Un recorrido por el desconocido norte de la isla, con templos hindúes, islas remotas, y muchas cicatrices de la Guerra Civil
Tras seguir el circuito turístico oficial de Sri Lanka durante demasiados días, necesitaba una dosis de aventura. Y para ello todo el mundo me recomendó dirigirme a Jaffna, y recorrer el norte de la isla. En esta zona de Sri Lanka predomina la cultura Tamil, acompañada de sus coloridos templos hindúes. Los paisajes son mágicos. Y los turistas brillan por su ausencia, todavía influenciados por los ecos de la Guerra Civil que asoló la región.
Jaffna, capital de la Northern Province, es el punto de partida más evidente de cualquier ruta por el norte. Más tarde, tras explorar la ciudad, se puede alquilar una moto y recorrer sin prisas el resto de la Península y sus islas.
VIAJE: ANURADHAPURA – JAFFNA
Para realizar este trayecto, elegí por segunda vez el tren. Siguiendo los consejos de un empleado de mi hotel, el día anterior pasé por la estación de Anuradhapura, y compré mi billete para evitar sorpresas. Precio: 700 R, en Segunda Clase. El tren salía a las 10.40h, y llegué con el tiempo justo, gracias al lugareño que me llevó en su moto desde el Templo Isurumuniya, pasando por el hotel para recoger mis cosas a toda pastilla. Precio a la estación: 150 R. Aunque tantas prisas para nada, porque al final el tren (que venía de Colombo), apareció a las 11h. Durante la espera, compré víveres para el camino; y estuve charlando con un militar que iba a su cuartel en Jaffna.
Una vez localizado mi vagón, la sorpresa fue comprobar que mi asiento estaba junto al pasillo, cuando lo había pedido expresamente junto a la ventana. Y eso que el inglés del empleado de la taquilla parecía más que correcto. En fin, por suerte no había muchos pasajeros, y pude sentarme en otro sitio sin problema. El trayecto duró 4.15h, y fue realmente tranquilo. No pasé nada de calor, gracias a la ventana abierta y los pequeños ventiladores del techo. El asiento era espacioso. Y el paisaje estuvo muy entretenido, con bosques, campos de cultivo, y pequeñas poblaciones. Pronto se hizo evidente que estábamos entrando en zona Tamil, por la abundancia de vacas pastando, y de templos hindúes. En cuanto a turistas, tan solo una chica occidental en mi vagón.
A la hora de comer, cayeron dos samosas y un roll, ligeramente picantes (150 R). Con una botella de agua que compré a un vendedor ambulante (100 R). Y continué el viaje, escuchando música, leyendo mis guías de viaje, y echando alguna breve cabezada. Una vez en Jaffna, no me compliqué la vida, y me subí en un tuk-tuk, que por 150 R me llevó hasta la puerta del hotel elegido.
ALOJAMIENTO: SARRAS GUESTHOUSE – 2.500 R/Noche
*Puntos a favor: habitación enorme, en el piso superior de una antigua mansión; cama doble muy cómoda; ventilador; wifi impecable; precio.
*Puntos en contra: lavabo exterior; ducha con una potencia mínima; ubicación alejada de los lugares de interés.
La verdad es que estaba contentísimo con mi habitación. Pero no contaba con lo que ocurriría al cabo de unas horas. Al caer la tarde empezó a llegar gente y se montó una ruidosa cena en la planta baja, con gritos y risas hasta pasada la medianoche, ignorando mis quejas. Y a primera hora de la mañana, otra nueva sesión de gritos, como si yo no estuviera allí alojado. Una pena.
Nada más instalarme, como solo quedaban un par de horas de luz, salí a la calle a explorar la ciudad.
EL PASADO DE JAFFNA
Durante mucho tiempo (a excepción de las esporádicas invasiones tamiles) el norte de Sri Lanka estuvo bajo control de los diferentes reinos cingaleses que gobernaron la isla. Hasta que en 1214 irrumpió en la zona Kalinga Magha. Un líder militar bajo las órdenes del poderoso Imperio Pandiano (sur de la India), que en poco tiempo conquistó Polonnaruwa y creó el Reino de Jaffna, estableciendo la capital en Nallur (un barrio de la actual Jaffna). Kalinga Magha destacó por su crueldad, y durante su reinado buena parte de la población cingalesa huyó al sur. Así que la cultura tamil y la religión hindú se consolidaron en el norte de la isla.
Al principio, Jaffna rindió pleitesía al Imperio Pandiano. Pero la disolución de éste en 1323 convirtió a Jaffna en un reino independiente, que floreció gracias a los ingresos obtenidos por la exportación de elefantes y el cultivo de perlas. Mientras, en el sur, el Reino de Kotte fue ganando poder. Y en 1450 el Rey Parakramabahu VI envió una expedición militar al norte que derrotó a las tropas de Jaffna y reestableció el dominio cingalés en todo Sri Lanka. Aunque esta situación no duraría mucho…
En 1505 los portugueses desembarcaron en Sri Lanka. Inicialmente sus intereses solo les enfrentaron con el Reino de Kotte. Pero más tarde dirigieron su mirada hacia el norte, y en 1619 derrotaron a Cankili II, último rey de Jaffna. El control portugués duró apenas 40 años, tiempo suficiente para arrasar los principales templos hindúes e imponer a sangre y fuego la religión católica. Más tarde, tanto los holandeses como los ingleses fueron mucho más tolerantes. Los templos se reconstruyeron. Y Jaffna prosperó, convirtiéndose en la segunda ciudad más grande de Sri Lanka.
LA GUERRA CIVIL DE SRI LANKA
Tras la independencia de la isla en 1948, el nuevo gobierno de mayoría cingalesa inició una política de discriminación contra la minoría tamil, a la que consideraban muy favorecida durante la época colonial. Y las tensiones fueron aumentando entre las dos comunidades. Esto desembocó en la creación en 1976 del Liberation Tigers of Tamil Eelam (LTTE), un grupo armado que reclamaba un estado tamil independiente en el norte y este de la isla. Y en una serie de actos terroristas (con Jaffna como escenario principal) que culminaron en el Black July de 1983: durante una semana hordas de cingaleses enfurecidos camparon a sus anchas por diferentes ciudades de Sri Lanka, asesinando ciudadanos tamiles y destruyendo sus propiedades. El resultado: centenares de muertos; una oleada de tamiles emigró a países más seguros (principalmente Canadá, Reino Unido y Francia); y miles de jóvenes se unieron al LTTE clamando venganza.
