Visitando aldeas fortificadas situadas en lo alto de las colinas, entre viviendas de formas curiosas y enigmáticas Wagas
Konso está considerada como la puerta de entrada al Valle del Omo. Se trata de una tranquila población, también conocida como Karat, que se distribuye alrededor de una gigantesca rotonda. El único punto de interés es su mercado, que tiene lugar dos veces por semana. Y al que acuden numerosas mujeres de la etnia Konso vestidas con sus inconfundibles faldas.
En los alrededores de Konso se pueden visitar diferentes poblaciones tradicionales, como Dekatu, Gesergiyo y Mecheke. En ellas tendrás la oportunidad de contemplar la peculiar arquitectura de este grupo étnico. Y con un poco de suerte algunas de sus famosas Wagas funerarias.
VIAJE: ARBA MINCH – KONSO
La jornada comenzó en el Hotel Arba Minch, con el sonido de alguien llamando a la puerta de mi habitación. Yo tenía una resaca importante tras la juerga de la noche anterior con Bingo y sus amigos. Y cuando abrí la puerta me encontré a Francis y Concha, que habían venido a despedirse de mí antes de coger su vuelo de regreso a Addis Ababa. Imagino que no se me notó mucho que estaba de ellos hasta las narices, porque hasta me dieron un trozo de papel con su correo electrónico para mantener el contacto. En fin…
Como ya estaba despierto, preparé las cosas, y fui a desayunar al Chocolet Pastry. Allí me comí un trozo de pastel acompañado de un zumo Espris que me devolvió la vida. Y me reuní con Bingo y Getre, comentando anécdotas de la fiesta. La verdad es que me lo pasé genial.
Para continuar mi viaje hacia el suroeste de Etiopía tenía dos alternativas:
1. Coger un autobús que salía de Arba Minch cada mañana, y llegaba hasta Jinka. Pero tenía que madrugar mucho, y desplazarme hasta la terminal de autobuses en Sikela.
2. Hacer autoestop y detener cualquier vehículo que pasara. Bingo me recomendó esta opción, y nos plantamos con mi mochila en la carretera principal. El problema era que estaba desierta, y tuvimos que esperar tres cuartos de hora hasta que apareció un Isuzu. Pero Bingo habló con el conductor, y me consiguió sitio en la cabina, donde viajaría más cómodo. Nos despedimos con un fuerte abrazo, porque el chaval se portó de diez durante mi estancia. Y quedamos en vernos tras mi recorrido por el sur.
La distancia hasta Konso era de tan solo 85km. Pero las circunstancias hicieron que tardáramos unas 3 horas. En las afueras de Arba Minch se acabó el asfalto, y la carretera se transformó en una pista de tierra llena de agujeros. Además, a cada momento aparecían rebaños de vacas o cabras que invadían la pista, y costaba mucho apartarlas a golpe de claxon. El paisaje cada vez era más árido, señal de que me adentraba en la zona más remota del país.
El camión finalizó su recorrido 4km antes de llegar a Konso, y allí me dejó según lo convenido. Así que me tocó ponerme a caminar carretera adelante. A mi alrededor, varias mujeres y niños avanzaban cargando enormes fardos de cereales. Pero tras un rato caminando cuesta arriba, bajo un sol de justicia, decidí parar una pick-up que pasaba, y por 5B extra cubrí el tramo final hasta Konso sentado en la parte trasera del vehículo.
Ya en el pueblo, caminé un poco más hasta el centro. Y busqué un hotel para pasar la noche.
ALOJAMIENTO: SAINT MARY HOTEL – 50B/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama muy cómoda; limpieza extrema; lavabo privado.
*Puntos en contra: ubicación junto a la rotonda del pueblo, por lo que durante las 24 horas se escuchaba bastante ruido de vehículos; sin luz por la noche (aunque esto ocurre en todo el pueblo).
