Caminando entre templos cubiertos de relieves y esculturas, y cruzando un río en una precaria embarcación de mimbre
Las ruinas de Hampi engloban los restos de Vijayanagara (literalmente «Ciudad de la Victoria«). La antigua capital del poderoso Imperio Vijayanagara, que durante 200 años (entre los siglos XIV y XVI) dominó el sur de la India. Y cuya riqueza y opulencia consiguió impresionar a los propios portugueses. Hampi está formada por diferentes templos y construcciones que se extienden por una amplia zona de unos 20 km2.
Aunque Hampi no es solo una simple visita a un recinto arqueológico. El paisaje es espectacular, con el pintoresco río Tungabhadra atravesando el conjunto; y montañas con rocas en precario equilibrio. Y además, es un lugar con vida, frecuentado por todo tipo de lugareños: graciosos grupos escolares, coloridos santones en busca de limosna, fieles devotos rezando en los templos… Una experiencia única.
VIAJE HYDERABAD – HOSPET
Para no perder tiempo, una vez más opté por un trayecto nocturno, aunque esta vez en autobús. Así que cogí un auto ricksaw y me planté en la terminal de Hyderabad. Cerca de la entrada encontré una sala de espera VIP que por 3R ofrecía asientos «comodísimos» y aire acondicionado. Pero la realidad fue bien diferente: tumbonas apiñadas, moscas por todas partes, un mísero ventilador, y una TV con musicales de Bollywood a toda pastilla. Allí estuve esperando durante dos horas y media, sesteando o leyendo mis guías de viaje.
Cuando se acercaba la hora de salida de mi bus, me compré un Maaza (zumo de mango, similar al Shade) y una bolsa de cortezas; y me dirigí al andén. Hubo momentos de tensión, porque allí no había ni rastro del vehículo. ¿Retraso? ¿Cambio de andén? Si perdía ese bus, me tenía que quedar un cuarto día en Hyderabad. Así que pregunté a pasajeros y conductores. Hasta que un encargado de la estación me indicó dónde estaba mi bus: al no haber ningún andén disponible estaba esperando su turno a escasa distancia. Menos mal… En cuestión de minutos ya estaba sentado en mi asiento junto a la ventana. Y arrancamos a las 17h pasadas.
Mi destino era Hospet, ubicado al sur del país, a 330km de distancia. Y fue toda una odisea. En principio parecía un trayecto asequible. Pero hubo muchos factores que sumaron para que al final tardara más de 10 horas en llegar: las paradas para descansar (dos, que sumaron más de una hora); altos constantes para dejar o recoger pasajeros; espera en un paso a nivel a que pasaran dos trenes casi seguidos; badenes para reducir la velocidad que de forma regular obligaban al bus a frenar…
Además, la comodidad del vehículo era mínima (a pesar de estar catalogado como Deluxe Especial). Y comparado con mi último viaje en tren, perdió por goleada. Aunque en gran medida fue por culpa de la pasajera que viajaba delante de mí: primero, le dio por reclinar al máximo su asiento, y estuve todo el trayecto con las piernas comprimidas en un espacio muy reducido. Y encima se empeñó en llevar todo el rato la ventanilla abierta, aunque el bus fuera a toda pastilla y entrara un huracán; o lloviera; o de madrugada hiciera un frío importante.
En cuanto al resto de pasajeros: a mi lado, un abuelete que cada vez que regresaba al bus de alguna parada me obsequiaba con un recital de eructos; detrás una pareja que se tiró horas hablando a grito pelado, como si hiciera siglos que no se veían; y de fondo un niño que cada cierto tiempo se ponía a llorar.
Para rematarlo todo, la conducción del bus era suicida. Un peligro constante, con frenazos, adelantamientos al límite, sonido de claxon… Así que cuando vi que comenzaba a llover y se acercaba una tormenta (con impresionantes relámpagos y rayos que iluminaban el cielo) me entraron escalofríos. Menos mal que la cosa quedó en cuatro gotas. Vaya panorama…
Yo durante la primera mitad del viaje me dediqué a escuchar música con mi Ipod. Y en una de las paradas para descansar, bajé a comprar un Maaza, y oriné en un descampado surrealista, rodeado de enormes cerdos que campaban a sus anchas (de lavabo ni rastro). Después me dediqué a sestear. Y así abandoné el estado de Andhra Pradesh y me interné en el de Karnataka. Aun quedaban lugares de interés, pero no tenía mucho tiempo, y me vi obligado a centrarme en las atracciones turísticas más importantes de Andhra Pradesh.
