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Lago Issyk Kul Sur

posted by Ganas De Mundo
May 21, 2021 641 0 0
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Lago Issyk Kul Sur

Un centro cultural abandonado, un valle de manantiales curativos y una demostración de caza con un águila espectacular y un perro Taigan

Al igual que ocurrió en el Mar de Aral, los rusos no tardaron en utilizar el lago Issyk Kul para apoyar el desarrollo de su industria armamentista, y en 1953 crearon la base militar de Ulan, situada en la orilla este, cerca de Karakol. Aquí se realizaron todo tipo de tests secretos con torpedos y vehículos submarinos, y en tiempos de la Unión Soviética la población local tenía vetado el acceso a la zona. Tras la independencia de Kirguistán las instalaciones continuaron activas a cambio del pago de un generoso alquiler, y en los últimos años se ha apuntado al carro la India, que también cuenta con un centro de investigación en el lago. Paralelamente Issyk Kul se ha convertido en la principal atracción turística del país, atrayendo a visitantes kazajos y rusos en busca de playas y diversión a buen precio.

Desde Karakol recorrí la orilla sur del Lago Issyk Kul utilizando como base las poblaciones de Tamga (alojado en un antiguo sanatorio soviético) y Bokonbayevo. Entre los lugares de interés más destacados visité las Cascadas de Barskoon, Skazka Canyon y las ruinas de Aalam Ordo.

VIAJE: KARAKOL – TAMGA

Un recorrido que también empezó a mediodía, después de desalojar mi habitación del Madanur Hotel y despedirme de la propietaria. A continuación me dirigí a la Terminal Sur, situada en la avenida principal, a 5 minutos del hotel; encontré sin problema la marshrutka nº316 que cubre la ruta entre Karakol y Tamga; guardé la mochila grande en el maletero trasero; y ocupé un asiento de la fila individual. La salida estaba prevista para las 13h, así que compré galletas y zumo en una tienda cercana y me senté a leer. Al rato el conductor pasó a cobrar los billetes y se quedó los 100S que le di, aunque el importe habitual son 80S (imagino que redondeó por la mochila grande, igual que me pasó en Jyrgalan).

El viaje duró casi 2 horas y transcurrió sin incidentes. Al principio cruzamos campos de cultivo y alguna pequeña población, con vistas geniales de los Montes Tian Shan; y hacia la mitad del trayecto aparecieron a la derecha las aguas del Lago Issyk Kul, de un color azul intenso. De camino paramos en varias ocasiones para que subieran y bajaran pasajeros; vimos un par de controles de velocidad de la Policía (los vehículos avisaban de su presencia con las luces largas); y pedí al conductor que me dejara antes de llegar al centro de Tamga, en la zona del lago.

ALOJAMIENTO: SANATORIO – 700S/Noche

*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble (aunque en realidad eran dos individuales unidas); baño privado; buena ubicación, junto al centro de Tamga y rodeado de jardines; nevera; wifi (aunque solo funcionaba en una sala común); precio.    

*Puntos en contra: agua fría; ducha compartida (para dos personas, sin separación); insectos muertos por el suelo de la habitación; mobiliario destartalado (aunque es parte del encanto del sanatorio); sin calefacción; sin servicio de comidas (en el recinto hay una cantina pero siempre estaba cerrada).

En Tamga hay un montón de alojamientos, aunque en Booking solo aparecían dos: un hostel con dormitorios compartidos; y un hotel de lujo. Así que decidí buscarme la vida en el pueblo. De entrada elegí una guesthouse con buenas críticas en Google Maps y una ubicación ideal, a escasos metros de la playa y de la carretera. Pero cuando llegué a la puerta los vecinos me dijeron que los dueños no estaban y me recomendaron una alternativa que me convenció al instante.

Se trataba de un antiguo sanatorio soviético construido durante los años 30 para el descanso de militares, astronautas y deportistas de élite. Por lo visto Yuri Gagarin pasó una temporada aquí en 1961 tras convertirse en el primer hombre que viajó al espacio. La entrada norte estaba justo al lado de la guesthouse y me dejó sin palabras, con dos estatuas plateadas de Gagarin y Valentina Tereshkova (la primera mujer que repitió la hazaña de Gagarin 2 años más tarde); y coronada por un escudo con la hoz y el martillo. Eso sí, no contaba con que el edificio principal del sanatorio se encontraba a más de 1km de allí, primero atravesando un bosque solitario y después subiendo docenas de escaleras cargado con mis mochilas. Acabé empapado en sudor.

En la recepción del sanatorio nadie hablaba inglés, pero con gestos logré hacerme entender. Una señora me cobró y llamó por teléfono a la encargada para que me condujera a mi habitación, situada en el primer piso. Y al poco de instalarme salí a investigar. 

