Caminando entre atmosféricas iglesias medievales talladas en la roca y docenas de feligreses envueltos en piezas de tela blanca
Lalibela es una población realmente preciosa. Está ubicada entre montañas, nada menos que a 2.600 metros de altura. Antiguamente conocida como Roha, era la capital de la Dinastía Zagwe, que tras la caída del Reino de Aksum dominó el norte de Etiopía entre los siglos X y XIII. Y fue rebautizada en honor del más famoso de sus monarcas: el Rey Lalibela. Porque durante su mandato ordenó construir las famosas iglesias talladas en la roca por las que el lugar es mundialmente conocido. Tanto que a Lalibela se la conoce como la «Petra de África«. Y tuvo el honor de ser incluida en la primera lista de lugares Patrimonio de la Humanidad, en 1978, junto a otros 11 destinos.
En la actualidad, Lalibela es una ciudad sagrada para la Iglesia Ortodoxa Etíope. Por lo que es un importante centro de peregrinación, y los fieles acuden en masa a las diferentes misas que tienen lugar a lo largo del día.
VIAJE: BAHIR DAR – LALIBELA
La jornada comenzó bien temprano, y en cuestión de minutos ya había desalojado mi habitación del Ghion Hotel. Para desayunar, me comí un plátano y en marcha. Tras una breve espera en la recepción, apareció una furgoneta que de nuevo me llevó gratis al aeropuerto (todo un detalle del hotel).
Una vez en el aeropuerto, tocaba coger otro vuelo de Ethiopian Airlines, que también había comprado en Addis Ababa junto con el de Bahir Dar. El avión tenía previsto despegar a las 8,30h, pero como el aeropuerto de Bahir Dar es diminuto, no hizo falta llegar con mucha antelación. En un momento facturé la mochila grande; pasé por un control; y me senté en una sala de espera, situada justo al lado de la pista. Y cuando llegó el avión, abrieron la puerta y caminé hasta las escaleras. Como si estuviera cogiendo el autobús.
Esta vez el avión venía bastante más lleno que el otro día. Y me encontré con una sorpresa: hicimos escala en Gonder, donde hubo que esperar un rato a que bajaran/subieran pasajeros. En cuando al desayuno, solo un zumo de naranja, que complementé con unas galletas que había comprado el día anterior. Desde la ventanilla pude disfrutar de un paisaje impresionante: primero la inmensidad del Lago Tana; y después las verdes cumbres de las Simien Mountains.
Tras aterrizar en Lalibela, me encontré con una situación similar a la de Bahir Dar: en la terminal de llegadas había varios mostradores con personal de los principales hoteles. Me acerqué al de uno que recomendaban mis guías. Y al momento estaba subido en una furgoneta junto a otros turistas, recorriendo los 25km que separan el aeropuerto del centro de Lalibela, por una carretera en constante ascenso. Esta vez el servicio no era gratuito, pero pagué con gusto los 35B (un taxi me hubiera salido muchísimo más caro). Durante el trayecto fui charlando con un canadiense de Ottawa que estaba trabajando como voluntario en Addis.
ALOJAMIENTO: HEAVEN GUEST HOUSE – 97B/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble comodísima; limpieza absoluta; lavabo privado con ducha de agua caliente; tranquilidad total por la noche; encargado muy amable; servicio de furgonetas al aeropuerto y lavandería por un módico precio.
*Puntos en contra: ubicación alejada del centro (a cambio tuve tranquilidad); precio (aunque es la tónica habitual en Lalibela).
Una vez instalado en la habitación, salí a comer algo.
