Playas paradisíacas y antiguas iglesias coloniales en la ciudad que un día fue la joya de la corona del Imperio Portugués
Goa es el estado más pequeño de la India, y también el más rico. Pero estas no son las únicas diferencias con el resto del país. Hasta hace poco más de 50 años esta zona todavía era una colonia portuguesa, y eso se nota en mil detalles: la arquitectura, el carácter de sus habitantes, y el ambiente relajado. Nada que ver con las ciudades que había visitado hasta ese momento. Los turistas acuden principalmente para relajarse en sus playas y pasear por las tranquilas calles de Panaji y Old Goa. Y constituye un lugar excelente para poner punto y final a un recorrido por el sur de la India.
VIAJE NAGARHOLE – BANGALORE
Cuando inicié este desplazamiento, mi estado de ánimo no era el ideal. Me había quedado sin visitar el Parque Nacional Nagarhole, y había perdido un tiempo muy valioso. Pero no quedaba otra que continuar la ruta. El personal del Jungle Inn me informó que a las 10.30h pasaba por la entrada del lodge un autobús en dirección a Bangalore. Así que a esa hora ya estaba apostado en la carretera con mis mochilas preparadas. Y al poco apareció el vehículo.
Aunque nada más pagar el billete y ocupar mi asiento, comprobé con horror que aquel bus era un trasto y no pasaba de los 10km/h. El motor no tiraba; nos adelantaba todo el mundo (incluso camiones pesados); y a la mínima pendiente se quedaba clavado. Yo al principio pensaba que era porque el bus estaba lleno de lugareños. Y cuando el vehículo se vació, porque la carretera era estrecha y había bastante gente caminando por los laterales. Pero una vez en la carretera principal, se hizo evidente que el problema era el motor. Así no íbamos a llegar nunca a Bangalore, ciudad situada a casi 200km de distancia.
Solución: al parar en Mysore, le dije al revisor que me bajaba allí, y que me reembolsara la diferencia de precio, lo cual hizo sin rechistar. Ya en tierra, tardé unos minutos en descubrir donde estaban los autobuses decentes que iban a Bangalore; me subí en uno; pagué el billete; y nos pusimos en marcha, a buen ritmo, y sentado en un confortable asiento. Ahora parecían más factibles mis planes, que consistían en llegar lo antes posible a Bangalore, y una vez allí intentar comprar un vuelo interno para viajar esa misma tarde a Goa. Mi bus avanzó realizando poquísimas paradas para dejar o recoger pasajeros, con tan solo un breve descanso de 15 minutos para comer. Mientras, yo escuchaba música con mi Ipod, y contemplaba el paisaje.
Pero una vez en las inmediaciones de Bangalore nos encontramos con un tráfico infernal que nos hizo avanzar a paso de tortuga. Y acabé bajando del bus a las 16.30h. Había tardado nada menos que 6 horas en recorrer 200km… Aun así, me puse a caminar en busca de una agencia de viajes para comprar el vuelo a Goa, confiando en que encontraría alguna sin problemas. En cambio, acabé vagando desorientado durante media hora, cargado con mis mochilas, entre un mar de tráfico, gente, contaminación y olores desagradables. Y lo único que encontré fueron librerías (había por todas partes).
Al final, sin muchas esperanzas, decidí preguntar a un lugareño. Y sorprendentemente me dio indicaciones precisas para llegar a una agencia de viajes cercana, plantándome allí en 5 minutos. La buena noticia: que salí del local con mis billetes en la mano, no solo el de Goa, sino también el siguiente de regreso a Mumbay. Y además, a un precio más que razonable. La mala noticia: que tenía que pasar la noche en Bangalore y volar al día siguiente. La anécdota se produjo cuando la chica que me atendía insistía en que mi pasaporte estaba dañado, y no me lo aceptarían en el aeropuerto. Cuando lo único que le pasaba era que tenía una esquina mojada, fruto de las lluvias en Nagarhole.