La verdad es que a nivel arquitectónico se trata de un sanatorio mucho mejor que el de Jeti Oguz. Cerca del edificio principal hay una serie de paneles con mosaicos soviéticos donde se representan escenas relacionadas con la sanidad. En ellos aparecen médicos y enfermeras, pacientes, una pareja cogida de la mano… Después recorrí los jardines, descubriendo varias construcciones señoriales, con columnas y estatuas; fuentes; y un parque infantil. Y acabé en el pabellón que alberga la piscina, que tiene una fachada cubierta de relieves. A parte de la entrada que utilicé vi otras dos más, decoradas con estrellas rojas y custodiadas por vigilantes de seguridad. En su día este sanatorio tuvo que ser un lujo.

UN PASEO POR TAMGA

Desde la carretera que bordea el Lago Issyk Kol la primera imagen de Tamga es un montículo donde hay una estatua de una cabra montesa y un avión de combate sobre un pedestal (como en Tokmok). El centro del pueblo se encuentra a algo más de 1km hacia el sur y me encantó su ambiente. Tiene viviendas tradicionales con tejados de madera (algunas abandonadas o en ruinas); vistas épicas de las montañas; y un memorial dedicado a las víctimas de la Gran Guerra Patriótica, con la estatua de un soldado, un cañón, y fotos de veteranos cargados de medallas. Mi visita coincidió con el final de las clases y las calles estaban llenas de críos (muchas niñas llevaban macetas con flores). Por supuesto rápidamente me convertí en el objeto de todas las miradas.

A eso de las 18h el cielo se cubrió de nubes oscuras que amenazaban tormenta y busqué un sitio para cenar algo. Como veía ningún restaurante decidí hacer una compra de comida en una tienda por si acaso. Después pregunté a una señora (de nuevo con gestos) y me dijo que no había cafés abiertos. La única opción era una cantina situada dentro del recinto del sanatorio, pero cuando llegué estaba cerrada. Vaya tela… Con lo que me apetecía un plato caliente… En su lugar regresé a mi habitación y me conformé con pan, queso, un plátano y una chocolatina, todo acompañado de Nestea.

Yo pensaba que el sanatorio estaba vacío, pero mientras cenaba llegó un grupo de chavales que durante horas se dedicaron a hablar a gritos, caminar arriba y abajo, y hacer ruido con sus móviles. Por suerte la señora me había dado una habitación alejada y las paredes del edificio son gruesas. Aun así hasta pasada la medianoche no hubo tranquilidad.

EXCURSION AL VALLE DE BARSKOON

Al día siguiente me despertaron los gritos de los chavales a las 6.30h (a saber dónde irían a esas horas). Menos mal que me volví a quedar dormido hasta las 8h y pude recuperar fuerzas. Una vez en pie desayuné unos bollos de pan con mermelada, una chocolatina y Nestea; preparé la mochila pequeña; y salí consciente de que tenía por delante una jornada complicada. Al menos en el exterior hacía un tiempo genial, con un sol radiante.

De entrada caminé hasta la carretera y me puse a hacer autoestop para llegar al inicio del Valle de Barskoon, situado a 5km de distancia hacia el este, siguiendo la orilla del Lago Issyk Kul. Por suerte al poco me recogió un coche con dos lugareños y me quité de encima la primera etapa. No les ofrecí dinero porque el trayecto era muy corto.

El siguiente tramo era bastante más complicado. Tenía que adentrarme 20km en el Valle de Barskoon por una pista sin asfaltar donde en temporada baja no hay mucho tráfico. Yo primero intenté hacer las cosas bien y me dirigí a un punto de la carretera donde sabía que encontraría algún taxi aparcado. Pero el único conductor que vi se pensó que era tonto y me pedía 1.500S por llevarme. El precio era tan ridículamente alto que ni me molesté en intentar negociar (lo normal hubieran sido 400S). Y allí se quedó el tipo estirado a la sombra, sin importarle perder un cliente. Los taxistas son de otro planeta…

Con esto la única opción fue plantarme en la pista y hacer autoestop. Estuve más de media hora y la verdad es que me temí lo peor, porque apenas pasaban vehículos, y los pocos que lo hicieron me ignoraron. Pero al final paró un coche con dos mujeres que iban a un campamento de yurtas ubicado a escasos metros de mi destino y respiré aliviado. Las mujeres no me dirigieron la palabra y recibieron mis comentarios con frialdad, así que me mantuve callado el resto del trayecto. De camino atravesamos un paisaje árido con fuertes desniveles; y pasamos entre dos rebaños de ovejas y vacas.

