Un antiguo castillo de las Cruzadas tras un duro viaje por la King’s Higway, atravesando el enorme Wadi Mujib
El Castillo de Karak fue construido por los caballeros que formaron parte de la exitosa Primera Cruzada. Aunque su habitante más famoso apareció junto a la Segunda Cruzada, en 1147: Reynald de Châtillon. Un noble francés que pocos años más tarde se convertiría en Príncipe de Antioquía, gracias a su matrimonio con la princesa Constance.
Llegar hasta Karak sin transporte privado, recorriendo parte de la poco transitada King’s Highway, fue toda una odisea. Combinando diferentes autobuses locales con tramos de autoestop; visitando las ruinas solitarias del Palacio de Herodes; y buscándome la vida para sortear el profundo Wadi Mujib. Una gran aventura.
INICIO DE LA KING’S HIGHWAY
El día comenzó a buena hora, con un nuevo desayuno espectacular en el Mosaic City Hotel de Madaba. Esta vez atendido por la guapísima hija de los dueños. No se puede pedir más, y acabé a reventar. A continuación, me despedí de la encantadora familia, y cogí un taxi para llegar a la terminal de autobuses. Allí, un chaval me condujo hasta el bus que necesitaba (le di unas monedas de propina). Y tras media hora esperando a que llegaran más pasajeros, nos pusimos en marcha.
El trayecto duró 45 minutos, y fue realmente tranquilo. Atravesando un paisaje muy normalito, donde había bastantes burros, y zonas de árboles retorcidos por la fuerza del viento. En cuanto a los pasajeros, pude ver bastantes abueletes con su Hatta (o Turbante Jordano) de color rojo y blanco; una señora mayor fumando; y un niño que no paraba de llorar.
Aunque parecía una carretera normal y corriente, acababa de iniciar el recorrido de la King’s Highway. Con este nombre se conoce a la antigua ruta comercial de unos 300km de longitud que une Madaba y Petra. Sus orígenes se remontan a tiempos inmemoriales. Los Nabateos la utilizaban como parte de sus rutas entre Arabia y Siria. Los Romanos la renovaron y mejoraron para comunicar Aqaba con su capital regional ubicada en Bosra (Siria). Y los Cruzados construyeron castillos a lo largo de la ruta. Pero durante el Imperio Otomano se creó otra ruta mucho más directa atravesando el desierto (ahora conocida como Desert Highway), para conectar Damasco con los lugares sagrados de Arabia. Y la King’s Highway perdió importancia.
EN EL PALACIO DE HERODES
En teoría el autobús me tenía que dejar en el pueblecito de Mukawir, al oeste de la carretera principal. Digo en teoría porque cuando llegamos a una terminal y vi que todo el mundo bajaba, asumí que ya estaba en Mukawir, y me puse a caminar en busca del Palacio de Herodes. Pero lo que según mi guía iba a ser un paseo de 2km se convirtió en una odisea de más de 6km, bajo un sol abrasador, y cargado con mis mochilas. Además, sin tener claro si iba en la dirección correcta, pues no había nadie a quien preguntar. Lo cierto es que nunca supe qué pasó: ¿la terminal ahora estaba ubicada más lejos? ¿O yo me bajé antes de tiempo y el bus continuaba hasta Mukawir?
Por suerte, al final apareció en la distancia una espectacular montaña de forma cónica, en cuya cima se encontraban las ruinas del Palacio de Machaerus. Nada menos que la antigua morada de Herodes el Grande, rey de Judea durante el siglo I A.C. (ya bajo dominio del Imperio Romano), que construyó aquí una ciudadela fortificada. El mismo Herodes que según la Biblia provocó la famosa Matanza de los Inocentes, en su intento de acabar con el recién nacido Jesús.
En este palacio también vivió su hijo, Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y Perea (una de las 4 provincias en que los romanos dividieron el reino de Judea). Estaba casado con la hija del rey de Nabatea, pero se divorció de ella para casarse con Herodia, la mujer de su hermanastro. Este hecho provocó acusaciones de adulterio por parte de Juan Bautista, que fue detenido y decapitado en el palacio. Según cuenta la leyenda, durante una fiesta de cumpleaños Herodes quedó tan maravillado con la forma de bailar de Salomé (hija de Herodia) que éste le prometió lo que quisiera. Y Salomé, a instancias de su madre, le pidió la cabeza de Juan Bautista en una bandeja. Así que dicho y hecho. Por si fuera poco, su divorcio provocó una guerra con los Nabateos, y su caída como tetrarca.
