Descubriendo pueblos tradicionales perdidos en el norte de Ghana entre un paisaje exótico plagado de enormes baobabs
Bolgatanga (conocida por sus habitantes como Bolga) es la capital de la región Upper East y se encuentra en el valle del río Red Volta. Por este motivo en el pasado fue un importante centro comercial donde se detenían las caravanas de camellos que cruzaban el Sáhara. Estas rutas alcanzaron su punto álgido entre los siglos VIII y XVII, transportando principalmente oro hacia el norte y sal hacia el sur, además de otros productos. Hasta que la apertura de nuevas vías marítimas por los Portugueses y la inestabilidad de la región provocaron su declive. Hoy día sería imposible repetir algo parecido, teniendo en cuenta la presencia de grupos terroristas en Mali, Níger o Argelia; y que muchas fronteras terrestres se mantienen cerradas.
A nivel turístico Bolgatanga es una urbe moderna de escaso interés, pero constituye una buena base para explorar los alrededores. Yo visité Bongo, con un espectacular paisaje salpicado de baobabs y formaciones rocosas (como Bongo Rock); y Sirigu, donde es posible visitar un interesante centro de artesanía y varias viviendas tradicionales.
VIAJE MOLE – BOLGATANGA
Entre estas dos poblaciones hay 340km de distancia y el trayecto se convirtió en una nueva odisea por las carreteras de Ghana que puso a prueba mi capacidad de resistencia. Tardé nada menos que 8 horas entre viajes y esperas, divididas en 3 etapas:
1. Moto/4×4 hasta Damongo: para empezar tenía que salir de Mole National Park y no había transporte público. Por suerte el guarda que me acompañó durante la última excursión me ofreció llevarme en su moto hasta Damongo por 20C. Pintaba bien, pero cuando me subí al escuálido vehículo no tardé en comprobar que el viaje no sería sencillo. Avanzábamos a paso de tortuga, sorteando innumerables badenes de velocidad; y mi espalda sufría, sentado en una posición muy incómoda y cargado con mis mochilas.
Menos mal que al poco de dejar atrás Larabanga vimos un 4×4 del Zaina Lodge y el conductor le dijo al guarda que podía llevarme a Damongo. No se si con intención de ganarse algún dinero o por hacernos un favor. El caso es que en cuestión de segundos mi situación había cambiado por completo y estaba sentado en un 4×4 con aire acondicionado por el mismo precio.
2. Trotro a Tamale: una vez en Damongo me dirigí al vehículo que necesitaba; pagué 8C; guardé mi mochila grande bajo el asiento (así no me cobraron extra); y me senté a esperar al resto de pasajeros. Tardó un buen rato, porque no perdonaron ni uno. Y cuando estábamos listos continuaron las pérdidas de tiempo: que si había desaparecido un pasajero; que si el dinero no cuadraba; que si tocaba llenar el depósito de combustible… Para colmo, nada más arrancar, me di cuenta que aquella furgoneta era un trasto y circulábamos con una lentitud desesperante.
Durante el trayecto aproveché para echar una cabezada, mientras atravesábamos un paisaje árido, de bosque seco salpicado de enormes termiteros con forma de órgano. Y con algún poblado de casas tradicionales (redondas, con muros de adobe y techo de paja).
3. Autobús hasta Bolgatanga: Tamale es la tercera ciudad más grande de Ghana (tras Accra y Kumasi), y capital de la Northern Region. Pero se trata de una urbe caótica sin atractivo turístico, así que me dirigí rápidamente a la Terminal de trotros. Costó encontrarla, cruzando un bullicioso mercado lleno de alimentos exóticos; sorteando una enorme avenida con un tráfico infernal; sudando a mares por el calor insoportable que hacía… Pero al final, con la ayuda de la gente, dí con la terminal.
Allí había un lío de vehículos importante, y un abuelete que me vio desorientado me acompañó hasta el andén de donde salía el autobús hacia Bolgatanga. Compré el billete (13C + 3 por la mochila grande), y a esperar un buen rato. Primero a que llegara el bus; y después a que se llenara de pasajeros, con tremenda parsimonia. Pero bueno, no me desagradaba la idea de viajar en autobús por primera vez.