A continuación, ambos bandos se embarcaron en una terrible Guerra Civil que duró 26 años, hasta la derrota del LTTE en 2009. Por el camino hubo de todo: bombardeos indiscriminados; masacres de civiles; violaciones… Se estima que unas 100mil personas fallecieron en el conflicto. El gobierno contó con el apoyo temporal de la India, que temía un movimiento independentista similar en su estado de Tamil Nadu (aunque sus tropas cometieron atrocidades que empeoraron la situación). Mientras tanto, el LTTE creó un grupo especializado en atentados suicidas llamado Black Tigers. Y su osadía no tenía límites: consiguieron asesinar al Presidente del gobierno; al ex Primer Ministro de la India Rajiv Gandhi (responsable de enviar tropas a Sri Lanka); y atentaron contra lugares sagrados para el budismo como el Sri Maha Bodhi o el Templo del Diente.
Por suerte la guerra acabó hace años, y se puede visitar el norte de forma segura. Aunque las secuelas todavía son evidentes en Jaffna: la actividad económica es una sombra de lo que fue; y la ciudad se encuentra excluida del circuito turístico que riega de divisas el centro y sur de la isla.
UN PASEO JUNTO AL MAR
Para empezar a conocer Jaffna decidí caminar por la zona ubicada al lado del mar. Como mi alojamiento estaba bastante lejos del centro, tuve que coger un tuk-tuk (150 R). Estos fueron los dos lugares que visité:
1. Puerto Pesquero: aquí pude ver un montón de barcas tradicionales, pintadas de vivos colores y con símbolos religiosos (tanto cristianos como hindúes); altares con pequeñas estatuas de santos católicos o figuras de Buda; abueletes sentados reparando sus redes, y niños pescando con simples sedales (en unas aguas oscuras y pestilentes que daban miedo). Me encantó la atmósfera. Durante mi paseo por el puerto volví a saborear lo que se siente al viajar al margen de las rutas turísticas oficiales. Era el único extranjero, y por supuesto todo el mundo quería charlar conmigo, o un selfie. Y los lugareños me saludaban al pasar, con sonrisas amigables. Estuvo genial.
También pude comprobar las consecuencias de la Guerra Civil. Había bastantes edificios en ruinas, con solo la fachada en pie. Y en una escasa distancia me encontré con tres cuarteles militares, con vigilantes armados hasta los dientes (aunque cuando me veían me dedicaban su mejor sonrisa). Está claro que el gobierno no quiere que el norte se le vuelva a ir de las manos.
Desde el puerto caminé siguiendo la costa hasta el segundo punto de interés de la tarde.
2. Fuerte de Jaffna: fue construido por los portugueses en el año 1619, tras hacerse con el control de la ciudad. Pero la estructura actual es obra de los holandeses, que en 1680 ampliaron significativamente el fuerte original. Desde el exterior el edificio es imponente, con cinco torres, gruesos muros de granito, y un enorme foso lleno de agua rodeando el conjunto. Accedí a la entrada cruzando el foso por un puente. Y la sorpresa fue que no tuve que pagar ticket de acceso.
Meno mal, porque la verdad es que en el interior había muy poco que ver. Durante la Guerra Civil el fuerte sirvió en varias ocasiones de refugio para el LTTE y las tropas gubernamentales. Y fue sometido a intensos bombardeos que destruyeron por completo las construcciones interiores (una iglesia, la residencia del gobernador…). Así que me encontré con un montón de escombros, que curiosamente estaba prohibido fotografiar. Pude subir a la parte superior de las murallas (bastante restauradas), pero las vistas eran discretas, y pasé más tiempo intentando fotografiar ardillas, que correteaban por todas partes.
Para acabar el día, paseé por un ondulante paseo marítimo cercano al fuerte, en busca de un sitio para disfrutar de la puesta de sol. Pero éste se ocultó tras unas espesas nubes, y no volvió a aparecer. Así que me quedé con las ganas.
CENA: MALAYAN CAFÉ
Mientras se hacía de noche, me dirigí al barrio comercial de Jaffna. Aquí el ambiente era muy distinto a lo que había visto hasta el momento en la ciudad: tiendas por todas partes; gente y vehículos; caos de sonidos… Y encontré el Malayan Café, el restaurante más antiguo de la ciudad (más de 50 años abierto). El local tenía mucho ambiente, y me senté en una mesa, rodeado de lugareños.
Animado por la ausencia de picante de mis últimos platos, pedí un Kottu, pero este preparado con trozos de noodle en lugar de Roti; y dos Dosas (una especie de pancakes). Los platos eran baratísimos, y los servían en hojas de plátano en vez de platos. Y me atendió un camarero muy simpático, a pesar de no hablar ni una palabra de inglés. Todo genial, hasta que empecé a comer…
El Kottu picaba como un demonio; pero es que las salsas que me pusieron para mojar las Dosas eran pura dinamita. Así que acabé el Kottu como pude. Se me hizo eterno, porque la ración era generosa. Y acabé echando fuego por la boca, a pesar de beberme una botella grande de agua. En cuanto a las Dosas, las pedí para llevar, y las tiré por ahí. Mi único consuelo fue que todo me costó solo 310 R. Pero fue realmente frustrante. Me encanta probar la gastronomía local de todos los países que visito. Y en Sri Lanka o la India está claro que es misión imposible, porque no aguanto el picante, y acabo viviendo escenas desagradables. En fin…
Nada más salir del restaurante, busqué un lugar para refrescarme. Al poco encontré una heladería, y me senté en una mesa a tomar un batido de mango. Por lo visto no hacían, y lo fueron a buscar a un local cercano. No me gustó mucho la textura, más parecida a un zumo. Pero me sentó genial y desapareció en segundos. Precio: 90 R.
A continuación paré un tuk-tuk, y me llevó a mi guesthouse por 200 R, atravesando calles oscuras. Poco me imaginaba que la noche iba a ser de todo menos tranquila. Una pena, porque la habitación estaba genial.
