Rocas con petroglifos milenarios y una interminable ruta de casa en casa disfrutando de la legendaria hospitalidad del pueblo saudí
Jubbah es una tranquila población situada al norte de Hail, rodeada por el Desierto de Nefud. Hace miles de años esta zona ofrecía un aspecto muy distinto al actual, con un enorme lago, vegetación exuberante y una variada fauna. Y fue el hogar de diferentes comunidades que llenaron de petroglifos las montañas de arenisca cercanas. Actualmente lo mejores ejemplos se pueden ver en el monte conocido como Jebel Um Sanman, que además ofrece paisajes épicos.
Pero Jubbah también es famosa por otro aspecto: la increíble hospitalidad de sus gentes, que siempre tienen la puerta de casa abierta, con café y dátiles disponibles para cualquiera que se acerque. Todo gracias a la figura de Hatim Al Tai, un famoso poeta que vivió en la región de Hail durante el siglo VI y destacó por su generosidad extrema (hasta el punto de sacrificar a su propio caballo para dar de comer a sus invitados). Una gran oportunidad para descubrir de primera mano la cultura y tradiciones saudíes.
VIAJE: HAIL – TUWARIN
La jornada comenzó en mi hotel de Hail, donde piqué unas galletas para desayunar, preparé las mochilas y desalojé mi habitación con mucha pena. Antes de ponerme en marcha visité un local de zumos cercano y me tomé un delicioso batido de plátano. El simpático encargado egipcio me cobró solo 5R por un vaso grande (descuento de 2R).
Desde el local solicité por primera vez un taxi a través de Uber, y funcionó a la perfección: apareció al cabo de un minuto; el vehículo era un enorme todoterreno; y pagué el precio que indicaba la app (9R). Impecable.
Mi destino era la agencia que la compañía de alquiler de coches Budget tiene en Hail. En la Guía Práctica de Arabia Saudí comento todos los detalles sobre mi experiencia, así que no me repetiré. El caso es que a eso de las 12h ya estaba al volante de mi flamante Toyota Yaris con varias semanas de alquiler por delante. Antes de lanzarme a la carretera estuve unos minutos practicando en las calles que rodean la agencia, porque el coche era automático y me tenía que acostumbrar a los mandos. Bueno, eso y que llevaba casi 10 meses sin conducir en general.
La verdad es que me adapté rápido al coche. Pero para llegar al primer destino del día me tocó cruzar Hail de punta a punta y lo pasé fatal. Había tramos en obras donde los carriles se difuminaban, con vehículos adelantándome por la izquierda y la derecha, o pitándome. Y al mismo tiempo tenía que seguir la ruta en Google Maps. Así no es de extrañar que me pasara de largo dos desvíos. Fue desesperante. Por suerte, una vez dejé atrás la ciudad avancé por una carretera secundaria con muy poco tráfico y pude respirar tranquilo. De camino pasé junto a espectaculares montañas de roca descompuesta; y un rebaño de camellos.
Mi idea inicial era conducir directamente hasta Jubbah, pero en el último momento decidí tomar un desvío a la izquierda y visitar un lugar recomendado.
EN EL VALLE DE TUWARIN
No fue sencillo encontrar este sitio. Gracias a Google Maps llegué hasta el pueblo de Tuwarin, que no tiene nada de especial, pero no vi ningún cartel que indicara como continuar. Menos mal que me adentré un poco más y al poco apareció una señal. Y 7km más tarde ya estaba en pleno Valle de Tuwarin. Esto fue lo más destacado:
1. Palacio de Hatim Al Tai: una vivienda tradicional de adobe donde vivió el famoso poeta. El edificio está en ruinas y no había absolutamente nadie, así que pude curiosear entre sus muros con total libertad. Es muy fotogénico y cuenta con los restos de una torre y vigas fabricadas con troncos de palmera. Junto a la casa hay un recinto donde se encuentra la Tumba de Hatim Al Tai. Yo me esperaba un monumento especial, pero consiste en un círculo en el suelo hecho con pequeñas piedras. Un ejemplo más de la forma de ser de este personaje.
2. Campamentos Beduinos (en Arabia se les llama “Bedu”): la mayoría estaban vacíos (muchas familias solo los utilizan los fines de semana). Yo me acerqué a explorar uno que lucía una antigua torre de adobe en medio de un palmeral.
