En la capital de South Omo, paseando por aldeas y coloridos mercados frecuentados por diferentes grupos étnicos, como los indómitos Mursi
Jinka es la capital de la South Omo Zone, ubicada dentro de la Southern Nations, Nationalities, and People’s Region. Esta zona es el sueño hecho realidad de cualquier antropólogo. Porque en un territorio de dimensiones moderadas viven más de 20 grupos étnicos, con sus propias costumbres, tradiciones y forma de vestir. Dedicados a sus tareas diarias al igual que lo hacían sus antepasados muchos siglos atrás, relativamente alejados del turismo de masas.
Explorar South Omo es una experiencia inigualable. Y Jinka cuenta con hoteles que permiten conocer el sector norte con una cierta comodidad. Desde esta remota población con atmósfera de Salvaje Oeste se puede visitar el espectacular mercado de Key Afer; aldeas de las etnias Ari o Bana; y (si consigues un 4×4) el Mago National Park, donde habita el grupo étnico más llamativo de South Omo: los Mursi.
VIAJE: KONSO – JINKA
Finalizada mi excursión a las aldeas Konso, tocaba ponerse en marcha sin tiempo para descansar. Así que recuperé mi mochila grande del Saint Mary Hotel, y cogí una furgoneta que por 15B me dejó en el cruce del que partía la pista hacia Jinka. La verdad es que mi decisión era un tanto arriesgada, porque ya eran las 16.30h, y estaba en medio de la nada. Ya me veía plantando allí mismo mi tienda de campaña y pasando la noche. Pero me reconfortó ver que junto a mí había un grupo de lugareños (eso era buena señal).
Por suerte, tras 45 minutos de espera, apareció un Isuzu. Y por 125B el conductor aceptó llevarme a Jinka en la cabina. Menudo peso me quité de encima. Y además viajaría cómodamente, no en la parte superior del camión, a la intemperie (gran parte del trayecto sería de noche), rodeado de mercancías. Ante mí tenía 200km de pistas de tierra, y unas 6 horas de trayecto. Aunque en Etiopía las cosas nunca son lo que parecen. Al final estuve 8 horas metido en el camión, y el viaje fue de todo menos tranquilo. Por infinidad de motivos:
1. El Isuzu estaba hecho polvo, y su velocidad era de risa. No pasábamos de 25km/h, y en las cuestas parecía que el motor iba a explotar.
2. El estado de la pista era lamentable, llena de agujeros. Hasta tuvimos que vadear un par de ríos (la gente apilaba sacos de tierra para pasar por encima).
3. En la cabina íbamos 4 personas totalmente comprimidas. Y al cabo de un rato mi trasero estaba duro como una piedra, y no sentía las piernas. La verdad es que hubiera agradecido irme a la parte superior del camión.
4. El calor era sofocante, y para variar estaba prohibido bajar las ventanillas.
5. El conductor y su acompañante tenían montada su fiesta privada. No paraban de fumar, mascar hojas de Chat, cantar con la música a todo volumen… Cada pocos minutos se pasaban entre ellos una botella de agua (conmigo en medio) y en un bache me cayó agua encima y acabé empapado.
6. Al parar en Weito, yo pensaba que era solo unos minutos, y resultó que estuvimos 45 minutos, porque era la hora de la cena. Y cuando me di cuenta del error y estaba a punto de pedir algo para comer, el conductor me indicó que había que regresar al camión. Y yo que solo había comido un par de plátanos en todo el día…
Pero bueno, el caso es que fuimos avanzando (no es poco, teniendo en cuenta lo difícil que es conseguir transporte en esta zona del país). Y a las 0.30h de la noche llegué a Jinka, realmente agotado. Menos mal que encontré hotel bastante rápido.
ALOJAMIENTO: ORIT HOTEL – 60B/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; lavabo privado; ubicación céntrica.
*Puntos en contra: cuando me disponía a darme una ducha, la encargada del hotel cortó el agua y la luz; al día siguiente la mujer me despertó a las 8h y me dijo que tenía que buscarme otro hotel, porque tanto mi habitación como el resto estaban reservadas (me podía haber avisado cuando llegué).
En fin, así acabó la jornada, estirándome en la cama sucio y con el estómago vacío… Pero había conseguido llegar a Jinka por mi cuenta…
UN PASEO POR JINKA
Al día siguiente, salí a dar una vuelta por el pueblo, y de paso a buscar alojamiento. Menos mal que no tardé en encontrar habitación, en el Goh Hotel. Así que para celebrarlo, me senté en la terraza exterior de su restaurante, y disfruté de un fantástico desayuno: tortilla francesa acompañada de Vegetable Fried Rice; y para beber, un Shai. Se estaba genial, y me quedé un rato leyendo.
