Dagobas de dimensiones gigantescas y un árbol sagrado venerado por budistas de todo el mundo, en la capital más antigua de la isla
Anuradhapura es un lugar cargado de historia, y sus datos son sorprendentes. Fue capital de Sri Lanka durante nada menos que 1.400 años, mucho antes que Polonnaruwa o Kandy. Aquí se construyeron Dagobas colosales, jamás vistas hasta entonces en el mundo antiguo. Y se encuentra el venerado árbol Jaya Sri Maha Bodhi, que convierte a Anuradhapura en ciudad sagrada y lugar de peregrinaje en el mundo Budista. Mi idea inicial, saturado de tantos templos y ruinas, era pasar de largo y continuar mi ruta hacia el norte. Pero lo que leía era tan sugerente que decidí quedarme a explorar la ciudad. Y no me arrepentí.
Actualmente Anuradhapura es la capital de la North Central Province. Pero los restos de la antigua capital están muy alejados de la parte moderna, y permiten horas de paseo relajado.
VIAJE WILPATTU – ANURADHAPURA
El día comenzó en el Leopard Den de Wilpattu Junction, donde desayuné un sándwich de tortilla francesa en su terraza exterior (550 R). A continuación, desalojé mi habitación (un nuevo hotel que abandonaba con alegría, y ya era el segundo consecutivo); y caminé hasta una parada de autobús ubicada a escasa distancia.
Allí, en cuestión de minutos, apareció un bus que iba hacia Anuradhapura, y subí junto a un grupo de lugareños. La suerte fue que pude viajar sentado, y encima junto a la ventana. Porque dos paradas más tarde subió una oleada de gente que llenó cada rincón del vehículo. Solo faltaba que los pasajeros se colgaran del techo. El viaje duró 45 minutos, y no tuvo mucha historia. Precio: 80 R.
Cuando deduje que ya habíamos llegado a Anuradhapura, decidí bajarme un poco al azar. Y acerté de lleno, porque era el Casco Antiguo, la zona donde se encontraba el hotel donde había decidido alojarme. Así que tras esquivar a dos pesados que me ofrecían cosas, paré un tuk-tuk, que me dejó en la puerta del alojamiento por 150 R (pagué algo más de la cuenta al no saber donde estaba, pero tampoco mucho).
ALOJAMIENTO: MELBOURNE TOURIST REST – 3.000 R/Noche
*Puntos a favor: habitación espaciosa; cama doble muy cómoda; lavabo privado de buenas dimensiones; aire acondicionado; nevera; ubicación céntrica, pero en una calle tranquila; personal muy amable.
*Puntos en contra: ducha con escasa potencia; el wifi no llega a la habitación.
La buena noticia fue que mi habitación ya estaba lista. Así que dejé la mochila; pregunté un par de cosas en recepción; y salí a explorar la ciudad. Eran las 9h pasadas, con lo cual tenía todo el día por delante.
EL PASADO DE ANURADHAPURA
Anuradhapura era una tranquila población ubicada en una zona de fértiles tierras, habitada desde tiempos inmemoriales. Hasta que saltó a la fama cuando en el año 377 a.C. el rey Pandukabhaya la designó como primera capital de Sri Lanka, y la bautizó con su nombre actual (por Anuradha, una constelación de la astrología hindú). En el año 260 a.C, durante el reinado de su nieto Devanampiya Tissa, llegó a la isla una delegación de monjes Budistas procedente de la India. Y el rey decidió abandonar el hinduismo, y convertirse a esa nueva religión.
Con el paso de los siglos Anuradhapura se erigió en un centro budista de primer orden. Además de un importante puesto comercial, enviando delegaciones a lugares tan distantes como Roma o Pekín. Y la ciudad creció entre lujosos templos y gigantescas dagobas.
La proximidad con la India provocó que en alguna ocasión Sri Lanka fuera invadida por tropas Tamiles. Pero en cuestión de pocos años los monarcas cingaleses conseguían reconquistar la isla. Y Anuradhapura se mantuvo como capital del reino durante casi 14 siglos. Hasta que en el año 1017 fue saqueada por los ejércitos de la Dinastía Chola, que trasladaron la capital a Polonnaruwa. Y ya no se movió de allí, ni siquiera cuando los invasores fueron expulsados.
A partir de ese momento la jungla comenzó a ganar terreno, y cubrió las fabulosas construcciones que durante siglos maravillaron al mundo. Al igual que ocurrió en Polonnaruwa, fueron los ingleses quienes realizaron las primeras excavaciones en la zona a finales del siglo XIX.
