Perdido en una oscura selva, y recorriendo en mountain bike aldeas tradicionales rodeado de montañas y campos de cultivo
Chiang Dao se trata de una pequeña población rural cuyo nombre significa literalmente «Ciudad de las Estrellas», por la abundancia de montañas en la zona, que en teoría permiten estar más cerca de los astros. Dominando el lugar se erige la cima del Doi Chiang Dao, que con sus 2.186m es la tercera cumbre más alta de Tailandia.
Aunque Chiang Dao no recibe mucha atención por parte de las guías de viaje, es un magnífico lugar para explorar los alrededores. Aquí podrás descubrir en solitario selvas, cuevas, templos, y asentamientos de diferentes grupos étnicos locales.
VIAJE CHIANG MAI – CHIANG DAO
La jornada comenzó en mi flamante hotel Safe House Court de Chiang Mai. Como novedad, esta vez conseguí levantarme al poco de sonar mi alarma. Y eso que no tenía ningunas ganas de abandonar este lugar. Pero no quedó más remedio y me puse en marcha. La noche anterior estuve dudando entre viajar directamente hacia el norte, o hacerlo dando un rodeo para visitar lugares de interés como Doi Inthanon o Mae Hong Son. Al final opté por la primera opción, pues no tenía mucho tiempo disponible.
Tras una breve caminata, me planté en la terminal de autobuses. Y todo funcionó a la perfección. Pagué el billete, subí al bus, ocupé mi asiento, y arrancamos puntuales, sin aglomeraciones de pasajeros. El trayecto duró hora y media, recorriendo casi 90km por una carretera en buen estado. La primera parte del viaje no tuvo mucha historia, atravesando un paisaje gris y urbano. Pero la segunda mejoró mucho, recorriendo el Valle de Mae Taeng, a lo largo del río del mismo nombre. Las vistas desde la ventana del bus eran geniales, con espesos bosques y montañas en el horizonte.
En esta zona tenía la posibilidad de realizar dos actividades, bastante populares entre los circuitos organizados que visitan la zona:
1. Rafting por el río, en una balsa de bambú.
2. Visita a un centro de adiestramiento de elefantes, donde organizan espectáculos para turistas, puedes dar un paseo a lomos de uno, tocarlos, hacerte fotos, etc…
La verdad es que no me acabó de convencer ninguna de las dos cosas, y decidí realizar mi ruta hacia el norte sin paradas. No me parecieron experiencias muy auténticas. Aunque como todo en la vida, es cuestión de gustos, y habrá a quien le apasione la idea. Respeto máximo, como siempre.
Nada más llegar a Chiang Dao, tras recorrer 70km, acepté los servicios de un taxista, que por 150 Baths me llevó hasta el alojamiento elegido, ubicado en las afueras, a 6km de la estación. Estoy seguro que podría haber encontrado un medio de transporte más barato. Pero el pueblo estaba desierto, y no quería perder el tiempo dando vueltas bajo el sol. Además, el taxista justificó el precio enseñándome un papel con las tarifas “oficiales”. Y a ver quién le convencía de lo contrario…
ALOJAMIENTO: MALEE’S NATURE LOVERS BUNGALOWS – 600 Baths/Noche
*Puntos a favor: bungalow muy acogedor; cama doble de buenas proporciones; baño privado con ducha perfecta; ventilador; ubicación idílica, en medio de la selva; encargada (la mujer del dueño) realmente simpática, creando una atmósfera muy agradable entre los huéspedes (se dirigía a nosotros llamándonos por el número de bungalow que ocupábamos).
*Puntos en contra: demasiado ruido por las mañanas (desde las 5h no paraba de escucharse gente arriba y abajo, perros ladrando, un gallo atronador…); mosquitos por todas partes (la primera noche me acribillaron, y acabé lleno de enormes picaduras).
En cuanto al precio, existía la opción de dormir en un bungalow más sencillo, con baño compartido, por la mitad de precio. Pero por 6 euros de diferencia no lo dudé, y me quedé con el bungalow más caro.
A continuación, como ya eran las 12h y me estaba muriendo de hambre, me senté en la terraza exterior del restaurante del hotel, y disfruté de un buen desayuno. Nada menos que un continental, con dos tostadas de pan casero con mermelada y mantequilla, zumo de naranja natural y café. Realmente delicioso. Y las vistas incomparables, con montañas cubiertas de espesos bosques, cumbres entre brumas… Gran lugar.
