapar para una sesión de vino y videos musicales, así que tras pegarme una ducha me encerré en la habitación y no salí para nada. Iluso de mi… A eso de las 22h Giorgi llamó a mi puerta, y me dijo (no pidió) que saliera a tomar algo. Por lo menos esta vez había más gente: su hija mayor con el marido; y una chica francesa con cara de alucinar bastante con la situación. De nuevo cayeron unos cuantos vasos de vino blanco, acompañados de trozos de sandía y galletas. Y junto a los vídeos de bailes tradicionales también vimos alguno de Maluma, C Tangana o Luis Fonsi, que gustaron bastante. Pero una vez más acabé acostándome cerca de las 2h… Vaya tela…
LA CUEVA DE PROMETEO
Al día siguiente me levanté sin prisas, tras dos noches de vino y pocas horas de sueño. Por suerte el abundante desayuno me puso las pilas, acompañado de los graciosos perros de la familia (un huskey y un cocker). Y me preparé para una última visita en los alrededores de Tskaltubo: la Cueva de Prometeo.
Esta vez decidí ahorrar y evité viajar en taxi. Aunque a cambio tuve que invertir bastante tiempo. La primera etapa fue sencilla: caminé hasta el Puente Rojo, y allí mismo cogí una marshrutka que por 1L me llevó al centro de Tskaltubo. A continuación, para llegar a la cueva tenía que coger otra marshrutka (la número 42). Giorgi me había dicho que salían cada media hora, pero no contó con una cosa: solo arrancan si hay un mínimo de 3 pasajeros. Y hasta que aparecieron dos personas más tuve que esperar hora y media. Durante ese tiempo aproveché para enviar correos; piqué unas galletas junto a un perro callejero; y estuve curioseando los comercios de los alrededores. Así que tampoco me desesperé mucho.
Al final, cuando ya estaba a punto de alquilar la marshrutka para mí solo (12L ida y vuelta, con espera incluida), llegó una simpática pareja de alemanes y nos pusimos en marcha . Desde Tskaltubo hasta la Cueva de Prometeo hay 10km de distancia, que recorrimos en un cuarto de hora (4L ida y vuelta). Y me dirigí al Centro de Visitantes. Allí me encontré con varias sorpresas desagradables:
*Ya me había quejado del precio de la entrada a la Reserva de Sataplia o el Cañón de Okatse, pero en Prometeo la cosa fue un poco más allá, y tuve que pagar 23L (de nuevo el doble que los georgianos).
*Hora y media esperando a solo dos personas con ganas de visitar la cueva, y cuando consigo llegar me encuentro el sitio lleno de gente (acceden en coches particulares y autobuses de tours organizados).
*Igual que en Sataplia, es obligatorio visitar la cueva en grupo, acompañado de un guía. Y esta vez era enorme, compuesto por unas 40 personas.
Por suerte el recorrido fue espectacular. Cruzamos 6 enormes salas con paredes llenas de estalactitas, cascadas de roca, retorcidos pilares… Además el grupo avanzó a un ritmo vertiginoso, y yo me quedé muy atrás, haciendo fotos y disfrutando de la atmósfera completamente solo. La única pega: las ridículas luces de colores que iluminan algunas formaciones. Las cuevas tienen 11km de longitud, pero solo se visita uno. Y hay un río subterráneo que se puede navegar en barca. Eso sí, pagando 17,25L adicionales (ya lo que me faltaba).
Como anécdota, Prometeo era un dios de la mitología griega que robó el fuego para dárselo a los humanos. Y Zeus le castigó encadenándolo a una roca, mientras cada día un águila le devoraba el hígado (se volvía a regenerar por la noche). Según una leyenda local, Prometeo estuvo encadenado en las montañas de los alrededores, y de ahí el nombre de la cueva.
Finalizada la visita regresé a la marshrutka junto a la pareja alemana, y nos dejó en la Terminal de Autobuses de Tskaltubo.
REENCUENTRO CON NATALI
Antes de volver a Kutaisi me faltaba una cosa. Tras recibir todo tipo de atenciones de Natali y su familia, había decidido hacerles un regalo. El día anterior hablé con Giorgi, y concluimos que lo más adecuado era una botella de vino. Así que me recomendó una tienda cerca del Puente Rojo, y me acerqué antes de coger la marshrutka a Tskaltubo. Aunque acabé comprando una botella de cognac georgiano de 7 años que me pareció mejor regalo. Precio: 22,9L.
En un principio pensé en escribir a Nini para avisar que iba a pasar por su casa. Pero se me olvidó, y en la Cueva de Prometeo no había cobertura. Con lo cual caminé desde la Terminal y aparecí por sorpresa. Solo estaba Natali y su cara fue de asombro. Me hizo sentarme en la cocina y empezó a sacar todo tipo de comida, pero no quería entretenerme mucho y me tomé un café con un bollo. Encontré a Natali mucho menos eufórica que el primer día, con un aire un tanto triste (quizás le faltaban unos vasos de licor de cerezas). El caso es que charlamos unos minutos; le di el regalo; y nos despedimos amigablemente. Una gran persona.
A continuación regresé a la Terminal de Autobuses, y subí a la marshrutka que me llevaría de regreso al Puente Rojo. Así acababa mi visita a Tskaltubo y sus alrededores. Las montañas del Cáucaso me estaban esperando.
CONCLUSIÓN
Los hoteles abandonados de Tskaltubo se convirtieron sin duda en la gran sorpresa de mi viaje por Georgia. Es difícil describir con palabras lo que sentí explorando estos enormes edificios, rodeado de oscuridad, completamente solo, descubriendo estancias alucinantes… Aunque se trata de una actividad muy particular, y entiendo que haya gente que ante mi relato ponga cara de póker, sin que les despierte el más mínimo interés (lo he vivido en persona). Si te animas a visitar Tskaltubo necesitarás 2 días, añadiendo al menos un tercero para conocer Sataplia Nature Reserve y la Cueva de Prometeo. Y alojándote en Kutaisi.
Eso sí, ten en cuenta que adentrarte en los hoteles de Tskaltubo entraña sus riesgos: son construcciones que se están cayendo a pedazos; y te puedes encontrar con sorpresas desagradables (personas de dudosas intenciones, perros…). Yo realicé la visita en solitario y no tuve ningún problema, pero quizás fue cuestión de suerte…
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Comentarios
2 ComentariosJordi
Oct 19, 2019Hola .
Estoy pensando viajar a Kutaisi.
Me ha encantado tu visita a Tskaltubo . ¿ Para volver a Kutaisi de vuelta luego , como podría hacerlo ?
Muchas gracias.
Un saludo.
Ganas De Mundo
Oct 21, 2019Hola Jordi,
Para volver depende de la hora que sea. Si se te ha hecho tarde lo mejor es utilizar un taxi. El trayecto cuesta 10 Lari (poco más de 3 euros). Si no, puedes acercarte a la estación de autobuses (no está muy lejos del parque junto al que están todos los hoteles) y subirte a una marshrutka hacia Kutaisi. El viaje cuesta solo 1,2 Lari y te deja en el centro.
Si te gustan los lugares abandonados, Tskaltubo es un espectáculo. Ya me contarás!
Saludos!