El trayecto a Bolga fue un cúmulo de despropósitos. El autobús se encontraba en un estado lamentable, y su velocidad punta era de risa. ¡Si hasta nos adelantaban los camiones de mercancías! Pero lo peor fueron las constantes paradas para que subieran o bajaran pasajeros. Porque para aprovechar el espacio al máximo, el pasillo estaba bloqueado con una fila extra de asientos, y la entrada al bus con un asiento doble. Así que cualquier parada implicaba que tuviera que bajar del vehículo medio pasaje, mientras el conductor subía al techo para coger el equipaje. Y encima, para «facilitar las cosas», la gente que tenía previsto bajar antes se sentaba en las filas traseras, en lugar de cerca de la entrada… En fin, África en estado puro… Mientras, no paraba de ver pasar trotros a toda pastilla.
Durante el trayecto contemplé escenas ya clásicas de mis viajes por carretera: controles policiales cortando la carretera; vendedoras ambulantes abalanzándose sobre los vehículos ofreciendo todo tipo de productos (pescado ahumado, huevos duros, bolsitas de agua, galletas…); cabras; disputas entre pasajeros por cualquier cosa… El paisaje estaba cada vez más poblado de espectaculares baobabs. Y por fin, tras un alarde de paciencia por mi parte, llegamos a Bolgatanga, ya anocheciendo.
Nada más bajar del autobús recuperé mi mochila grande (que me vino con una mantis religiosa de regalo); y caminé hacia el hotel que había elegido de mi guía, orientándome a la perfección, por calles inundadas de vehículos.
ALOJAMIENTO: SAND GARDENS HOTEL – 80C/Noche
*Puntos a favor: bungalow espacioso, con cama king size; buena limpieza; lavabo privado; aire acondicionado; ubicación céntrica, pero al mismo tiempo en una calle poco transitada; nevera.
*Puntos en contra: precio (no quedaban bungalows con ventilador, más baratos); ducha con un hilo de agua, que me obligaba a utilizarla en plan bucket shower; puerta con una cerradura que se atascaba constantemente; molestos cortes de electricidad por la mañana; de vez en cuando, los árboles que daban sombra a los bungalows dejaban caer sus frutos, y el ruido al chocar con el techo era muy molesto.
Por cierto, aviso para la gente aprensiva: el hotel estaba lleno de enormes geckos (o salamanquesas, en castellano), que saltaban por las paredes sin complejos, emitiendo unos curiosos chillidos para comunicarse. A mí estos seres me entretienen un montón, pero habrá quien se escandalice ante la idea de dormir rodeado de ellos.
Una vez instalado, cené en el mismo restaurante del hotel. Comprobando que el personal estaba muy empanado: Chicken Fried Rice, acompañado con arroz blanco (en vez de frito); y una cerveza Club caliente (cuando la había pedido bien fría). Por lo menos el precio fue de solo 16,5C.
CAMINANDO POR LOS MONTES DE BONGO
Al día siguiente, me levanté a buena hora, dispuesto a explorar los alrededores de Bolga. Y sin desayunar, caminé hasta la estación de trotros, para viajar al primer destino de la jornada: el pueblecito de Bongo, situado a unos 15 km hacia el norte. Pronto encontré un taxi compartido que se dirigía hacia allí, pero de momento yo era el único pasajero. Mi primera intención fue esperar, pero cuando por casualidad pregunté por el precio del trayecto, y el taxista me dijo 3C (o sea, 12 por alquilar el taxi para mí solo), no lo dudé ni un segundo, y nos pusimos en marcha.
Tardamos una media hora en llegar a Bongo, avanzando por pistas de tierra, con una comodidad total. El taxista resultó ser un tío bastante majo, y me fue de gran utilidad, ya que contactó con un par de chavales amigos suyos para que me hicieran de guías. Porque no estaba interesado en visitar Bongo por el pueblo en sí, sino por el paisaje de los alrededores. Y a esas alturas todavía no tenía claro qué iba a hacer una vez bajara del taxi. Así que me quitó un peso de encima. Una vez en Bongo, me estaban esperando James y Peter (hermanos). Y tras una breve presentación, caminamos hacia las afueras del pueblo.
Tengo que reconocer que el paisaje era espectacular. Consistía en un terreno ondulado, lleno de formaciones rocosas de mil formas distintas, con abundantes baobabs, y bañado con una luz perfecta, pues el sol todavía no apretaba. No paré de sacar fotos. Mientras, James y Peter caminaban delante mío, indicándome el camino correcto, y explicándome de vez en cuando alguna historia curiosa.
