Descubriendo la capital cultural de Burkina Faso, con una imponente mezquita y un fascinante casco antiguo lleno de fétiches
Los orígenes de Bobo-Dioulasso se remontan al siglo XV, cuando la ciudad era conocida como Sya. Durante el siglo XVIII fue conquistada por el Imperio Kong, un poderoso estado Islámico cuyos territorios incluían el norte de Costa de Marfil y buena parte de Burkina Faso. Los nuevos gobernantes designaron a Bobo-Dioulasso como capital de la región de Gwiriko, pero con el declive de Kong se convirtió en un reino independiente y así continuó hasta la llegada de los Franceses, que en 1897 se hicieron fácilmente con el control de la zona. Hoy día Bobo-Dioulasso es la segunda ciudad más grande de Burkina Faso, con casi 600mil habitantes, y se trata de la capital de la región de Hauts-Bassins, además de un importante centro cultural.
Entre los principales lugares de interés de Bobo-Dioulasso destacan su casco antiguo, conocido como Dioulassoba; y la espectacular Grand Mosquée, de estilo sudanés. Aunque también constituye una base ideal para explorar los alrededores, con la población tradicional de Koro o el estanque sagrado de Dafra.
VIAJE OUAGADOUGOU – BOBO-DIOULASSO
Para viajar a Bobo-Dioulasso utilicé por segunda vez los servicios de la compañía de autobuses Rakieta. Su Terminal se encuentra en el barrio de Larle, al oeste de Ouagadougou, y llegué en un taxi compartido (conocidos como Taxi Vert, por su color). Yo paré uno en el centro de la capital y el conductor me cobró 1.500F.
Una vez en la Terminal guardé mi mochila grande en el maletero del autobús y me senté junto a la ventana. A continuación apareció un lugareño con chilaba que al ver su sitio (junto al mío) empezó a pegar gritos y montó un escándalo tremendo, discutiendo con los empleados de la compañía. Él parecía protestar porque había negociado otra cosa y al final acabó ocupando un asiento distinto con cara de pocos amigos. En fin, a las 22.30h nos pusimos en marcha. La carretera se encontraba en perfecto estado y tardamos 6 horas en recorrer los 350km hasta Bobo-Dioulasso.
El trayecto fue de todo menos tranquilo. Los asientos eran muy incómodos, sin apenas espacio para las piernas y con una sensación de claustrofobia total. Además, a pesar de ser un viaje nocturno el televisor se mantuvo encendido, emitiendo películas y series con un volumen atronador. Los gritos y explosiones retumbaban y no los podía amortiguar ni con la música de mi iPod. Fue un milagro que lograra dar alguna cabezada. Por último la alimentación precaria del último día provocó que mi estómago se rebelara. Por suerte conseguí aguantar y ni si quiera necesité bajar para ir al lavabo en las dos paradas que realizó el autobús.
A las 4.30h de la mañana llegué a Bobo-Dioulasso. Como todavía era de noche entré en la sala de espera de la Terminal y me senté a escribir un par de horas hasta que amaneciera, rodeado de gente que dormía estirada en el suelo. Estaba agotado tras un viaje larguísimo que había comenzado en Tiebelé. Cuando se hizo de día salí a la calle y caminé hacia el lugar que había elegido para alojarme. Lo fácil hubiera sido coger un taxi, pero preguntando a la gente encontré el hotel sin problema.
ALOJAMIENTO: HOTEL TERIA II – 16milF/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble muy cómoda; baño privado con ducha perfecta; limpieza extrema; ubicación muy céntrica; tranquilidad total por la noche; aire acondicionado; wifi (aunque la señal no llegaba a la habitación).
*Puntos en contra: mobiliario destartalado; personal un tanto empanado; precio.
Yo quería dormir en una habitación con ventilador, más económica. Pero en ese caso tendría que esperar hasta que la limpiaran y me moría por una buena ducha, así que opté por pagar más y me dieron una con aire acondicionado que ya estaba lista. Total, solo iba a pasar una noche. Por cierto, mi idea era alojarme en el Hotel Teria, situado a una calle de distancia y de características similares. Pero por error acabé en el Teria II y me di cuenta cuando ya había ocupado la habitación, con lo cual no me compliqué la vida y me quedé.