PERDIDO EN BANGALORE
Bangalore es la capital del estado de Karnataka, y la quinta ciudad más grande de la India, con casi 6 millones de habitantes. Desde los años 80 destaca por su floreciente industria del software y la electrónica, que ha transformado radicalmente una población antaño conocida como Ciudad Jardín, por su clima y verdor. Yo no sé cómo sería la Bangalore de antes, pero la de ahora es sencillamente horrible. Incluso peor que Hyderabad o Mumbay. Con grandes avenidas llenas de ruidoso tráfico, construcciones grises, oleadas de gente… Las guías de viaje le dedican excesiva atención, y destacan varios lugares de interés turístico. Pero se trata de un lugar a evitar por completo.
Tras mirar en mi guía la oferta de alojamientos, paré un auto rickshaw, y le dije al conductor que me llevara a un hotelito que tenía muy buena crítica. El regateo fue feroz, pues el tío me pedía 150 R y le bajé a 70 R. Pero después resultó que no tenía ni idea de dónde estaba el hotel, y tuvo que parar varias veces a preguntar a la gente, enseñándoles el mapa de mi guía. Qué desastre… Y encima estaba oscureciendo, y no sabía si había habitaciones disponibles (al estar recomendado por Lonely Planet, era un riesgo evidente).
En fin, una vez más fui yo quien vio el cartel del hotel e hice parar al conductor, pues él seguía a su ritmo sin enterarse de nada. Pero aun así me tocó explorar durante un cuarto de hora, pues la entrada estaba realmente oculta. Al final la encontré, y el escenario cambió de forma radical. Un empleado me recibió con amabilidad y una amplia sonrisa, y me dijo que podía elegir entre varias habitaciones.
ALOJAMIENTO: CASA PICCOLO COTTAGE – 2.500R/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa, ubicada en una casa antigua de 1915, con vigas de madera en el techo; cama doble muy cómoda; lavabo privado con ducha perfecta; ubicación genial, en un callejón alejado del bullicio de la ciudad; TV por cable; agua gratis; personal amable y sonriente; restaurante propio.
*Puntos en contra: ninguno (el precio era algo alto, pero incluía un desayuno fenomenal).
Ya instalado, tocaba llenar el estómago. Para no complicarme la vida, me quedé en el restaurante del hotel. Y me senté en una terraza interior, donde cené una pizza de carne y pollo que me dejó a reventar, acompañada de 3 Cokes. Además, pude mantener un par de charlas interesantes: con el encargado del hotel, de carácter afable y un inglés perfecto; y con una chica belga, que vivía en el norte del país realizando su tesis de final de carrera en un hospital, y estaba de paso en Bangalore.
Con estas buenas sensaciones tras una dura jornada, regresé a mi habitación para una larga noche de sueño. Más que merecida.
VIAJE BANGALORE – PANAJI
Al día siguiente, me levanté a buena hora, bajé a la terraza del restaurante, y me encontré con una grata sorpresa: el mejor desayuno de todo el viaje. Con mucha diferencia. Comí de todo: tostadas con mermelada y mantequilla, cereales con leche, macedonia de frutas, zumo de manzana… Delicioso y abundante. Una forma ideal de comenzar la jornada.
A continuación, seguí las instrucciones del personal del hotel: caminé hasta una parada de bus cercana; y a los dos minutos apareció uno, que me llevó hasta la misma puerta del aeropuerto. El trayecto duró una hora, ya que el nuevo aeropuerto internacional está ubicado a 40km del centro (el anterior estaba a solo 7km). Como era de esperar, los empleados no pusieron ninguna pega al ver mi pasaporte con una esquina mojada. Eso sí, me tocó pagar una tasa de salida de 270 R por utilizar las instalaciones, para financiar la construcción del nuevo aeropuerto. No se libraban ni los lugareños. En fin… Como tenía tiempo, estuve curioseando tiendas; y me senté a refrescarme con un batido de fresa con helado de vainilla. Y a la hora prevista, embarqué en mi avión, y despegamos puntuales.
Volé con la compañía nacional IndiGo, y el trayecto duró alrededor de una hora, sin nada que destacar. Ya en tierra, recuperé mi mochila grande. Y contraté en el aeropuerto un taxi oficial que me llevó hasta el centro de Panaji, a 30km del aeropuerto. Desde la ventanilla pude contemplar un paisaje espectacular. A un lado, la costa del Mar de Arabia. Al otro, enormes y coloridas casas coloniales, rodeadas de palmeras, muchas de las cuales estaban deshabitadas y cayéndose a pedazos.
