Una animada población Betsileo con casas tradicionales y una reserva de simpáticos lemures de cola anillada
Continuando la ruta hacia el sur del país, las selvas de Ranomafana se transforman en un paisaje cada vez más árido, con enormes montañas de roca pelada y campos de cultivo. Hasta que la RN7 llega a la altura de Ambalavao. Una aldea Betsileo donde se pueden encontrar buenos ejemplos de arquitectura tradicional; y el mayor mercado de cebús del país, que atrae pastores de lugares muy lejanos. Por si fuera poco, a escasos kilómetros está la Reserva de Anja, que garantiza encuentros cercanos con graciosos lemures.
VIAJE RANOMAFANA – AMBALAVAO
Para llegar a mi siguiente destino, caminé hasta el centro de Ranomafana, con la intención de coger un Taxi Brousse en la Gare Routière. Era mi primer contacto con el transporte público de Madagascar, y no sabía muy bien qué me esperaba. De entrada, me recibió un atento abuelete, que primero me hizo sentarme a la sombra mientras llegaba el vehículo. Y después, nada más ver el Taxi Brousse, se apresuró a acomodarme en el asiento delantero (el mejor). Lástima que al poco ya me estaba pidiendo 2.000 Ar por sus «servicios» (le dí 1.000 Ar y gracias).
Una vez en marcha, se trataba de recorrer algo más de 60km hasta Fianarantsoa. Un trayecto que se suele realizar en hora y media, porque es complicado. Primero, para enlazar con la RN7 hay que seguir una carretera local en un estado de conservación nefasto, llena de enormes agujeros. Y, una vez en la RN7, el resto de la ruta es un no parar de curvas y fuertes pendientes. Pero en África las cosas siempre pueden empeorar…
1. Al poco de partir, el conductor decidió hacer una parada para comer.
2. El Taxi Brousse estaba para el desguace. Hubo que empujar para que pudiera arrancar; y en las cuestas se ahogaba, avanzando a un ritmo desesperante.
3. Las paradas fueron continuas, para que subieran y bajaran pasajeros, y todo tipo de mercancías (como un cargamento de caña de azúcar).
Resultado: tardamos 3 horas en recorrer el trayecto (¡el doble!). Por suerte, desde mi asiento pude contemplar un paisaje precioso, con verdes arrozales en terrazas, campesinos trabajando, pueblecitos tradicionales, montañas… Y el billete me costó solo 5.000 Ar (lo mismo que una cerveza).
EN LA CAPITAL DE LOS BETSILEO
Fianarantsoa es la capital de los Betsileo, el tercer grupo étnico en importancia de Madagascar, que habita la mitad sur de los Hauts Plateaux. Hasta el siglo XIX los Betsileo se dividían en diferentes reinos independientes, sin mucha conciencia de grupo. Pero en 1820, durante las campañas militares del rey Radama I, la zona fue conquistada y unificada por los Merina. Los cuales fundaron la población de Fianarantsoa, para que actuara como capital administrativa de la región.
Fruto de esta conquista, los Betsileo comparten bastante costumbres con los Merina. Como el cultivo del arroz (aunque los Betsileo consiguen obtener tres cosechas al año en lugar de dos); el estilo de sus viviendas (cuadradas, y fabricadas con ladrillos de color rojizo); y algunos de sus ritos funerarios.
La verdad es que Fianarantsoa (o Fianar, como la llaman los lugareños) es una ciudad gris y caótica, carente de atracciones turísticas. Está considerada como la capital del vino, y en sus alrededores abundan los viñedos. Pero hubiera tenido narices recorrer miles de kilómetros desde España para acabar en una cata de vinos de Madagascar. También hay alguna plantación de té. Pero vamos, nada del otro mundo…
El caso fue que, muy a mi pesar, me vi obligado a callejear un rato en busca de un cajero automático. Y acabé cayendo en las redes de una encantadora niña, de nombre Murielle, que se puso a hablar conmigo en un francés perfecto. En cuestión de minutos sacó de su mochila unas postales hechas por ella, y me pidió que le comprara alguna, para obtener dinero para material escolar. No había escapatoria. Imposible negarme. Así que le compré una por 3.000 Ar. Más tarde me enteré que en Fianarantsoa abundan estos niños tremendamente educados a la caza del turista, y mi caso no se trata ni mucho menos de un hecho aislado.
RECTA FINAL HASTA AMBALAVAO
De regreso a la Gare Routière de Fianar me estaban esperando nuevos retos. Un grupo de chavales (alguno de aspecto intimidante) se abalanzó sobre mí para llevarme hasta el Taxi Brousse que necesitaba. Pusieron mi mochila grande en la parte superior del vehículo. Y uno de ellos me vendió el billete: 5.000 Ar. En principio no me fiaba y opuse resistencia. Pero acabé cediendo: el chaval tenía en la mano el registro oficial de pasajeros; el precio era coherente (la distancia era similar a la recorrida desde Ranomafana); y me repitió varias veces «je dis la verité», con cara de sinceridad. Sí, sí… Pues al final mentía. Porque una vez en mi asiento descubrí que el resto de pasajeros había pagado 2.500 Ar… En fin… El timo fue de algo menos de un euro, así que en estos casos mejor no agobiarse.