Una vez instalado salí a desayunar. Yo elegí La Bonne Miche, una panadería ubicada justo enfrente de mi hotel, y fue todo un acierto. Tiene un amplio comedor con ventiladores en techo; camareras eficientes; y una atmósfera relajada. Como estaba hambriento pedí un croissant (recién hecho); un pain aux raisins (ensaimada con pasas); un zumo de piña; y un café con leche (servido en un bol de gran tamaño). A mi alrededor había varias mesas con lugareños muy arreglados al ser viernes (día festivo en los países Islámicos). Precio: 2milF.
EXPLORANDO DIOULASSOBA
El casco antiguo de Bobo-Dioulasso (llamado Dioulassoba) es el barrio más interesante de la ciudad y llegué dando un paseo desde mi hotel. En sus inmediaciones abundan los guías locales a la caza del turista, pero yo quería recorrer la zona a mi aire así que pagué la entrada (1000F) y continué en solitario rechazando sus servicios. No tardé en darme cuenta de mi error:
*Los vecinos de Dioulassoba me dedicaban comentarios desagradables y miradas de indignación al verme solo.
*Con este clima hostil hacer fotos era misión imposible.
*Seguía recibiendo ofertas de guías muy pesados que no me dejaban tranquilo.
Al final me vi obligado a salir del barrio y contraté los servicios de un guía con el que había hablado un rato antes (2milF). Tengo que reconocer que su presencia provocó un cambio radical de la situación. Pude hacer todas las fotos que quise; me explicó un montón de historias interesantes del lugar; y se adaptó perfectamente a mi ritmo sin agobiarme. Con lo cual me parece una opción muy recomendable.
Dioulassoba es un laberinto de callejuelas estrechas y casas de adobe en diferentes estados de conservación. El barrio está habitado por cuatro castas que viven en zonas separadas: los Forgerons (herreros); los Griots (guardianes de las tradiciones); los Animistes (practican oscuros rituales y sacrificios); y los Musulmanes. Tanto que no están permitidos los matrimonios entre miembros de castas distintas.
El barrio de los Animistes es espectacular. Allí encontramos varios fétiches: objetos de formas diversas que representan divinidades a las que se adora y rinde culto. Uno era un montículo de arena rojiza cubierto de plumas y restos de sangre de gallina. Otro estaba en el rincón de una vivienda y tenía un agujero. Según el guía, en casos de conflicto se obligaba a la persona implicada a meter la mano dentro del agujero, y si no decía la verdad se quedaría sin ella. Suena a cuento chino pero la atmósfera dentro de la sala era inquietante. De hecho el guía me propuso que introdujera mi mano y me negué en redondo.
Durante el paseo vimos la casa más antigua de Dioulassoba, construida en el siglo XV. Y un par de hornos de leña tradicionales utilizados para preparar Dolo, una cerveza artesanal típica de Burkina Faso hecha con mijo cuya elaboración está reservada exclusivamente a las mujeres. Días más tarde tuve la oportunidad de probar esta bebida y la verdad es que no me quedaron ganas de repetir. Se sirve en calabazas a temperatura ambiente y tiene un sabor muy amargo. La visita acabó junto a la orilla de un río que cruza Bobo-Dioulasso y la imagen me dejó sin palabras. El lugar era un auténtico estercolero, cubierto de bolsas de basura y con un olor nauseabundo. En una charca cercana se retorcían varios peces gato, un animal sagrado que está prohibido pescar. Pero lo peor fue ver niños bañándose en esas aguas oscuras.
Tampoco me gustó que el guía me llevara a varias tiendas de artesanía, a pesar de dejarle claro desde el principio que no estaba interesado. El chaval me explicó que los propietarios le obligaban pero imagino que él también buscaba una comisión. Yo les dediqué unos minutos y vi máscaras, instrumentos musicales, figuras de madera, telas, marroquinería… Aunque yo preferí centrarme en callejear por el barrio.
LA GRAND MOSQUEE
Como en general el guía me pareció bastante profesional decidí darle 500F más para que me enseñara la principal atracción turística de Bobo-Dioulasso: la Grand Mosquée. Se trata de la mezquita más grande de Burkina-Faso. Data de finales del siglo XIX, pocos años antes de la llegada de los Franceses. En esa época la ciudad estaba a punto de ser atacada por las tropas del rey Tieba, uno de los monarcas más poderosos del Imperio Kénédougou, cuya capital se encontraba en Sikasso (Mali). Ante esto el rey de Sya pidió ayuda militar a un importante líder islámico de la región, el cual consiguió derrotar al rey Tieba. Eso sí, cambio del favor pidió que se construyera una mezquita en Bobo-Dioulasso.
