En la capital cultural de Sri Lanka, visitando antiguos templos budistas repletos de feligreses y un exótico jardín botánico con especies asombrosas
Kandy fue la última capital del Reino Cingalés, una monarquía que durante más de 2.300 años (con algún breve intervalo) dominó Sri Lanka, antes de caer en manos de los británicos. Tanto si se llega en tren como en autobús, la primera impresión no es muy buena. Se trata de la segunda ciudad más grande de la isla, y capital de la Central Province, y eso se traduce en un paisaje de edificios grises y tráfico ensordecedor. Pero su casco antiguo todavía es un lugar agradable para pasear. Con un lago muy fotogénico y una serie de espectaculares templos llenos de actividad, destacando por encima de todos el famoso Templo del Diente de Buda.
VIAJE COLOMBO – KANDY
Para llegar a Kandy decidí realizar el trayecto en tren. El día anterior había aterrizado en Colombo a las 15.30h, y si por mí hubiera sido, me hubiera largado de allí a toda prisa. Pero había leído maravillas acerca de los viajes en tren por Sri Lanka, así que acepté a regañadientes pasar la noche en la capital, y desplazarme por la mañana. Eso sí, en un hotel lo más cerca posible de la estación de tren: el C1 Colombo Fort.
Como quería aprovechar el tiempo al máximo, opté por coger el tren de las 7h. Y para evitar problemas con el billete, lo reservé desde casa. No es posible realizar la gestión directamente con Sri Lanka Railways, pero hay agencias de viaje que se encargan de todo pagando un suplemento. Yo utilicé los servicios de Visit Sri Lanka Tours (una compañía inglesa). Elegí el trayecto en su página web, hice el pago online (a través de PayPal), y en unas horas recibí un correo con un código de reserva. Precio: 11 euros.
El problema de comenzar la jornada tan temprano fue que me quedé sin el desayuno incluido en el precio de la habitación. Aunque el encargado de la recepción se apiadó de mí y me trajo pan de molde para hacerme unas tostadas con mermelada. Al menos engañé al estómago… A continuación salí a la calle, y en un cuarto de hora ya estaba en la estación, tras un agradable paseo.
En la estación me encontré el caos previsible. De entre las muchas ventanillas que había, tuve que ir a la de reservas (la 17). Y hacer una cola tremenda, para acabar enterándome que mi gestión se hacía en la ventanilla de al lado, completamente vacía. Pero bueno, recogí mi billete, y encontré sin problemas el andén. Al poco, apareció el tren, y un empleado me indicó donde estaba mi vagón (específico para reservas) y mi asiento numerado.
Yo decidí viajar en 2ª Clase, y la verdad es que acerté. Porque los asientos eran cómodos; había pequeños ventiladores en el techo; y las ventanas se podían subir (perfecto para evitar el calor y sacar fotos). Mi asiento estaba ubicado en la parte derecha del vagón (la mejor para disfrutar del paisaje en este recorrido).
El trayecto duró casi 3 horas, y transcurrió sin incidencias. Paramos muy pocas veces, y las vistas merecieron la pena. Al poco de abandonar la ciudad, el cemento dio paso a bonitos paisajes, con campos de cultivo, palmeras, bosques, profundos valles, casitas pintadas de blanco… Y pude ver bastante fauna: cigüeñas, garzas, un martín pescador, un par de monos saltando entre las ramas… Eso sí, la mayor parte del tiempo fui con el sol de cara, así que quien pueda elegir, mejor que viaje por la tarde. Además, los saltos y giros bruscos eran constantes, como si el vagón fuera a salir disparado en cualquier momento. Cuando entrábamos en un túnel, era gracioso escuchar a grupos de chavales que se ponían a gritar (algunos colgando de las puertas de entrada).
Una vez en la estación de Kandy, cogí un tuk-tuk. Y por 200 R, tras un breve recorrido, me dejó en la puerta del hotel que había reservado desde casa a través de Booking.
ALOJAMIENTO: CAFÉ AROMA INN – 60 Usd/Noche
*Puntos a favor: habitación moderna y espaciosa; cama doble comodísima; lavabo privado enorme, con ducha impecable; limpieza extrema; ubicación muy céntrica, a escasos minutos de los principales lugares de interés; tranquilidad total; personal muy amable, con zumo de cortesía al llegar.
*Puntos en contra: precio (tras reservar, me encontré que todavía faltaba añadir un 29% de impuestos, menudo timo); wifi desastroso (en mi habitación no funcionaba, y en el restaurante solo un rato el primer día).
Por suerte, a pesar de ser las 10h, la habitación ya estaba lista. Así que me pude instalar y dormir unas horas, porque estaba muerto, y en esas condiciones no iba a disfrutar nada (en el tren me quedaba dormido). Más tarde, a eso de las 13h, salí a explorar la ciudad.