3. Paisaje: seguí recorriendo el valle, hasta que la carretera se convirtió en una pista de tierra y tuve que bajarme del coche y continuar a pie. De camino pasé junto a una charca, y aparecí en una zona donde mi cámara echó humo, rodeado de montañas, con fotogénicas palmeras, arbustos espinosos, cuervos volando… Una pena que el tiempo no acompañara: hacía frío (tuve que ponerme abrigo); soplaba un fuerte viento; y el cielo estaba lleno de nubes que provocaban molestas sombras. Pero estuvo genial explorar la zona a mi aire.
Además, mientras caminaba viví un momento inolvidable. Pasó junto a mí un 4×4 con una mujer en niqab y un crío de apenas 12 años al volante. Yo saludé y continué sin más. Pero al cabo de un minuto vi cómo el vehículo daba media vuelta y se paraba a unos metros de mí. La situación no era ideal: estaba solo; en un valle remoto de Arabia Saudí… Reconozco que me puse un poco en guardia, porque no sabía si había alguien más dentro (quizás me había pasado saludando a la mujer).
Entonces se abrió la puerta, el niño corrió hacia mí, me dio un vaso de té y regresó al coche. Me quedé de piedra. Yo di las gracias y saludé desde lejos a la mujer, porque entendía que acercarme era excesivo. Pero el coche no se movía y no sabía qué hacer. Hasta que volvió a aparecer el crío, me trajo un vaso lleno de pipas y se marchó. Resulta difícil explicar todo lo que sentí mientras el 4×4 se alejaba. No me lo podía creer… Hospitalidad en estado puro…
Pero esto fue solo un aperitivo de lo que me esperaba. Mientras hacía fotos apareció otro 4×4 con 3 chavales saudíes que al verme pararon a interesarse por mí. No tardaron en invitarme a unirme a ellos, y acepté encantado. La idea era adentrarnos más en el valle, pero al poco se acabó la pista y tuvimos que dar media vuelta. Los chavales estaban muy emocionados, y al poco de subir al vehículo ya estaban grabándome vídeos para Snapchat con caras de asombro. Uno de ellos (Mohamed) hablaba algo de inglés, y como también se dirigían a Jubbah me propuso acompañarles. Según él, conocían a mucha gente en el pueblo y la idea me hizo gracia, así que de nuevo dije que sí, y nos pusimos en marcha.
VIAJE: TUWARIN – JUBBAH
Mohamed decidió viajar en mi coche para hacerme compañía y juntos cubrimos los 80km de distancia hasta Jubbah. De camino el viento se intensificó, y el cielo se fue cubriendo de nubes grises que estropearon las vistas. Pasamos por algún tramo con enormes dunas de arena naranja; establecimientos que alquilaban pequeños quads; campamentos de Bedu; un par de poblaciones aisladas; y alguna rotonda plantada en medio de la carretera, donde el trazado de los carriles continuaba en linea recta. Mientras, avanzamos a buen ritmo charlando animadamente. Mohamed me explicó que era hijo de un cantante tradicional bastante famoso en Oriente Medio (más de 50mil seguidores en Twitter); había acabado sus estudios; y quería trabajar de profesor.
A todo esto yo ya iba con la reserva de gasolina, porque en la agencia de Budget me habían dado el coche con el depósito casi vacío. Así que paramos en una gasolinera a repostar… y no hubo forma de que Mohamed me dejara pagar. A mí esto ya me pareció alucinante. Invitarme a té vale, pero llenarme el depósito… Y el argumento del chaval era sencillo: “estás en Arabia Saudí”. En fin, la verdad es que mi presupuesto lo agradeció (eran más de 50R).
CON LOS VECINOS DE JUBBAH
Mohamed me guió hasta el Al-Ayadh Heritage Palace, un conjunto formado por diferentes construcciones de adobe. Allí aparcamos, saludamos a la familia propietaria, y nos sentamos en el suelo de una sala que parecía el escenario de una película. Estaba cubierta de alfombras y cojines; en las paredes había estanterías con montones de teteras; y en un extremo ardía un fuego que llenaba el ambiente de humo (pero agradecí, porque hacía bastante frío). Al poco aparecieron unos sirvientes que me ofrecieron café árabe (Gahwa) y té (Shai). Y piqué dátiles (Tamar) de un recipiente gigantesco, que untaba en mantequilla.