SEGUNDA JORNADA EN JAFFNA
Al día siguiente me desperté bastante cansado, tras dormir muy poco gracias a los dueños del hotel. Así que de cara a la segunda noche decidí cambiar de guesthouse. Y sin desayunar, preparé mis mochilas y me despedí del dueño. Fue curioso que ni siquiera me preguntara por qué me marchaba, cuando el día anterior habíamos hablado de la posibilidad de alquilar una moto; y de pasar dos noches. En fin, quizás ya tenía la vida resuelta, y le importaba un pimiento un turista más o menos…
ALOJAMIENTO: THERESA INN – 1.750 R/Noche
*Puntos a favor: ventilador; precio; matrimonio muy atento, con alquiler de motos y servicio de lavandería (de pago, pero me salvó la vida, porque era viernes y muchos comercios estaban cerrados); tranquilidad por la noche.
*Puntos en contra: lavabo exterior; ducha con una potencia muy baja; ubicación alejada de los lugares de interés; wifi no funciona en la habitación; dueño excesivamente seco y distante.
Esta guesthouse no estaba muy lejos de la anterior, así que no me costó nada llegar caminando. La habitación era correcta sin más, por eso no destaco nada en concreto, ni a favor ni en contra. Instalado de nuevo, ya me pude dedicar a visitar la ciudad. Esta vez quería explorar el barrio de Nallur, donde estuvo ubicada la capital del Reino de Jaffna.
Para llegar, cogí un tuk-tuk, que me cobró 100 R (sin necesidad de regateo). Pero antes de comenzar las visitas, entré en una heladería y me senté a desayunar. Cayeron unos dulces indios: dos Mysore Paaku (correctos) y un Boondi Laddu (una bola que estaba deliciosa, hecha de harina, coco y frutos secos, muy azucarada). Y para acompañar, un batido de vainilla. Todo por 280 R, atendido por unos camareros super simpáticos.
EN UN FASCINANTE TEMPLO HINDÚ
Con el estómago lleno, me acerqué a la entrada del Nallur Kandaswamy Kovil. Se trata del templo hindú más importante de Jaffna, y el más grande de Sri Lanka. Como muchos otros, fue arrasado por los portugueses, y reconstruido en otra ubicación durante el siglo XVIII. Aunque el edificio actual es todavía más reciente, con algunos elementos añadidos en 2015. De todas formas, su exterior es espectacular, con una entrada enorme de color dorado; y 4 altísimos gopurams (torres) que se elevan por encima de las casas de la zona (el central lleno de figuras de dioses de la mitología hindú).
Cuando llegué al templo, el ambiente era frenético. Y es que era viernes (día festivo en la religión hindú). Había un montón de gente entrando y saliendo, y las oportunidades fotográficas eran infinitas: mujeres con coloridos vestidos; hombres en sarong (pareo) con el torso desnudo y pinturas corporales… Frente a la entrada había un recipiente metálico donde ardía una llama (los lugareños se detenían a rezar). Y una piedra donde los fieles rompían cocos a modo de ofrenda. Para acceder al recinto del templo me tuve que descalzar. Y la sorpresa fue enterarme que para entrar en la sala de oración… ¡tenía que quitarme la camiseta! La verdad es que me sentía algo ridículo, y encima era el único turista, así que me convertí en el centro de todas las miradas.
El interior del templo era muy vistoso, con estatuas y pinturas murales por todas partes. En la parte central se encontraba el santuario de Lord Murugan, el dios al que está dedicado el templo. Y a su alrededor había más altares dedicados a otros dioses. Pero estaba terminantemente prohibido sacar fotos, y tuve que mantener la cámara enfundada. Una pena. En cambio, mi visita coincidió con una de las diferentes Pujas (ofrendas) que tienen lugar durante el día. Y fue una ceremonia que me dejó sin palabras.
Dos músicos tocaban un tambor (Thavil) y una especie de trompeta (Nadaswaram), que sonaba como si fuera el ensayo previo a un concierto de jazz. Nunca había escuchado nada igual. Mientras, unos cuidadores del templo iban altar por altar, realizando ofrendas a las imágenes de los diferentes dioses (las adornaban con flores o les pasaban un candelabro con varias velas encendidas). Los fieles se agolpaban para ver la escena, rezando con las manos en alto, gritando de vez en cuando. Y después caminaban a paso ligero hasta el siguiente altar. Una atmósfera embriagadora. Aunque el momento cumbre fue la ofrenda a Lord Murugan, ya que su imagen solo es visible durante las Pujas. Todo el mundo peleaba por ver fugazmente la estatua del misterioso dios, ubicada al fondo de un estrecho pasillo. Y yo deambulando por la sala, completamente asombrado. Fue increíble poder contemplar estas tradiciones milenarias.
Tras la Puja, caminé por las calles anexas, donde había otros templos menores. Se reconocen fácilmente por sus fachadas llenas de esculturas curiosas; y por estar rodeados de muros pintados con rayas rojas y blancas.
LOS RESTOS DE NALLUR
La verdad es que queda bien poco de Nallur, la antigua capital del Reino Jaffna. Pero ya que estaba en la zona, decidí seguir la Point Pedro Road, en busca de los lugares más destacados:
1. Estatua ecuestre de Cankili II, el último monarca de Jaffna. De color dorado, fue repuesta tras la guerra, y su calidad artística es más que cuestionable.
2. Cankili Toppu: un arco de piedra que los lugareños identifican de forma un tanto romántica con la entrada al palacio del monarca. No tiene nada de interés.
3. Yamuna Eri: una piscina con forma de U en medio de la nada. Llegar fue toda una odisea, caminando por callejuelas estrechas bajo un sol abrasador, y recibiendo indicaciones erróneas cada vez que preguntaba a algún lugareño. Pero la sensación de aventura fue total. De camino pasé por una charca donde había garzas pescando. Y por todas partes había grupos de ruidosos cuervos. Eso sí, la piscina nada del otro mundo.
4. Mantiri Manai: un edificio abandonado con una fachada de aspecto colonial, cuya estructura principal se atribuye al palacio de algún monarca del Reino de Jaffna. Para mi gusto, el sitio más interesante de los cuatro. Dentro, lugareños y perros tumbados a la sombra.
