Visitando la región vinícola más famosa de Georgia, con un monasterio situado junto a la frontera de Azerbaiyán y la bonita población de Sighnaghi
Kakheti es una región de Georgia con una identidad cultural muy marcada. De hecho solo ha formado parte del país entre los siglos XII y XIII (la época dorada del Reino de Georgia); y ya a partir del siglo XVIII, dentro del Imperio Ruso. Durante mucho tiempo Kakheti fue una provincia más de Irán, y sus habitantes hablan un dialecto propio. La capital es Telavi, una población de atmósfera medieval con varias atracciones turísticas. Actualmente el nombre de Kakheti es sinónimo de vinos, y se pueden visitar infinidad de bodegas que ofrecen catas a precios de risa. A mí no me interesa mucho el tema, así que no visité ninguna, pero los aficionados tienen aquí un mundo por descubrir.
Mi visita a la región de Kakheti se centró en 3 lugares: los monasterios de David Gareja; la población de Sighnaghi; y las montañas del Lagodekhi National Park (que explico en un post a parte).
VIAJE A UN MONASTERIO REMOTO
Mi primer contacto con Kakheti fue a través de una excursión desde Tbilisi para visitar los monasterios excavados en la roca de Davit Gareja, ya que se encuentran a una distancia aceptable de la capital. No hay transporte público, pero la agencia local Gareji Line organiza cada día un minibús (o varios, según la gente interesada) que parte a las 11h desde la Plaza Tavisuplebis. Precio: 30L. Cuando llegué no sabía el punto exacto, y el encargado de la Oficina de Información Turística señaló (de muy mala gana) hacia un grupo de gente que esperaba a escasos metros. Allí apareció una chica que recogió el dinero, y nos condujo a los vehículos. Por suerte conseguí un asiento en la fila individual y viajé muy cómodo.
El trayecto duró 3 horas. Fue curioso observar cómo cambiaba el paisaje. Al principio núcleos urbanos; más tarde extensiones interminables de viñedos; y por último, ya a escasa distancia de la frontera con Azerbaiyán, un terreno desértico, con montículos agrietados y lagos salinos de orillas blancas. Paramos en dos ocasiones: una para picar algo (yo ni siquiera bajé del bus porque no tenía hambre); y otra para hacer fotos (pero se puso a llover y volví rápido a mi asiento). El último tercio del trayecto discurrió por una pista de tierra en un estado lamentable, algo incomprensible teniendo en cuenta la popularidad de los monasterios.
Davit Gareja fue uno de los 13 monjes que en el siglo VI llegaron a Georgia desde Oriente Medio para ayudar a expandir la religión cristiana. Y eligió esta zona remota para fundar un monasterio excavado en la roca (al igual que ocurrió en la Capadocia). Con el tiempo se hizo tan famoso que a su alrededor surgieron otros monasterios, decorados con frescos y numerosas obras de arte. De esta época solo quedan unos pocos restos, porque las tropas Safávidas arrasaron el lugar en el siglo XVII; y los Rusos lo utilizaron para realizar prácticas de tiro. Pero aun así las guías de viaje recomiendan mucho estos monasterios, y decidí acercarme.
Una vez en Davit Gareja tenía 2,5 horas para la visita. En teoría tiempo más que suficiente. Yo en el minibús no hice amigos, así que exploré el lugar en solitario. Esto fue lo más destacado:
*Monasterio Lavra: es el que fundó Davit Gareja. Me gustó la puerta de entrada superior, con grabados y relieves de animales; la iglesia Peristsvaleba, donde está la tumba del monje; y el patio interior, con una cruz, lápidas en el suelo, y buenas vistas de un conjunto de cuevas a las que no está permitido el acceso. Había bastantes turistas, pero los evité sin problema.
*Paisaje: el Lavra está ubicado sobre un montículo y ofrece una panorámica genial de los alrededores, donde destacan unas curiosas colinas con franjas de color rojo. En verano el calor es abrasador, pero durante mi visita el cielo estaba cubierto de nubes y soplaba una ligera brisa.
