Paseando por la antigua capital del Imperio Safávida, entre cúpulas de color azul turquesa, bazares y palacios de ensueño
Isfahan es una ciudad monumental ubicada a orillas del río Zayandeh. En el pasado fue una de las grandes urbes del mundo, con los mismos habitantes que Londres; y tiene una cantidad asombrosa de edificios históricos a cual más impresionante: mezquitas enormes, palacios con sus muros cubiertos de frescos, puentes antiguos, bazares… La lista de atracciones turísticas es infinita, así que tendrás que seleccionar bien las visitas si no quieres acabar completamente saturado de arte islámico.
Actualmente Isfahan es la tercera ciudad más grande de Iran y capital de la provincia del mismo nombre. A parte de un turismo cada vez más incipiente su principal fuente de ingresos es la producción de acero y textiles (sobretodo alfombras).
VIAJE KASHAN – ISFAHAN
Llegar hasta Isfahan fue bastante sencillo. Primero paré un taxi en el centro para alcanzar la Terminal de Autobuses de Kashan, ubicada unos kilómetros al norte de la ciudad. El taxi era Savari (compartido), así que primero dejamos a una mujer en su destino y después continuamos hasta la Terminal. Yo iba en guardia esperando algún intento de timo, pero al final el taxista me cobró solo 5milT. Así da gusto viajar en Taxi…
En la Terminal un encargado me indicó el mostrador de la compañía que cubría la ruta hacia Isfahan, y compré mi billete (13,5milT). Nadie hablaba inglés pero logré hacerme entender como pude. Por suerte solo faltaba media hora para que saliera el autobús, con lo que tuve el tiempo justo para comprar una botella de agua y al poco llamaron a los pasajeros. Yo guardé mi mochila grande en el maletero inferior y una chica me ayudó a encontrar mi asiento (el número estaba escrito en Farsi).
El trayecto duró dos horas y media para recorrer una distancia de 215km hacia el sur de Kashan, y transcurrió de forma impecable. Yo viajé en un asiento de la fila individual, reservada para pasajeros solitarios (así una mujer no se sienta junto a un hombre desconocido). Muy cómodo y con espacio para estirar las piernas. A mi alrededor se respiraba una atmósfera tranquila, sin música o películas a todo volumen. E incluso repartieron un pequeño bizcocho y un zumo de naranja. Por supuesto, yo era el único occidental del autobús.
Al principio el paisaje no tuvo mucha gracia, formado por áridas llanuras que se extendían hasta el infinito. Pero más tarde se animó algo, con la aparición de los Montes Karkas (pasamos cerca de Abyaneh) y alguna población tradicional. Aunque el momento más interesante del viaje se produjo cuando llegamos a los alrededores de la ciudad de Natanz.
LA CRISIS NUCLEAR DE IRAN
Algunas guías de viaje recomiendan hacer un alto en Natanz para visitar su mezquita y un antiguo castillo. Pero esta ciudad es conocida a nivel mundial porque cuenta con un enorme complejo subterráneo para la producción de uranio enriquecido. Cuya existencia secreta fue descubierta en el año 2002, y provocó una grave crisis internacional. Según el gobierno iraní, el uranio era para ser utilizado como combustible en nuevas centrales nucleares que ayudarían a abastecer de energía el país. Pero Estados Unidos (y sobretodo Israel) acusaron a Irán de planear la fabricación de armamento nuclear, y exigieron un cese total de las actividades.
Las cosas empeoraron en 2005, con la llegada al poder del presidente Mahmud Ahmadineyad, del partido conservador, que se enfrentó abiertamente a Estados Unidos y aceleró el programa nuclear de Irán. Hasta el punto de que George Bush estuvo muy cerca de lanzar un ataque militar. Pero al final la Unión Europea y Estados Unidos, junto a otros gobiernos occidentales, optaron por presionar aplicando una serie de sanciones comerciales, que culminaron en 2012 con la prohibición de importar petróleo de Irán. En el año 2013 el moderado Hasán Rouhani ganó las elecciones presidenciales, y poco después firmó un acuerdo que ponía fin a las sanciones comerciales, a cambio de congelar su programa nuclear. Pero en 2017 Donald Trump se convirtió en presidente y una de sus primeras acciones fue cancelar el acuerdo de forma unilateral. Así que las tensiones continúan.
