Explorando decenas de espectaculares templos con siglos de antigüedad, situados en una serie de cuevas excavadas en la roca
Las Cuevas de Ellora son un lugar excepcional. Se trata de una pared de piedra de 2km de largo donde durante más de 500 años (entre los siglos VI y X) generaciones de monjes de diferentes religiones excavaron cuevas en la roca donde ubicaron multitud de templos, capillas y monasterios. Y llenaron sus paredes de relieves y esculturas de una belleza exquisita. Además de construir el impresionante Kailasa Temple.
Una buena base para explorar las cuevas es Aurangabad. Ciudad que además cuenta con un par de atracciones turísticas interesantes para pasar una jornada entretenido.
VIAJE MUMBAI – AURANGABAD
Mi trayecto comenzó en las calles de Mumbai, donde cogí un taxi que me llevó hasta la Central Railway Station. Ya había comprado el billete desde casa, y mi tren no salía hasta las 21h. Así que me refugié en una cafetería tranquila equipada con ventiladores y me senté a escribir y beber una Fanta. Media hora antes de la salida bajé al andén 14, y me encontré mi tren ya esperando. Así que subí al vagón que me correspondía, me ubiqué en mi asiento, y partimos a la hora prevista.
Al principio, estuve un rato charlando con una simpática familia de lugareños que se dirigían a Nasik (antes de Aurangabad) y me invitaban a su casa. Y más tarde decidí estirarme en mi litera. Encontré algo confuso que asiento y litera tuvieran el mismo número asignado, pero estuvieran situados en lugares diferentes. Yo me pude aclarar con ayuda de la familia, pero en un par de ocasiones me tocó explicar el sistema a algún lugareño que tampoco lo entendía.
Bueno, el caso es que tenía unas horas por delante para descansar y relajarme en mi litera… O eso pensaba… Porque esta fue mi primera experiencia en un tren nocturno indio:
1. Para empezar, las medidas de la litera eran de lugareño, y tenía que estar todo el rato con las piernas flexionadas (era bastante incómodo).
2. Cada media hora parábamos en una estación, y el escándalo que se formaba era importante: luces encendidas, pasajeros ubicándose en asientos erróneos, el revisor pegando gritos, vendedores ambulantes… Independientemente de la hora.
3. Cuando el tren estaba en marcha, el ruido era ensordecedor: por las ventanas abiertas; y por unos pequeños ventiladores en el techo que giraban a toda pastilla… Ni siquiera podía escuchar música para distraerme.
4. Había que estar ojo avizor, pues con tanto trajín de gente mi equipaje corría peligro. Yo utilicé la mochila grande de almohada (nada confortable), y me até una tira al brazo por si acaso. En una parada subió a mi vagón un abuelo con barba larguísima y turbante, y al ver que curioseaba en mi litera, le aparté con la pierna. El hombre me miró con cara de indignación, pues probablemente lo que ocurría es que andaba perdido buscando su asiento. Pero es que había leído tantas historias sobre robos en trenes nocturnos en la India, que iba paranoico. Aunque en estos casos, mejor ser extra precavido que pecar de confiado.
5. Cuando el tren se detenía, no había forma de saber el nombre de la estación. Nadie avisaba, y la oscuridad no dejaba ver los carteles indicativos. Y encima llegaba a mi destino de madrugada. Así que o estaba atento, o me arriesgaba a pasarme de largo.
Con este panorama, no creo que durmiera más de media hora seguida (ya era la segunda noche que no podía descansar en condiciones). Y a las 4.15h, con puntualidad británica, mi tren llegó a la estación de Aurangabad. A pesar de ser noche cerrada, me jugué el tipo e intenté encontrar un hotel con habitaciones disponibles, caminando por calles oscuras y solitarias con mi mochila a la espalda. Pero no hubo suerte: el primer alojamiento que elegí estaba completo; y el segundo cerrado. Así que regresé a la estación de tren con el rabo entre las piernas, y esperé a que se hiciera de día.