Tras la agotadora caminata, tocaba reponer fuerzas. Así que regresé a la zona del templo, en busca de un sitio para comer.
COMIDA: MANGOS
Un elegante restaurante vegetariano indio, que por suerte estaba abierto (al ser viernes…). Me senté en una agradable terraza cubierta, con ventiladores, wifi, y ambiente local. Y pedí lo que todo el mundo: Biryani, la especialidad de la casa. Después de la negativa experiencia del día anterior, no se me puede decir que no tengo fuerza de voluntad. Pero esta vez acerté. Era un arroz con aspecto de paella, servido en un cuenco que había que volcar sobre una hoja de plátano (no había plato). Y el arroz picaba, pero justo en mi umbral de resistencia. Venía con tres salsas a parte: dulce, picante y normal. Acompañado de una botella de agua grande. Y para rematar, un Lassi de Mango (fruta típica de Jaffna, de ahí el nombre del local). Precio: 810 R.
De nuevo en la calle, el sol no daba tregua. Así que cogí un tuk-tuk para que me llevara al hotel a descansar un rato (de nuevo 100 R). Y me eché una siesta que me dejó como nuevo.
UN PASEO POR EL CENTRO
Otra vez en marcha, decidí pasar las últimas horas del día en el centro de Jaffna. Para ello, fui en tuk-tuk hasta la Victoria Clock Tower (150 R). Y desde allí continué hasta las calles que concentran la actividad comercial de la ciudad (alrededor del Malayan Café). Un caos de tráfico, humo, gente en todas direcciones, perros cruzando la calle en plan suicida… Hasta había una vaca en medio de la carretera, avanzando tranquilamente… Pero a cambio, pasé por tiendas con rótulos muy fotogénicos; charlé con los dueños de un par de puestos que vendían enormes pescados secos; saludé a un montón de gente, que al verme ponía cara de sorpresa; y disfruté del ambiente de esta exótica ciudad.
Cuando me cansé, cogí un tuk-tuk, que por 200 R me llevó hasta el segundo centro comercial de Jaffna, en los alrededores del templo de Nallur. Allí encontré un mercado callejero lleno de escenas interesantes: escaparates gigantes llenos de dulces y gominolas; puestos de frutos secos; mujeres con sus hijos, con ropa de vivos colores… Y de fondo, los gopurams del templo iluminados por las últimas luces del atardecer. Cuando empezó a oscurecer, entré en una heladería local: Lingam Ice-Cream. El comedor era inmenso, y había un montón de familias. Yo me senté en una mesa y pedí una copa de helado de vainilla regado con Kithul (savia obtenida de una variedad de palmera, de aspecto parecido a la miel). Estaba delicioso. Precio: 120 R.
Para rematar la jornada, decidí regresar caminando hasta mi guesthouse. Ya era de noche, y tenía algo menos de 1.5km. Pero principalmente en línea recta, sin posibilidad de perderme. Primero por la calle Chetty y después por Maruthady. La verdad es que fue una gran idea, porque me ofreció una imagen muy diferente de Jaffna. Las calles estaban flanqueadas de altísimas palmeras, que me hacían sentir en una población rural. Cada vivienda tenía algún detalle curioso: lugareños sentados en el porche; figuras de Nandi (el toro que monta el dios Shiva)… Y el cielo estaba lleno de zorros voladores, con el horizonte de color naranja tras la puesta de sol.
En un punto del camino escuché sonido de tambores, y lo seguí hasta llegar a un recinto donde estaba teniendo lugar una ceremonia religiosa. Allí había un montón de mujeres sentadas en el suelo, con flores en el pelo y coloridos vestidos. En fin, un paseo muy recomendable, y digno colofón a mi visita a Jaffna. Porque una vez en mi habitación, ya no volví a salir (solventé la cena picando unas galletas).
EN LAS ISLAS DE JAFFNA
Al día siguiente, me desperté a buena hora, tras una noche de sueño apacible. Sin tiempo para desayunar, desalojé la habitación; le dejé mi mochila grande al dueño de la guesthouse; y me puse en marcha, con la intención de recorrer durante un par de días los alrededores de Jaffna.
Para desplazarme, alquilé una moto automática en la propia guesthouse. Muy sencilla de manejar, y por tan solo 1.500 R al día. Así podía detenerme donde quisiera, con total libertad. A pesar del calor sofocante, llevar casco era obligatorio, porque había numerosos controles policiales y multaban. Eso sí, iba sin permiso de conducir (¡ni siquiera el nacional!). Pero hasta el momento los agentes me habían tratado con sonrisas y saludos, y no esperaba problemas. El dueño de la guesthouse me dio la moto con el depósito al mínimo, así que lo primero fue dirigirme a una gasolinera cercana y llenarlo: 520 R. La verdad es que la moto estaba bastante cascada: no pasaba de 60km/hora; y el espejo retrovisor iba casi colgando. Pero no me dio problemas.
A continuación fui hasta el centro de Jaffna. De camino paré a fotografiar un par de iglesias de grandes dimensiones (herencia de los colonos portugueses). Y pasado el Fuerte, giré a la derecha, y comenzó mi recorrido por las Islas de Jaffna. Esto fue lo más destacado:
1. Isla Velanai: para llegar, conduje por una calzada asfaltada que cruzaba las aguas en linea recta. En esta isla el primer punto de interés fue Chaddy Beach: una fotogénica playa a la que accedí por una carretera secundaria siguiendo las indicaciones, y atravesando espesos palmerales. En la playa había un puñado de lugareños bañándose; casetas para comer; aguas cristalinas; la orilla llena de algas verdes; y palmeras de fondo. Como no tenía intención de bañarme e ir cubierto de salitre el resto del día, tras sacar unas fotos (rodeado de lugareños mirándome con caras de asombro) continué la ruta.
Al pasar por la población de Velanai, paré en un local para desayunar algo. Cayeron dos bollos rellenos de patata y verduras, y una Fanta (170 R). Atendido por un agradable matrimonio que me iba preguntando cosas.
