Platos de comida exótica, templos de madera, y una noche alojado en un siniestro sanatorio de la época soviética entre montañas de formas asombrosas
Karakol es una ciudad situada en el extremo oriental del lago Issyk Kul, a tan solo 150km de la frontera con China. Fue fundada por los rusos en el año 1869 y hasta la independencia de Kirguistán se llamó Przhevalsky, en honor al famoso explorador, que falleció aquí mientras preparaba una nueva expedición por Asia. Durante la segunda mitad del siglo XIX China vivió una revuelta que enfrentó a la etnia Hui, de religión musulmana, y la Dinastía Qing, que representaba los intereses de la predominante etnia Han. Los Hui fueron masacrados brutalmente, aunque miles de ellos huyeron cruzando los montes Tian Shan y se establecieron en Karakol y sus alrededores, donde empezaron a ser conocidos como Dungan y convivieron con el resto de grupos étnicos (Kirguisos, Rusos, Kazajos, Uigures…), creando una sociedad muy cosmopolita.
La mayoría de viajeros utiliza Karakol como punto de partida para adentrarse en las montañas, ya que se encuentra a 1.750m de altura. Aunque la ciudad cuenta con numerosas atracciones que merecen la pena, entre las que destacan la Mezquita Dungan, la Catedral Ortodoxa o el Museo de Historia. Además es una buena base para realizar excursiones a Jeti Oguz y Jyrgalan.
VIAJE: CHOLPON ATA – KARAKOL
El recorrido empezó de forma un tanto surrealista en la Svetlana Guesthouse, donde de nuevo un niño fue el encargado de servirme el desayuno y despedirme sin que ningún adulto de la familia se dignara a hablar conmigo. Sorprendente. A continuación caminé 2km hasta la Terminal de Cholpon Ata siguiendo la avenida principal, pero allí descubrí que las marshrutkas hacia Karakol salen de la Terminal Este, a otros 2km de distancia. Así que como estaba cansado y el sol pegaba duro acepté la propuesta de un taxista y me llevó por 80S.
En la Terminal Este tuve mucha suerte. Primero me dirigí a la marshrutka, donde no había absolutamente nadie. Pero un taxista me dijo que conmigo se completaban los 6 pasajeros de su vehículo y nos pondríamos en marcha al momento. Y además pagando un precio correcto (200S). Reconozco que dudé unos segundos, porque en Asia Central no te puedes fiar de los taxistas, pero al final me lancé y todo salió a la perfección.
Me tocó viajar en la fila central del taxi acompañado de una madre con sus dos críos, aunque el asiento era cómodo y espacioso. El trayecto duró algo más de hora y media, y de camino me entretuve contemplando un paisaje idílico, con los Montes Ala-Too (forman la frontera natural con Kazajistán); campos de cultivo; verdes praderas; y rebaños de ovejas guiados por pastores montados a caballo. La ruta bordeó la orilla del lago Issyk Kul y cuando estábamos llegando a Karakol aparecieron de fondo los Montes Tian Shan cubiertos de nieve.
Yo fui controlando mi ubicación en el mapa y me bajé antes de llegar a la Terminal, a 2,5km de mi alojamiento. Desde allí continué a pie cruzando el centro de la ciudad para empezar a ponerme en forma de cara a futuras jornadas.
ALOJAMIENTO: MADANUR HOTEL – 1200S/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble muy cómoda; baño privado con ducha perfecta; tranquilidad total por la noche; wifi rápido; sala común con sofás y vistas de las montañas; café propio (Sierra Coffe) situado junto al hotel; personal muy amable; precio; desayuno a la carta incluido.
*Puntos en contra: limpieza bastante mejorable (había pelos por todas partes); ubicación apartada del centro; habitación situada en la parte trasera del café, separada del edificio principal.
