Un lago lleno de aves exóticas y una excursión en barca hacia una isla cercana en manos de un improvisado guía local
El Valle del Rift es una enorme fractura que va desde el Mar Rojo hasta Mozambique, cruzando Etiopía, Kenia y Tanzania, a lo largo de más de 4mil km. En su interior se encuentran algunos de los lagos más conocidos de África Oriental, como el Turkana, el Victoria, o el Tanganika. Y otros menores como el Lago Ziway. El origen de esta grieta es el movimiento de las placas tectónicas, que aun hoy día continúan separándose. Así que en un futuro lejano la masa de tierra al este del valle dejará de formar parte del continente, al igual que ocurrió con Madagascar.
Desde Addis Ababa hay dos rutas para viajar hacia el sur del país. Una directa que va hasta Arba Minch pasando por Butajira y Sodo. Y otra más panorámica que sigue el Valle del Rift, bordeando una serie de lagos que constituyen paradas ideales para hacer el trayecto más llevadero. Como no tenía prisa, yo preferí avanzar por el Valle del Rift. El primer lago del recorrido es el Koka, de escaso interés turístico. Y en el segundo, el Ziway (pronunciado «sigüé»), decidí hacer un alto.
VIAJE: ADDIS ABABA – ZIWAY
Cuando sonó mi alarma a las 5h de la mañana, y al asomarme por la ventana de mi habitación vi que aun era noche cerrada, mi primera intención fue quedarme un día en Addis Ababa en plan relax. Todavía estaba cansado por el vuelo del día anterior. Pero al final me obligué a levantarme, desalojé la habitación del Ras Hotel, y me puse en marcha. Decidí alojarme en este hotel porque se encuentra a escasa distancia de la terminal de autobuses. Pero aun así tenía que caminar un tramo de noche, con mi mochila a la espalda, por una ciudad desconocida.
La atmósfera en la calle era irreal: oscuridad, ambiente fresco (¡estaba a 2.350m de altura!, sombras caminando en todas direcciones, lugareños cubiertos con piezas de tela blanca… Yo iba con el corazón a mil, esperando que en cualquier momento alguien se abalanzara sobre mí para robarme. Pero al final llegué sin problemas a la terminal de autobuses. Un lugar caótico donde no dudé en seguir a un chaval que, a cambio de 1B, me indicó el autobús que necesitaba. Subí al vehículo (sin apartarme de mi mochila), y ocupé un asiento, respirando aliviado. Prueba superada.
Como es habitual, tuve que esperar unos 45 minutos hasta que el vehículo se llenó de pasajeros. Una vez en marcha, apareció un encargado para cobrar los billetes, y continuamos a buen ritmo en dirección sur, sin interrupciones ni descansos. Eso sí, el asiento era realmente incómodo, y al cabo de una hora ya no sabía en qué postura ponerme. El trayecto hasta Ziway duró 3 horas, recorriendo 160km por una carretera en buen estado, pasando por Mojo (puerta de entrada al Valle del Rift). Mientras abandonábamos Addis pude ver zonas de chabolas; comercios destartalados; y gente por todas partes. Una vez fuera de la capital, el paisaje mejoró mucho, con casas tradicionales (de adobe, con forma circular y techo cónico de paja); y algún pájaro de colores.
Ya en Ziway, caminé hasta el hotel que había elegido para pasar la noche.
ALOJAMIENTO: BEKELE MOLA HOTEL – 50B/Noche
*Puntos a favor: habitación muy espaciosa; cama doble enorme; lavabo privado; limpieza impecable; ubicación, a escasa distancia del lago; precio.
*Puntos en contra: ninguno.
Ya instalado en el Bekele Mola Hotel, el siguiente paso fue desayunar, pues estaba hambriento. Nada mejor que sentarme en el cercano Hill Café y probar mi primer zumo Espris (de piña, mango, aguacate). Y para acompañar, un trozo de pastel. Ahora estaba preparado para continuar la jornada. Ziway es una población ubicada a 1.630m de altura de nulo interés turístico. Pero es el lugar más conveniente para visitar el cercano Lago Ziway.
EXPLORANDO EL LAGO ZIWAY
El Lago Ziway tiene una superficie de 440km2 y en sus aguas poco profundas abunda la Tilapia, una variedad de pescado. Por ello este lago es el mejor para la observación de aves, que acuden en masa para alimentarse.
Desde mi hotel, caminé hacia el lago por una pista de tierra de 2km de longitud, equipado con cámara de fotos y prismáticos. Y antes de llegar a la orilla me encontré con una escena impactante. Primero vi un buitre que se acercaba, volando raso y extendiendo las patas para aterrizar. Y cuando me giré para ver dónde estaba me quedé de piedra. A escasos metros había un cadáver de vaca, rodeado de un montón de buitres. Y los árboles cercanos estaban llenos de Marabúes, una variedad de cigüeña de gran tamaño y aspecto increíble: cabeza pelada de color rojizo, pico enorme y papada. Se le conoce popularmente como «pájaro enterrador«, por su aspecto lúgubre y hábitos carroñeros.