Primero estuve en la sala de espera normal, bastante ruidosa, llena de gente y sin asientos. Aquí me tuve que reír porque, por algún motivo difícil de entender, estaba prohibido dormir en la sala. Y para que la norma se cumpliera había un vigilante armado con una vara que patrullaba la zona y mantenía a raya a los lugareños que intentaban echarse una cabezada. Más tarde encontré una sala First Class, con asientos y menos ruido, donde no tuve problema en ser admitido. Allí estuve esperando hasta las 7h, primero leyendo mi guía, y después simplemente dejando correr el tiempo, muerto de sueño y cansancio.
ALOJAMIENTO: MTDC HOLIDAY RESORT – 900R/Noche
*Puntos a favor: habitación muy espaciosa; cama doble; lavabo privado enorme; ventilador; TV; restaurante con servicio de habitaciones; ubicación céntrica; precio (pude regatear).
*Puntos en contra: lugar demasiado ruidoso (tráfico, la TV a toda pastilla de alguna habitación cercana, aullidos de perros callejeros…).
Este era el hotel que me encontré cerrado durante mi búsqueda nocturna. Pero a lo mejor fue un error fruto del cansancio. Porque el chaval a cargo de la recepción me dijo que había estado abierto toda la noche.
En fin, una vez instalado, me pegué una buena ducha, y me estiré en la cama a dormir un par de horas, rodeado de paz y tranquilidad. De nuevo en pie, salí al exterior, con intención de explorar el lugar.
COMIDA: PRASHANTH RESTAURANT
El último alimento que había entrado en mi estómago (sólido o líquido) había sido la Fanta que me tomé la noche anterior. Y ya habían pasado 16 horas. Así que mi primera acción fue dirigirme a este restaurante, en frente de mi hotel, y sentarme en una mesa a comer. Acabé engullendo un sándwich de queso (¡mojado en ketchup!); y un platazo de Vegetable Fried Rice. Todo acompañado de un litro de agua, y rematado con un chai (té) con leche. Estuvo genial: atmósfera relajada, sentado bajo un ventilador, servicio eficiente… La única nota negativa: que se fue la luz, y me quedé sin mi Batido de Plátano de rigor.
EXPLORANDO AURANGABAD
En el pasado esta ciudad era conocida como Fatehnagar, y había adquirido cierta importancia en la zona, formando parte del Sultanato de Ahmadnagar. Pero su auténtica época de gloria coincidió con la llegada del Imperio Mogol, que en 1633 se anexionó los territorios del Sultanato. El Imperio Mogol, o Mughal en inglés (no confundir con el Mongol) surgió a principios del siglo XVI, y poco a poco se convirtió en el segundo mayor imperio que jamás conoció el subcontinente indio, incluyendo parte de Afganistán. Y coexistiendo en el tiempo con otras dos potencias del mundo islámico: los Imperios Otomano (Turquía) y Safávida (Persia).
En 1653, Aurangzeb (el último emperador Mogol importante), decidió trasladar a Fatehnagar la capital del imperio, rebautizándola en su honor como Aurangabad. Este emperador fue un personaje cruel y despiadado, embarcado en constantes campañas militares para expandir sus territorios. Y bajo su mando el Imperio Mogol alcanzó su zenit. Hasta que fue derrotado por el Imperio Maratha y murió a los 88 años de edad, dejando el imperio arruinado y al borde del colapso. Su sucesor devolvió la capital a Delhi en 1707, y Aurangabad recuperó la normalidad.
Actualmente, Aurangabad tiene una población cercana al millón de habitantes, y es un moderno centro industrial con pocos lugares de interés para el turista. Mi presencia allí estaba justificada por su relativa cercanía de las cuevas de Ellora y Ajanta. Pero como era domingo, y todo el mundo desaconsejaba visitar las cuevas en fin de semana, decidí entretenerme visitando las atracciones de Aurangabad.
Para empezar, cogí un auto rickshaw, y fui hasta el Bibi Ka Maqbara. Se trata de un impresionante mausoleo construido por el hijo de Aurangzeb en honor a su madre (el padre no estaba muy interesado en la arquitectura). La idea original era que el monumento rivalizara en esplendor con el Taj Mahal (construido por el padre de Aurangzeb). Pero la falta de presupuesto hizo que se quedara en una copia mucho menos opulenta. Y aun así mereció la pena la visita.