El caso es que las instalaciones nucleares de Natanz se encuentran muy cerca de la carretera principal. Y las pude ver desde la ventana del autobús, rodeadas de montículos artificiales con cañones antiaéreos, junto a los cuales había soldados uniformados en situación de alerta. Una escena inquietante, sabiendo la historia de ese lugar… Por cierto, ni se te ocurra intentar hacer una foto al pasar junto a las instalaciones.
Cuando faltaba una media hora para llegar a Isfahan, el chaval ayudante del conductor corrió las cortinas de las ventanas (incluida la mía); puso todos los asientos en posición vertical; y aparecimos en la Terminal de Kaveh, ubicada unos kilómetros al norte de la ciudad. Allí tuve que coger otro taxi para llegar al alojamiento elegido. Esta vez era Dar Baste (privado). Y como hasta el momento nadie me había intentado estafar, subí al vehículo sin preguntar el precio del trayecto. Error, porque una vez en el centro de Isfahan me encontré con que el taxista me cobró 15milT. Lo encontré muy caro y así se lo hice saber, pero el tío se mostró inflexible. Más tarde me enteré que el precio oficial era de 10milT. En fin, por lo menos me pude consolar pensando que tan solo me había cobrado 1 euro de más…
ALOJAMIENTO: ORCHID HOTEL – 117milT/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; lavabo privado, con ducha perfecta; ubicación céntrica, a poco más de un cuarto de hora caminando de la plaza principal; aire acondicionado; nevera; personal de la recepción muy amable; precio; desayuno buffet incluido.
*Puntos en contra: cama individual (aunque muy cómoda); lugar muy ruidoso: tráfico, vecinos, motores de los aires acondicionados…
Desde España reservé habitación en el Tourist Hotel, que me cobraba unos abusivos 60Usd por noche. Pero como alargué mi estancia en Kashan un día más de lo previsto, había perdido la reserva. La alternativa fue acudir al Amir Kabir Hostel. Pero la habitación que me enseñaron (a 20Usd la noche) no era para tirar cohetes. Solución: un abuelete me llevó hasta el cercano Orchid Hotel, propiedad del hermano del dueño, y me ofrecieron una habitación muchísimo mejor por 10Usd más. Así que me quedé.
Tras descansar un rato, esperando a que el sol perdiera fuerza, salí a dar un paseo por la ciudad.
EL PASADO DE ISFAHAN
En la zona donde se ubica Isfahan se han encontrado restos de asentamientos que datan de hace más de 4mil años. Pero no sería hasta mucho más tarde cuando la ciudad alcanzaría fama universal. Isfahan tuvo dos épocas doradas. La primera durante la dinastía de los Selyúcidas, de origen turco, que gobernaron Irán entre los siglos X y XII. Y que en el año 1047 convirtieron a Isfahan en la capital de su imperio, llenándola de edificios monumentales.
Durante el siglo XIII los ejércitos mongoles de Genghis Khan invadieron Irán, arrasando todo a su paso, y dejaron Isfahan en ruinas. Y así continuó durante décadas hasta su segunda época dorada, coincidiendo con la creación del Imperio Safávida, en el año 1501. Una dinastía que devolvió al país su antigua gloria, creando el conocido como Tercer Imperio Persa. E implantó el Chiismo como religión oficial, lo que provocó continuos enfrentamientos militares con el vecino Imperio Otomano, de religión Sunita. Su gobernante más famoso, el Shah Abbas I (también conocido como Abbas el Grande), decidió en 1598 reconstruir Isfahan y ubicar aquí su capital. Y para que fuera un lugar a la altura del poder del imperio, encargó erigir espectaculares mezquitas y palacios, que representan el punto culminante del arte persa. Algunos viajeros europeos que visitaron la ciudad, como Robert Byron, escribieron fantásticos relatos sobre las riquezas de Isfahan.
Pero en 1722, tras un lento declive de la dinastía Safávida, tropas afganas invadieron la ciudad, asesinando a miles de habitantes. Y poco después la capital se trasladó a Shiraz. Aunque por suerte, muchos de sus monumentos se han podido conservar en buen estado hasta el presente.