En fin, al final llegué a Hospet a eso de las 4h de la mañana (mis compañeros de viaje continuaban hasta Davangere). Y bajé del autobús sin saber si me tocaría esperar otra vez en la estación hasta que se hiciera de día y abrieran los hoteles. Por suerte, la incertidumbre se aclaró nada más bajar del bus. Un conductor de auto rickshaw me ofreció sus servicios, y le pedí que me llevara hasta el hotel que había elegido.
ALOJAMIENTO: HOTEL PRIYADARSHINI – 600R/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama amplia; lavabo privado con ducha perfecta; aire acondicionado; pequeño balcón; ausencia total de ruidos; precio (solo me cobraron una noche, a pesar de llegar al hotel de madrugada).
*Puntos en contra: abundancia de bichos (un par de cucarachas, alguna araña, columnas de hormigas diminutas…), aunque no molestaron.
Al llegar al hotel, la puerta estaba cerrada. Y el conductor del auto rickshaw comenzó a ofrecerme su abanico de alojamientos “recomendables” (de los que, por supuesto, recibiría comisión). Pero insistí, y al final encontramos la forma de acceder al edificio. Inmediatamente me quité de encima al conductor y entré en la recepción, donde había un montón de gente durmiendo a pierna suelta. Aquí dudé de nuevo, caminando arriba y abajo sin saber qué hacer. Hasta que decidí despertar a un chaval, y poner punto y final a una dura jornada.
Qué alegría cuando me metí en mi cama, dispuesto a dormir unas horas, antes de mi siguiente aventura.
VIAJE HOSPET – HAMPI
Al día siguiente, sin tiempo para desayunar, caminé hasta la terminal de bus de Hospet. Y no tardé mucho en subir a un autobús que me llevó en dirección a Hampi Bazaar, población contigua al lugar que quería visitar. El trayecto duró media hora, y fui cómodamente sentado, rodeado de lugareños, y disfrutando de un magnífico paisaje, con palmeras, campesinos trabajando sus tierras, ríos… La verdad es que se agradecía tras el infierno de Hyderabad.
El problema fue que en una de las paradas del bus, como vi que bajaba mucha gente, y consideraba que ya había pasado bastante tiempo, me bajé yo también, pensando que ya estaba en mi destino. Y, tras unos minutos desorientado, descubrí que todavía estaba en Kamalapuram, a 4km de Hampi Bazaar. Pero al descubrir una heladería se me pasó el enfado. Porque cayeron dos Batidos de Plátano que me dejaron como nuevo, además de comprar una botella de agua gélida de 2 litros. Y es que desde las cortezas del día anterior no había ingerido nada sólido, y estaba que me moría de hambre…
A continuación, cogí un auto rickshaw para llegar a Hampi Bazaar, y pude llegar sin problemas a la entrada de las ruinas de Hampi, donde compré mi billete de acceso.
VISITA AL TEMPLO DE VIRUPAKSHA
Hampi fue capital del Imperio Vijayanagar. Este imperio floreció en la zona entre los siglos XIV y XVI, y alcanzó su máximo esplendor entre los años 1509 y 1542, durante los reinados de Krishnadevaraya y Achyutaraya. De esta época son las crónicas del portugués Domingo Páez, que visitó Vijayanagar y describió asombrado todo lo que vio. Maravillas arquitectónicas, lujosas casas de mercaderes, animados bazares donde se comerciaban piedras preciosas… Su principal enemigo fue el Imperio Bahmani, ubicado al norte, cuya capital estaba en Bidar. Y los enfrentamientos militares fueron constantes. Pero curiosamente fue poco después de su desintegración, en 1565, cuando los diferentes sultanatos del Deccan se aliaron y derrotaron al Imperio Vijayanagar, en la Batalla de Talikota.
Yo para empezar decidí visitar uno de los platos fuertes: el Templo de Virupaksha. Es la estructura más antigua del recinto, y su origen es muy anterior al del Imperio Vijayanagar. Está dedicado a Virupaksha (una forma del dios Shiva) y a su consorte, la diosa Pampa, nombre por el que se conocía al río que atraviesa las ruinas de Hampi. Destacan sobre todo su espectacular gopuram (o torre de entrada), de 50 metros de altura, y aspecto similar al de las empinadas pirámides mayas de Tikal. Y el templo principal, rematado por bellas esculturas entre las que saltaban grupos de graciosos monos que no paraban de jugar.