Reservé este hotel a través de Booking beneficiándome de una buena oferta, y a pesar de sus defectos pasé una estancia muy agradable. El dueño me explicó que justo antes de la crisis del coronavirus había realizado una importante inversión en renovar las habitaciones y construir 3 nuevas (una de ellas la mía), financiada con un préstamo bancario, y llevaba más de un año sin apenas turistas. En fin…
Al poco de instalarme salí a conocer Karakol porque todavía tenía toda la tarde por delante. Pero desconocía por completo que era 9 de mayo, día festivo en varias ex-repúblicas de la antigua Unión Soviética (entre ellas Kirguistán), ya que se conmemora la derrota de los Nazis en la Segunda Guerra Mundial (se conoce como Victory Day). Algo sospechaba porque al pasar por el Memorial de la Gran Guerra Patriótica de Cholpon Ata vi un montón de gente, con soldados, jóvenes en uniforme, banderas y todo tipo de simbología comunista. El caso es que en Karakol la mayoría de locales y comercios estaban cerrados, así que opté por dar un paseo y regresé al hotel.
El centro de Karakol está formado por una serie de avenidas polvorientas transitadas por abueletes con largas chivas y Kalpak (gorro tradicional); y mujeres con pañuelos en la cabeza y vestidos de vivos colores. Al cruzar la calle hay que tener cuidado porque, tal y como ocurre en la mayoría de ciudades de Kirguistán, escasean los semáforos para peatones y hay que fijarse en los que utilizan los vehículos. También me sorprendió ver un montón de coches en un estado realmente precario, incluidos numerosos Ladas soviéticos.
CENA: SIERRA COFFE
Esta cadena de cafeterías fue fundada por un viajero de Nueva Zelanda que se quedó a vivir en Kirguistán y en la actualidad cuenta con 6 locales (4 en Bishkek y 2 en Karakol). Tiene muy buenas referencias y pertenece a los mismos dueños del Madanur Hotel, con lo cual decidí comprobar si su fama estaba justificada.
La primera impresión fue muy positiva: comedor espacioso con mesas muy separadas y rincones acogedores; buena música; y dos camareros simpáticos. La llegada de los chinos Dungan en el siglo XIX incorporó a la gastronomía de Karakol una serie de platos típicos de su cultura que han convertido a esta ciudad en un lugar único en Kirguistán. Para probar algunas de estas especialidades pedí un Dungan Combo, que incluye Ashlan Fu (el plato más popular, una sopa con noodles que no me hizo mucha gracia porque se sirve fría, está picante y tiene un fuerte sabor a vinagre); Mompar (otra sopa que sí me gustó, hecha con carne, patata, pasta y cilantro); Manti (ravioli gigantes rellenos de carne o verdura); y una bebida (té, café o soda de 0,5l).
Yo pensaba que el Dungan Combo consistía en un menú degustación con porciones pequeñas, pero los platos eran generosos y acabé a punto de explotar. Todo por 403S (unos 4€). Los camareros tenían buen nivel de inglés y charlamos un rato; me invitaron a una copa de vino tinto elaborado por los dueños; y acabamos haciéndonos unas fotos juntos. Después de llenar el estómago regresé a mi habitación y me dediqué a leer y descansar.
DESCUBRIENDO KARAKOL
Al día siguiente me desperté tras una noche de sueño impecable. Y no lo tenía nada claro, porque al estar tan cerca del café se escuchaba demasiado ruido, pero a las 23h cerró y reinó la calma. Una vez en pie me senté en el comedor para desayunar. Normalmente el hotel organiza un buffet libre, pero como durante mi estancia solo había 3 habitaciones ocupadas pude elegir uno de los menús de la carta. Yo pedí un English Breakfast, con huevos revueltos, salchichas, judías y pan tostado, acompañado de un café con leche. Justo lo que necesitaba.
Después preparé la mochila pequeña con mis cámaras de fotos y salí a explorar Karakol. Esto fue lo más destacado de mi recorrido:
1. Catedral Ortodoxa: construida en 1895, es de madera y se asienta sobre una base de ladrillo. En tiempos de la Unión Soviética el templo tuvo todo tipo de utilidades: colegio, teatro, y hasta sala de baile, aunque tras la independencia el nuevo gobierno se lo devolvió a la Iglesia. Se trata de un edificio imponente, con tejados verdes y cúpulas doradas con forma de bulbo. Eso sí, está rodeado de árboles que dificultan las fotos panorámicas.