Por fin, pasadas las 17h, nos pusimos en marcha, y pude dejar atrás Fianarantsoa. Una ciudad realmente hostil para el Vazaha (así llaman a los blancos en Madagascar).
El trayecto hasta Ambalavao fue movidito. Viajaba en una furgoneta Sprinter, que varios lugareños me habían aconsejado evitar, porque sus conductores van a toda pastilla (doy fe de ello) y el riesgo de sufrir un accidente es elevadísimo. Aunque la parte positiva es que si sobrevives, llegas al destino más que puntual (tardé solo hora y media)… Hasta que se hizo de noche, pude observar desde mi ventana curiosas escenas: poblaciones realmente humildes, llenas de niños vestidos con harapos; algún rebaño de cebús; primitivas carretillas de madera (¡incluso las ruedas!) que la gente se fabrica para transportar mercancías… Y no dejaban de sorprenderme los objetos que algunos pasajeros subían a la parte superior del Taxi Brousse; una bicicleta con un pato vivo; un cargamento de planchas de aluminio…
En el vehículo, estuve charlando con un chaval de Ambalavao. El cual hizo que el conductor me dejara en la puerta del hotel que había elegido para pasar la noche, ahorrándome un nuevo desplazamiento ya de noche.
ALOJAMIENTO: HOTEL TROPIK – 36.000 Ar/Noche
*Puntos a favor: habitación amplia; cama doble con mosquitera; lavabo privado, con ducha de agua caliente impecable; limpieza perfecta; wifi gratis; personal atento y sonriente; restaurante propio, en la planta baja del edificio, con precios más que interesantes.
*Puntos en contra: ubicación alejada del centro; cortes de luz habituales.
Al poco de instalarme en la habitación, bajé al restaurante a cenar, pues estaba hambriento. Cayó un delicioso menú del día, con sopa de verduras, bistec a la pimienta, plátano flambeado, y una botella de agua para acompañar. Todo por 17.000 Ar. Un auténtico chollo. Los platos eran generosos, y acabé a reventar. A mi alrededor, algún pequeño grupo de turistas franceses. Pero la atmósfera, muy tranquila.
PASEANDO POR LAS CALLES DE AMBALAVAO
Al día siguiente, comencé el día disfrutando de un desayuno Continental en el restaurante del hotel. Cayó una baguette con mermelada y mantequilla; un zumo de naranja; y dos tazas de café con leche. Precio: 7.000 Ar. Genial.
Más tarde, salí a la calle para explorar Ambalavao. Se trata de una población Betsileo realmente agradable. No es muy grande, pero recorriendo sus dos principales avenidas se pueden ver infinidad de casas tradicionales, a cual más fotogénica. Son de forma rectangular, altas y estrechas, rematadas por puntiagudos tejados. Tienen puertas y ventanas pintadas de vivos colores; elaborados balcones de madera tallada; y en algunos casos columnas de piedra.
No paré de sacar fotos. Las calles estaban llenas de lugareños, que caminaban en todas direcciones. Ellas con peculiares sombreros de ala ancha, y vestidos sencillos. Ellos más modernos, con gorras de baseball y ropa occidental. Por la carretera circulaban bastantes pousse-pousse, que a la salida del colegio iban cargados de niños rumbo a la casa de cada uno. También abundaban los Tuk-Tuks (triciclos motorizados) de color amarillo. Y vistosos comercios, que vendían todo tipo de productos.
Fue una gozada pasear tranquilamente por Ambalavao. Y lo mejor de todo es que, a pesar de ser el único vazaha, no me molestó nadie. Levantaba gran expectación, y todo el mundo me miraba al pasar. Incluso se escapó algún «bonjour». Pero en ningún momento me sentí agobiado.
Mi visita a Ambalavao coincidió con el mercado semanal de cebús, que tiene lugar los miércoles y jueves. Pero ya había visto alguno similar durante mis viajes, y preferí centrarme en otros lugares de interés.
EXPLORANDO LA RESERVA DE ANJA
Por la tarde, cuando aflojó algo el sol, caminé de nuevo hasta el centro de Ambalavao para conseguir transporte. Quería visitar una pequeña reserva de fauna ubicada 13km al sur del pueblo. Así que localicé un Taxi Brousse que tenía previsto partir en esa dirección, y me senté a esperar. Pero allí no llegaban pasajeros, y mientras vi pasar de largo un par de vehículos donde a lo mejor había sitio para mí. Solución: esperé junto a la carretera, paré el siguiente Taxi Brousse que pasó, y en marcha. Precio: 2.000 Ar. El trayecto fue breve, y tardé apenas un cuarto de hora en llegar a la entrada de la reserva.
La Reserva de Anja fue creada en 2001 para proteger la fauna de la zona, y está gestionada por una asociación local (la AMI). Desde la entrada, caminé hasta el Centro de Visitantes, donde realicé los pagos necesarios:
1. Entrada de un día: 10.000 Ar.
2. Visita guiada (obligatoria). Había varios circuitos para elegir, y opté por el Moyen Boucle, conocido localmente como Ambatolahimitsangana (cómo se las gastan por aquí…). Precio: 48.000 Ar.