En primer lugar visitamos la famosa Bongo Rock, ubicada sobre un montículo en precario equilibrio. La gracia de esta piedra es que al golpearla en diferentes partes, emite sonidos muy variados, como si estuviera hueca. Uno de los chavales me hizo una demostración, y fue realmente curioso.
A continuación, nos fuimos acercando hasta una colina de color oscuro que se elevaba sobre el resto del paisaje, llena de rocas y baobabs, y comenzamos su ascenso. El tramo final fue duro, y tuve que trepar unos metros. Pero los chavales velaban por mi seguridad, y me indicaban dónde poner los pies. Además, una vez arriba comprobé que el esfuerzo mereció la pena: ante mí tenía una llanura inmensa, con un enorme pantano a la izquierda, y el territorio de Burkina Faso a la derecha. Y por todas partes, paisaje exótico, alguna casa de adobe… Allí nos sentamos a descansar un rato. Durante el ascenso vi varias cruces de hierro. Los chavales me contaron que hay 15, simulando el Vía Crucis de Jesús. Y que en Semana Santa los lugareños recorren el camino por la noche. Y en la cima cantan y bailan hasta el amanecer.
El regreso fue más relajado. A punto de llegar a Bongo, nos sentamos en otro mirador, y estuvimos un rato charlando. Mientras, en los alrededores, había grupos de graciosos Guinea Fowl correteando. Se trata de Pintadas (en español). Un ave parecida a la gallina, de cabeza azul, pico rojo y plumaje moteado, que hasta la fecha solo había visto durante algún safari. Y que en esta zona se cría como animal doméstico. De hecho, en casi todos los menús hay opción de Chicken o Guinea Fowl (esta última más cara).
En total, fue un paseo de unas 2 horas, y quedé muy satisfecho. Mi única duda era el precio. Pero al final no hubo problema: James y Peter me dijeron que les pagara lo que considerara adecuado, y les dí 25C para los dos. Mi lógica fue: 20 (mismo precio que un Game Walk en Mole) + 5 (propina). Por sus caras deduje que el precio les cuadró.
Mientras esperábamos mi transporte de regreso a la ciudad, un grupo de ancianas me hacía preguntas en un idioma extraño. Y me observaban como si fuera un extraterrestre. Al ver pasar un rickshaw compartido (un triciclo motorizado, típico de Bolgatanga), decidí subirme a él. Y aunque no fue un prodigio de velocidad, no tenía prisa, llegando a la ciudad por tan solo 3C.
COMIDA: ZAARE SMOOTHIE BAR
Se trata de un pequeño local situado cerca del centro de Bolga, vinculado a una ONG local, donde preparan unos smoothies sensacionales. Más teniendo en cuenta lo difícil que resultaba encontrar por esos parajes lugares que sirvieran comida occidental. Me tomé dos: uno de plátano y otro de piña, ambos con leche. Y para acompañar, un sandwich de dos pisos (pan tostado), de huevo y verduras. Todo por solo 15C (¡3 euros!). Estuve sentado en una mini terraza exterior, charlando con la encargada y una amiga (embarazadísma, y sin parar de comer aguacates). Y otros lugareños que acudían a pasar el rato, creándose una atmósfera de buen rollo total. Muy recomendable.
EXCURSION A SIRIGU
Para llegar a mi segundo destino del día, tuve que caminar otra vez hasta la estación. Como no tenía prisa (el sol hacía imposible cualquier actividad), decidí coger un trotro en lugar de un taxi privado. Y una vez localizado el andén correcto, pagué mi billete (3,5C) y esperé a que apareciera el vehículo. Pero cual sería mi sorpresa cuando llegó la hora de partir, y descubrí que el trotro había estado todo el tiempo delante mío… Aquello era un cascarón infame. Quizás el peor vehículo al que he subido en toda mi vida (y los he visto de todos los colores). Parecía una broma de mal gusto. Aunque por lo menos viajaba cómodo, sentado en el asiento delantero, gracias a un chaval con el que hice buenas migas durante la espera.
El viaje fue para olvidar. Para arrancar, el conductor tenía que hacer un puente; las puertas no abrían; pinchamos una rueda y hubo que cambiarla, sin que acabara de ajustar bien (hacía un ruido rarísimo)… Y por el camino, continuas paradas para subir y bajar pasajeros y equipajes. Resultado: desde que llegué a la estación hasta que bajé del trotro pasaron nada menos que 3 horas. ¡Para un trayecto de tan solo 35km!
