Viviendo en primera persona la festividad más sagrada del islamismo chiita, entre banderas, cánticos y muestras de dolor
En mis viajes por el mundo siempre me había lamentado de que mi visita al país de turno no coincidiera con alguna festividad o ceremonia destacada. No estuve en los Carnavales de Brasil. Ni en el Timkat en Etiopía. O en el Holi en la India. Nada me hacía pensar que mis primeros días en Irán iban a coincidir por pura casualidad con uno de los momentos más importantes del año en ese país: el Día de Ashura.
Aunque para entender su significado son necesarios un par de apuntes previos.
LOS ORÍGENES DEL ISLAMISMO CHIITA
Cuando Mahoma murió en el año 632 sus seguidores se enfrentaron al dilema de elegir al sucesor. Un grupo concluyó que debía ser un descendiente y pensaron en Alí, primo y yerno del profeta (estaba casado con su hija Fátima) y una de las personas más cercanas. Para ellos Alí debía ser el primer Imán, o persona de cualidades casi divinas, encargado de liderar a la comunidad e interpretar el Corán. Esta rama minoritaria del Islam se llamó Chiismo.
Pero la mayor parte de los discípulos de Mahoma no veían necesario que el sucesor tuviera que ser un familiar ni le otorgaban poderes sobrenaturales. Y tras una reunión eligieron a Abu Bakr como primer Califa del Islam. Esta segunda rama se llamó Sunismo.
Como era de esperar, los enfrentamientos entre chiitas y sunitas no tardaron en producirse, y en un periodo de apenas 25 años fallecieron en extrañas circunstancias los primeros tres Califas. Hasta que el conflicto desembocó en una guerra civil abierta, conocida como la Primera Guerra Islámica (o Primera Fitna), que acabó en el año 661 con el asesinato de Alí.
En la actualidad, el Sunismo es la principal corriente del Islam, con un 85% de seguidores, y está liderada por Arabia Saudí. Mientras que el Chiismo solo tiene un 15% de fieles, con Irán como principal valedor. Buena parte de los conflictos que dividen Oriente Medio se entienden a partir de esta rivalidad. Como la guerra de Yemen, donde Irán apoya a los rebeldes chiitas (con el respaldo de Rusia) y Arabia Saudí al gobierno (con la ayuda de Estados Unidos). O la guerra de Siria, donde Irán apoya al régimen de Al-Asad, y Arabia Saudí a los grupos armados opositores (de nuevo con intervención de Rusia y Estados Unidos). Y no es extraño leer en la prensa noticias sobre atentados con bombas en mezquitas chiitas o sunitas, que causan decenas de muertos.
EL DÍA DE ASHURA
En el año 680 falleció otro Califa y el conflicto resurgió. En esa época los chiitas estaban liderados por el Imán Husayn, hijo de Alí, y aprovecharon la situación para organizar una revuelta e intentar hacerse con el poder. Pero Yazid, el nuevo Califa, decidió atajar el problema de raíz: envió un ejército de 3mil soldados al encuentro de Alí y su pequeño grupo de familiares y seguidores, y acabó con ellos en un enfrentamiento conocido como la «Batalla de Kerbala» (aunque más bien fue una masacre). Así los chiitas se quedaron sin su tercer Imán, y se produjo el cisma definitivo en la religión islámica, que quedó dividida entre chiitas y sunitas.
El cuerpo de Husayn fue enterrado en Kerbala, una ciudad ubicada en Irak. Y en su honor se construyó la Mezquita Imam Husayn, que pronto se convirtió en uno de los lugares de peregrinación más sagrados para los musulmanes chiitas.
La Ashura conmemora el día en el que Husayn fue asesinado. Este hecho tuvo lugar durante el primer mes del calendario islámico, el mas sagrado del año, llamado Muharram. Los actos comienzan el primer día del mes, y alcanzan su punto culminante los días 9 (conocido como Tasu’a) y 10 (Ashura, que significa «décimo»). Como el calendario islámico es lunar, estas fechas varían cada año respecto nuestro calendario occidental. Y dio la casualidad que mi llegada a Kashan, el 30 de septiembre del 2017, coincidió con el día 9, previo a la Ashura. ¡Toda una sorpresa!
