Una bonita ciudad rodeada de naturaleza, con un animado puerto, montañas de formas curiosas, y una isla cargada de historia
Cape Town es la capital de la provincia de Western Cape, la ciudad más antigua de Sudáfrica, y la segunda con más habitantes. Goza de un marco natural incomparable, rodeada de espectaculares montañas; y con una costa salvaje salpicada de playas de arena blanca y aguas cristalinas. Paseando por sus calles ordenadas y limpias, uno no tiene la sensación de encontrarse en África.
Esta ciudad ofrece lugares de interés para todos los gustos: desde subir a la Table Mountain en un vertiginoso teleférico; hasta viajar en ferry a la isla donde estuvo preso Nelson Mandela. Y las opciones de comida y alojamiento son ilimitadas.
VIAJE JOHANNESBURG – CAPE TOWN
Mi llegada a Cape Town no pudo ser más accidentada. En circunstancias normales, tras aterrizar en el aeropuerto internacional de Johannesburg, solo hubiera tenido que esperar un rato en la terminal, y embarcar en el vuelo de la compañía 1time (low cost) que había comprado por internet desde Barcelona. Pero como despegué de Madrid con dos horas y media de retraso… perdí el vuelo interno.
Así que me tocó dirigirme a la ventanilla de la compañía, y explicar la situación. El empleado se mostró educado y comprensivo. Pero hubo consecuencias:
1. El siguiente vuelo salía dos horas más tarde, y en teoría ya estaba completo. Con lo cual me pusieron en lista de espera, facturé mi mochila grande, y me dieron una tarjeta de embarque provisional, sin asiento asignado. Si fallaba algún pasajero, partía. Si no, a esperar el siguiente vuelo.
2. Tuve que pagar una penalización de 120R, que de regreso en España podría intentar reclamar a Iberia, al ser los culpables del retraso.
La espera en la terminal fue tensa, viendo como embarcaban montones de pasajeros, mientras los empleados me miraban con cara de circunstancias, sin asegurarme nada. Pero por suerte al final pude subir al avión. Y tras 2 horas de viaje, aterricé en Cape Town.
Después de tantas emociones, decidí no complicarme la vida para llegar hasta mi hotel. Así que contraté un taxi oficial en el propio aeropuerto (más caro, pero también más seguro). Y por 250R me llevó hasta la puerta, tras una media hora de trayecto para recorrer algo más de 20km (ayudó mucho que fuera domingo y el tráfico brillara por su ausencia).
ALOJAMIENTO: SCALABRINI GUEST HOUSE – 300R/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; mobiliario nuevo; limpieza extrema; ubicación perfecta, a escasa distancia del centro; posibilidad de utilizar una cocina compartida; ducha con agua caliente genial; encargada de la recepción muy amable y sonriente; precio asequible.
Otro aspecto positivo a destacar de este alojamiento es que el dinero que se paga va directo al Scalabrini Centre, una organización local sin ánimo de lucro dedicada a promover diferentes proyectos sociales destinados a la protección de refugiados y gente sin recursos. No está mal.
*Puntos en contra: colchón incomodísimo; recepción cerrada durante el fin de semana, sin nadie a quien poder preguntar dudas; baño compartido; lío de llaves tremendo para acceder a la habitación.
Había reservado la habitación por internet desde Barcelona. Cuando llegué a la entrada, como era domingo, me encontré con un papel pegado en la puerta donde había un número de teléfono para llamar a la chica encargada en caso de emergencia. Así hice, y en cuestión de minutos apareció, y me explicó a toda pastilla el funcionamiento del lugar.
Ya instalado en mi habitación, me encontré con que empezaba a oscurecer. Y por un lado, no tenía muchas ganas de salir a caminar de noche por la ciudad. Pero por otro, me moría de hambre y necesitaba cenar algo. Al final, la chica de la recepción insistió en que la zona era segura, y me animó a acercarme hasta Long Street, una de las calles más populares de Cape Town, a algo más de 1km de distancia. Pero no caminé tranquilo, cruzando calles semi desiertas con abundancia de personajes solitarios de dudosas intenciones.
CENA: DEBONAIRS PIZZA
Para mi primera cena decidí ir a lo práctico, y entré en Debonairs Pizza. Una especie de Pizza Hut a la sudafricana, que por lo visto tiene varios cientos de puntos de venta por todo el país. Cayó una pizza BBQ Chicken y una Fanta, por 70R. Estaba deliciosa. En el comedor, ambiente principalmente local, con algún turista suelto.