Más tarde un miembro de la familia nos enseñó cada rincón del Al-Ayadh Palace. El lugar me encantó. Visitamos un pequeño museo con todo tipo de objetos antiguos (armas, ruedas de molino, animales disecados, llaves…); una mezquita; diferentes estancias para sentarse a tomar café y charlar (una abierta para los meses de verano); un almacén de dos pisos; la cocina…
Sin duda la parte más interesante es un pozo operado por dos camellos blancos que al trotar por una pista hacen subir odres llenos de agua. Tenían un genio tremendo y no paraban de gruñir. Los chavales me animaron a hacerme una foto junto a ellos y al final accedí, pero uno de los camellos no dejó de mirarme con cara de pocos amigos. Cerca había otro camello marrón, pero era para montar. Lo más sorprendente fue que al acabar la visita no tuve que pagar nada y nos despedimos de la familia, que se mostró encantada con mi presencia.
A continuación fuimos en coche hasta la casa de Abu Sukkar, un personaje que según Mohamed es bastante conocido en Arabia Saudí. Está casado con 3 mujeres y tiene un montón de hijos repartidos entre diferentes propiedades. El patio exterior de su vivienda está decorado con dos figuras enormes que representan un quemador de incienso (Mabkhara) y una tetera tradicional (Dallah).
La sala de visitas es similar a la del Al-Ayadh Palace, con alfombras, teteras, un fuego… Allí me encontré con bastante gente. Yo saludé a todo el mundo; me senté en el suelo; y dos sirvientes (uno indio y otro etíope) me ofrecieron café con dátiles y té. Además, en un par de ocasiones pasaron con un Mabkhara donde ardían trozos de madera bañados en Oud (un perfume carísimo), y la gente se impregnaba del humo (yo hice lo mismo como pude, y acabé con los ojos llorosos). Más tarde fuimos al otro extremo de la sala, donde había un enorme frutero con plátanos, naranjas, manzanas y limones gigantes (yo me comí un plátano).
Tras un buen rato sentados, Mohamed me dijo que regresaba con sus amigos a Hail. Yo pensaba que dormían en Jubbah y que de alguna forma ya tenía solucionado el problema del alojamiento (en el pueblo no hay hoteles). Y de repente me tocaba buscar un lugar para pasar la noche cuando ya estaba oscureciendo. Por suerte Abu Sukkar (que la única frase que sabía en inglés era “very good”) me invitó a cenar y dormir en su casa, y acepté más que encantado.
UNA RUTA DE CASA EN CASA
Al poco de quedarnos a solas, Abu Sukkar me indicó que le siguiera, nos subimos a su 4×4, y comenzó un recorrido interminable por diferentes viviendas del pueblo, que me recordó al que realicé con Aran y Mahsa en Shamshir. Al final ya no sabía si eran familiares o amigos, pero todo el mundo me trató genial.
En total estuve en 6 casas, donde el ritual era más o menos el mismo, con ligeras variaciones. Me tenía que descalzar antes de entrar en la sala de visitas; saludaba a la gente (yo estrechaba la mano, pero los saudíes se daban un par de besos en la misma mejilla); me sentaba en el suelo; primero me ofrecían café en una taza redonda de porcelana sin asa (llamada Finjaan), que acompañaba con dátiles (las pepitas se dejan al pie del recipiente); y después té (ya azucarado) en una taza de cristal con asa. Mientras se bebe está permitido de forma excepcional sostener el dátil con la mano izquierda. Y cuando ya no quieres más té o café hay que devolver la taza a la persona que sirve sacudiéndola hacia los lados (si no te pondrá otra). En alguna casa también pasaron un Mabkhara con humo aromático.
Poco a poco fui aprendiendo cómo comportarme y al final me desenvolvía con soltura. Aunque tratándose de mí siempre hay margen para meter la pata. Como cuando me trajeron un recipiente de agua fría para beber y yo pensé que era para lavarme las manos. La cara del dueño de la casa era un poema… Tampoco ayudó mucho que la mayoría de saudíes no hablara inglés. Yo me comunicaba como podía, enseñando fotos de mis viajes. Eso sí, todo el mundo estaba interesado en grabarme en vídeo para su Snapchat, y me pedían que hablara sin saber muy bien qué decir.