Mi guía se llamaba Frank, y era un tipo agradable y sonriente. Realmente interesado en que disfrutara de mi estancia en la reserva. Junto a él vino un acompañante, que durante buena parte del tiempo se limitó a caminar en silencio. El Moyen Boucle duró unas 3 horas, y esto fue lo más destacable:
1. Para empezar, en los alrededores de la entrada el paisaje era espectacular, dominado por enormes moles de roca caliza, entre las que destacaban las conocidas como Les Trois Soeurs (en español Las Tres Hermanas), por una leyenda local. A sus pies, campos de cultivo; rebaños de cebús pastando; casas tradicionales; y algún lugareño dedicado a sus tareas. El clima era perfecto, con cielo azul y un sol de justicia que iluminaba el conjunto.
2. En un bosque cercano encontramos un montón de Ring-Tailed Lemurs (lemures de cola anillada), también conocidos como Maki (en malgache). Y es que en esta reserva habitan unos 300 ejemplares de este gracioso lemur, una de las mayores concentraciones del país. Es la especie más conocida a nivel internacional (el rey Julien de la saga de películas «Madagascar»). Los animales están muy acostumbrados a los humanos, así que las oportunidades fotográficas son infinitas. Había por todas partes: descansando en los árboles, caminando por el suelo… Y pude ver algunas hembras con su cría abrazada a la espalda (era octubre y las hembras suelen dar a luz en septiembre).
En Anja hay tantos lemures porque, según las antiguas tradiciones, los lugareños tenían prohibido matar lemures para comer, ya que era Fady (tabú). Y mientras en otras partes del país los lemures eran exterminados, aquí se pueden disfrutar sin problemas. Algo parecido a lo que ocurre en la reserva de Boabeng-Fiema (Ghana). Me lo pasé genial, y me tiré un buen rato contemplando Makis.
3. En ese bosque también encontramos un par de camaleones de buen tamaño, caminando por el suelo, o sobre los arbustos. Frank me hizo una demostración: le tiró a uno un pequeño insecto, y éste sacó su larguísima lengua y lo cazó al vuelo.
4. En la rama de un arbusto pude ver una concentración de un curioso insecto llamado Planthopper. Eran de color blanco, y estaban dispuestos de tal forma que parecían hojas. Así pasan desapercibidos, y se libran de posibles depredadores. Sorprendente…
SUBIDA A LOS MIRADORES
Tras explorar el bosque, tocó trepar por la roca para llegar hasta tres miradores. Al primero subí con la ayuda de cuerdas. Pero para alcanzar los otros dos tuve que subir a pelo, haciendo frente a un desnivel importante. Suerte de la adherencia de la piedra caliza, si no… Y aun así, en algún momento lo pasé mal, sufriendo de vértigo y cansancio.
Eso sí, una vez arriba comprobé que merecía la pena. Porque las vistas eran impresionantes, con las montañas, pueblos en la distancia, rocas de formas extrañas… El mirador más alto estaba a unos 1.200 metros. De vez en cuando me encontraba con algún lagarto tomando el sol sobre la roca. De regreso a la entrada, pasamos por un par de cuevas, selladas con pequeños muros de piedra. Se trataba de tumbas de los Betsileo, donde se entierran los restos mortales de los miembros de una misma familia. Y es que la zona es un lugar sagrado para este grupo étnico. También pasamos por una cueva mucho más grande, donde según Frank acuden los Makis a pasar la noche.
Al acabar la ruta, me senté con Frank y su amigo en un hotely cercano, y nos tomamos una Coke (1.500 Ar cada una, invité yo). Satisfecho por haber disfrutado de una ruta genial. Además, tras lo vivido en Ranomafana, me esperaba una invasión de grupos de turistas. Pero para nada. Tan solo alguna pareja, o grupo de reducidas dimensiones.
Después, tras despedirme de Frank, me planté junto a la carretera, y en cuestión de segundos ya estaba subido a un Taxi Brousse de regreso a Ambalavao. Del centro del pueblo a mi hotel, me desplacé en un Tuk-Tuk (500 Ar). En el hotel, primero me tomé una cerveza THB en la terraza exterior. Y más tarde pasé al comedor interior, para disfrutar de una cena casi idéntica a la de la noche anterior (con piña en lugar de plátano). Mientras, mantuve una breve charla con unos simpáticos franceses que vi durante mi ruta por Anja.
CONCLUSIÓN
Ambalavao y la Reserva de Anja son dos lugares muy recomendables que se pueden visitar fácilmente durante cualquier recorrido por el sur de Madagascar. Te permitirán pasear por una aldea tradicional Betsileo y disfrutar de un paisaje sorprendente. Eso sin contar los encuentros más que cercanos con un montón de lemures de cola anillada. Un día será suficiente, con la opción de pasar la noche en el pueblo, o en el camping que hay ubicado junto a la entrada de la reserva.
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