El exterior del templo es impresionante. Está construido al estilo tradicional sudanés, con paredes de adobe de color ocre; un esqueleto de madera con palos que sobresalen de los muros; contrafuertes puntiagudos; y dominando el conjunto dos minaretes de forma piramidal. Es como una versión gigante de las mezquitas de Larabanga (Ghana) o Kong (Costa de Marfil). Frente a los muros de la Grand Mosquée paseaban mujeres con llamativos vestidos y chavales en bicicleta, creando imágenes tremendamente fotogénicas.
Durante mi estancia en Bobo-Dioulasso estaba permitido el acceso de los no musulmanes al interior de la mezquita, aunque la situación va cambiando en función de los líderes locales. La entrada me costó 1000F + 100F para el chico que se encarga de vigilar el calzado de la gente al lado de la puerta principal. La sala de oración tiene columnas de color blanco y está cubierta de alfombras, con algún feligrés sentado leyendo su Corán. Además pude subir a la terraza de la mezquita para contemplar de cerca los minaretes y disfrutar de una panorámica genial de la ciudad. La visita no duró mucho pero me parece imprescindible.
Mientras me alejaba de la Grand Mosquée faltaba poco para que comenzara la oración del mediodía (la más importante de la semana al ser viernes). El muezzin lanzaba plegarias desde los altavoces; y una marea de lugareños acudían en masa. Había tantos que no cabían en el templo y tenían que quedarse fuera, en una enorme explanada llena de alfombras. La escena era impactante, con cientos de fieles sentados. Pero me marché rápido para evitar la tentación de sacar mi cámara de fotos y no ofender a nadie.
COMIDA: PARADIS GLACIER
Se trata de una cafetería/heladería situada a un par de calles de la Grand Mosquée donde también preparan comida caliente. Yo ocupé una mesa de la terraza y me atendió un amable camarero. Tras examinar el menú pedí un generoso plato de couscous con salsa de tomate; una botella de agua grande; y de postre un yogur de vainilla, que por lo visto es la especialidad local. Estaba rico aunque muy dulce. Paradis Glacier es un local muy frecuentado por los vecinos de Bobo-Dioulasso y cuando acabé de comer me quedé un rato a la sombra, rodeado de una paz absoluta. Precio: 1.950F (unos 3€). Insuperable. Esta es una de las ventajas de recorrer antiguas colonias Francesas.
A continuación regresé al casco antiguo de Bobo-Dioulasso para hacer fotos aprovechando las últimas luces del atardecer. Fue un paseo muy agradable y descubrí detalles interesantes en cada rincón: lugareños sacando agua de un pozo; casas antiguas cayéndose a pedazos; mujeres guapísimas de rostros exóticos y cuerpos estilizados; y grupos de niños jugando. También me hicieron gracia los peinados de la mayoría de niñas: unas trenzas que se mantienen erguidas mediante unos finos alambres, como si fueran antenas; y que se adornan con objetos de plástico de vivos colores.
Aunque no todo es idílico en Dioulassoba. Me crucé con bastantes críos vestidos con harapos que deambulan por la ciudad pidiendo limosna. En algún caso les di una moneda de 100F, aunque es una práctica que intento evitar para no fomentar el acoso al turista. Además la gente se negaba a aparecer en mis fotos y por enésima vez tuve que moverme de forma muy discreta, apurando al máximo el zoom de mi cámara. El calor era asfixiante, con una temperatura superior a los 40º. Y encima los guías no dejaban de asediarme, apareciendo de debajo de las piedras. Tanto que al final puse punto final al paseo antes de tiempo y regresé a mi hotel. En la habitación me dediqué a leer y descansar, y solventé la cena con galletas y un zumo.