ALOJAMIENTO: SONA HOTEL – 900R/Noche
*Puntos a favor: ubicación céntrica; ausencia total de ruidos.
*Puntos en contra: habitación sucia y destartalada; lavabo privado que apestaba a orín; cama llena de cucarachas, que por la noche se me subían por el cuerpo; precio.
Mi primera opción fue el Panjim Inn, pero no les quedaban habitaciones básicas disponibles. Y las de calidad superior salían por 3.000R. Así que decidí buscar algo más asequible, y salí a la calle. En ese momento cometí un error estrepitoso, indigno de mí. Al salir del hotel me encontré con el taxista, que durante todo el trayecto hasta Panaji se había mostrado muy amable y dispuesto a ayudarme. Al enterarse que estaba sin alojamiento, y del precio que me habían pedido por una habitación, se ofreció a llevarme a un hotel de un conocido suyo, donde no tendría problema en conseguir una habitación mucho más barata. Yo como ya me conozco el truco de los taxistas, le ignoré. Pero el chaval continuó insistiendo, y de forma inexplicable acabé dentro del taxi, rumbo al hotel.
Ya en la puerta, me bajé del vehículo y me despedí del taxista, intentando evitar que entrara conmigo y reclamara su comisión. Pero mientras hablaba con el recepcionista, apareció detrás de mí y le dijo algo al empleado. Estaba clarísimo. Y a pesar de todo, me enseñaron la habitación y decidí quedarme. Y encima pagué dos noches por adelantado… En mi defensa puedo alegar que estaba cansado, temía no encontrar alojamiento, el taxista me pareció sincero… Pero la realidad fue que la cagué estrepitosamente, y acabé en la peor habitación de todo mi viaje por el sur de la India.
Al poco de instalarme me di cuenta de mi error. Y al descubrir que había cucarachas (levanté la almohada y apareció una corriendo) decidí intentar arreglarlo. Así que cogí mis mochilas y bajé a la recepción, dispuesto a recuperar mi dinero y largarme de allí. Pero estaba en una posición claramente perdedora. Y a duras penas pude negociar una solución intermedia: me dieron otra habitación (igual de mala que la primera); y cancelaron la segunda noche. Me lo tenía merecido por tonto…
En fin, con ese panorama decidí salir a la calle a explorar el lugar.
EL PASADO DE GOA
Los portugueses desembarcaron en Goa en 1510, y establecieron una base en el subcontinente, con la intención de controlar la Ruta de las Especias. Y a pesar de las hostilidades del Imperio Maratha (que dominaba buena parte de la India), y de una breve ocupación por parte de los ingleses, consiguieron permanecer en la zona durante casi 450 años. Hasta que en 1961 fueron expulsados por las tropas indias (ya independizada de los ingleses), tras el rechazo de Portugal a negociar una entrega pacífica de sus territorios.
Durante los años 60, Goa se convirtió en la meca de hippies y mochileros, que acudían de todas partes del mundo para disfrutar de sus playas, fiestas, drogas y ambiente hedonista. Actualmente, gran parte de esa atmósfera ya ha desaparecido. Goa se ha convertido en el principal destino playero del país, y no queda prácticamente ningún rincón por descubrir.
La capital de Goa es Panaji, una población ubicada en la desembocadura del río Mandovi. Aquí se trasladó la capital de la colonia portuguesa en 1843, cuando una serie de epidemias hicieron que el virrey abandonara su residencia en Old Goa. Actualmente todavía conserva un ambiente muy tradicional.
EXPLORANDO LAS CALLES DE PANAJI
Durante mi visita al casco antiguo de Panaji, me centré en recorrer los barrios más antiguos: Sao Tomé y Fontainhas, siguiendo una ruta recomendada por mi guía de viajes. Ya eran las 15.30h, y la luz era perfecta para sacar fotos. La verdad es que el paseo estuvo genial, con imágenes de postal y bonitos detalles a cada paso. Había multitud de casas coloniales, de bellísimos colores (amarillo, ocre, verde…), todas con cenefas blancas, al estilo portugués. Algunas habitadas y otras dejadas de la mano de Dios, con tejados a punto de venirse abajo, colores apagados y vegetación amenazante.