En el año 66 una revuelta judía contra el dominio romano ocupó el Palacio de Machaerus, y logró resistir durante 7 años. Pero cuando estaban a punto de ser derrotados, prefirieron suicidarse (de forma similar a lo sucedido en Masada). Aun así, los romanos arrasaron el lugar, aniquilando a toda su población. Y el palacio quedó en ruinas hasta el día de hoy.
Al igual que me había sucedido el día anterior en el Monte Nebo, los relatos y ecos del pasado superaron con creces a la realidad del lugar. Tras un ascenso agotador, me planté en la cima de la montaña. Y comprobé que las ruinas del palacio eran un amasijo de piedras inconexas, con alguna columna en pie. Eso sí, las vistas eran espectaculares. Desde allí se veía el Mar Muerto; los territorios palestinos; valles erosionados por los que deambulaban rebaños de cabras; cuevas naturales donde vivían pastores con sus familias…
Estuve un buen rato solo en el palacio, contemplando el paisaje, y preguntándome cómo narices iba a continuar mi ruta hacia el sur. Hasta que el azar me ofreció la solución. De la nada apareció un chaval suizo con dos amigos jordanos, que estaban haciendo turismo por la zona en un vehículo diplomático (un flamante 4×4). Estuvimos charlando un rato, y cuando me ofreció transporte, acepté sin dudarlo. Así que me llevó cómodamente de regreso a Mukawir, ahorrándome una buena caminata.
VIAJE MUKAWIR – DHIBAN
Desde el centro de Mukawir, aun me faltaba recorrer unos kilómetros hasta la terminal de autobuses. Porque necesitaba coger otro vehículo para retomar la King’s Highway y poder continuar mi ruta hacia el sur. Pero al preguntar a un lugareño por la ruta más directa, este me ofreció hacerme de taxista y llevarme en su coche hasta la población de Libb. Y acepté, a cambio de 6D. No sabía lo que me esperaba…
El trayecto fue para olvidar. Aquel vehículo estaba destrozado, y ni sé cómo podía funcionar. Le fallaba la dirección y no paraba de hacer eses invadiendo el sentido contrario de la carretera. Y además, el tío no paraba de enseñarme un dibujo críptico con dos serpientes y un pájaro, preguntándome “Who is this?” Tengo que reconocer que al final iba bastante intranquilo… Por suerte solo fueron 20km…
Una vez en Libb, el hombre me ofreció continuar hasta Dhiban por 4D más. Pero decidí que ya había tenido suficientes emociones, y opté por el transporte público. Eso sí, la espera fue importante, bajo un sol de justicia, y aguantando a dos chavales que no paraban de preguntarme cosas en árabe y reírse de mi. Un poco más y acabo marchándome de allí a pie. Además, parecía que ninguno de los autobuses que pasaba por allí era el mío. Y como no había forma de saber su destino, porque los carteles estaban escritos en árabe, al final sospechaba que los críos se estaban quedando conmigo. Menos mal que acabó parando un minibús, que me llevó hasta Dhiban.
CRUZANDO EL WADI MUJIB
Una vez en Dhiban, tenía que decidir cómo continuar la ruta, ya que en esta población finalizaba el transporte público. El motivo: que a un par de kilómetros se encontraba el Wadi Mujib, un enorme cañón con más de 1km de profundidad y 4km de ancho. Y los precarios vehículos eran incapaces de sortear este obstáculo. Yo llegado a este punto, estaba hecho un mar de dudas, con diferentes opciones en la cabeza:
1. Contratar un vehículo privado para viajar directo a Karak, incluida una parada para sacar fotos en el Wadi Mujib.
2. Alquilando un vehículo privado también podía realizar una visita a Umm ar-Rasas, situada 16km al este de Dhiban. Se trata de unas ruinas con mosaicos bizantinos y una antigua torre. Esta opción implicaba pasar la noche en Dhiban, y continuar al día siguiente.