PRIMEROS PASOS EN MOTO
Al día siguiente me desperté con mi alarma sonando a las 6h tras una noche de sueño reparador. Ya en pie me vestí; desalojé la habitación; dejé la mochila grande en la recepción; y me acerqué a desayunar a La Bonne Miche. Esta vez cayó un café con leche y un Pain aux Raisins (850F). A las 8h, según lo acordado, me reuní en la puerta del hotel con un lugareño llamado Lam. Yo quería alquilar un moto-taxi para explorar los alrededores de Bobo-Dioulasso y el día anterior pregunté a un recepcionista del hotel, que llamó por teléfono a Lam. Pero cuando llegó, el hombre me propuso una alternativa: que alquilara solo la moto y condujera yo. Una opción mucho más económica y que me permitiría una mayor libertad de movimientos.
Yo nunca había conducido una moto en España, pero a esas alturas ya contaba con experiencia en el extranjero alquilando sencillas motos automáticas durante varios días en Tailandia o Indonesia. Así que me veía perfectamente capacitado para afrontar el reto. Además las guías de viaje recomiendan alquilar una moto para recorrer Burkina Faso. Pero África no es el Sudeste Asiático, y tenía muchas dudas sobre el estado de conservación de los vehículos o la seguridad de las carreteras.
El caso es que la propuesta de Lam me acabó de animar y decidí lanzarme. El hombre vino al hotel con una Yamaha de color azul que me costó 6milF por un día entero. La primera sorpresa fue comprobar que la moto era semiautomática, es decir, que tenía que cambiar yo las marchas pero sin utilizar el embrague. Esto sí que era una novedad para mí y no me hizo mucha gracia, pero ya no había vuelta atrás. Así que Lam me dio unas breves instrucciones de uso y me subí a la moto. Lam no me pidió el permiso de conducir; no me dio un casco (nadie lo utiliza en Burkina-Faso); y dudo mucho que tuviera al corriente de pago su seguro de accidentes. Una auténtica ruleta rusa. Aunque yo tampoco le dejé mi pasaporte en depósito o alguna otra garantía de que iba a regresar con su moto.
Al principio me sentía muy incómodo. La palanca del cambio de marchas estaba durísima y cada cambio me costaba un mundo, revolucionando la moto y despistándome de lo que sucedía en la carretera. Por suerte poco a poco me fui acostumbrando; y encontré sin problemas el camino hacia el primer lugar de interés del día. Cuando ya había dejado atrás Bobo-Dioulasso hice un alto en una curiosa gasolinera para poner una botella de combustible (700F por el litro) y evitar situaciones desagradables. Y es que en la Burkina-Faso rural (y en buena parte de África) la gasolina se vende en botellas de alcohol, como si fuera whisky.
Tras llenar el depósito seguí la carretera principal durante 6km en dirección a Ouagadougou. Pensaba que sería un trayecto breve pero se me hizo larguísimo y tuve que parar en varias ocasiones a preguntar a los lugareños para asegurarme de que estaba en el camino correcto. Al final encontré el desvío y continué sin problemas 2km más por una pista de tierra. Hasta que al cabo de unos minutos llegué a un conjunto de casas y un cartel que daba la bienvenida a «le village touristique de Koro«.
DESCUBRIENDO KORO
Nada más bajar de la moto salieron a mi encuentro varios lugareños. Koro es una aldea tradicional que el gobierno ha convertido en atracción turística, y esto tiene sus desventajas:
*Hay que pagar una entrada de 1.000F para visitarla.
*Es obligatorio ir acompañado de un guía. En mi caso me asignaron a Awa, una chica musulmana vestida con una túnica de color negro y un pañuelo en la cabeza. La verdad es que no parecía estar muy contenta con su trabajo: su rostro era serio; me aportó las explicaciones justas durante la visita; y la mayor parte del tiempo caminó bastante alejada de mí, mientras yo hacía fotos y exploraba el lugar por mi cuenta. No hay una tarifa establecida para los guías. Yo al acabar le dí 1.000F y pareció quedar satisfecha.
*Al poco de llegar a Koro apareció un autobús escolar lleno de alumnos. Por suerte no coincidimos porque hubiera sido un desastre.
Koro está ubicado en lo alto de una colina y se divide entre el barrio de los Forgerons (herreros); y el de los Agriculteurs (agricultores). De entrada me llamó la atención que estaba prácticamente vacío. Awa me explicó que al ser la época más calurosa del año los Forgerons no trabajan; y los Agriculteurs pasan gran parte del día en las tierras bajas, donde tienen sus cultivos. Aunque a esto hay que añadirle también que mucha gente ha emigrado del pueblo en busca de mejores condiciones de vida. Porque habitar Koro implica tener que bajar a la fuente varias veces al día y subir cargado con cubos de agua para cocinar o el aseo personal.