PLANEANDO LA VISITA
Mi jornada en Anuradhapura se centró en visitar la Ciudad Sagrada: una zona de unos 5km2 con diferentes monumentos de gran interés. Y de nuevo me tocó rascarme el bolsillo: 25 Usd por el ticket de acceso. El recinto no está cerrado, pero hay varios puestos de control con vigilantes que en mi caso no pararon de pedirme el ticket, hasta que al final consiguieron sacarme de mis casillas. Porque ¿a cuántos turistas occidentales se les ocurre colarse, y después pasearse tan tranquilos al lado de uno de los controles? Era ridículo…
Al igual que sucede con Polonnaruwa, en todas partes se recomienda alquilar una bicicleta. Pero yo insistí en caminar, y al final acabé satisfecho. Desde el hotel, me dirigí a la carretera principal. Paré un tuk-tuk que me llevó hasta el punto más alejado de la Ciudad Sagrada, situado varios kilómetros al norte de Anuradhapura (400 R). Y desde allí fui bajando hacia el sur, deteniéndome en las atracciones más destacadas. Al final, a excepción de un tramo de un par de kilómetros que recorrí en tuk-tuk, realicé toda la ruta a pie. Es verdad que el sol era abrasador; y que acabé con las zapatillas echando humo. Pero a cambio pude centrar toda mi atención en el entorno y no solo en la carretera.
Además, los paseos entre monumentos me servían para desconectar, y así no acabar saturado de ruinas. Porque el paisaje que envuelve la Ciudad Sagrada es precioso, y hay imágenes fotogénicas en cada rincón: árboles enormes; grupos de Langures Grises o monos Toque Macaque; lugareños en bicicleta; ardillas saltando de rama en rama; infinidad de pájaros; lagartos escurridizos… Un gran complemento a las visitas de rigor.
Las comparaciones entre las ruinas de Polonnaruwa y Anuradhapura son inevitables. Estas son en mi opinión las principales diferencias:
1. En Anuradhapura me encontré muchísimos menos turistas. Aquí ya no llegan los grandes grupos organizados, que a esas alturas tienen más ganas de playa que de seguir viendo piedras. Y de los viajeros que se animan, a media jornada no queda ni rastro. Así que en bastantes lugares estuve casi solo, acompañado de alguna familia de lugareños.
2. Al ser más antiguas, las ruinas están más castigadas por el paso del tiempo.
3. En Anuradhapura hay algunos templos, pero las estrellas son las Dagobas y el animado ambiente que las rodea. Mientras que en Polonnaruwa son las esculturas y relieves, con una atmósfera algo más fría. Así que son dos visitas que se complementan muy bien.
4. Junto a la entrada de los principales lugares de interés también había puestos donde comprar snacks y bebidas frías. Aunque en Anuradhapura son auténticos mercadillos, con un montón de tiendas de souvenirs, y vendedores al acecho. La parte positiva: que los precios eran normales, y no había mucha necesidad de regatear. Durante la jornada cayó una botella grande de agua; dos zumos de naranja naturales; dos Fantas; un polo de hielo; y un helado de vainilla. Todo por menos de 600 R.
DESCUBRIENDO RUINAS Y DAGOBAS
En total, estuve recorriendo la Ciudad Sagrada durante casi 8 horas. Porque me tomé las cosas con muchísima calma, en busca de la foto perfecta. Esto fue lo más destacado:
1. Abhayagiriya Monastery: el lugar más atmosférico del recinto, con multitud de templos y columnas semi enterradas, rodeadas de vegetación. También es el más parecido a Polonnaruwa, con lugares como el Mahasena’s Palace y su espectacular Moonstone (piedra semi circular cubierta de relieves situada antes de las escaleras). O el Queen’s Pavilion y su elaborada Muragala. Además visité el Samadi Buddha (una escultura que no me pareció nada del otro mundo). Y los Kuttam Pokuna (dos enormes piscinas ceremoniales, donde aproveché para comerme un Rotti que había comprado la noche anterior en Wilpattu).
Aquí también visité la tercera Dagoba más alta de Anuradhapura. Las Dagobas (o estupas) son enormes montículos de arena cubiertos por una capa de ladrillo y otra de yeso, donde generalmente se enterraba algún tipo de reliquia. Los fieles las rodean en sentido de las agujas del reloj, recitando plegarias. La Abhayagiriya Dagoba tiene 75m de altura, y su exterior muestra los ladrillos de color marrón rojizo, sin decoración.
Por todas partes había senderos que conducían a ruinas perdidas, con bosques de columnas apuntando en todas direcciones. Pero me tuve que centrar en lo importante si no quería acabar volviéndome loco. Para acabar visité el Museo. Los objetos eran bastante corrientes, y los paneles informativos no aportaban mucho más de lo que había leído en mis guías, así que decidí no visitar los otros dos que había en la Ciudad Sagrada.
