Un enorme baobab sagrado rodeado de restos de sacrificios y un bonito lago habitado por grupos de hipopótamos
Banfora es una base perfecta para explorar la región de Cascades, que ofrece paisajes espectaculares con aldeas tradicionales, viviendas de adobe, estilizados graneros y plantaciones de palmeras Ronier. Una de las poblaciones más interesantes es Toumousseni, habitada por la etnia Turka (no confundir con la Turkana del norte de Kenia), de religión animista. La aldea está presidida por un enorme baobab al que la gente otorga poderes mágicos y adora como si fuera una divinidad. En el pasado se creó la figura del guardián del baobab, un cargo que se transfiere de padres a hijos. Actualmente ya van por el décimo guardián, un sonriente abuelete de aspecto bonachón que durante mi visita permaneció sentado junto al árbol.
Otra atracción situada a escasa distancia de Banfora es el Lago Tengrela, donde es posible realizar paseos en barca en busca de hipopótamos. Aunque durante mi visita un trágico accidente había suspendido el servicio de forma temporal y me quedé sin verlos.
EXCURSION A TOUMOUSSENI
La jornada comenzó a buena hora tras una noche para olvidar en mi hotel de Banfora por culpa de la presencia de cucarachas. Como no tenía muchas ganas de permanecer en la habitación piqué unas galletas, preparé la mochila pequeña, y me subí a mi moto de alquiler para continuar recorriendo los alrededores del pueblo. Al cabo de unos minutos estaba cruzando una pradera salpicada de marismas donde pastaban tranquilamente rebaños de cebús con cuernos y chepas de gran tamaño, y grupos de garzas blancas. También vi poblados con casas de adobe y estrechos graneros con tejados de paja.
Durante el trayecto me tocó enfrentarme a mi primer control policial. Reconozco que estaba algo nervioso, pero tras comprobar los papeles de la moto y el recibo del alquiler los agentes me dejaron continuar sin problemas. Buena parte de la ruta discurrió por una carretera asfaltada en dirección a Sindou. Hasta que en un punto concreto me desvié a la izquierda y continué por una pista de tierra. Pero como las indicaciones brillaban por su ausencia me perdí y tuve que preguntar a la gente en un par de ocasiones hasta dar con el camino correcto para llegar a Toumousseni.
Poco a poco la pista se fue estrechando y acabé en una zona boscosa y solitaria sin saber si seguía en la dirección adecuada. Había muchas palmeras Ronier, cuya sabia utilizan los lugareños para preparar Banji (vino de palma). En una de las palmeras pude ver revoloteando un magnífico Abyssinian Roller y conseguí buenas fotos. De vez en cuando me cruzaba con algún lugareño, que se quedaba mirándome con ojos como platos porque no están acostumbrados a ver turistas.
Como iba totalmente perdido, al pasar por una vivienda vi un grupo de chavales sentados en la entrada y me acerqué a pedirles que me llevaran a Toumousseni. De entrada no se fiaban mucho de mí, pero por suerte uno de ellos subió a su moto y me hizo seguirle durante unos kilómetros por una complicada pista con bancos de arena que me obligaron a hacer equilibrios para no caerme. Al final, tras unos minutos conduciendo, llegamos a la aldea; le di al chaval 1000F; y nos despedimos.
EL BAOBAB SAGRADO
La principal atracción de Toumousseni es su baobab sagrado. El guardián oficial se encontraba sentado junto al árbol ejerciendo sus funciones así que me atendió su hijo, un chaval de rostro serio que me estuvo enseñando los lugares más interesantes. Junto al tronco del baobab hay un fétiche donde se realizan sacrificios, con una vasija, plumas de gallina, restos de sangre y una antigua flecha de metal. Después accedimos al interior del baobab por un estrecho agujero que puso mi flexibilidad al límite. Según el chaval el árbol puede abrir y cerrar aquel agujero a su antojo, decidiendo quién entra y quién no.
Dentro hay unos pequeños bancos de madera donde la gente se sienta a presenciar las oscuras ceremonias que se celebran. También vi un pliegue del tronco donde se acumula el agua de lluvia, considerada sagrada. Y más tarde descubrí en una de mis fotos una enorme araña oculta en un rincón. El hijo del guardián me explicó numerosas historias y me animó a utilizar mi cámara sin restricciones. A continuación vimos la casa del guardián. Junto a la entrada hay otro fétiche; y una ristra de huesos de perro colgada de un clavo (por lo visto estos animales tampoco se escapan de los sacrificios). Y en un muro cercano diez plumas cubiertas de sangre dispuestas en fila, una por cada guardián existente hasta la fecha.
La visita del baobab no tiene una tarifa fija y el precio depende de cada uno. Yo le dí al hijo del guardián 1.900F (todo el cambio que llevaba encima) y pareció quedar satisfecho. Cuando estaba a punto de marcharme el chaval me presentó a las dos mujeres del guardián del baobab, que descansaban a la sombra de un árbol. Porque entre los Turka la poligamia es habitual siempre y cuando el hombre tenga recursos suficientes para mantener a todas sus mujeres. La más joven tenía un aspecto escalofriante, con un rostro solemne e inexpresivo; y escarificaciones en forma de bigotes de gato. Para mi sorpresa la mujer me pidió que le hiciera alguna foto. Y después me hizo acompañarla al interior de su cabaña donde (según el hijo del guardián) era capaz de contactar con los espíritus.