EL PASADO DE KANDY
El Reino de Kandy tiene su origen a finales del siglo XV. Ocupaba aproximadamente la mitad este de la isla, y en un principio rendía pleitesía al vecino Reino de Kotte, mucho más poderoso, que ocupaba la mitad oeste. Su capital estaba en Senkadagala (así se conocía a la actual Kandy). Hasta que en 1505 los portugueses desembarcaron en el puerto de Colombo, y todo cambió por completo. En 1581 las fuerzas invasoras ya se habían hecho con el control del Reino de Kotte. Y en 1595 el Templo del Diente de Buda fue trasladado a Kandy, cuyo territorio quedó reducido a las montañas del interior, convirtiéndose en el último bastión de la monarquía cingalesa.
Lo de Kandy tiene mucho mérito. Porque a continuación, durante más de dos siglos, fueron capaces de mantener su independencia, plantando cara a los ataques de los portugueses, y más tarde de holandeses e ingleses, que dominaban el resto de Sri Lanka. Gracias a la habilidad de sus gobernantes para establecer alianzas. Y a las características del terreno, montañoso y selvático, que les permitía utilizar tácticas de guerrillas provocando enormes daños a las tropas coloniales. Fruto de esta situación, en la actualidad los habitantes de Kandy defienden sus orígenes con especial orgullo.
Pero todo tiene un límite. En 1739 una crisis de sucesión hizo que el trono del Reino de Kandy acabara en manos de la Dinastía Nayak, originaria del sur de la India (y por tanto de etnia tamil). Lo cual no agradó a la mayoría cingalesa. Y las cosas se agravaron durante el reinado de Sri Vikrama Rajasinha, un personaje de carácter volátil y cruel que se puso a todo el mundo en contra. Hasta el punto que en 1815, en la conocida como Kandyan Convention, sus jefes locales le traicionaron y prefirieron ceder el control del reino a los ingleses. Poniendo punto y final a más de 2.300 años de independencia cingalesa.
El nombre de Kandy también es obra de los portugueses. La zona del interior de la isla se llamaba Kanda Uda Pasrata, y ellos lo abreviaron a Candea, que para los ingleses fue Kandy (tanto el reino como la ciudad). Actualmente los cingaleses se refieren a Kandy como Maha Nuwara («Gran Ciudad»).
VISITANDO LOS HATARA DEVALE
En Kandy hay cuatro santuarios sagrados con varios siglos de antigüedad, llamados Devale, dedicados a las cuatro deidades que protegen la ciudad (Hatara significa «cuatro»). Así que comencé mi recorrido conociendo estos lugares de culto:
1. Kataragama Devale: situado a escasos metros de mi hotel. La portada exterior ya merecía la pena, con una serie de figuras mitológicas sobre un bonito fondo de color azul. En el interior, este santuario se diferencia del resto en que una parte es Budista y la otra Hindú. En ambas partes había una sala de oración principal y varias capillas menores, con un tránsito constante de lugareños. Mientras, en un rincón, un gurú quemaba incienso y recitaba plegarias sin parar, rodeado de feligreses. Muy atmosférico, así que me quedé paseando un rato.
Hasta que me vio un monje budista de cierta edad y contactó conmigo. Al poco, me pidió que le acompañará a sus oficinas, donde me enseñó una foto suya con el Dalai Lama, etc… Y a continuación, sin verlo venir, se puso a hacerme un ritual para darme buena suerte. Recitó unas plegarias, mientras me tocaba la cabeza con su abanico y me acariciaba el pelo; y me ató a la muñeca unos hilos entrelazados de color rojo (hinduismo) y blanco (budismo).
Si todo hubiera acabado aquí estaría encantado. Pero el siguiente paso fue darme una libreta para que apuntara mi nombre y la donación que iba a realizar al templo. Así que le di al monje 1.000 R (lo mínimo que abonó la gente que me precedió), nos hicimos un par de fotos, y me marché. Vaya tela… Yo ya me olía lo que iba a pasar, pero decidí no pecar de desconfiado y ver qué pasaba. Y mis sospechas se acabaron confirmando. Si ya por entrar en el templo y dejar mi calzado a cargo de una cuidadora me habían cobrado 100 R…
2. Pattini Devale: ubicado en Temple Square, junto a otras construcciones religiosas, a un par de minutos de mi hotel. Este templo es muy popular y siempre está lleno de gente. Me gustaron las columnas de madera oscura junto a la entrada, con bonitos relieves. Y la fachada, con la puerta de acceso flanqueada por las estatuas de dos guerreros.