Como anécdota, la pista de tierra finaliza en las minas de Kumtor, donde se explota uno de los yacimientos de oro más grandes del mundo a 4.200m de altura. Kumtor pertenece a una empresa canadiense y sus aportaciones a las arcas del estado representan alrededor de un 10% del PIB de Kirguistán. Aunque justo durante mi estancia el gobierno decidió tomar el control de las minas de forma temporal, alegando deudas fiscales y daños ecológicos, en lo que podría ser el primer paso de una nacionalización. Varios expertos apuntan que detrás de este movimiento se esconden los intereses de Rusia y China. Las minas no se pueden visitar y muchos kilómetros antes de llegar hay controles que impiden el paso sin un permiso especial.

Al llegar al campamento le di 100S a una de las mujeres y me despedí sin detectar mucha euforia por el dinero (quizás esperaban más). Pero bueno, por fin estaba en el Valle de Barskoon y podía dedicarme a visitar sus lugares de interés. Esto fue lo más destacado:

1. Esculturas de Yuri Gagarin: hay dos. Un busto sobre un pedestal; y un relieve esculpido en una enorme roca junto al río, pintado de color rojo y dorado, donde aparece la cara del famoso astronauta con su escafandra y varias estrellas. La imagen es surrealista en un lugar tan remoto, rodeado de imponentes montañas.

Mientras contemplaba la segunda escultura empezó a llover con fuerza. Yo me puse el chubasquero y corrí a protegerme bajo un tejado metálico. Incluso hubo momentos en los que caían pequeñas bolas de granizo. Menos mal que las nubes se marcharon enseguida y volvió a lucir el sol. A mi alrededor el paisaje era memorable, con paredes de roca verticales, afiladas cumbres cubiertas de nieve, grupos de caballos y un gavilán revoloteando en busca de comida.

2. Cascada 1: para llegar seguí un sendero que se adentra en el bosque en constante subida y al cabo de 15 minutos alcancé el salto de agua. El sitio estaba desierto y me quedé unos minutos disfrutando de la escena. 

3. Cascada 2: desde la pista de tierra se pueden ver en la distancia otros dos saltos de agua a diferentes alturas. Según maps.me el sendero continuaba hacia ellos desde la Cascada 1. Pero no conseguí encontrarlo porque las marcas desaparecieron de repente; no había ningún tipo de señal; y encima el GPS empezó a fallar y no indicaba mi posición real en el mapa. Aun así lo intenté y estuve un rato trepando por una resbaladiza pendiente, hasta que vi claro que aquello no tenía sentido y bajé como pude, arrastrándome y midiendo cada paso para no sufrir una peligrosa caída. Más tarde probé en otro punto y acabé igual, así que me resigné y volví al fondo del valle.

En ese momento vi llegar una furgoneta con un grupo de chavales que empezaron a subir por la montaña en dirección a la Cascada 2 y descubrí un sendero mucho menos complicado. Con lo cual, como no me gusta dejar las cosas a medias, me puse en marcha y comencé a ganar altura a buen ritmo. De camino pasé por el improvisado campamento de los chavales, con música, mantas, un fuego y utensilios de cocina. Y al rato apareció la Cascada 2, situada en medio de un profundo barranco al que no me atreví a asomarme. Tiene 24m de altura pero las vistas no mataban mucho porque la cascada quedaba parcialmente oculta tras los árboles.

4. Cascada 3: es la más espectacular, y además durante mi visita el chorro emergía de entre un bloque de hielo. Pero se encuentra a más de 3mil metros de altura y el sendero de acceso es muy aéreo y resbaladizo, con lo cual ni me lo planteé y opté por verla de lejos.

REGRESO A TAMGA

De nuevo en la pista ya eran las 15h, así que me comí una barrita de chocolate y me puse a hacer autoestop para volver a Tamga. La verdad es que fue bastante más complicado que la ida pero al final lo conseguí. Primero paró un coche con una familia que finalizó su trayecto a tan solo 2km, en un campamento de yurtas con un curioso camión en miniatura sobre un pedestal. Tras pedir cantidades astronómicas el hombre me propuso llevarme a Tanga por 500S, un precio razonable, pero decidí jugármela. Casi me sale mal porque durante media hora solo vi camiones procedentes de la mina que pasaban de largo a toda velocidad. Aunque cuando estaba a punto de llamar al tipo y aceptar su oferta paró un coche.

Dentro iba Zholdosh, un chaval que hablaba un inglés excelente y regresaba a casa tras una jornada de trabajo en un puesto de control de la Sarychat-Ertash Nature Reserve. Este paraje natural se encuentra no muy lejos de las minas de Kumtor. Es uno de los mejores lugares del país para intentar ver leopardos de las nieves y está financiado por Pantera, una ONG americana. Zholdosh me cayó genial y tras un rato de charla me dejó en el centro de la población de Barskoon.