Tras la experiencia de la ida, y teniendo en cuenta que ya era noche cerrada, opté por coger un taxi de regreso a la guesthouse, y evitar problemas innecesarios. Precio: 30R.
EL PASADO DE CAPE TOWN
Hasta la llegada de los europeos, la Península del Cabo estaba habitada por la etnia Khoesan, una tribu nómada con características diferentes al resto de grupos étnicos africanos. Sus integrantes tienen la piel más clara, una menor estatura, y su lenguaje incorpora sonidos como de chasquidos. Los Khoesan estaban formados por dos grupos principales: los Khoekhoe, que se dedicaban al pastoreo; y los San (o Bosquimanos), dedicados a la caza y recolección.
El primer europeo en mencionar esta parte del mundo fue el explorador portugués Bartolomeu Dias, en 1486, durante su viaje en busca de una ruta marítima para llegar a las Indias. En un principio bautizó el lugar como Cabo das Tormentas. Pero para celebrar el éxito de la misión, el rey de Portugal le cambió el nombre al más sugerente Cabo da Boa Esperança. Con poco éxito, porque la costa salvaje y los poco amigables Khoesan hicieron que los portugueses prefirieran establecerse en la vecina Mozambique. Así que durante muchos años, los barcos que viajaban a las Indias paraban en Table Bay por su cuenta, para abastecerse de provisiones.
No fue hasta 1652 que los holandeses, a través de la Dutch East India Company, decidieron montar una base permanente en el lugar. Y construyeron un fuerte que más tarde se convertiría en el Castle of Good Hope, ubicado en el centro de Kaapstad (la actual Cape Town). La llegada de los holandeses, como era de esperar, tuvo consecuencias catastróficas para los pobres Khoekhoe, que eran conocidos despectivamente como Hotentotes, por su forma de hablar (en el holandés de la época significaba «tartamudo»). Muchos murieron, asesinados o a causa de enfermedades occidentales como la viruela. Y los que no, fueron esclavizados. Con los holandeses aparecieron en la zona un buen número de granjeros junto a sus familias; y esclavos procedentes de Madagascar o Indonesia. Cuya mezcla dio lugar al crisol de razas que configura la Sudáfrica actual.
Cape Town pasó a manos de los ingleses en 1795, y la ciudad comenzó a crecer a un ritmo imparable. Hasta que un siglo más tarde, con el descubrimiento de importantes yacimientos de oro y diamantes en el interior del país, Johannesburg empezó a recibir oleadas de inmigrantes que en tan solo 3 años la convirtieron en la mayor ciudad de Sudáfrica.
Curiosamente, Sudáfrica no tiene una única capital, y los tres poderes del estado están repartidos en tres ciudades diferentes: Cape Town es la sede del Parlamento; el Presidente está ubicado en Pretoria, y el Tribunal Supremo en Bloemfontein.
PASEO POR LA PLAYA
Al día siguiente, me desperté a buena hora tras una noche apacible, y salí a la calle en busca de algún lugar para desayunar. Tras unos minutos de exploración, acabé en Fruit & Veg City, un local agradable donde me comí una macedonia de fruta con yogur, y un café con leche, por 35R. Justo lo que necesitaba.
A continuación me dirigí a una de las playas más famosas de Cape Town: Camps Bay Beach. Para llegar cogí un taxi, que recorrió la costa hacia el sur durante un cuarto de hora, y me dejó en el paseo marítimo. Precio: 100R. La verdad es que el lugar era precioso: una playa de arena blanca en forma de media luna, rodeada de enormes piedras de granito (llamadas boulders en inglés); las aguas del Atlántico, de color verde turquesa; y como telón de fondo, los Twelve Apostles (una cadena de 12 montañas pertenecientes a la Table Mountain), y el Lion’s Head (un empinado montículo de casi 700 metros de altura, aislado en un extremo).
Eso sí, era lunes a primera hora, y el día había amanecido bastante nublado, con lo que la playa estaba desierta. Tan solo había algún vecino de la zona paseando al perro, o corriendo. Y de bañarse, mejor ni pensarlo, porque el agua está congelada, y las corrientes son muy peligrosas. Así que me dediqué a explorar los alrededores de la bahía. Saqué fotos panorámicas, me encontré una curiosa oruga llena de espinas, aluciné con los paneles que explicaban cómo prevenir ser atacado por un tiburón…
Para acabar, me senté en la terraza de un local llamado Paranga, ubicado en el paseo marítimo, y me tomé un delicioso smoothie de frutas del bosque. Se estaba genial, relajado, con música chill out, vistas a la playa, camarera muy simpática, y un sol agradable, pues cada vez había menos nubes. Precio: 40R. Por supuesto, esta no es la única playa interesante de Cape Town. Antes de llegar a Camps Bay, están las Clifton Beaches, 4 playas separadas por piedras de granito, ideales para tomar el sol al estar más protegidas del viento. Y pasado Camps Bay está Llandudno Beach, que además es un buen lugar para la práctica del surf.