EXPLORANDO UNA CUEVA CERCANA
Tras llenar el estómago, ya estaba preparado para explorar los dos principales lugares de interés de los alrededores. Primero, Tham Chiang Dao (tham es «cueva» en tai). Aunque para llegar me hice un lío, y me puse a caminar por la carretera en dirección contraria. Así que acabé recorriendo 4km extra, añadiendo a mi cuerpo cansancio innecesario. Cómo me gusta complicarme la vida…
Ya en las cuevas, pagué la entrada, y realicé la visita. Los exteriores estaban muy bien, con un pintoresco wat; estatuas en medio de la selva; un lago artificial lleno de enormes carpas… Todo muy fotogénico. Para acceder a las cuevas, tuve que subir por unas escaleras cubiertas por tejados estilo wat. Y contratar los servicios de un guía: para no perderme en el interior de las cuevas; y para poder ver, pues iban equipados con una lámpara de queroseno.
La verdad es que la visita fue muy atmosférica, siguiendo a una lugareña diminuta que me llevó a los diferentes puntos de interés. A veces teniendo que escurrirme por estrechos pasadizos para acceder a la siguiente cueva. En la entrada había un montón de esculturas de Buda, que los peregrinos han ido dejando a lo largo de los años, con gran variedad de ofrendas. Y en un rincón oscuro, el techo de la cueva estaba cubierto de murciélagos. Aunque tengo que reconocer que tras haber visitado cuevas espectaculares, como las del Drach, o las del sur de Francia, este lugar no me impresionó mucho. Había un par de formaciones rocosas curiosas, estalactitas… Pero nada del otro mundo.
En fin, tras 20 minutos escasos, salimos al exterior, le di a la chica 40 Baths de propina (fue muy atenta y eficiente), y continué mi ruta.
PERDIDO EN LA SELVA
El segundo lugar de interés lo formaban las selvas que rodean Chiang Dao. Así que decidí recorrer por mi cuenta el Chiang Dao Nature Trail. Un sendero que atravesaba un bosque de bambú, y conectaba las cuevas con mi alojamiento. En teoría, un paseo sencillo de un par de horas, que me permitiría explorar la jungla, y con suerte ver algo de fauna local. Pero no contaba con que aquel paseo asequible se iba a convertir en toda una odisea. Menuda descarga de adrenalina…
Y todo porque en infinidad de lugares el sendero desaparecía, y costaba muchísimo orientarse, ya que no había la más mínima indicación. En 3 o 4 ocasiones me di cuenta que me había desviado de la ruta, y tuve que retroceder mis pasos hasta el punto donde creía que me había equivocado. Siempre lleno de dudas e inseguridad. E intentando memorizar puntos concretos, por si la cosa se complicaba aún más. Si a esto le añadimos el calor asfixiante que hacía en medio de la selva; los mosquitos; la peligrosa oscuridad, que poco a poco iba ganando terreno; la falta de agua (todo un clásico); que estaba más solo que la una… Vamos, la tormenta perfecta.
Por lo menos me quedó el consuelo de saber que no era el único que encontraba el sendero difícil de seguir. A mitad de camino me crucé con una pareja de turistas que habían decidido poner punto y final a la caminata, y regresaban al pueblo indignados. Más tarde, la mujer de Malee me comentó que tras la temporada de lluvias, la vegetación oculta el sendero durante muchos tramos. Y es normal perderse si no se conoce bien la zona.
En fin, toda una aventura. Caminando entre enormes bambús, con los nervios a flor de piel. Hubo un punto en el que tuve que cruzar un oscuro túnel de vegetación, casi de rodillas, sin saber qué me podía encontrar entre la maleza (no lo tenía nada claro, y estuve dudando unos segundos ante la entrada). Así que la alegría fue tremenda cuando por fin llegué al final de la ruta, confirmado gracias a un cartel indicativo (el único que vi en todo el recorrido). Había superado el reto, y estaba realmente orgulloso de mí mismo.
Eso sí, ni rastro de fauna. Me sorprendió no encontrarme con grupos de monos, cuando en la India estaban por todas partes. Pero es que tampoco vi muchos pájaros. Únicamente mariposas, y movimiento de hojas entre los árboles.
De regreso en mi alojamiento, ya anocheciendo, decidí celebrar mi éxito con una buena cena: Pork and Noodle Soup, y Chicken Fried Rice, acompañado de una botella de agua grande. Sentó genial. Cantidad justa, y no excesivamente picante. Y después, regresé a mi bungalow, preparado para descansar, con el único sonido del ventilador, los grillos, y los ladridos lejanos de algún perro.
VISITANDO EN BICI ALDEAS TRADICIONALES
Al día siguiente, me desperté a buena hora, y decidí comenzar la jornada con otro desayuno continental. Sentado en la terraza exterior del restaurante del hotel, con unas vistas incomparables. Una forma ideal de prepararme para nuevas aventuras.