Más tarde, continué caminando. En Jinka los turistas escasean, con lo cual los lugareños eran muy pesados cuando me veían, y no paraban de ofrecerme cosas. Lo más destacable del paseo fue ver despegar la avioneta de Ethiopian Airlines, que conecta Jinka con Addis Ababa y Arba Minch. La pista era una explanada de hierba, por la que antes de cada aterrizaje o despegue tiene que pasar una moto para ahuyentar a las cabras, que durante el día pastan a sus anchas. Y la avioneta era minúscula. Todo un espectáculo para los lugareños, que se agolpaban alrededor de la pista para contemplar la maniobra.
Por todas partes había triciclos motorizados transportando lugareños y mercancías. Y carteles como los de Konso, para enviar mensajes a la población (en uno estaban dibujados los rostros de diferentes grupos étnicos del Valle del Omo).
Tras el paseo, me acerqué hasta el Jinka Resort (el mejor hotel del pueblo). Y me senté en la terraza exterior de su restaurante, para tomarme una Coke fresquita. La ubicación era perfecta, alejado del centro, y rodeado de frondosa vegetación. La sorpresa fue escuchar en una mesa cercana a dos turistas hablando en catalán. Como en unos días tenía que alquilar un vehículo, le eché morro y me acerqué a preguntarles por sus planes, para ver si era posible unirnos y compartir gastos. Pero no tenían previsto visitar los alrededores de Jinka. Así que tras intercambiar unas palabras, me despedí educadamente. Eran dos amigos de Cardedeu, y más tarde me reencontraría con ellos…
De regreso en el Orit Hotel, desalojé mi habitación, y me cambié a mi nuevo hotel.
ALOJAMIENTO: GOH HOTEL – 60B/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; tranquilidad por la noche (las habitaciones estaban dispuestas alrededor de un patio interior); encargada muy atenta; precio.
*Puntos en contra: agua fría.
Una vez instalado, me senté a comer en la terraza del restaurante. Pedí un enorme plato de Spaghetti Carbonara con una botella de Highland. Y como a esas horas el sol pegaba con fuerza, me fui a la habitación a descansar. Tras la maratoniana jornada del día anterior, se trataba de alimentarme bien y recuperar energías.
Un rato antes de ponerse el sol, salí a dar otro paseo por Jinka, aprovechando las últimas luces del día. La atmósfera era fascinante: cielo enorme, de una profundidad asombrosa, salpicado de nubes; lugareños por todas partes (entre ellos algún miembro de la etnia Hamer vestido con su atuendo tradicional); ambiente fresco… Me encantó.
Para rematar la jornada, regresé a la terraza de mi hotel, y cayó una cerveza Harar. Como había comido bastante durante el día, decidí saltarme la cena. Y me fui a la habitación para descansar el mayor tiempo posible.
VIAJE: JINKA – KEY AFER
Al día siguiente mi alarma sonó a las 6.30h y me puse en marcha a toda prisa, pues a las 7h tenía que coger un autobús para llegar a Key Afer. Caminé a buen ritmo hasta la parada, sin tiempo para desayunar. Pero cuando llegué, unos lugareños me dijeron que el autobús ya se había marchado. Alucinante… Más teniendo en cuenta que fue la encargada de mi hotel la que me informó del horario del bus…
Al principio decidí esperar un rato en la parada, por si aparecía otro vehículo. Pero cada vez había más lugareños a mi alrededor que no paraban de darme la lata, ofreciéndome de todo. Así que opté por caminar hasta las afueras de Jinka, y allí me puse a hacer autoestop a salvo de miradas curiosas. Por suerte, al poco pasó un Isuzu, hablé con el conductor, y por 50B me llevó a Key Afer, sentado cómodamente en la cabina. El trayecto fue muy plácido. Avanzamos a buen ritmo hacia el este, atravesando un paisaje selvático por pistas embarradas. Y tardamos hora y media en recorrer los 75km.
Una vez en Key Afer, todavía era demasiado pronto. Así que aproveché para entrar en el restaurante de un hotel y desayunar. Me comí una deliciosa Bambolina (bolas de masa de churro azucarada) acompañada de un par de Shais. Allí conocí a Pere, un barcelonés de mediana edad que viajaba en solitario, y había dormido en ese hotel para evitar problemas con el desplazamiento a Key Afer. Un tipo realmente agradable y simpático.
