Paseando por un espectacular mercado semanal y descubriendo en moto imponentes cascadas y formaciones rocosas de aspecto extraterrestre
Banfora es la capital de la región de Cascades, situada a escasa distancia de las fronteras de Mali y Costa de Marfil. Su principal atracción turística es un colorido mercado semanal donde acuden cientos de lugareños de rostros exóticos creando imágenes realmente fotogénicas (aunque te va a costar utilizar la cámara). Además en los alrededores de Banfora se pueden visitar varias maravillas de la naturaleza. Yo primero me acerqué a las Cascadas de Karfiguela, el salto de agua más importante de Burkina Faso (tanto que da nombre a la región). Están formadas por el río Comoé, que tras recorrer 760km cruzando Costa de Marfil desemboca en el Golfo de Guinea. Y constituyen un sitio ideal para darse un baño refrescante y relacionarse con la población local.
A continuación exploré los Dômes de Fabedougou, una serie de sorprendentes formaciones rocosas con forma de cúpula. Fueron creadas por la erosión de los elementos en un antiguo lecho marino compuesto por capas de material sedimentario de diferente dureza.
VIAJE BOBO-DIOULASSO – BANFORA
Llegar hasta Banfora no pudo ser más sencillo. Yo caminé desde mi alojamiento hasta la Terminal de Autobuses de la compañía Rakieta; compré mi billete (1.500F); guardé mi mochila grande en el maletero del vehículo; y un empleado fue llamando a los pasajeros por orden de compra de los billetes para que ocupáramos nuestro asiento (incluida una señora que iba con una gallina). Por suerte me tocó junto a la ventana y pude disfrutar del paisaje.
El autobús arrancó con puntualidad y tardamos 2 horas en recorrer los 85km que separan Bobo-Dioulasso y Banfora. Y porque encontramos dos controles policiales donde un agente subió al vehículo para comprobar uno por uno los carnets de identidad de todos los pasajeros. De camino atravesamos una zona de bosques; y disfruté de una maravillosa puesta de sol, con un cielo salpicado de nubes teñidas de color naranja. Una pena no haber podido hacer fotos.
A mi lado viajaba una chica y pronto nos pusimos a hablar. Se llamaba Jeanne, era profesora en un colegio de niños, y venía de visitar a sus padres en Bobo-Dioulasso. Puso mis conocimientos de francés a prueba, porque en esa época no estaba para charlas muy elaboradas. Como cuando abrió un zumo y me dijo «Vous êtes invités«, que literalmente significa «estás invitado»; y yo le contesté «No, gracias». Pero en realidad no me estaba invitando a nada, es una expresión francesa que significa algo así como «Con tu permiso». Su cara fue un poema…
Al llegar a Banfora ya era de noche. Jeanne me dijo que tenía su moto en el maletero del autobús (¡?); y me ofreció llevarme hasta mi hotel para ahorrarme la caminata. Yo acepté, pero me quedé de piedra cuando la chica me dio la llave y me dijo que condujera yo. ¡Pero si en Koro fue Awa la que insistió en conducir! El caso es que yo no me veía capaz de pilotar una moto que no conocía, por calles oscuras y con dos personas a bordo. Y con mano izquierda le pedí que condujera ella.
Hubo momentos de duda en los que parecía molesta, hasta que al final nos pusimos en marcha con ella a los mandos. Durante el trayecto casi nos caemos en un banco de arena; y llegamos a mi hotel, donde intercambiamos números de teléfono y nos despedimos. Tras lo visto en Burkina Faso hasta ese momento me sorprendió que no me pidiera dinero por el viaje.
ALOJAMIENTO: HOTEL COMOE – 6milF/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble; ducha privada perfecta; ubicación a escasa distancia del centro de Banfora; propietario realmente amable; precio.
*Puntos en contra: colchón muy incómodo; lavabo compartido; mobiliario destartalado; limpieza mejorable (sobre todo en el lavabo); ventilador de escasa potencia (hacía un calor horrible).