Para mi segundo día en Chiang Dao, había decidido visitar algunas de las aldeas tradicionales que hay en los alrededores. Pero tras el desayuno, todavía no sabía a donde dirigirme, y en qué medio de transporte (bici? moto?). Por suerte, pude hablar un rato con Malee (tailandés y dueño del hotel). Y me fue de una utilidad tremenda. Me recomendó alquilar una mountain bike en el propio hotel. Y me prestó dos mapas hechos por él para orientarme por la zona. El precio del alquiler algo caro para Tailandia (150 Baths por todo el día), pero la bici estaba en muy buen estado, y no protesté.
Qué sensación de aventura cuando salí por la puerta del hotel, subido en mi bici, equipado con mi mochila pequeña, gorra, y cámara de fotos, dispuesto a descubrir lugares desconocidos. Estos son los momentos en los que más disfruto durante mis viajes. Además, hacía mucho tiempo que no alquilaba una bici para hacer excursiones, y lo echaba de menos…
El recorrido estuvo genial. En total creo que cubrí unos 50km (ida y vuelta), internándome en el perímetro del Parque Nacional Chiang Dao, en dirección oeste. Por una carretera en buen estado, y no muy exigente (tan solo hubo un par de lugares en los que me tuve que bajar, pues la pendiente era pronunciada). Así que pude disfrutar de las vistas, pedaleando en llano, y con una bici que no me dio ningún problema, aparte de 2 o 3 ocasiones en las que se salió la cadena, y la tuve que colocar.
Menos mal, porque el paisaje merecía la pena. Tenía un brillo y colorido único, y me lo pasé genial cruzando campos de cultivos con pintorescas filas de lugareños recolectando, vistiendo sombreros de ala ancha para protegerse del sol; bosques espesos; pequeñas poblaciones de casas tradicionales; pasando por un puente que sorteaba un caudaloso río… Y como telón de fondo, afiladas montañas cubiertas de vegetación. El entorno invitaba a parar a cada momento para sacar fotos…
En cuanto a las aldeas tradicionales, me encantaron. En Tailandia se conocen como Hill Tribes, término que engloba a las 7 etnias que viven en las montañas del norte del país. Mi gran temor era encontrarme con lugares totalmente turísticos. Y la sorpresa fue que en todas yo era el único turista extranjero. Es verdad que por la carretera vi algún vehículo con rótulos de agencias de viaje en el exterior. Pero desconozco su destino final.
Además, los habitantes de las aldeas eran extremadamente amables, y salvo contadas excepciones, ni me pidieron dinero a cambio de fotos de forma sistemática, ni se hicieron agobiantes tratando de venderme artesanía local. Todo el mundo se comportaba educadamente, respondiendo mis saludos con una sonrisa de oreja a oreja, y dispuestos a ayudar en lo posible. Les hacía mucha gracia verme subido en una bici pasando penurias, cuando allí el más tonto conducía una moto. Y a mí, al ser un turista occidental, se me presuponía un nivel económico muchísimo más elevado. Yo al final hacía broma con ello, y me ayudó a romper el hielo en varias ocasiones.
CONOCIENDO A LAS HILL TRIBES
Estas fueron las diferentes aldeas que visité:
1. Aldea Akha: los Akha son una de las etnias más numerosas de la zona, donde llegaron a principios del siglo XX procedentes de China. En este asentamiento pude ver casas tradicionales, construidas sobre pilones de madera, para evitar el contacto con el suelo (y no tener problemas con la lluvia, animales, etc…). Con paredes de madera o bambú, y tejados rematados por dos tablas cruzadas en forma de aspa. En un par de ocasiones vi colgando de alguna pared cuernos de búfalo, a modo de trofeo.
También entré en un colegio, cortesía de la amable profesora, que incluso me dejó sacar una foto, mientras vigilaba a un grupo de niños tumbados en el suelo con los ojos cerrados (imagino que era la hora de la siesta). Era gracioso, porque ante cualquier amago de incorporarse o extremidad que sobresalía más de la cuenta, la profesora reaccionaba utilizando una vara, y haciendo que el niño corrigiera su posición (sin golpear, solo tocando).
Recorriendo el pueblo me encontré con una anciana vestida con el gorro tradicional Akha, que vendía artesanía. Cada gorro es único, personalizado al gusto de su propietaria, y entre otras cosas sirve para indicar la edad y estado civil. El de esta señora tenía tiras de cuentas, enormes cascabeles en los laterales, monedas… Como no le compré nada, y la anciana estaba decidida a hacer negocio conmigo, me cobró 3 Baths por la foto que le saqué. Por suerte, la única vez que pagué en todo el día.