Como no sabía si podría comer en Tamga decidí aprovechar que en Barskoon hay más opciones, así que Zholdosh me acompañó a un local recomendado y nos despedimos (le di 100S por el trayecto). Allí pedí una Somsa, un Shawarma y té. Precio: 210S. Me gustó mucho el sitio, regentado por una simpática familia y rodeado de lugareños que me miraban de reojo.

A continuación di un paseo por Barskoon, un pueblo bastante más grande que Tamga pero de aspecto similar. Durante mi recorrido pasé junto a grupos de niñas que me saludaban con educación; viviendas típicas; y una pequeña mezquita. Para llegar a Tamga intenté negociar con un taxista, pero de nuevo me pedía un precio que consideré muy caro (200S por 9km) y preferí buscarme la vida. Primero alcancé la carretera principal cruzando una zona de campos de cultivo por una pista de tierra, con unas vistas espectaculares de las montañas nevadas; y después me puse a hacer autoestop. Tuve que soportar a un par de sinvergüenzas que me pedían 200S aprovechándose de la situación, pero al final paró una furgoneta con un grupo de lugareños que trabajaban en el sector turístico y me llevaron gratis.

Antes de regresar al sanatorio decidí quedarme un rato en la orilla del Lago Issyk Kul para contemplar la puesta de sol. Fue un momento mágico, sentado en una roca, con la silueta de dos pescadores en la distancia; música tradicional procedente de un café; el sonido repetitivo de un Cuco; y el sol cada vez más bajo hasta ocultarse tras los Montes Ala-Too. Un digno colofón para una gran jornada. Eso sí, estaba rodeado de nubes de mosquitos.

En la entrada del sanatorio me encontré al vigilante y estuvimos hablando unos minutos (me contó que tenía… ¡10 hijos!). Una vez en mi habitación me estiré en la cama a leer y descansar. La comida de Barskoon me dejó llenísimo, así que solventé la cena con dos yogures, un bollo de pan y Nestea. Yo pensé que el grupo de chavales del día anterior era algo excepcional, pero seguían allí y encima habían llegado nuevos huéspedes. En fin, nada que ver con el silencio sepulcral (quizás excesivo) del sanatorio de Jeti Oguz.

EN SKAZKA CANYON

La jornada comenzó con mi alarma sonando a las 8h después de una noche algo más tranquila que la anterior. A continuación desayuné un plátano, dos yogures y unos bollos de pan con mermelada; preparé la mochila pequeña; y salí a la calle, donde de nuevo lucía un sol impecable.

El plan del día era visitar Skazka Canyon, también conocido como Fairytale Canyon, situado 18km al oeste de Tamga. Para llegar caminé hasta la carretera principal y me puse a hacer autoestop. Aunque no hizo falta porque a los pocos minutos apareció una marshrutka que se dirigía a Bishkek y me dejó junto a la entrada por 50S (estoy seguro que el precio era inferior, pero el conductor no me dio el cambio y tampoco quise discutir por unos céntimos).

Sin perder tiempo avancé por una pista arenosa y pasé junto a una caseta donde pagué la tarifa de acceso (50S) a Skazka Canyon. El pobre encargado pasaba el rato dentro de un viejo Lada y su cara de resignación me hizo gracia. Desde allí continué por la pista 2km más hasta alcanzar el epicentro del cañón. De camino vi arbustos con coloridas flores y alguna formación rocosa interesante. Yo pensaba que tendría el lugar para mí solo, pero olvidé que era sábado y contemplé con horror cómo me adelantaban 3 furgonetas cargadas de turistas locales.

Por suerte la gente se quedó en la parte del cañón más popular y yo me dediqué a visitar otras zonas tranquilamente hasta que se marcharon. Skazka Canyon es un lugar espectacular. Sus dimensiones son moderadas pero es un auténtico festival geológico, con pliegues de diferentes colores, pináculos de roca y una impresionante barrera formada por placas verticales que los lugareños llaman la “Gran Muralla”. Nada que ver con la típica imagen de Kirguistán de verdes praderas y cumbres nevadas. Yo fui combinando diferentes senderos, paseando por el fondo del cañón, entre paredes de roca sedimentaria con peligrosos nidos de avispas; y subí a miradores con unas vistas alucinantes, incluido el Lago Issyk Kul y los Montes Ala-Too. Mientras exploraba vi un par de conejos que huían a toda velocidad; montones de pequeños pájaros; y varias aves que emitían curiosos sonidos.