Aunque lo peor de este alojamiento fue la presencia de cucarachas, algunas enormes. La segunda noche estaba escribiendo en la cama y de repente vi una corriendo hacia mí por el colchón. Yo pequé un salto que casi me caigo al suelo, porque tengo fobia a estas criaturas. Puedo soportar todo tipo de seres en mi habitación: arañas, lagartos, ratones… Pero las cucarachas son mi kriptonita. Mi idea inicial fue cambiarme a la habitación de al lado, que habían desalojado esa mañana, pero estaba plagada de cucarachas. Incluso pensé en montar la tienda de campaña y dormir en el suelo. Pero al final me armé de valor, busqué a la cucaracha, y entre mi bote de insecticida y una chancla conseguí acabar con ella. Soy consciente de lo ridículo que suena, pero para mí fue todo un logro, y pude dormir relativamente tranquilo.
Lo cierto es que el Hotel Comoé parece haber tenido un pasado esplendoroso (las guías de viaje lo consideran de gama media). Pero actualmente es un lugar desangelado con muchísimos defectos y no lo recomiendo. En fin, una vez instalado en mi habitación salí con ganas de llenar el estómago.
El dueño del hotel me recomendó para cenar un sencillo maquis cercano. Yo ocupé una mesa de la terraza; y pedí 5 brochetas de carne de cerdo acompañadas de 2 cervezas Brakina heladas. La atmósfera me encantó, rodeado de oscuridad, con música local, un cielo cubierto de estrellas y un propietario muy simpático. En cada mesa había una campanilla para llamar al camarero. Me pareció denigrante pero al final la tuve que utilizar porque no se veía nada. Precio: 1.700F (menos de 3 euros). Sin duda uno de mis locales favoritos de Burkina Faso.
EL MERCADO SEMANAL DE BANFORA
A la mañana siguiente amanecí a las 6h tras una noche para olvidar. Me desperté en varias ocasiones empapado en sudor por culpa del calor horrible; muerto de sed (no tenía agua); y con la espalda dolorida por el colchón. Pero bueno, a pesar de estar cansado me obligué a ponerme en pie. Una vez en la calle busqué un lugar para desayunar muy recomendado por mi guía de viajes, pero tras una caminata agotadora y no encontrar el local me tuve que conformar con un pequeño maquis donde había bastantes lugareños. Allí me tomé un café con leche; y una baguette con aguacate (no había otra opción). Precio: 400F.
El principal lugar de interés turístico de Banfora es su mercado semanal, que ocurre cada domingo. Mi estancia en el pueblo coincidió con ese día, así que caminé hasta el recinto donde en teoría se ubica el mercado, situado al este de mi hotel. Pero cuando llegué me encontré un ambiente decepcionante: tan solo un puñado de puestos de alimentos; muchos comercios cerrados; y casi ningún cliente. No tenía sentido.
Al final le pregunté a una lugareña y me explicó que aquello era el Mercado Nuevo; y que el semanal tenía lugar en el Mercado Antiguo, situado al norte de Banfora, cerca de la carretera principal. De hecho, mientras buscaba el local para desayunar había pasado justo al lado sin darme cuenta. Con lo cual me tocó caminar otra vez bajo un sol de justicia. Hay días en los que no sale nada… Llegué deshidratado, y para recuperar líquidos entré en un curioso local llamado McDonald, donde me tomé dos deliciosos zumos de mango por 1.200F; y estuve charlando un rato con el simpático camarero.
Tras el descanso me dirigí a la zona del mercado semanal, que se extiende de forma desordenada ocupando varias calles. Aquí el ambiente era mucho mejor, con numerosos puestos y gente por todas partes. Pero nada más sacar mi cámara para hacer una foto panorámica varios lugareños comenzaron a gritarme y hacer gestos de desaprobación con caras de pocos amigos.