3. Natha Devale: también en Temple Square. Fue construido durante el siglo XIV, y eso lo convierte en el edificio más antiguo de Kandy. Su estructura está coronada por una cúpula de ladrillo (cubierta por un horrible tejado metálico). Y el muro de la entrada tiene unas bonitas pinturas murales. Cuando visité el lugar, estaba desierto.
4. Vishnu Devale: situado fuera del recinto de Temple Square. El complejo es enorme, compuesto por tres edificios. Se trata del templo donde eran coronados los reyes de Kandy. A destacar: dos fachadas, con numerosas figuras mitológicas y pinturas de vivos colores. La gran atmósfera que se respiraba, con bastantes fieles llevando ofrendas, y un monje recitando plegarias. Y las buenas vistas de Temple Square, al estar más elevado.
Una vez más, visitar templos budistas me produjo sentimientos encontrados. Por un lado, la atmósfera es muy interesante. Con familias locales entrando a orar y realizando ofrendas a sus dioses (flores de loto, fruta, incienso…). Pero por otro, a mí eso de ver una hucha enorme delante de cada estatua, con la palabra «Donation» escrita en mayúsculas… Deja escaso margen a la espiritualidad…
Para visitar los templos habrá que tener presentes una serie de normas de conducta. Aunque si se te olvidan ya te las recordará alguno de los vigilantes…
1. Hay que descalzarse antes de entrar en el recinto del templo (no basta con hacerlo solo antes de entrar en la sala de oración). Y eso a veces implica caminar sobre un terreno abrasador; o piedras afiladas. Así que, en según qué lugar, unos calcetines se agradecerán bastante. Además, no vale guardarte el calzado en la mochila: éste no puede entrar en el templo, aunque no lo lleves puesto (yo lo intenté y no coló).
2. También hay que quitarse la gorra, o cualquier tipo de sombrero que cubra la cabeza.
3. Está prohibido acceder a los templos en pantalón corto. Una opción (muy utilizada por los abueletes occidentales, con efectos realmente cómicos) es cubrirse las piernas con un pareo. Aunque yo opté por vestir siempre con pantalón largo, y me evité problemas.
MI PRIMERA COMIDA LOCAL
A continuación quería continuar con las visitas, pero me obligué a sentarme a comer algo, porque estaba que me moría de hambre. Elegí un local de fast food cercano, y pedí un plato de Kotthu. Se trata de trocitos de pan Rotti, mezclados con especias y verduras, y con un complemento a elegir (yo opté por un muslo de pollo asado). El primer bocado me supo a gloria, muy sabroso, pero luego… Aquello estaba super picante (y eso que lo pedí suave). Y encima el plato era enorme, y llenaba muchísimo. Así que acabé dejándome casi la mitad.
Para acompañar me ofrecieron cerveza, y me hizo gracia probar la marca nacional Lion. Pero al poco me di cuenta que me servían la lata de forma clandestina, tapada con un papel. Y a mi alrededor todo el mundo bebía sodas, porque en Sri Lanka poca gente bebe alcohol (al menos en público). La verdad es que pasé algo de vergüenza… ¡Y encima la cerveza estaba caliente! Así que me acabé la lata como pude y me marché, bastante descontento con mi primera experiencia con la gastronomía local. Precio: 1.050 R. El camarero me trató con una amabilidad extrema. Y cuando me trajo la cuenta dejó claro que no incluía el servicio. Así que le dejé 150 R de propina (aconsejan dejar un 10%).
UN PASEO POR EL LAGO
Tras la comida, decidí caminar por la orilla del Lago Kandy, ubicado junto al casco antiguo de la ciudad. Aunque no lo parezca, este lago es artificial, y fue creado en 1812, durante los últimos años de reinado del polémico Sri Vikrama Rajasinha. De hecho, una de sus hazañas más recordadas fue ahogar aquí a la familia de un jefe local. Un hecho que indignó aun más a la población, y precipitó los acontecimientos.
El camino alrededor del lago tiene 3,5km de longitud. Yo comencé en el Templo del Diente de Buda, y avancé en sentido opuesto a las agujas del reloj. Las vistas eran geniales, con las aguas rodeadas de colinas cubiertas de espesos bosques y viviendas. Y unas excelentes panorámicas del Templo. En cuanto a fauna, un par de cormoranes negros y una garza blanca tomando el sol. El problema fue que al poco el camino se convirtió en una estrecha acera, que discurría a escasos centímetros de una avenida con un tráfico insoportable. Y así el paseo pierde mucho encanto.