COMIDA: SEVEN OLIVES HOTEL
Como tenía mucha hambre, y nada que hacer hasta el día siguiente, decidí pegarme un homenaje en uno de los mejores restaurantes de Lalibela, ubicado en el hotel más antiguo de la ciudad. El comedor estaba ubicado en una construcción de forma circular con una decoración muy auténtica. Y el menú bastante variado, aunque con precios en la banda alta. Tras un montón de días a base de comida local, esta vez opté por un plato occidental: un Bishmark Steak acompañado de 3 huevos fritos, arroz, patatas chips y verduras; con pan y una Highland. Y para rematar, dos tazas de un café bastante decente. Sentó genial.
Con el estómago lleno, regresé a mi habitación, donde estuve descansando un buen rato, estirado en mi cama.
ATARDECER EN LALIBELA
Más tarde salí a dar un paseo por el pueblo. Lalibela no tiene nada que ver con Bahir Dar. Se trata de una tranquila población rodeada de colinas ondulantes cubiertas de vegetación. Y caminando por sus calles se pueden ver numerosos ejemplos de casas tradicionales. Son de piedra, y tienen forma circular, con dos pisos y un tejado de paja. Realmente curiosas. Por todas partes había mujeres cubiertas con piezas de tela de un color blanco inmaculado. Y de vez en cuando aparecía algún pastor con su ganado. La atmósfera era perfecta.
Lástima de la presión a la que fui sometido por la gente. A cada momento aparecían niños con sus habituales «hello», «pen», etc…; chavales ofreciéndome servicios de guía… Por suerte, mi estancia en Bahir Dar me había curtido. Y salvo contadas excepciones, caminé ignorando a la gente, evitando cruces de miradas.
Para acabar el día, me dirigí a la parte alta del pueblo. De camino había una iglesia con un montón de lugareños sentados en el exterior, que escuchaban la misa a través de un altavoz. Y al final disfruté de una magnífica puesta de sol, con un cielo despejado y lleno de colorido. No se puede pedir más.
De regreso en mi habitación, como había comido mucho, solventé la cena con un plátano y unas galletas. Y me acerqué al bar del contiguo Jerusalem Hotel, donde me tomé una Mirinda. Esperaba encontrar a alguien con quien charlar un rato, pero el lugar estaba desierto, así que no tardé mucho en volver a mi hotel.
EXPLORANDO LAS IGLESIAS DE LALIBELA
Al día siguiente me levanté a las 7h. Para desayunar piqué unas galletas en la habitación. Y fui paseando tranquilamente hasta el centro del pueblo.
La idea era dedicar toda la jornada a visitar las famosas iglesias talladas en la roca de Lalibela, que están distribuidas en dos conjuntos: el Noroeste y el Sureste. Para ello me acerqué a la taquilla, situada en la entrada principal del recinto, y compré mi billete de acceso. La verdad es que el precio me dejó helado: nada menos que 200B. Aunque la entrada es válida por tiempo ilimitado.
A continuación pasé por un control policial, donde fui cacheado por un agente y me registraron la mochila. Esto me hizo mucha gracia, porque más tarde me di cuenta que había infinidad de accesos a las diferentes iglesias, sin vigilancia alguna. Si se trataba de evitar algún posible acto terrorista, lo llevaban claro…
Tras el control me salieron al paso varios lugareños que me ofrecieron sus servicios de guías. Pero preferí realizar la visita a mi aire, sin presiones ni agobios. Ya llevaba en la mochila un par de guías de viaje llenas de información detallada de cada iglesia. Además, según me habían dicho los amigos de Cardedeu, el guía les costó 400B. Y yo con el precio de la entrada ya había tenido suficiente. Lo cierto es que esperaba más presión por parte de los guías potenciales. Pero tras mi negativa, no volvieron a insistir.
Para empezar, me dirigí al Conjunto del Noroeste, que consta de las siguientes iglesias:
1. Bet Medhane Alem: se trata de la iglesia tallada en la roca más grande del mundo, con una altura de casi 12 metros, y 800m2 de superficie. La verdad es que era enorme. Con un muro exterior rodeado de 36 columnas, y un interior bastante sencillo. Aquí en teoría se custodia la Cruz de Lalibela, hecha de oro macizo, con un peso de 7kg. Era propiedad del Rey Lalibela, y es sin duda el objeto más sagrado de la iglesia ortodoxa etíope. Aunque no está a la vista, menos aún tras su robo en 1997 por un traficante de arte, que causó conmoción a escala nacional.