El interior es muy atmosférico, pintado de color blanco y azul, con iconos, velas y feligreses que entraban a rezar y dejaban comida en una mesa alargada (desconozco la finalidad). Está prohibido hacer fotos dentro y las mujeres tienen que cubrirse la cabeza con un pañuelo.
2. Museo de Historia: se encuentra ubicado en una antigua mansión y se compone de varias salas con diferentes exposiciones. Precio: 100S. Hay hallazgos arqueológicos procedentes de los alrededores del lago Issyk Kul; un pequeño Museo Etnológico con instrumentos musicales, ropa tradicional y objetos kirguisos; un montón de animales disecados (me dio mucha pena ver entre ellos un par de leopardos de las nieves); fotografías de personajes famosos nacidos en la zona; y una colección de imágenes en blanco y negro tomadas por Ella Maillart, una intrépida exploradora suiza que recorrió Asia Central durante los años 30.
Mi visita coincidió con un grupo de turistas rusos, pero me resultó sencillo esquivarles y pasé un rato entretenido. Eso sí, en algunas salas la información en inglés brilla por su ausencia.
3. Barrio Ruso: ocupa una zona al sur de la avenida principal de Karakol, alrededor de la Catedral Ortodoxa. Recorriendo sus calles es fácil encontrar viviendas tradicionales de madera con ventanas de color azul, portales con columnas y bonitos tejados. También hay lujosas mansiones que pertenecían a adinerados mercaderes y en la actualidad albergan hoteles o agencias de viajes.
A mí me encantó una de ellas, situada en la esquina de las calles Koenkozova y Lenina. Consiste en un edificio de madera de dos plantas con una fachada señorial. Al principio pensé que se encontraba abandonado porque su aspecto era lamentable. Pero pregunté a una chica que vi a punto de entrar y me explicó que era un colegio, y pronto recibirían fondos del gobierno para las obras de restauración. Después apareció la directora del centro y tras unos minutos hablando me invitó a ver el interior. Por supuesto no me negué, subí al piso superior por una vieja escalera y accedí a un par de aulas solitarias (en ese momento no había alumnos).
4. Tienda de Antigüedades: se encuentra en la avenida principal y está especializada en todo tipo de objetos de la Unión Soviética (gorras del ejército, banderas, pins, cuadros, máscaras de gas, figuras de cerámica, libros, uniformes militares…). Yo entré a curiosear un rato, charlé con el dueño (Aleksander, le encantaba el arte modernista de Barcelona), compré un par de pins (20S cada uno) e hice algunas fotos.
5. Ak Tilek Bazar: este mercado es el más grande de Karakol y cuenta con un montón de puestos donde se venden todo tipo de productos: fruta, verdura, especias, Kurut (bolitas de queso), Kumis (leche de yegua fermentada), pollos y patos recién nacidos… La sección de carnicería me pareció especialmente sangrienta, con cabezas de cabra, corazones e intestinos. Al igual que me ocurrió en Osh Bazar la gente se mostró muy reacia a aparecer en mis fotos y tras varias negativas me resigné a pasear y disfrutar del ambiente sin más.
Junto a la avenida principal de Karakol se encuentra Bugu Bazar, una versión muy reducida donde destaca Ashlan Fu Alley, un pasadizo con varios locales que ofrecen el mejor Ashlan Fu de la ciudad. Como a mí no me había hecho mucha gracia este plato eché un vistazo rápido y me marché.
6. Mezquita Dungan: data de 1910 y se construyó para la comunidad de chinos Dungan, contratando a un equipo de reputados artesanos traídos de Beijing. La mezquita es una maravilla. Está hecha de madera tallada, con un elaborado tejado y un minarete de color azul ligeramente inclinado. En las obras iniciales no se utilizaron clavos, pero en reformas posteriores se añadieron algunos para dar más solidez a la estructura. Está permitida la visita y los extranjeros pagan 20S, que se dejan en una caja de donativos.
También accedí al interior, con el suelo cubierto de alfombras. Mientras estaba allí se escuchó la llamada a la oración desde el minarete y comenzaron a llegar lugareños. Las mujeres tienen que cubrirse el cuerpo y la cabeza (junto a la entrada hay disponibles una especie de batines con capucha).