La mejor panorámica de Skazka se obtiene desde lo alto de una colina situada al sur del cañón, donde se llega siguiendo un resbaladizo sendero que recorre la ladera en constante ascenso. El paisaje es épico, con un mar de rocas onduladas y las aguas del lago de fondo, así que aproveché para sentarme a esperar hasta que se largó el grupo de lugareños. El comportamiento de los kirguisos en los lugares turísticos me recuerda mucho al de los chinos (quizás por ser vecinos): sesiones interminables de fotos en todas las posturas posibles; y gritos constantes. Los conductores de las furgonetas estuvieron más de media hora haciendo sonar el claxon indicando que tocaba marcharse, mientras una docena de turistas les ignoraban por completo y seguían a su aire. En fin…

Cuando por fin desaparecieron bajé de la colina y me dediqué a explorar la zona que me faltaba, donde hay dos tramos de la Gran Muralla que parecen castillos en ruinas. Yo subí a uno y el otro lo vi desde la distancia. Ahora sí que estaba totalmente solo y aproveché para hacerme fotos, disfrutando de una atmósfera única. Aunque poco a poco el cielo se fue cubriendo de nubes que oscurecían el cañón y al final decidí regresar a la carretera principal. Tuve suerte porque de camino me crucé con un par de vehículos. En total dediqué 4 horas a recorrer Skazka y me encantó. Muy recomendable.   

Para volver a Tamga la idea era hacer autoestop, pero de nuevo acabé en una marshrutka que se dirigía a Karakol. Esta vez le di al conductor 40S y también se los quedó sin pestañear. A continuación me dirigí al sanatorio, donde tras descansar un rato desalojé la habitación y me puse en marcha hacia la siguiente base para visitar la orilla sur del Lago Issyk Kul.

VIAJE: TAMGA –  BOKONBAYEVO

Como por la carretera principal pasaban marshrutkas de forma regular decidí olvidarme del autoestop y esperé en la parada de autobuses, aunque me costó más de lo previsto. La primera furgoneta pasó de largo ignorando mis señales; y la segunda paró, pero cuando el conductor se enteró de que no iba a Bishkek me dijo que no podía subir y se marchó, dejándome con cara de póker. No entendí nada. Menos mal que con la tercera marshrutka no tuve problema. Se dirigía a Naryn y el conductor me dejó guardar la mochila grande en el maletero trasero y ocupar un asiento de la fila individual. A cambio le di un billete de 100S y no me sorprendió que se lo guardara sin darme el cambio (o era muy bueno acertando el precio de los viajes o el redondeo está a la orden del día en Kirguistán).

El trayecto duró tres cuartos de hora para recorrer los 50km hasta Bokonbayevo. De camino contemplé bonitas vistas del Lago Issyk Kul y pasé por los sitios que tenía previsto explorar al día siguiente. Yo pensaba que la marshrutka me dejaría en algún punto de la carretera principal, pero por suerte se adentró en Bokonbayevo y paró en la Terminal, situada en el centro del pueblo. Desde allí caminé hasta el lugar donde había previsto pasar la noche.

ALOJAMIENTO: GUEST HOUSE EMILY – 850S/Noche

*Puntos a favor: yurta espaciosa con una cama y un colchón en el suelo; limpieza extrema; decoración con todo tipo de detalles tradicionales; ubicación genial, a 5 minutos del centro de Bokonvayevo; tranquilidad total por la noche; wifi rápido; té y galletas de cortesía disponibles a cualquier hora; propietaria (Gulmira) y su hija muy amables; servicio de comidas a tarifas razonables; precio; abundante desayuno incluido.

*Puntos en contra: baño en un edificio un tanto alejado; ducha de temperatura errática (el agua salía helada o hirviendo).

Bokonvayevo es la población más grande de la orilla sur del Lago Issyk Kul y hay numerosas opciones de alojamiento, varias de ellas disponibles en Booking, así que para evitar sorpresas decidí hacer una reserva en Guest House Emily. Tras mi espartana estancia en el sanatorio de Tamga tenía ganas de una habitación con comodidades, pero la más barata costaba 20Usd + impuestos y elegí una yurta a regañadientes. Por suerte las instalaciones se encuentran en muy buen estado y me trataron genial, así que acabé contento.

Una vez instalado me tomé un té con galletas en una yurta enorme que hace las veces de comedor y salí a dar un paseo por Bokonvayevo. No tardé mucho porque solo tiene dos lugares de interés: un busto de Lenin situado frente al edificio del antiguo centro cultural soviético; y un memorial dedicado a las víctimas de la Gran Guerra Patriótica compuesto de varias estatuas. 

Mi idea era cenar por el centro pero no encontré ningún local apetecible (la mayoría ocupan minúsculos recintos fabricados con planchas de metal y no quise poner en peligro mi estómago), con lo cual regresé a la guesthouse y acepté la oferta de Gulmira. A la hora acordada me senté en la yurta-comedor (en unos cojines distribuidos por el suelo) y apareció su hija con una Ensalada, un plato generoso de Plov, y una taza de té con galletas. Un menú sencillo pero más que suficiente. Precio: 400S.