3. Pero al final me decidí por la alternativa más incierta: caminar hasta el cañón; y una vez allí ya vería qué hacía. Así que, tras comprar un zumo de uva en una tienda, cogí las mochilas, y me puse en marcha. El paisaje era precioso, con olivares, campos de cultivo, casas de campo, rebaños de ovejas… Así que fue un paseo realmente agradable.
Al llegar al Wadi Mujib, pude disfrutar de unas vistas espectaculares. La carretera bajaba serpenteando hasta el fondo del valle, y volvía a subir en la distancia. Y se veía la presa construida en el año 2004, que retiene las aguas del río Mujib y forma un lago artificial. Eso sí, era la peor hora del día, y el sol apretaba con fuerza, difuminando el paisaje.
Tras un rato contemplando el cañón, pronto tuve que afrontar nuevos problemas. Para empezar, no había ni rastro del hotel que indicaba mi guía de viajes (me equivoqué y estaba al otro lado del cañón). Así que no podía pasar la noche allí, y tenía que parar algún vehículo para continuar hacia el sur. Pero no pasaba absolutamente nadie. Y yo más solo que la una, con mis mochilas encima. Y por si fuera poco apareció un enorme perro, que no paraba de ladrarme y se acercaba peligrosamente. Menos mal que en ese momento la suerte se alió conmigo: de repente surgió de la nada un lugareño, que ahuyentó al perro y detuvo una furgoneta que pasaba, convenciendo al conductor para que me llevara con él. Y en cuestión de segundos ya estaba en ruta, cómodamente sentado. En qué líos me meto…
Por fortuna la furgoneta estaba en perfecto estado, porque si no hubiera sido imposible cruzar el Wadi Mujib. Las pendientes eran increíbles, y aun así avanzamos a buen ritmo. Y las panorámicas del cañón, majestuosas. Me hubiera encantado poder parar y sacar alguna foto, aunque no tuve el morro suficiente de pedírselo al conductor. Era muy simpático, y fuimos charlando animadamente. Pero de ahí a utilizarle como si fuera un vehículo privado, encima que me hacía el favor de llevarme…
En fin, tras sortear el cañón, pasamos por Ariha (primera población al otro lado). Y continuamos hasta Qsar, donde se quedó la furgoneta. Todavía lejos de mi destino final, pero ya con opciones de conseguir transporte público. La sorpresa llegó cuando comprobé que el conductor no me quería cobrar nada. Pero insistí, y al final el hombre aceptó una propina. En Qsar no tuve que esperar ni 5 minutos, y al poco pasó un bus que me llevó directo a Karak. Una vez en la terminal, no me compliqué la vida, y cogí un taxi para que me llevara al alojamiento elegido. El día ya había tenido suficientes aventuras como para acabar deambulando por Karak, sin encontrar el lugar.
ALOJAMIENTO: TOWERS CASTLE HOTEL – 12D/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble comodísima; lavabo privado; limpieza extrema; ubicación céntrica, casi junto al castillo, y con buenas vistas del valle; precio (desayuno incluido).
*Puntos en contra: mobiliario bastante destartalado; ducha de la que salía un hilo de agua, y nada caliente; dueño egipcio de carácter errático (buen rollo inicial, pero antes de abandonar el hotel se cortaba el ambiente sin motivo alguno).
Antes de instalarme en la habitación, el dueño me ofreció un té de bienvenida, y estuvimos charlando un rato. Y a continuación, decidí dar un paseo por Karak, aprovechando las últimas luces del atardecer. Estuvo genial caminar por las animadas calles comerciales de la ciudad, o los alrededores del castillo, mientras se escuchaba la llamada a la oración desde varias mezquitas. Un momento mágico. Además, la gente me dejó a mi aire, sin agobiarme ofreciendo cosas.
La jornada acabó con una cena más que merecida en la terraza del King’s Castle Restaurant, situado junto al hotel. Rodeado de una atmósfera excepcional, con niños correteando, luz crepuscular, gatos jugando… La verdad es que me llevé una impresión muy positiva de Karak. De regreso en mi habitación, caí rendido en la cama. Y es que desde que salí de Madaba por la mañana, habían sido 8 medios de transporte diferentes, y unos 10km de caminata, con todo tipo de dudas e incertidumbre. Pero estaba satisfecho tras haber conseguido cumplir mis objetivos.