Después de visitar la mezquita decidí hacer un alto y me senté a tomar un café con leche en la terraza del Fat Cat Café (120S). Me hubiera quedado más tiempo, pero a mi lado había una mesa con gente hablando a gritos, fumando y mirando vídeos a todo volumen en sus móviles. Acabé hasta las narices. Suerte que el café estaba rico…
UNA TARDE DE PARQUES
Tras el descanso me dediqué a pasear por los parques más importantes de Karakol, rodeado de naturaleza, con jardines de flores, árboles, familias de lugareños e interesantes esculturas.
7. Victory Park: está dedicado a los héroes del Ejército Rojo que fallecieron luchando contra las tropas Nazis. En su parte central destaca una escultura dorada que representa a la Madre Patria sosteniendo una espada; y un monolito de cemento con la hoz y el martillo. Curiosamente a escasa distancia hay dos monumentos muy críticos con Rusia. Uno homenajea a las víctimas de Stalin; y otro a las del Gran Urkun (así se conoce a la emigración forzosa de miles de kirguisos, que huyeron a China en 1916 tras enfrentarse sin éxito al Zar).
8. Plaza Central: en una esquina hay un pedestal con una estatua de Lenin. Y no muy lejos se encuentra el antiguo Teatro, de estilo soviético.
9. Pushkin Park: de aspecto muy descuidado, con edificios abandonados y matojos. Una parte importante está ocupada por un viejo parque infantil, con una noria, una pequeña montaña rusa, columpios… Aunque alguna atracción estaba rota, con sus piezas esparcidas sobre la hierba (me recordó vagamente al parque de Pripyat). En Pushkin Park también hay un tanque soviético; y varios memoriales dedicados a las víctimas de diferentes conflictos (con Rusia, Tayikistán…). Me gustó mucho una estela cubierta de relieves en recuerdo de la revolución popular del 2010 contra el presidente Bakiyev (aparecen policías antidisturbios y manifestantes).
Durante toda la tarde el tiempo estuvo muy revuelto, con nubes grises y rachas de viento que amenazaban tormenta, y truenos en las montañas cercanas. Pero al final no cayó ni una gota. La verdad es que Karakol fue toda una sorpresa. Pensaba que no había mucho que ver y a parte de los lugares ya comentados descubrí numerosos restos de arte soviético: rótulos oxidados; un colegio con un busto de Lenin; edificios de la administración…
CENA: CAFE ZARINA
Un local muy recomendado que está a unos minutos del Madanur Hotel, en la avenida principal de Karakol. En el comedor había un par de mesas con turistas y tras examinar el menú (en inglés) pedí Mompar, Boso Laghman (noodles fritos con carne y verduras), y una cerveza Arpa. Los platos llegaron rápido y la comida me gustó, aunque el Laghman estaba realmente picante (acabé llorando y con la nariz llena de mocos). Además los camareros no eran nada simpáticos: una chica con cara de susto y un chaval de aire indolente. Precio: 495S. De todas formas repetiría, porque al final lo que cuenta es la comida y me quedé con ganas de probar más especialidades locales.
VIAJE: KARAKOL – JETI OGUZ KURORT
La jornada comenzó después de otra noche en la que dormí como un tronco. A continuación me vestí y ocupé una mesa del Sierra Coffe. Esta vez pedí un American Breakfast, con huevos fritos, salchichas y un gofre con plátano y miel, acompañado de un café con leche. La verdad es que entró mejor que el English Breakfast del día anterior.
Mientras esperaba que llegara el plato se produjo una anécdota curiosa. De repente apareció un tipo de aspecto occidental que se sentó en mi mesa y empezó a hablarme en un idioma extraño sin mirarme. Yo mantuve la calma y me preparé para alguna situación surrealista. Hasta que el hombre se dio cuenta de su error: me había confundido con su amigo. Pero aun hay más: ese idioma raro… ¡era mallorquín! Se trataba de dos moteros de Mallorca que estaban realizando la vuelta al mundo por etapas, y tras año y medio en España por la crisis del coronavirus habían regresado a Kirguistán a recuperar sus motos y pasar unos días. Por supuesto me trasladé a su mesa y desayuné con ellos, intercambiando relatos viajeros.