Nada más entrar en el templo, me encontré con una adorable elefanta llamada Lakshmi, en un recinto anexo. Tenía su trompa extendida, como pidiendo algo. Y su cuidador me dijo que le pusiera dentro una moneda de una rupia. Eso hice, y con una destreza asombrosa, la elefanta dejó la moneda en una cesta que tenía el cuidador, y me pasó la trompa por la cabeza de forma muy delicada, a modo de bendición. Qué pasada… Me quedé allí un rato, viendo como hacía lo mismo con otros visitantes. Aunque pensándolo bien, no tenía nada de gracia. Una pobre elefanta con las patas encadenadas a una columna, obligada a repetir el mismo movimiento una y otra vez, para que su cuidador sacara unas monedas a su costa. En fin…
En el interior del templo había diferentes capillas y bastante ambiente. Aunque en los recintos religiosos (ya sean cristianos o musulmanes) siempre tengo sentimientos encontrados. Por un lado me encantó la atmósfera del lugar, con altares dedicados a todo tipo de dioses; olor a incienso; feligreses rezando, o pintando sus frentes con tilakas (los puntos de color rojo que lucen los hindúes, y que simbolizan el Tercer Ojo, u ojo de la inteligencia interna)… Pero por otra parte, delante de cada dios había una caja con dinero, y encargados pidiendo donaciones. Difícil separar negocio y espiritualidad…
Lo bueno es que tuve suerte, y en uno de los recintos del templo se estaba celebrando una boda tradicional hindú. La escena era genial: la pareja de novios, vistiendo ropa típica (ella con pelo largo adornado con flores); numerosos invitados sentados en el suelo, rodeándolos; músicos tocando… Hubo un momento en que la gente lanzaba semillas a los novios (el equivalente del arroz en España). Lástima que cuando aún no había acabado la ceremonia unos vigilantes me “invitaron” a abandonar el templo, pues por lo visto cerraba a la hora de comer. Aun así, pude sacar buenas fotos.
A la salida me detuvo un colorido santón, al que saqué una foto a cambio de unas rupias. Pero el tío tenía un morro increíble, pues me enseñó una libreta donde tenía apuntadas supuestas “donaciones” de turistas occidentales, todas de importes elevadísimos, y me pedía algo a la altura de mis compatriotas. En fin, que le di unas monedas y me largué de allí.
RECORRIENDO LAS RUINAS DE HAMPI
Mi siguiente visita fue la Hemakuta Hill, desde donde pude disfrutar de una buena panorámica del templo. Y de un montón de ruinas, no tan espectaculares, pero todas con algún elemento de interés. Y con la gran ventaja de poder explorarlas completamente solo. Estuvo genial.
Esto fue lo más destacado:
1. Santuarios con enormes estatuas de los dioses Ganesha (con cabeza de elefante) y Nandi (con forma de vaca).
2. Capillas donde se rendía oración al dios Hanuman (con forma de mono), representado con vivos colores.
3. Templos Jainistas con columnas de piedra cubiertas de relieves representando dioses, escenas mitológicas, seres bailando… Espectaculares.
Tras deambular por la zona durante un buen rato, alucinando con cada sorpresa, y rodeado de una atmósfera de paz total, me dirigí hasta el Templo de Achyutaraya, situado a unos 2,5km de distancia. La verdad es que entre la caminata, un duro tramo de escaleras, y el intenso calor reinante, lo acabé pasando bastante mal, y llegué al templo agotado. Aunque mereció la pena. Para acceder, un gopuram de buenas dimensiones. Y en el recinto, infinidad de columnas llenas de magníficos relieves con todo tipo de imágenes, realmente fotogénicas. Campando a sus anchas, había una buena variedad de fauna local: ardillas, monos, lagartos… Incluso un murciélago. No paré de sacar fotos.
Después, estuve paseando un rato por el contiguo Sule Bazaar: una avenida enorme y totalmente desierta, donde en el pasado se ubicaban las diferentes tiendas y comercios de Hampi. No tenía mucho interés, pero el paisaje de los alrededores era alucinante, con rocas de distintas formas y tamaños, algunas en precario equilibrio.