La verdad es que alucinaba. Aquello parecía una escena de safari, y tan solo me encontraba en las afueras de una población nada turística. No paré de sacar fotos, mientras me rodeaban un montón de lugareños curiosos, que no entendían mi interés.
Al llegar a la orilla del lago, continuó la fiesta: más Marabúes en el agua; un nutrido grupo de Pelícanos; un Hamerkop; un grupo de Ibis de cabeza negra; una Cigüeña de Pico Amarillo; gaviotas; cormoranes; patos… Mientras sacaba fotos apareció un rebaño de vacas (algunas con cuernos enormes), que se metieron en el agua para beber y refrescarse. La imagen era preciosa.
Tras un rato caminando por la zona, decidí alquilar una barca, y explorar el lago en busca de hipopótamos, tal y como proponían mis guías de viajes. Pero no vi ningún servicio de barcas operativo. Así que cuando un chaval se me acercó y me propuso un paseo en la barca de un amigo, decidí aceptar, ya que no tenía muchas más opciones. Precio: 70B después de un breve regateo. Y en cuestión de segundos ya estaba subido en una pequeña barca de remos, junto al guía y el barquero, adentrándome en las aguas del lago.
Aunque tras un rato navegando, habíamos visto algún que otro pájaro, pero ni rastro de hipopótamos. El guía se excusaba diciendo que no era la mejor hora del día, que a lo mejor estaban en otra parte del lago… Pero yo le dije que visto el resultado solo le iba a pagar 40B. Entonces los dos chavales discutieron, propusieron alternativas que rechacé (visitar una isla cercana, volver más tarde y ver hipopótamos desde la orilla…). Y al final acepté que me llevaran a otra parte del lago para probar suerte de nuevo.
EN BUSCA DE HIPOPÓTAMOS
Ya avanzo que no encontramos hipopótamos, pero a cambio viví una auténtica aventura que compensó con creces los 70B pagados.
Estos fueron los pasos:
1. Regresamos a la orilla, y al poco apareció un Gari. Allí subí junto al guía, el barquero y el conductor. Y nos dirigimos a toda pastilla hasta otra parte del lago. Yo pensé que nos matábamos. Hubo un momento en que el caballo iba literalmente desbocado, a una velocidad de vértigo, encarando una curva, y con el conductor todavía atizando al animal para que corriera más… Y otro en el que un bache casi me lanza volando… Incluso el guía tuvo que tomar cartas en el asunto, y de vez en cuando pedía al conductor que aflojara el ritmo.
2. A continuación tuvimos que cruzar el Río Bulbula, que se origina en el propio lago y alimenta el Abiata, más al sur. Para cruzar había un servicio de barca de remos destinado a los lugareños. La barca estaba peligrosamente atiborrada de gente. Y requería de una buena técnica, porque la corriente era fuerte, y amenazaba con arrastrarnos. En el otro lado, caminamos siguiendo la orilla del lago hasta llegar a una zona teóricamente óptima para ver hipopótamos. Allí había varias barcas, y un pequeño bosque con el suelo lleno de restos de peces gato, que desprendían un olor nauseabundo.
3. Tras unas gestiones, subimos a otra barca y partimos en busca de hipopótamos. Los chavales lo intentaron todo: nos adentramos en las marismas; sorteamos troncos; atravesamos nubes de mosquitos; imitaron el sonido de los animales; preguntaron a los vecinos de la zona… Y descubrimos bastantes aves, pero los hipos no aparecieron. Lo cierto es que yo al final ya tenía ganas de regresar a la orilla, porque la situación era realmente peligrosa (podía aparecer un hipo bajo la barca y hacernos volcar).
4. De nuevo en tierra firme, estuvimos descansando en el interior de una casa tradicional. Allí, una madre amamantaba a su bebe; otra señora desgranaba mazorcas de maíz; y mis compañeros bebieron agua marrón en unas latas de conservas (yo me negué en redondo). En las paredes, fotos de Jesucristo y cruces pintadas.
5. Tras un rato, cruzamos de nuevo el Río Bulbula, y regresamos en Gari a mi hotel (a un ritmo mucho más pausado).
Para ser mi primer día en Etiopía no estuvo nada mal. Todo un subidón. Además, me gustó el estilo de mi improvisado guía, que se preocupaba por mí, pero al mismo tiempo me dejaba a mi aire, sin agobiarme. En cuanto a los hipos, más tarde comprendí que fue un caso de desconocimiento por ambas partes: por la mía (los hipos solo se dejan ver muy temprano o al atardecer); y por la de los chavales (lo intentaron todo para ganarse unos Birr).