Después de desayunar desalojé mi habitación, dejé la mochila grande en la recepción del hotel, y caminé hasta el punto de Karakol donde aparcan las marshrutkas y taxis compartidos que viajan a Jeti Oguz. Al llegar no vi ninguna de las marshrutkas que necesitaba (nº371 o nº355), y los taxistas me ofrecían trayectos privados. Si fuera la única opción habría aceptado, pero al final encontré a un abuelete con un viejo Lada; acordamos el precio (200S); y nos pusimos en marcha al momento. Yo viajé en el asiento del copiloto y dos chicas de Bishkek detrás. Una de ellas tenía un inglés excelente y hablamos un rato.
Las chicas se bajaron en el pueblo de Jeti Oguz, donde no hay ninguna atracción turística; y yo continué hasta Jeti Oguz Kurort, 12km más al sur. Es muy importante dejárselo claro al taxista mientras se negocia el precio para evitar situaciones desagradables.
EXPLORANDO JETI OGUZ KURORT
Poco a poco nos adentramos en un valle con montañas erosionadas de formas curiosas. Y antes de llegar a Jeti Oguz Kurort le dije al taxista que me bajaba, cubriendo a pie la última parte del trayecto, porque el paisaje era espectacular y quería disfrutarlo con calma. Esto fue lo más destacado:
1. Broken Heart Rock: una enorme roca partida en dos que ha dado pie a numerosas leyendas entre la población local. Las vistas desde la orilla del río Jeti Oguz son memorables. En los alrededores había remolques cargados con docenas de coloridas cajas de madera. Se trata de panales de abejas y en verano es habitual ver puestos que venden tarros de miel. También pasé junto a rebaños de vacas y granjas solitarias.
2. Seven Bulls: es la imagen icónica de Jeti Oguz. Se trata de una cadena de montículos de arenisca de color rojizo erosionados por la acción del agua y el viento. Para apreciarlos mejor subí por una empinada colina hasta un mirador que ofrece la mejor panorámica de la zona. Llegué sin respiración, pero mereció la pena el esfuerzo. Ante mí se desplegaban los Seven Bulls, las casas del pueblo, extensos bosques de coníferas y cumbres nevadas en la distancia. Y tuve suerte porque al poco de llegar el sol se ocultó tras las nubes y las fotos ya no quedaban igual (mejor luz por la mañana).
Allí me encontré con 3 moteros y resultó que también eran españoles (de hecho habían coincidido con los mallorquines). No me podía creer tanta casualidad. Estuvimos charlando unos minutos y se marcharon porque todavía tenían un montón de kilómetros por delante.
3. Jeti Oguz Kurort: se trata de una pequeña aldea a 2.200 de altura ubicada a la sombra de los Seven Bulls. Durante mi paseo vi niños jugando; un grupo de mujeres que volvía de alguna reunión con su atuendo tradicional; un anciano de larga chiva con Kalpak; graciosos terneros tomando el sol; unos burros que se me acercaron a escasos centímetros pero no se dejaban tocar; gallinas; un perro que por suerte estaba atado porque me ladraba con muy malas pulgas; pequeñas huertas; el río… Mi cámara de fotos echaba humo…
ALOJAMIENTO: SANATORIO – 740S/Noche
*Puntos a favor: habitación enorme; baño privado con ducha perfecta; buena limpieza; ubicación genial, con vistas de los Seven Bulls; tranquilidad total por la noche (era el único huésped); nevera; piscina de aguas termales (pagando); encargada de la recepción muy amable; precio.
*Puntos en contra: camas individuales; mobiliario destartalado (aunque es parte del encanto del hotel); sin wifi (importante porque en el pueblo no hay cobertura); sin calefacción (no me quiero imaginar este sitio en invierno); costaba muchísimo abrir y cerrar la puerta de la habitación (la llave no giraba bien); sin servicio de comidas.