A continuación, mi idea era seguir visitando ruinas. Pero decidí echar el freno y tomármelo con calma: aun tenía otro día completo para seguir explorando. Así que puse rumbo hacia la entrada del recinto, caminando por un sendero que discurría paralelo al río Tungabhadra (el que antes se llamaba Pampa). Y que ofrecía unas vistas preciosas de los alrededores: montañas, aves, gente paseando, templos dispersos (con el altísimo gopuram del Templo de Virupaksha recortado en el horizonte, emergiendo de entre la selva)… Durante la ruta, entablé conversación con algún lugareño, visité un pequeño templo; me encontré con un colorido santón al que saqué una foto a cambio de una moneda… Y de regalo, me tomé un par de Maaza sentado junto al río, en la terraza exterior de un bar. Gran decisión.
Tras el descanso, estuve paseando por la zona de Hampi Bazaar, donde había viviendas de familias ubicadas entre las ruinas del recinto arqueológico. Podría haber sacado decenas de fotos: niños jugando, una perra amamantando a su cachorro, mujeres con vistosos ropajes tendiendo la ropa, o lavando la vajilla… Pero preferí dejar la cámara enfundada y dedicarme a curiosear.
Para acabar el día, ya atardeciendo, me senté en la entrada del Templo de Virupaksha, y me quedé observando lo que pasaba: ir y venir de feligreses; música tradicional que creaba un gran ambiente; monos correteando entre las esculturas, o bajando al suelo para beber; mujeres con flores en el pelo y vestidos tradicionales de vivos colores… Digno colofón a una jornada genial. Cuando llegó la hora de regresar, caminé hasta la parada de bus, y estuve esperando el vehículo unos minutos junto a un grupo de lugareños. Durante el breve trayecto me sentía cansado, pero satisfecho por todo lo que había visto. Y me planté en Hospet sin problemas.
Como ya apretaba el hambre, para cenar decidí probar el restaurante de mi hotel: el Manasa. Y estuvo genial. Me senté en una mesa de su terraza exterior, ambientada con velitas y música, y rodeada de vegetación. Y me pedí un enorme plato de Chicken Fried Rice, acompañado de una Coke y agua, y rematado por un delicioso helado de fresa. Impecable. Eso sí, nada más acabar de cenar me fui volando a mi habitación, porque los mosquitos me estaban acribillando.
EN EL TEMPLO DE VITTALA
Al día siguiente, como dormí toda la noche del tirón sin incidentes, a las 6.30h ya estaba en pie. Y realicé el mismo recorrido. Caminé hasta la terminal de autobuses, y al cabo de unos minutos ya estaba sentado rumbo a Hampi Bazaar. Sin esperas ni aglomeraciones. Ya en mi destino, me bebí un Maaza a modo de desayuno, compré una botella de agua, y me preparé para visitar nuevos lugares de interés.
El primero, el Templo de Vittala. Para llegar a él tuve que caminar unos 3km. Aunque se me hizo muy ameno, recorriendo un sendero salpicado de templos menores. Una vez en la entrada, pagué el ticket para acceder al recinto, y comencé la visita. Sin duda se trata de la estrella de Hampi. El máximo exponente del arte Vijayanagar, construido durante el reinado de Krishnadevaraya, y consagrado a Vittala (una forma del dios Visnú). A destacar el espectacular gopuram en la entrada, de color rojizo y lleno de esculturas; el exterior del templo principal, con refinadas esculturas de jinetes cabalgando yalis (criaturas de la mitología hindú, mitad león-mitad caballo)… Y las columnas musicales: cada columna principal representa un instrumento concreto, y está rodeada de 7 columnas más finas, que al ser golpeadas, emiten las 7 notas de ese instrumento. Sencillamente increíble…
Por último, en la plaza exterior había un pequeño santuario consagrado a Garuda (un ave de la mitología hindú que Visnú utilizaba como montura), con forma de carroza de piedra. En el pasado las ruedas giraban, pero el gobierno las fijó al suelo para evitar su deterioro.
Estuve mucho tiempo paseando por el recinto, sacando fotos, y observando cada detalle. Al principio se estaba bastante tranquilo. Pero más tarde las oleadas de turistas se sucedían. Por suerte, la mayor parte eran autóctonos, y aportaban ambiente al lugar, sin importarme que aparecieran en mis fotos. Jóvenes con coloridos vestidos; colegios de niños con graciosos uniformes posando en grupo para fotos oficiales; ancianas… Además, las visitas de estos grupos no duraban más de un cuarto de hora, y no agobiaban.