En cuanto a visitas concretas, destacar:
1. Iglesia de Nuestra Señora de la Inmaculada Concepción, de un blanco impecable. Con una doble escalinata de acceso, y una fachada barroca con coloridas esculturas de la Virgen.
2. Templo de Maruti, dedicado al dios Hanuman, de color salmón, con torres y esculturas… Estaba ubicado en una colina desde la que disfruté de buenas vistas de los alrededores: el río, palmerales, tejados del pueblo… La anécdota se produjo cuando subiendo hacia el templo vi que bajaba por las escaleras una enorme serpiente a toda velocidad. Y un lugareño pasó al lado caminando y ni se inmutó, como si fuera lo más normal del mundo…
Pero en general, aparte de estas dos visitas, la mayor parte del tiempo estuve explorando callejuelas estrechas, que parecían ser extensiones de las viviendas de los lugareños. Con ropa tendida; pequeños altares dedicados a santos y vírgenes con ofrendas de todo tipo; macetas atiborradas de flores; niños jugando; perros durmiendo; abuelas asomadas a la ventana o regando las plantas… Cada rincón era digno de fotografiar… Una visita memorable. Además, el volumen de turistas fue más que aceptable. Al estar en Goa, me esperaba oleadas de grupos organizados. Pero aparte de coincidir puntualmente con alguna pareja o pequeño grupo que realizaban la misma ruta que yo, la mayor parte del tiempo estuve solo. Bajo la atenta mirada de los lugareños.
Para poner punto y final a la excursión, me senté en una mesa del restaurante Venite. Y disfruté de un Batido de Plátano, de sabor algo peculiar, aunque de grandes proporciones y refrescante. El interior del restaurante, ubicado en la primera planta de un edificio antiguo, era como un museo. Con sillas y mesas muy elaboradas; suelos de madera oscura; paredes llenas de cuadros; lámparas y todo tipo de objetos colgando del techo; pequeños balcones que daban al exterior, con vistas a la calle… Eso sí, la clientela 100% occidental.
Tras una tarde perfecta, no tenía ningunas ganas de regresar a mi horrible habitación. Pero no quedaba otra. Como decidí saltarme la cena, me acosté a buena hora, con ganas de que amaneciera lo antes posible. Aunque el lugar no me lo puso fácil. Primero un empleado del hotel que se puso a hablar a gritos con el móvil junto a mi puerta (tuve que salir y mandarlo a otro sitio con cara de pocos amigos). Y después, las insistentes cucarachas, que aparecían de debajo del colchón y me despertaban a cada momento.
Al día siguiente, a primerísima hora, ya estaba vestido y con mis mochilas preparadas, dejando atrás el lúgubre Sona Hotel. Y caminé hasta un alojamiento donde la tarde anterior había realizado una reserva, aprovechando mi paseo por Panaji.
ALOJAMIENTO: PARK LANE LODGE – 840R/Noche
*Puntos a favor: habitación ubicada en una antigua casa colonial, en pleno casco antiguo, rodeada de vegetación; limpieza extrema; la propietaria era una anciana muy agradable.
*Puntos en contra: habitación pequeña y con mobiliario destartalado; ruido por la noche (aunque por culpa de unos huéspedes).
Como la habitación todavía estaba ocupada, me tocó esperar un rato sentado en la calle. Pero a las 8.30h ya había cumplido con la burocracia habitual (rellenar impreso, fotocopia de mi pasaporte, etc…) y estaba instalado. Y en cuestión de minutos, sin preocuparme por desayunar o lavarme la cara, me lancé a la calle equipado con mi mochila pequeña, en busca de nuevas aventuras.
VIAJE PANAJI – ARAMBOL
Tras una tarde visitando el pasado colonial de Goa, esta jornada tocaba disfrutar de sus famosas playas. El problema era que muchas de ellas estaban ocupadas por locales de fiesta, centros hoteleros, campamentos de yoga, comunas hippies… Así que para tratar de huir de todo eso, opté por la que según las guías de viaje es una de las playas más paradisíacas del estado: Mandrem Beach. La pega era que estaba ubicada en el extremo norte de Goa. Pero bueno, tenía todo el día disponible, así que no importaba.