2. Thuparama: es la Dagoba más antigua, pero tan solo mide 19m de altura y está muy restaurada. Para llegar aquí paré un tuk-tuk, que me llevó por 150 R. Ya que si no me tocaba caminar 2km bajo un sol de justicia.
3. Ruwanweli Dagoba: antes de llegar pude ver desde la distancia su vertiginosa espiral cónica emergiendo de entre la selva. Se trata de la segunda Dagoba más alta de Anuradhapura, con 103m; y está pintada de un color blanco que le da un aspecto impresionante. A su alrededor la actividad era frenética, y me tiré un buen rato sacando fotos. Había grupos de lugareños caminando junto al monumento (parecían insectos minúsculos). Pequeñas figuras de Buda depositadas sobre los ladrillos. Monjes budistas paseando por el recinto… Y por si fuera poco, pude presenciar una Puja, con músicos y fieles cantando rodeando la Dagoba, con paraguas dorados y sus ofrendas en la mano.
4. Jetavana Dagoba: una auténtica mole construida en el año 280 utilizando millones de ladrillos. En su día medía 122m de altura, lo que la convirtió en el tercer edificio más alto del Mundo Antiguo, tan solo superado por las pirámides de Keops y Kefrén. Con el paso del tiempo su espiral se derrumbó, y ahora «solo» mide 70m. Pero aun así es un monumento impactante, con un exterior de ladrillos rojizos, y aspecto de construcción milenaria.
Además, cuando llegué me encontré una atmósfera única. Ya era tarde, y los turistas estaban camino de sus hoteles. Así que solo compartí el recinto con alguna familia de lugareños (que me venían genial para las fotos). Mientras, las últimas luces del atardecer. Y un grupo de monos Toque Macaque trepando por la cúpula de la Dagoba hasta alcanzar la espiral. Imágenes de película…
Para visitar las Dagobas hay que descalzarse. Y como se trata de espacios enormes, y el sol mantiene el suelo a altas temperaturas, unos calcetines son más que recomendables. Una ventaja para los amantes de la fotografía es que, al ser estructuras redondas, a cualquier hora del día encuentras un plano perfectamente iluminado. Solo tienes que caminar hasta el lugar correcto.
Tras visitar Jetavana, continué hasta la carretera principal. Y paré un tuk-tuk, que me llevó hasta el centro de la ciudad por 150 R.
CENA: WALKERS
Tras recorrer la calle principal (Main Street), y comprobar la alarmante escasez de lugares para cenar, llegué hasta las inmediaciones de mi hotel, y encontré este restaurante recomendado por mis guías. Ofrecen un buffet formado por especialidades chinas y de Sri Lanka, con las que puedes llenarte un plato más que generoso. Yo pedí Egg Fried Rice, Biryani, macarrones con verduras, dos muslos de pollo, y un huevo frito. Para acompañar, dos botellas de agua grandes, porque estaba deshidratado. Precio: 760 R. Cené en un comedor muy espacioso frecuentado por jóvenes locales. Y acabé bastante lleno. Los camareros muy amables.
De regreso en mi hotel, tras un rato de charla con los encargados de la recepción, me fui a la habitación, con ganas de una buena ducha y descansar.
UN ÁRBOL SAGRADO
Al día siguiente me tuve que levantar muy temprano por enésima vez (siempre había un motivo). Y sin desayuno en el hotel, ya que lo excluí para ahorrarme 500 R. Así que solventé el tema con unas galletas y un yogur líquido que compré la tarde anterior en un supermercado de la elegante cadena Cargills Food City. Tras el improvisado desayuno, salí a la calle para visitar dos lugares de interés que me quedaban pendientes. El primero, el Jaya Sri Maha Bodhi.
Cuando la primera delegación de monjes Budistas llegó a Sri Lanka, trajo consigo un esqueje del Árbol Bodhi: la higuera sagrada bajo la cual Buda se sentó a meditar y alcanzó la iluminación. Este esqueje se plantó en su ubicación actual hace más de 2.000 años, y ha sobrevivido a todo tipo de ataques: el saqueo de Anuradhapura por parte de la Dinastía Chola (los hindúes también consideran sagrados estos árboles); el abandono de la ciudad (un grupo de monjes custodió el árbol mientras la selva crecía a su alrededor); tormentas (fruto de ellas perdió un par de ramas); un atentado terrorista del LTTE durante el que murieron 146 feligreses… Lo cual le convierte en el árbol plantado de forma artificial más antiguo del mundo.