A continuación volví a mi yurta y dediqué el resto de la jornada a leer y descansar, rodeado del sonido de los pájaros, niños jugando y perros ladrando en la distancia.    

LAS RUINAS DE AALAM ORDO

Al día siguiente me desperté tras dormir como un tronco. Poco antes del amanecer se escuchaban montones de gallos, pero no me molestaron lo más mínimo. Y aunque en el exterior hacía frío yo estaba de muerte bajo el edredón y una manta extra. Una vez en pie fui a la yurta-comedor y Gulmira me trajo el desayuno. El menú consistió en un bol de gachas de avena (que mezclé con mermelada); 3 huevos fritos; una macedonia de manzana y plátano; y un café con leche. Gulmira y su marido se sentaron conmigo a tomar un té mientras el nieto correteaba por la yurta y charlamos un rato.

Después de desayunar preparé la mochila pequeña y me puse en marcha con una apretada agenda de visitas por delante. De momento lucía el sol, pero había bastantes nubes y la niebla cubría las cumbres de los alrededores. Al pasar por un colegio vi que los niños estaban vestidos con ropa tradicional porque iban a representar diferentes pasajes del poema épico Manas. Toda una tentación para un aficionado a la fotografía así que con mano izquierda accedí al patio e hice algunas con mi móvil, siempre pidiendo permiso a los padres.

El primer lugar de interés del día eran las ruinas de Aalam Ordo. En el 2009 comenzó la construcción de un centro cultural a orillas del Lago Issyk Kul donde cientos de jóvenes se reunirían cada año para intercambiar ideas y experiencias con profesionales de todo tipo de ámbitos. La idea era formar una nueva generación capaz de proporcionar a Kirguistán un futuro brillante. Pero solo un año más tarde el presidente Kurmanbek Bakiyev tuvo que huir del país en medio de una revuelta popular y el proyecto de Aalam Ordo se aparcó para siempre. Hoy día el recinto permanece abandonado a 21km de Bokonvayevo y es un lugar imprescindible para cualquier aficionado al Urbex.

Para llegar caminé hasta la carretera y me puse a hacer autoestop, pero un lugareño me recomendó que avanzara un poco más y esperara en una parada de marshrutkas. Yo le hice caso y a cabo de unos minutos estaba subido en una. El conductor puso cara de asombro cuando le dije dónde iba, aunque se quedó los 50S que le di (de nuevo sin cambio) y me dejó junto a Aalam Ordo. La entrada principal consiste en una enorme verja de hierro que está sellada, pero yo fui bordeando el recinto y al final encontré una puerta abierta en un extremo.

Aquí viví momentos de tensión, porque había un agresivo pastor alemán que no paraba de ladrarme (por suerte encadenado a un poste) e indicios de la presencia de un vigilante (un Lada y un remolque con ropa colgada). En vez de continuar decidí llamar a la puerta del remolque y salieron un padre y su hija. Yo asumí que era el vigilante y le pedí permiso para visitar el lugar, y el hombre accedió sin problema.

La verdad es que Aalam Ordo superó todas mis expectativas. Desde fuera se ven varias yurtas de cemento y algún mural, y mucha gente se conforma con eso, pero el interior está lleno de sorpresas. Durante mi recorrido descubrí enormes paredes cubiertas de frescos que representan escenas del folklore kirguiso: un hombre con un águila, un arquero a caballo, mujeres vestidas con ropa tradicional tocando instrumentos… Hay plazas gigantescas con paneles donde aparecen personajes curiosos (una bailarina, un anciano…); torres con cúpulas metálicas de las que entran y salen palomas; varias esculturas; y hasta un platillo volante con patas. Fue genial explorar el recinto en solitario, contemplando detalles interesantes en cada rincón. Mi cámara de fotos echaba humo…

Aunque si la situación no cambia Aalam Ordo tiene los días contados. Algunos muros se han venido abajo; las torres están perdiendo sus azulejos; la pintura de los frescos se cae a trozos, cada vez más difuminada; y por todas partes hay cúpulas, árboles de metal y elementos que en el pasado decoraban el recinto.

Mi paseo finalizó en una playa idílica de aguas cristalinas. Desde allí subí hasta una colina donde hay un fresco de grandes dimensiones con un dragón atacando a un grupo de chavales; y una estatua con un hombre de gorro puntiagudo sobre un águila con las alas desplegadas. En la distancia pude ver una montaña coronada por la estatua de un monje sentado. Un sendero conduce hasta la cima, pero el desnivel es importante y no iba con el calzado adecuado, así que decidí marcharme.