Estos fueron los pasos a seguir para llegar:
1. Caminé hasta la terminal de autobuses de Panaji, y al momento ya estaba subido en un vehículo shuttle que en media hora me llevó a Mapusa, la ciudad más grande del norte de Goa. El principal atractivo de esta población es su alegre mercado semanal, que precisamente tenía lugar ese día (viernes). Pero como mi objetivo era llegar a la playa, decidí pasar de largo.
2. Tras preguntar a un lugareño, encontré la parada de mi siguiente bus; esperé unos minutos; y apareció el vehículo, con el que viajé hasta Arambol. El trayecto duró una hora, recorriendo una carretera estrecha que atravesaba palmerales, pueblecitos encantadores, puentes sobre ríos surcados por embarcaciones tradicionales… A cada momento aparecían ante mí imágenes con pequeñas iglesias de color blanco, mansiones coloniales… Qué pena no poder recorrer esta zona en vehículo propio, a ritmo pausado, deteniéndome para sacar fotos…
Arambol es una población que en los 60s se convirtió en el epicentro de la peregrinación hippy. Y aun hoy día está lleno de personajes muy peculiares. Durante mi breve paso por el lugar pude ver abuelos de pelo largo y bañadores diminutos; una chica con rastas larguísimas que le llegaban por debajo del trasero; hombres tatuados con pinta fiestera; mujeres mayores con ropa hippy; centros de yoga y ayurveda en cualquier rincón… Así que no perdí ni un minuto más de la cuenta en Arambol.
3. Por último, paré una moto-taxi (típicas de Goa), y por fin llegué a la playa de Mandrem, ubicada al sur del pueblo, junto a la desembocadura del río del mismo nombre.
RELAX EN LA PLAYA DE MANDREM
Nada más llegar, dediqué un buen rato a recorrer la playa con tranquilidad. La verdad es que el paisaje era muy bonito: el río Mandrem, atravesado por diversos puentes de madera, fabricados con cañas y tablas; embarcaciones tradicionales sobre la arena; y como telón de fondo, bellos palmerales, con algún campamento de cabañas con techo de paja. Además, había poquísima gente, y tenía el lugar casi para mí solo. Cerca de la orilla, aparecían pálidos cangrejos que, a mi paso, salían corriendo y se escondían en agujeros.
Pero también hay que decir que la playa en sí no era muy espectacular: arena dorada, similar a muchos lugares de la costa catalana; agua de tonalidad oscura; y cielo uniforme. Nada que ver con algunas playas que he visitado, donde la arena era blanca y finísima, el agua de color azul turquesa y el cielo estaba lleno de nubes de algodón que quedaban genial en las fotos. Es lo que tiene vivir cerca de la costa. O la playa es excepcional, o me deja indiferente…
En fin, tras pasear a placer y sacar bastantes fotos, decidí hacer un alto y tomar algo, pues el sol comenzaba a castigar. Y fui hasta el restaurante del River Cat Villa, un alojamiento recomendado por mi guía. No fue fácil encontrarlo, pues estaba oculto tras un espeso palmeral, a orillas del río. Pero mereció la pena. Se trata de una mansión llena de esculturas, pinturas y todo tipo de antigüedades curiosas. Y con una terraza exterior de ensueño, con cómodos sofás, columpios, velitas, telas árabes… Un lugar perfecto para tomar una copa por la noche con la pareja o un grupo de amigos… Como no tenía hambre, me pedí un Banana Lassi, un té (me pusieron una tetera generosa), y un litro de agua. No fue barato, pero llené el cuerpo de líquidos, y pude usar el lavabo del restaurante para asearme un poco.
De regreso a la playa, la única cosa que me quedaba por hacer era tumbarme a tomar el sol y descansar. Pronto descarté la alternativa de bañarme, pues no había duchas, y no tenía muchas ganas de pasar el resto del día con el cuerpo lleno de salitre. Durante mi paseo, ya me habían ofrecido tumbonas en un par de locales por 50R. Así que cuando vi un sitio que me gustó, caminé hasta el chiringuito (de nombre Oasis) para alquilar una. No fue sencillo, pues tuve que cruzar toda la playa, y atravesar el río por uno de los puentes. Pero el encargado valoró este gesto, y me dejó usar gratis una de las tumbonas. Según él, mucha gente pasaba y las cogía sin pedir permiso. Y yo en cambio me había pegado una pateada importante bajo un sol de justicia. Buen gesto.