2. Isla Punkudutivu: el camino a esta isla discurrió por otra calzada que pasaba sobre la laguna de aguas poco profundas. Este tramo fue más interesante. Con algún pescador dentro del agua comprobando las abundantes trampas para capturar peces; o navegando en embarcaciones tradicionales. Y varios tipos de aves, como garzas blancas o águilas pescadoras. Además, pasé junto a un pequeño puerto lleno de barcas de colores. Una pena que el día amaneció nublado, y la luz no era muy buena para las fotos.
Esta isla no tenía lugares de interés concretos. En la población de Punkudutivu paré un momento a ver un templo hindú, con un interesante gopuram lleno de coloridas estatuas. Y llegando al embarcadero en el extremo oeste, una zona de humedales y playas, con alguna vaca paseando.
3. Isla Nainativu: para llegar a esta isla era necesario coger un ferry. Así que una vez en Kurikadduwan, al oeste de Punkudutivu, dejé mi moto en una zona de aparcamiento vigilado (100 R por algo más de 3 horas); y caminé hasta el final del muelle. El lugar estaba lleno de lugareños, que habían viajado en autobús o furgoneta.
El servicio de ferry está controlado por la Marina de Sri Lanka (conocida como Navy). Un guarda me permitió el acceso a la sala de espera. Y al cabo de unos minutos llegó la barca (suelen salir cada media hora). Antes de subir me dieron un chaleco salvavidas. Y me senté en un asiento interior, donde el calor era insoportable. La embarcación iba hasta arriba de pasajeros, y no cabía ni un alfiler. Menos mal que el trayecto solo duró media hora, pues se trataba de recorrer apenas un par de kilómetros. Al desembarcar, un abuelo me cobró el billete (40 R, aunque más tarde leí en un cartel que eran 25 R, y me dio una rabia tremenda).
OTRO INCREÍBLE TEMPLO HINDÚ
En el pasado, la isla de Nainativu estaba habitada por los Naga, una tribu de adoradores de serpientes, para los que el animal más sagrado era la cobra. Por ello los cingaleses llaman a la isla Nagadeepa. Mi primer objetivo era visitar el Nagapooshani Amman Kovil, un espectacular templo hindú que domina la isla, dedicado a Parvati, diosa de la fertilidad; y a su consorte Shiva. El ferry nos dejó en un embarcadero algo alejado, y me tocó caminar casi un kilómetro por una pista de tierra flanqueada de puestos de souvenirs. Encima a paso ligero, porque no quería perderme la Puja de las 12h, y faltaban escasos minutos.
Al igual que el templo de Jaffna, este también fue borrado del mapa por los portugueses, y reconstruido durante el siglo XVIII. Pero de nuevo sufrió importantes daños durante la Guerra Civil. Así que buena parte del edificio actual es muy reciente. De todas maneras, aunque sea moderno, el exterior del templo es impresionante. Toda una orgía de formas y colores. Con enormes puertas de acceso flanqueadas por estatuas gigantes (dioses de varios brazos, un elefante descomunal…); una entrada pintada de vivos colores, con un tránsito constante de lugareños vestidos con sus mejores galas; altísimos gopurams… Dentro del recinto había vacas campando a sus anchas, persiguiendo a la gente en busca de comida. Y una gran estatua de Nandi (el toro de Shiva). Mi cámara echaba humo… Todo a mi alrededor era exótico y sorprendente. Y por supuesto, ni un solo turista occidental.
Para acceder al interior del templo, me tuve que quitar la camiseta; y estaba prohibido sacar fotos. Al poco comenzó la Puja. Algunas escenas ya me sonaban de mi visita al Templo de Nallur: la música estilo jazz, los gritos de la gente, el caminar de altar en altar para honrar a los diferentes dioses… Aunque también observé novedades. Por ejemplo, tras pasar el candelabro por la imagen de Parvati, el cuidador lo ofreció a los fieles, que acercaban sus manos para tocar las velas, y se las pasaban por la cabeza. Una vez más fue una ceremonia cautivadora. Además, en esta Puja la gente me animó a participar de forma activa, y estuvo divertido:
1. Un cuidador del templo pasó repartiendo yeso blanco para pintarse la cara y el torso. Yo en principio me aparté, pero el hombre me ofreció el cuenco, y no me pude negar. Así que acabé contemplando la Puja pintado como un indio apache…
2. Una mujer me cedió su sitio para que pudiera ver a lo lejos la imagen de la diosa Parvati.
3. Un abuelete me insistió para hacer cola y coger una cesta con comida bendecida. Había un montón, y las habían preparado con antelación y depositado frente a la imagen de Parvati. Estaban hechas con hojas de plátano trenzadas, y contenían diversos productos: plátanos, medio coco, flores, yeso de color blanco y rojo… Al coger una, un cuidador me pidió una donación y le di 90 R. Y como respuesta me pintó en la frente una mancha de color rojizo a modo de bendición (¡más pintura!). Se conoce con el nombre de Bindi, y es muy típico entre los hindúes (casi todos lo llevan a cualquier hora del día).
La ceremonia continuó en uno de los altares laterales. Allí unos cuidadores cogieron la pequeña estatua de Shiva, la subieron sobre una cobra de cinco cabezas, y le dieron una vuelta por el recinto, seguidos de los músicos y un montón de lugareños. Una Puja realmente completa. Tras un buen rato en el templo, decidí poner punto final, y salí al exterior.
Cerca de la entrada había una tienda donde me compré un helado de varios sabores (150 R). Y caminé hasta la zona donde me había dejado el ferry para visitar el segundo lugar de interés de la isla: el Nagadeepa Purana, un templo budista bastante moderno. Pero en la entrada me dijeron que al ser extranjero tenía que pagar una «donación» de 500 R para acceder al recinto. Y me negué en redondo, porque me pareció un importe desproporcionado. Estos budistas… Y luego tienen fama de bondadosos y gente de paz… Sí, sí, pero el dinero les encanta… En fin, desde el exterior pude contemplar algún detalle curioso: una dagoba de color plateado; una estatua de Buda bajo una cobra de siete cabezas; las puertas de acceso flanqueadas por cobras doradas… Y me largué de allí.
