Explorando en moto un desconocido parque nacional, y durmiendo completamente solo en una cabaña en medio de la selva
Con sus casi 1.700 km2 de superficie, Doi Phu Kha es el parque nacional más grande del norte de Tailandia. Fue creado en 1999, y su nombre procede de un árbol que solo se encuentra en este lugar, llamado Chompoo Phu Kha. Y que de propina también da nombre al pico más alto de la zona, con una altura cercana a los 2.000 metros. La puerta de acceso al parque se encuentra 75km al norte de Nan, y sus atractivos son variados: cascadas, bosques espesos y poblaciones tradicionales.
La mejor época para visitar Doi Phu Kha es en invierno (de noviembre a febrero), cuando no llueve y las temperaturas son frescas. Si puedes afinar todavía más, en febrero podrás ver en flor los coloridos árboles Chompoo Phu Kha. Mi visita tuvo lugar en noviembre, y el tiempo fue perfecto. La época a evitar es el verano (de marzo a mayo), cuando las temperaturas se disparan y se realiza en los campos la quema de rastrojos, que cubre todo de humo.
RUMBO AL NORTE DE NAN
Mi ruta comenzó en la población de Nan. Ya tenía vehículo para desplazarme (una moto que alquilé el día anterior). Y preparada mi mochila pequeña con lo realmente imprescindible para subsistir un par de jornadas: neceser, toalla, una muda… El resto de mi equipaje se lo dejé al dueño de la Nan Guest House, pagándole 100 Baths extra. Por las molestias, y para asegurarme que el hombre prestaba atención y no se «perdía» nada durante mi ausencia.
Así que subí a mi moto, y conduje hacia el norte. Los inicios fueron geniales. La sensación de libertad era total. Conduciendo a un ritmo tranquilo, bajo un sol de justicia, atravesé zonas de bosques, montañas onduladas, campos de cultivo… Toda una gozada para la vista. Pero los problemas llegaron cuando intenté visitar algún lugar de interés de camino a mi destino final del día:
1. El primer sitio elegido fue la Nam Tok Silaphet (cascada significa Nam Tok en tai). No tuve problema en encontrar el acceso. En un punto abandoné la carretera principal; seguí las indicaciones hasta un cartel, aparqué mi moto; y caminé un corto tramo de bosque hasta llegar al río. Pero una vez allí, mi desconcierto era total. Según mi guía, me iba a encontrar un bonito salto de agua cayendo sobre un precipicio. Y además, noviembre era el mejor momento del año para verlo, justo después de la época de lluvias. Pero aquello no tenía nada de especial. Era una zona de rápidos del río, que bajaba con algo de pendiente, y bastante agua. Pero de cascada digna de visitar ni rastro.
Como no daba crédito, pensé que no estaba en el lugar correcto. Así que caminé por un sendero, siguiendo la orilla del río cuesta arriba. Pero tras media hora agotadora bajo un sol de justicia, y ver que el camino desaparecía, regresé al punto de partida.
Allí me encontré a dos chavales locales bañándose y saltando al agua desde unas rocas. Al preguntarles, me confirmaron que aquel era el sitio de la cascada. Pero como costaba creerlo, y su inglés era bastante precario (a lo mejor no me habían entendido bien), me las ingenié para cruzar el río hasta la orilla contraria en busca de algún sendero que llevara al lugar correcto. Resultado: no encontré camino alguno; y lo único que conseguí fue resbalar y caerme al agua. Así que acabé con los pantalones mojados y la chaqueta llena de barro. Y aun me quedaban dos días por delante, sin posibilidad de cambiarme. Vaya tela… Irreproducibles mis pensamientos mientras caminaba de regreso a la moto…
2. El siguiente lugar de interés: Ban Pa Klang. Un poblado de la etnia Mien donde mi guía de viajes decía que podría ver tiendas de orfebrería, en cuyo interior los lugareños trabajaban fabricando artesanía en plata. Y donde quizás podría disfrutar de la atmósfera rural que tanto me gustó durante mis visitas a las Hill Tribes. Pero de nuevo la realidad fue implacable: en el pueblo no había ni rastro de esas tiendas. Ni del ambiente rural. Tan solo calles modernas y polvorientas, con algún puesto de comida, y un sol terrible. Así que, resignado, me compré unos plátanos fritos en uno de los puestos (que compartí con un perro extremadamente delgado que me partió el corazón). Y una Pepsi en una tienda (que me tomé sentado a la sombra, acompañado de un puñado de lugareños). Y continué mi camino.