Antes de completar el recorrido, cerca del Templo, el camino se alejó del tráfico, y durante otro rato pude pasear con tranquilidad. Aquí vi una pareja de pelícanos, un grupo de patos, una jacana… Y en los árboles había una enorme colonia de Zorros Voladores Indios. Esta parte del lago constituye un lugar ideal para ver la puesta de sol, como pude comprobar al día siguiente. Pasaba por allí de camino a mi hotel, y al ver la imagen me que quedé con la boca abierta. El lago en primer plano; el sol ocultándose tras las nubes, tiñéndolas de color naranja; pájaros por todas partes… Y el cielo lleno de miles de zorros voladores, muy lejanos, en busca de alimento. Espectacular. Así que acabé sentado en la orilla, disfrutando del momento.
En fin, después de la caminata aproveché para subir hasta el cercano Royal Palace Park. Un parque que, según había leído, prometía buenas vistas de los alrededores. El ascenso fue duro, y llegué a la puerta empapado en sudor. Pagué el acceso (100 R). Y di un paseo por el recinto.
Quien escribió lo de las vistas no sé qué se había fumado, porque con los árboles no se veía nada. Además, el lugar estaba lleno de parejas de lugareños en actitud más que cariñosa, y me sentí bastante incómodo. Pero bueno, había rincones muy fotogénicos. Y un grupo de monos de una especie llamada Toque Macaque. A simple vista eran muy graciosos, con un pelo estilo Jim Carrey en «Dos Tontos Muy Tontos». Pero se te acercaban peligrosamente en busca de comida, sin ningún tipo de vergüenza. Y a una chica occidental que paseaba sola la persiguieron, mientras corría y gritaba como si la fueran a matar. Fue hilarante. El caso es que no duré mucho en el parque, y continué mi ruta.
SUBIDA A UN BUDA GIGANTE
Para acabar el día, decidí coger un tuk-tuk, y por 300 R me llevó hasta la puerta de acceso al Bahirawa Kanda Buda. Una gigantesca estatua blanca de Buda de 25 metros de altura, que corona una colina y se ve desde toda la ciudad. Junto a la entrada, dejé mis zapatillas a un cuidador (20 R de propina); compré el ticket de rigor solo para extranjeros (250 R); y caminé hasta la base de la estatua.
El monumento en sí (que representa a Buda sentado) no tiene mucho interés, ya que fue construido a principios de los años 90. En cambio, merece mucho la pena subir por las escaleras metálicas que hay pegadas a la estatua, para contemplar unas vistas fenomenales de Kandy. En la distancia destacan el lago, el Templo del Diente de Buda, el Casco Antiguo, las montañas de los alrededores cubiertas de bosque… Pasé un rato genial. Y encima, acompañado de poquísimos turistas (algo muy raro en Kandy).
Un consejo para los aficionados a la fotografía: es recomendable subir por la tarde, cuando la luz es mejor. Por la mañana el sol está de cara, y en ese caso lo mejor es sacar fotos de la estatua desde el centro de Kandy, cuando aparece imponente dominando la ciudad, perfectamente iluminada.
Después de un rato, opté por regresar al centro caminando, ya que era todo cuesta abajo. Eso sí, no fue sencillo, y la gente me tuvo que ayudar porque en un par de ocasiones me iba por el camino equivocado. Una vez en el Casco Antiguo, me entretuve dando un paseo por sus calles. Predominan los edificios modernos, pero de vez en cuando aparece alguna construcción interesante, la mayoría de principios del siglo XX. Otras cosas a destacar de Kandy:
1. Abundan los pesados, que te detienen por la calle para ofrecerte de todo. Dentro de este grupo, mención especial a los conductores de tuk-tuk, que no paran de pitarte al pasar, o te preguntan a dónde vas.
2. Por desgracia, también hay montones de perros abandonados, poniendo a prueba mi resistencia. Algunos a punto de ser atropellados, cruzando las calles entre vehículos a toda pastilla; otros cojeando; o asándose de calor; o durmiendo en cualquier rincón. La verdad es que lo paso fatal en estas situaciones…
3. Casi todas las mujeres iban con paraguas por la calle para protegerse del sol.
Tras la caminata estaba empapado de sudor, pues el calor era importante. Así que antes de volver al hotel, pasé por un local de zumos lleno de lugareños, y me pedí un Lassi (un batido típico de la India, hecho con yogur y frutos secos). No estuvo mal, aunque como este era sencillo tenía un ligero gusto final a yogur agrio que no me convenció. Mejor los de sabores, como el de vainilla. Precio: 120 R. A mi alrededor, todo el mundo bebía zumos de lima.