TARDE DE RELAX
Ya en el hotel comprobé que, a pesar de todas las vivencias, tan solo eran las 14h. Pero decidí hacer una pausa para evitar la parte central del día, porque el sol pegaba con fuerza. Primero comí en el restaurante del hotel. Pedí un plato de Spaghetti Bolognesa que me supo a gloria, acompañado de una Highland. Y tras la comida, una siestecita de hora y media. Justo lo que necesitaba.
Cuando el sol perdió intensidad, caminé de nuevo hasta la orilla del lago Ziway para disfrutar del atardecer. Se suponía que este era el mejor momento para ver pájaros, pero no encontré mucha vida. Aun así, tirando de prismáticos, pude ver un Martín Pescador; y una curiosa Garza Negra que pescaba con las alas extendidas formando una cubierta (por eso es conocida como “umbrella bird”).
De regreso al hotel, me gustó mucho la atmósfera que se respiraba en Ziway. El cielo estaba despejado; había gente por todas partes; vehículos (bicis, Garis, mini-buses, camiones…); nubes de mosquitos; música a todo volumen; olores exóticos… De vez en cuando se escuchaba algún “you, you” o “faranji, faranji”, dirigido hacia mí. Faranji es el nombre con el que se conoce a los extranjeros en Etiopía, y procede de la palabra «français», ya que los franceses fueron los primeros occidentales que visitaron el país. Para acabar la jornada, me detuve en una tienda a comprar galletas y una Highland. Y ya no volví a salir de mi habitación.
RUMBO A TULLO GUDDO
Al día siguiente mi alarma sonó nada menos que a las 4h. Mi idea era visitar la Isla de Tullo Guddo (también conocida como Debre Tsion), la más grande de las cinco que hay en el Lago Ziway. El motivo era doble: la aventura en sí de llegar a la isla; y visitar un interesante monasterio. Para ello necesitaba una barca, así que el día anterior le encargué a mi improvisado guía que me buscara opciones. Y a última hora apareció en mi hotel contándome que ya había conseguido una barca privada que me cobraría 80B por el trayecto de ida y vuelta, más el tiempo de espera.
El guía vivía cerca del Puerto Pesquero, donde se encontraban todas las embarcaciones. Así que quedamos en vernos directamente allí a las 5h. El camino en sí ya fue toda una experiencia: completamente solo; recorriendo una avenida sin asfaltar; bajo un manto de estrellas; escuchando los aullidos lejanos de docenas de perros… Hubo un tramo de oscuridad total donde me di cuenta que me había olvidado la linterna. Y tuve que avanzar como pude, sin saber qué estaba pisando. Muy fuerte… Menos mal que el guía me estaba esperando en el lugar acordado. Junto a la puerta de acceso al Puerto había un grupo de personas esperando, envueltas en piezas de tela blanca.
Ya tenía ganas de ponerme en marcha. Pero el guía me estaba esperando con malas noticias: al final no había podido conseguir una barca privada (¡?). Y tendríamos que viajar en una embarcación pública que cada día realiza un recorrido que comunica las diferentes islas del lago, transportando pasajeros y mercancías. Aunque lo peor fue escucharle decir que el precio era el mismo, cuando yo ya sabía que el billete no superaba los 10B por persona. Y encima me pidió que le pagara los 80B por adelantado. En fin… Aquello era un intento de timo en toda regla. Pero como ya no había vuelta atrás, y todavía no habíamos concretado el precio de sus servicios de guía, le pagué, y me lancé a la aventura.
Tras unos minutos de espera un encargado abrió la verja de entrada al Puerto, y la gente se abalanzó en tromba hacia un precario embarcadero de madera. Allí subimos a la barca, y zarpamos hacia el centro del lago Ziway, bajo un cielo teñido de naranja ante la proximidad del amanecer. Entre los pasajeros, un grupo de lugareños no paraba de hacer el ganso y partirse de risa. Y muchas mujeres se pasaron casi todo el trayecto asomadas a la borda vomitando. A mi alrededor, numerosos colgantes con cruces cristianas; y ropas raídas, llenas de agujeros y rotos.
El viaje duró casi 3 horas, y fue un cúmulo de despropósitos:
1. La embarcación era una patera destartalada equipada con un pequeño motor, que avanzaba con una lentitud asombrosa.
2. Yo iba sentado en una especie de tarima de madera, zarandeado por las olas, y con el agua salpicándome constantemente.