Este viejo sanatorio soviético fue construido en el año 1932 y ofrece todo tipo de tratamientos curativos aprovechando las propiedades medicinales de los manantiales del lugar. El edificio es enorme, aunque se encuentra en un estado lamentable, con la fachada cayéndose a trozos. Al principio pensé que estaba abandonado porque me costó encontrar la puerta de entrada y no me crucé con nadie en los jardines que lo rodean. Dentro una señora me dijo que la encargada llegaría al cabo de un rato, así que tuve tiempo para explorar el recinto, recorriendo oscuros pasillos; salas de espera siniestras; habitaciones llenas de trastos; y puertas antiguas con rótulos ininteligibles. Parecía el escenario de una película de terror, y aun así decidí pasar la noche allí.
Cuando apareció la encargada me enseñó un par de habitaciones (las más económicas, sin baño, costaban 340S); me dio la llave; y guardó el dinero junto a mi Pasaporte en la caja fuerte de la recepción (¡?). Una vez instalado aligeré un poco mi mochila pequeña y salí a caminar por la montaña. Hubiera preferido descansar el resto de la jornada, pero para el día siguiente se preveían lluvias y tenía que aprovechar el buen tiempo.
EL VALLE DE LAS FLORES
En las afueras del pueblo hay dos o tres tiendas que venden productos básicos. Yo entré en una, donde compré pan, queso, agua y barritas de chocolate. Y comencé una ruta de 6km que se dirige hacia el sureste, rumbo al Valle de las Flores (o Kok Jayik). Esto fue lo más destacado:
4. Río Jeti Oguz: de entrada avancé junto al río por una pista sin apenas desnivel. El agua bajaba con mucha fuerza y de vez en cuando tuve que cambiar de orilla cruzando frágiles puentes de madera por donde también pasaban los vehículos. Poco a poco el paisaje ganó en espectacularidad, con un cañón de altísimas paredes, espesos bosques y montañas nevadas de fondo. Me sorprendió la ausencia de gente porque mi visita coincidió con el Eid (el final del Ramadán) y me esperaba una oleada de lugareños, al igual que sucedió en Turquía. Pero por lo visto en Kirguistán la gente prefiere quedarse en casa con la familia.
5. Kok Jayik: al final el cañón se abrió y llegué al valle, una zona de verdes pastos cubiertos de pequeñas flores amarillas y moradas (de ahí el nombre). Allí decidí subir a un mirador con unas vistas insuperables de los alrededores y me senté a comer. Al cabo de unos minutos apareció un rebaño de vacas que se acercaban hacia mí peligrosamente. Por suerte el pastor las desvió hacia otro lado y pude continuar con mi improvisado picnic. Se estaba genial, en medio de un escenario épico, aunque a pesar de ir con chaqueta soplaba un viento frío que no me permitió entretenerme demasiado.
6. Cascada Devechi Fosi: desde Kok Jayik es posible alargar la excursión por una pista que se desvía a la derecha y al cabo de 2,5km finaliza en esta cascada. Reconozco que estuve unos minutos dudando porque solo faltaban 3 horas para la puesta de sol, pero me lancé a la aventura y empecé a caminar a buen ritmo. La mayor parte de la ruta es ascendente, alcanzando los 2.500m de altura. Durante el trayecto crucé un prado donde en verano es posible alojarse en un campamento de yurtas (yo solo vi instalaciones desiertas y un par de caballos atados). Después continué subiendo, con unas panorámicas impresionantes. Y en el tramo final seguí un estrecho sendero pegado a un barranco con un terreno embarrado que añadía tensión (resbalé una vez y por suerte no hubo consecuencias).
Devechi Fosi cae desde una altura de 20m y cuenta con una ubicación realmente atmosférica, en el interior de una oscura garganta rodeada de árboles y troncos arrancados. Además tuve el lugar para mí solo. Me dijeron que en verano la cascada se seca, pero aun así recomiendo la caminata hasta aquí por las vistas del valle.