3. La tercera parada del día era Pua, en teoría otra aldea tradicional. Pero cuando vi que el acceso a la misma era por una carretera de 3 carriles, decidí no perder más el tiempo, y continué directo hasta mi destino final.
EN EL DOI PHU KHA NATIONAL PARK
Tengo que reconocer que cuando me interné en el perímetro del Doi Phu Kha National Park, mis expectativas eran muy elevadas. Y al final, tras unas horas recorriéndolo en moto, puedo destacar aspectos positivos y negativos. Por un lado, me encantó el paisaje: bosques espesos, con todo tipo de árboles enormes y plantas exóticas; verdes y ondulantes montañas extendiéndose hasta el horizonte; ambiente fresco y limpio… Y no había ni un solo turista. Solo por esto, ya merecía la pena visitar el parque. Me lo pasé genial, recorriendo el lugar con mi moto, pasando junto a troncos centenarios, y adentrándome en lo desconocido.
Como ejemplo de las extrañas plantas que había en Doi Phu Kha, hubo un momento en el que me bajé de la moto y me metí en unos matorrales para sacar una foto panorámica. Y cuando salí, me di cuenta que tenía los pantalones y calzado cubiertos de unas rarísimas semillas, como pequeñas lentejas con velcro. Pues no salían ni a tiros. Cuando pensaba que ya me las había quitado todas, aparecían nuevas. Y estoy seguro que alguna viajó conmigo de regreso a Barcelona…
Pero por otro lado, los puntos de interés que visité en esta primera toma de contacto me dejaron con una ligera sensación de decepción:
1. Para empezar, fui hasta un mirador. Y me encontré el sol completamente de cara, por lo que no pude disfrutar de las vistas (que se suponían geniales).
2. Después me acerqué a un lugar donde había un ejemplar de árbol Chompoo Phu Kha. Pero una vez allí, como no era febrero, no pude ver sus flores de color rosa. Y me encontré con un árbol bastante normalito. Por suerte, como los lugareños los consideran árboles sagrados, sus alrededores estaban llenos de mini templos, ubicados sobre pilares de piedra, o directamente en el suelo. Además, pequeñas figuras (tigres, elefantes, cebras, personas…). Y coloridas tiras de flores a modo de ofrenda.
3. El resto de visitas, más de lo mismo: una zona de bosque antiguo, bastante similar a otras por las que pasé. Un punto de observación de animales, totalmente desierto, y de sospechosa ubicación (justo al lado de la carretera)…
Pero bueno, a una hora prudente, decidí comenzar a buscar un lugar para pasar la noche, pues no tenía muchas opciones disponibles.
ALOJAMIENTO: CENTRO DE VISITANTES – 300 Baths/Noche
*Puntos a favor: cabaña realmente pintoresca, construida sobre unos pilones de madera, con paredes de caña de bambú y techo de paja; luz eléctrica; ubicación espectacular, en un terreno despejado rodeado de jungla espesa; comodidad total, con un colchón, dos almohadas y mantas nórdicas a mi disposición; recepción a cargo de una chica realmente encantadora; tranquilidad absoluta; restaurante cercano para no tener que preocuparme por las comidas.
*Puntos en contra: dimensiones reducidas (a duras penas cabía el colchón en la cabaña); lavabo compartido ubicado en un rincón oscuro, que apenas visité; sin mosquitera.
Este alojamiento fue todo un acierto. Pero hasta que conseguí la llave para instalarme en mi cabaña me ocurrieron un montón de cosas, viviendo momentos de tensión:
1. Para empezar, decidí dirigirme a Ban Toei, una aldea donde según mi guía se encontraba la mejor opción para alojarse en el interior del parque: el Bamboo Hut. Pero no estaba de suerte. Encontrar el pueblo fue casi imposible. Y cuando por fin di con él, descubrí que el alojamiento llevaba tiempo cerrado…
2. A continuación, conduje hasta un camping que había visto durante mis paseos en moto, pensando que además de zona de acampada, también tendría bungalows disponibles para pasar la noche. Pues no. Tras recorrer un buen puñado de kilómetros, el encargado del camping me aclaró que solo era posible acampar. Después de estar todo el viaje cargando con mi tienda de campaña. Y ahora que tenía posibilidad de utilizarla, voy y la dejo en la guest house de Nan… Qué rabia. Por lo visto este era el típico día que me toca sufrir en cada viaje, en el que todo me sale mal. Así que solo podía hacer una cosa: armarme de paciencia, y esperar que las cosas se solucionaran de alguna forma.