Para coger el ferry de regreso a Punkuditivu, decidí utilizar un tuk-tuk (100 R), pues descubrí que salían desde el muelle frente al templo hindú, y no tenía ganas de volver a caminar. Una vez allí, me subí a la embarcación, pero esta vez en el exterior. Y el trayecto fue muy diferente, disfrutando del paisaje y una agradable brisa. Como a la ida me habían cobrado más de la cuenta, al llegar a Kurikadduwan me hice el despistado, y me fui sin pagar. Por listos… El paseo por el muelle estuvo genial, rodeado de un paisaje único: aguas de color verde esmeralda, barcas tradicionales, fotogénicas palmeras a lo largo de la playa…
ENTRE VIVIENDAS EN RUINAS
A continuación, recuperé mi moto del aparcamiento, y deshice el camino recorrido hasta la población de Velanai. De vez en cuando aparecían peligrosos autobuses a toda pastilla que amenazaban con sacarme de la carretera, ocupando todo el espacio. Pero pude avanzar a buen ritmo, y continué hacia la costa norte de la isla.
La verdad es que conducir por esta zona fue sobrecogedor. Por todas partes había casas enormes con secuelas evidentes de la Guerra Civil. Sus techos se hundían; y los muros tenían manchas negras y agujeros causados por las bombas. En su interior no había absolutamente nadie. Porque se trataba de viviendas que un día pertenecieron a familias tamiles que, o bien emigraron a otros países, o fallecieron durante el conflicto. A veces me encontraba con espectaculares mansiones en ruinas. Al pasar por una de ellas aparqué la moto y curioseé un rato, entre elegantes columnas, bigas de madera, y arcos llenos de detalles. Pero el lugar ponía los pelos de punta, y no duré mucho. También pude ver varios ejemplares de árboles banianos (también llamados Higueras de Bengala), con sus típicas raíces entrelazadas.
Al final llegué a la población costera de Kayts, y la atmósfera no mejoró mucho. Las calles estaban desiertas, algo inaudito en un asentamiento hindú, siempre llenos de comercios y ajetreo. Allí contemplé desde el exterior la Iglesia de St. Anthony, construida a principios del siglo XVIII (para entrar había que encontrar al cura y no tenía tiempo); y la St. Anthony Villa (una mansión construida utilizando trozos de coral, con una Higuera de Bengala creciendo entre sus muros). Pero ya caía la tarde, y corría el riesgo de quedarme sin transporte hasta la siguiente isla. Así que me dirigí al puerto pesquero, donde había bastantes barcas de colores.
En el pasado Kayts fue el lugar desde el que se embarcaba a los elefantes rumbo a la India (una de las principales fuentes de ingresos del Reino de Jaffna). De ahí el nombre que recibió de los portugueses: «Caes dos Elefantes«, o simplemente «Cais», más tarde modificado a Kayts por los holandeses. Actualmente se trata de un lugar aletargado, donde por suerte pude subir a un ferry hasta la cercana Isla de Karaitivu (40 R, moto incluida). El trayecto duró apenas 10 minutos, y para sacar la moto me tuvieron que ayudar varios lugareños.
Una vez en Karaitivu, necesitaba urgentemente un lugar para dormir. Y no había ningún hotel en la zona. Mi idea inicial era intentar alojarme en la casa de alguna familia local. Pero su escaso nivel de inglés iba a dificultar mucho las cosas. Y la única alternativa era regresar a Jaffna. En esas estaba cuando, al dejar atrás el muelle, vi un cartel donde se podía leer «Fort Hammenhiel» – Resort & Restaurant». Así que decidí seguir las indicaciones y ver qué pasaba.
Conduje por una carretera que discurría paralela a un cuartel militar. Y llegué a la entrada, donde descubrí que el lugar estaba en el interior del cuartel. Allí, un soldado me dio una acreditación y continué hasta la recepción, con una sensación de aventura total. No entendía nada… Hasta que salió a mi encuentro un empleado y me explicó la situación. Había un hotel para pasar la noche, gestionado por la Marina de Sri Lanka (Navy), que solo contaba con 4 habitaciones, en principio pensadas para ser utilizadas por militares (¡y era sábado!). Pero bueno, no me desanimé, y tras charlar con varios empleados (todos militares), apareció el director del Resort. El hombre me sometió a un pequeño cuestionario, mirándome con cara de desconfianza. Y al final me permitió alojarme en una de las habitaciones. Una vez más me sonreía la suerte…
ALOJAMIENTO: FORT HAMMENHIEL – 165 Usd/Noche (1/2 pensión)
*Puntos a favor: habitación espaciosa; limpieza extrema; cama doble muy cómoda; lavabo privado enorme con ducha perfecta; aire acondicionado; nevera; wifi impecable; TV por cable; tranquilidad absoluta; personal súper atento.
La ubicación de este lugar merece un comentario a parte. Las habitaciones están en un antiguo Fuerte Holandés situado en una pequeña isla frente a la costa. Y el trayecto para llegar a la isla se realiza en una barca de la Navy, de color grafito, tripulada por varios soldados. Alucinante… Cuando subí a la barca no me lo podía creer. Sin duda, uno de los alojamientos más peculiares que recuerdo.
*Puntos en contra: ninguno (el precio es caro, pero los servicios recibidos están a la altura).
CENA: RESTAURANTE DEL FORT
Antes de embarcar hacia el fuerte, elegí un menú de entre cuatro opciones disponibles, y la hora a la que quería cenar. Unos minutos antes, un empleado vino a mi habitación para decirme que la barca estaba lista. Y viajé de regreso a la recepción. El trayecto fue muy atmosférico, rodeado de oscuridad, con el fuerte iluminado, y un viento considerable.
El comedor era enorme, y tuve al encargado del restaurante a mi entera disposición, con un trato exquisito. Además el menú estuvo genial: sopa de espárragos; muslo de pollo a la brasa (riquísimo) con patatas fritas y verduras, y abundante pan de molde tostado; y helado. Para beber, dos botellas pequeñas de agua helada (no incluidas en el precio). Acabé a reventar. Tras la cena, el director del alojamiento se sentó conmigo un rato y estuvimos charlando. Su básico nivel de inglés a veces creaba confusiones, pero se le veía buen tipo. Después, unos minutos de espera, y regresé al fuerte.