Me sorprendió mucho la ausencia total de mujeres. Ni siquiera las escuché, a pesar de estar a escasos metros de la vivienda principal. Y tampoco me las crucé al llegar o marcharme de las casas. Era como si no existieran…
En dos ocasiones encontré a gente con la que pude charlar en inglés, y me explicaron que eran tan hospitalarios y buenas personas gracias a la religión islámica. Un médico me puso el canal 24 horas de la Meca (con feligreses dando vueltas sin parar a la Kaaba y oraciones de fondo), y me dijo que lo que se vive allí dentro es increíble. Y otro me dejó su móvil para ver vídeos con entrevistas a españoles que se habían convertido al Islam. Yo escuché con atención y mantuve un tono neutro. Pero la situación me incomodó bastante, porque esta gente vive su religión con gran pasión, y cualquier gesto mío que se malinterpretara podía dar pie a momentos delicados.
Una de las visitas fue al Museo Nasser Al Thweny, ubicado en una mansión tradicional. Allí primero nos sentamos a beber y charlar. Y después el dueño me enseñó el museo, con diferentes salas donde había multitud de objetos antiguos: libros, monedas, fósiles, llaves, animales disecados (incluida una hiena)… Todo acompañado de carteles con explicaciones en inglés. El hombre estaba muy interesado en promocionar el lugar: me animaba a que hiciera fotos; él me hizo alguna a mí, además de un par de vídeos; y me pidió que escribiera algo en un libro de visitas. Pero no me cobró nada.
CENA TRADICIONAL
Otra de las viviendas tenía una sala enorme y me encontré con al menos 20 personas, varias de las cuales me sonaban de la casa de Abu Sukkar. Un par explicaron historias del Corán mezcladas con cánticos, mientras el resto escuchaba en silencio. Y al cabo de un rato pasamos a una habitación anexa para cenar. Allí había una gigantesca bandeja de Kabsa, elaborado con carne de cordero (cabeza incluida), arroz, patatas, pan, y pasas. Como éramos muchos nos repartimos en varios turnos (a mí me incluyeron en el primero).
La comida estaba deliciosa. Yo imité al resto de la gente y comí con la mano derecha, aunque me costó bastante. De postre cogí una bandeja de Hala, un dulce de chocolate crujiente que me encantó. Acabé como nuevo. Después regresé a la sala, donde hubo más bebida, acompañada de charlas y cánticos religiosos. Y antes de marcharme me regalaron un trozo de madera aromática.
Tras la cena aun visitamos dos casas más, donde seguí tomando café y té, y comiendo dátiles. Yo estaba a punto de reventar, pero me veía obligado a aceptar las invitaciones. Lo gracioso fue ver que Abu Sukkar se quedaba dormido, y a veces me hacía gestos para que acabara y nos marcháramos. ¡Pero si era él quien me llevaba!
Para finalizar la jornada Abu Sukkar condujo hasta las afueras del pueblo, desde donde contemplé unas vistas geniales de Jubbah iluminado (todo un detalle por su parte). Y a continuación regresamos a su casa. Yo pensaba que dormiría en la sala de visitas, pero el hombre me condujo a una habitación privada en la vivienda principal, donde había preparado un colchón en el suelo, con un cojín y una manta; y estaba en marcha una bomba de calor que creaba una temperatura muy agradable. Además, justo al lado tenía un lavabo. Impecable.
Eso sí, a esas alturas tenía la cabeza a punto de explotar tras conocer a docenas de personas; escuchar conversaciones en árabe sin entender nada; gastar cuidado para no ofender a nadie… Y mi estómago era una olla a presión, tras beber más de 20 tazas de café y picar de todo. Pero había sido una inmersión cultural única. Toda una experiencia que nunca olvidaré.
LOS PETROGLIFOS DE JUBBAH
Al día siguiente me despertó Abu Sukkar llamando a la puerta de mi habitación. Todavía no eran las 8h y me hubiera quedado más tiempo durmiendo, pero cuando salí a la calle y vi que lucía un sol radiante me alegré de madrugar. El 4×4 de Abu Sukkar ya estaba en marcha y deduje que no podía entretenerme, así que recogí mis cosas, me lavé la cara, me tomé un café con dátiles en la sala de visitas; y subí al 4×4.