Los sunitas también conmemoran la Ashura, aunque de una forma diferente. Para ellos es una jornada de alegría, en la que celebran el día en que Dios ayudó a Moisés y los israelitas a escapar de los egipcios, separando las aguas del Mar Rojo.
REVUELO EN LAS CALLES DE KASHAN
Cuando mi taxi entró en el casco urbano de Kashan, recién llegado del aeropuerto, me encontré con una imagen que me dejó de piedra. Un numeroso grupo de hombres vestidos de negro, con cintas rojas en la frente y exhibiendo banderas con mensajes ininteligibles. Ocupaban toda la calzada, y el taxi se tuvo que abrir paso entre la multitud, rodeado de gritos. No tenía ni idea de lo que estaba pasando, y el nulo nivel de inglés del taxista no ayudó mucho. Reconozco que por unos segundos me temí lo peor. ¿Y si la mala fama del país estaba justificada?
Pero entonces vi algo que me tranquilizó. Entre el gentío aparecieron unos chavales con bandejas que iban repartiendo vasos de chay (té)a todo el mundo. Incluso el taxista bajó la ventanilla, cogió un par y me ofreció uno. Aquello tenía más pinta de festividad que de rebelión callejera…
Al llegar a mi alojamiento el encargado de la recepción me explicó muy por encima lo que estaba sucediendo, dejándome claro que en la Ashura no hay celebraciones sino muestras de luto. Y que muchas atracciones turísticas estarían cerradas al público durante dos días. Incluido el pueblo de Abyaneh, que iba a ser el escenario de una serie de ceremonias tradicionales donde los turistas no eran bien vistos. Así que una vez instalado en mi habitación salí a dar un paseo y curiosear un rato. Primero me dirigí a la zona del Bazar. Y en la calle Bab Afzal (una de las principales avenidas de Kashan) me encontré en pleno meollo de los actos conmemorativos de la Ashura.
ENTRE GRITOS Y CÁNTICOS
La avenida estaba engalanada con banderas y estandartes de color negro y rojo. Y por ella desfilaban diferentes grupos o hermandades, formadas por hombres vestidos de negro con cintas rojas. De vez en cuando se detenían unos minutos y al ritmo de los tambores levantaban los brazos al cielo y se golpeaban el pecho con las manos mientras gritaban «¡Ya Husayn!«. Algunos con tanto ímpetu, que tenían las palmas de las manos completamente rojas. A todo esto, como el calor era importante, había voluntarios con botas de agua fría repartiéndo entre la gente. Y otros cargaban a la espalda recipientes metálicos con agua de rosas, y la esparcían sobre la multitud con un vaporizador para refrescar el ambiente.
Yo al principio no me atrevía a desenfundar mi cámara de fotos, pues era evidente que la ceremonia tenía un gran significado religioso y pensaba que la gente me miraría con mala cara. Hasta que vi a un grupo de chinos que no se cortaban un pelo y se metían entre la gente, haciendo fotos a escasos centímetros sin que nadie se molestara. Así que poco a poco me fui animando y acabé obteniendo grandes imágenes.
A todo esto las mujeres, cubiertas con chadores de color negro, se limitaban a observar la escena desde los laterales de la avenida, acompañadas de sus hijos, ya que tienen totalmente prohibida la participación en este tipo de actos.
Más tarde entré en el Bazar, donde había otras hermandades. La mayoría llevaban un carrito con un equipo de sonido. Cada cierto tiempo el grupo se detenía y un Ulama (una especie de maestro dedicado a enseñar la tradición islámica) vestido de traje cogía el micro y se dirigía a la gente, que se sentaba en el suelo a su alrededor. A continuación, el Ulama explicaba lleno de emoción cómo fue la tortura y el asesinato de Husayn, con todo lujo de detalles (o eso me contaron, porque no entendía nada). Y la gente se quedaba cabizbaja, con rostros de tristeza, o directamente rompían a llorar.