LA GRAN MEZQUITA
Para empezar a explorar Isfahan, decidí tomar la calle Chahar Bagh Abbasi, una amplia avenida con un tráfico intenso. Y en 15 minutos ya estaba en la plaza principal de Isfahán, conocida como Maidan-e Imam. La joya de la corona. Es difícil explicar con palabras lo que sentí cuando aparecí en este recinto inmenso rodeado de edificios imponentes. Con sus 560m de largo y 160 de ancho, es una de las plazas más grandes del mundo, donde el Shah Abbas I situó el epicentro de su imperio. Y donde tenían lugar importantes acontecimientos públicos, como partidos de polo.
A la hora que llegué el sol todavía apretaba, y se respiraba una tranquilidad total. Por lo que me quedé un buen rato contemplando la escena: un estanque con fuentes, zonas de césped, tiendas de artesanía, calesas de caballos a la espera de clientes, lugareños estirados a la sombra, algún gato callejero…
Tras hacer un montón de fotos, me acerqué a visitar la Mezquita Masjed-e Imam. Sin duda la construcción más espectacular de la plaza, de proporciones alucinantes. La obra maestra del Shah Abbas I, que no pudo disfrutar por completo, ya que las obras finalizaron unos meses después de su muerte, en 1629. El fantástico portal exterior ya es un aviso de lo que te espera dentro de la mezquita. Está cubierto de azulejos e inscripciones caligráficas, con muqarnas (una especie de estalactitas de yeso decorativas) colgando del techo abovedado; y dos enormes minaretes de 42m de altura.
Una vez pagada la entrada (20milT), pude acceder al patio interior, orientado hacia la Meca y rodeado de otros cuatro portales (llamados Iwanes). Aunque aquí me encontré con algo que ya se podía apreciar desde fuera: estaban restaurando la mezquita. Y en Irán las obras no se hacen por fases para evitar molestias. En este país llenan todo de andamios y van trabajando con calma, sin que el turista importe lo más mínimo. Resultado: el patio estaba cubierto de hierros que obstaculizaban las vistas de los portales. Al igual que la cúpula principal, la más grande de Isfahan, con 51m de altura, de color azul turquesa, y flanqueada por otros dos minaretes. Una pena…
Suerte que las salas interiores compensaron la decepción inicial. Aquello era una locura de formas y colores, con miles y miles de azulejos cubriendo arcos y paredes, con motivos florales y geométricos. Por supuesto, mención especial a la inmensa Sala de Oración Principal, ubicada bajo la cúpula. Al mirar hacia arriba parecía que el techo se movía, forrado de azulejos. Toda una maravilla de la arquitectura. Y a mi alrededor, una atmósfera muy tranquila, con algún turista ocasional.
OTROS MONUMENTOS DE LA PLAZA
A continuación visité el siguiente lugar de interés: la Mezquita Masjed-e Sheikh Lotfollah. También construida por el Shah Abbas I, y llamada así en honor a su suegro. Mientras que Masjed-e Imam era una mezquita de uso público, Sheikh Lotfollah estaba reservada para miembros de la familia real. Así que sus dimensiones son mucho más moderadas, y no tiene minaretes o patio interior. Pero lo que pierde en tamaño lo gana en decoración. Como muestra, su portal exterior, cubierto de azulejos, inscripciones caligráficas, muqarnas… Con todo lujo de detalles y un colorido impresionante. Y dominando el conjunto, una cúpula en forma de bulbo, de color amarillo, decorada con motivos florales. Mi cámara de fotos echaba humo.
Tras comprar el ticket de rigor (20milT), caminé por un pasillo lleno de arcos, y aparecí directamente en la Sala de Oración. Un recinto enorme que me dejó sin palabras. De repente me vi rodeado de un mar de azulejos que se extendía por todas partes, cubriendo hasta el último centímetro de las paredes. Además, con las luces del atardecer entrando por las ventanas, el techo abovedado cambiaba de tonalidad, creando una atmósfera surrealista. Una de las obras de arte más exquisitas que haya visto nunca. Así que allí me quedé durante más de media hora, contemplando la escena con la boca abierta. Hasta que un vigilante me dijo que me tenía que marchar, porque ya eran las 17h y la mezquita cerraba.
