Una isla llena de edificios coloniales donde destaca una antigua mansión convertida en el símbolo del comercio de esclavos que tuvo lugar en esta parte de África
Gorée es una isla minúscula ubicada a escasa distancia de Dakar. Pasear por sus calles sin asfaltar, entre mansiones coloniales de vivos colores y rincones con encanto, es una experiencia única. Como un salto al pasado, cuando la importancia de Gorée solo era superada por la lejana Saint Louis. Cuenta con buenos restaurantes, hoteles acogedores, y suficientes atracciones para pasar una entretenida jornada. Entre las que destaca la conocida Maison des Esclaves.
VIAJE: DAKAR – GOREE
Para llegar a la Isla de Gorée primero viajé en taxi desde el centro de Dakar hasta la Gare Maritime. Los taxistas de la capital son regateadores infatigables y al final pude conseguir el trayecto por 3milF (precio que todavía considero abusivo). Y encima el tipo me quería cobrar más porque le pedí que parara un momento en un cajero automático para sacar dinero. Menuda cara…
En la Terminal de Pasajeros esquivé a los típicos listos que intentaban acoplarse con dudosas intenciones; compré en la taquilla un billete de ferry a Gorée (5.200F ida y vuelta); y me senté en la sala de espera. Por suerte solo fueron unos minutos porque el siguiente ferry partía hacia la isla en breve.
Ya en el barco ocupé un asiento en la cubierta superior para poder hacer alguna foto durante el trayecto y respirar aire puro. Se estaba genial, con un sol agradable, rodeado de turistas y lugareños que iban llegando poco a poco, como un colegio de críos; alguna pareja; y tres chicas espectaculares bastante ligeras de ropa para lo que es habitual en Senegal. Por cierto, me hizo gracia ver en un lateral de la cubierta un curioso cartel donde se advertía a los pasajeros que estaba prohibido… ¡tocar los tambores!
El viaje duró apenas 20 minutos. Antes de desembarcar pude contemplar una buena panorámica de Gorée, aunque soplaba un fuerte viento y las fotos salían bastante borrosas. Una vez en tierra el recibimiento no fue muy amable. Por lo visto hay que pagar una tasa turística de 500F por visitar la isla, pero nadie lo sabía (especialmente los turistas occidentales), y un policía se encargaba de enviar a la gente a la Oficina de Turismo con muy malos modos. Si a esto le añadimos varios pesados al acecho y unos cuantos vendedores ambulantes, la escena distaba mucho de ser ideal. Pero bueno, tras abonar la tasa me sumergí en las calles de Gorée y ya no me molestó nadie.
ALOJAMIENTO: CHEZ VALÉRIE – 30milF/Noche
*Puntos a favor: habitación gigantesca; cama doble muy cómoda; limpieza impecable; mobiliario moderno; ubicación ideal, en pleno centro de la isla; tranquilidad total por la noche; wifi rápido; mosquitera; encargada muy amable.
*Puntos en contra: baño compartido (aunque era el único huésped y la ducha funcionaba genial); precio (aunque alojarse en la isla es caro y no había muchas alternativas económicas).
En una decisión bastante arriesgada decidí plantarme en Gorée sin reserva, teniendo en cuenta que no hay muchos hoteles en la isla; que la mayoría son de gama media/alta, con precios elevados; y que ya eran las 17h. Por suerte en el primer lugar recomendado por mi guía de viajes tenían una habitación libre y me pude instalar sin problema.
EL PASADO DE GORÉE
Al igual que ocurrió en muchas otras partes de África, los primeros occidentales en establecerse en la isla de Gorée fueron los portugueses, que en 1450 la bautizaron con el nombre de Palma y construyeron un pequeño puesto comercial. Así continuaron las cosas, hasta que en 1588 llegaron los holandeses, y se hicieron con el control de la isla. Su influencia fue destacada: construyeron los dos fuertes que todavía hoy se mantienen en pie; y rebautizaron la isla con el nombre de Goede Reede, que en holandés significa «Buena Bahía», y que con el tiempo derivó en el Gorée actual.
Aunque la isla se hizo importante de la mano de los franceses, que en 1667 expulsaron a los holandeses, y permanecieron en Gorée durante 300 años. Los siglos XVIII y XIX constituyeron la edad de oro de Gorée, durante la que prosperó una pequeña comunidad de comerciantes conocidos como Métis (mestizos o mulatos), descendientes de los primeros colonos europeos.