3. Y eso ocurrió. Por suerte, el amable encargado me dijo que junto al Centro de Visitantes del parque había una zona de cabañas donde era posible pasar la noche. Así que salí pitando hacia allí. Pues con tantas vueltas ya estaba comenzando a anochecer, y el espeso bosque cada vez tenía un aspecto más amenazador.
Ya en la entrada del parque, pagué la tarifa de acceso (200 Baths), y fui hasta el Centro de Visitantes, bastante nervioso ante la posibilidad de encontrarme los bungalows ocupados. Esto ya hubiera sido demasiado… Pero pronto me pude relajar: la chica encargada de la recepción me enseñó las instalaciones. Y no solo había cabañas disponibles. Es que esa noche iba a ser el único huésped del recinto. ¡Todo el lugar para mi solo!
Otro gran golpe de suerte fue descubrir que en el Centro de Visitantes había restaurante, y estaba operativo. De Ban Toei estaba seguro, al ser un pueblo. Pero en el interior del parque, y con tan pocos turistas… No lo tenía tan claro. Como estaba realmente hambriento, me pedí una sopa de pollo (malísima, aceitosa y con restos de pollo sin apenas carne); un Pork Fried Rice (como siempre, un valor seguro); y una Coke.
De regreso en mi cabaña, solo eran las 20.30h, pero como pensaba que no tenía luz eléctrica (no vi la bombilla), decidí ponerme a dormir y descansar el mayor tiempo posible. Tras una jornada cargada de aventuras, enfrentándome a diferentes obstáculos, es difícil describir con palabras lo que sentí al meterme bajo mis nórdicos; con el estómago lleno; y rodeado de mil sonidos procedentes de la selva (insectos, pájaros extraños…). Una vez más había sufrido, pero al final la suerte me acababa sonriendo.
CAMINANDO POR LAS SELVAS DE DOI PHU KHA
Al día siguiente, mi alarma sonó a las 6.30h, pero estaba tan a gusto en mi cabaña, que me quedé un ratito más descansando (a pesar de haber dormido más de 10 horas casi del tirón). Para desayunar, mi única opción era el restaurante del Centro de Visitantes. Y me encontré con una sorpresa: el menú de desayunos era el mismo que el de cenas. Así que en lugar de tostadas o pancakes, acabé comiendo un plato de Chicken Fried Rice, acompañado de café instantáneo cortesía de la casa. Con lo que me gusta empezar el día con algo dulce… Pero bueno, por lo menos solo pagué 60 céntimos. De locos.
Ya con el estómago lleno, me pasé por el Centro de Visitantes, donde estaba la amable chica del día anterior. El caso es que, como mi guía no tenía mucha información del Parque (y cuando había, no era nada fiable), pregunté qué podía hacer. Y, en un inglés que costaba entender, la chica me propuso una buena opción: el Nature Trail. Un sendero de 4,3km que empezaba en el mismo Centro de Visitantes, y acababa en la zona de acampada del parque, cruzando un tramo de bosque.
Pues la verdad es que el sendero estuvo genial. La atmósfera era increíble, como caminar por un decorado de Jurassic Park, con palmeras gigantes, tecas, helechos más altos que yo, lianas… La humedad era importante, y en algunos lugares el musgo lo cubría todo. Además, a pesar de lucir un sol radiante, allí adentro el ambiente era oscuro y sombrío. Y para variar, soledad absoluta, sin cruzarme con ningún otro visitante durante todo el recorrido. Lo cual también tiene sus inconvenientes: en una ocasión vi moverse algo frente a mí entre los arbustos, y salí corriendo a toda velocidad. Y resultó ser una ardilla. Menudo aventurero de pacotilla…
La única pega volvió a ser, al igual que el día anterior, la escasez de fauna. Tan solo ardillas rojas, que se movían a toda velocidad por los troncos, y emitían un curioso sonido. E insectos: mariposas, cigarras (incluido el horrible esqueleto de una colgando de una hoja, que confundí con un ser peligroso), orugas recubiertas de larguísimos pelos blancos… Nada realmente destacable. Aunque quizás para incrementar mis posibilidades me tendría que haber puesto en marcha más temprano.