OTRO PLATO DIFÍCIL DE COMER
Como se me hizo tarde, para no complicarme la vida opté por el restaurante de mi hotel. E insistí en seguir probando especialidades locales. Esta vez opté por un Biryani. Era un cuenco de arroz cocinado con especias y verduras, de aspecto muy parecido a la paella (también tiene azafrán). Coronado por un complemento a elegir (yo de nuevo un muslo de pollo asado). Y acompañado de un par de salsas (yogur y verduras). Para evitarme un mal rato, pedí expresamente que no fuera muy picante. Pero los paladares de esta gente son de otro planeta y, a pesar de todo, el arroz picaba. No como el Kotthu, pero lo justo para no disfrutar la comida. Para acompañar, cayeron dos refrescantes zumos de lima. En el comedor, predominio de occidentales alojados en el hotel. Precio: 1.200 R (incluida la propina del motivadísimo camarero).
Tras la cena, subí a mi habitación con ganas de una puesta a punto y recuperar energías.
EXPLORANDO LOS ALREDEDORES DE KANDY
Al día siguiente, me tuve que pegar un nuevo madrugón. Pero era necesario si quería hacer todo lo que me había propuesto. Así que antes de las 7h ya estaba en el comedor del restaurante del hotel, listo para el desayuno. No era buffet libre, pero estuvo muy bien y acabé a reventar. Huevos revueltos con salchichas; tostadas con mermelada y mantequilla; macedonia de frutas; zumo de papaya; y café con leche. Lo fueron trayendo todo con cuentagotas, pero por suerte no había nadie más desayunando.
A continuación, salí a la calle, y en cuestión de segundos ya estaba negociando precios con un conductor de tuk-tuk. Mi idea para la segunda jornada era visitar algunos lugares de interés ubicados en los alrededores de Kandy. Y mi primera etapa era Peradeniya, una población ubicada 6km al suroeste de Kandy. El simpático abuelete me pedía un precio desorbitado, y al final lo bajé casi a la mitad: 450 R. Y aún así, seguro que acabé pagando algo más, pero en todo caso un importe insignificante al cambio. Durante el trayecto fuimos charlando, mientras esquivábamos un tráfico infernal.
El motivo de viajar a Peradeniya era visitar los Royal Botanical Gardens. Se trata del jardín botánico más grande y famoso de Sri Lanka. Fue residencia real durante la época del Reino de Gampola. Y los ingleses plantaron aquí las primeras semillas de té. El jardín tiene forma rectangular, y tres de sus lados dan al río Mahaweli, lo cual ayuda a crear un ambiente muy tranquilo, alejado del bullicio de la carretera. En la taquilla pagué la entrada (1.500 R para extranjeros). Y comencé la visita. Esto fue lo más destacado:
1. Como no, pude ver infinidad de plantas espectaculares. Tanto endémicas como de otros países. Había de todo: bambúes enormes; avenidas flanqueadas por altísimas palmeras; pinos de copas ondulantes; árboles gigantescos, algunos con sus raíces extendiéndose por todas partes; un jardín de coloridas orquídeas… No soy ni mucho menos un apasionado de la botánica, y me lo pasé en grande.
2. En la zona norte las copas de los árboles estaban llenas de Zorros Voladores Indios, que descansaban colgados boca abajo. Una pena que se encontraran muy lejos para sacar buenas fotos; y que a esa hora del día no estuvieran muy activos. Verlos en movimiento al atardecer tiene que ser un espectáculo (pero los jardines cierran a las 17h).
3. En otro lugar más despejado campaba a sus anchas un nutrido grupo de Toque Macaques. Pude estar un buen rato solo entre ellos sacando un montón de fotos. Había muchas hembras con crías diminutas que casi no podían ni caminar. Y no paraban de corretear, subirse a las ramas… Estos eran mucho menos agresivos que los del Royal Palace Park, pero mantuve las distancias por si acaso.
4. Cruzando el río Mahaweli había un puente en suspensión, y avancé hasta la mitad para contemplar las vistas. Solo podían estar allí 6 personas a la vez, y un vigilante con un silbato se encargaba de avisar a la gente para que regresaran.
5. Infinidad de detalles: un estanque lleno de nenúfares; una fuente cubierta de musgo donde bebían los cuervos; una casa con un jardín de rosas; etc…
En total, estuve unas 4 horas recorriendo los jardines sin descanso. Tan solo paré para entrar en una tienda y comprar una Mirinda (160 R). Al principio casi tenía el lugar para mí solo y la temperatura era muy agradable. Durante la parte final ya había abundancia de turistas (parejas y grupos de chinos), y el calor era agobiante.
Aunque una de las cosas que más me gustó vino del exterior. Por lo visto era temporada de bodas en Sri Lanka, y muchas parejas acuden a los jardines a hacerse las fotos de rigor. Y a primera hora me encontré unas cuantas. La verdad es que la imagen era curiosa. Los amigos del novio vestían ropa de época, y parecían sultanes. Las damas de honor lucían vestidos muy elegantes. Y las parejas parecían sacadas de un cuento de Las Mil y una Noches. Espectaculares. El caso es que con amabilidad y mano izquierda los invitados también posaron para mi cámara, y saqué fotos muy simpáticas.