EL PASADO DE KARAK
Al día siguiente, lo primero que hice fue dirigirme al comedor del hotel para dar buena cuenta de mi desayuno. Fue abundante, aunque ni mucho menos como el del Mosaic City. Hubo pan con mermelada y mantequilla, quesitos, un huevo duro y té. Ya con el estómago lleno, salí a la calle y caminé a toda prisa hasta el cercano Castillo de Karak, antes de que llegaran los primeros autocares de turistas.
En el pasado, el principal inquilino del castillo fue Reynald de Châtillon. Un noble francés que se unió a las Cruzadas y, tras numerosos enfrentamientos contra los árabes, fue derrotado en 1161, pasando 15 años como prisionero. Pero el hombre no se vino abajo. Y al poco de ser liberado resurgió con fuerza, convirtiéndose en Lord of Oultrejordain (uno de los 4 estados dependientes del Reino de Jerusalem), gracias a su matrimonio con Stephanie of Milly. Gozaba de un gran poder, y desde sus castillos de Karak y Montreal (ubicado en la actual Shobak) controlaba las rutas comerciales de la King’s Highway.
En esa época la amenaza árabe era mayor que nunca: Saladino (sultán de Siria y Egipto) había conseguido unificar a las tropas árabes; y en 1174 emprendió una campaña contra los cruzados. En el último momento, gracias a un acuerdo entre Saladino y Baldwin IV (Rey de Jerusalén, enfermo de lepra), se consiguió mantener la paz. Pero Reynald, famoso por su extrema crueldad, no respetó ese acuerdo, dedicándose a saquear caravanas árabes, y provocando la ira de Saladino.
En 1183, Saladino lanzó un ataque contra el castillo de Karak. Y durante el asedio Reynald tuvo las narices de celebrar en el interior la boda de su hijo. Cuenta la leyenda que su mujer envió platos del banquete a Saladino, y éste a cambio respetó la torre donde se encontraban los recién casados. Al final el castillo resistió. Pero en 1187, dos años después de la muerte de Baldwin IV, Saladino logró derrotar a los cruzados en la Batalla de Hattin, y se encargó personalmente de decapitar a Reynald.
EXPLORANDO EL CASTILLO
En el interior del castillo, una vez más pude comprobar que una cosa es la historia y otra la realidad. El lugar estaba totalmente en ruinas, con montones de escombros, torres apenas visibles, y ni rastro de estatuas, relieves, o cualquier otro tipo de decoración. Aunque reconozco que esta situación hacía que la visita fuera más auténtica. Además, casi no había turistas, así que tuve el lugar para mi solo.
La verdad es que estuvo genial explorar en solitario lúgubres pasadizos subterráneos, llenos de cámaras laterales, escaleras y arcos. Mientras atravesaba salas oscuras hubo algún momento en el que me llevé un buen susto, al escuchar ruidos misteriosos que al final resultaban ser el viento, o pájaros que se colaban por pequeños agujeros. Mención especial a una habitación sombría donde habitaba una ruidosa colonia de murciélagos. Me acerqué todo lo que pude, pero el olor era nauseabundo, y no quería asustarles y que levantaran el vuelo. También subí a las murallas del castillo, y pude disfrutar de muy buenas vistas de los alrededores.
Tras la visita al castillo, di otro paseo por el pueblo. En una rotonda del centro había una estatua ecuestre de Saladino, erigida para conmemorar su victoria sobre el malvado Reynald. También aproveché para tomarme un zumo de guayaba en un puesto callejero; y otro de naranja sentado en la terraza del restaurante de la noche anterior. Y llegado el momento, desalojé mi habitación y continué mi ruta hacia el sur.
CONCLUSIÓN
Viajar por libre entre Madaba y Karak fue una de las grandes aventuras de mi recorrido por Jordania. Solo recomendable para espíritus intrépidos, con ganas de sumergirse en la cultura local. Mi consejo es que dediques a este trayecto un mínimo de dos días. Así tendrás tiempo para incluir una sesión de barranquismo en el Wadi Mujib. Yo no tenía ni idea de esta posibilidad, y cuando más tarde vi fotos espectaculares de algunos tramos donde el cañón se estrecha, con paredes ondulantes de color ocre… ¡me quería morir!
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