Esto fue lo más destacado:
1. La entrada al recinto: desde ella pude contemplar una perfecta panorámica del edificio principal, rodeado de 4 gigantescos minaretes. Todo construido en mármol de color blanco. Aunque fue una lástima encontrarme uno de los minaretes en restauración, completamente envuelto en andamios.
2. Interior del mausoleo: donde se encuentra la tumba de la mujer de Aurangzeb, cubierta por una tela roja, a la que los lugareños lanzaban billetes y monedas a modo de ofrenda. No estuve mucho tiempo.
3. Paseo por los jardines que rodean el conjunto: observando el ambiente del lugar. Había multitud de familias, grupos de amigos, parejas… Todo el mundo caminando y disfrutando del domingo. En cuanto a turistas occidentales, ni rastro. Hasta el punto de que unos chavales me pidieron hacerme una foto con ellos. Y cuando la gente me veía, sus caras eran de auténtica sorpresa.
EL FUERTE DE DAULATABAD
Tras la visita al mausoleo, cogí en la puerta otro auto rickshaw, y pedí al conductor que me llevara al Fuerte de Daulatabad, ubicado a unos 13km de la ciudad. Aquí la verdad es que me tuve que aplicar a fondo con el regateo. El conductor me pedía 200 R, y al final pude bajar el precio hasta 140 R (que todavía me parecía caro). Pero no quise complicarme la vida. La verdad es que fui a este lugar para rellenar el día, y la visita no estuvo nada mal.
Se trata de un fuerte que data del siglo XII, ubicado en lo alto de un peñasco de granito de forma cónica que domina la meseta del Decán. Y que era conocido como Devagiri (la Colina de los Dioses). El lugar es famoso porque en 1327 Muhammad bin Tughluq, sultán de Delhi, decidió trasladar aquí la capital de su imperio, junto con toda su población, rebautizando el lugar con el nombre de Daulatabad. Quienes se negaron al traslado fueron ejecutados. Y durante el largo viaje a pié, muchos súbditos perdieron la vida a causa del hambre y las enfermedades. Además, una vez instalados se comprobó que el lugar era inadecuado para albergar a tanta gente, por la aridez del terreno. Así que al final, solo 2 años más tarde, el sultán tuvo que dar marcha atrás y regresar a Delhi. Estas acciones le hicieron ser conocido como el Rey Loco.
Nada más llegar y pagar la entrada, me llamaron la atención los imponentes muros de piedra oscura que rodean el fuerte. En los alrededores, había grupos de graciosos Langures (con cara negra y cola larguísima), saltando y correteando. Traspasada la primera muralla, se accedía a la segunda sorteando un profundo foso por un puente de madera. En este recinto me gustó mucho la imponente Chand Minar (Torre de la Luna, construida para conmemorar una victoria militar), de forma estilizada y muy fotogénica, con 60 metros de altura. Y el Chini Mahal, un palacio de bellísimas proporciones.
Para acceder al corazón del fuerte, había que caminar por un túnel totalmente oscuro y lleno de murciélagos que no paraban de chillar. A la ida tuve suerte, y un abuelete me iluminó el camino con una antorcha, a cambio de una pequeña propina. Pero a la vuelta no había nadie, así que tuve que arreglármelas con mi ridícula linterna (iluminaba poquísimo), caminando a tientas túnel abajo. Una situación que propició momentos de tensión.
Tras casi una hora de arduo ascenso, bajo un sol abrasador, llegué hasta la cima del fuerte. La recompensa fueron unas vistas geniales de los alrededores. Coronando el fuerte me encontré con el Baradari, un antiguo palacio de origen mogol bien conservado. Durante todo mi recorrido no paré de cruzarme con lugareños (ni rastro de turistas occidentales) que en general me miraban con asombro, o se reían. Incluso un par de valientes se atrevieron a acercarse para charlar un rato conmigo, en un inglés más que decente y con una educación extrema. También vi un montón de ardillas, correteando por todas partes.