Una vez instalado, fui al restaurante del cercano Konso Edget Hotel, pues estaba hambriento. Me senté en su terraza exterior, a la sombra, y pedí un cuenco de Siga Tibs (trocitos de carne frita) con Inkolala Tibs (huevos revueltos con verduras). Para acompañar, dos Cokes fresquitas. Todo realmente delicioso.
EL MERCADO DE KONSO
Mi llegada a Konso coincidió con día de mercado. Así que me puse a caminar siguiendo la carretera, ya que según mis guías de viaje el mercado tenía lugar a unos 2km del pueblo. Pero tras un rato, no veía ni rastro del lugar. Y cuando preguntaba a la gente, nadie me entendía. El caso es que el único mercado que parecían conocer los lugareños era el que estaba situado en el centro de Konso. Y al final decidí dar media vuelta e ir a lo seguro. Con la duda de si el otro mercado existía realmente, o lo habían trasladado al centro. Nunca lo sabré.
Por suerte el mercado que vi (fuera el bueno o no) me gustó mucho. El estilo era similar al de Awassa: una explanada llena de gente, con los diferentes productos a la venta apilados en el suelo. Había de todo: leña; enormes tinajas de barro (utilizadas para elaborar cerveza artesanal); cereales; cabras; vacas… La actividad era frenética, creando un gran ambiente. Y estuve un buen rato paseando por el recinto.
El atuendo de las mujeres Konso era sorprendente: la mayoría vestía unas faldas largas con rayas de colores y volantes (estilo mejicano); camisetas; y el pelo recogido con un pañuelo. Pronto me quedó claro que no les gustaba nada ser fotografiadas (ni siquiera ofreciéndoles dinero). Así que cambié mi estrategia, y me dediqué a sacar fotos panorámicas del mercado; o de algún grupo aislado apurando al máximo mi zoom.
Tras la visita, regresé a mi habitación para evitar la parte central del día (el sol era implacable). Y me estiré un rato a leer y descansar.
TARDE DE RELAX
Por la tarde salí de nuevo al exterior para dar un paseo sin rumbo fijo, en busca de imágenes curiosas. Había bastantes carteles con dibujos graciosos, que servían para aconsejar a la gente sobre diferentes temas (ya que la mayoría no sabe leer): valores familiares, uso de anticonceptivos, etc… Y por todas partes se veían mesas de ping pong con chavales jugando sin parar durante horas, rodeados de amigos y curiosos. Hasta que pasé al lado de una, y uno de los jóvenes me propuso un enfrentamiento.
La verdad es que me hizo gracia, porque se trata de un deporte que no se me da nada mal. Pero no contaba con dos factores: el estado de las raquetas (casi no había superficie lisa); y la experiencia de esta gente (yo hacía más de un año que no jugaba). Pronto nos rodeó una multitud para ver el encuentro, con caras de expectación. Y aunque planté cara, acabé perdiendo por 21-15. Pero bueno, echamos unas risas, y nos despedimos amigablemente.
CENA: KONSO EDGET HOTEL
Como soy animal de costumbres, para cenar regresé al mismo lugar de la comida. Y pedí el mismo menú: Siga Tibs, aunque esta vez servidas en un recipiente de barro, con unas brasas que mantenían la carne caliente. Para acompañar, agua y una Coke. Sin duda es uno de los mejores restaurantes de Konso, con buena comida, camareros muy atentos, y precios razonables. Por la cena pagué 56B (menos de 4€).
De regreso al hotel, la atmósfera de Konso era genial: oscuridad total por las calles; comercios iluminados con débiles bombillas; cielo estrellado… Por lo visto en el pueblo solo había suministro eléctrico de 12h a 17h, y fuera de ese horario la gente se tenía que apañar con generadores privados. Al pasar junto a un bar, unas lugareñas me empezaron a piropear para que me uniera a ellas. Pero estaba cansado, y me fui a dormir.