Por desgracia, en esa época el producto con mayor demanda en los mercados eran los esclavos. La necesidad de mano de obra para trabajar en las plantaciones y minas del Nuevo Mundo (principalmente Brasil) había dado lugar a un intenso tráfico de esclavos. Con decenas de barcos que partían de África Occidental cargados de seres humanos rumbo al continente americano. Y Senegal era la colonia subsahariana más cercana a Europa. Así que los reinos locales se encargaron de abastecer la demanda, organizando batidas en el interior del país, y arrasando aldeas para secuestrar gente y enriquecerse a su costa.
Hoy día la isla de Gorée se asocia de forma inmediata al tráfico de esclavos. Y es verdad que desde aquí abandonó Senegal casi un tercio de su población (unas 300mil personas), con un efecto devastador. Pero no fue ni de lejos el principal puerto exportador de seres humanos. Le ganaron por goleada otras colonias más al sur, como Angola.
En 1848 Gorée recibió la categoría de commune, igual que Saint Louis, de la que dependía administrativamente. Pero ese mismo año, la abolición de la esclavitud marcó el inicio del declive de la isla. Los franceses tuvieron que reorientar la economía de Senegal, apostando por el comercio de otro producto: los cacahuetes. Y el puerto de Gorée era demasiado pequeño para exportar cacahuetes en cantidades industriales. Así que la actividad se trasladó a la costa continental, primero a Rufisque; y más tarde a Dakar.
Y la antaño importante Gorée quedó marginada de las rutas comerciales, hasta convertirse en lo que es hoy: una isla con apenas 1.500 habitantes, que vive principalmente del turismo, gracias al magnífico estado de conservación de muchos de sus edificios.
PASEANDO POR EL NORTE DE GOREE
La gran ventaja de alojarse en Gorée es que permite caminar tranquilamente por sus calles, disfrutando de una atmósfera relajada. Porque la mayoría de turistas que visitan Gorée regresan a Dakar por la tarde; y en la isla no hay carreteras asfaltadas ni vehículos a motor. Así que se trata de un lugar ideal para deambular sin rumbo, aprovechando las últimas luces del atardecer.
Como solo tenía un par de horas me centré en el extremo norte de la isla. Aquí pude contemplar los primeros ejemplos de arquitectura colonial, con viviendas de color pastel (predominaban el amarillo y el rojo) cubiertas de bouganvillas. Visité la enorme Place du Gouvernement, con algún baobab gigantesco y bancos donde había ancianos charlando al sol. Me acerqué a la pequeña playa junto al embarcadero, con pirogues tradicionales y gente paseando. Y contemplé los muros exteriores del Fort d’Estrées, que ahora alberga un museo de historia. Por todas partes había pequeños comercios y grupos de niños jugando. Eso sí, el viento soplaba cada vez con más fuerza y cuando se ocultó el sol busqué rápidamente un lugar para cenar.
CENA: ANN’SABRAN
Uno de los restaurantes que ocupan la playa de Gorée. Lástima que el viento me impidiera sentarme en la terraza y en su lugar ocupé una mesa del comedor. Como ya estaba cansado del Yassa Poulet y el marisco era muy caro, opté por un Emincée de Boeuf au Poivre Vert (trozos de carne de ternera con salsa a la pimienta), acompañado de patatas fritas y una botella de agua grande. La porción era abundante y estaba muy rica; y el camarero amable y eficiente. Todo por 5milF. Una maravilla poder disfrutar de la gastronomía francesa en África.
EXPLORANDO EL SUR DE LA ISLA
Al día siguiente me desperté tras una noche de sueño impecable, y poco después ya estaba disfrutando de un delicioso desayuno en la terraza de mi alojamiento. El entorno era una maravilla, con abundante vegetación y docenas de pájaros cantando. El menú consistió en pan con mermelada; un té verde; y un zumo de Bissap. Justo lo que necesitaba. Precio: 1.500F (no estaba incluido en la habitación).
Después salí a la calle para continuar visitando la isla, aprovechando que todavía no habían llegado los primeros barcos cargados de turistas. Durante mi paseo pasé junto a muchas mansiones coloniales, algunas en perfecto estado de conservación, albergando hoteles, museos, salas de arte o viviendas particulares; otras medio en ruinas, reclamando que alguien se hiciera cargo de ellas. Por las calles vi mujeres con sus bebés a la espalda; niños camino del colegio; señoras paseando… Las oportunidades fotográficas eran infinitas. Y por suerte los habitantes de Gorée son mucho más tolerantes en este sentido que los de Saint Louis. No tuve ningún problema, aunque siempre guardando las distancias.