Por suerte pude calmar los ánimos explicando que estaba haciendo fotos para promocionar el turismo de Banfora. Aunque el mensaje me quedó claro: nada de cámara. Si con una foto general sin apuntar a nadie en concreto había pasado esto, conseguir imágenes de gente o comercios era tarea imposible. De hecho ya me habían avisado que iba a tener problemas para hacer fotos en el mercado (el dueño de mi hotel, un chaval durante el desayuno…), pero no me imaginaba que la situación era tan hostil.
En fin, con mi cámara enfundada me adentré en el mercado y la experiencia fue increíble. El mercado semanal de Banfora es uno de los más espectaculares que he visto en mi vida. Se compone de docenas de puestos con todo tipo de productos a la venta. Y sus avenidas estaban llenas de gente, en muchos casos procedente de Mali y Costa de Marfil. Vi infinidad de mujeres de rostros exóticos con atuendos de vivos colores, elaborados peinados y adornos originales; y hombres de gran altura con túnicas y sombreros. Una auténtica explosión para los sentidos. Y yo allí en medio como único occidental convertido en el centro de todas las miradas.
Había oportunidades fotográficas en cada rincón y durante un rato me dediqué a buscar algún edificio alto para subir y utilizar mi cámara sin ser visto, pero no tuve suerte. Con lo cual opté por deambular por el mercado disfrutando del ambiente; y regresé a mi hotel con la cabeza llena de imágenes imborrables.
Quizás lo más inteligente hubiera sido contratar los servicios de un guía local para recorrer el mercado. Así la gente no se hubiera sentido tan violenta y él podría haber suavizado el ambiente (tal y como ocurrió en Dioulassoba). O utilizar el móvil en lugar de una cámara reflex (aunque en esa época la calidad de mi móvil era pésima). El caso es que si te gusta la fotografía te aconsejo planear esta visita al detalle.
EN MOTO POR BANFORA
Tras mis aventuras en Koro comprobé que estaba preparado para alquilar una moto y realizar excursiones a lugares apartados. Así que decidí conseguir una y explorar los alrededores de Banfora. Mi primera idea fue preguntar al dueño de mi alojamiento. Éste me dio el número de teléfono de un conocido, pero cuando le llamé no obtuve respuesta. Con lo cual opté por acudir a Chez Tapissier Ouattara, un local recomendado por mi guía de viajes ubicado en la zona del mercado semanal, junto a la Terminal de autobús de la compañía TCV.
Allí alquilé una moto KTM en mejor estado que la Yamaha de Bobo-Dioulasso (o eso pensaba). Incluso me aseguré de que funcionaba el medidor del depósito de gasolina para evitar sorpresas desagradables. Además el precio fue realmente económico: 3 días de alquiler me costaron 12milF (unos 6€ al día). Eso sí, la chica encargada del comercio me exigió el pago por adelantado; y me pidió que dejara en depósito mi pasaporte. A esto último me negué en redondo porque no estaba dispuesto a viajar indocumentado durante tanto tiempo, arriesgándome a tener problemas en algún control policial. Al final, tras unos momentos de incertidumbre, la encargada se conformó con una fotocopia del pasaporte y mi cartilla de vacunación original (¡?).
Ya en la moto conduje hasta la carretera principal equipado con la mochila pequeña y mi cámara de fotos; llené el depósito en una gasolinera; y dejé atrás Banfora, con una sensación de aventura difícil de explicar con palabras. Me adentraba en un mundo desconocido completamente solo.
LAS CASCADAS DE KARFIGUELA
En teoría las Cascadas de Karfiguela están situadas a unos 20 minutos de Banfora. Pero esto es si conoces el camino a la perfección, porque no hay indicaciones y se trata de una zona donde cuesta encontrar gente para pedir ayuda. Yo al principio conduje por una carretera asfaltada hacia el norte que pronto se convirtió en una pista de tierra. Y cuando me di cuenta estaba perdido en medio de una enorme extensión de plantaciones de caña de azúcar (la principal fuente de recursos de Banfora). La atmósfera era irreal, con multitud de aspersores regando que a veces me mojaban; y una bruma que lo envolvía todo fruto de la evaporación del agua.