2. Aldea Lisu: bastante mejor que la primera. Aquí vi algunos puestos de artesanía, que vendían bolsos de tela, monederos, pulseras… Todo de vivos colores, y decorado con motivos geométricos. Y la prueba de que era totalmente artesanal es que las mujeres tenían el telar allí mismo, y entre venta y venta fabricaban nuevos productos. También pasé por una escuela local, y estuve un rato jugando con unas crías encantadoras. Les sacaba fotos, y cuando se las enseñaba se partían de risa al verse. Realmente adorables.
3. Aldea Karen: fue la aldea que más me gustó de todas. Sus habitantes eran realmente acogedores, y hablé lo que pude con ellos, teniendo en cuenta que su inglés era muy rudimentario. Las mujeres llevaban coloridos ropajes y turbantes en la cabeza. Y entre las casas campaban a sus anchas enormes cerdos de color negro. Bueno, menos un cerdo que por alguna razón permanecía atado a un árbol, y estaba esquelético. Era solo huesos y pellejo. Imagino que estaría enfermo.
4. Aldea Palong: para variar había puestos de artesanía. Las mujeres vestían túnicas de rayas de un rojo intenso. Y una especie de toreras de gran colorido y multitud de adornos y bordados. Aquí intenté comprar una pulsera, pero la verdad es que no me gustó ninguna. Y encima la mujer me pedía un precio excesivo. Así que desestimé la opción, y acabé comprándome dos zumos de melón que me supieron a gloria en el bar del pueblo (un cobertizo de madera con una pequeña nevera en su interior).
En fin, está claro que en los pueblos que visité no salían a mi encuentro hordas de indígenas luciendo sus ropas ceremoniales, como alguno podría esperarse. Y abundaban los puestos de artesanía para sacar dinero al turista. Pero me encantó la excursión, observando la vida diaria de los lugareños, e intercambiando miradas y sonrisas. Por lo visto, cerca de Chiang Dao hay dos o tres poblados donde es posible ver a las famosísimas “mujeres jirafa”, de la etnia Padaung, que se ponen aros metálicos para alargarse el cuello. Aunque estos poblados se han convertido en un circo para turistas, donde las mujeres son obligadas a mantener la tradición por las agencias locales para no perder unos ingresos más que suculentos. Y preferí no fomentar esta práctica.
De regreso a mi hotel, de nuevo pude disfrutar de unas vistas geniales de los alrededores. Sobre todo me impresionó la imagen del Doi Chiang Dao, de perfil espectacular, con su cima envuelta en brumas dominando el paisaje. Eso sí, el trayecto de vuelta se hizo duro. Yo me moría, pedaleando bajo un sol de justicia. Acabé empapado en sudor, con mis rodillas sufriendo lo indecible, mis brazos abrasados… Pero no me vine abajo, y conseguí llegar a Chiang Dao. En el pueblo, aproveché para comprar víveres: un racimo de plátanos (diminutos, pero muy ricos). Y un par de Splash (los zumos de mango que me ponían las pilas en la India, deliciosos).
UN TEMPLO EN LA SELVA
Tras reponer fuerzas, me dirigí al segundo punto de interés del día, todavía subido en mi mountain bike: el Samnak Song Tham Pha Plon (menudo nombrecito). Se trata de otro conjunto de cuevas sagradas (más pequeñas) donde acuden a meditar los monjes budistas. Estaba ubicado a un kilómetro escaso de mi alojamiento, por lo que llegar hasta él fue un paseo sencillo. Una vez allí, ignoré las cuevas, y preferí subir una larga y empinada escalera hasta llegar a una estupa dorada con unas vistas alucinantes de los alrededores. Selva espesa por todas partes, sonidos de pájaros exóticos, acantilados verticales… Qué atmósfera más increíble. Un lugar genial para haberme quedado a pasar un par de noches, alejado de todo.
Cuando el sol comenzó a perder fuerza, regresé a mi habitación. Y por la noche, me pegué una cena/homenaje en el restaurante del hotel: Pork and Noodle Soup, y Chicken Fried Rice with Crispy Herbs. Todo acompañado de una botella de agua grande. Fue un montón de comida, pero me moría de hambre. Y tras el esfuerzo realizado, me lo merecía más que nunca.
Ya en mi bungalow, caí rendido en la cama, tras una dura jornada.
CONCLUSIÓN
Tras la sobredosis de templos budistas de Chiang Mai, la visita a Chiang Dao me dio todo lo que necesitaba. Naturaleza y contacto con la población local, totalmente al margen de los circuitos turísticos. Dos días serán suficientes para explorar la zona. Aunque si no tienes problemas de tiempo, las opciones son infinitas. Puedes realizar trekkings de varios días por el parque nacional; subir a la cima del Doi Chiang Dao; hacer excursiones para ver aves; bañarte en aguas termales… Un lugar muy recomendable.
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