SUBIDA A LA TABLE MOUNTAIN
Sin duda, la imagen más característica de Cape Town es la Table Mountain, que forma parte del Table Mountain National Park. Se trata de una montaña de casi 1.100 metros de altura, con una cima totalmente plana que se extiende a lo largo de 3km (de ahí su nombre), flanqueada por los picos Devil’s Peak y Lion’s Head. Estas montañas forman un marco ideal que aparecerá en cualquier fotografía que se tome durante un paseo por el centro de la ciudad. Los Khoesan llamaban a esta meseta Hoerikwaggo, que significa «montaña del mar».
Para subir a la Table Mountain hay dos opciones:
1. Caminar, siguiendo alguna de las rutas más conocidas, como la que asciende por Platteklip Gorge (la más popular y directa, que dura unas 3 horas); o la que parte del Jardín Botánico y sigue por la Skeleton Gorge (más panorámica y tranquila, aunque se tardan 5 horas, y hay algún tramo donde es necesario utilizar cadenas).
2. Utilizar el Cableway, un teleférico que permite llegar cómodamente hasta la cima. Fue inaugurado nada menos que en 1929, y en las cabinas pueden subir hasta 65 pasajeros. Durante el trayecto las vistas son espectaculares, y el suelo de la cabina rota lentamente para que todo el mundo pueda contemplarlas. Aunque la limpieza de los cristales a veces no es perfecta, y dificulta tomar buenas fotos. Precio: 195R ida y vuelta.
Al margen de la opción que se elija, será importante asegurarse que no hay nubes en la cima. Porque no tiene mucho sentido subir para acabar envuelto en la niebla, sin posibilidad de disfrutar de las vistas. En mi caso, cuando vi que el cielo estaba despejado, cogí un taxi hasta la base del teleférico (65R); y tras hacer cola unos minutos, alcancé la parte superior de la Table Mountain.
Una vez arriba, me quedé sin palabras ante las increíbles vistas que tenía ante mí: el contorno de la costa, con alguna bonita playa y las aguas del Atlántico; las escarpadas montañas extendiéndose hacia el sur, siguiendo la Península del Cabo; el puerto; el centro (conocido como City Bowl), con altos edificios de oficinas… Había varios miradores ubicados estratégicamente, e incluso binoculares, para no perderse detalle. Gran momento.
Después estuve un par de horas explorando la meseta, siguiendo algunos de los senderos que la atraviesan. Soplaba un viento frío realmente incómodo. Pero a cambio, el paisaje era magnífico, con rocas de formas curiosas fruto de la erosión del viento; y vegetación exótica, compuesta principalmente por diferentes variedades de unos arbustos conocidos como Fynbos, en grave peligro de desaparición. Caminando por ese lugar remoto, prácticamente solo, daba la sensación de estar en otro planeta. En cuanto a fauna, poca cosa a parte de un Red-winged Starling (un Estornino, de cuerpo negro y alas marrones).
Tras el paseo, volví al Cableway; realicé el trayecto de regreso hasta la base; y cogí un taxi que por 70R me llevó hasta la guesthouse. Allí decidí que quería volver a cenar pizza, pero ahorrándome la caminata por calles oscuras del día anterior. Solución: llamé a Debonairs Pizza desde el teléfono público de la guesthouse; esperé junto a la puerta de la entrada; y al cabo de media hora apareció un chaval con una pizza BBQ Chicken y una Fanta, que me dejó como nuevo. Buena idea, aunque hubo momentos de tensión mientras esperaba…
PASEO POR EL WATERFRONT
Al día siguiente, tras otro desayuno en el Fruit & Veg City (cuando encuentro algo que me gusta, ya no lo cambio por nada) caminé desde mi guesthouse hasta el puerto de Cape Town: el Victoria & Alfred Waterfront. Y estuve curioseando por el lugar. Se trata de una zona completamente orientada al turismo, llena de tiendas, bares y restaurantes con clase. Pero ubicada en un marco incomparable, con las aguas del Atlántico a un lado, pobladas de embarcaciones (pesqueras y de recreo); y Table Mountain al otro.