REGRESO AL SANATORIO
Desde Devechi Fosi bajé a paso ligero hasta Kok Jayik. Lucía un sol radiante y las imágenes de postal se sucedían: grupos de caballos; las cumbres nevadas que contrastaban con el azul del cielo; bosques infinitos… A continuación puse rumbo al sanatorio. De camino pasó algún coche pero no hice autoestop. Hasta que el conductor de una furgoneta me hizo gestos para que subiera y no pude negarme. Dentro viajaba un grupo de vecinos de Karakol que regresaban a la ciudad tras pasar el día en Jeti Oguz. Yo fui hablando con el conductor mientras el grupo se entretenía cantando. Al llegar a la altura del sanatorio nos despedimos y le ofrecí 50S, pero el hombre no los aceptó. Todo un detalle en Kirguistán.
Antes de volver al sanatorio entré en una tienda para comprar agua y zumo porque me moría de sed. La dueña no hablaba inglés pero nos pudimos comunicar y me enseñó su guesthouse, con 6 habitaciones y precios realmente económicos: 300S/Noche con wifi y opción de incluir media pensión por 400S adicionales. Aun así no la hubiera cambiado por la atmósfera soviética del sanatorio…
En Jeti Oguz Kurort no hay locales de comidas (al menos en temporada baja), con lo cual mi cena consistió en pan con queso, zumo de naranja y una barrita de chocolate. Y al poco ya estaba durmiendo profundamente, rodeado de un silencio sepulcral.
UNA PISCINA DE AGUAS TERMALES
Al día siguiente me desperté sin prisas porque mi única misión era regresar a Karakol. Una vez en pie desayuné dos barritas de chocolate. Y antes de marcharme del sanatorio decidí probar su piscina de aguas termales. No fue sencillo, pero al final encontré a la señora encargada y me abrió la puerta. La piscina no desentonaba con el resto del edificio: de color oscuro, rodeada de paredes con azulejos desgastados, varios sofás viejos y una cortina en un rincón para cambiarse. Pero ya no había marcha atrás, así que me puse el bañador y me sumergí en el agua.
Allí me quedé un rato nadando completamente solo con una sensación extraña. El agua no estaba muy caliente, pero tras la caminata del día anterior el baño me vino genial. Según leí los manantiales de Jeti Oguz tienen un alto contenido en radón, y se recomiendan para el tratamiento de la artritis y diversas enfermedades del sistema nervioso o intestinal. Precio: 100S. A continuación me vestí, desalojé la habitación, me despedí de la señora encargada y salí a la calle.
En la parada de Jeti Oguz Kurort no había ni rastro de transporte público, así que decidí seguir caminando y hacer autoestop. Pero la dueña de la guesthouse que conocí me vio y avisó a gritos al conductor de un taxi que se alejaba para que me dejara subir. Lo había alquilado una pareja con su bebé y viajé con ellos hasta Karakol. Eso sí, tenían visita en el Hospital de Jeti Oguz y me tocó esperarles cerca de una hora. Por eso cuando llegamos a Karakol pagué 100S en lugar de los 200S que aboné a la ida.
Una vez en mi habitación del Madanur Hotel me estiré en la cama y me quedé dormido. Y el resto del día estuve como atontado, con una sensación de sopor inexplicable. Entonces me acordé de la señora encargada del sanatorio, que mientras nadaba en la piscina me había indicado con gestos que iba a descansar muy bien. Pues parece que los manantiales de Jeti Oguz funcionan…
CONCLUSION
Karakol es la base para realizar una de las actividades más populares de Kirguistán: el trekking de 3 días que pasa por el lago Ala Kol, situado a 3500m de altura, y los manantiales de aguas termales de Altyn-Arashan. Por desgracia mi visita se produjo durante el mes de mayo y la nieve todavía bloqueaba los senderos, pero no me faltaron lugares de interés para mantenerme ocupado. Karakol cuenta con un montón de edificios históricos y una gastronomía única. Además es posible hacer excursiones a otras zonas situadas a menor altura, como Jeti Oguz (te recomiendo alojarte en el viejo sanatorio soviético); o Jyrgalan, población a la que dedico un post a parte. Un día será suficiente para conocer Karakol, sin contar las excursiones.
Me hubiera encantado visitar Engilchek (o Inylchek), una ciudad soviética abandonada a escasa distancia de la frontera con China cuyas fotos recuerdan vagamente a Pripyat. Pero hay que viajar en transporte privado y se necesita un permiso especial, así que lo dejé para otra ocasión.
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