Encima, el conductor atajó y me dejó en el centro de Sirigu, cuando yo iba a un lugar 1km antes del pueblo. Así que me tocó preguntar a la gente; indignarme con un taxista que me quería cobrar más de 5C; y acabar de paquete en la moto de un lugareño que sí aceptó el dinero (casi nos vamos al suelo en un banco de arena). Menuda odisea… Y pensar que un taxi privado me hubiera costado poco más de 4 euros…
El motivo de mi presencia en Sirigu era visitar una asociación local llamada SWOPA (Sirigu Women’s Organization for Pottery and Art). Que desde hace años viene desarrollando un proyecto para emplear a las mujeres de la comunidad, organizando talleres de alfarería o cestería; gestionando una modesta guesthouse y una tienda de artesanía; y realizando visitas guiadas a algunas de las casas tradicionales de la zona. Como era de esperar, a mí tan solo me interesaba esta última parte.
En la recepción apareció un simpático lugareño. Y me invitó a esperar un rato en unos bancos techados hasta que el sol aflojara. No me importó, porque estuve charlando con una chica de Gales. Esa noche se alojaba allí, sonriente y muy interesante (había colaborado en varios proyectos con ONG’s, viajaba sola sin rumbo fijo…).
Más tarde, comenzamos los tres la visita, que duró una hora larga. Consistió en pasear por los alrededores, entrando en dos casas tradicionales, donde el guía nos explicó multitud de historias, y pudimos sacar las fotos que quisimos. La verdad es que eran espectaculares. Construcciones de adobe; muros cubiertos de símbolos geométricos de color rojo, blanco y negro; estancias donde se escondían las familias durante los ataques de otras tribus, o de los esclavistas, con paredes llenas de figuras de animales (serpientes, cocodrilos, vacas…); graneros puntiagudos; animales y personas compartiendo el mismo recinto, separados por precarios muros… Y el paisaje, de nuevo alucinante, con pintorescos baobabs, lugareños dedicados a sus tareas diarias, y las últimas luces del atardecer. Estos momentos compensan con creces cualquier adversidad.
Para regresar a Bolga, una simpática señora de la asociación me llevó en su moto hasta el centro de Sirigu (no aceptó propina). Allí encontré un taxi compartido al que le faltaban 4 pasajeros. Y como ya anochecía y no tenía ganas de esperar, pagué los 4 asientos (12C en total) y nos pusimos en marcha, ya anocheciendo. Todo apuntaba a un trayecto cómodo y rápido, muy diferente al trotro de la ida. O eso pensaba…
Porque el taxi también estaba en un estado lamentable, y se volvieron a vivir momentos dramáticos. Las puertas no cerraban; las marchas no entraban; el motor apestaba a quemado y el conductor tuvo que bajar en varias ocasiones a echarle agua. Y entre que el parabrisas estaba agrietado de un golpe, el polvo de la pista, y lo poco que alumbraban los faros, íbamos conduciendo prácticamente a oscuras, entre baches enormes, animales y gente cruzándose por sorpresa, otros vehículos… Hacía tiempo que no lo pasaba tan mal. ¡Qué tensión! Cada giro era una aventura. Cómo me alegré al ver las primeras luces de la ciudad…
Aunque el taxi me dejó en otra estación, y para llegar a la zona que conocía me tuve que orientar caminando por calles desiertas, a punto de ser atropellado por motos y bicis que aparecían de la nada, hasta que me volví a ubicar.
CENA: COMME ÇI COMME ÇA RESTAURANT
Un lugar muy recomendado, ubicado en el hotel del mismo nombre. Me senté en una mesa de la terraza exterior, y comí 1/2 Guinea Fowl (muy rico), acompañado de Fried Rice, y dos cervezas Club heladas que me dejaron como nuevo. La atmósfera, tranquila y solitaria; la camarera muy eficiente; y los precios, en la banda alta (45C), aunque tras las aventuras vividas me lo merecía.
CONCLUSION
Lo más probable es que solo te plantearás visitar Bolgatanga si vas de camino hacia Burkina Faso, o si regresas de allí. Si es el caso, te recomiendo pasar un día completo en Bolga, y recorrer sus alrededores. Y si tienes tiempo disponible, mejor dos o tres jornadas. Porque hay otras atracciones interesantes que yo no pude explorar, como Tongo, Navrongo, o el acantilado de Gambaga. Así podrás conocer una de las regiones más auténticas de Ghana.
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