Chimeneas de roca llenas de cuevas, un caótico teleférico que conduce a un monasterio medieval, y un vertiginoso puente colgante
Goris es un pueblo de la provincia de Syunik rodeado de un paisaje espectacular. Al igual que sucedió en la zona de la Capadocia, hace millones de años una serie de potentes erupciones volcánicas cubrieron la zona de ceniza. Y este material se solidificó, creando una roca caliza muy débil que el paso del tiempo y los elementos fueron moldeando a su antojo. Dando lugar a formaciones imposibles, muy parecidas a las famosas Chimeneas de Hadas de Turquía, que se pueden explorar en Old Goris o en la cercana población de Khndzoresk.
A pesar de esto, la mayoría de turistas que pasan por Goris tienen como único objetivo visitar el Monasterio de Tatev, al que se puede acceder mediante el “Wings of Tatev”, el teleférico con el trayecto más largo del mundo. Aunque una vez en el monasterio, el Cañón de Vorotan cuenta con magníficas rutas de montaña, algunas de ellas incluidas en el Transcaucasian Trail (TCT).
VIAJE: SISIAN – GORIS
El día comenzó en el Zorats Karer B&B de Sisian, donde tras levantarme preparé las mochilas y abandoné la casa sin desayunar ni poder despedirme de la familia. Desde allí me dirigí al centro del pueblo y localicé la marshrutka que tenía previsto partir hacia Goris. Solo hay una al día, y sale a las 9.30h, así que como no me la quería jugar llegué casi media hora antes y pude ocupar un cómodo asiento de la fila individual.
El vehículo se fue llenando de pasajeros y a la hora prevista arrancó. El día amaneció bastante desapacible, con un cielo cubierto de nubes grises, por lo que agradecí dedicarlo a desplazamientos. Solo había que recorrer 40km hacia el este y tardamos 45 minutos. Precio: 800D. La marshrutka me dejó en el centro de Goris y apenas tuve que caminar unos minutos hasta el alojamiento que había elegido.
ALOJAMIENTO: CENTER B&B – 6.000D/Noche
*Puntos a favor: habitación muy espaciosa; lavabo privado con ducha impecable; ubicación perfecta, en el centro de Goris; tranquilidad total por la noche; wifi rápido; familia propietaria realmente acogedora; desayuno incluido en el precio.
*Puntos en contra: camas individuales (aunque muy cómodas); limpieza más que mejorable, sobretodo en el lavabo (y no me refiero a un par de pelos, sino a encontrarme una cagada del último huésped).
En este alojamiento reservé dos noches a través de Booking y aun así mi llegada fue caótica. Una vez encontré el lugar, vi que la puerta de la casa estaba abierta y entré, pero no había nadie. Parecía el hogar de alguien con Síndrome de Diógenes, con trastos por todas partes, y preferí salir de allí. Como mi plan de Beeline había caducado no pude llamar al teléfono de contacto, así que en la calle paré a una chica y le pedí que llamara con su móvil.
A continuación, siguiendo las indicaciones del dueño, la chica me llevó a casa de una vecina, donde me senté a esperar un rato, mientras tomaba café con fruta y la mujer me enseñaba los curiosos cuadros que pintaba. Al final apareció la dueña del alojamiento (Silva), volvimos a la casa, y mientras preparaba la habitación me entretuve conectado a internet sentado en el patio. Vaya tela…
Ya que estaba, aproveché para escribir un rato, y Silva no paró de traerme comida: frutos rojos, nueces, uvas, kompot de manzana caliente… Por si fuera poco, cuando llegó el marido (Grachik) me invitó a comer con él, y cayó un plato generoso de judías verdes con huevo y dos hamburguesas de ternera. Acompañado de tomate, un vaso de vino tinto y un chupito de Aragh. Todo casero o procedente de su huerto. Me dejó como nuevo y compensó con creces el descontrol inicial. El matrimonio no hablaba ni palabra de inglés, pero con el traductor de Google nos fuimos apañando. Más tarde decidí salir a explorar el pueblo.
DESCUBRIENDO GORIS
Primero estuve paseando por el centro de Goris, y la verdad es que no tiene nada destacable. La Catedral de Surp Grigor, bastante moderna; alguna casa del siglo XIX con balcones de madera; comercios con rótulos curiosos; un parque con fuentes… Hasta que llegué a un mirador, situado al final de la calle del Center B&B, y pude contemplar unas vistas increíbles de Old Goris, con docenas de chimeneas de roca y una luz perfecta para la fotografía. En la Edad Media el pueblo estaba en esa zona, al otro lado del río. Se llamaba Kores, y mucha gente vivía en cuevas excavadas en la roca, hasta que poco a poco fue abandonado.