Las casas de Koro están construidas con ladrillos de adobe y los tejados son de troncos de madera y paja, aunque la mayoría han sido sustituidos por planchas de chapa. Las ventanas son minúsculas. Durante la visita pude ver el lugar donde se reúnen los ancianos (una cubierta de cañas sostenida por varios troncos de madera); un par de fétiches con restos de plumas y sangre; y mujeres barriendo o moliendo grano frente a sus viviendas rodeadas de enormes canari (vasijas de barro que se utilizan para cocinar o conservar alimentos).
En el punto más alto de Koro hay un mirador desde el que contemplé unas vistas magníficas del pueblo y los alrededores, con un paisaje salpicado de enormes rocas de granito (algunas en precario equilibrio) y arbustos de un color verde intenso. Me recordó mucho a Bongo.
La parte final del recorrido fue algo caótica. Aparecieron grupos de niños que me pedían fotos, pero luego querían algo a cambio y eran realmente insistentes. Al final acabé dándoles un par de bolsitas de cacahuetes que compré en un puesto callejero para calmar los ánimos (100F). También tuve problemas con una mujer que se enfadó al verme haciendo fotos. Con lo cual le pedí posar para obtener una buena imagen a cambio de una moneda. Por cierto, durante estas situaciones ni rastro de Awa…
Al final regresamos a la parte baja del pueblo, donde había dejado la moto; y esperé alrededor de una hora a que Awa enseñara Koro al grupo escolar que acababa de llegar. Yo me senté en un bar a tomar una Coke caliente (a pesar de que la sacaron de una nevera) y ver a la gente pasar. Exploré los alrededores, con alguna casa de adobe y fogatas preparando Dolo. Y charlé con un guía, que al poco ya me estaba pidiendo un bolígrafo o alguna moneda. Hay ciertas partes de Burkina Faso donde la atmósfera de mendicidad puede llegar a agobiar.
EN BUSCA DE DAFRA Y SUS PECES SAGRADOS
A continuación quería visitar Dafra, un lago ubicado en los alrededores de Koro donde los lugareños acuden a realizar ofrendas a sus peces sagrados (de forma similar a lo que ocurre en Paga con los cocodrilos o en Boabeng-Fiema con los monos). Como no hay indicaciones para llegar al lugar decidí contratar de nuevo los servicios de Awa, cuya actitud no me había gustado especialmente pero era lo malo conocido.
El problema fue que teníamos que viajar los dos en mi moto y encima la chica insistió en conducir. No se si por el hecho de ser mujer (quizás era de muy mal gusto dejarse ver en la parte trasera de una moto con un desconocido); o simplemente porque le hacía gracia. Yo acabé aceptando y una vez en marcha Awa me confesó que nunca había conducido una moto. Me dejó de piedra y no sabía si creerla, porque para ser la primera vez no lo hacía nada mal y mantenía el equilibrio (teniendo en cuenta que había dos personas a bordo). Aunque por otra parte no sabía cómo arrancar la moto; y en situaciones comprometidas la veía en serios apuros.
Para llegar a Dafra hay que recorrer una pista de tierra de algo más de 7km y el terreno es realmente complicado. En muchos tramos hay bancos de arena que hacían derrapar la moto y Awa transmitía una sensación de inseguridad permanente. Hubo un par de ocasiones donde no nos caímos de milagro y al final me temía lo peor. Solo me faltaba partirme una pierna en ese lugar remoto de Burkina Faso… El trayecto se me hizo eterno.
A continuación cruzamos una zona de campos de cultivo; llegamos a la orilla de un río donde había un grupo de lugareños lavando ropa; aparcamos la moto; caminamos un rato bajo un sol abrasador; y llegamos a un punto donde las aguas del río se estancan formando una especie de lago. Se trataba del lugar conocido como Dafra, que significa «pez gato» y está habitado por docenas de estos seres, algunos enormes. Yo subí a una roca y pude observarlos nadando lentamente.