En fin, de regreso en la tumbona, me estiré, y allí estuve durante unas 3 horas, bajo un techo de cañas que evitaba el impacto directo del sol. Se estaba genial, relajado con el sonido de las olas, la suave brisa, pájaros revoloteando… Y con tan solo otra turista a varias tumbonas de distancia. Aunque de vez en cuando aparecía algún vendedor ambulante que tocaba las narices. Como un insistente masajista que empezó a toquetearme las piernas, al que tuve que mandar a paseo de forma enérgica. Al final, llegaron dos familias con un crío que no paraba de berrear y se cargaba todo el ambiente. Así que decidí poner punto y final a mi jornada playera.
Como deferencia por la amabilidad, fui al Oasis y me tomé dos zumos Slice para hacer gasto. Y estuve charlando un buen rato con el encargado. Pero ya se hacía tarde, y a eso de las 16h decidí volver a mi hotel.
REGRESO A PANAJI
Esta vez seguí las indicaciones del dueño del Oasis, y realicé un recorrido diferente, que me ahorró un dinero. Para empezar, caminé un par de kilómetros hasta el pueblecito de Mandrem, orientándome gracias a los lugareños que me encontraba, los cuales respondían mis preguntas de forma amable y precisa. Pronto descubrí que Mandrem está creciendo a pasos agigantados, y ya parece un Arambol en miniatura, con tiendas de artesanía, tráfico intenso, turistas por todas partes… Cinco años más y la transformación será total.
En el pueblo, localicé la parada de bus correcta, y tras un cuarto de hora apareció el vehículo, que me llevó hasta Mapusa. Durante el trayecto, de nuevo un paisaje muy fotogénico. Y con bastantes lugareñas como compañeras de viaje, que daban un gran colorido al entorno, con sus pieles bronceadas, caras de rasgos exóticos, pelo negro azabache con tiras de flores… En Mapusa, cogí un shuttle sin problemas, y llegué a Panaji cuando ya se ocultaba el sol, satisfecho por lo bien que me habían salido las cosas durante el día.
CENA: VENITE RESTAURANT
La guinda del día fue una nueva visita al restaurante Venite. Esta vez conseguí mesa en uno de los balconcitos exteriores, y pude disfrutar de una opípara cena con vistas geniales. Cayó un buen plato de Mixed Fried Rice, con pollo, gambas, calamares, verduras… Delicioso y nada picante. Y para acompañar, dos cervezas locales, marca Kingfisher, heladas y muy suaves. Impecable.
Ya en mi habitación, tras una ducha que supo a gloria, me metí en la cama, con ganas de una noche bien diferente a la anterior. Pero la verdad es que fue menos plácida de lo esperado. Primero, una familia alojada en el hotel, que estuvo haciendo ruido hasta la medianoche (tenían un niño enfermo que no paraba de gritar y toser). Y de madrugada me despertaron los aullidos de una pareja de gatos en celo. Con la paz que se respiraba en el Sona Hotel (cucarachas a parte)…
LAS IGLESIAS DE OLD GOA
Al día siguiente, me hubiera quedado un rato más en la cama, pero tenía una agenda muy apretada. Así que me puse en marcha a buena hora, sin tiempo para desayunar. Primero caminé hasta la terminal de autobuses. Y al minuto ya estaba montado en una moto-taxi, que me llevó hasta Old Goa, a 9km de Panaji.
Old Goa se trata de la primera capital creada por los portugueses para administrar sus territorios en la India. Cuesta creer que esta población medio en ruinas tuviera en el siglo XVI más habitantes que Lisboa o incluso Londres, gracias a la riqueza procedente del comercio de especias y otros productos. Pero el libertinaje de los colonos portugueses llamó la atención de la iglesia. Y en 1560 se trasladó a la capital un tribunal de jesuitas que durante 200 años sembraron el terror: prohibieron las ceremonias hindús; destruyeron templos; y quemaron en la hoguera a miles de «infieles». Esta situación, unida a una serie de epidemias, provocó que en 1843 el virrey decidiera trasladar la capital de las colonias a Panaji.