UN REGRESO COMPLICADO
De regreso a Aurangabad, una de cal y una de arena. La parte positiva fue no volver en auto rickshaw, y subir a un jeep compartido, que a los dos minutos arrancó lleno de gente rumbo a la ciudad. Yo iba apretujado en un asiento trasero, pero el vehículo avanzó a buen ritmo, y solo me costó 15 R. Eso sí, la gente conducía en plan kamikaze, siendo innumerables las ocasiones en las que estuvimos a punto de sufrir un choque frontal, o atropellar a alguien.
La parte negativa fue que el jeep me dejó en un punto desconocido de la ciudad, a un par de kilómetros del hotel. En principio no parecía un problema. Preguntaría a la gente cómo llegar, y daría un paseo. Pues no fue tan sencillo… Tras recurrir a cuatro personas y 3km de dura pateada, tuve que acabar parando un auto rickshaw para que me llevara al hotel (25 R).
El problema fue que cuando preguntaba direcciones, los lugareños ponían cara de no entenderme. Pero al momento me indicaban de forma precisa hacia dónde ir. Y tras hacerles caso y caminar durante un rato, me daba cuenta que no iba en la dirección correcta. No sé si es que les daba vergüenza admitir que no podían echarme una mano; o si realmente pensaban que me estaban ayudando. El caso es que acabaron con mi paciencia…
Ya en el hotel, me estiré en la cama totalmente destrozado, y me quedé dormido. Me desperté a eso de las 21.30h, muerto de hambre, y no dudé en cenar sacando provecho del servicio de habitaciones. Cogí el teléfono, y al cabo de 20 minutos tenía ante mí un delicioso plato de Chicken Fried Rice y una botella de agua gélida. Perfecto. Aunque esta improvisada siesta, y los muchos ruidos que llegaban de todas partes, pasaron factura, y me tuvieron en vela hasta las 3h de la mañana.
VIAJE AURANGABAD – ELLORA
Al día siguiente, se suponía que tenía que levantarme a las 8h. Pero entre el cansancio acumulado y lo poco que había dormido, decidí quedarme en la cama hasta las 10h. Una vez en el exterior, ya recuperado, me dirigí al Prashanth Restaurant con ganas de un buen desayuno. Pero una vez más estaban sin suministro eléctrico (al igual que mi hotel y el resto de la zona), y no había batidos, zumos o tostadas. Así que me conformé con dos zumos de mango de bote bien fresquitos, y me puse en marcha.
A continuación, fui en auto rickshaw hasta la terminal de autobuses. Allí, un lugareño me indicó el andén correcto. Y me puse a esperar, rodeado de unas 70 personas dispuestas a lanzarse al vehículo tan pronto como apareciera. Aquello pintaba bastante mal, y corría peligro de quedarme en tierra. Pero aquí actué con maestría.
Cuando llegó el autobús, la gente se abalanzó hacia la puerta de entrada, sin dejar bajar a los pasajeros que finalizaban su viaje. Y en medio del bullicio me di cuenta que había gente que le pasaba por la ventana a alguien cualquier objeto, para que lo pusiera sobre un asiento a modo de reserva. Así que ni corto ni perezoso saqué mi guía de viajes; se la di a un abuelete del interior; conseguí entrar en el bus braceando entre la multitud; y acabé viajando cómodamente sentado. De nota… Eso sí, realmente curiosos estos indios: no dudan en aplastar a una abuela para acceder al bus, pero si una vez dentro ven un libro en un asiento, lo respetan y van a por otro…
Una vez en marcha llegué sin problemas a Ellora, tardando unos 45 minutos para recorrer los 30km que separan este lugar de Aurangabad.
VISITANDO LAS CUEVAS DE ELLORA
En Ellora hay un total de 34 cuevas, que pude recorrer en su mayoría, paseando entre columnas; admirando paneles con figuras de piedra que representaban todo tipo de escenas mitológicas; y adentrándome en salas oscuras y poco visitadas, en cuyos rincones habitaban colonias de murciélagos. Al asustarse salían revoloteando a escasos centímetros de mi cabeza, y algunos eran enormes.