UNOS PREPARATIVOS COMPLEJOS
Al día siguiente me levanté a buena hora; desalojé la habitación; y dejé mi mochila grande en la recepción del hotel. Mi objetivo era visitar algunos de los poblados tradicionales de la etnia Konso que hay en los alrededores. Y la tarea no era sencilla, porque necesitaba 3 cosas:
1. Alquilar un 4×4: durante la cena en el Konso Edget Hotel pregunté al camarero si conocía a alguien que me pudiera conseguir un vehículo. Y al cabo de un rato me presentó al dueño del hotel. Tras una breve negociación, conseguí alquilar su 4×4 durante 3 horas (tiempo suficiente para lo que quería hacer), por 500B. Me pareció bastante caro, pero no tenía muchas más opciones, así que acepté.
2. Guía: el propio camarero llamó por teléfono a un amigo suyo, y en cuestión de minutos apareció en el restaurante. Era un chaval bastante simpático. Le expliqué lo que quería visitar, y acordamos un precio de 50B por sus servicios.
3. Permiso: expedido por la Oficina de Turismo de Konso. Costaba 50B, pero el guía me dijo que le diera el dinero a él, y antes de vernos al día siguiente pasaría por la oficina.
En principio todo estaba bien atado. Además, como ya empezaba a darme cuenta de la idiosincrasia del país, fui más que claro en cuanto a los lugares que quería ver, y los horarios. Pero ni con esas… Habíamos quedado a las 9h de la mañana en la terraza del Konso Edget Hotel, y tras tomar un par de Shais (té) allí no venía nadie. El camarero llamó al guía un par de veces al móvil, y el chaval ponía excusas de todo tipo. Incluso hizo un amago de no venir a buscarme. Mientras, el 4×4 ya estaba preparado (y lo iba a tener que pagar sí o sí). Al final el guía apareció a las 10h. Una hora más tarde, pero por lo menos me pude poner en marcha.
VISITANDO ALDEAS KONSO
Pronto quedó claro cuál había sido el motivo del retraso del guía. A mi 4×4 se unió otro vehículo con 4 turistas belgas a los que el chaval también estaba prestando sus servicios (desconozco si antes o después de comprometerse conmigo). Pero lo peor de todo fue cuando vi que, tras conducir apenas 3km, nos detuvimos en Dekatu, un poblado que no era el que habíamos pactado visitar la noche anterior. Por supuesto me quejé al guía, y el chaval va y me suelta sin pestañear que «todas las aldeas Konso son iguales». Algo totalmente falso. Pero bueno, todavía no le había pagado por sus servicios, así que ya veríamos qué pasaba…
La visita estuvo bastante bien. Y es que los poblados Konso son espectaculares. Se ubican en lo alto de una colina, y están rodeados por un muro de piedra de unos 2 metros de altura. En su interior, cada familia vive en una parcela, delimitada con una valla hecha con ramas de árbol. Las casas Konso tienen forma circular, con las paredes hechas de piedra o madera y adobe; y los tejados de paja. Muchos tejados tenían dos niveles (según explicaba el guía imitando la silueta de la falda de las mujeres Konso), y estaban rematados por una vasija de barro.
En cada poblado hay una Mora, o casa comunal, donde se reúnen los adultos a tomar decisiones, duermen los invitados, etc… También hay una plaza donde se erigen los Olahita, o mástiles generacionales. Cada 18 años se celebra una ceremonia de iniciación en la que se da la bienvenida a una nueva generación de jóvenes. Y al final, se erige un mástil. En la plaza también hay unas enormes piedras circulares que, según la tradición, marcan el momento en que un chaval se puede casar (si la levanta, es apto). Yo pude levantar una, pero me costó muchísimo, ante las risas de los lugareños.
También se pueden ver Piedras de la Victoria, erigidas para conmemorar algún hecho importante en la historia del pueblo. Y Wagas, una especie de tótems de madera que se solían ubicar sobre las tumbas de miembros destacados del poblado. Aunque los numerosos robos producidos durante las últimas décadas han provocado que ahora se guarden a buen recaudo.