Por último, también me hubiera gustado visitar el Palacio de Ali Qapu, donde residía el Shah. Pero desde el exterior ya vi que no iba a poder disfrutar de sus dos principales atractivos: la terraza elevada (cubierta de andamios); y la panorámica de Masjed-e Imam (también en restauración). Así que me ahorré la entrada. Además, estaba saturado de arte, y necesitaba un respiro.
Cuando acabé las visitas empezó a oscurecer y la plaza se llenó de vida. Las fuentes se pusieron en funcionamiento, y llegaron montones de lugareños. Algunos se limitaban a pasear, o sentarse en un banco a charlar con algún familiar o amigo. Pero otros venían equipados con manteles y comida, y montaban improvisados picnics, estirados en el césped. Mientras, la luna llena apareció en el cielo y se situó tras la cúpula de Majed-e Lotfollah; y los monumentos se iluminaron, creando una imagen preciosa.
Mientras deambulaba por la plaza, entré en una pastelería y compré una caja de dulces típicos de Isfahan. Se llaman Gaz, y consisten en una especie de pasta gomosa elaborada con miel, clara de huevo, agua de rosas y pistachos. Había diferentes precios en función del % de pistacho, y opté por la gama intermedia. En la caja venían 20 unidades, cada una con su envoltorio. Y solo me costó 10milT (¡poco más de 2 euros!).
Tras un buen rato paseando por Maidan-e Imam, me puse a buscar un lugar para cenar, porque estaba realmente hambriento.
CENA: JARCHI BASHI TRADITIONAL RESTAURANT
La verdad es que cenar fue más difícil de lo que imaginaba. De entrada me dirigí a un restaurante recomendado por mi guía de viajes. Pero primero interpreté mal el mapa y caminé durante bastante tiempo en dirección contraria. Y cuando lo encontré, me dijeron que llevaba años cerrado (eso por viajar con una guía desactualizada). A continuación caminé hacia el Jarchi Bashi, fijándome en los nombres de las calles y preguntando a la gente de vez en cuando (todo el mundo me atendía con una amabilidad extrema). Aunque cuando di con el restaurante, nueva sorpresa: faltaba más de una hora para que abriera. Al menos una camarera me condujo hasta una cafetería donde pude matar el tiempo tomando un Latte riquísimo (eso sí, 10milT). Y charlé con un chaval iraní muy interesado en la situación política de mi país.
Por suerte la espera mereció la pena. El restaurante está ubicado en una antigua mansión, con columnas y arcos decorados con motivos geométricos; fuentes con chorros de agua de sonido relajante; y música clásica de fondo. Un lugar espectacular. Además, los camareros simpáticos y muy eficientes. Para cenar, decidí probar un plato tradicional iraní: el Fesenjun. Se trata de una especie de estofado de pollo, con una salsa muy espesa hecha con zumo de granada, berenjena y frutos secos. Estaba delicioso, y se convirtió en mi plato favorito de Irán. Para acompañar, Polo (arroz con azafrán y frutos rojos), y una botella de agua. Precio: 40milT.
El regreso a mi hotel fue algo tenso. Ya era tarde, y tuve que orientarme por callejuelas oscuras y solitarias. Mala idea teniendo en cuenta que llevaba todos mis objetos de valor encima. Y que en el Amir Kabir Hostel había leído un escrito que advertía de los peligros de Isfahan (robos con tirón desde una moto, falsos policías…) Iba con el corazón a mil. Pero al final llegué sano y salvo.
PERDIDO EN EL BAZAR
Al día siguiente me levanté a buena hora, y al poco ya estaba en el comedor del hotel preparado para un buen desayuno (al igual que en Kashan, rodeado de chinos). Comí pan estilo Sangak (para mi gusto más rico y crujiente que el Lavash), con mermelada; una ensalada de pepino y tomate; un huevo duro; un trocito de sandía (asignado personalmente por el camarero); y té. Estuvo bien.
A continuación, regresé a la plaza Maydan-e Imam para visitar otros lugares de interés. En primer lugar, el enorme Bazar-e Bozorg, o Gran Bazar, uno de los más antiguos de Irán. Su principal acceso está situado en un extremo de la plaza, y es conocido como el Portal Qeysarieh. Enorme, y decorado con frescos algo borrosos representando escenas de batallas y cacerías. Una vez en el interior, mi idea era seguir una ruta que proponía mi guía de viaje. Pero al cabo de un rato ya me había perdido, y decidí confiar en mi sentido de la orientación.