Mientras daba vueltas sin rumbo me crucé con dos críos en bici y les pedí ayuda. Pero no tenían ni idea y tras un rato siguiéndoles me despedí de ellos dándoles 500F por las molestias. A continuación pregunté a cada lugareño que veía. Aunque a veces obtenía indicaciones correctas y me acercaba a mi destino; y otras acababa deshaciendo el camino recorrido.
Pero no me importó porque durante la ruta siempre encontraba algo de interés que me hacía parar a hacer fotos: un Hornbill posado en una rama; un tramo de carretera flanqueado de enormes árboles donde revoloteaban varios Abyssinian Rollers; dos chavales guiando a un par de cebús; montones de mangos… Hasta que al final conseguí llegar a las Cascadas de Karfiguela.
En la taquilla de acceso comprobé que quizás era la única persona de todo Burkina Faso que no conocía el camino, porque el lugar estaba lleno de autobuses escolares que descargaban grupos de alumnos dispuestos a pasar el día en las cascadas. El escenario era dantesco, con gritos por todas partes; ruido de motores; y molestas nubes de polvo. Por lo visto marzo es época de vacaciones escolares y es muy habitual que se organicen viajes para que los chavales conozcan el país. Con lo cual tocaba armarse de paciencia.
A continuación pagué la entrada (1.000F); continué hasta la zona de aparcamiento (150F, con ticket y todo); y desde allí caminé hasta la orilla del río Comoé. En este lugar hay guías locales que ofrecen sus servicios para explorar la zona. Pero es muy sencillo orientarse y no los considero imprescindibles. Esto fue lo más destacado de mi visita:
1. Mirador I: nada más llegar al río aparece la primera panorámica, con la Cascada de Karfiguela cayendo entre una vegetación exuberante. Imagino que durante la época de lluvias debe ser mucho más espectacular pero en mi caso había agua suficiente.
2. Mirador II: a continuación seguí la orilla del río hacia la derecha; y subí por una pared de roca que no entraña dificultad porque hay escalones tallados (a no ser que haya llovido y el terreno esté resbaladizo). Tras unos minutos alcancé el punto más elevado de la cascada, justo donde el río se precipita al vacío. Las vistas de los alrededores son magníficas, con árboles exóticos; el río perdiéndose en el horizonte; y la niebla envolviéndolo todo. Aquí aproveché que estaba completamente solo para quedarme un buen rato a contemplar el paisaje y hacer un montón de fotos.
3. Piscinas Naturales: más tarde subí un poco más, cruzando un tramo de bosque en paralelo a la orilla derecha del río; y llegué a una zona con saltos de agua más pequeños que forman piscinas naturales donde es posible bañarse. Yo no me lo pensé ni un segundo: me escondí en unos arbustos para ponerme el bañador; y me lancé al agua en un rincón donde no había mucha gente. Tras el duro trayecto en moto y la caminata, sentó genial pasar un rato nadando, totalmente al margen del calor sofocante. Es posible continuar remontando el curso del río Comoé en busca de otros saltos de agua o lugares más tranquilos, aunque yo me conformé con lo visto.
Como era de esperar la zona de saltos de agua estaba plagada de chavales de entre 14 y 18 años de edad. Había grupos por todas partes, charlando, nadando, saltando desde las rocas, o simplemente flirteando. Pero lo que a priori podía parecer un inconveniente se convirtió en algo a mi favor porque pude hacerles todas las fotos que quise, sin preocuparme de recibir malas caras o peticiones de dinero. Y la verdad es que había imágenes interesantes. Chicos con camisetas de colores; chicas con todo tipo de ropa, algunas con hijab cubriéndoles la cabeza, otras con peinados exóticos y bikinis mínimos, luciendo cuerpos esculturales…
Además, como era el único turista occidental, mi presencia se convirtió en un gran acontecimiento. Todo el mundo me saludaba al verme; y un grupo de chavales no paraba de pedirme fotos (conmigo o sin mí) mientras coreaban «¡tubab, tubab!», que significa «hombre blanco». A mí lejos de incomodarme la situación me hizo bastante gracia y me permitió relacionarme con la gente. Pero no me imagino lo mismo en Europa, con un africano rodeado de chavales blancos gritándole «¡negro, negro!» Impensable. Otra expresión habitual que utilizaban los chavales para dirigirse a mí era «le blanc«.