2. Bet Maryam: tuve que atravesar un túnel, y llegué a un patio con tres iglesias. Bet Maryam es la iglesia más antigua construida en Lalibela. Y al estar asociada a la Virgen María, es la más popular entre los etíopes. Su exterior era tremendamente atmosférico, con lugareños leyendo libros de salmos en los rincones más insospechados; y muros decorados con relieves y esvásticas (obviamente, con un significado diferente al que más tarde tuvo durante la época Nazi). El interior, a diferencia de la primera iglesia, estaba lleno de detalles: paredes y techos con coloridos frescos; relieves; una columna de misterioso contenido tapada con una tela…
3. Bet Meskel y Bet Danaghel: eran diminutas y no ofrecían mucho a nivel arquitectónico. Pero sus dos simpáticos monjes accedieron a posar para una foto enseñando sus enormes cruces, por 3 Birr cada uno.
Una pena que, para evitar su deterioro, las iglesias estaban cubiertas por unos modernos tejados, casi imposibles de evitar en las fotos. Y que encima envolvían a las construcciones en una sombra permanente. Para visitar el interior de las iglesias era obligatorio descalzarse, dejando las zapatillas en la entrada. Por lo general el suelo estaba cubierto de alfombras, de las cuales había leído historias para no dormir. Según mis guías, estaban llenas de voraces pulgas que aguardaban a los turistas. Y recomendaban llevar calcetines blancos (para verlas mejor), o incluso collares antiparásitos en los tobillos. Pero la verdad es que salvo algún ligero picor (más bien psicológico) no tuve problemas.
Tras estas primeras visitas, examinando cada detalle y sacando fotos sin parar (incluso en el interior de las iglesias), tocaba descansar un rato. Como el desayuno había sido muy ligero, estaba que me moría de hambre. Así que me dirigí al restaurante del Blue Lal Hotel. Allí cayó un delicioso plato de Spaghetti con Tomate, acompañado de una Mirinda, y rematado por un café. El ambiente era muy agradable, rodeado de lugareños.
NUEVAS IGLESIAS TALLADAS EN LA ROCA
Ya con el estómago lleno, regresé al Conjunto del Noroeste, para visitar las dos iglesias que me faltaban. Al principio pensé que están cerradas al público, pues el acceso principal estaba bloqueado por un banco de madera. Pero tras examinar los alrededores, descubrí que había que dar un rodeo y entrar por un estrecho túnel cortado en la roca, que conducía directamente al patio donde se encontraban las iglesias.
4. Bet Mikael: era diminuta y no tuvo mucha historia.
5. Bet Golgotha: la única iglesia de Lalibela donde está prohibida la entrada a las mujeres. La verdad es que el interior me gustó mucho, con enormes relieves de santos decorando las paredes. Aquí también se encuentra la Capilla Selassie, el recinto más sagrado de Lalibela. Pero está completamente vetada al público.
Lo bueno de estas dos iglesias fue que las misas estaban a punto de comenzar. Y los alrededores eran un hervidero de fieles que caminaban en todas direcciones, cubiertos con piezas de tela blanca; o esperaban sentados en el suelo, leyendo sus libros sagrados. Este es un aspecto destacable de Lalibela: no se trata de un recinto arqueológico frío y solitario. Es un centro religioso en activo que, siglos después de su construcción, ve como cada día sus muros se llenan de lugareños que repiten los mismos rituales ancestrales, como si no hubiera pasado el tiempo. Toda una experiencia.