Entre otras curiosidades, vi el Two Oceans Aquarium (desde fuera); una noria gigante; la antigua Clock Tower (construida en 1882); un grupo de equilibristas callejeros haciendo acrobacias; el Victoria Wharf Shopping Center; un muñeco mastodóntico construido con cajas de Coca Cola; o la Nobel Square, donde me pude hacer una foto junto a una enorme estatua de Nelson Mandela. Al final pasé un rato agradable.
VISITA A ROBBEN ISLAND
Desde el Waterfront parte el ferry que lleva hasta Robben Island. Así que me dirigí al muelle correcto, cerca de la Clock Tower, y subí a la embarcación. Menos mal que había decidido comprar la entrada con antelación, a través de la página web de la isla. Porque me encontré con un gentío increíble, y hubiera sido imposible conseguir una para ese mismo día. Precio de la visita: 220R, incluido el transporte ida y vuelta.
El trayecto en ferry duró media hora, y fui cómodamente sentado en una butaca interior. Al llegar al muelle de la isla, en el puerto de Murray’s Bay, había un espigón artificial lleno de cormoranes negros descansando. Una vez en tierra, nos dividieron entre varios autobuses, y comenzó la visita guiada.
Cuando los holandeses se establecieron en Cape Town, bautizaron esta isla como Robbeneiland, por la colonia de focas que habitaba la zona («robbe» significa foca en holandés). Y ya desde un primer momento pensaron en ella como un lugar ideal para aislar prisioneros políticos y otra gente indeseable, incluso procedentes de otras colonias como Indonesia. Los ingleses continuaron con la tradición, y más tarde le encontraron un nuevo uso: colonia de leprosos. Vaya tela… Por último, durante los años del apartheid, aquí fueron encarcelados numerosos activistas negros, entre los que destaca por encima de todos Nelson Mandela.
EL APARTHEID EN SUDÁFRICA
En 1948, el National Party ganó las elecciones generales del país. Era un partido nacionalista que defendía los intereses de los Afrikaners (la población blanca, en su mayor parte descendiente de los colonizadores holandeses). Y comenzó a implantar una serie de leyes que llevaron a un nuevo nivel las políticas segregacionistas que ya se venían aplicando desde la época colonial. Creando un sistema conocido como Apartheid («separación» en afrikaans).
Repasar esas leyes hoy día aun produce escalofríos. La gente fue catalogada de forma oficial en 4 razas: blancos (un 20% de la población), negros, mulatos e indios. Y se crearon 10 estados autónomos dentro del país, conocidos como Bantustanes, donde se trasladó forzosamente a la población negra, que automáticamente perdía la ciudadanía sudafricana y todos sus derechos. Cientos de miles de personas obligadas a abandonar sus tierras ancestrales. Se prohibió el matrimonio de parejas de distinta raza. Y en las ciudades aparecieron todo tipo de servicios «white only»: hospitales, colegios, autobuses, tiendas, playas… Incluso en los parques había bancos solo para blancos…
Contra esta situación surgió el African Nation Congress (ANC), un partido político que luchaba para acabar con el Apartheid. Entre sus líderes destacó un joven Nelson Mandela, que incluso ayudó a crear el MK, el brazo armado del partido. Pero en 1964 fue arrestado y condenado a cadena perpetua, cumpliendo sus primeros 18 años de prisión en Robben Island.
RECORRIDO POR LA ISLA
El autobús nos fue llevando a los diferentes puntos de interés de la isla. En algún caso, nos permitieron bajar unos minutos a contemplar la escena y sacar fotos. Y en otros tocó observar a través de la ventana del vehículo. Esto fue lo más destacable:
1. Un antiguo cementerio con cruces y lápidas, donde se enterraba a la gente que moría de lepra.
2. La cantera de cal, donde eran obligados a trabajar los presos de la isla, en condiciones durísimas. Según nos contó el guía, el reflejo del sol en la cal dañó la vista de Mandela, que sufrió de por vida de sequedad e irritación. Incluso en sus apariciones públicas se pedía a la prensa que no utilizaran el flash al hacerle fotos.
3. La casa de Robert Sobukwe, fundador del Pan Africanist Congress (PAC), otro partido contrario al Apartheid. A diferencia del resto de presos, vivió en esta casa aislado, con ciertos privilegios.