La noche fue inmejorable, rodeado de comodidades, y con el sonido del viento de fondo. Una forma realmente inesperada de finalizar una jornada intensa.
DESCUBRIENDO EL ANTIGUO FUERTE
Al día siguiente, me levanté prontísimo para ver el amanecer desde una terraza que ofrecía unas vistas geniales de la bahía. Pero el esfuerzo fue inútil, porque el cielo estaba cubierto de nubes, y no se veía el sol. Así que me volví a la cama a dormir un rato más.
Tal y como hice la noche anterior, para desayunar elegí con antelación un menú de entre tres opciones, y la hora deseada. Y unos minutos antes ya estaba preparada en el muelle la barca de la Navy, para llevarme al restaurante (aún me resultaba chocante…). El desayuno estuvo muy bien: tortilla francesa con verduras (algo más picante de lo que hubiera querido); bacon; salchichas; tostadas con mermelada y mantequilla; un pequeño zumo; y una botella pequeña de agua (no incluida). El encargado de nuevo me trató a lo grande, y me sentó en una mesa con tremendas vistas del fuerte, y una bonita playa a escasos metros.
Tras desayunar, la barca me llevó de regreso al fuerte, y estuve media hora recorriéndolo. Los primeros en construir un fuerte en la isla fueron los portugueses. Pero más tarde los holandeses lo reconstruyeron por completo, bautizándolo con su nombre actual: «Hammenhiel«. Según ellos Sri Lanka tenía forma de jamón (Hammen), y el fuerte se encuentra en un extremo (Hiel). De ahí el nombre. La verdad es que sus dimensiones son muy reducidas. Tiene un patio interior rodeado de celdas; un jardín; muros con bloques de coral; y almenas a las que se puede subir para disfrutar del paisaje. Pero se estaba genial, descubriendo rincones, completamente solo.
Cuando tuve suficiente, desalojé la habitación, y la barca me llevó por última vez a la recepción. Allí pagué las bebidas; y me despedí de todo el mundo entre risas y buen rollo. Incluido el director, que salió a verme un minuto. Tras esta experiencia inigualable, me es imposible explicar con palabras la felicidad que sentía cuando subí de nuevo a mi moto, y dejé atrás el cuartel militar. Sin palabras…
POR LA ISLA DE KARAITIVU
A continuación, tocaba visitar el resto de la isla. Donde básicamente había dos lugares de interés:
1. Karainagar: se trata de la población más importante de Karaitivu, lo cual tampoco es decir mucho. Por lo menos me encontré un ambiente infinitamente más animado que en Kayts. Las calles estaban llenas de gente. Había un pequeño mercado, donde unas señoras tenían a la venta las capturas del día (cangrejos, peces varios…). Eran muy simpáticas, y no les importó que las fotografiara. También había antiguas mansiones en ruinas (alguna espectacular).
2. Casuarina Beach: una playa de arena dorada y aguas tranquilas donde, al ser domingo, había bastantes lugareños. Pronto contactó conmigo una pareja de policías, y estuve charlando un rato con ellos, preguntándoles cosas de la zona. Me presentaron al socorrista de la playa. A un grupo de miembros de la Navy que tenían el día libre… En el lugar había un par de comercios para comprar comida. Y un montón de cuervos. Pero el día había amanecido bastante nublado, y no tenía intención de bañarme. Así que tras dar un paseo me despedí de los policías.
Desde la playa, conduje hasta la calzada asfaltada que conecta Karaitivu con la Península de Jaffna. Me llamó la atención un arco que daba la bienvenida a la isla, con dos estatuas de Nandi. La laguna estaba llena de trampas para capturar peces; pájaros (Milanos, un Ibis…); y casetas sobre pilones de madera. Las ventajas de viajar en moto: que paraba cuando quería a sacar fotos y disfrutar del paisaje.
LA PENÍNSULA DE JAFFNA
Tras cruzar la calzada llegué a la Península de Jaffna. Allí había un montón de lugares de interés. Pero no me quedaba mucho tiempo, así que tuve que elegir sobre la marcha. Estas fueron mis visitas:
1. Varatharaja Perumal Kovil: un nuevo templo hindú. Primero di una vuelta por el exterior. Tenía un altísimo gopuram lleno de esculturas. Me encantó que el recinto estuviera lleno de gente, y no paré de hacer fotos de mujeres con vestidos de vivos colores; y hombres en pareo.
A esas alturas ya estaba bastante familiarizado con las costumbres. Gente rompiendo cocos en la entrada a modo de ofrenda. Y en el interior, fuera camiseta (aunque me di cuenta que las interiores de tirantes son aceptadas); y prohibido hacer fotos. Una vez más mi visita coincidió con una Puja, y acabé rodeado de música y plegarias. Además de los músicos habituales, en el porche de la entrada había un grupo de lugareños cantando. Y la ceremonia terminó con los cuidadores paseando en brazos la estatua del dios principal del templo. Gran ambiente.
Siguiendo la costa hacia el este recorrí enormes extensiones de palmeras; pasé junto a pequeños altares con imágenes de vírgenes y santos, estatuas de Buda, o figuras de dioses hindúes (increíble la mezcla de religiones de esta zona); me crucé con parejas de chicas en bicicleta; y fui asediado por algún grupo de chavales que me pedían fotos con ellos, dinero, bolígrafos… Durante la ruta, paré un momento en una tienda, para picar unas galletas con una soda de naranja.
2. Keerimalai Spring: se trata de dos piscinas naturales (una para cada sexo), con agua procedente de un manantial cercano. Hacía bastante calor, así que no me lo pensé ni un segundo. Me metí en un vestuario minúsculo; me puse el bañador; y me lancé al agua. Yo pensaba que al ser domingo las piscinas estarían masificadas. Así que me quedé de piedra al encontrarme el lugar para mi solo. ¡No había nadie! Estuve nadando un rato, y me quedé como nuevo. Mientras, como la piscina era exterior, me convertí en la atracción de la gente que pasaba. A continuación, me duché por 30 R (no me fiaba mucho de aquellas aguas). Y me sequé al sol charlando con el chaval encargado de las instalaciones.