La verdad es que fue impactante contemplar a ancianos con la cara llena de lágrimas. Tras la charla el Ulama comenzaba a cantar, y la gente se venía arriba al grito de «¡Ya Husayn!». Me sentí un privilegiado por poder presenciar en directo esta ceremonia ancestral.
Eso sí, los paralelismos entre la Ashura y la Semana Santa española son evidentes: se conmemora la muerte de un personaje sagrado; varias hermandades desfilando por las calles al son de los tambores; y cánticos en homenaje (muy parecidos a las saetas). La única gran diferencia es que en la religión islámica no se veneran imágenes, por lo que no hay estatuas de Husayn o Mahoma.
UNA COMIDA CON SORPRESA
Después de un buen rato deambulando por el Bazar tocaba llenar el estómago porque me moría de hambre. Pero había un problema: casi todos los locales de comida estaban cerrados al ser festivo. Por suerte en la avenida principal de Kashan vi lugareños con envases de porexpan; y me llegó el olor a comida. Así que investigué y al final encontré el local del que procedían los misteriosos envases. Sin pensarlo mucho, entré y caminé hacia el fondo del establecimiento, que no tenía mucha pinta de restaurante. De repente me vi rodeado de una multitud que me condujo hacia unas escaleras que bajaban hasta una planta inferior, y un chaval me dijo que tenía que descalzarme. Yo no entendía nada… Hasta que tras el desconcierto inicial me di cuenta de lo que pasaba. ¡Estaba en el interior de una mezquita! Y ya no había marcha atrás…
En el sótano había gente repartiendo bolsas de comida y yo también recibí la mía, sin objeciones ni malas caras. ¡Alucinante! Más tarde me enteré que durante la Ashura se ofrece comida gratis a la gente. Principalmente en las mezquitas, pero también lo hacen muchos lugareños devotos. Aunque en esos momentos el corazón me iba a mil, sin saber en qué lío me estaba metiendo. A continuación, hice lo que todo el mundo, y me senté a comer en el suelo, en una sala cubierta de alfombras.
Mi bolsa contenía una porción más que generosa de trozos de cordero acompañados de arroz blanco y verduras. Estaba delicioso y no sobró nada. También me dieron un botellín de Doogh, una bebida típica de Irán (similar al Ayran de Turquía), hecho con yogurt y agua carbonatada. Como ya lo había probado anteriormente y no me gustó nada, ni siquiera lo abrí. Tras la comida, decidí visitar otros lugares de la ciudad. Eso sí, las hermandades continuaron desfilando sin parar, y por la noche me quedé dormido mientras todavía se escuchaba en la distancia el sonido de tambores y cánticos.
NUEVOS ACTOS CONMEMORATIVOS
Al día siguiente me acerqué otra vez hasta el Bazar de Kashan, pues era día 10 (el Día de Ashura) y había un importante despliegue. El lugar estaba lleno de hermandades que lucían banderas y estandartes con todo tipo de símbolos religiosos. La mayoría se golpeaban el pecho con las manos, como las que había visto el día anterior. Aunque una me sorprendió, porque sus integrantes se azotaban la espalda de forma rítmica utilizando un par de flagelos con cadenas. En el pasado los fieles más devotos se producían sangrientas heridas utilizando cuchillas y otros objetos afilados, como ofrenda a Husayn. Pero la República Islámica de Irán prohibió esa práctica y ahora la autoflagelación es simbólica.
Por todas partes había locales con vasos de chay y galletas para picar, totalmente gratis. Yo acabé tomándome tres, ya que no paraban de ofrecerme y no quería ser maleducado. Por cierto, en Irán la gente toma el té metiéndose un terrón de azúcar en la boca y bebiendo pequeños sorbos hasta que el terrón se disuelve (no utilizan cucharilla). Y como a mí me gusta muy dulce, no me costó nada imitarles.