Yo pensaba que nos dirigiríamos a las montañas de Jubbah, pero antes visitamos un par de casas. En la primera comí unas tortillas de pan bastante ricas. Y en la segunda nos atendió un chaval y cayó pan con mermelada, miel y crema de caramelo. La verdad es que el desayuno me sentó genial.
Más tarde Abu Sukkar me llevó a la entrada del Centro de Visitantes situado junto al monte Jebel Um Sinman, para ver (por fin!) los petroglifos que me habían traído hasta este remoto rincón de Arabia Saudí. Allí me encontré con un grupo de 12 japoneses que aparecieron en un autobús enorme. Y dos guías locales nos hicieron un recorrido mostrándonos los petroglifos más destacados. No me importó en absoluto unirme a los japos, porque eran unos abueletes muy educados. Estuvimos charlando, y una de las señoras hasta sabía algo de español. Eso sí, me sorprendió mucho no tener que pagar nada por la visita (ni siquiera a los guías).
Uno de los guías era el experto que aportaba toda la información, y el otro traducía al inglés como podía. La verdad es que vimos petroglifos espectaculares, algunos con 10mil años de antigüedad. Como una figura humana a tamaño real, integrada en un panel conocido como Eagle’s Nest; otro panel que llaman El Rey, con dos figuras humanas muy bien conservadas; o una roca aislada cubierta de grabados, con camellos llenos de detalles. También pudimos contemplar otros petroglifos más recientes acompañados de inscripciones tamúdicas. Y por todas partes había pequeños grabados representando diferentes escenas: avestruces, cabras montesas, hombres cazando o bailando (uno con una especie de boomerang en la mano)… Un lugar impresionante.
Por si fuera poco los petroglifos de Jubbah están rodeados de un paisaje precioso, con montañas parcialmente cubiertas de dunas de arena naranja; pilares de roca de mil formas diferentes; y plantas del desierto.
La visita duró alrededor de una hora, y aunque estuvo muy bien, me hubiera gustado explorar a fondo las montañas. En Umm Sinman hay más petroglifos que merece la pena ver. Y en las afueras de Jubbah se pueden visitar otros puntos, como Ghouwtah (al este) o Qatar Cave. Aunque para estos últimos es necesario organizar una excursión específica con algún guía local (y aquí imagino que ya toca pagar). Lo ideal hubiera sido quedarme un par de horas solo en el recinto, investigando por mi cuenta Um Sinman. Pero Abu Sukkar me estaba esperando en la entrada, y mi coche se encontraba en su casa. Así que me conformé con lo que vi (que no fue poco) y me despedí del lugar.
MAS ATRACCIONES EN JUBBAH
A continuación Abu Sukkar me llevó al casco antiguo de Jubbah, y quedamos en que me pasaría a recoger más tarde. Así que estuve un buen rato a mi aire explorando la zona. Esto fue lo más destacado:
1. Naif Palace Archaeological Museum: un museo ubicado en una antigua mansión, similar a los que visité el día anterior, pero con más objetos. Destaca su torre cilíndrica; un pozo; salas con utensilios, ropa, armas, animales disecados (de aspecto horrible), puertas de madera, monedas, fósiles, etc… El encargado del recinto no estaba, así que realicé todo el recorrido en solitario (cada cosa tenía una etiqueta con el nombre en inglés, y había algún cartel con explicaciones). Pero cuando estaba acabando apareció un chaval indio y me cobró la entrada (20R). Y encima me tuve que sentar un momento en la sala de visitas a tomar café con dátiles (ya empezaba a estar un poco saturado).
2. Mezquitas: hay varias en Jubbah. Yo contemplé un par desde el exterior (una con altísimos minaretes).
3. Viviendas tradicionales: a parte de los 3 museos de Jubbah, hay una serie de casas de adobe en diferentes estados de conservación.