4. El pueblo, con su antigua iglesia.
5. Un punto de la costa que permitía disfrutar de unas vistas perfectas de Table Mountain, recortada en la distancia. Impresionante. La costa era salvaje, con piedras, algas y alguna concha enorme.
Durante el recorrido, el autobús se tuvo que detener unos segundos, porque había una simpática tortuga de tierra que cruzaba la carretera a ritmo tranquilo.
6. Visita a la Prisión de Máxima Seguridad. Aquí un antiguo preso se encargó de explicarnos cómo era su vida en la cárcel. Y pudimos caminar por diferentes salas, hasta llegar a la modesta celda donde vivió Mandela. La verdad es que la prisión era realmente lúgubre, rodeada de una valla metálica, y con diversas torres de vigilancia.
Por suerte, la historia de Mandela tuvo un final feliz. En 1990 fue puesto en libertad, tras 27 años entre rejas. El Apartheid finalizó en 1991. Mandela recibió el Premio Nobel de la Paz en 1993, convertido en una figura de talla universal, símbolo de la lucha por los derechos humanos. Y en 1994 fue elegido Presidente del país, cargo que desempeñó durante 5 años.
Tras la visita a la prisión, regresamos al ferry, y realizamos el viaje de vuelta a Cape Town. En general, fue una excursión interesante. Pero para mi gusto extremadamente corta: solo 2,5 horas para ver todo, con una sensación de apremio constante. Además, la abundancia de grupos rompía bastante la atmósfera del lugar. Y no hubiera estado mal haberme podido quedar un rato más en la isla por mi cuenta.
COMIDA: EMILY’S
Una vez en el Waterfront, elegí un restaurante ubicado junto a la Clock Tower, y me senté a comer en una mesa de su terraza exterior, aprovechando el día soleado. Opté por un plato típico de Sudáfrica: el Bobotie. Se trata de una especie de pastel hecho con trocitos de carne de ternera mezclados con verduras, y coronado por una capa de huevo. Muy rico. Para acompañar, me pusieron arroz y una salsa agridulce. Y una copa de vino tinto. Precio: 125R. Servicio muy atento, y atmósfera totalmente occidental, con abundancia de turistas.
SUNSET CRUISE
Para acabar el día, y mi visita a Cape Town, decidí dar un paseo en barco por la Table Bay, aprovechando las últimas luces del atardecer. Hay diferentes compañías que ofrecen servicios. Yo elegí Waterfront Boat Company, por dos motivos: el paseo se realizaba en un fotogénico velero, mucho más auténtico que una embarcación a motor; y estaba orientado a grupos reducidos, de 15 personas como máximo. Precio: 200R.
Partimos a las 18h, y al poco ya estábamos contemplando vistas geniales de Cape Town y las montañas de fondo. También pasamos cerca del Green Point Stadium, un espectacular estadio de fútbol construido para el Mundial de Sudáfrica de 2010, que actualmente recibe muchas críticas por el dineral que cuesta mantenerlo y la escasa utilización que se hace de él.
Ya en alta mar, nos ofrecieron una copa de vino espumoso rosado, que estaba malísimo. Y disfruté de una gran puesta de sol. Esperaba ver algo de fauna, pero todo se limitó a la aparición fugaz de alguna aleta (de tiburón o delfín). El tramo final del paseo, que duró hora y media, fue ya de noche, con un frío tremendo. La organización facilitó mantas, pero aun así acabé congelado.
De vuelta en tierra firme, cogí un taxi, que por 55R me llevó de regreso a mi guesthouse. Y así acabó mi estancia en Cape Town. La verdad es que de haber tenido más tiempo, me hubiera gustado visitar otros lugares de interés, como:
1. El Castillo Good Hope.
2. Subir a pie hasta la cima de Lion’s Hill, o de Signal Hill, para ver la puesta de sol. O para descender en parapente.
3. Groot Constantia, la finca vinícola más antigua de Sudáfrica, con una magnífica mansión de estilo holandés.
Una pena, porque Cape Town es de las pocas ciudades africanas donde no he sentido la necesidad de salir pitando a las primeras de cambio. Otra vez será…
CONCLUSIÓN
Resulta difícil imaginar un circuito turístico por Sudáfrica que no incluya Cape Town. Incluso si eres poco amante de las ciudades (como es mi caso), hay que reconocer que se trata de un lugar diferente al resto, perfectamente integrado en la espectacular naturaleza que le rodea. Tres días serán suficientes para visitar las principales atracciones, aunque las posibilidades son infinitas.
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