A lo largo de la mañana seguí a diferentes hermandades y viví situaciones ya conocidas: los Ulamas cantando, atmósfera solemne, gritos de «¡Ya Husayn»… Hasta que durante mi deambular sin rumbo fijo llegué al Caravanserai Amin al-Dowleh, y me encontré una escena que me dejó con la boca abierta.
La enorme sala estaba decorada con numerosas banderas de colores. En un lateral, había un escenario desde el que un Ulama cantaba sin parar. Y llenando el recinto, una auténtica multitud de lugareños, totalmente entregados, que respondían a los cánticos gritando mientras se flagelaban la espalda de forma rítmica. La sala estaba presidida por dos enormes imágenes con el rostro serio del difunto Imam Khomeini; y el actual líder supremo, Ali Khamenei, más sonriente. La atmósfera era embriagadora, y una vez más pude hacer todas las fotografías que quise, sin objeción alguna. Incluso un espectador me animó a subir hasta el piso superior del Caravanserai, para obtener mejores vistas del conjunto. Un gran momento.
OTRA INESPERADA COMIDA GRATIS
Tras el espectáculo tenía que comer algo, así que me dirigí a una mezquita cercana para hacerme con otra ración gratuita de arroz con carne. Pero esta vez las cosas no fueron tan sencillas como el día anterior. Primero me encontré con una cola de iraníes que no hicieron la menor concesión (me empujaban, y a la que podían se colaban). Y cuando ya estaba a punto de alcanzar a la persona que repartía bolsas, de repente se detuvo y nos dijo que… ¡se había acabado la comida! Resultado: me tuve que marchar a otro lugar.
Al final encontré un puesto callejero, engalanado con telas de color rojo y negro, donde un grupo de cocineros preparaba comida para la gente. Y a cada lado había dos larguísimas colas: una de hombres y otra de mujeres. Pero bueno, como no tenía prisa me ubiqué en mi cola y fui avanzando poco a poco. Cuando llegó mi turno me dieron un rollo de pan Lavash, en el que había una especie de croquetas de pescado, lechuga y tomate. Me hizo gracia cuando al descubrir mi presencia uno de los cocineros me dio a escondidas una croqueta extra… Comí de pie apoyado en un coche, y estuve un rato observando el gran ambiente de las calles, con muy pocos turistas.
Entonces se produjo un hecho insólito. Un abuelete se acercó hasta donde estaba, me dio un envase de porexpan y me dijo: «This is food, for you». Yo la verdad es que no sabía cómo actuar, y me resistí tímidamente, pero el hombre insistió y tuve que aceptar. Y se despidió de mí besándose la palma de la mano y tocándome la mejilla con ella. Me quedé de piedra. Momentos como este hacen que un viaje merezca la pena. Qué generosidad… Y más teniendo en cuenta que yo era un perfecto desconocido para ese hombre, sin haber intercambiado ni una palabra con él…
Dentro del envase había una buena ración de carne de cordero, acompañado de arroz blanco, lentejas y patatas. Pero como ya estaba lleno me lo llevé a mi hotel y lo guardé para la cena. Digno final para dos jornadas fascinantes…
CONCLUSIÓN
Presenciar en directo los actos conmemorativos de la Ashura fue una experiencia genial. Por las curiosas ceremonias que presencié, y porque me permitió descubrir que el islamismo chiita es de una tolerancia asombrosa.
Durante dos días pude caminar por la ciudad con total libertad; entré en mezquitas a pesar de no ser musulmán; la gente me invitó a comer o a tomar chay; y pude hacer todas las fotos que quise sin recibir quejas o malas caras. Algo impensable en otros países islámicos que había visitado previamente, como Egipto o Túnez. Así que si puedes hacer coincidir tu viaje a Irán con la Ashura no te arrepentirás. Totalmente recomendable.
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