VISITA A UN POBLADO BANA
A continuación, aproveché que se me acopló un chaval ofreciéndo sus servicios de guía para decirle que me llevara a visitar un poblado tradicional de la etnia Bana. El trayecto hasta la aldea fue espectacular. Caminamos atravesando el bosque; cruzándonos con miembros de diferentes etnias, con sus ropas tradicionales; y a nuestro alrededor, montañas y vegetación de un verde intenso.
En el poblado Bana, estuve un rato paseando por la zona, sacando fotos. Sus habitantes eran realmente amables y sonrientes. Imagino que en parte porque saben que mi presencia allí les aporta un dinero extra que no esperaban. Las cabañas estaban hechas con cañas y paja, bastante básicas. Y pude entrar en un par de ellas, para ver de primera mano cómo viven estas gentes. La verdad es que me sorprendió la ausencia de objetos modernos. Solo había utensilios de madera; calabazas (utilizadas para guardar diferentes productos); y pieles de cabra. En un lateral del recinto, una fogata donde una mujer cocinaba junto a su hijo. Como es habitual, me ofrecieron comida, pero para evitar problemas de estómago, me limité a mordisquear una mazorca de maíz hervida.
El regreso a Key Afer fue de nuevo toda una experiencia. Recorrimos una pista principal por la que ya caminaban numerosos miembros de las etnias Bana y Tsemai. Iban en dirección al mercado, cargados con todo tipo de productos: leche, requesón, cereales, cabras… En el pueblo, me despedí del improvisado guía, dándole un dinero que pareció dejarle satisfecho.
EL MERCADO DE KEY AFER
La razón principal de mi presencia en Key Afer era visitar su mercado semanal. La gente me recomendó llegar a eso de las 13h, cuando estaba más animado. Y lo que me encontré allí me dejó sin palabras. Parece mentira que en pleno siglo XXI todavía haya lugares como este…
La estructura del mercado era similar a la de otros que había visitado: una explanada llena de gente, y los diferentes productos apilados en el suelo. Pero en el mercado de Key Afer la gran diferencia era el colorido de los lugareños, con sus ropas y complementos característicos de cada grupo étnico. Las mujeres tenían el pelo teñido de un pigmento de color rojizo, peinado en forma de trenzas, y a veces cubierto con media calabaza. Vestían faldas muy básicas, hechas con piel de cabra. Y llevaban pulseras de metal y collares hechos de pequeñas conchas de Cowry (una especie de molusco).
La mayoría de hombres vestía minifaldas de tela con motivos geométricos, de vivos colores; e iban con el torso descubierto. Algunos llevaban el pelo rapado hasta la mitad de la cabeza, con o sin trenzas. Y como adornos, numerosos collares y brazaletes. Tanto hombres como mujeres llevaban sandalias de piel, aunque también había mucha gente descalza.
Me encantó comprobar que el mercado era totalmente tradicional. Un lugar de encuentro donde habitantes de diferentes poblaciones lejanas aprovechaban para socializar y ponerse al día de lo sucedido durante la semana. Y de paso vendían sus productos, o los intercambiaban por otros. Completamente ajenos a mi presencia. De hecho, había poquísimos turistas: me encontré a los amigos de Cardedeu; a Pere; a una pareja de Barcelona que estaban haciendo un recorrido por el sur con guía y 4×4… Y poco más… Así que me tiré horas paseando tranquilamente, de forma relajada y sin presiones de la gente, que iban a lo suyo. Una experiencia impresionante. Solo esta visita ya justificaba el viaje a Etiopía.
En cuanto a la fotografía, si querías hacerle un retrato a alguien te pedía dinero (normalmente 2B). Y encima adoptaban una pose menos natural que no quedaba bien. Así que me centré en sacar fotos panorámicas del mercado, donde la gente aparecía mucho más relajada y natural. Y a partir de esas fotos generales, podía ampliar la imagen y centrarme en algún grupo concreto.
Cuando me cansé de pasear, fui hasta la parada de autobús para regresar a Jinka. Pero la cosa no pintaba nada bien. Había un montón de lugareños esperando, y perdí los 3 primeros vehículos (dos Isuzus y un autobús), que se marcharon atiborrados de gente sin que pudiera entrar. Ya me veía pasando la noche en Key Afer. Hasta que apareció una pick up; negocié con el conductor; y por 50B me llevó hasta Jinka, sentado cómodamente en el asiento del copiloto (como el precio era mucho más caro, aquí no tuve competencia).