En fin, de regreso en el Centro de Visitantes, la chica me recomendó una nueva visita, y hacia allí que me dirigí: la Ton Tong Waterfall. Yo, tras el fiasco de la Nam Tok Silaphet, no pude evitar mostrarme algo escéptico. Pero como no había mucho más que hacer en el parque… El caso es que no tuve problema en llegar a la zona donde se suponía que estaba la cascada. Aunque las indicaciones brillaban por su ausencia, y era imposible saber dónde estaba el punto concreto de la carretera desde el que partía el sendero hacia el río. Pregunté a varios lugareños que vi por allí (limitándome a decir “nam tok?”) y nada. Hasta que al final dos chavales se apiadaron de mí, y me llevaron hasta el inicio del sendero (iban en moto, y yo les seguí en la mía).
Tras aparcar, caminé durante un cuarto de hora por una fuerte pendiente, hasta llegar al fondo del valle. Y allí me encontré con la cascada, que me dejó con la boca abierta. El río bajaba con bastante agua, formando una sucesión de ruidosos saltos, muy fotogénicos. Y el marco era incomparable: bosque espeso, soledad absoluta, ambiente fresco… No pude evitar sentarme en una roca, y tirarme un buen rato disfrutando de la escena. Gran momento. Eso sí, el regreso hasta la moto me dejó exhausto, encarando la pendiente bajo un sol que en ese momento del día ya apretaba.
VISITANDO ALDEAS TRADICIONALES
A continuación, me centré en visitar algunos poblados situados dentro del parque, o en sus inmediaciones.
1. Ban Toei: la aldea tradicional donde fui el día anterior en busca de alojamiento. Está ubicada cerca de la cumbre del Doi Phu Kha, y a simple vista tenía un aspecto muy similar a las aldeas que visité en los alrededores de Mae Salong o Chiang Dao. Pero al pasear por el pueblo y explorar con más calma, pronto me di cuenta de que aquí la atmósfera era mucho menos jovial. Ante mis ojos desfilaron lugareños enjutos y de mirada triste; perros esqueléticos; casas semi derruidas… Ante esta escena, no tuve narices de sacar fotos, y me marché en busca de otras aldeas.
2. Después, continué por la carretera hacia el este (muy cerca ya de la frontera con Laos), y paré en Ban Bo Kleua. En este pueblo la principal actividad es la extracción de sal de diferentes pozos locales. Por lo visto, en el subsuelo hay un acuífero de alta salinidad. Y los lugareños obtienen sal mediante un proceso totalmente artesanal: sacan el agua con cubos; la hierven en unos rudimentarios hornos de leña ubicados en el interior de algunas casas; y separan la sal, que se vende en pequeñas bolsitas por todo el pueblo. Yo visité el pozo principal, situado en la plaza central del pueblo, y vi todo el proceso, bastante curioso. Pero el pueblo en sí no era nada tradicional. Y el calor era insoportable. Así que no tardé mucho en continuar la ruta.
3. Mi siguiente parada, de camino al Centro de Visitantes, fueron un par de aldeas tradicionales de la etnia Thai Lü. Unas gentes que llegaron a la zona durante el siglo XIX procedentes de Yunnan. Por el camino pude disfrutar de unos paisajes espectaculares, con montañas ondulantes forradas de espesos bosques. Y en las aldeas, casas típicas de esta etnia, construidas sobre finos pilones de madera, con paredes hechas con tablones y tejados de paja. Aquí me encontré con un ambiente bastante más alegre que en Ban Toei, con niños jugando, cerdos enormes campando a sus anchas… Y saqué alguna foto interesante.
UNA BONITA PUESTA DE SOL
Ya en el Centro de Visitantes, me dirigí a toda prisa hasta un punto recomendado para contemplar la puesta de sol. Pero una vez allí, comprobé que las vistas eran muy mejorables. Así que decidí caminar hasta la zona de acampada (más elevada), y pude disfrutar de una increíble puesta de sol. Con el sol perfectamente definido ocultándose en la distancia; el cielo lleno de tonalidades azules y rojas, y finas nubes muy fotogénicas; y diferentes cadenas de montañas hacia el horizonte. Un digno colofón a una jornada que estuvo la mar de entretenida.
Tras el espectáculo, fui al restaurante del Centro de Visitantes, donde di buena cuenta de una más que merecida cena. Como el menú no daba para muchas florituras, acabé con un plato generoso de Egg Fried Rice, acompañado de agua gratis. De regreso en mi cabaña, comprobé que no estaba solo. En otra cabaña a cierta distancia había un grupo de jóvenes tailandeses, y de vez en cuando se escuchaban risas y conversaciones. Pero la cosa no fue a mayores, y a la hora de dormir la tranquilidad fue total.