AVENTURAS PARA CRUZAR EL RÍO
Tras el templo, mi intención era visitar el pueblo de Anegundi, situado al otro lado del río Tungabhadra. Así que me puse a caminar campo a través, al margen de los senderos oficiales, en dirección a la orilla. Pronto me di cuenta que sortear el río no iba a ser tarea fácil. Pero bueno, con la ayuda de unos chavales, pude saltar de roca en roca hasta llegar a una pequeña isla en cuya cima había un pequeño templo. Con una sensación de aventura total, porque no había absolutamente nadie en los alrededores. Hubo un momento en que me encontré con un hombre de aspecto desaliñado que se dirigía hacia mí y el corazón se me puso a mil por hora. Solución: ofrecer una sonrisa de oreja a oreja y estrecharle la mano. Y por suerte fui correspondido sin problemas.
Desde el templo, comprobé que mi única opción de llegar hasta la otra orilla era utilizar una barca tradicional llamada coracle. Se trata de una especie de cesta de forma ovalada, fabricada con tela y ramitas, de origen galés, y conducida a golpe de remo. El día anterior las vi durante mis paseos, pero no me imaginaba que acabaría subido en una.
Los chavales tenían una de esas cestas, y me ofrecieron cruzar el río a cambio de 50 R. Me pareció una estafa total, pero no tenía muchas alternativas. Así que negocié con ellos, y acabé incluyendo en el precio el viaje de regreso. Y al cabo de unos minutos ya estaba navegando en mi precaria coracle (¡tenía el fondo lleno de agua!). Con un chaval remando y dos nadando junto a la embarcación. Un gran momento, rodeado de un magnífico paisaje. Ya en la otra orilla, quedé con los chavales para dentro de dos horas y media. Y me despedí de ellos.
SUBIDA AL TEMPLO DE HANUMAN
A continuación me puse a caminar entre plantaciones de bananas, palmerales, riachuelos, bueyes de enormes cuernos… Toda una gozada. Hasta llegar a la base de una montaña en cuya lejana cima se encontraba el Templo de Hanuman. La imagen era imponente, con una escalera zigzagueante pintada de blanco que se perdía en las alturas. Como aquella subida no iba a ser fácil, y el calor a esa hora del día era asfixiante, decidí hacer acopio de fuerzas. Así que entre en una tienda, y me comí dos bananas acompañadas de un Maaza bien frío.
El ascenso fue duro, pero a estas alturas ya estaba bastante en forma, y alcancé el templo sin complicaciones. Las vistas de los alrededores eran excepcionales: el río, palmerales, enormes pedruscos esparcidos por la zona… Lo malo fue que tenía el sol justo de cara, y no pude sacar buenas fotos.
En cuanto al templo, está dedicado al dios Hanuman (con forma de mono). Y pude observar un montón de detalles religiosos: un árbol lleno de trozos de tela de colores atados al tronco y las ramas, con un pequeño altar en su base; imágenes sagradas; campanillas que sonaban a causa del viento; música mística… Lo bueno es que no recibí la más mínima presión para dejar una donación. Aunque quizás porque el personal (un tío barbudo vestido con una toga y su grupo de sirvientas) estaban ocupados engullendo un plato de arroz. Menos mal, porque no tenía cambio.
La cima de la montaña se considera suelo sagrado, así que hay que caminar descalzo (todo un engorro, porque el sol pegaba con fuerza y me ardían los pies). De vigilar el calzado durante la visita al templo se encargaba un lugareño. Menudo personaje… Antes de marcharme, el tío se ofreció a ponerme las zapatillas (imagino que esperando incrementar su propina), y mientras lo hacía se tiró un sonoro peo (a esas alturas, conociendo a los indios, no tenía claro si fue un acto normal o se le escapó). Por cierto, él sí que tenía cambio, y no le importó que le pagara con un billete.
Como el templo estaba dedicado al dios de los monos, esperaba encontrarme con algún grupo. Pero a esas horas imagino que estaban descansando a la sombra en algún rincón. El camino de descenso fue sencillo, y regresé a la tienda para sentarme un rato y beber una botella grande de agua helada.