A continuación me dirigí hacia el Monasterio de Udabno, el otro recinto accesible al público. Según había leído sus cuevas contienen espectaculares frescos, y es el plato fuerte de la visita a Davit Gareja. Para llegar caminé por un sendero que atraviesa un espeso bosque de arbustos y sube sin parar, siguiendo el contorno de una montaña de roca. Pero cuando emergí de entre la maleza me encontré con una desagradable sorpresa: un grupo de soldados de Azerbaiyán prohibían el paso y me tuve que dar media vuelta sin poder ver el monasterio. Vaya decepción…
Por lo visto en David Gareja la frontera entre Georgia y Azerbaiyán no está definida, y ambos países reclaman esos territorios como suyos. La situación viene de lejos y normalmente no afecta al turismo. Pero de vez en cuando se producen brotes de tensión, y la mala suerte me hizo coincidir con uno de ellos. Los soldados no estaban para bromas y prohibían de malas maneras cualquier intento de foto o diálogo. Y lejos, en lo alto de la montaña, se veía la silueta de más soldados patrullando.
De esta forma, sin poder visitar el Monasterio de Udabno, me sobró un montón de tiempo. Y acabé comprando una botella de agua pequeña en una tienda (0,6L) y sentándome a esperar junto al parking.
UN ABURRIDO REGRESO A TBILISI
El trayecto de vuelta se hizo bastante largo. Encima, al poco de arrancar, el minibús paró una hora en el Restaurante Black Horse de Udabno, una población a solo 14km de Davit Gareja. Udabno está en medio de la nada, y aún así varios turistas que viajaban en mi vehículo se quedaron allí con todo su equipaje, dispuestos a pasar un par de días.
A mí la parada me vino genial porque estaba que me moría de hambre. Con lo cual, me senté en una mesa del comedor interior, y pedí un plato de Ostri (estofado de carne de ternera en salsa) acompañado de pan y una jarra de cerveza Zedazeni. Precio: 15,5L. No fue nada del otro mundo, pero llené el estómago. Además, un chaval austríaco se unió a mi mesa, y estuvimos charlando un rato. Los otros pasajeros se quedaron deambulando por los alrededores, donde había un puñado de caballos y viviendas destartaladas.
El resto del viaje no tuvo mucha historia. Durante unos minutos llovió con fuerza, pero el conductor no aflojó el ritmo. Y llegamos al centro de Tbilisi a las 20.15h, ya oscureciendo.
VIAJE: TBILISI – SIGHNAGHI
Mi segunda incursión a Kakheti comenzó en la terminal de Didube, recién llegado a Tbilisi tras visitar Kazbegi. Desde allí fui en Metro hasta la estación de Samgori, pregunté a unos lugareños, y me indicaron la ubicación de la terminal de marshrutkas para viajar a Kakheti. Aparecí justo cuando se había marchado una en dirección a Sighnaghi, así que me tocó esperar hora y media hasta la siguiente salida. Mientras, me entretuve leyendo y compré un khachapuri con una botella de agua (3L).
La marshrutka se fue llenando de gente poco a poco (muchos turistas, entre ellos un grupo de chinos), y al final nos pusimos en marcha (6L). La ventaja de llegar pronto fue que pude ocupar un sitio muy cómodo en la fila individual. Porque los últimos en aparecer se tuvieron que conformar con unos minúsculos asientos situados en el pasillo. El trayecto duró 2 horas para recorrer 110km. De camino atravesamos un paisaje con pueblos, tramos de bosque, viñedos, y vacas invadiendo la calzada. Y llegamos al centro de Sighnaghi.
ALOJAMIENTO: GREEN SIGHNAGHI – 30L/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble muy cómoda; limpieza extrema; mobiliario moderno (la guesthouse llevaba solo 3 meses funcionando); lavabo privado con ducha perfecta; terraza frente al bosque con vistas geniales; tranquilidad total (la primera noche); cocina equipada; nevera; aire acondicionado; lavadora gratuita (me vino genial); wifi rápido; dueños muy amables (aunque no hablaban ni una palabra de inglés); precio.
*Puntos en contra: ubicación alejada del centro, sin indicaciones (me volví loco para encontrar el lugar).
Mientras esperaba en la Terminal de Tbilisi decidí buscar alojamiento y reservé mi primera noche en Sighnaghi a través de Booking para evitar problemas. Aunque de entrada me los creó. Para empezar, tanto Google Maps como maps.me funcionaban fatal en Sighnaghi y no encontraban la ubicación del lugar. Y la app de Booking me enviaba a la Guesthouse Lola. Yo pensé que se trataba del nombre antiguo y me dirigí hacia allí. Pero acabé en el sitio equivocado y en la otra punta del pueblo. Suerte que el simpático propietario llamó por teléfono a mi alojamiento y me indicó la dirección. Pero aun así tuve que ponerme a caminar de nuevo, cargado con mis mochilas, con un calor tremendo.