Tras unos minutos de duda, decidí cruzar el río por un pequeño puente, y recorrer Old Goris, siguiendo unos senderos indicados en maps.me. Primero pasé por un cementerio enorme, con montones de lápidas estilo Cáucaso, donde se dibuja al fallecido en poses bastante inusuales (el camionero junto a su camión, otro sentado en su sofá favorito…). Y después fui subiendo por la montaña hasta llegar a una antigua iglesia construida aprovechando la forma de una roca. Tiene una entrada con grabados en armenio; pequeños altares con imágenes de santos y cruces; y en los alrededores algunos khachkars rotos. Me encantó el lugar, paseando completamente solo, con el sonido de los cuervos revoloteando sobre mí, y un halcón en la distancia planeando en busca de presas.
En cuanto a las chimeneas de roca, fue un auténtico festival. No me esperaba algo así, y estuve haciendo fotos sin parar desde infinidad de ángulos. Me sentí en plena Capadocia (solo faltaban las iglesias cubiertas de frescos). Pero bueno, al final se hacía tarde y regresé a Goris.
CENA: TAKARIK TAVERN
Ya en el pueblo, decidí buscar algún lugar para cenar. Costó mucho, y cuando ya estaba a punto de desistir y me dirigía a un supermercado a comprar algo, me encontré con la Takarik Tavern. En el interior había un ambiente animado, mezcla de lugareños y turistas. Tanto que me enviaron al comedor del sótano porque no había mesas. Aunque no me importó porque estuve más tranquilo, y además el local tenía buen wifi.
Tras examinar el menú, pedí dos Lahmajo, Piti (no como en Azerbaiyán, aquí es un plato único), y Dolma. Para acompañar dos cervezas Kilikia (eran de 0,33l). La gran pega de este lugar es la lentitud del servicio, tanto para tomar nota como para traer los platos. Menos mal que no tenía prisa. Aunque los platos estuvieron muy ricos, y el precio más que correcto: 4.200D + 300D de propina. Acabé a reventar, pero ya tocaba una buena cena.
Dos curiosidades:
*Cuando pides cerveza en Armenia, te dejan el abridor para que la abras cuando quieras.
*En la mayoría de restaurantes se permite fumar, y por suerte ya me marchaba cuando apareció un grupo de lugareños que ocupó el sótano. Hubiera sido horrible.
Con el estómago lleno, volví a mi habitación, donde disfruté de una noche de tranquilidad absoluta. No se escuchaba ni un solo ruido.
UN TELEFÉRICO CAÓTICO
Al día siguiente me levanté temprano, me vestí, y a la hora convenida fui a la cocina de la casa, donde me estaba esperando el desayuno. La verdad es que el menú fue bastante pobre: pan con mermelada y mantequilla; queso; dos huevos duros minúsculos; y una taza de té. Teniendo en cuenta los estándares armenios me esperaba mucho más, pero bueno…
Tras desayunar preparé la mochila pequeña y me puse en marcha. El plan era visitar la principal atracción del lugar: el Monasterio de Tatev. Para variar no había transporte público hasta allí, así que necesitaba un taxi con el que cubrir parte del trayecto. Por suerte Grachik se ofreció a llevarme en su coche, a un precio muy económico: 3.000D por recorrer 23km hasta la población de Halidzor. El día amaneció radiante, con cielo azul y un sol muy agradable. Y tardamos unos 20 minutos, mientras el hombre me iba indicando (en armenio) cosas de interés.
El viaje acabó en el aparcamiento del “Wings of Tatev”, un teleférico que realiza el último tramo hasta el monasterio. Caminé hasta la taquilla, y me encontré una cola de varias personas. En ese momento no me imaginaba lo complicado que iba a ser comprar un billete. La organización del servicio no podía ser más nefasta: una chica sola en la taquilla, atendiendo a gente que había reservado su billete con antelación, y a turistas como yo que querían comprarlo allí mismo. Con un pequeño detalle: la gente con reserva tenía prioridad, y eso incluía a los guías de varios grupos organizados que colapsaban la taquilla imprimiendo decenas de billetes. Resultado: tuve que esperar casi hora y media.