SORPRESA EN ANEGUNDI
Ya descansado, decidí caminar hasta el pueblo de Anegundi. Y aquí me equivoqué. Para llegar tuve que recorrer 3,5km siguiendo la carretera, bajo un sol abrasador, y atravesando un paisaje intrascendente. No es que me preocupara el esfuerzo físico (ya me venía bien hacer deporte). El problema fue el tiempo que perdí. Además, tras la caminata, el pueblo fue una decepción total. Había alguna casita pintoresca, un par de templos de interés… y poco más. Y a cada paso que daba aparecían niños pidiéndome dinero, bolígrafos… Curioso, teniendo en cuenta que había leído que este lugar era la antítesis de Hampi Bazaar. Pues sí, pero a peor…
Ahora tocaba cruzar el río y regresar a Hampi. A esas alturas ya había decidido que no volvería hasta el punto donde me esperaban los chavales con su coracle. Y no me sentí nada mal, porque el precio que me querían cobrar era un auténtico atraco. Esto les serviría de lección. Mi intención era cruzar el río utilizando un flamante puente construido hacía poco tiempo. Pero la sorpresa fue encontrarme el puente completamente destruido. Por lo visto no había aguantado la fuerza de las últimas lluvias. Qué desastre… Menos mal que en su defecto se había organizado un servicio de coracles (mucho más grandes que la de los chavales) para que la gente pudiera hacer vida normal. Y tras una breve charla con un grupo de lugareños, pagué 10 R, y pude cruzar el río.
Ya en la otra orilla, comprobé que para llegar hasta el siguiente punto de interés de Hampi tenía que recorrer 4km. Pero por suerte apareció de la nada un auto rickshaw, y lo detuve para realizar el trayecto. Aquí también acabé hablando con varios lugareños. E incluso comprándole a un vendedor ambulante un refrescante polo de naranja (jugándomela, pues estaban envueltos en plásticos caseros y la higiene era más que dudosa).
PASEANDO POR EL ROYAL CENTRE
Mi siguiente visita se centró en el Royal Centre, rodeado de murallas fortificadas, con torres de vigilancia. Lo bueno fue que no tuve que pagar nada, pues servía el mismo ticket que compré para el Templo de Vittala. Había poca gente, y me tomé las cosas con calma, con las luces del atardecer, y una atmósfera de paz y tranquilidad total.
Esto fue lo más destacado:
1. Lotus Mahal: un palacio de bellísimas proporciones, muy fotogénico.
2. Establos de los Elefantes reales (tenía que ser impresionante verlos ocupados en el pasado).
3. Templo de Hazara Rama, rodeado de espectaculares muros totalmente cubiertos de elaborados relieves con elefantes y ejércitos de soldados, representando escenas del Ramayana (poema épico indio en que Rama, uno de los avatares o encarnaciones de Visnú, tiene que rescatar a su mujer Sita de las garras del demonio Ravana).
4. Templo de Parshwanath, más pequeño, con columnas llenas de relieves y una enorme estatua de Hanuman.
Tras la visita, tuve que ponerme en marcha, pues aún me quedaban 3km de trayecto hasta llegar a Hampi Bazaar. Los recorrí a buen ritmo, aunque de camino realicé breves paradas para contemplar el Monolito Narasimha (una estatua gigante de Visnú, encarnado mitad hombre-mitad león). Y el Templo de Krishna. Al final llegué a la parada de bus cubierto de sudor. Pero justo a tiempo para subir a un vehículo que estaba a punto de arrancar, y regresar a Hospet.
Durante el viaje de vuelta me sentí completamente feliz, tras una jornada muy cercana a mi ideal de viaje. Ya en Hospet, entré en un bar-restaurante para reponer líquidos. Estaba deshidratado, y cayó una Fanta de naranja, dos Batidos de Plátano y un litro de agua. Mientras bebía conocí a dos lugareños bastante agradables con los que compartí mesa, y estuve charlando un rato.
Y regresé a mi hotel, poniendo punto final a mi visita a las ruinas de Hampi. Sin duda, el punto álgido de mi viaje por el sur de la India.
CONCLUSIÓN
Casi todos los viajeros coinciden (incluido yo) en que Hampi es la principal atracción turística del sur de la India. Por su perfecta combinación de arte, paisaje y cultura local. Así que no deberá faltar en cualquier itinerario, independientemente del tiempo disponible. Tendrás que dedicar a las ruinas un mínimo de dos días, pasando la noche en Hospet. A no ser que quieras acabar extenuado, o perderte lugares importantes. Y si puedes añadir un tercero, aun mejor, para recorrer el lugar con calma.
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