El Bazar es un laberinto de pasadizos, cubiertos por un techo con arcos, bóvedas y orificios para dejar pasar la luz con forma de círculo o estrella. Y ofrece imágenes fotogénicas en cada rincón: puertas antiguas; un viejo caravanserai; banderas y letreros luminosos escritos en Farsi; abueletes charlando… La mayoría de los comercios venden productos modernos, como ropa o utensilios para el hogar. Pero de vez en cuando aparece alguno curioso, como los que exhiben maniquíes con shadores negros; o los de especias (en uno estuve charlando con su simpático propietario). Lo mejor de todo es que los vendedores no son nada pesados, y me dejaron a mi aire. No había mucha gente, pero sí motos a toda pastilla, y carros de madera transportando mercancías que se habrían paso de forma brusca.
En una ocasión salí del recinto del Bazar, y aparecí en una zona de casas muy antiguas, con balcones de madera a punto de hundirse. Muy cerca está la Mezquita Alí, con un minarete de 48m de altura, construido de ladrillo, y una cúpula azul. En otra ocasión descubrí la enorme plaza Imam Alí. Y al final, tras caminar un par de kilómetros, conseguí llegar hasta la Mezquita Masjed-e Jameh, donde acababa la ruta de mi guía.
Esta mezquita es la más grande de Irán, y una de las más antiguas, erigida por los Selyúcidas en el siglo XI. Durante mucho tiempo congregó a centenares de personas para la oración de los viernes, hasta que fue sustituida por Masjed-e Imam. Además, me encontré con una grata sorpresa: se podía visitar el patio, rodeado de cuatro portales (Iwanes), sin tener que pagar nada. Una vez dentro, comprobé que el lugar estaba en obras. El portal principal (decorado con elaborados azulejos) se encontraba parcialmente cubierto de hierros, al igual que uno de sus minaretes. Y encima tenía el sol de cara. Pero el resto de Iwanes compensaron con creces, luciendo los ya habituales elementos decorativos de la arquitectura persa (relieves, muqarnas, dibujos geométricos, inscripciones caligráficas…). Sus dimensiones son enormes, y las fotos con lugareños caminando al lado quedan geniales.
Pero entonces me animé y cometí un error: decidí visitar el interior de la mezquita. Como aun faltaba un buen rato hasta que abrieran, me compré un helado (de azafrán y chocolate blanco), y me senté en un banco a ver pasar a la gente. Precio: 2milT. El chaval del puesto de helados fue muy simpático, hasta el punto de regalarme un Gaz. A las 13h volví a la mezquita y pagué la entrada (20milT). La verdad es que comparado con los monumentos de la plaza Maidan-e Imam, esta visita fue algo decepcionante. Las salas de Masjed-e Jameh son oscuras, con muros de ladrillo pelado y escasa decoración. Solo me hicieron gracia las dos cúpulas (también de ladrillo); un bosque de columnas; y la sala del Sultán Uljeitu, con un Mihrab (un nicho ubicado en la pared de las mezquitas, que indica la dirección a la Meca) forrado de relieves.
No tardé mucho en abandonar el lugar, e internarme de nuevo en el Bazar, para realizar el recorrido inverso hasta llegar al punto de partida. Y me refresqué con un batido de plátano que me dejó como nuevo, porque el calor era sofocante.
UN PALACIO DE CUENTO DE HADAS
Más tarde, caminé hasta el cercano Palacio Chehel Sotun. Fue construido durante el reinado del Shah Abbas II, y se trata de un pabellón rodeado de jardines, utilizado para recibir a otros gobernantes y altos cargos. Tras pagar los 20milT de rigor (por lo visto, el precio oficial de cualquier visita), comencé a explorar el recinto. Esto fue lo más destacado:
1. Jardines: con un enorme estanque, árboles antiguos, flores, y césped en perfecto estado. Es otro de los 9 jardines persas incluidos en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco.