A medio camino un coche conducido por un abuelete se detuvo junto a mí. Era el dueño, que había recibido la llamada de teléfono y me estaba buscando. Así que subí al vehículo y me llevó hasta el alojamiento. Menos mal, porque nunca hubiera dicho que estaba allí: al final de una calle sin asfaltar, en medio del bosque, sin ningún tipo de cartel. Pero bueno, el caso es que me pude instalar en mi flamante habitación.
Por suerte la amabilidad de los dueños compensó con creces las molestias iniciales: el dueño me llevó al centro en su coche para comprar alimentos en una tienda; y su mujer me regaló una botella de vino tinto casero de medio litro, que me tomé sentado en la terraza, rodeado de pájaros exóticos y vegetación, mientras se ponía el sol. Eso sí, también hubo nuevas confusiones. El matrimonio utilizaba a su hija como intérprete, y la llamaron varias veces por teléfono para decirme cosas. En una ocasión me comentó que sus padres me invitaban a cenar con ellos. Yo elaboré demasiado mi respuesta y al final dije que sí. Pero la chica debió entender que no, porque estuve esperando hasta bien entrada la noche y nadie me llamó. Así que acabé picando unas galletas y quedándome dormido bajo los efectos del vino.
UN PASEO POR SIGHNAGHI
Al día siguiente me desperté tras una noche de relax total. Se estaba genial, con la ventana abierta (tiene mosquitera), el sonido de los insectos, algún perro ladrando en la distancia… Un lujazo. Para desayunar comí galletas y un yogur; y la dueña me trajo un plato con dos melocotones y dos manzanas. Incluso me ofrecía hacerme una tortilla francesa gratis, pero no quise abusar. A continuación ya estaba listo para conocer Sighnaghi.
Esta población fue fundada en el siglo XVIII por el Rey Heraclius II, que durante un breve periodo de tiempo volvió a unificar los diferentes reinos de Georgia. Aquí construyó un fuerte aprovechando la ubicación estratégica del lugar, coronando una colina que domina las llanuras de los alrededores. Pero no le sirvió de mucho, porque en menos de 40 años Georgia fue arrasada por los persas y acabó anexionada al Imperio Ruso. A continuación Sighnaghi se convirtió en un importante centro agrícola. Y en los últimos años ha sabido reorientar su actividad hacia el turismo, con cada vez más alojamientos y restaurantes.
Sighnaghi tiene un casco antiguo muy interesante. Durante mi paseo descubrí numerosas casas tradicionales con balcones de madera; un par de iglesias de afilados campanarios; puestos callejeros de productos artesanales; y una muralla defensiva en perfecto estado, con tres torres a las que es posible subir para contemplar las vistas. Estuvo entretenido.
Pero claro, las guías de viaje aseguran que Sighnaghi es “el pueblo más bonito de Kakheti”, y con esa afirmación tan categórica me esperaba algo más. Eso sin contar los ruidosos quads que recorren las calles enseñando a los turistas las principales atracciones (¿en serio no había otro tipo de vehículo con el que ofrecer estos servicios?); el exceso de visitantes, que en momentos puntuales me agobiaron; o el calor tremendo que hace en verano (acabé empapado en sudor).
Durante mi paseo también acabé en dos sitios bastante siniestros que me mostraron la cara oculta de Sighnaghi:
*Mientras caminaba siguiendo la muralla una señora se puso a hablar conmigo desde el jardín de su casa en un inglés más que correcto. Al final me ofreció un tomate de su huerto y no quise ser maleducado, así que accedí a entrar. Pronto me di cuenta del error… Mientras charlaba con la mujer observé que estábamos rodeados de montones de basura: zapatos viejos, tazas y vasos sucios, plásticos… Aquello parecía un escenario de película de terror. La señora me dio también un manojo de menta y acabó pidiéndome dinero. Yo le di 3L y poniendo excusas salí de allí pitando. Menuda situación…
*A continuación crucé una puerta de la muralla con un cartel que indicaba “Panorama”, y comencé a recorrer los senderos de un parque en busca de buenas vistas de Sighnaghi. Pero al cabo de unos minutos comprobé que el lugar estaba desierto, con basura por todas partes y una zona infantil cubierta de vegetación. Y regresé a la muralla a paso ligero. Entonces un abuelete me vio y me ofreció subir al “Panorama”: un edificio abandonado con una terraza cubierta. La tentación fue demasiado grande y acepté. El hombre abrió el candado de la puerta y me dejó solo. El edificio parecía uno de los hoteles de Tskaltubo, y subí varios pisos por una escalera con una precaria barandilla hecha de ramas. Eso sí, desde la terraza pude disfrutar de buenas vistas del pueblo. Al marcharme el abuelete me pidió una propina y le di 2L.