TARDE DE RELAX
El resto de la jornada en Jinka transcurrió de forma tranquila. Primero me senté en la terraza del restaurante del hotel, y me tomé dos cervezas St. George que me supieron a gloria. Y tras un rato leyendo, sin moverme de la mesa, pedí la cena: un generoso plato de Vegetable Fried Rice.
También aproveché para continuar buscando vehículo de alquiler y gente para compartirlo de cara a las próximas jornadas. Una de las vías más obvias fue preguntar a la encargada del hotel. Y cual no sería mi sorpresa cuando al cabo de un rato me dijo que conocía a una persona que me podía conseguir un vehículo; y que en el hotel había alojada una pareja de austriacos que también estaban interesados en alquilar transporte. Me llevé una gran alegría, aunque ahora tocaba ponernos todos de acuerdo (precio, itinerario…).
La encargada fue a buscar a la pareja, me los presentó, y nos sentamos a charlar. La verdad es que eran muy agradables. Yo tenía prevista una ruta de 4 jornadas, pero en principio ellos solo se apuntaban al primer día, y ya verían qué hacían después. Habían viajado mucho por Asia, y estuvimos hasta bastante tarde compartiendo experiencias y anécdotas. Se agradece encontrar gente así durante un viaje en solitario.
En cuanto al conseguidor del vehículo… Eso lo cuento más adelante.
UNA EXCURSIÓN FRUSTRADA
Al día siguiente mi alarma sonó a las 6,30h, y en apenas media hora me reuní con la pareja de austriacos en la terraza del hotel. El plan era viajar hasta el Mago National Park, y visitar alguno de los poblados donde vive el grupo étnico más espectacular del Valle del Omo: los Mursi. La verdad es que había leído infinidad de opiniones negativas acerca de esta excursión: era un show para turistas; demasiadas horas de trayecto para una breve visita; ausencia de fauna; los Mursi eran extremadamente desagradables… Pero aun así decidí jugármela.
Para la excursión necesitábamos un 4×4. Y con esa idea la tarde anterior hablamos con el chaval que nos recomendó la encargada del hotel. En total, la excursión salía bastante cara. A parte del vehículo había que pagar por el guía, la entrada al parque, las visitas a los poblados… Así que tocábamos a 600B por persona (y eso que éramos 3). Pero bueno, estábamos en uno de los lugares más remotos de la Tierra, y ahora no era momento de escatimar unos euros. Así que quedamos en partir a las 7h.
Pero llegó la hora prevista, el tiempo fue pasando… y una hora más tarde allí no había ni rastro del 4×4. Igual que en Konso… Bueno, peor. Porque poco después apareció el chaval con cara de circunstancias, y nos dijo que todos los 4×4 estaban ocupados, y no había podido conseguir ninguno. Excursión cancelada. Y es que así funcionan las cosas en Etiopía: negocias horarios y precios con una persona que todavía no tiene el vehículo. Y si lo encuentra bien; pero si no, todo acaba en una completa pérdida de tiempo. Los austriacos estaban indignados, pero yo a esas alturas ya comenzaba a estar bastante curtido.
En fin, para relajarnos un poco, decidimos entrar en una cafetería cercana, y nos pegamos un buen desayuno (shai con pastas).
VISITA A UNA ALDEA ARI
Mientras charlábamos, los austriacos me comentaron que existía la posibilidad de visitar alguno de los poblados cercanos donde vivía la etnia Ari. Por lo visto eran bastante auténticos; y se podía llegar en transporte público. Así que la idea me convenció, y nos pusimos en marcha.
Caminamos hasta la parada de autobús, y allí cogimos una furgoneta que por 5B nos dejó en el pueblo elegido, ubicado a 8km de Jinka. Eso sí, durante el trayecto íbamos llenos de dudas, porque no teníamos claro donde bajar. Al poco de bajar de la furgoneta, dos críos se presentaron como nuestros guías oficiales. No aportaron ninguna explicación, pero por lo menos evitábamos perdernos; y espantarían a otros guías potenciales (igual que en el Abiata-Shala Park).
El poblado me gustó mucho. Había numerosas casas tradicionales: redondas, con muros de adobe y techos cónicos de paja. Algunas estaban decoradas con dibujos geométricos (típico de los Ari). Y frente a ellas, mujeres dedicadas a sus tareas diarias: moliendo grano; limpiando vasijas de cerámica… A nuestro alrededor, vegetación exuberante, con plantaciones de Enset (falsa banana), cuyas hojas utilizan las mujeres Ari para confeccionar unas faldas muy vistosas (más adelante vi algunas en el mercado de Jinka). De vez en cuando pasaban junto a nosotros hombres con hoces en la mano, saludando amablemente. Fue un paseo muy agradable, en el que pude sacar fotos con relativa tranquilidad.