La pena es que no teníamos pan para alimentarles. Yo no sabía que era necesario y a Awa tampoco se le ocurrió comprar en Koro. Cuando se acordó, ya camino de Dafra, intentó comprar en un par de aldeas pero no tenían. Así que me perdí una escena impactante. Porque más tarde pude ver alguna foto en Google donde aparecían grupos de monstruosos peces gato con medio cuerpo fuera del agua y una boca abierta enorme esperando un trozo de pan. Qué desastre de guía… Al menos el paisaje de la zona es espectacular, con imponentes acantilados de color naranja; y vegetación exuberante salpicada de palmeras y árboles frutales. Solo por esto ya mereció la pena el viaje.
Tras unos minutos de descanso Awa insistió en que volviéramos a Koro. De camino a la moto me pidió 4milF por la visita pero yo le dí 2milF, un importe más que justo teniendo en cuenta que el transporte lo ponía yo, y aceptó a regañadientes.
REGRESO A BOBO-DIOULASSO
Una vez en la moto, la pista hasta Koro nos tenía preparadas las mismas emociones fuertes que a la ida, con bancos de arena traicioneros, la moto derrapando, y la sensación de poder irnos al suelo en cualquier momento. Reconozco que iba con el corazón en un puño y lo pasé fatal.
Por si fuera poco se produjo un incidente: tras un alto para descansar Awa caminaba junto a la moto, aceleró para avanzar, se le escapó el vehículo de las manos, y este cayó con violencia en la cuneta. Imagino que mi cara de horror fue impagable. Y lo bueno es que a Awa le entró un ataque de risa. Claro, como a ella no le iban a pasar la factura de los daños… Menos mal que la moto parecía intacta; y que en todo caso no se la tenía que devolver a Lam en persona.
Al llegar a Koro me despedí de Awa. A pesar de todo la chica me cayó bien, así que nos hicimos una foto e intercambiamos números de teléfono. A continuación tomé la carretera principal, donde me encontré un escenario complicado. El calor era horrible; las marchas continuaban sin entrar a la primera; y pasaban camiones que me lanzaban arena a la cara. Y las cosas solo hicieron que empeorar. Tanto que al final ya no sabía si llorar o reírme. Esto fue lo más destacado:
*Justo tras adelantar a un camión escuché una explosión y vi por el retrovisor que se le había reventado una rueda. El vehículo se dirigía hacia mí descontrolado haciendo eses, con lo cual tuve que acelerar a todo gas para evitar ser embestido y me escapé por los pelos.
*Al llegar a Bobo-Dioulasso me perdí de la forma más tonta y acabé deambulando sin rumbo por avenidas caóticas llenas de tráfico. Además cuando preguntaba a la gente, o no me entendían y me ignoraban; o me enviaban en la dirección contraria y acababa aún más perdido. Hasta que por fin un par de lugareños me dieron las indicaciones correctas y conseguí ubicarme en el mapa.
*Al parar en un semáforo e intentar acelerar la moto se quedó clavada. Y tras unos segundos de confusión deduje el problema: me había quedado sin gasolina. Algo muy factible porque el medidor del depósito no funcionaba, y desde que paré a repostar había recorrido un montón de kilómetros. Eso sí, menos mal que esto me pasó en el centro de Bobo-Dioulasso y no de camino a Dafra, porque creo que me hubiera tocado pasar la noche en el campo. El caso es que tuve que empujar la moto hasta una gasolinera cercana; y comprar otra botella de combustible.
Para esta jornada también había previsto visitar Koumi, un pueblo tradicional ubicado 18km al oeste de Bobo-Dioulasso. Pero ya se había hecho muy tarde y preferí tomarme un descanso. Mi cuota diaria de aventuras estaba más que cubierta. A eso de las 17h regresé a mi hotel; aparqué la moto en la puerta; y en la recepción dejé las llaves y recuperé la mochila grande para continuar mi ruta por Burkina-Faso.
CONCLUSION
Bobo-Dioulasso es un lugar imprescindible en cualquier visita a Burkina-Faso. Un día completo será más que suficiente para visitar sus principales atracciones turísticas. Aunque Bobo es conocida como la capital cultural de Burkina, y abundan los talleres de artesanía ylocales con música tradicional en directo. Así que si eres un melómano o te gusta mucho el arte deberías dedicarle a esta ciudad un día extra. Por último te recomiendo alquilar una moto y emplear una tercera jornada en recorrer los alrededores de Bobo-Dioulasso. Comenzando a buena hora y si la moto no se estropea veo factible visitar en un mismo día Koro, Dafra (no te olvides del pan para los peces gato) y Koumi.
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