Cuando regresó Abu Sukkar y subí a su 4×4 estaba seguro que acabaríamos de visita en otra casa de Jubbah. Pero lo que me esperaba me desbordó por completo. Llegamos a una sala que estaba llena de gente con rostro serio y saludé a todo el mundo, dándoles la mano uno a uno mientras decía «Salam». El dueño de la casa me hizo sentarme a su lado, y tampoco parecía muy contento. Hasta que me explicó lo que pasaba: el día anterior había fallecido su madre, y aquello… ¡era un velatorio! Vaya tela con Abu Sukkar. No había más casas en Jubbah para llevarme…
Encima nos tiramos casi dos horas a base de café, té y dátiles. En todo ese tiempo no paró de aparecer gente. Y cada vez tenía que ponerme de pie y saludar (no sé qué pensaban al verme allí en una ocasión tan delicada). Hasta hizo acto de presencia el alcalde de Jubbah, que se sentó junto a mí, me explicaba cosas en árabe (el hijo de la difunta me traducía), y acabamos haciéndonos una foto juntos. La situación era surrealista…
Uno de los familiares también hablaba algo de inglés y me cayó muy bien. Me llevó a ver su casa, situada a escasos metros (un pedazo de mansión con salas enormes); y le dijo a Abu Sukkar que nos quedáramos a comer. Esto ya no me disgustó tanto, porque tenía bastante hambre. Todo transcurrió de forma similar a la cena del día anterior: entramos en una sala por turnos; y había un enorme bandeja de Kabsa. A mí me habían puesto un plato con una cuchara, y ya que estaba me ahorré comer con la mano. Y el familiar simpático no paraba de elegir trozos de carne y ponérmelos en el plato. El Kabsa estaba riquísimo y comí hasta que no pude más.
Para acabar, Abu Sukkar condujo hasta las afueras de Jubbah y se metió por el desierto (con un vehículo normal imposible). Como vi que me llevaba a un campamento para sentarnos de nuevo, yo me bajé antes del 4×4 y le dije que llegaría caminando. Y estuve haciendo fotos del paisaje, con la arena de color naranja, arbustos y las montañas de fondo. Ya en el campamento me senté en el interior de una tienda, y apenas estuvimos unos minutos. Menos mal que Abu Sukkar dio por finalizado el tour y regresamos a su casa, donde recuperé mi coche y me despedí.
CONCLUSION
Si te gustan los petroglifos, la población de Jubbah es uno de los mejores lugares del mundo para contemplar estas fascinantes obras de arte con miles de años de antigüedad. Los petroglifos están distribuidos por una zona montañosa muy amplia, y lo normal es que solo te enseñen los alrededores del Centro de Visitantes, que incluye algunos de los ejemplos más destacados. Para profundizar más deberás organizar una visita específica.
Por si fuera poco, la hospitalidad de los vecinos de Jubbah es legendaria, y no tardarás en ser invitado a una casa para tomar café y té con dátiles, o incluso alojarte. Algunas de estas viviendas son mansiones históricas que cuentan con museos etnológicos donde se acumulan todo tipo de antigüedades, desde armas a animales disecados. Un día completo será suficiente para conocer Jubbah y los petroglifos, aunque te costará «escapar» de las constantes muestras de amabilidad.
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Comentarios
4 ComentariosMiguel angel
Dic 22, 2022Que tal me ha encantado leerte
El caso es que voy a visitar Omán u Arabia Saudí en marzo creo que es un buen mes tendría unos 25 días quizás 10 para Omán y 15 para Arabia Saudí por lo que veo la zona de al ula 3 días mínimo .. la pregunta es si merece la pena conocer Riad .. porque tenia pensado ir a jeddah coger coche ir a la meca … bucear … ir a la zona de al ula y igual me desplazo al sur no se … pero quería saber si merece la pena estar un par de días en Riad o no gracias 🙏
Ganas De Mundo
Dic 29, 2022Hola Miguel Ángel, gracias por el comentario. En mi opinión Riad no merece la pena. Si vas sobrado de tiempo puedes pasar un día, pero no sacrificaría nada de lo que planeas visitar por Riad. Un abrazo!
Inma
Dic 5, 2022Me encantan tus viajes. Estamos preparando una ruta por Arabia Saudita y nos preguntamos si nos puedes facilitar los datos de algún guía local.
Un saludo
Ganas De Mundo
Dic 9, 2022Hola Inma, gracias por el comentario! Muy pocas veces utilizo guías durante mis viajes, y si lo hago es para algún lugar concreto no para todo el recorrido. En el caso de Arabia Saudita no utilicé ninguno, a excepción de la excursión a Al-Ula (incluido en el precio) así que no puedo recomendar. Un abrazo