LA TUMBA DE SANTA NINO
A continuación decidí visitar el Convento de Bodbe, situado a un par de kilómetros de Sighnaghi. Mi guía y algún blog de viajes hablaban de un agradable paseo con vistas geniales del pueblo. Pero se olvidan de mencionar dos cosas: el paseo es por la carretera principal, con vehículos pasando de forma regular; y el bosque tapa las vistas excepto en dos puntos, donde están las terrazas de dos restaurantes. Por suerte no tuve problema en entrar para hacer alguna foto: en uno pedí permiso; y en el otro incluso me senté un rato a tomar una cerveza Zedazeni, por la que solo pagué 3L.
Una vez en el Convento me encontré con mucha gente en el exterior, donde hay tiendas de souvenirs y un café. Dentro del recinto destacan 3 edificios:
*Iglesia antigua: el interior está cubierto de magníficos frescos representando escenas de la Biblia. En un lateral hay una pequeña capilla donde se encuentra la tumba de Santa Nino (la responsable de que Georgia adoptara la religión Cristiana), con más pinturas murales. Me gustó mucho y estuve un buen rato admirando cada detalle. Una pena que esté prohibido hacer fotos.
*Campanario: no se encuentra abierto al público.
*Iglesia moderna: es de grandes dimensiones y tiene una fachada con algún relieve interesante.
Desde el Convento regresé a Sighnaghi por el mismo camino. A estas alturas ya tenía hambre, así que busqué un lugar para llenar el estómago.
COMIDA: RESTAURANT NIKALA
Un local recomendado por mi guía de viajes, situado en el casco antiguo. Cuando lo encontré ocupé una mesa del comedor y tras examinar el menú pedí Lobio (judías) con salsa de almendras y una brocheta de carne de cerdo a la brasa con salsa de ciruela. Acabé a reventar. Para acompañar cayeron dos copas de vino tinto. La comida estuvo riquísima y el restaurante me gustó mucho, con camareros simpáticos, buena música y atmósfera tranquila. Precio: 36L.
SORPRESAS EN MI GUESTHOUSE
Tras la comida ya eran las 17h, así que decidí regresar a mi habitación a descansar. Pero allí me estaban esperando dos novedades:
*Al poco apareció una pareja de alemanes… ¡con dos niñas pequeñas! A partir de ese momento la paz del lugar saltó por los aires, y hasta bien entrada la noche solo se oyeron gritos, golpes y carreras. Con la tarde-noche tan relajada que pasé el día anterior…
*Alguien llamó a mi puerta y resultó ser la hija de los dueños. Se sentía mal por la confusión del día anterior y me invitó de nuevo a cenar con su padre. Yo esta vez acepté sin dudarlo, con un monosílabo. Pero me quedé de piedra cuando la chica me citó para las 17.30h. ¡Si aún estaba lleno tras mi comida en Nikala! Pues nada, a la hora acordada me tuve que volver a sentar a la mesa y comer. Había ensalada, una sopa hecha con yogurt, dolma (hojas de parra rellenas de carne y verduras)… Y cómo no, mucho vino tinto. La chica era muy amable y estuvimos charlando un buen rato. Aunque al final tenía el estómago a punto de explotar.
De nuevo en mi habitación, el resto del día me dediqué a leer y escribir (escuchando música, para amortiguar el ruido de las niñas). Así acabó mi visita a Sighnaghi.
CONCLUSIÓN
La región de Kakheti es una de las más visitadas de Georgia, aunque a mí no fue la parte del país que más me gustó, y los dos lugares que conocí me dejaron un tanto indiferente. En Davit Gareja los soldados azeríes no me permitieron acceder al monasterio más espectacular, y me pareció un viaje demasiado largo para lo poco que ofrece (infórmate de la situación en la frontera antes de embarcarte en la excursión). Y Sighnaghi es un pueblo bonito, pero tampoco me enamoró.
De todas formas, si optas por explorar Kakheti necesitarás un mínimo de 3 días para visitar Davit Gareja, Sighnaghi y Telavi. Y si te interesa el mundo de los vinos deberás añadir al menos un par de jornadas más, porque en esta zona levantas una piedra y aparecen tres bodegas.
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