RECORRIDO POR EL PUEBLO DE NONG BUA
Al día siguiente, me puse en marcha bien temprano. Ya vestido y con mi mochila preparada, fui hasta el restaurante del Centro de Visitantes, donde recargué baterías con un buen desayuno: un plato de Chicken Fried Rice, coronado por un huevo frito, con agua y café cortesía de la casa. A continuación me despedí de la chica encargada del Centro de Visitantes, que estaba jugando un partido de voleibol con sus compañeros. Y dejé atrás Doi Phu Kha.
Una vez en la carretera principal, puse la moto a todo gas, y avancé a buen ritmo. Aunque de nuevo corriendo riesgos: soplaba un fuerte viento en contra; y algunos vehículos me adelantaban pasando a escasos centímetros. Pero me mantuve firme, y cubrí kilómetros sin parar.
Tras pasar por Pua, de camino a Nan, decidí detenerme un rato en Nong Bua, un pueblo recomendado por mi guía. Y mereció la pena. Se trata de una aldea Thai Lü (misma etnia que los poblados del día anterior), y destaca por dos cosas:
1. Primero, el Wat Nong Bua: un templo al que llegué en moto, y que exploré con tranquilidad, observado por los lugareños con rostros de curiosidad.
Su interior era sencillamente espectacular. Me encantó. Las paredes estaban atiborradas de pinturas murales, representando escenas de la vida diaria en el siglo XIX; y del Jataka (pasajes de las vidas de Buda). Ante mí aparecían combates entre ejércitos (algunos soldados a lomos de elefantes), ciudades antiguas, princesas… El exterior del wat tenía un tejado de dos niveles, rematado con cabezas de nagas talladas en las esquinas. Un templo excepcional.
2. Además del wat, este pueblo destaca por sus tejidos. Así que caminé unas calles hasta que llegué a los locales donde se ubican los telares tradicionales. La mala noticia es que no estaban en funcionamiento (quizás por ser sábado, o por no haber muchos turistas en los alrededores). Pero bueno, estuve curioseando un rato, y después logré que una vecina me abriera la puerta de la tienda donde vendían el producto final. No es que tuviera especial interés en verlo, pero era una gran oportunidad de comprar algún detalle a la familia. Al final, después de examinar todo, compré tres coloridos fulares, que me costaron 3 euros cada uno. Intenté regatear el precio, pero la vecina se mostró inflexible, así que pagué lo que me pedía.
Antes de marcharme, decidí explorar un poco más el pueblo. Pero no encontré casas tradicionales. Y las calles estaban desiertas, con todos sus habitantes concentrados en la plaza alrededor del wat. Los hombres jugando a la Petanca, y las mujeres charlando sentadas alrededor de mesas redondas. Así que me subí a la moto y continué la ruta.
El resto del trayecto hasta llegar a Nan fue duro. El viento en contra cada vez era más fuerte. Y encima con la tensión de ir casi sin gasolina, pues quería devolver la moto con el depósito casi vacío, igual que me la habían entregado. Al final, no me la jugué del todo, y paré en una gasolinera a poner 20 Baths, para llegar hasta la tienda sin problemas. Pero demostré que estoy hecho todo un veterano en la conducción. Qué lejos quedaba ya la primera vez que alquilé una moto en Mae Salong, y me alejé tambaleante del hotel…
DESPEDIDA DE NAN
En fin, ya con las gestiones realizadas, regresé a la Nan’s Guest House para recoger mi mochila grande. Allí estuve charlando un rato con el dueño inglés, y se me abrió el cielo cuando el hombre me ofreció la posibilidad de pegarme una ducha antes de marcharme. ¡Qué gran amabilidad! No lo dudé ni un instante, y tras asearme y ponerme ropa limpia (incluido un flamante polo comprado en un mercadillo), me sentí un hombre nuevo. Ahora sí que podía encarar con garantías mi larguísimo viaje de regreso a Bangkok. Ante mí tenía nada menos que 670km y 10 horas de trayecto en autobús nocturno. Así acabó mi recorrido por la provincia de Nan, y por el norte de Tailandia.
CONCLUSIÓN
Visitar o no el parque Doi Phu Kha dependerá de tu tiempo disponible y ganas de aventura. Por un lado, las posibilidades de ver fauna son bastante escasas; y en su lugar podrías conocer lugares más recomendados por las guías de viaje. Pero el placer de recorrer bosques increíbles subido en tu moto, sin cruzarte con otro turista, no tiene precio. O dormir rodeado de selva. Si te animas, dos días de visita serán suficientes, alojándote en las cabañas del Centro de Visitantes.
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