Esto fue lo más destacado:
1. Para empezar, decidí visitar el conjunto de cuevas más lejanas: las Cuevas Jainistas, ubicadas a 1,5km de la entrada. Son 5 cuevas que datan del último periodo de Ellora, y no son las más espectaculares. Aunque me gustó mucho el templo de Indra Sabha (Sala de Actos de Indra), con paredes llenas de relieves, dos niveles, y un patio donde destacaba una enorme escultura de un elefante. La verdad es que estuve mucho tiempo admirando cada detalle y sacando fotos sin parar. Y más tarde lo pagaría caro…
2. A continuación me dirigí paseando hasta las Cuevas Hindúes: nada menos que 17, y sin duda las mejores del lugar. Por las dimensiones, técnica y originalidad de sus templos. Y por el dinamismo de sus esculturas. Acabé agotado. Eso sí, disfruté muchísimo, caminando entre columnas con relieves minuciosos; contemplando paneles de esculturas con dioses bondadosos o agresivos; con 6 brazos o cabeza de elefante; o con mujeres de pechos enormes y redondos en actitud más que sensual… Un estilo artístico que me encantó.
La última cueva hindú que visité fue la Dashavatara. La segunda mejor del conjunto. En ella había un templo de dos niveles, con una planta baja bastante austera, pero un piso superior lleno de relieves y esculturas. Aquí no me pude zafar del vigilante, que me hizo de improvisado guía. Y por una propina me explicó con minucioso detalle cada relieve. Por lo que pude comprobar, ocurre algo similar al arte cristiano: al final siempre son los mismos personajes en actitudes clásicas (Shiva, Ravana, Ganesha, el Lingam, dioses contra demonios…). Y muchas escenas se repetían en los diferentes templos.
Tras 3 horas de interminable caminata, bajo un sol de justicia, y sin ingerir ni una gota de agua, me vi obligado a hacer un alto y comer en el restaurante del recinto. Cayó un generoso plato de Egg Fried Rice, con una botella de litro de agua fría, y me llevé otra por si acaso.
3. Después de comer, tocaba visitar el lugar más espectacular de Ellora: el fabuloso Kailasa Temple. Un gigantesco templo de 81 x 47 metros tallado a partir de un único bloque de piedra cortado de la pared, que lo convierten en la estructura monolítica más grande del mundo. Fue construido durante el siglo VIII por encargo del rey Krishna I. Empleando un auténtico ejército de trabajadores, que comenzaron por la parte superior, y fueron tallando el bloque de piedra hacia abajo. Realmente asombroso.
El templo está dedicado a Shiva, y representa el Monte Kailash (ubicado en el Tíbet), donde según la mitología hindú se encuentra el hogar de este dios. Y no decepcionó lo más mínimo. Estaba lleno de salas, columnas, esculturas, relieves… Impresionante, y atiborrado de lugares fotogénicos. A destacar el patio, con elefantes de piedra y obeliscos; los incontables paneles con escenas mitológicas; y la subida hasta la parte superior del acantilado, desde donde disfruté de vistas geniales del templo.
UN FINAL APRESURADO
Por último, llegó el turno de explorar las Cuevas Budistas. La empresa parecía difícil, pues eran 12 y ya iba bastante justo de tiempo. Pero en teoría estas cuevas albergaban templos más normalitos, y a lo mejor tardaba menos. Si, si… Al final solo pude visitar 3 de las cuevas. Las dos primeras, la Tin Thal (Tres Plantas) y la Do Thal (Dos Plantas) contenían templos de grandes proporciones. Y consumieron todo mi tiempo, recorriendo salas oscuras y rincones llenos de esculturas y relieves, con imágenes de Buda sentado (individuales o en filas), e impresionantes colonias de murciélagos.
La tercera cueva (una chaitya o sala de oración budista), llamada Vishwakarma (Carpintero), era toda una belleza. Tanto el exterior, con una fachada de elegantes proporciones llena de hermosos relieves. Como su interior, con una enorme escultura de Buda y un techo abovedado con tallas simulando vigas de madera. Una pena que esta última imagen solo la pudiera ver desde una ventana, pues ya eran las 18h, estaba oscureciendo, y un guarda “invitaba” a la gente a salir del recinto.