El gran atractivo de este lugar es su abundancia de iglesias y conventos de la época colonial. Yo al principio era bastante reacio a visitar Old Goa, pues viviendo en Europa uno anda bastante servido de iglesias a cual más espectacular. Pero al final accedí a explorar la zona durante dos horas y media, siguiendo una ruta recomendada por mi guía de viajes, y visitando el interior de las iglesias más importantes. El sol era implacable. Y el ambiente de paz y tranquilidad total, con algún turista esporádico, o grupo de devotos feligreses.
Esto fue lo más destacado:
1. Sé Catedral, la iglesia más grande de la zona, con un espectacular retablo dorado en el altar mayor, representando escenas de la vida de Santa Catalina de Alejandría; y una elegante fachada exterior.
2. Basílica de Bom Jesús, venerada por católicos de todo el mundo, ya que alberga los restos mortales de San Francisco Javier, patrón de Goa. Aquí realicé una visita exhaustiva, y pude contemplar su fachada de color rojizo (es la única iglesia de Goa sin encalar); la sacristía, con una puerta de acceso bellamente tallada; el altar mayor; el púlpito de madera, con figuras talladas de Jesús y los evangelistas; y la propia tumba de San Francisco Javier, con un sarcófago donde se guarda su cuerpo.
Al lado había fotos antiguas del cadáver del santo, que por lo visto se conserva momificado. Francisco Javier era un monje jesuita que llegó a Goa con la tarea de expandir el cristianismo por las colonias portuguesas. Durante 10 años realizó viajes increíbles, hasta que en 1552 murió durante una travesía por las costas de China. El cuerpo se enterró temporalmente en una isla, y por lo visto cuando se desenterró al cabo de tres meses para trasladarlo, estaba incorrupto, hecho que se consideró milagroso y Francisco Javier fue canonizado.
3. Iglesia de San Agustín, que en su día fue la más grande y lujosa de la India, y de la que ahora solo queda una enorme torre de 46 metros de altura partida en dos;
4. Iglesia de San Francisco de Asís, con paredes llenas de coloridos frescos con ángeles y motivos florales.
Además de iglesias, pude contemplar otros monumentos esparcidos por la zona conocida como Holy Hill, que ofrecía buenas vistas de los alrededores, con el río, palmerales… Pero al final ya eran las 10.30h, y tocaba poner punto y final a mi viaje por la India. Así que cogí una moto-taxi hasta el hotel; recuperé mi mochila grande en la recepción; y continué en la misma moto-taxi hasta la terminal de bus. En la estación, cogí un autobús hasta Vasco da Gama, población más cercana al aeropuerto. Y allí otra moto-taxi que me dejó en el aeropuerto, sorteando un tremendo atasco (menos mal que iba en moto, si no…). Fue una combinación de transportes laboriosa, pero tenía tiempo, y así me ahorré los servicios de un taxi, que hubiera sido muchísimo más caro.
En el aeropuerto me estaba esperando un vuelo rumbo a Mumbai, ciudad donde había comenzado mi itinerario por el país.
CONCLUSIÓN
Goa es otro de esos lugares de visita obligada, ya sea para relajarse en la playa, descubrir su arquitectura colonial, o unirse a un grupo de yoga en busca de paz interior. Será necesario un mínimo de 3 días: uno para Panaji; otro para Old Goa y alrededores (como la mansión señorial llamada Casa Braganza); y el último para perderse en alguna playa. Dos recomendaciones: alquila una moto para explorar Goa, y así podrás detenerte donde quieras para contemplar y fotografiar sus maravillosos paisajes (yo me moví en transporte público y fue muy engorroso). Además, para viajar entre Mumbai y Goa, realiza el trayecto en tren. El Konkan Railway conecta ambos lugares cruzando los Western Ghats, y está considerado como uno de los recorridos más escénicos de toda la India (yo tuve que volar por falta de tiempo).
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