Tras nadar un rato más me senté en una roca a secarme y puse punto y final a la visita. Mientras caminaba hacia el aparcamiento le compré una Fanta caliente a un lugareño equipado con una nevera de mano; y también tres manzanas de aspecto horrible a una chica guapísima, de pelo trenzado y rasgos esbeltos. Valían 50F pero le dí 200F incluyendo un par de fotos de ella; y acabé regalándole las manzanas al encargado del aparcamiento.
LOS DÔMES DE FABEDOUGOU
Llegar al segundo punto de interés del día tampoco fue fácil. Una vez más no había indicaciones; y cuando encontraba algún cartel estaba tirado en el suelo, oxidado y con las letras borrosas. Así que acabé perdido recorriendo pistas sin asfaltar con tramos de bancos de arena que hacían derrapar la moto peligrosamente. Pero fui preguntando a la gente que me encontré por el camino y al final lo conseguí. En la taquilla pagué la entrada (1000F) y conduje un poco más hasta un pequeño aparcamiento donde me encontré frente a un paisaje espectacular, con docenas de montículos de roca estratificada con forma de cúpula (de ahí el nombre del sitio).
A diferencia de las Cascadas de Karfiguela el lugar estaba prácticamente desierto. Nada más dejar la moto caminé unos metros y me adentré en un auténtico laberinto de roca. El entorno es tan exótico que produce la sensación de estar en otro planeta. Después subí con cuidado hasta la cima de una de las cúpulas y pude contemplar unas vistas épicas. Además tuve suerte porque apareció una pareja local y el chico me hizo un par de fotos. Aunque el cielo plomizo y la bruma procedente de las plantaciones de caña de azúcar no ayudaba mucho.
Más tarde bajé de la cúpula y continué explorando la zona. Caminé entre montañas rodeadas de espesa vegetación de un color verde intenso. Y recorrí en solitario estrechos desfiladeros sin saber qué me iba a encontrar al otro lado. Al final acabé en lo alto de otra cúpula, donde me senté a descansar y contemplar el paisaje. De fondo se escuchaba la música procedente de una fiesta escolar cercana.
La única pega es que me encontraba realmente débil, porque ya eran las 15h pasadas y no había comido nada desde el desayuno. Demasiadas emociones fuertes con el estómago vacío. Y todo por mi manía de no meter algo de picar en la mochila. Con lo cual decidí bajar de la cúpula; recuperé mi moto; y volví a Banfora.
Por suerte no me costó nada encontrar el camino correcto. Solo tuve que preguntar en la taquilla de la entrada y las instrucciones fueron tan precisas que me orienté a la perfección. Así que en cuestión de minutos estaba conduciendo por la carretera principal de Banfora. Una vez en la ciudad fui directo a McDonald y me bebí casi seguidos tres zumos de mango que me dejaron como nuevo (1.800F). Y es que estaba tan sediento que ya me empezaba a marear, fruto del calor y la deshidratación.
CONCLUSION
Cualquier turista que visite el suroeste de Burkina acabará pasando algún tiempo en Banfora. Si es domingo, una visita a su mercado semanal es imprescindible, aunque no estés interesado en comprar nada. De lo contrario, lo mejor será que te centres en explorar los alrededores. Las Cascadas de Karfiguela y los Dômes de Fabedougou se pueden visitar perfectamente durante una jornada completa, incluido tiempo más que suficiente para que te pierdas en busca del camino correcto.
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