Y yo fui paciente, pero algunos rusos comenzaron a ponerse violentos, y hubo escenas de gritos y empujones. Lo más gracioso (por ver el lado positivo) era observar al vigilante de seguridad, un chaval bajito totalmente superado por los acontecimientos. En fin…
Un billete de ida y vuelta me costó nada menos que 7.000D (solo ida valía 5.500D, así que no hubo dudas). Y solo me pudieron ubicar en el trayecto de las 12.30h, con lo cual tuve que esperar una hora más, sentado en la cafetería de las instalaciones (y eso que salen cada 15 minutos). Por último, para redondear un comienzo de jornada horrible, pedí un café con leche y me clavaron 1.600D. ¡Más de 3€! Ni que estuviera en los Campos Elíseos… Al menos en el local había wifi gratis y pasé un rato entretenido. La cafetería tiene una terraza con vistas al Cañón de Vorotan, pero por la mañana el sol está de cara y no permite buenas fotos.
Minutos antes de la hora reservada, fui al punto de partida, y al poco ya estaba en la cabina. Otra sorpresa negativa del “Wings of Tatev” fue comprobar que se viaja de pie junto a un numeroso grupo de gente, como en el metro en hora punta. Por lo que si te toca en la parte central de la cabina no puedes disfrutar de las vistas, que es la gracia de viajar en teleférico. Yo pude ubicarme en un lateral, y no tuve problema. El trayecto duró unos 10 minutos para recorrer 5,7km (una distancia que según la organización convierten a este teleférico en el más largo del mundo). El paisaje merece la pena: pasamos junto a espesos bosques con árboles de diferentes colores, sorteamos el Cañón de Vorotan; y llegamos al Monasterio de Tatev.
Tras mi experiencia en el “Wings of Tatev”, aquí van algunos consejos prácticos:
1. Valora todas las alternativas: también es posible viajar por carretera hasta el monasterio. Se trata de un trayecto lleno de curvas y fuertes desniveles (como pude ver desde el teleférico), pero factible. Y si viajas con otras personas un taxi te saldrá mucho más económico.
2. Si optas por el teleférico, reserva el billete con antelación a través de su página web, y te ahorraras colas ridículas.
3. Llega al teleférico un rato antes de la hora indicada, y así podrás escoger un buen sitio para contemplar las vistas (te recomiendo la parte frontal, o en su defecto el lateral izquierdo).
EL MONASTERIO DE TATEV
Este monasterio fue construido en el siglo IX, como sede del Obispo de la región de Syunik. En su momento de máximo esplendor Tatev albergó a centenares de monjes. Y entre los siglos XIV y XV contó con una universidad que se convirtió en un importante centro de conocimiento, famoso en toda Armenia. Pero a lo largo de los años el Monasterio de Tatev fue destruido varias veces, tanto a manos de tropas invasoras (Selyúcidas, Persas…) como a causa de los terremotos que de forma regular arrasan la zona. El último tuvo lugar en 1931 y redujo a escombros el recinto. En la actualidad todavía se están realizando obras para reconstruir los diferentes edificios (con el dinero obtenido por el «Wings of Tatev»).
Tras bajar del teleférico caminé unos metros y llegué a la entrada del monasterio, pasando junto a varios puestos de souvenirs. Esto fue lo que más me gustó de la visita:
1. Surp Poghos-Petros: es la iglesia principal, y también la más antigua. Es bastante grande, y en los alrededores se pueden ver diversos khachkars, tumbas y relieves de cruces. En el pasado sus muros estaban cubiertos de frescos, pero han desaparecido. De hecho, no hay mucho que ver en el interior, y lo único que me llamó la atención fue un monje barbudo que andaba por allí, vestido con hábito negro y capucha. El templo tenía un Gavit y un Campanario, que fueron destruidos por el terremoto. A su lado se encuentra Surp Grigor, mucho más sencilla y de escaso interés.
2. Gavazan: se trata de un khachkar situado en lo alto de una columna, en el patio del monasterio. Por lo visto su misión principal era avisar de los terremotos (cuando temblaba la gente tenía que ponerse a salvo).
3. Murallas: contienen diferentes estancias, como la laberíntica vivienda del Obispo, con un balcón que ofrece buenas vistas del Cañón de Vorotan; el refectorio, con una puerta de madera lujosamente decorada; o la pequeña Iglesia de Santa María, en la parte superior de la muralla, completamente reconstruida.