Tras la visita, necesitaba transporte para llegar hasta los siguientes lugares de interés.
LOS TEMPLOS DE GAMPOLA
En 1341 la capital de Sri Lanka se trasladó a Gampola, una población ubicada 25km al suroeste de Kandy, constituyendo el conocido como Reino de Gampola. Desde aquí, una serie de monarcas gobernaron la isla. Hasta que al cabo de 70 años la capital se reubicó a la recién construida Kotte, cerca de Colombo. Actualmente, Gampola es una población moderna, sin nada de interés. Pero en sus alrededores todavía se conservan tres templos de esa época, anteriores al Reino de Kandy, conocidos turísticamente como el Three Temple Loop. Y hacia allí que me dirigí.
Al poco de salir de los Royal Botanical Gardens, contactó conmigo un conductor de tuk-tuk. Pero todavía no tenía claro cómo enfocar el recorrido: ¿negociaba el precio templo a templo, o todos de golpe, incluido el tiempo de espera durante las visitas? Al final me decidí por lo segundo, y conseguí un buen precio: 2.000 R por todo (unos 11 euros). Así que nos pusimos en marcha. El conductor eligió el orden de los templos a su conveniencia, y le dejé hacer, porque me daba igual.
Esto dieron de sí las visitas:
1. Embekke: la gran atracción de este templo es la parte que precede a la sala de oración. Donde hay un bosque de antiguas columnas de madera llenas de tallas exquisitas, con todo tipo de escenas: seres mitológicos, bailarinas, luchadores, músicos… Muy interesante. Además, cuando llegué no había nadie. Y tras pagar la entrada (300 R) tuve el templo para mí solo. También me gustó bastante la portada de la sala. En cambio el interior del templo era bastante sencillo.
2. Lankatilaka: antes de llegar, el conductor paró en un lugar para que sacara una foto panorámica, con el templo en lo alto de la montaña. Una vez en la entrada, un chaval vino a cobrarme el acceso, pero no tenía cambio, y me acabó perdonando el importe.
El templo era espectacular: un magnífico edificio de tres pisos, con muros blancos, esculturas de elefantes, y tejados rojos. Un monje budista me abrió la sala de oración, y me quedé impresionado. Había una enorme figura de Buda sentado, con decenas de relieves de piedra sobre su cabeza. Y tanto las paredes como el techo estaban cubiertas de antiguas pinturas murales. El monje me permitió hacer todas las fotos que quise, y dejé un donativo de 20 R (ya que no había pagado entrada…).
Pero en este lugar es tan importante el entorno como el propio templo. Desde la cima de la montaña pude disfrutar de unas vistas increíbles de los alrededores. Arrozales, bosques frondosos, palmeras, y las montañas de fondo. Con una luz perfecta. El único sonido era el canto de montones de pájaros. Un gran momento, de nuevo en completa soledad.
3. Gadaladeniya: un templo cuya estructura principal se encontraba en restauración durante mi visita, y estaba cubierta de andamios. Pero aún así fue interesante. La entrada tenía unos escalones cubiertos de relieves, flanqueados por esculturas de elefantes y seres mitológicos. Y en la portada, más relieves. Todo con aspecto muy antiguo. En la sala interior, la clásica imagen de Buda sentado, rodeada de objetos sagrados. El vigilante del templo era un tipo curioso. Pintaba acuarelas, y el dibujo que aparecía en el ticket de acceso era suyo (300 R).
La verdad es que acabé encantado con el conductor de tuk-tuk. Pasé todo el tiempo que quise en cada templo (mucho más que el resto de turistas, que desaparecían en un par de minutos). Y el hombre en ningún momento me recibió con mala cara. Eso sí, su conducción era temeraria, con unos adelantamientos que cortaban la respiración. Pero al final todo transcurrió a la perfección, y me dejó en el centro de Kandy, ganándose 200 R de propina. En total tardé 2,5 horas en visitar los tres templos.
Antes de regresar a mi habitación, fui al local del día anterior, y engullí dos zumos de lima, acompañados de un dulce relleno de dátiles. Todo muy rico, por 260 R.
UN SHOW DE DANZAS TRADICIONALES
En el hotel, tuve el tiempo justo para refrescarme un poco. Y vuelta al exterior, en busca de nuevos lugares de interés.