Reconozco que no entré allí de muy buena gana, pero afortunadamente el chaval se unió a nosotros. Dentro había un altar de sacrificios; numerosos amuletos; varias pilas de vasijas; y (lo más inquietante) las figuras de dos niñas gemelas observándonos. Acto seguido nos sentamos en el suelo y la mujer comenzó a respirar profundamente, mientras murmuraba palabras inteligibles y sacudía dos amuletos que agarraba con sus manos. La situación era inquietante y yo tenía los pelos de punta, a pesar de ser bastante escéptico con este tipo de rituales y el mundo sobrenatural.
Aunque nunca sabré cómo acababa aquella ceremonia porque para seguir adelante la mujer esperaba algún tipo de ofrenda por mi parte (económica o de cualquier otro tipo) y yo no tenía cambio (se lo había dado todo al chaval). Si realmente hubiera querido habría buscado la forma de satisfacer a la mujer, pero creo que hay cosas con las que es mejor no jugar y preferí que lo dejáramos aquí. Tras este momento inesperado hice alguna foto panorámica del baobab y los alrededores; y me despedí del hijo del guardián. Me hubiera encantado tener más tiempo para pasar al menos una noche en Toumousseni y presenciar los misteriosos rituales que tienen lugar alrededor del baobab. En fin, otra vez será…
EN EL LAGO TENGRELA
Para visitar el segundo lugar de interés de la jornada, situado a 7km de Banfora, tuve que deshacer parte del camino recorrido. Primero la pista de tierra, atravesando bosques y palmerales; y después un tramo de carretera en dirección a Banfora. Como no hay señales pregunté a una chica que iba en moto y me hizo seguirla hasta el desvío correcto (todo un detalle). A partir de aquí continué por una pista; crucé el pueblo de Tengrela, con casas de adobe y niños gritándome «cadeau, cadeau»; pagué 1000F a unos chicos que controlaban el acceso; y llegué a la orilla del Lago Tengrela.
La imagen del lago era espectacular, rodeado de enormes árboles; con cebús y garzas blancas cerca de la orilla; un grupo de chicas lavando la ropa; niños nadando en el agua; y graciosas Pintades correteando. Se notaba que estábamos en el final de la estación seca y el lago se había reducido bastante, pero aún así mereció la pena el viaje. Tras dar un paseo por la zona conduje un par de minutos siguiendo la orilla y aparecí en el Campement Le Rankart, donde es posible pasar la noche en una sencilla cabaña. Yo me senté en la terraza del bar, situada frente a la entrada, y pedí una Coke y una botella de agua grande. Allí estuve charlando con una agradable señora francesa que se alojaba en el campamento y que llevaba 30 años viviendo en Burkina Faso.
El verdadero motivo de mi presencia en el Lago Tengrela era realizar una excursión en barca para ver hipopótamos. Según mi guía de viajes las precarias canoas de madera se acercaban de forma temeraria a estos seres y la experiencia era única. Pero la señora francesa me dijo que semanas atrás una canoa volcó al emerger un hipopótamo del agua y 3 lugareños murieron ahogados. Así que el gobierno local había suspendido las excursiones hasta que se renovara la flota de embarcaciones con el objetivo de mejorar las condiciones de seguridad. Y durante mi visita a Tengrela todavía estaban en ello. Una pena…
A falta de excursión en barca la alternativa era esperar hasta las 18h, porque a veces los hipopótamos se acercan a la orilla y es posible verlos. Pero yo ya había tenido oportunidad de contemplar muchos durante mis viajes por África; y no me hacía ninguna gracia regresar a Banfora de noche. Con lo cual me despedí de la señora francesa y me puse en marcha.
De camino disfruté de innumerables escenas de la Burkina Faso rural: mujeres moliendo grano con la ayuda de troncos de madera; montones de críos llenando recipientes en la fuente del pueblo; chicas sentadas en el portal de casa trenzando el pelo de sus hijas; grupos de hombres charlando… Yo paré en varias ocasiones a hacer fotos, mostrándome siempre amable y sonriente para evitar problemas. Aunque en el caso de una chica guapísima que llevaba una palangana de agua sobre la cabeza y su bebé a la espalda le di una moneda de 100F a cambio de posar un momento. Al final, ya oscureciendo, llegué a mi hotel de Banfora y aparqué la moto en el patio.
CENA: LE CALYPSO
Se trata de uno de los mejores restaurantes de Banfora y está situado a escasos metros del Hotel Comoé. Yo me pasé con antelación para encargar el plato que quería, y me senté a tomar una cerveza Brakina helada en mi maquis favorito hasta la hora acordada. De regreso ocupé una mesa de la terraza y pedí Yassa Poulet, una especialidad de Senegal que consiste en una porción de pollo asado con arroz blanco, cebolla caramelizada y (en esta ocasión) plátano frito. Para beber cayó una botella de agua grande; y de postre un yogur casero. La comida estaba rica, con porciones abundantes, y me atendió una camarera eficiente, así que acabé satisfecho, a pesar del ambiente desangelado de la terraza. Precio: 5milF. Así acababan mis aventuras por Banfora.
CONCLUSION
Tanto Toumousseni como Tengrela son visitas obligadas. Ambas se pueden realizar fácilmente en una jornada desde Banfora. Aunque si dispones de algo más de tiempo te recomiendo dedicarle un día completo a cada lugar, pasando la noche en ellos. En Tengrela te podrás sentar junto al lago bajo un cielo estrellado, con el sonido de los hipopótamos de fondo. Y en Toumousseni tendrás oportunidad de presenciar algún ritual curioso mientras saboreas un vaso de Banji. Y al día siguiente continuar el camino rumbo a Sindou.
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