Como era previsible, el recinto del monasterio estaba lleno de gente, con todo lo que eso conlleva (ropa de colores estridentes colándose en las fotos, interminables sesiones de selfies…). Y me costó mucho encontrar momentos para disfrutar de la atmósfera en soledad. Otra pega de haber subido tan tarde al teleférico…
4. Mirador: el gran punto fuerte de Tatev es su ubicación, sobre un peñasco al borde del profundo Cañón de Vorotan. Y esto solo se puede apreciar desde la distancia. Así que cuando acabé de explorar el monasterio, caminé hasta un lugar que ofrece una panorámica espectacular del conjunto. Fue un paseo de apenas un cuarto de hora de trayecto por una pista sin asfaltar, aunque también hay taxis que ofertan recorridos por los alrededores e incluyen ese Mirador.
Por suerte los grupos organizados no suben a este lugar, y estuve un rato completamente solo, frente a unas vistas únicas. Sin duda, lo mejor de la visita a Tatev.
RECORRIENDO EL TATEV – TANDZATAP TRAIL
A continuación mi idea era realizar alguna ruta por el Cañón de Vorotan. Pero tenía un problema: con el retraso del telecabina ya eran las 14.30h y quedaban poco más de 3 horas para mi viaje de regreso (elegí las 17.45h). Con lo cual no podía embarcarme en aventuras complicadas. Al principio pensé en acercarme a la población de Svarants, a escasa distancia. Pero en el mirador me encontré con una sorpresa: un panel explicativo del Tatev – Tandzatap Trail. Una ruta que comenzaba allí mismo y se ajustaba a la perfección a mis necesidades. Son 4km ida y vuelta, con un tiempo estimado de 2 horas, y diferentes atracciones sobre la marcha. Así que no lo dudé ni un segundo, y me puse a caminar.
El sendero está muy bien señalizado y no tiene pérdida. Además de marcas de pintura rojas y blancas hay placas con el logo del Transcaucasian Trail (TCT), del que forma parte. Y la ida es cuesta abajo. Eso sí, algunos tramos pasan a pocos metros del borde del barranco, por un terreno arenoso, y cualquier resbalón te envía al fondo. Yo tengo un ligero vértigo y hubo momentos en que lo pasé mal. Si lo tuyo es pánico a las alturas, mejor busca otra ruta. En todo el tiempo, tanto la ida como la vuelta, no me crucé con nadie, algo que ya no me sorprendió. Esto fue lo más destacado del recorrido:
1. Vistas del Monasterio de Tatev: pensaba que el Mirador era difícil de superar, pero no paré de alucinar con cada nueva perspectiva.
2. Ruinas de una pequeña iglesia: piedras y arcos cubiertos de vegetación, y algún khachkar roto.
3. Panorámicas del Cañón de Vorotan: mientras caminaba tenía a mi izquierda imágenes de postal, con el cañón cubierto de árboles de diferentes colores y el pueblo de Tandzatap en la distancia. Por suerte lucía el sol y no paré de hacer fotos.
4. Río Vorotan: el camino me llevó hasta un puente metálico con un aspecto bastante endeble por el que crucé el río. En los alrededores había pequeñas cascadas, un antiguo molino de agua… ¡y nubes de molestos mosquitos!
Tras subir una dura pendiente final, llegué a la minúscula aldea de Tandzatap. Allí me recibieron un par de críos saludando; dos burros comiendo hierba; y un perro que enloqueció al verme (por suerte estaba atado). La pena fue que con tanta foto casi no tuve tiempo para explorar el lugar, aunque vi lo importante. Me encantó una iglesia situada en pleno centro. Su interior era muchísimo más atmosférico que el de Tatev, con pequeños altares llenos de imágenes de santos, cruces y velas. Y no había nadie.
Pronto me convertí en el centro de atención de Tandzatap, y saludé a un par de vecinos muy simpáticos que se acercaron a saber de mí. En los alrededores había viviendas tradicionales, y vi un cartel indicando otro sendero que continuaba hacia el fondo del cañón, rumbo al Tatevi Mets Anapad, un monasterio del siglo XVII oculto entre la maleza (se ve desde el telecabina). Si te animas, son 3,15km más solo ida (¡luego hay que subir!).
El regreso al Mirador fue bastante más duro, avanzando cuesta arriba, con algunas rampas que me dejaron sin respiración. Pero subí a buen ritmo para llegar con tiempo suficiente y evitar sorpresas. Una vez en el Mirador, caminé tranquilamente hasta la zona del “Wings of Tatev”.