Tras muchas dudas, decidí ver uno de los populares Cultural Shows que tienen lugar en Kandy. En ellos se representan bailes tradicionales de Sri Lanka y, aunque me esperaba una oleada de turistas, no perdía nada por acercarme. En la ciudad hay tres locales, y yo elegí el Kandy Lake Club, muy recomendado por mis guías de viajes. Eso sí, la caminata fue importante. Primero bordeé el lago. Y después seguí la carretera, con una fuerte pendiente, hasta que llegué al local preguntando a la gente. Antes de entrar, pude contemplar unas vistas geniales de la ciudad, con un templo en la ladera opuesta, y bosques salpicados de palmeras.
El show comenzaba a las 17h, y aunque faltaba media hora allí no había nadie. Así que pagué la entrada (1000 R); me dieron una hoja con explicaciones en español de los diferentes bailes que iba a ver; elegí un sitio en primera fila; y me pedí un zumo de mango fresquito, pues tras la caminata sudaba sin parar (160 R). Poco a poco fue apareciendo gente, pero la sala no se llenó por completo. Y con puntualidad británica se abrió el telón.
La verdad es que las actuaciones estuvieron muy bien. Según mis guías, en este local trabajan los mejores bailarines, y lucen los trajes más elaborados. Se iban turnando chicos y chicas, y hubo un poco de todo: danzas sensuales, malabarismos, volteretas, giros sin parar a lo Derviche, máscaras, una actuación con antorchas en plan faquir, música de tambores… Y para acabar, en un pequeño anfiteatro anexo, un par de valientes caminaron descalzos sobre las brasas. En total, algo más de una hora. Fue gracioso ver en acción a la misma bailarina que protagonizaba la portada de la guía Bradt.
Yo mientras me tomé una lata de cerveza Lion bien fría (me animé, porque la pareja de al lado se pidió un gin tonic). Precio: 350 R. Y saqué bastantes fotos. Aunque al sentarme en primera fila, tenía a los bailarines demasiado cerca, y me costó encontrar buenos ángulos. Y las condiciones de luz no eran las mejores. Pero en general, mereció la pena presenciar el show.
Al acabar, regresé a buen ritmo al hotel, mientras caía la noche a mi alrededor.
CENA: FOOD BOWL
Tras los fiascos del día anterior con la comida, decidí evitar la gastronomía local. Mis guías recomendaban buenos restaurantes en Kandy, con gran variedad de platos típicos. Pero seguro que todos abusaban del picante. Y para acabar pidiendo un plato de arroz, no me salía a cuenta: son restaurantes mucho más caros; y encima están llenos de turistas occidentales (algo que me da mucha rabia).
Así que caminé por una avenida principal, y entré en el primer restaurante que me hizo gracia. Pedí Beef Fried Rice y una botella de agua fría. En teoría este plato es chino, y por tanto no pica. Pero en Sri Lanka van a muerte con el picante, y la ternera llevaba una salsa bastante fuerte. Aunque como el arroz estaba normal, aguanté el tipo. De postre pedí un batido de plátano, y la situación fue surrealista. Cuando me lo trajeron, estaba frío y muy rico, pero era de vainilla. Y al comentárselo al camarero, el chaval va y me dice que allí lo hacen con plátano… ¡y helado de vainilla! En fin… Precio: 600 R (redondeando para dejar algo de propina).
De regreso al hotel, me notaba las piernas cansadas. Y es que había sido una jornada realmente intensa.
EN EL TEMPLO DEL DIENTE DE BUDA
Al día siguiente, las cosas comenzaron de forma idéntica al anterior. Desayuno a la misma hora en el restaurante del hotel; y menú similar, con el único cambio de tortilla francesa con queso en lugar de huevos revueltos. Todo servido con gran parsimonia. A continuación desalojé la habitación, dejé mi mochila en la recepción, y salí a continuar explorando la ciudad.
Para acabar mi estancia en Kandy tocaba visitar su gran atracción turística. El Sri Dalada Maligawa o Templo del Diente de Buda. El santuario budista más venerado de todo Sri Lanka, y uno de los más importantes del mundo. Su historia es de risa, aunque igual que sucede con muchas otras religiones.
Por lo visto, tras la muerte de Buda en Kushinagar (India), una de sus discípulas rescató de la pira funeraria un colmillo del maestro, que rápidamente se convirtió en objeto de culto. El diente llegó a Sri Lanka en el siglo IV, escondido en el pelo de una princesa. Y fue entregado al rey de Anuradhapura que, para custodiarlo, ordenó construir el primer Templo del Diente de Buda. Con el tiempo, se asoció la posesión del diente con el derecho a gobernar la isla. Y la reliquia viajó de templo en templo hasta llegar a Kandy en 1592, tras la caída del Reino de Kotte.