Para acceder al extremo sur de Gorée subí por una empinada calle flanqueada de baobabs hasta llegar a Fort Saint-Michel (también conocido como Castel). Desde arriba las vistas de Gorée son espectaculares, con un mar de viviendas antiguas. Incluso la antena de telefonía de la isla está camuflada en el interior de una palmera artificial para no estropear el paisaje. En el horizonte, entre brumas, se divisaba la costa de Dakar. Y en los alrededores hay numerosos puestos de artesanía, algunos con carteles que prohibían hacer fotos. Vaya tela…
Tras bajar del fuerte continué explorando Gorée, descubriendo más casas coloniales con balcones de madera y enormes ventanas; un edificio en restauración sobre el que descansaba un halcón; y mujeres con vestidos de vivos colores.
LA MAISON DES ESCLAVES
Esta casa es sin duda la principal atracción turística de Gorée. Fue construida en el año 1786 para Anne Pépin, una poderosa Signare que mantenía una relación amorosa con el por entonces gobernador de Senegal, Stanislas de Boufflers. Las Signares eran mujeres mestizas que se enriquecieron gracias al tráfico de esclavos y alcanzaron un elevado estatus social en las colonias francesas de África.
Según el relato oficial la vivienda de Pépin desempeñó un rol crucial en el comercio de esclavos procedentes de África Occidental, y cada año salían de sus mazmorras miles de seres humanos con destino al Nuevo Mundo. Pero hay numerosos historiadores que no están de acuerdo con esta teoría, por varios motivos:
*La casa se construyó muy tarde, cuando solo faltaban 60 años para la abolición de la esclavitud.
*Sus dimensiones son reducidas: nada que ver con los enormes castillos de Cape Coast o Elmina (Ghana).
*Está alejada del puerto, lo cual habría dificultado el transporte masivo de personas.
Como mucho en la casa vivían los esclavos personales de la Signare. Pero a pesar de estas incongruencias la Maison des Esclaves se ha convertido en todo un símbolo de las atrocidades de esa oscura época, recibiendo a todo tipo de personalidades, desde el Papa Juan Pablo II hasta Bill Clinton, pasando por Nelson Mandela o James Brown.
La entrada cuesta tan solo 500F. Además al poco de mi llegada comenzó una visita gratuita a cargo de un guía local que aportó un montón de información. Una pena que a esas alturas ya habían llegado a la isla los primeros ferries desde Dakar y la Maison des Esclaves estaba llena de turistas que dificultaban muchísimo la fotografía.
En la parte inferior de la casa estaban las mazmorras, donde se hacinaba a los esclavos en condiciones infrahumanas, separados por sexos y edades. En un muro hay un pequeño hueco donde se encerraba sin apenas espacio a los más problemáticos. Y en un extremo se encuentra la Puerta Sin Retorno, que cruzaban los esclavos para subir a los barcos rumbo al Nuevo Mundo.
En la parte superior vivía Anne Pépin con su familia. Se accede por una imponente escalera doble y las salas están muy bien restauradas. En la estancia principal hay un museo con numerosos carteles explicativos y objetos de la época. Yo estuve más de una hora explorando cada rincón.
COMIDA: GORÉE DOLCE VITA
Un restaurante ubicado en la calle que sube al Castel, con una agradable terraza exterior rodeada de árboles a salvo de las hordas de turistas (por suerte se concentran en los locales de la playa). De nuevo pedí Yassa Poulet (cuando encuentro un plato que me gusta no me importa repetir) acompañado de una botella de agua grande. Y de postre cayó una deliciosa Macedonia à la Goréene (no entiendo lo de Goréene porque era una macedonia normal). Precio: 6.500F. Tras llenar el estómago me quedé un buen rato sentado a la sombra, con una relajante música de fondo y una suave brisa.
Más tarde, mientras esperaba el ferry de regreso a Dakar, me senté en la terraza de un restaurante de la playa y me tomé un té. La verdad es que el ambiente estuvo entretenido, con infinidad de vendedores ambulantes ofreciendo sus productos (acuarelas, tallas de madera, maracas hechas con semillas de baobab…); un grupo de abuelas españolas comportándose como Paco Martínez Soria recién llegado a la ciudad, comprándolo todo y repartiendo euros de propina sin venir a cuento; un grupo de estudiantes locales muy fotogénicos… Por suerte el ferry apareció puntual y pude regresar a Dakar sin problemas.
CONCLUSIÓN
La Isla de Gorée es una magnífica excursión de un día que puedes realizar fácilmente desde Dakar. Aunque te recomiendo pasar la noche en la isla y así la podrás visitar a última hora de la tarde y a primera hora de la mañana, cuando los grupos de turistas todavía no invaden sus calles y la atmósfera es más auténtica.
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