REGRESO A GORIS
Al final aparecí media hora antes, pero mejor así. Mientras esperaba me compré un zumo de naranja en una tienda, porque me moría de sed (500D); y me puse a hacer cola para poder ocupar un buen sitio en la cabina, rodeado de un grupo de abueletes alemanes.
A las 17.45h apareció la cabina, me ubiqué junto a la ventana, y partimos hacia Halidzor. El Cañón de Vorotan estaba cubierto de sombras, y el paisaje ya no era tan espectacular, así que conviene no apurar. Una vez en tierra me encontré con un problema: no había ningún taxi; apenas quedaba un puñado de coches en el parking (las posibilidades de hacer autoestop eran escasas); y se hacía de noche. Menos mal que los armenios son gente muy amable. Solo tuve que preguntar a un lugareño, y no paró hasta que encontró a alguien que conocía a un taxista del pueblo. Le llamaron por teléfono, y apareció al cabo de unos minutos. Solucionado.
Como la situación no invitaba a mucha negociación, me subí en el coche sin preguntar, y me cobró 5.000D. Un trayecto bastante más caro que el de ida, pero qué le iba a hacer. Aunque el precio correcto hubiera sido 4.000D y solo pagué 2€ extra (tampoco fue un drama). De camino el taxista no levantó el pie del acelerador, con algún adelantamiento peligroso y música a todo volumen. Y llegamos a mi alojamiento.
CENA: CAFÉ TUR BAZA
Tras todo el día sin comer estaba que me moría de hambre, y al poco de dejar mi mochila pequeña en la habitación salí a cenar algo. El día anterior Silva me dijo que conocía un restaurante cercano donde se comía muy buen por poco dinero. Así que le pedí que me indicara dónde estaba. Pero la mujer en vez de eso envió al pobre Grachik a que me acompañara. En el exterior la oscuridad era absoluta, y caía una fina lluvia.
Una vez en el restaurante, ocupé una mesa de la terraza cubierta (completamente vacía), y estuve unos minutos leyendo el menú. La oferta de platos era bastante escasa, y acabé pidiendo dos Lahmajo, una ensalada de tomate, pepino, queso y olivas; y Dolma. Para acompañar, una cerveza Kilikia bien fría, de 0,5l. Precio: 3.500D (como no incluía servicio dejé 300D de propina). Además, cuando me trajeron la cuenta me invitaron a un trozo de tarta de chocolate. El servicio fue muy rápido, y también había buen wifi, pero me gustó más la Takarik Tavern.
LA CAPADOCIA ARMENIA
Al día siguiente la jornada comenzó de forma idéntica a la anterior. Mi alarma sonó a las 7.30h; a las 8.30h bajé a la cocina para desayunar (mismo menú sencillo, con huevos fritos en vez de duros); y a las 9.30h ya estaba con mi mochila pequeña en el vehículo de Grachik, rumbo al siguiente lugar de interés.
Ahora tocaba visitar Khndzoresk, una población situada 15km al sureste de Goris. Tardamos apenas 20 minutos en llegar, pero la última parte del trayecto fue por una pista sin asfaltar, y por eso pagué 4.000D, a pesar de tratarse de una distancia menor que la del viaje a Halidzor. De camino pude contemplar una buena panorámica de Goris, con un sol radiante. Grachik me dejó junto al inicio del recorrido por Old Khndzoresk y nos despedimos. Una vez más me buscaría la vida para regresar a Goris.
Esto fue lo más destacado de mi excursión:
1. Mirador: una plataforma metálica desde la que pude contemplar unas vistas impresionantes de la zona, con una luz perfecta. Ante mí se extendía un profundo cañón cubierto de vegetación, y sus laderas estaban llenas de cuevas artificiales en las que vivieron miles de personas hasta los años 50. Además, en un extremo había montones de afiladas chimeneas de roca con más cuevas, creando un paisaje de origen volcánico idéntico al de Old Goris o Göreme. Solo por este mirador ya merece la pena la excursión.
2. Puente colgante: a continuación bajé varios tramos de escaleras de madera, y llegué al inicio de un puente de 160m de longitud que sortea el cañón de punta a punta. Fue construido en el año 2012 por los habitantes de Khndzoresk, sin utilizar maquinaria moderna, y la verdad es que se nota. El suelo está hecho de una malla metálica que en algún punto tiene agujeros y parece que se vaya a abrir en cualquier momento; las protecciones laterales me llegaban a la altura de la cadera, y un par estaban sueltas; y el puente se balanceaba mucho. Si a todo esto le añadimos mi vértigo al encontrarme a 40m del fondo del barranco… Cruzar el puente se me hizo eterno. Pero logré avanzar poco a poco, agarrado a los laterales, evitando las dudas, y llegué al otro lado.