Eso sí, por todas partes no paraban de aparecer grupos de niños. Como en muchas otras zonas, eran la viva imagen de la miseria extrema que azota el país: estaban sucios, vestían ropa que se caía a pedazos… E intentaban llamar nuestra atención de mil maneras, en busca de dinero o algún regalo. Reconozco que eran imágenes duras, pero hay que intentar mantenerse al margen, o si no mejor no visitar estos rincones del mundo. Y la chica no fue capaz. Estuvo todo el rato distrayendo a los niños, dedicándoles pequeños juegos y sonrisas. Y acabó llorando amargamente.
En fin, tras el paseo, pagamos 3B a cada niño-guía. Caminamos hasta la calle principal del poblado. Y al poco ya estábamos subidos en un autobús que por 3B nos llevó de regreso a Jinka. Los pasajeros fueron muy amables: se apretujaron para que pudiéramos entrar en el vehículo; y no pararon de dedicarnos sonrisas de oreja a oreja…
Tras bajar del autobús, me separé de los austriacos. Una pena que, tras el fiasco de la mañana, ni siquiera se plantearan la posibilidad de intentar alquilar de nuevo un vehículo para acompañarme en la ruta que había previsto.
Para evitar la parte central del día, me dediqué unas horas de relax. Primero una cerveza St. George bien fría en la terraza exterior del Jinka Resort. A continuación comí en el restaurante de mi hotel: un plato enorme de Vegetable Fried Rice. Y por último, siesta de una hora en mi habitación. Justo lo que necesitaba…
UN MUSEO INTERESANTE
A eso de las 16h salí al exterior, y caminé hacia las afueras de Jinka, con la intención de visitar el South Omo Museum, a unos 2km del centro. La pendiente era bastante pronunciada, porque el museo estaba ubicado en lo alto de una colina. Pero a esas horas el sol ya no apretaba. Y me lo tomé con calma, sacando fotos de campos de cultivo, montañas, viviendas tradicionales…
El museo constaba de un edificio con dos salas donde se exhibía una colección de objetos pertenecientes a las diversas tribus que habitan el Valle del Omo. Con paneles explicativos que explicaban historias y tradiciones de cada una de ellas (eso sí, en un inglés difícil de descifrar). Precio: 20B. No estuvo mal. Allí me encontré con unas chicas de Madrid, y charlamos un rato. Recorrían el sur en 4×4 con guía, e igual que la pareja de Barcelona que vi en Key Afer, estaban hasta las narices. Porque el guía hacía lo que le daba la gana, eligiendo horarios y lugares a visitar, sin derecho a réplica. Mi forma de viajar es mucho más dura, pero a cambio me muevo a mi aire sin rendir cuentas a nadie.
Tras el paseo, me senté en la terraza del hotel. Y me tomé una cerveza St. George mientras conversaba con Pere (recién llegado al Goh Hotel); y la pareja de austriacos. Se estaba genial, rodeado de una atmósfera tranquila; bajo un cielo despejado lleno de estrellas relucientes; y escuchando anécdotas de viaje con gente muy interesante. Un gran final de jornada (y eso que comenzó fatal).
LOS INCREÍBLES MURSI
Al día siguiente me levanté sin prisas, pues no había necesidad. Como el día anterior no pude visitar los poblados Mursi, decidí quedarme un día más en Jinka para visitar su mercado semanal. No tenía tanta fama como los de Key Afer o Turmi, pero me ofrecería la posibilidad de ver miembros de la etnia Mursi. Y como los mercados no se animan hasta bien entrada la mañana, pues tenía tiempo de sobras.
Así que fui a una cafetería cercana al «aeropuerto», y desayuné un café con leche y una pasta. A continuación, me senté en la terraza del Jinka Resort, y me tomé un delicioso zumo de plátano y papaya. Allí me encontré a la pareja de austriacos, que se habían cambiado de hotel, y estaban contentísimos con su habitación (eso sí, pagando un precio mucho más caro). Estuvimos charlando un rato, y a las 11h me dirigí a la zona del mercado.