UNA VISITA A KAJI SAY

A 5km de Aalam Ordo se encuentra Kaji Say, una pequeña población creada en 1947 para albergar a los trabajadores de una mina cercana (igual que Jyrgalan). Yo esperé junto a la carretera y al rato pasó una marshrutka que me llevó por 20S. La parada de Kaji Say está decorada con un bonito relieve; y a escasos metros vi un antiguo café con varios paneles de estilo soviético (en uno aparece la hoz y el martillo).

El centro de Kaji Say está a 3km de la carretera y lo recorrí a pie. De camino pasé junto a un montículo con un viejo panel metálico donde aparece Lenin saludando con su gorra; viviendas de madera (muchas de ellas abandonadas); y un lujoso Museo de Arte de reciente construcción que no pegaba para nada en un lugar decadente como Kaji Say (seguro que alguien se llevó una buena comisión). El pueblo acaba al pie de una impresionante pared de roca y tras un rato investigando me compré una botella de Nestea y una bolsa de patatas en un supermercado (115S) y di por finalizada la visita.

LOS MANANTIALES DE MANJYLY ATA

A estas alturas no iba muy sobrado de tiempo y tampoco tenía ganas de volver a caminar los 3km hasta la carretera y esperar otra marshrutka, así que pregunté a unos lugareños y uno de ellos me hizo de taxista. Se trataba de un trayecto de 10km y me cobró 200S, un precio razonable. De camino intercambiamos algunas palabras (su inglés era nulo) y me dejó junto a una pista de tierra que comunica con el último lugar que quería conocer. Antes de continuar me acerqué a la orilla del Lago Issyk Kul y me senté a comer la compra que había hecho en Kaji Say. Por allí andaba un perro que se estiró junto a mí y me ayudó con las patatas.

Tras el descanso caminé por la pista; crucé un moderno cementerio que se extiende por varias colinas; y llegué a la entrada de Manjyly Ata, un valle sagrado donde los peregrinos acuden desde tiempos inmemoriales. Cuenta con 7 manantiales y sus aguas tienen diferentes propiedades curativas (cada uno está indicado para una enfermedad concreta, como la infertilidad o la depresión). Sus orígenes no están nada claros. Hay quien habla de un santo Sufí que vivía en la zona y sanaba a los visitantes. O de una joven pareja que llegó en busca de ayuda para concebir un hijo y al poco se convirtieron en los padres de Manas, el héroe nacional de Kirguistán.

Con esta historia me esperaba un lugar lleno de gente, pero para mi sorpresa no había absolutamente nadie. En la entrada hay un arco de piedra y una serie de edificios decorados con frescos. Las puertas estaban cerradas y por todas partes vi carteles con avisos que no entendí (el traductor de Google no funcionaba). Parecía un poblado fantasma. Un sendero se adentra en el valle conectando los manantiales, aunque la señalización es escasa y maps.me me fue de gran ayuda.

Los manantiales son simples agujeros en el suelo llenos de agua, rodeados de vegetación, con bancos de madera y varias tazas y cuencos para beber. También hay árboles sagrados y tumbas de destacados santos Sufíes. Al margen de la espiritualidad del lugar, Manjyly Ata es un rincón encantador, con montañas onduladas de color rojizo; docenas de pájaros volando en todas direcciones; y plantas exóticas, desde flores hasta arbustos con ramas cubiertas de espinas que se elevan hacia el cielo como siniestros tentáculos. Además el sol se ocultó tras una capa de finas nubes y la temperatura era ideal para caminar. Yo conseguí visitar los 7 manantiales y volví a la entrada del valle.

REGRESO A BOKONBAYEVO

Una vez en la carretera ya eran las 18.15h y empecé a hacer autoestop para incrementar mis opciones. Pero los pocos vehículos que pasaban me ignoraron y no había ni rastro de marshrutkas, así que me temí lo peor. Por suerte cerca de las 19h paró un coche con una pareja de turistas rusos y sus dos hijos que estaban dando la vuelta al Lago Issyk Kul en un día (¡?). Se portaron muy bien porque me dejaron en el centro de Bokonbayevo y no aceptaron el dinero que les ofrecí.

Al llegar a la guesthouse fui directo a la yurta-comedor y al poco el marido de Gulmira me trajo la cena. Esta vez cayó Sopa de verduras y carne; Kuurdak (estofado de ternera con patatas y cebolla); Ensalada de tomate y pepino; y té. Impecable. Me extrañó que no estuviera Gulmira, y cuando al día siguiente me explicó el motivo reconozco que me enfadé bastante.

Después de cenar entré en mi yurta y me estiré en la cama a leer y descansar. Estaba agotado tras casi 10 horas sin parar, pero muy satisfecho por cómo había transcurrido el día, descubriendo la cara oculta de Kirguistán.