A continuación, tocaba explorar el Conjunto del Sureste, que consta de las siguientes iglesias:
1. Bet Gebriel-Rafael: aquí la misa ya había empezado, y en estos casos está prohibido el acceso a los turistas. Así que me tocó esperar en la entrada casi una hora. Pero estuve bastante entretenido. El exterior de la iglesia era impresionante. Parecía una fortaleza, de muros enormes con columnas adosadas; y rodeada de un profundo foso, que había que cruzar por un precario puente de madera. Mientras, se escuchaba el sonido de cánticos y plegarias, que creaban una atmósfera mágica. Eso sí, cuando por fin pude entrar, me encontré con un interior demasiado sobrio, con decoración muy escasa.
2. Bet Mercurios: se trata de una pequeña iglesia ubicada en una cueva, en la que destaca su interior, con un fresco en la pared que representa las figuras de tres santos.
3. Bet Emanuel: enorme, con muros de 12 metros de altura; y tanto el interior como el exterior decorado con grabados geométricos muy elaborados. Se cree que podría haber sido la iglesia privada de la familia real. El acceso al recinto fue espectacular, bajando por unos desgastados escalones tallados en la roca.
4. Bet Abba Libanos: también de grandes dimensiones, a la que se llegaba a través de un túnel estrechísimo tallado en la roca. Aquí conocí a un simpático monje, que se dejó fotografiar con su ropa tradicional y dos cruces litúrgicas en ambas manos por los 3 Birr de rigor.
La verdad es que fue todo un acierto hacer la visita sin guía. Esto me permitió vivir momentos emocionantes, buscando el acceso a las diferentes iglesias entre un laberinto de pasadizos y túneles bajo tierra; descubriendo cada detalle… Conociendo el carácter de los etíopes, seguro que a los 5 minutos hubiera acabado mandando a paseo al guía. Otra cosa que me sorprendió fue la ausencia total de turistas, teniendo en cuenta que estaba en una de las principales atracciones de Etiopía. En cada iglesia era el único visitante, a parte de los feligreses.
LA ESPECTACULAR BET GIYORGIS
Pero aun no había acabado la visita. Porque dejé para el final la que sin duda es la iglesia más impresionante y fotogénica de Lalibela: Bet Giyorgis. Se encuentra en una ubicación alejada del resto de iglesias, y su exterior es increíble. Tiene una forma de cruz perfecta, con muros de 15 metros de altura, y la parte superior sobresaliendo ligeramente del nivel del suelo. Además, es la única iglesia que no tiene tejado protector, y las fotos quedaban geniales. Era una imagen preciosa, y me tiré un buen rato contemplando aquella construcción de piedra rojiza que emergía del fondo de la tierra, rodeada de un paisaje lleno de verdor. Inolvidable. Bet Giyorgis ya justifica por sí sola una visita a Lalibela.
La única pega fue que aquí sí aparecieron bastantes turistas. Y en el interior del recinto estropearon un poco la atmósfera del lugar. Pero no me puedo quejar, porque nada más acabar la visita comenzó a llover con fuerza. Si me llego a entretener unos minutos más en otro sitio, me quedo sin fotos de Bet Giyorgis. Regresé al hotel a toda pastilla para evitar mojarme. Aunque con muy buen sabor de boca, por todo lo visto durante la jornada.
CONCLUSIÓN
Tras visitar el Lago Tana, lo normal es que los viajeros con tiempo continúen hacia el norte para visitar Gonder, las Simien Mountains y Aksum. Pero a mí ya no me quedaba y tuve que volar directamente a Lalibela. Sus magníficas y atmosféricas iglesias talladas en la roca constituyen la principal atracción del norte de Etiopía. Y una jornada completa es más que suficiente para explorar el lugar con tranquilidad. Si viajas con la guía Bradt no te hará falta contratar los servicios de una persona. Y menos conociendo lo informales que son los etíopes.
Si te gustó el post, dale al like (el corazón que hay en la parte superior), deja un comentario con tu opinión, y sígueme en redes sociales