3. Recorrido por el valle: desde el puente arranca un sendero que baja al fondo del valle, pasando junto a muchas cuevas en las que se puede entrar a curiosear. Dentro hay columnas, depósitos y huecos en las paredes. Los expertos afirman que en su momento de máximo apogeo vivían en Old Khndzoresk unas 15mil personas. Y para acceder a las cuevas más altas había un complejo sistema de escaleras y cuerdas. Tenía que ser una imagen espectacular. Actualmente muchas cuevas se utilizan para guardar ganado o almacenar heno.
También visité la Iglesia de Santa Hripsime, construida en el siglo XVII. Me gustó la entrada, decorada con relieves; alguna lápida curiosa; y su interior, lleno de ambiente, con pequeños altares, iconos y velas.
Al llegar a la zona de chimeneas intenté seguir una ruta indicada en maps.me que se internaba entre ellas. Pero el sendero había desaparecido. Y tras un rato en el que acabé con un pie dentro de un arroyo y el cuerpo arañado por las zarzas, tuve que retroceder. Aun así, me acerqué bastante e hice buenas fotos. En el cielo revoloteaban grupos de ruidosas palomas, cuervos y un águila.
4. Subida a New Khndzoresk: para acabar la excursión seguí una pista de tierra que me llevó hasta el pueblo moderno, situado en la parte superior del cañón. De camino exploré más cuevas; disfruté de vistas alucinantes desde varios miradores, rodeado de formaciones rocosas imposibles; y visité otra iglesia, con una portada muy fotogénica.
En total estuve unas 3 horas y me lo pasé genial. Con un tiempo perfecto y muy poca gente a mi alrededor.
REGRESO IMPROVISADO A GORIS
Una vez en New Khndzoresk tenía que decidir si volvía al punto de partida y buscaba allí transporte; o si lo intentaba desde donde estaba. Al final opté por lo segundo, porque me encontraba más cerca de la carretera principal; y (para ser sincero) porque así me evitaba cruzar de nuevo el puente colgante. Tuve que caminar un rato para atravesar el pueblo, de escaso interés. Paré en una tienda donde compré unas galletas y un zumo de naranja (520D) (mi idea era una cerveza fría, pero no tenían abridor…). Y llegué a las afueras de New Khndzoresk.
En ese momento me di cuenta que no había calculado bien las distancias y me faltaban unos 4km hasta la carretera. Pero mientras avanzaba fui controlando los vehículos que pasaban, y cuando vi un taxi lo paré. Dentro iban dos chavales vestidos con uniforme militar que también se dirigían a Goris. Aunque eso no fue lo mejor: cuando acabamos el trayecto en el centro del pueblo y pregunté al taxista el precio… ¡me dijo que no tenía que pagar nada! Vaya sorpresa. Si es que por mucho que me complique la vida, al final la suerte me acaba sonriendo… Con este buen sabor de boca acababa mi estancia en Goris y mi recorrido por Armenia.
CONCLUSIÓN
Goris es mucho más que una simple base para visitar el Monasterio de Tatev, y los paisajes de la zona merecen una visita por sí solos. Caminando entre las chimeneas de roca y cuevas de Old Goris o Khndzoresk te sentirás transportado al corazón de la Capadocia. Y un vertiginoso puente colgante pondrá a prueba tu resistencia a las alturas. Dos jornadas completas son suficientes para explorar la zona. Y si optas por viajar a Tatev utilizando el telecabina, sigue mis consejos y te evitarás pasar un mal rato.
Además de estos lugares mi idea inicial era visitar la Sev Lich Nature Reserve, un lago situado en las montañas a casi 2.700m de altura. Como estaba a bastante distancia, había pensado llegar combinando un trayecto en 4×4 con una caminata en solitario, realizando una excursión de un día. Pero cuando comenté mis planes en el alojamiento, Grachik y Silva me prohibieron (literalmente) que subiera allí arriba solo en esa época del año, porque la zona estaba llena de lobos y corría peligro. Pensé en ignorar sus advertencias, pero finalmente decidí hacerles caso porque se pusieron bastante serios con el tema. Además, ya había caminado bastante por la montaña.
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