CON UN BERKUTCHI

La jornada comenzó con mi alarma sonando a las 7h y al momento estaba disfrutando en la yurta-comedor de otro excelente desayuno: gachas de avena con mermelada, dos huevos fritos, unos deliciosos bollos azucarados, y dos cafés con leche. Acabé a reventar. A continuación preparé las mochilas y a las 8h pasaron a buscarme.

Kirguistán es un país de raíces nómadas, y a parte de las yurtas y los caballos hay una tercera figura que en el pasado tuvo gran importancia: el Berkutchi o Eagle Man. Estos miembros de la comunidad se encargaban de capturar un águila dorada joven y entrenarla durante varios años hasta que estaba lista para salir a cazar en los meses de invierno. Hoy día solo quedan un puñado de Eagle Man decididos a mantener la tradición que se ganan la vida organizando exhibiciones para turistas y compitiendo en los World Nomad Games. El mejor lugar para verlos en acción es Bokonbayevo, donde se encuentra la Federación Salburun, compuesta por 10 Eagle Men. Puedes contactar directamente con ellos a través de Facebook o de tu alojamiento.

Yo nada más llegar a la guesthouse pregunté a Gulmira si había prevista alguna exhibición durante los próximos días y me dijo que hablaría con la gente de Salburun. Como era temporada baja y no me comentó nada más pensé que no hubo ninguna. Pero durante el desayuno me explicó que la tarde anterior había asistido a una exhibición con un grupo de turistas (por eso no estaba durante la cena). Según ella me quería avisar, pero como llegué tarde se tuvo que marchar sin mí. Me pareció una excusa ridícula porque tenía mi número de teléfono o me podía haber enviado un mensaje a través de Booking, pero bueno. El caso es que me tocó organizar mi propia exhibición pagando un precio muy superior (1800S). Gulmira se encargó de llamar por teléfono a un Eagle Man y me vino a recoger en su coche.

El Berkutchi estaba vestido con ropa tradicional, incluido un Kalpak (el gorro típico kirguiso) y condujo hasta las afueras de Bokonbayevo, junto a la orilla del Lago Issyk Kul. Le acompañaba un amigo con el águila en el asiento trasero (el animal no paraba de chillar); y se escuchaba un misterioso sonido procedente del maletero, que resultó ser un espectacular perro Taigan (una raza autóctona de negro pelaje que también se utiliza para cazar). En las exhibiciones para grupos intervienen caballos, pero imagino que en mi caso no lo consideraron necesario.

La exhibición constó de 4 partes:

*Breve sesión de fotos: con el Berkutchi sosteniendo el águila imperial en su brazo, que de vez en cuando desplegaba sus alas. Es un ave impresionante, con un pico afilado y unas garras que ponen los pelos de punta.

*Demostración de caza con el águila: el amigo subió con el ave a una colina cercana y el Berkutchi se puso a correr arrastrando una piel de chacal. Entonces el águila comenzó a volar y cayó en picado sobre la piel. Como recompensa el Berkutchi le dio un trozo de carne y después le limpió el pico con una piedra. En muchas exhibiciones se utilizan conejos vivos en lugar de una piel, pero no me hubiera hecho gracia.

*Demostración de caza con el Taigan: el amigo se llevó al perro y vino corriendo a atrapar la piel de chacal.

*Tiro con arco: el Berkutchi disparó unas cuantas flechas a una diana con bastante éxito.

A ver, reconozco que la exhibición me produjo sentimientos encontrados. Por un lado me gustó presenciar una tradición ancestral. Además el Berkutchi trataba muy bien al águila; y me resolvió un montón de dudas en un inglés bastante correcto. Pero por otro no me gustó ver al águila atado con una cuerda, o con la cabeza tapada con una caperuza. Y menos aun enterarme que el animal se tira la mayor parte del tiempo encerrado en una jaula. O que en el pasado se les liberaba a los 8-10 años de servicio, pero actualmente este periodo se alarga hasta los 20 años por intereses económicos. En fin, una experiencia con luces y sombras.

La exhibición duró una hora y el Berkutchi me dejó en la guesthouse, donde finalizó mi recorrido por la orilla sur del Lago Issyk Kul.

CONCLUSION

Al igual que ocurre con la orilla norte del lago Issyk Kul, los turistas pasan por el sur a toda prisa rumbo al lago Son Kul y Naryn, y como mucho realizan un alto para visitar el sorprendente Skazka Canyon. Pero este no es ni mucho menos el único lugar de interés de la zona y durante mi recorrido descubrí un antiguo sanatorio soviético, memoriales, cascadas, ruinas abandonadas y un valle con manantiales curativos. También vi en acción a uno de los últimos Berkutchi (o Eagle Man), con su águila imperial y un perro Taigan, aunque me da la sensación que cada vez es menos una tradición milenaria y más un negocio para ganarse la vida a costa del turista (y de los pobres animales).

 

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