3. El guía me demostró en un par de ocasiones que no tenía ni idea de la isla de Tullo Guddo: no sabía cuánto se tardaba en llegar, ni el itinerario de la embarcación…
4. Al llegar a la altura de Tullo Guddo, comprobé con horror que pasamos de largo, y continuamos hasta la orilla este del lago, donde bajaron la mayoría de pasajeros. La cara del guía era un poema. A continuación fuimos a la isla, pero la pérdida de tiempo fue evidente.
EN BUSCA DEL MONASTERIO
Una vez en tierra firme, continuaron las sorpresas:
1. El barquero nos dijo que teníamos solo una hora para visitar Tullo Guddo, mientras realizaba unas gestiones y volvía a recogernos. Vaya tela… Y para eso tantas horas de trayecto.
2. Al ponernos a caminar me di cuenta de un detalle: el guía tenía una malformación en una pierna, y caminaba con la ayuda de muletas (probablemente por las secuelas de la Polio, que causa estragos en Etiopía). Así que cuando el terreno se empinaba al pobre le costaba mucho avanzar, e íbamos a paso de tortuga.
Mi objetivo era llegar al punto más alto de la isla, donde se ubica el Monasterio de Maryam Tsion. Según cuenta la leyenda, durante el siglo IX un grupo de monjes procedentes de Aksum se refugió en Tullo Guddo, huyendo de la destrucción causada por la Reina Yodit, para proteger el Arca de la Alianza. Unos 70 años después, con la situación en Aksum estabilizada, regresaron a su lugar de origen. Pero durante su estancia fundaron Maryam Tsion, que actualmente es el monasterio activo más antiguo del sur de Etiopía.
Durante el viaje en barca ya había podido contemplar el exterior del edificio. Se trata de una moderna construcción hexagonal, rematada por una torre de colores con una cruz. Al final, el guía fue preguntando a diferentes lugareños, y conseguimos llegar a la puerta. Allí nos recibió una anciana descalza, con un gorro peculiar, que nos dejó entrar en el recinto. Pero (para variar) nos dio una mala noticia: los monjes no estaban, y ella no tenía la llave para acceder a monasterio. Ni al museo, donde en teoría se guardan valiosos manuscritos ilustrados. Estaba la opción de ir a buscar a alguno de los monjes al pueblo, pero ya no teníamos tiempo. Así que me quedé sin ver el interior…
En fin… Con cara de resignación, emprendí el camino de regreso a la orilla. Aunque antes le dije al guía que le diera a la anciana 3B de propina de su propio bolsillo.
Por suerte, la isla era un lugar encantador, y pude disfrutar de innumerables escenas realmente fotogénicas: un pelícano aterrizando en el agua; un mono sobre la rama de una acacia; dos pájaros de colores revoloteando; un cormorán posado en una rama en medio del lago; garzas; viviendas tradicionales; un par de niños llevando a casa una botella de agua (¡de color marrón!)…
Eso sí, mientras esperábamos se vivieron momentos de tensión. Ya había pasado más de una hora, y allí no había ni rastro de la barca. Y la cara de preocupación del guía era evidente, porque no había plan B. Así que ambos respiramos aliviados cuando la vimos aparecer. El viaje de vuelta a Ziway fue un auténtico tostón: más de 2 horas bajo un sol de justicia (sin gorra); y rodeado de peces gato que agonizaban sobre la cubierta (por lo visto el barquero aprovechaba el viaje para comprar pescado en las islas y venderlo en Ziway). Junto a mí viajaban los cuatro encargados de manejar la embarcación, entretenidos reparando sus redes de pesca; un abuelo; y un chaval.
Ya en tierra, vista la ineptitud del guía, decidí que con los 80B que le había dado por la mañana ya tenía más que suficiente por sus servicios (el precio de la barca que utilizamos era irrisorio). Cuando se lo dije, su cara de asombro era total. Está claro que le podía haber dado 50B más y asunto arreglado (apenas 5€). Pero así le estaría haciendo un flaco favor a los futuros turistas que visiten la zona. Hay que evitar al máximo este tipo de timos.
Camino del hotel, me invadía una sensación similar a la del día anterior: no había podido visitar el interior del monasterio, pero a cambio había conseguido desembarcar en la isla, viviendo aventuras imprevisibles.
CONCLUSIÓN
Si te diriges hacia el sur de Etiopía y no vas muy justo de tiempo, te recomiendo hacer un alto en el Lago Ziway. Un día será suficiente para dar un paseo por su orilla, y realizar una excursión en barca en busca de aves e hipopótamos. Añadiendo otra jornada más puedes embarcarte rumbo a la isla de Tullo Guddo, rodeada de un paisaje espectacular. Mi consejo es que consigas un guía a través de tu alojamiento en vez de aceptar los servicios del primer lugareño que se ofrezca. Así te evitarás momentos de tensión como los que viví.
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