El lugar ya estaba lleno de gente, y me tiré horas bajo un sol de justicia, paseando y descubriendo infinidad de escenas fotogénicas. La acción se concentraba en una explanada central, pero en las calles anexas también había puestos que básicamente vendían telas de vivos colores. Y por fin pude ver a algunos miembros de la famosa tribu de los Mursi…
Los hombres eran delgados y de una altura espectacular. Vestían una tela de rayas o cuadros a modo de túnica y sandalias de piel. Y todos llevaban una vara de madera. Esas varas son las que utilizan en un ritual conocido como Donga. Cuando los hombres están en edad de contraer matrimonio, se organizan combates por parejas. Ambos contrincantes se cubren el cuerpo de yeso, y se enfrentan a golpe de vara, hasta que uno de los dos acaba molido a palos. Entonces, el ganador elige a su futura mujer de entre un grupo de pretendientas.
Pero las mujeres se llevan la peor parte. La tradición manda que cuando cumplen 15 años de edad se les practica un corte entre el labio inferior y la boca. Durante el año siguiente el espacio se va haciendo más grande, hasta que se puede insertar un pequeño plato de cerámica. A medida que el labio se dilata, el plato se sustituye por otro mayor, llegando normalmente a los 15cm de diámetro. Y de las dimensiones del plato depende el valor de la mujer de cara al matrimonio. Normalmente, también se agujerean las orejas, y sus lóbulos están muy dilatados. En el mercado, lo normal era ver a las mujeres Mursi sin el plato puesto, con el labio inferior colgando. Una imagen realmente impactante. También vestían una tela similar a los hombres, con uno o los dos pechos al descubierto; y pulseras de metal.
Eso sí, se trata de un grupo étnico conocido por su fuerte carácter. Los hombres acuden al mercado a intercambiar sus productos por alcohol (son autosuficientes). Y hacia el final del día llevan un pedal importante. Por eso no se recomienda visitar sus poblados por la tarde. Y algunas mujeres se ponen el plato en el labio y persiguen a los turistas para ser fotografiadas. Cobraban 2B por foto. Y no hay escapatoria, porque mientras posan cuentan las veces que aprietas el disparador de la cámara. Aunque durante el mercado les saqué bastantes fotos desde la distancia, corriendo el riesgo de ser sorprendido.
EN EL MERCADO DE JINKA
Otro aspecto destacable del mercado fue la presencia de mujeres Ari por todas partes, con sus faldas de vivos colores (naranja, rojo, amarillo, rosa…) y pañuelos en la cabeza. Algunas también llevaban peinados con trenzas. Y como adornos, montones de collares y pulseras. Me hizo mucha gracia ver a parejas de chicas jóvenes que iban vestidas exactamente iguales, como si fueran hermanas gemelas. Mi cámara de fotos echaba humo ante cada grupo de mujeres, mucho más relajadas (no como los Mursi).
En cuanto a los hombres, pude ver a varios en la calle con sus rudimentarias máquinas de coser (a diferencia de occidente, en África coser es una tarea típica masculina). Y también a dos miembros de la Iglesia, con sus túnicas y birretes, protegidos del sol por el paraguas de un feligrés. La verdad es que me sorprendió la ausencia casi total de turistas. Pero quizás era porque ese mismo día tenía lugar el mercado semanal de Dimeka, más famoso que el de Jinka. El caso es que me lo pasé en grande, alucinando ante todo lo que veía, paseando entre la multitud.
En fin, cuando ya no podía más, regresé al hotel, y me senté en la terraza. Allí me tomé un par de cervezas St. George heladas que me supieron a gloria, acompañadas de unas patatas fritas. Al poco apareció Pere, y estuvimos charlando un rato hasta la hora de cenar. Un apagón dejó el pueblo a oscuras. Y acabé solo cenando un plato de Vegetable Fried Rice con una St. George más, a la luz de una vela, bajo un cielo plagado de estrellas. Un momento realmente mágico. Sin duda, la mejor despedida posible de Jinka.
CONCLUSIÓN
Para los viajeros independientes, Jinka es el punto más obvio donde comenzar cualquier recorrido por South Omo. Se puede llegar en transporte público (autobús o avión); ofrece buenos alojamientos; y cuenta con numerosos lugares de interés en sus alrededores. Te recomiendo un mínimo de 3 jornadas para vivir la experiencia con calma: 2 para los mercados de Key Afer y Jinka; y 1 para las aldeas. Añadiendo un cuarto día más podrás visitar también el Mago National Park, y ver a los Mursi en su salsa. Aunque las críticas a este parque son abundantes, y yo no las pude verificar.
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