2. Fachada principal: con un altísimo porche sostenido por 20 estilizadas columnas de madera; un portal principal cubierto de espejos; y coloridos paneles decorados con motivos geométricos. El nombre del palacio significa «Cuarenta Columnas», y esto es debido a que por la mañana la fachada se refleja en las aguas del estanque, duplicando el número de columnas. Pero como mi visita fue por la tarde, me encontré con un contraluz tremendo. Así que no pude contemplar esa imagen.
3. Sala de audiencias: con sus paredes cubiertas de magníficas pinturas murales, representando con todo lujo de detalle batallas de la época (como la de Chaldiran, contra los otomanos), o recepciones de importantes mandatarios (como el sultán de Turkmenistán). Sin duda mi parte favorita del palacio. Me volví loco sacando fotos (el flash no está permitido).
Para acabar la visita, merece la pena dar un paseo alrededor del palacio, donde hay más pinturas aisladas, y nuevas perspectivas del edificio. A continuación el hambre apretaba, así que caminé en busca de algún lugar para cenar.
CENA: CAFÉ RADIO
Se trata de una cafetería de aspecto occidental, aunque con buena atmósfera, llena de jóvenes lugareños que charlaban animadamente. No había muchas opciones para comer, pero acabé triunfando. Pedí un croissant relleno de pollo, que me sirvieron acompañado de queso, y una pequeña ensalada de lechuga, tomate y olivas. Y para beber, un generoso vaso de smoothie de limón, que estaba delicioso, mezclado con hojas de menta trituradas. Todo por 27milT. Parece ser que este tipo de cafeterías son habituales en las ciudades iraníes (sobretodo en Teherán).
Después de cenar, caminé tranquilamente hasta mi hotel, sin la tensión del día anterior. Y comprobé algunas curiosidades de Isfahan:
1. Hay motos por todas partes, y son un peligro constante. Algunas circulan a toda velocidad por la acera, o aparecen de repente de cualquier rincón.
2. En Irán es muy típico que las mujeres se hagan la cirugía estética, para tener rasgos más estilizados. Y me crucé con un par de chicas que tenían la nariz vendada.
3. La gente de Isfahan es realmente amable. Una joven me saludó al pasar diciéndome «Welcome to Irán». Y en general, todo el mundo se interesaba por mí, con sonrisas de oreja a oreja y apretones de manos.
EXPLORANDO LAS AFUERAS
Al día siguiente, tras el desayuno, hice gestiones en la recepción del hotel para que me consiguieran un taxi, y así evitarme molestias y precios inflados. Resultado: un ayudante detuvo en la calle un vehículo conducido por un abuelete; pactaron la tarifa (11milT); subí al coche; y nos dirigimos hacia el oeste de Isfahan. Fue un trayecto breve pero agotador, porque el hombre no paraba de explicarme cosas y hacerme preguntas… ¡en Farsi! Pero bueno, tras recorrer 8km me dejó en la entrada del primer lugar que quería visitar: el Atashgah, o Templo de Fuego. Una antigua construcción relacionada con el Zoroastrismo (religión anterior al Islam, que explico con más detalle en la entrada dedicada a Yadz).
El billete me costó 15milT. Y a continuación subí hasta la cima de una colina de color ocre, por un sendero bastante empinado pero bien señalizado. Menos mal que todavía era temprano y el calor no apretaba. Tardé un cuarto de hora, y una vez arriba comprendí por qué el lugar estaba casi desierto:
1. Las ruinas son realmente básicas. Algunos muros de ladrillo con restos de relieves, que en el pasado formaron parte de una ciudadela. Y el Templo de Fuego, una estructura circular muy restaurada, de aspecto moderno.
2. En el peor de los casos, pensaba que las vistas desde la colina merecerían la pena. Pero no tenían ninguna gracia: no se veía el río Zayandeh, a pesar de estar a escasa distancia (más tarde descubrí el motivo); y a mi alrededor solo había barrios modernos y carreteras, con la ciudad al fondo envuelta en una nube de contaminación.
Por la cima de la colina rondaba un hombre equipado con unos prismáticos. Solo hablaba Farsi, pero me enseñó un par de detalles curiosos, y bajó conmigo mostrándome un sendero diferente. Así que le dí 2milT de propina, y se marchó tan contento. Al final, lo único que me gustó del Atashgah fue la vista panorámica del conjunto desde la carretera. Suerte que en la zona había otros lugares de interés.