Gracias a la fenomenal ubicación de mi hotel, en 5 minutos ya estaba en la puerta. Compré mi ticket de acceso en unas modernas máquinas expendedoras con la ayuda de un encargado (1.500 R). Dejé mis chanclas en el puesto de un cuidador. Y me puse a explorar el templo, por donde a esas horas ya transitaba un buen número de lugareños (los turistas todavía dormían). Esto fue lo más destacado:
1. El exterior del templo: es la parte más reciente, y consta de un foso lleno de agua (por donde vi nadando a sus anchas un enorme lagarto monitor); y una torre octogonal, donde se ubica una biblioteca de manuscritos antiguos. Fueron añadidos durante la época de Sri Vikrama Rajasinha, último rey de Kandy.
2. Tras cruzar el foso se llega a un primer templo, construido durante el siglo XVII. En este recinto hay varios lugares de interés, como el Tooth Museum (donde se explica la historia del templo); el Tusker Museum (donde se conserva disecado un enorme elefante que participó durante muchos años en las ceremonias del templo); o la Magul Madhuwa (una sala de audiencias llena de columnas de madera tallada). Todos incluidos en el ticket de acceso.
En el Tooth Museum había numerosas fotos de los efectos del atentado que tuvo lugar en el templo en 1998. Fue obra del LTTE (Liberation Tigers of Tamil Eelam), en plena Guerra Civil. Y consistió en un camión lleno de explosivos que 3 terroristas suicidas dirigieron hacia la entrada e hicieron explotar. Resultado: 13 muertos y graves daños ocasionados a la torre octogonal, el tejado y las esculturas exteriores del templo. Toda una afrenta que la población cingalesa aun no ha olvidado.
3. Dentro del recinto se encuentra el Templo del Diente de Buda original, mucho más pequeño, y permanentemente cerrado al público. La entrada está flanqueada por enormes colmillos de elefante. Y sus paredes y columnas de madera están cubiertas de todo tipo de pinturas. Merece la pena dar una vuelta y examinarlas con detenimiento.
Las muestras de fervor religioso frente a la entrada del templo son constantes, con gente arrodillada recitando plegarias. Así que habrá que comportarse con prudencia, sobretodo a la hora de sacar fotos. Y sobre todo, nada de hacerse selfies junto al templo, algo que por lo visto se considera una gran falta de respeto en el mundo budista (hay vigilantes al acecho y te obligarán a borrar la foto).
PRESENCIANDO UNA PUJA
Además de visitar el templo, también quería ver en directo una de las tres Pujas que tienen lugar cada día. Son a las 5.30h, 9.30h y 18.30h, y en ellas se realizan ofrendas a Buda. Yo elegí la central, y la verdad es que no había un número exagerado de turistas, así que estuvo muy bien.
Para empezar, aparecieron unos músicos tocando el tambor, creando una gran atmósfera. Y unos monjes budistas entraron en el templo para depositar una serie de recipientes con ofrendas (aunque no se podía ver el interior). A continuación tocaba subir al piso superior (yo no tenía ni idea, pero vi que la gente se marchaba y les seguí). Allí la acumulación de fieles era brutal. Porque durante un rato se abría una puerta que permitía ver en la distancia el cofre que guarda el diente de Buda. Era espectacular, de oro, y con todo tipo de esmeraldas engarzadas. Y no es el único, ya que dentro de ese cofre hay seis más protegiendo la reliquia. Para verlo más de cerca, me uní a la cola de lugareños que llevaba ofrendas (básicamente flores de loto), y reconozco que la imagen era impactante.
Si un día cualquiera el ambiente era caótico, no me quiero ni imaginar qué ocurre durante el famoso Esala Perahera. Un festival de 10 días que tiene lugar durante Julio o Agosto, en honor del diente sagrado. Y durante el cual se pueden ver procesiones de elefantes (uno lleva el cofre, aunque vacío, por motivos de seguridad); músicos; bailarines… Una auténtica locura. Sin duda, la celebración budista más importante de toda Sri Lanka.
En fin, tras un rato en el piso superior, rodeado de una auténtica multitud, decidí que ya había tenido suficiente. Y con esta gran experiencia puse punto final a mi visita a Kandy.
CONCLUSIÓN
Kandy es una ciudad de visita obligada en cualquier ruta por Sri Lanka. Hay mucho que ver, así que si se quiere disfrutar sin prisas recomiendo una estancia mínima de 2 días. Añadiendo un tercero, podrás explorar sus alrededores: Jardines Botánicos por la mañana, y Templos de Gampola por la tarde. Y si tienes la oportunidad de hacer coincidir la visita con el Esala Perahera (por desgracia no fue mi caso), tendrás el privilegio de presenciar una de las celebraciones más espectaculares del continente asiático.
Si te gustó el post, dale al like (el corazón que hay en la parte superior), deja un comentario con tu opinión, y sígueme en redes sociales