El guía nos dio un paseo por la aldea, aunque sus explicaciones eran algo difusas, provocando el enfado de uno de los belgas, que estaba hasta las narices de él. Tras la visita, los belgas continuaron su ruta; y por fin nos dirigimos hacia el primer lugar que habíamos pactado:
1. New York: se trata de una garganta donde el efecto del agua ha creado impresionantes pináculos de arena de color naranja que, según algún lugareño lleno de imaginación, parecen rascacielos (de ahí el nombre). La verdad es que desde el borde superior de la garganta la panorámica era buenísima. Y el contraste entre el color de la arena y la vegetación de los alrededores era muy fotogénico.
Eso sí, aquí el guía entró de nuevo en acción, e insistió en que visitáramos Gesergiyo, una aldea Konso ubicada a escasos metros de New York que tampoco entraba en mis planes. Yo ya ni me molesté en protestar, porque tenía claro que se iba a cumplir lo previsto costara lo que costara. Y paseamos tranquilamente por el poblado, viendo nuevos ejemplos de casas; recintos con ganado; mujeres moliendo grano…
La verdad es que la miseria del lugar era alarmante, y no paré de ver niños vestidos con ropa sucia y llena de agujeros, persiguiéndome con la mirada en busca de algún tipo de regalo. Aunque otros, mientras sacaba una foto de su casa, se pusieron a tirarme piedras. Y el guía sin inmutarse.
OTRO FINAL ACCIDENTADO
De nuevo en el 4×4, pasó lo que me temía: el guía me dijo que ya habían pasado las 3 horas pactadas, y que había que regresar a Konso. Pero yo me mantuve inflexible: habíamos acordado la visita a una aldea concreta, y no me subía al vehículo hasta que cumpliéramos lo previsto. Así que el chaval, muy a regañadientes, me llevó hasta el segundo lugar:
2. Mecheke: según mis guías de viaje, se trata de la aldea más famosa y visitada de la zona, por la calidad de sus construcciones. Aunque la pega (sobre todo para el guía) es que está situada a unos 13km de Konso, y se accede por una pista en muy mal estado.
Una vez en Mecheke me quedó claro que el guía era un sinvergüenza. Porque era evidente que no había comprado el permiso necesario para visitar las aldeas, y se había embolsado los 50B que le di. Los indicios: en ningún momento vi el recibo de la Oficina de Turismo; de camino a Mecheke el chaval iba hecho un manojo de nervios; y se tiró un buen rato hablando con los jefes del poblado para que nos permitieran el acceso (si había permiso, con enseñarlo ya era suficiente).
Por lo menos, la visita a Mecheke mereció la pena. Aquí pude ver una gran variedad de viviendas; y los mejores ejemplos de Wagas. No estuvimos mucho tiempo, pero por lo menos me salí con la mía. Como ya nos habíamos pasado claramente de tiempo acordado para el alquiler del 4×4, el regreso a Konso fue a toda pastilla, entre nubes de polvo, con continuos saltos y zarandeos. Hubo un par de agujeros que pusieron a prueba la resistencia del vehículo. Pero llegamos sanos y salvos.
Una vez en Konso me despedí del guía, por supuesto sin darle ni un Birr de propina. Tal y como me temía, cuando me encontré con el dueño del Konso Edget Hotel el tío me pedía más dinero por haberme excedido del tiempo de alquiler pactado. Pero me puse serio, le expliqué que había sido culpa del guía, y le pagué el importe acordado. Por suerte, el hombre fue comprensivo, y la cosa no acabó en otra discusión como en Arba Minch… Con este sabor agridulce, ponía punto y final a mi estancia en Konso.
CONCLUSIÓN
Konso constituye un buen aperitivo de lo que te espera en el Valle del Omo, así que su visita es muy recomendable. El mercado y las aldeas de los alrededores te permitirán conocer un grupo étnico diferente al resto. Si te organizas bien, una jornada será suficiente, dedicando la mañana al mercado, y la tarde a las aldeas (no te olvides de «New York«). Un último consejo: asegúrate que tu guía te da el recibo del permiso para visitar las aldeas. Así evitarás que gente sin escrúpulos se quede un dinero que debería ir destinado a esas poblaciones, porque realmente lo necesitan.
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