Me dio mucha rabia tener que marcharme con 9 cuevas todavía por visitar. Y entonces me acordé de mis decisiones erróneas del día. Como quedarme en la cama hasta las 10h; tomármelo con calma en las Cuevas Jainistas; o sentarme a comer un plato en lugar de algo rápido… Había perdido un tiempo muy valioso. Aunque poco a poco se me pasó el enfado. Las cuevas que no había podido ver no son las mejores del conjunto. Además, tras visitar 25 templos seguidos estaba un poco cansado de esculturas, y al final me llamaba más la atención un murciélago o un lugareño. Y si por casualidad me había quedado con ganas de ver templos budistas, al día siguiente me esperaban 26 más, así que…
En fin, un buen día, con una grata sorpresa: no hubo una gran afluencia de visitantes en el recinto. Al principio me temí lo peor, pues me encontré un gentío tremendo en las Cuevas Jainistas. Pero resultó ser un grupo puntual, y cuando se marchó, me quedé casi solo.
REGRESO A AURANGABAD
En Ellora comprobé una vez más el carácter afable y acogedor de los indios, mucho más preocupados en ayudarme que en sacar tajada a mi costa. Sin tener que pedirlo, un lugareño me indicó dónde paraba el bus para volver a Aurangabad. Al poco, otro me aconsejó coger un coche compartido, en el que por algo más de dinero viajaría mucho más cómodo. Y sin llevarse comisión alguna, me condujo hasta el vehículo y me dijo el precio exacto que tenía que pagar.
Fue buena idea, y por una cantidad irrisoria regresé a buen ritmo, en estado de letargo tras un día agotador, mientras fuera caía la noche. Ni siquiera me asusté en las tres ocasiones que estuvimos a punto de sufrir un choque frontal con otro vehículo. La última, contra un camión, nos fue de un pelo, y la evitamos gracias a un brusco volantazo del conductor. Como siempre, este es el principal peligro que corro durante mis viajes…
El coche me dejó en el centro, y tuve que coger un auto rickshaw para llegar hasta mi hotel. A la hora de pagar surgieron complicaciones. Primero porque me había quedado sin cambio, y nadie aceptaba un billete de 500 R. Y segundo, porque el conductor me pedía un precio elevado, hasta que aceptó el importe que consideré correcto (esto por no negociarlo con antelación). Antes de regresar a mi habitación, me pasé por el Prashanth, donde me tomé una Coke fresquita y estuve un rato leyendo. Pero los encargados no paraban de insistir en que cenara (incluso alegando en plan ofendido que me habían estado esperando). Y acabé largándome antes de lo previsto. Como el local estaba desierto, cualquier gasto extra era bien recibido…
Ya en el hotel, utilicé de nuevo para cenar el servicio de habitaciones. Y al poco tenía ante mí un plato de Chicken Fried Rice con una botella grande de agua. Sentó genial, y poco tardé en caer rendido en mi cama (esta vez sin que me molestaran tanto los ruidos de los alrededores).
CONCLUSIÓN
Las Cuevas de Ellora son sin duda uno de los platos fuertes de cualquier recorrido por el Sur de la India. Solo el Kailasa Temple ya te dejará con la boca abierta. Se pueden visitar todas las cuevas en una jornada maratoniana, pero si dispones de tiempo suficiente lo ideal sería dedicarles un par de días, para no acabar saturado. Y si tu situación es diametralmente opuesta, y tienes que elegir entre visitar Ellora o Ajanta, te recomiendo Ellora.
Por cierto, entre Mumbai y Aurangabad aconsejo hacer un alto de al menos un día en Nasik. Una ciudad sagrada a la que acuden miles de coloridos peregrinos para bañarse en un río sagrado. Pasar de largo Nasik fue quizás el mayor error que cometí durante mi viaje por la India. ¡Y eso que la familia que conocí en el tren me invitaba a alojarme con ellos! En fin…
Si te gustó el post, dale al like (el corazón que hay en la parte superior), deja un comentario con tu opinión, y sígueme en redes sociales