A continuación, me puse a buscar Torres de Palomas. Se trata de unos edificios de barro que surgieron durante el Imperio Safávida, y que servían de hogar a estas aves. El objetivo era recolectar sus excrementos, para utilizar como fertilizante natural en las plantaciones de sandías y pepinos de los alrededores. Con la aparición de productos químicos más eficientes, estas torres fueron abandonadas poco a poco. Y de las miles que había, hoy apenas se conservan unas 300. Yo desde el Templo de Fuego pude divisar algunas, y me dirigí hacia ellas.
Pero encontrar las torres no fue sencillo. Tuve que cruzar una peligrosa autopista de 6 carriles; preguntar a lugareños que no hablaban ni palabra de inglés (yo aleteaba con las manos imitando a una paloma); y acabé caminando entre campos de cultivo solitarios y espesos matorrales, sin saber dónde estaba. La sensación de aventura era total. Hasta que por fin apareció ante mí la primera torre, emergiendo de entre los árboles. La estructura estaba resquebrajada, pero aún así era una imagen magnífica: de forma cilíndrica, color rojizo, y rematada por una especie de sombrero. A mi alrededor solo se escuchaba el sonido de los pájaros y montones de insectos. Fue un gran momento…
Más adelante encontré otras dos torres, junto a una carretera secundaria. Los lugareños pasaban en moto y se quedaban mirándome con ojos como platos. Desde allí logré orientarme, y caminé hasta un puente que cruzaba el río Zayandeh. Y comprendí por qué no lo había visto desde el templo: ¡estaba completamente seco! Algo increíble, teniendo en cuenta sus dimensiones. Por lo visto, en los últimos años Iran se está viendo afectado por una sequía extrema. Y en situaciones extremas el gobierno interrumpe el curso del río para abastecer de agua la provincia de Yazd. Todo un drama ecológico…
UN PASEO JUNTO AL RÍO
Desde el puente, decidí regresar a pie hasta el centro de Isfahan, siguiendo el río por una carretera local. Pasé junto a casas de campo rodeadas de huertas; y jóvenes sentados a la sombra fumando con shishas (pipas de agua). Pero Isfahan es una ciudad moderna, y durante un buen rato me tocó esquivar coches ruidosos bajo un sol abrasador.
Por suerte, más tarde llegué al perímetro del Parque Nazhvan. Un recinto que incluye diferentes recintos para ver animales que obvié por completo: un acuario, un aviario, un terrario… Aquí me interné en una zona boscosa por un camino asfaltado cerrado al tráfico (solo había lugareños paseando en bici). Y me encontré con algo totalmente inesperado: ¡un telesilla! Como no, me picó la curiosidad. Y en un par de minutos ya estaba subido, tras pagar 25milT. La idea no era mala: me ahorraba un par de kilómetros de caminata; y disfrutaba de las vistas, desplazándome sobre las copas de los árboles. Estuvo genial, cruzándome con alguna familia que viajaba en sentido contrario y me saludaba; y con traqueteos que ponían los pelos de punta, teniendo en cuenta la altura a la que me encontraba.
Tras el momento curioso del día, me senté en la terraza de un bar a comer una bolsa de Cheetos y una lata de Mirinda. Rodeado de tranquilidad, con música relajante, alguna pareja iraní, y un grupo de graciosos patos que rondaban pidiendo comida. El resto de la ruta hasta el centro de Isfahan no tuvo mucha historia, continuando por el parque, con algún cuervo revoloteando, y poco más.
RECORRIENDO EL BARRIO ARMENIO
Jolfa era una población armenia ubicada en la frontera norte de Iran, cuyos habitantes destacaban por sus habilidades artísticas. En el año 1604, durante la guerra que enfrentó a los Imperios Otomano y Safávida, Jolfa fue recuperada por las tropas del Shah Abbas I. Y este decidió trasladar a todas las familias (unas 10.000) a un lugar mas seguro, en las afueras de Isfahan, bautizado como New Jolfa. Donde los armenios gozaron de libertad para continuar con su religión y tradiciones.