Para llegar, caminé hasta la carretera principal y paré un tuk-tuk, que me llevó hasta el lugar por 150 R. El conductor no tenía ni idea de dónde quería ir, pero me hizo subir al vehículo y se puso en marcha. Así que para evitar problemas le obligué a parar, y pedí a un hombre que pasaba por allí y hablaba algo de inglés que se lo explicara.
Hoy día el Jaya Sri Maha Bodhi se encuentra rodeado de un moderno templo, y las medidas de seguridad son importantes, con un par de filtros policiales a muchos metros de distancia del árbol. En la entrada principal me tocó dejar mi calzado en manos de un cuidador (20 R). Pero por lo menos nadie me pidió dinero para acceder al recinto, y me ahorré la típica entrada que se suele cobrar a los extranjeros. La verdad es que para ser tan antiguo, las dimensiones del árbol sagrado no eran muy impresionantes. Una higuera normal, con varias ramas sostenidas por muletas doradas, para evitar que se rompan. Y algunos Loros revoloteando por la zona.
Lo que sí me llamó mucho la atención fue el fervor religioso que había en torno al árbol. Gente sentada en cualquier rincón, rezando o recitando plegarias. Familias depositando ofrendas en uno de los cuatro altares, que funcionaban a pleno rendimiento. Monjes budistas. El ambiente era embriagador, y no paré de sacar fotos. Todo el mundo vestía de blanco, color considerado sagrado en la religión budista. Además, pude ver una Puja, muy parecida a la que presencié el día anterior en la Ruwanweli Dagoba. Los feligreses caminaban en fila cantando alrededor del templo, con músicos, paraguas dorados, y sus ofrendas, bajo una tela de color naranja. El caso es que me animé, y al final acabé pasando en el lugar mucho más tiempo del previsto.
Tras la visita, di un rápido paseo por los jardines de los alrededores, donde había un montón de Langures Grises; y algún enorme Lagarto Monitor campando a sus anchas en busca de comida, sin que la gente les prestara la más mínima atención.
ÚLTIMO TEMPLO A LA CARRERA
Cuando recuperé mi calzado en la entrada del templo ya eran las 9.30h. Y el transporte hacia mi siguiente destino partía a las 10.40h. Así que estuve a punto de cancelar la segunda visita de la mañana y regresar a mi hotel. Pero al final me animé, paré un tuk-tuk, y me llevó hasta el Templo Isurumuniya, situado a un kilómetro escaso. Precio: 100 R.
Por lo visto este templo fue el primero que custodió el Diente Sagrado de Buda, tras su llegada a Sri Lanka. Allí sí que me cobraron entrada (200 R), además de la propina por cuidar el calzado (20 R). Y me puse a ver lo más destacado del recinto a toda prisa.
1. Entré en una sala de oración, donde había una estatua de Buda reclinado, y un monje bendiciendo a quien se pusiera a tiro (en espera de una donación).
2. Visité un pequeño museo con unos interesantes relieves de piedra.
3. Subí por unas escaleras hasta lo alto de una roca, donde había una estupa pintada de blanco y buenas vistas de los alrededores, incluido el enorme Lago Tissa.
4. Por último, acabé subiendo hasta un santuario donde los fieles depositaban ofrendas. Junto al cual había unas rocas con magníficos relieves (varios elefantes y un hombre sentado).
Me hubiera quedado mucho más, pero es que el tiempo se me echaba encima. A las 10h me puse a buscar un tuk-tuk, y como suele pasar, cuando los necesitas no están. Así que hablé con un grupo de lugareños, y uno aceptó llevarme en su moto, por 150 R. Yo mismo le fui indicando cómo llegar a mi hotel. Recuperé mi mochila grande. Desalojé la habitación. Y volví a subirme a la moto, que me estaba esperando en la puerta. De esta forma tan apresurada acababa mi visita a Anuradhapura.
CONCLUSIÓN
La visita a las ruinas de Anuradhapura es muy recomendable, a pesar de que a esas alturas puede que ya estés más que saturado de ver edificios antiguos (ese era mi caso). Y es que aquí encontrarás lugares de interés únicos en Sri Lanka, como sus enormes Dagobas; o el Jaya Sri Maha Bodhi. Para no ir con prisas, lo ideal sería dedicarle a Anuradhapura un par de días. Pudiendo destinar alguna tarde a explorar el cercano Monasterio de Mihintale, donde el rey Devanampiya Tissa se convirtió al Budismo. Aunque dicho esto, si vas con el tiempo justo y te ves en la tesitura de elegir entre Anuradhapura y Polonnaruwa, yo me quedaría con la segunda capital.
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