Antes de marcharme, entré en un local cercano, y me senté en una mesa a picar algo. Cayó un bollo azucarado; un Boondi Laddo; y una botella de agua fría. Todo por 110 R. No era un menú muy sano, pero no tenía ganas de jugármela con algún alimento desconocido, y fui a lo seguro.
3. Kankesanturai: poco después, continuando por la costa, llegué a esta población. Desde aquí arranca una carretera de regreso a Jaffna que pasa por algunos lugares de interés. Pero como ya he dicho tenía que elegir, y decidí seguir hacia el este. Motivo: los lugares eran dos templos hindúes (ya iba servido); y las Ruinas de Kantarodai (me llamaban la atención, pero mis guías de viaje avisaban de la dificultad para encontrarlas, y no me quise arriesgar a perder el resto del día dando vueltas).
En teoría (de nuevo según mis guías) la carretera que continuaba hacia el este hasta Valvettiturai estaba cortada. Ya que atraviesa los terrenos del enorme cuartel militar de Palali. Pero yo me hice el loco y continué por esa carretera, entre alambradas y carteles que obligaban a reducir la velocidad y no sacar fotos de las instalaciones. Encontré varios puestos de control, pero me presentaba a los soldados con cara sonriente y algún comentario simpático, y no tuve ningún problema. Aunque me la jugué bastante, porque iba sin carnet de conducir.
Valvettiturai es una población pesquera de escaso interés. Es conocida como el lugar de nacimiento de Velupillai Prabhakaran, líder y fundador del LTTE. Pero las tropas gubernamentales se han encargado de borrar del mapa su casa familiar, y hoy día no hay mucho que ver.
RUMBO A POINT PEDRO
En Valvettiturai comienza una de las rutas más espectaculares del norte de Sri Lanka. Se trata de una carretera que durante 9km discurre paralela a la costa, ofreciendo unas vistas únicas. Yo conduje a ritmo relajado, y disfruté de un mar de color azul; barcas tradicionales en la playa; pescadores reparando sus redes; improvisados altares; puestos de madera con pescado secándose al sol… Se notaba que por allí no pasaban muchos turistas, porque la gente alucinaba conmigo. Todo el mundo me buscaba con la mirada, para saludarme o dedicarme una sonrisa. Y yo no paraba de corresponder tocando el claxon y asintiendo con la cabeza. Eso sí, no todo era idílico. La playa estaba llena de basura; y me encontré un montón de casas en ruinas (fruto de la Guerra Civil o del terrible Tsunami que azotó la isla en el 2004).
Al final llegué a Point Pedro, la población situada en el punto más septentrional de Sri Lanka. Aunque el lugar exacto está un poco antes, en el Cabo Sakkotei (hay un cartel y paré a sacar una foto). Los portugueses bautizaron este sitio con el nombre de «Ponta das Pedras«, y con el tiempo evolucionó hasta el Point Pedro actual. Se trata de un pueblo pesquero donde había un ambiente muy animado: coloridas mujeres, hombres en pareo, bicicletas… Esto fue lo más destacado:
1. Faro: de color blanco, y construido por los ingleses. Estaba ubicado dentro de un campamento militar, y por tanto no se podía fotografiar. Pero pedí permiso a los soldados de un puesto de control, y me dejaron.
2. Puerto Pesquero: con barcas de colores, puestos de pescado… En principio más de lo mismo, hasta que llegué a un lugar sorprendente. La arena de la playa estaba llena de cuervos; y en el cielo revoloteaban decenas de Milanos lanzándose al agua para hacerse con los restos de pescado que había flotando. Una imagen para el recuerdo. Solo se escuchaba el graznido de las aves. Y el pestazo a pescado podrido era importante. Pero no pude parar de sacar fotos.
3. Munai Beach: para acabar la jornada me acerqué hasta esta enorme playa de arena dorada. Ya atardecía, y había bastantes grupos de lugareños sentados o paseando. Al verme pasar, unas chicas me pidieron hacerme unas fotos con ellas, y yo también les saqué alguna (eran realmente graciosas). Estuve un rato dando un paseo, y ya con los últimos rayos de sol me subí a la moto, y emprendí el viaje de vuelta a Jaffna. Mejor no se podía aprovechar el día…
UN DURO REGRESO A LA CIUDAD
Ante mí tenía un trayecto de unos 35km, cruzando la Península de Jaffna de costa a costa. Aparentemente nada del otro mundo. Pero las cosas casi nunca son lo que parecen. Estos fueron los principales obstáculos que me encontré:
1. Pronto cayó la noche, y los peligros acechaban en cualquier rincón: bicicletas sin luces avanzando por el arcén; gente caminando; perros cruzando la carretera… ¡Incluso alguna vaca! Y con mi foco que no iluminaba nada la situación era crítica.
2. La visera de mi casco no bajaba, y de vez en cuando me saltaban a la cara pequeñas piedras o insectos, que me cegaban durante unos segundos.
3. Todos los vehículos que venían en sentido contrario iban con las luces largas, y me deslumbraban a cada momento.
4. Un coche me adelantó un par de veces, pasando a escasos centímetros de mi.
Pero bueno, a pesar de todo avancé a buen ritmo (bueno, a 50-60km/h, lo que permitía mi destartalada moto). Adelantando un montón de bicis y motos (cada vez tenía que hacer sonar el claxon para avisar). Y al cabo de una hora llegué al centro de Jaffna. Allí me dirigí al Theresa Inn, donde devolví la moto, y me estaba esperando la misma habitación de la primera noche.
CONCLUSIÓN
Si quieres alejarte por un tiempo del turismo de masas y vivir experiencias realmente auténticas, el norte de Sri Lanka es tu lugar. Por infinidad de motivos: sus paisajes, la amabilidad de sus gentes, sus templos y ceremonias… Todo es exótico y sorprendente. Pero a la vez completamente seguro, a pesar de su pasado siniestro. Para visitar Jaffna y alrededores te recomiendo un mínimo de 4 días, aunque 5 te permitirán un recorrido más calmado, e incluir otros lugares que yo no pude visitar. Por supuesto, será imprescindible contar con vehículo propio, para explorar la zona con total libertad. Y si tienes suerte y tu presupuesto te lo permite… ¡alójate una noche en el fuerte holandés! No te arrepentirás.
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