Cuando llegué al barrio de New Jolfa, ubicado al sur del río Zayandeh, me esperaba un laberinto de calles, con casas antiguas y mucha atmósfera. Pero en su lugar me encontré con un barrio pijo, de amplias avenidas, cafeterías y restaurantes de diseño. Otra sorpresa…
En New Jolfa es imprescindible visitar la Catedral de Vank. Desde fuera no parece gran cosa, con muros de ladrillo escasamente decorados; una cúpula en forma de bulbo coronada por una cruz; y un campanario. Pero una vez en el interior, tras pagar la entrada (como no, 20milT), y cruzar un patio, me encontré con todas sus paredes cubiertas de espectaculares frescos representando escenas religiosas. No había un solo centímetro cuadrado sin decoración. Mi preferido, un enorme Juicio Final (siento especial debilidad por estas escenas, llenas de demonios y figuras en movimiento, como un cuadro de El Bosco). Se notaba que la catedral había sido restaurada hacía poco, porque el colorido de los frescos era impresionante, como si estuvieran recién pintados. La sala no era muy grande, y estaba llena de grupos de turistas, pero mirando hacia arriba conseguía olvidarme de todo.
COMIDA: FIRUZ CAFÉ
Una cafetería muy agradable, con decoración de época, mesitas pequeñas, y clientela local. No tenían carta en inglés, y el camarero me soltó de golpe todo el menú. Yo opté por una especialidad de la casa: el Kebab Hosseini. Consistió en tres brochetas de carne de ternera con salsa de tomate, acompañadas de un plato de arroz blanco. Para beber, como no tenían agua fría, pedí dos latas de cerveza sin alcohol sabor manzana. Precio: 37milT.
De postre, me acerqué a un bar cercano, donde cayó un batido de plátano. Y como estaba deshidratado, repetí batido en un puesto callejero, aunque esta vez una mezcla rara (plátano con zumo de granada), porque el dueño no hablaba inglés y no me supe explicar.
LOS PUENTES DEL RÍO ZAYANDEH
Para acabar la excursión del día, regresé a la orilla del río, y continué caminando hacia el este, para visitar un par de antiguos puentes, construidos (como no) durante el Imperio Safávida:
1. Puente Pol-e Allahverdi, también conocido como Si-o-se (literalmente «33» en Farsi, por el número de arcos que lo componen). Mide casi 300 metros de longitud. Llegué con las últimas luces del atardecer y pude hacer buenas fotos. Aunque hubieran sido mucho mejores si el río hubiera tenido agua…
2. Puente Pol-e Khaju. Es sin duda el más imponente de todos. Más corto, con tan solo 110 metros de longitud. Pero mucho más espectacular, formado por dos pisos con arcos, y una estructura central de forma octogonal, donde los lugareños se sientan a charlar. La caminata fue mucho más larga de lo que pensaba, y llegué con los pies echando humo, ya oscureciendo. Pero mereció la pena. En un extremo, había un grupo de artistas callejeros entreteniendo a la gente. Y cuando cayó la noche, el puente se iluminó, formando una escena preciosa, que me senté a contemplar durante un buen rato desde un parque cercano.
Para regresar a la zona de mi hotel decidí coger un taxi, porque estaba agotado (10milT). Junto al Amir Kabir Hostel vi un local de kebabs, y me compré un shawarma de carne. Pesaba como un ladrillo, y para comérmelo me pusieron una mesa casi en medio de la acera, recibiendo montones de miradas curiosas. Eso sí, estaba riquísimo. Como acompañamiento, una botella de agua; y un «apasionante» partido de fútbol Togo-Irán. Precio: 16milT.
Tras esta improvisada cena, volví a mi habitación en busca de un más que merecido descanso. Así acababa mi visita a una ciudad para el recuerdo.
CONCLUSIÓN
Una visita a Isfahan es obligatoria en cualquier itinerario por Irán. Junto con Persépolis, esta ciudad simboliza uno de los momentos de máximo esplendor del Imperio Persa a lo largo de la historia. Y son innumerables las magníficas obras de arte que se han conservado como testimonio de ese pasado. Te recomiendo dedicar a Isfahan un mínimo de 2 días, aunque una jornada adicional te permitirá un recorrido más calmado.
Si te gustó el post, dale al like (el corazón que hay en la parte superior), deja un comentario con tu opinión, y sígueme en redes sociales